lunes, 30 de diciembre de 2019


SIN RETORNO 2019/2020

En este momento me siento como una flor sin cáliz, un pájaro desprovisto de su canto, un viento sin banderas, una cascada mutilada en pleno vuelo, un árbol acosado por los rayos, una voz muda, un llanto herido, abismo sin vacío…


Sin nada que permita al año viejo recobrar su lozanía, a los días archivados retener su vigencia, a que el crío del vecino no arrastre un tendal de gritos, que el respeto no se sienta violentado, a mis ojos ir en busca de la luz, en fin que la alegría se precipite en el vacío de las tardes.

Pero quiero un año nuevo  que inaugure esperanza porque es nuestro derecho, debemos recoger la fragancia de los pétalos caídos, despertar el canto de las aves para inundar las auroras,  que un manto de yemas pinten de verde los troncos añosos, que volvamos a inventar la confianza, tenemos trescientas hojas de la agenda del tiempo para ser mejores.

¡Sembremos esta noche un feliz 2020!!!
Dios los bendiga y los llene de venturas.    

domingo, 22 de diciembre de 2019


EL DIVINO GUAGUA DIOS 

La Navidad me provoca una profunda nostalgia. El cariño de mi padre, la calidez de la casa familiar, el Santurantikuy, la feria navideña de Qosqo, el ponche de almendras de mi madre, el conejo de trapo de patas larguísimas de mi hija Vida y la Sagrada Familia hippie de Kukuli. 

En el Perú el Niño Dios entró primero al Rímac, prendido de la capa de los españoles como un killkito (‘ánima’ de un niño) La gente de los cerros de amancaes que sufrió el dolor y el espanto del sometimiento lo llamó much’uyguagua, que quiere decir el Niño que acarrea la miseria. Cuando lo supieron las mamalas (abuelas) del Qosqo pensaron que siendo tan pequeño no podía ser como ellos, lo recibieron, lo bañaron con pétalos de qantu, lo secaron con sus cabellos y lo envolvieron en pañales de bayeta. Así surgió su veneración. Un día lo vistieron tan hermosamente con ropas imperiales que los pintores inkas lo llevaron a sus lienzos.
Los Niños Dios cusqueños, de maguey y pasta, con ojitos de vidrio, dientes blancos recortados de las plumas de los cóndores, rizos ensortijados con limón y almita de oro, son típicos. Al rodar los años se convirtió, por la demanda, en un incansable viajerito, remontando los Andes  para entronizarse en iglesias, capillas, oratorios y casonas solariegas del país y el continente.
El Divino Robapan
Lima fue la capital del virreinato pero también en una época la ciudad de las guaguas divinas. Mientras los siglos caían a sus pies sus historias de maravilla se multiplicaron siendo comentadas en sus calles y plazas. El padre franciscano Odorico Sáíz tuvo a bien abrirme la puerta de los monasterios para conocerlas y difundirlas en diarios, revistas, los canales de televisión 7RTP, Frecuencia Latina y PAX que se aromaron con su inefable presencia y la serie de cuentos que estoy publicando de  ‘Travesuras del Niño Dios en la Tierra de los Inkas.

Al calor de las velas o la intimidad de los tornos abadesas, prioras y comendadoras me confiaron las ceremonias secretas de sus desposorios con el Niño Novio y la velación antes de recibir la toca de profesas en una víspera dulce y memorable.
Las sacristanas conocían relatos de la Guagua divina como protagonista, jugando al plik plak con ángeles chiquillos y haciendo resonar sus risas en prohibidos recintos de clausura, y el testimonio del milagro en la imagen del  niño saltarín que se quedó con un piececito en el aire. 
El Nazarenito
Nada más adorable que verle en su camita de diminutas sábanas de encaje con el rostro que muestra el puchero celestial y una lágrima diamantina reclamando por su olvido. El Perdidito travieso que en una noche navideña de milagro revolucionó el convento al desaparecer. El huerto fue el último lugar en que lo buscaron y allí estaba, durmiendo entre los pétalos de una rosa que les atrajo con su fragancia. O el Nazarenito de cabeza con una corona de espinas, triste porque en un sueño tuvo una visión adelantada de su martirio. Imágenes increíbles que en la Navidad serán colocadas en sus peanas de los monasterios de los Barrios Altos, de la Plaza Italia o del Jirón Camaná para nombrar algunos de las trinitarias, las clarisas, las carmelitas, las dominicas y de la encarnación entre otros que existen en el casco histórico de Lima. 

Virgen de Kukuli
Y no quiero hablar de aquellos que existen en el Perú profundo y en sus iglesias donde están, el Niño Llorón de Ayacucho, el  Huerfanito de Santa Clara de Arequipa que fue salvado por un indio, el que donó su corazón a una monja del convento de Santa Catalina o el que bajó de Ollantaytambo en el Qosqo para ver a su santo hermanito de Markaqocha. Mucho que recordar y de contar, y que espero hacer aún si me alcanza la vida. 
¡A un paso del Año nuevo, Feliz Navidad!



lunes, 16 de diciembre de 2019


LOS PECES DE URPI WACHAK

En un tiempo sin edad el mar no estuvo poblado. Los peces, de escama plateada, vivían en un cántaro que guardaba con celo Urpi Wachaq, una mujer de Pachakamaq. En su interior las nubes navegaban y el sol también a veces, bogaba la luna y las estrellas prendían sus luces. Nadie tocaba el urphu o cántaro porque era sagrado.

Hasta que lo descuidó por curiosa. Encargó a una serpiente amiga que lo cuidara y se fue a ver a Kawillaka, la orgullosa hija de un señor de Végueta, que pasó por allí, huyendo de Kuniraya Wiraqocha. Ella había desairado a los señores wakas y wilkas de la costa que la pretendían en matrimonio por considerar que no la merecían. A Kuniraya, que poseía artes mágicas,  también le gustó la doncella y para evitar su rechazo adoptó  la forma de una ave y colocó  su semilla en un fruto de lúkumo. Kawillaka lo comió y tuvo un hijo. Cuando tuvo un año reunió a sus pretendientes y preguntó quién era el padre sin ella saberlo. Nadie contesto y entonces puso a su hijo a gatear y le dijo que lo identificara. El niño se dirigió a un mendigo que estaba por allí  y lo abrazó. Era Kuniraya y al verlo la joven desesperada tomó a su hijo y corrió hacia el mar.
El príncipe apareció con un bellísimo traje y le gritó afanoso que viera cuán hermoso se veía. Kawillaka pensó que se burlaba de su infortunio y aumentó su impulso. El trató de alcanzarla, según la leyenda, pero la joven fue más rápida y se arrojó con su hijo al mar, avergonzada de su presencia. No aceptó que un pordiosero fuera el progenitor de su vástago. 
Resultado de imagen para caballitos de totora mochicaMalhumorado por su fracaso Kuniraya volvió sobre sus pasos y descubrió en la casa de Urpi Wachaq a sus dos hijas. Quiso enamorarlas, pero ellas se fueron tornadas en palomas. Más arritado aún convirtió en arena a la culebra, que era su guardiana,  y dio un puntapié al cántaro que rodó hasta el océano volcando en sus aguas su precioso contenido.      
Los peces liberados se multiplicaron y lo poblaron beneficiando a los pueblos del litoral. El mar sería tropical si no fuera la corriente de agua fría que acrecienta la vida de innumerables especies en su interior. Lo enriquece la existencia de una voluminosa biomasa de fito y zooplancton, unos microorganismos que son el inicio de  la cadena, desde la pequeña y tímida anchoveta (Engraulis ringens), entre doce y veinte centímetros de talla, hasta el atún de aleta amarilla ((Thunnus alalunga) que llega a medir más de dos metros y a pesar unos 146 kilos.
Hoy las embarcaciones pesqueras son sofisticadas. Sin embargo, en otras épocas el paisaje marino debió ofrecer una vista majestuosa con la salida de miles de pescadores en las madrugadas del siglo XVI. Sentados o de rodillas, sobre sus caballitos de totora, se movilizaban con sus redes en pos de los peces de cada día.

Las mujeres de la costa aguardaban su regreso para el consumo cotidiano y salaban y secaban los sobrantes. Había días en que la mar, –Juana Puyka-, se enfermaba; que los cardúmenes se alejaban o que las olas se encabritaban. Ellas recurrían entonces a los productos salados para abastecer a sus familias y enviarlos igualmente a los mercados de trueque
Los españoles hicieron el primer contacto con el Perú por medio del mar.  Se cuenta que, más o menos abajo de Tumbes, el primer navegante abordó una balsa chincha de dos pisos y lo primero que tomó fueron seguramente sus provisiones de pescado. Sin que se enteraran jamás estuvieron en uno de los mares más ricos del planeta.  El mar peruano,  ahora  con doscientas millas de ancho y novecientos mil kilómetros cuadrados, de acuerdo a cifras de la Sociedad Geográfica de Lima. Los chinchas tenían largas rutas por mar y tierra, y visitaban muchas poblaciones  adonde llevaban una diversidad de mercancías.

Los antiguos habitantes de la costa perfeccionaron a través de milenios las artes de pesca. En un amanecer trataron de coger los peces con las manos. Hubo un tiempo en que hicieron pequeños diques, en los lugares donde los ríos entraban al océano,  generalmente cuando bajaban su caudal.  Luego inventaron redes de diferentes tamaños para coger unas y otras especies. Como se ve en los dibujos que mandó hacer el obispo Baltazar Jaime Martínez de Compañón podían ir en naves más grandes que acomodaban en pareja para sacar una mayor cantidad. Instrumentos primigenios se han encontrado en Caral, cuya gente debió abastecerse en el puerto que actualmente es Supe.
Así como las artes de pesca demuestran el talento de los abuelos antiquísimos para hacerse a la mar,  igualmente evolucionó la gastronomía.  Si se puede conjeturar que los primeros peces se comieron crudos, después debieron asarlos poniéndolos sobre piedras calientes o envueltos en hojas gruesas,  agregándoles sal y unas pequeñas hierbas olorosas. En algún momento usaron el jugo ácido del tumbo para prepararlos sin necesidad de fuego. Ese debió ser el origen del seviche, ceviche o cebiche, que varía solo en su escritura.  

En el Museo de las Ciencias de la Salud, que existió en la calle del Arzobispo, hoy segunda cuadra del jirón Junín, a media cuadra de la Plaza de Armas, el médico historiador Fernando Cabieses ofreció a los periodistas, a mediados del siglo pasado, un almuerzo con platos prehispánicos. Entre ellos figuraba el seviche que preparó Melchor Salomón, quien heredó estas especialidades de su madre en un pueblo diminuto al norte de Lima.
Salomón  demostró la antigüedad del plato nacional que probablemente se cocinaba con el jugo del umbo. Tal como lo presentó alcanza un sabor y aroma exquisitos que, personalmente, nunca he vuelto a probar. El limón también lo cocina y es agradable pero no tiene nada que ver con el tumbo, un fruto de nuestra tierra, una delicia maduro, pero de una acidez incomparable cuando está verde y cargado de fragancias. Marinar la carne de pescado en su jugo es un verdadero lujo que ahora no es fácil de conseguir.
Hay que agradecer el impulso de Kuniraya que llevó por los aires al mar  los peces que Urpi Wachaq guardó en un cántaro celosamente. Las circunstancias hicieron que perdiera a Kawillaka. Ella y su hijo se convirtieron en islotes que se pueden ver frente a Pachakamaq. por mucho tiempo.  Por ende se puso al alcance de todos un producto alimenticio que tiene un alto porcentaje de nutrientes.
Alfonsina Barrionuevo


lunes, 9 de diciembre de 2019


EL UKHUMARI Y KUKULI (II)
Kukuli, la primera película filmada en qechwa hace más de cincuenta años volvió a figurar entre las noticias del cine peruano. La desaparición de Judith Figueroa, su protagonista, fue sentida también en las redes sociales de internet. Sigo con el oso raptor de doncellas y  los realizadores.
Alfonsina Barriomevo

Al cabo de larguísimos años el traje de Q’atqa que lució Kukuli es una evidencia étnica. Su corte aún se mantiene con una variante, la aplicación de enormes florones que popularizó un bordador de Huancayo en el Qosqo. Ofrecerlos a las jóvenes de sus comunidades fue un gran negocio para él Desde fuera ‘modernizó' sus polleras, casacas y hasta las graciosas monteras tomadas al  asalto, ganando en alegría, pero perdiendo en elegancia e identidad. Sus diseños ecológicos de aves, flores, reptiles, ojos de agua, ríos, campos sembrados, que era nominativo de su lugar de origen fueron dados de baja.
Cuando Hernán Velarde, Luis Figueroa y César Villanueva concluyeron el libro de cine se perfiló la necesidad de incorporar al equipo una persona experimentada en filmación. No tuvieron que pensarlo dos veces. En el Qosqo ya era conocido Eulogio Nishiyama que había hecho cámara en dos películas extranjera, además de ser su amigo. Hombre de pocas palabras apenas se lo plantearon dijo que bueno y fue suficiente.  En el Qosqo tenía su fotografía y medios para conseguir el material  indispensable. Las soluciones de cualquier problema las tenía siempre a mano. En un Corpus memorable para mí me dio su cámara Rollei nueva, una preciosidad de cuatro por cuatro, para que tomara fotos de las vírgenes y santos que quería mostrar en colegios de Lima. Quise que un fotógrafo profesional me las tomara y como pidió una suma exorbitante compre mi pasaje en avión, una cámara de segunda mano y fui al Qosqo a la aventura. La cámara se atascó pero su ayuda me salvó. Le advertí que nunca había tomado una foto y dijo que lo haría bien. El tiempo era ideal, ajustó la Rollei en 125 de velocidad y 16 de apertura, y solo me dio un consejo, que cuidara siempre de tener tras mío la luz del sol como una lámpara.


En tiempo de carnavales los solteros de las comunidades campesinas, hombres y mujeres, se reúnen lugares estratégicos para encontrar pareja. No fue posible ir a ninguna ni se podía esperar al año siguiente. Ellos se decidieron por la fiesta de la legendaria Virgen del Carmen de Paucartambo. Primero porque era una fiesta grande muy concurrida, con una constelación de bailarines como los saqras de máscaras alucinantes que asustaron a Kukuli. Segundo, por una razón poderosa. En el pueblo de callejas pintadas vivía Raúl Figueroa, hermano de Lucho y de Judith. El grupo fue invitado por el dueño de casa y tuvo alojamiento y alimentación.


El 80% de la filmación se realizó en Paucartambo, desde la entrada de Kukuli al pueblo y a la casa del alferado o mayordomo de la fiesta, donde ella ingresa muy tímidamente para entregar unos quesillos y los huevitos de perdiz acomodados por su abuela en anillos de paja.
El encuentro con Alako es breve y significativo, una fruta y una flor que él le alcanza y que ella recibe con una sonrisa que se apaga porque siente escalofríos cuando ve al ukhuku, el oso, mitad bestia, mitad humano, quien acude a la fiesta para comenzar a perseguirla.
Alako fue Víctor Chambi, hijo de Martín Chambi, el famoso fotógrafo de Coasa, Puno. Llegó de estudiar artes gráficas en Buenos Aires, Argentina, y se encontró con la propuesta para encarnar al protagonista. Al principio su negativa fue rotunda. No le gustó tampoco vestir el traje andino. Al pasar los días, con la presión de sus familiares y amigos su resistencia fue disminuyendo y terminó situándose dentro de la historia. Sobre todo porque su papel sería muy corto. 

El ukhuku arrancó a Lizardo de su trabajo cotidiano, el recordado Ciskucha Pérez, que era regerte del colegio de Ciencias y director de danzas del Centro Qosqo de Arte Nativo, para crear zozobra en la pantalla. Un ligero problema en la rodilla que lo hacía cojear a ratos enriqueció a su siniestro  personaje.
En la vida real tras la faz abismal del hombre oso se ocultaba el gesto sonriente del profesor que animaba las noches con historias entretenidas. En las aberturas del wakolo uno de sus ojos que era gris brillaba con perversidad.
Antes de la fiesta los responsables de la película estuvieron muy atareados con los preparativos y el reconocimiento de los espacios, plazas, calles, tiendas,  casas e iglesia donde se harían una diversidad de tomas. Cuando llegaron las vísperas, el día y el kacharpari o despedida las filmaciones se sucedieron unas a otras. Después sobró el tiempo para jugar ‘negocios’ en las noches o asistir a invitaciones.

En los últimos días el grupo visitó al renombrado ‘Manicomio Azul’ que así se llamaba porque en su huerto la naturaleza había enloquecido con los injertos que hacía a sus frutales Luis Angel Yábar, implacable señor que detentaba las tierras de los milenarios q’eros, a quienes obligaba según rumores turbios a proteger el manicomio con sus cuerpos en tiempos de excesiva creciente del río Llavero. En su faceta de investigador Yábar llegó a inscribir con su apellido algunas variedades de papas. Admirador del genetista ruso Nikolai Vavilov cuentan que casi se cayó de espaldas al descubrír que se alojó en su casa, cuando pensó que nunca lo conocería.
Nishiyama, Figueroa y Villanueva, se quedaron unas semanas con Judith, Víctor y Lizardo Pérez para escenificar tomas de apoyo y otras en que sufrieron los rigores del frío de las punas. El material obtenido viajó a Buenos Aires, Argentina, para obtener el copión, básico para editar. En ese lapso se limaron asperezas, y Sebastián Salazar Bondy, prestigioso periodista y  amigo, escribió la narración con la asesoría de Hernán Velarde. Finalmente ‘Kukuli’ se estrenó en el cine Le París en la avenida La Colmena. Conquistó comentarios favorables en los periódicos y revistas publicaron crónicas y entrevistas, tuvo exhibiciones itinerantes y ganó un premio en el Festival de Cine de Karlo Vivary. En esos años no fue fácil hacer copias. Las dos o tres conocidas se destiñeron hasta que más tarde Figueroa, avisado por amigos que se había hallado el original de la capital argentina, viajó y trajo el film, al Perú ya en DVDs. Hoy se puede ver en computadora o laptop la conmovedora despedida de Kukuli de sus abuelos, su paso cerca de las chullpas de Ninmarka o su fatal encentro con el ukhumari. El autor, los realizadores, sus actores y la actriz han dejado el mundo real para seguir viviendo en la ficción del celuloide.

domingo, 1 de diciembre de 2019


KUKULI Y EL UKHUMARI
He buscado huellas de ‘Kukuli’, el film. Hay tan pocas que me he animado a evocar algunas. Sirva mi testimonio  para dar luz a su recuerdo.  
Alfonsina Barrionuevo
La leyenda del oso raptor de doncellas inspiró a Hernán Velarde, periodista y poeta cusqueño, para escribir la historia de Kukuli, la primera película en qechwa que se filmó en tierras inkas. Su idea entusiasmó a César Villanueva, fotógrafo wanka, Junín, y a Luis Figueroa Yábar, también de  Qosqo, quien estudió bellas artes con el deseo de hacer cine alguna vez. Dueños de su tiempo en ese momento los tres amigos decidieron trabajar el guión, una aventura que los apasionó. Ninguno tenía un sol en el bolsillo para realizar ese sueño, mas no se preocuparon, ya se vería después. El punto de reunión fue el departamento donde vivía el primero, en el edificio Mogollón de la segunda cuadra del jirón Moquegua, Lima, que se recuperaba de un grave problema broncopulmonar. Para entonces corría la primera década de la segunda mitad del siglo XX.

El Ukhumari y Kukuli
Las acciones del oso de marras, llamado de anteojos por las manchas blanquecinas que rodean sus ojos, salían del marco real para pasar al imaginario popular. En época de cosecha suele entrar a las chacras para robar choclos tiernos, pero decían en los pueblos que a la vez se atrevía  a llevarse a una mujer a su cueva, llegando a tener un hijo con ella. Velarde tomó a este ser, mitad humano por la madre y mitad bestia por el oso, como protagonista porque podía moverse sigilosamente, a su antojo. En la gran fiesta de Qoyllur Rit’i, que congrega en la hoyada de Sinaqara, Quispicanchi, a miles de peregrinos en busca de la energía cósmica que irradia una estrella al nevado, el ukhuku, cuyo nombre proviene de haber nacido en el interior del Ande, desempeña una especie de inquietante rol sacerdotal. Solo los ukhukus, porque el oso humanizado se multiplica para intervenir en el evento, pueden arrancarle los bloques de hielo que los asistentes esperan con ansias por sus poderes mágicos para fecundar los surcos.
La creación de la obra demandó varios meses de trabajo al grupo que vivió intensamente el encanto del tema andino. Cada uno ponía su experiencia terrígena en la visualización de cada toma. Además de su identificación con los lugares y sus habitantes, su forma de conducta, creencias y costumbres. Siempre existió un buen clima en las propuestas para el desarrollo de cada escena. Sus afanes concitaban mi atención cuando volvía de mis primeras incursiones en diarios y revistas de Lima. Hasta llegar a su término Figueroa y Villanueva fueron asiduos del departamento del jirón Moquegua donde se enfrascaban en las secuencias. Hernán guardaba reposo por disposición médica, pero sin exagerar, mientras ellos se turnaban para anotar los pormenores que se iban enlazando en el drama.
Un día Lucho se apareció con un extraño obsequio de pendientes para mí que eran un desafío. Se trataba de dos ratoncitos recién nacidos que debía ponerme en las orejas. Claro que los acepté. Habían sido hechos con tal perfección que adonde fui la gente reaccionó de distinta manera, con exclamaciones porque creían que estaban vivos y se admiraban de cómo podía llevarlos conmigo.

Alako y Kukuli
El pedido de mano para el matrimonio en las comunidades campesinas varía, presentando interesantes notas poéticas. Hay acuerdo entre los padres de familia, obedece a la propia decisión de las parejas o es el producto de un  concierto de comunidades aledañas que son celosas guardianas de viejas tradiciones.
Al margen hay una inesperada opción para quienes permanecen solteros por diferentes motivos. Ellos pueden lograr un compromiso en las fiestas de carnavales que se llevan a cabo con ese propósito. No importa que sean un poco mayores, basta que ostenten el banderín que proclame su solterío. En este caso co argumento inicial pensaron los guionistas de Kukuli.
En la película la joven doncella ruega a sus abuelos, el machula y la mamala, que la dejen irse para buscar compañía. Les confiesa que sus noches son frías y largas porque el amor está ausente de su vida, necesita apagar su soledad. A ellos no les queda más que asentir. Dejará el rebaño de llamas que cuida por unos días y promete volver.  Baja de sus alturas, llega a una abra y otra  llevando en su q’epe una cesta de huevitos de perdiz en una cama de paja y unos quesillos para el mayordomo o alferado, en cuya casa se alojará.
El nombre fue sugerido por Hernán porque la kukuli es la reina de las palomas. Tanto le gustó que se lo dimos a nuestra segunda hija. La elección de la actriz para interpretar su papel despertó interés en el medio. Se barajaron algunos nombres, pero el problema no eran las actrices sino sus honorarios. Lucho Figueroa lo solucionó. Su hermana Judith podría asumirlo sin costo. Le hicieron algunas pruebas y encajó con gracia en el personaje. Era un poco pecosa y lo arreglarían con el maquillaje. Tenía el cabello más o menos corto que no se notaría con una buena peluca.
En esos años estuvo muy en boga el traje de Tinta con pollera talqueada pero daría mejor el de Q’atqa de polleritas cortas en repollo, jubona adornada con botones y grecas,  y montera redonda de pana con una coqueta caída sobre rostro enmarcado por el colorido  barboquijo de gruesa cinta labrada traída de Alemania.
(Hace unos días Judith Figueroa murió en Vancouver, Canadá. Tenía como un siglo rielando en sus pupilas.  En la pantalla grande conserva su frescura, su aire gentil)

domingo, 24 de noviembre de 2019


ALGO QUE QUITA EL SUEÑO  
Es curioso como solo un español vio los tesoros del Qorikancha, el templo de oro del sol, y los describió para la posteridad. Aquellos que llegaron por primera vez al Qosqo resplandeciente de la tercera década del siglo XVI, Martín de Moguer, Martín Bueno y Juan de Zárate, para tomar su botín, no tuvieron la capacidad de hacer reseña alguna. La codicia embargó sus sentidos y se lanzaron desesperadamente a desprender de los muros del Qorikancha el rico metal que los cubría. Seguramente los vio de otra manera Francisco de Jerez,  el tesorero de Francisco Pizarro, pero no fue más allá de una relación magra para la Caja Real de Sevilla. La mayor parte del saqueo, tablones, fajas y cuartones, fue derretido en Cajamarca.
Tenía que ser Bartolomé de las Casas quien se fijara en ellos desde otro punto de vista, del diletante. Nacido en Sevilla en 1484, estudiante de leyes en Salamanca,  encomendero y fraile dominico, que llegó a la alta dignidad de obispo de Chiapas en 1550 y murió en Madrid en 1566. Abrió los ojos deslumbrado ante tal magnificencia y si usó la pluma sin pensarlo dos veces para hacer una narración de cuanto escuchó sobre los señores Inkas, que colocaron espigas de oro en el techo de paja de sus edificios sacros. Mucho dice de él su declaración de que no fue a conocer el Qosqo, la maravillosa capital, porque debía atender su protectorado de indios y defenderlo de los conflictos provocados por otros españoles. Esa decisión no impidió que se interesara todo lo que pudo por ella y que preguntara minuciosamente sobre sobre las gentes del Perú a cuanto viajero había ido a sus predios.

Resultado de imagen para bartolome de las casasEl fraile dominico de La Española, Centro América, nunca pisó tierra peruana, pero tuvo la fortuna de contemplar las piezas del Qorikancha rumbo a la península. Muy cerca suyo los galeones del rey debieron esperar que llegaran de tierra firme los valiosos cargamentos. Envíos millonarios que observó pasmado desde un lugar lejano, ‘a tres mil leguas de tierra’ al sur. Es evidente que sus reflejos áureos además de su belleza le inspiraron, pues tenía que expresar su admiración por algún medio. En su libro comentó que los tablones del rico metal, los cuales hasta había palpado, tenían el tamaño y la hechura de los respaldares de las sillas conventuales y un grosor poco más de su dedo pulgar. Ver tantas cosas, que fueron extraídas a punta de barretas de cobre, lo dejaron ensimismado. 
El efecto que le causó una especie de silla de oro, tal vez de una waka o adoratorio, avaluada en diecinueve mil pesos de oro, y de otro asiento que tendría unas ocho arrobas de oro, lo extasió. Aquello estaba fuera de su realidad en una región desconocida. La ciudad que pudo generar tales riquezas remeció su espíritu.

Las páginas de sus crónicas son un documento digno de leerse. ‘Yo vi, declaró, una tinaja donde cabrían tres y cuatro arrobas de oro’. En cada pieza  ‘espantable’, observó con énfasis, mezclaron diestramente la plata con el oro, luego el oro con la plata y el barro sin soldaduras en verdadera proeza. Tinajas con base de barro y desde la mitad para arriba de plata. Otras en las que los orfebres hacían derroche de arte al fundir primero la plata y bajando en degradé la iban articulando y combinando con el oro en un alarde de suma delicadeza. Había tinajas con pie o base de barro, al centro una envoltura de plata y  más arriba de oro. Otro primor consistía en que llegando la plata hacia el oro iba perdiendo su color  para tomar el de aquel y viceversa. En las vajillas, fuentes y candeleros (¿) desbordaban los follajes y labores de adorno dando lugar a que se agregara a su valor el arte que nunca se mencionó. Señaló incluso unas ollas de barro cubiertas con hojas de oro.
De las Casas afirmó que no había oficial entre los ibéricos que lograse algo semejante. Aquello que habían hecho en el Qosqo quitaba el sueño.
Se dice que al escuchar comentarios sobre estos trabajos extraordinarios llevados del Nuevo Mundo el famoso orfebre florentino Benvenuto Cellini viajó a Sevilla para verlos. Se ignora cómo los vio de las Casas, quizá le sirvió su condición de fraile con autoridad porque tuvo varios cargos o fue su amistad con los encargados del transporte de tales joyas. Hombre culto, filósofo, su sensibilidad nos permite tener verdaderas primicias sobre la obra de los orfebres y plateros que recurrieron a sorprendentes técnicas y artes para encumbrar los templos del Qosqo.
Alfonsina Barrionuevo

domingo, 17 de noviembre de 2019


LAS CUENTAS DE WAKARAPORA

Pedro Cieza de León, nacido en Llerena, Sevilla, autor de ‘Crónica del Perú’ y ‘El Señorío de los Incas’, cruzó  el Atlántico en 1535 a los 15 años de edad. Se quedó en Colombia y estuvo en el Perú de 1547 a 1550. Volvió a España y falleció en 1554, a los 34 años de edad.

El Perú le impresionó y al encontrar que buena parte de la información que anduvo recogiendo estaba en unas cerdas y nudos se resistió a darles una calidad de escritura. Tenía que averiguarlo y quedó espantado cuando Wakarapora, kuraka de Markawillka, Xauxa, respondió a su inquietud haciendo que le llevaran un gran khipu. En amistosa visita rogó al señor que le explicara cómo funcionaban dichos cordeles para contar hechos pasados. Este accedió amablemente y antes de comenzar le dijo que allí tenía las cuentas de cuanto envió al capitán Francisco Pizarro a Cajamarca hacía catorce años.  Los hilos eran de variados colores, de diferente grosor, algunos más pequeños anexados, y los ñudos estaban dispuestos juntos o separados. Levantando cada uno le explicó con exactitud, como si lo estuviera leyendo, el número de hombres de apoyo y mujeres de servicio que le mandó, la cantidad de oro y plata anotada en hilos amarillos y blancos, la ropa kunpi tejida con fibra de alpaka, los sacos de maíz, los camélidos para la carga y alimentación, y hasta los fardos de leña y  otras cosas por muy menudas que fueren.*
Los hilos y ñudos de cuentas daban razón de los gastos que se habían hecho  y otras cosas. En los nudos se contaba de uno hasta diez, y de diez hasta cien y de cien hasta mil.
Al pasar los hilos estos fueron detallando pormenores interesantes además de las cifras en otros ñudos. Ante la precisión el sevillano confesó en su crónica que el régulo Xauxa lo dejó pasmado. 


(Unas cuentas parecidas recibió la Corona de señores también de Jauja para fundamentar su excepción de los tributos por haber ayudado a los conquistadores. Las notas  revelaban que los khipus contenían más que una simple relación  de cifras. La descripción minuciosa de cuánto se había  anotado. Nombre de los sitios que contribuyeron, número de estancias en que fueron seleccionados los animales, la identidad de quienes tejieron las ropas y otros bienes confeccionados especialmente, citando en algunos casos trabajos finos de prendas con argentería, bordados con oro y plata trabajados por plateros expertos, incluyendo aderezos de esmeraldas, turquesas y otras gemas preciosas, así como chakiras menudas.)  

En otro capítulo que es temprano, porque su obra sobre el señorío de los Incas data de 1549 más o menos, menciona por primera vez a unos indios viejos de Qosqo muy diestros en manejar tales cordeles. Estos eran convocados para asentar en sus khipus unos cantares que otros ancianos muy hábiles, de ingenio y vivo juicio, (eran quizá los harawikuq) hacían de hechos que habían pasado  en las provincias, “ora prósperas, ora adversas”. Los cantares se interpretaban una sola vez y tenían lugar en los funerales del Inka  para que fueran escuchados por su sucesor.

Los khipukamayoq los copiaban en sus grandes ramales con cuerdas y ñudos para que no fueran olvidados. Los cantares se iniciaban poéticamente poniendo como testigos “al Sol y la Luna, la Tierra, los montes, los árboles y las piedras…” y así se pasaban a los khipus.
Carlos Araníbar, prologuista de Cieza de León, comenta que ‘el  trashumante hurgador de antiguallas’ recogió de Kayo Thupaq Yupanki y de orejones amigos de Qosqo  la versión oficial de los yngas yupangues, reyes antiguos que fueron del Peru.’”
La impresión de orden y justicia que observó durante su recorrido de tres años fue enorme sin dejar de advertir los daños que causaban los españoles, indica Araníbar. En la denuncia fue implacable. ‘Las ciudades por donde pasaban parecía que habían sido consumidas por el fuego, sin pensar que llegaran nunca a reponerse”, y censura a “los que escriben sin ver ni saber la tierra  de donde escriben’.

Cieza y otros cronistas dan testimonio fehaciente en sus manuscritos de la validez de los khipus como escritura inka. Ésta y otras revelaciones se encuentran en mi libro ‘Qué dicen los khipus’.
Ellos hablaban.
Alfonsina Barrionuevo

domingo, 10 de noviembre de 2019


LOS MASTODONTES DEL QOSQO
En el Qosqo me gustaría vender al turista, que busca cómo admirarse más, la visión de cientos de mastodontes rodeando el lago donde ahora quepa la ciudad. Las monumentales bestias que existieron en el ñaupapacha, tiempo sin edad, apretujándose para beber sus aguas. Restregándose después en sus muros de piedra para retirarse a un sector inédito de Saqsayman. Hacerlo con la imaginación no cuesta nada. Hoy es interesante hacerles un ligero contraste observando al ágil pajarito que salta en el sector de Lanlakuyuq. Un mondadientes alado para ellos. La idea de que esos colosales antepasados volvieran con la mente aunque sea solo por segundos es fascinante. El resto, con mucho de verdad, forma parte de su historia  hace un siglo y pico.
Retroceder a 1911  cuando el geólogo Herbert Gregory  y  el osteólogo  George F. Eaton estaban explorando los cerros del  Qosqo, se llenaron de asombro al encontrar restos óseos fósiles de inesperadas criaturas. Ambos formaban parte de la Expedición Científica de la Universidad de Yale, Estados Unidos de Norteamérica, que acompañó a Hiram Bingham. Ambos sumaron al  hallazgo prehistórico un descubrimiento que los conmocionó. La majestuosa ciudad inka que tenían a la vista ocupaba el lecho de un inmenso lago glacial desaparecido en una época remota al que dieron el nombre de Morkill. Según he averiguado,  sin confirmación, sería el apellido de un hacendado que les facilitó provisiones, cabalgaduras y hospedaje para que pudieran delimitar su contorno. 

Los fragmentos óseos que hallaron en sus exploraciones pertenecían a un mastodonte, parecido al mamut, predecesor del elefante actual que parecería a su lado del tamaño de una hormiga isula colosal, si se considera que el otro tenía la dimensión de un edificio de tres pisos; y, de un glyptodonte, igualmente gigantesco, lejanísimo pariente de nuestro armadillo o kirkincho, cuya caparazón se convierte en caja de resonancia musical del charango o chillador de muchos poblados.
Resultado de imagen para mastodontes en peruMás tarde salieron al descubierto en localidades cercanas más  vestigios de una megafauna. Abuelísimos megaterios parecidos a los perezosos; más glyptodontes  recubiertos de gruesas placas exagonales como acorazados; paleollamas de enormes lampos de fibra; agresivos felinos de colmillos mortales y antiquísimos caballos que acabaron yéndose a galopar a la Patagonia. Los cambios climáticos y quién sabe la pérdida del lago  influyeron en la extinción de estos descomunales animales.  En 1946  el biólogo cusqueño Carlos Kalafatovich encontró fósiles de algas y caracoles ampliando su impresionante panorama.
La idea* de reproducir el lago Morkill gráficamente, para que se aprecie como habría sido en una época auroral, permite hacer una regresión para explicar la existencia de Qosqo desde que el fuego magmático resquebrajó la megamasa que nos tocó y empujó los Andes arrugándolos. Voy pasando los dedos sobre sus relieves y siento la trasmisión de una energía estremecedora. En cada orqo o cresta de la cordillera  pareciera que duermen bajo toneladas de arcilla y arena mastodontes, glyptodontes y megaterios que poblaron sus orillas en la eras de finales de la  terciaria y gomienoz de la cuaternaria, como dicen los estudiosos.
Nunca se hubieran encontrado con seres humanos pero formaron una corona de vida que impregnó el ambiente del cáliz de roca que albergó a  los Hermanos Ayar y su gente. Su rispidez fue un desafío al que respondieron sin dar un paso atrás, intuyendo  que podrían transformar el erial con la fuerza de sus sueños. Si algo conquistó su espíritu debió ser la sensación de seguridad que se desprendía de los cerros circundantes y la presencia grata del agua susurrando promesas  al deshacer sus melenas en húmedas caricias. El lecho pantanoso no los arredró. Era un trabajo que tendría que hacerse en el futuro.
Alfonsina Barrionuevo
Leer más en mi libro ‘Qué dicen los khipus’. Se encuentra en las librerías Virrey, Cultura Peruana y Estruendo Mudo de Miraflores, y Librería Sur y Communitas de San Isidro.
  * La simulación que mandó hacer Ana María Gálvez. para el Museo Histórico Regional “Casa del Inka Garcilaso”, cuando fue su Directora,  hace patente la dimensión del lago Morkill que se extendía desde Saqsaywaman  hasta Lucre.

martes, 5 de noviembre de 2019


TESTIMONIO

Muchos se preguntarán por qué habiendo estudiado leyes y terminado con mi graduación en la Universidad Nacional Mayor de San Marcos, me dediqué al periodismo. Tuve la intención de ejercer y la suerte de ingresar a un estudio de prestigio. Ya tenía cierta experiencia, pues, escribía en ‘El Comercio Gráfico’ una página llamada ‘Sea Ud. el Juez’. En el archivo de la Corte Superior de Justicia tomaba semanalmente cinco casos exponiendo motivos, agravantes, atenuantes y forma de actuar de la gente juzgada, de acuerdo inclusive a sus regiones. En el estudio me encargaron uno patético que no quise defender. Se trataba de un delincuente execrable. Me respondieron que era un ‘cliente’ y siendo así debía atenderle. Llevé el caso y logré sacarlo en libertad condicional, pero no acepté el sobre con mis primeros honorarios, solicité que se lo dieran a la madre de la víctima con mis disculpas. El jefe del estudio comentó que había hecho un buen trabajo y me auguró nuevos éxitos. Aproveché el momento para renunciar. Elegí el camino del periodismo y siento que hice bien. Nada mejor que luchar por una hermosa causa y tener la conciencia tranquila.
Mi admiración por el Perú se fue construyendo a medida que pasaban los años. Era yo una niña tan delgada que mi padre, escuchando el consejo del médico, me llevó al campo, a la casa de su madre en Huaro. En ella me sentí tan sola que buscaba el calor de la cocina. Aunque colgaban del techo unas estalactitas de hollín, me acomodaba en un poyo cubierto con un pellejo suave junto al fogón, y disfrutaba el cariño de las mit’anis a la par que  su comida, mote, kancha y a veces un charki tostado.

Resultado de imagen para huaro cuscoCuando desaparecía de la tienda de la abuela, de mi cuarto, o del caserío de la hacienda de un pariente, donde pasábamos las vacaciones, siempre me encontraban en las cocinas donde solía ser una oyente gratificada de mitos, leyendas, cuentos fantásticos y otras historias. Allí recibí las mejores lecciones de esta religión de amor a lo nuestro. Nunca me fallaron, ni ellas ni la gente que encontraba en panpas (1) donde no había ni una bodega modesta. Sentada sobre el ichu punero compartían conmigo su chuño amargo con queso  que  sabía a gloria.
He recorrido mucho los caminos de todas las regiones, desde el nivel del mar a las nieves ternas, gozando de amaneceres soleados y atardeceres de encanto, arenales, cerros, ríos, bosques, una fauna y flora sorprendente. En años pasados, con los fotógrafos que ilustraban mis artículos, y más tarde con equipos de televisión, llegaba a lugares remotos a pie, a caballo, en carros destartalados, avionetas y helicópteros, durmiendo en cualquier parte, en casas parroquiales, vecinales o estancias de pastores donde descansaba sintiendo los escarceos y los gritos amorosos de los kuyes.
¡Ah, los paisajes que yo misma he capturado y me llevaré en mis pupilas cazando maravillas con una reina de las cámaras, la Hasselbladt! He estado en fiestas patronales innumerables, escribiendo a mano alzada en libretas, tan rápido que no podía descifrar mis apuntes y al cabo con una grabadora fiel.
He tenido suerte con mis anfitriones del Ande, siguiendo la información previa de arqueólogos e historiadores en pos de las culturas; conociendo a músicos, cantores, bordadores de ropa celestial para para vírgenes, santos, mayordomos y bailarines que mantienen viejos usos y costumbres.
 No puedo decir cuántas entrevistas he hecho en diarios, revistas nacionales y extranjeras y en los canales de televisión. Creo que a su manera todas fueron personalidades que me enseñaron mucho. Alcancé a conversar con el gran sociólogo Josué de Castro, autor de la ‘Geografía del Hambre’; con María Reiche, el espíritu de las panpas de Naska; así mismo con la notable Alicia Bustamante, coleccionista del arte popular; el famoso muralista arequipeño Teodoro Núñez Ureta; el escritor de la rupa rupa, Francisco Izquierdo Ríos; Manuel Scorza, el novelista que terminó atrapado en los tapices mágicos de la tejedora del tiempo  y otros de un mundo cultural que se reunía en la capital.
Tuve la suerte de hablar con José María Arguedas, quien escribió con sangre las trágicas historias de su tierra, y a Ciro  Alegría, el narrador de ‘Los Perros Hambrientos’, aunque más que hablarles los escuchaba pues para mí, que me iniciaba, eran verdaderas montañas. Ellos sabían muy bien cuánto debíamos luchar los provincianos en un medio hostil al que aportamos  nuestros valores y banderas.
Al principio mis temas no interesaron a los directores de diarios y revistas, hasta que tuve una página llamada ‘Descubriendo el Perú’ y comencé mis viajes. Nunca me rendí, ni siquiera cuando me enviaron al Frontón, la isla prisión, varias veces. Lo peor que podía pasar era que la lancha donde iba se pudiera volcar y entonces la reflotarían primero, para luego rescatar a los náufragos en un mar convulso. Yo  estuve curada de espantos. Llegué a conocer todas las cárceles de Lima, algunas con hombres que perdieron la razón y eran un despojo. La carceleta del Palacio de Justicia me dio escalofríos cuando cerraron su enorme reja tras mío y del juez que me iba a relatar algunos casos. Me aconsejaron que debía cuidarme del ‘manteo’, cuando se cerraban en círculo para robar o manosear a los visitantes. No ocurrió tal cosa, se enteraron que era periodista e hicieron fila para pedirme que entregara sus cartas a sus familias.
Ellos eran el rostro de los olvidados por la ley.
Alfonsina Barrionuevo
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(1) Panpa. Palabra qechwa. Se debe escribir con ‘n’.


domingo, 27 de octubre de 2019






LA ESCRITURA INKA  
Muchos se habrán preguntado por qué el khipukamayuq de Wiñay Wayna resultó invitando a la presentación de mi libro en la Municipalidad de Miraflores. Quise seguir su línea mágica en una tarde envuelta en resplandores. El ocaso calmo, empozando el aire por uno segundos hasta que la visión desapareció.  
El khipukamayuq me motivó, sin yo saberlo entonces, para escribir mi libro, ‘Qué dicen los Khipus,’ y quise que una vez en letras de molde asumiera la responsabilidad de convocar a los lectores.
En el 2005 cuando fui a Machupiqchu por el camino inka de tres días a pie lo vi, con nitidez, casi al terminar el recorrido. Debo aclarar que nunca más me ha ocurrido nada semejante e  inesperado. Estaba muy lejos, delante de un cerro del  sector de Wiñay Wayna, con un unkhu o túnica de oro que destellaba al sol del atardecer. Entre sus manos y mostrándolo agitaba un enorme khipu, también de oro, para llamar mi atención. Como era lógico mi guía no pudo verlo. Su mensaje era solo para mí.
Me pregunté entonces qué buscaba el extraño personaje. En el 2011 se cumplieron cien años de la apertura del famoso santuario y creí que eso debía ser y escribí el libro ‘Templos Sagrados de Machupiqchu’, investigando y atando cabos en los conocimientos de varias comunidades campesinas, que me permitieron ubicar unas quince  wakas. Pasaron unos años y sentí en mi interior que aquel no era su deseo y volví a pensar qué quería el misterioso escritor de hilos y ñudos.
Creo que el presente ensayo, sobre el Khipukancha, los khipukamayuq y sus escritos en cordeles, responde a su pedido.
En su desarrollo he optado por un punto de vista inédito, dentro del marco de la mentalidad andina, dejando de lado la occidental, para intentar la reinterpretación de hechos y versiones que los cronistas acomodaron a su beneficio y a la óptica de la Corona española y sus representantes en América.
Por tiempo innumerable se ha sostenido que los khipus servían solo para hacer cuentas, sumar, restar, dividir. Sin embargo, existieron otros en el Qosqo, a los cuales llama históricos Raúl Porras Barrenechea. Esos khipus constituían una modalidad propia de escritura para conservar memorias relativas a la vida de los Inkas y a cuanto sucedió en sus trescientos años de gobierno aproximadamente. 
En el mundo, en museos, archivos y colecciones privadas  existen, según los estudiosos, alrededor de novecientos y tantos khipus. Según ellos no hay uno solo inka y en su totalidad son contables. En el caso de los históricos se mantiene su misterio y no se puede encontrar una clave para descifrarlos porque no se ha hallado ni un ejemplar. Los khipus de escritura que alcanzaron a ver los cronistas se quemaron por peligrosos a partir de 1583 por acuerdo del Tercer Concilio Limense.
Pero, se puede saber qué dicen los khipus. Los españoles que llegaron a nuestro territorio no sabían de su existencia. Arrasaron el Qosqo y llegado un momento, aún el siglo XVI, recurrieron a los khipukamunayuq, ‘los indios viejos’, para recoger un rico y vasto material. Ellos les dictaron  leyendo en sus cuerdas y khipus los acontecimientos pasados en  cientos de años atrás. En los manuscritos se encuentran sus testimonios para quienes quieran extraerlos de la interlínea de sus crónicas.  

Foto: Fernando Seminario
Espero que al fin los khipukamayuq sean considerados como maestros de una escritura ‘sui generis’ y propia del Perú, expertos de khipus en la confección y el  manejo de los archivos del Khipukancha, el mismo que fue destruido por los usurpadores. Al referir su contenido los sobrevivientes salvaron una importante información del Tawantinsuyu.
Anhelo que un día las calles de la antigua ciudad emperadora, por lo menos aquellas que corresponden a la cabeza, el cuerpo, las patas y la cola del puma cusqueño, lleven placas con el nombre de los santuarios que Pachakuti Inka Yupanki diseñó, dentro de la silueta del felino. Será interesante que sus habitantes conozcan desde su niñez dónde quedaban las wakas o sitios sagrados del sol, la luna, las estrellas, el agua, el viento y el granizo, entre otros, que marcarán n sugestivos circuitos a miles de visitantes.
Alfonsina Barrionuevo