KUKULI Y EL
UKHUMARI
He
buscado huellas de ‘Kukuli’, el film. Hay tan pocas que me he animado a evocar
algunas. Sirva mi testimonio para dar
luz a su recuerdo.
Alfonsina Barrionuevo
La
leyenda del oso raptor de doncellas inspiró a Hernán Velarde, periodista y poeta
cusqueño, para escribir la historia de Kukuli, la primera película en qechwa
que se filmó en tierras inkas. Su idea entusiasmó a César Villanueva, fotógrafo
wanka, Junín, y a Luis Figueroa Yábar, también de Qosqo, quien estudió bellas artes con el
deseo de hacer cine alguna vez. Dueños de su tiempo en ese momento los tres amigos
decidieron trabajar el guión, una aventura que los apasionó. Ninguno tenía un
sol en el bolsillo para realizar ese sueño, mas no se preocuparon, ya se vería
después. El punto de reunión fue el departamento donde vivía el primero, en el
edificio Mogollón de la segunda cuadra del jirón Moquegua, Lima, que se recuperaba
de un grave problema broncopulmonar. Para entonces corría la primera década de
la segunda mitad del siglo XX.
Las
acciones del oso de marras, llamado de anteojos por las manchas blanquecinas que rodean sus ojos, salían del marco real
para pasar al imaginario popular. En época de cosecha suele entrar a las
chacras para robar choclos tiernos, pero
decían en los pueblos que a la vez se atrevía
a llevarse a una mujer a su cueva, llegando a tener un hijo con ella.
Velarde tomó a este ser, mitad humano por la madre y mitad bestia por el oso, como
protagonista porque podía moverse sigilosamente, a su antojo. En la gran fiesta
de Qoyllur Rit’i, que congrega en la hoyada de Sinaqara, Quispicanchi, a miles
de peregrinos en busca de la energía cósmica que irradia una estrella al
nevado, el ukhuku, cuyo nombre proviene de haber nacido en el interior del
Ande, desempeña una especie de inquietante rol sacerdotal. Solo los ukhukus,
porque el oso humanizado se multiplica para intervenir en el evento, pueden
arrancarle los bloques de hielo que los asistentes esperan con ansias por sus
poderes mágicos para fecundar los surcos.
La
creación de la obra demandó varios meses de trabajo al grupo que vivió intensamente
el encanto del tema andino. Cada uno ponía su experiencia terrígena en la
visualización de cada toma. Además de su identificación con los lugares y sus habitantes,
su forma de conducta, creencias y costumbres. Siempre existió un buen clima en
las propuestas para el desarrollo de cada escena. Sus afanes concitaban mi
atención cuando volvía de mis primeras incursiones en diarios y revistas de Lima.
Hasta llegar a su término Figueroa y Villanueva fueron asiduos del departamento
del jirón Moquegua donde se enfrascaban en las secuencias. Hernán guardaba
reposo por disposición médica, pero sin exagerar, mientras ellos se turnaban
para anotar los pormenores que se iban enlazando en el drama.
Un
día Lucho se apareció con un extraño obsequio de pendientes para mí que eran un
desafío. Se trataba de dos ratoncitos recién nacidos que debía ponerme en las
orejas. Claro que los acepté. Habían sido hechos con tal perfección que adonde fui
la gente reaccionó de distinta manera, con exclamaciones porque creían que
estaban vivos y se admiraban de cómo podía llevarlos conmigo.
El pedido
de mano para el matrimonio en las comunidades campesinas varía, presentando
interesantes notas poéticas. Hay acuerdo entre los padres de familia, obedece a
la propia decisión de las parejas o es el producto de un concierto de comunidades aledañas que son
celosas guardianas de viejas tradiciones.
Al
margen hay una inesperada opción para quienes permanecen solteros por
diferentes motivos. Ellos pueden lograr un compromiso en las fiestas de
carnavales que se llevan a cabo con ese propósito. No importa que sean un poco
mayores, basta que ostenten el banderín que proclame su solterío. En este caso
co argumento inicial pensaron los guionistas de Kukuli.
En
la película la joven doncella ruega a sus abuelos, el machula y la mamala, que
la dejen irse para buscar compañía. Les confiesa que sus noches son frías y
largas porque el amor está ausente de su vida, necesita apagar su soledad. A
ellos no les queda más que asentir. Dejará el rebaño de llamas que cuida por
unos días y promete volver. Baja de sus
alturas, llega a una abra y otra llevando en su q’epe una cesta de huevitos de
perdiz en una cama de paja y unos quesillos para el mayordomo o alferado, en
cuya casa se alojará.
El
nombre fue sugerido por Hernán porque la kukuli es la reina de las palomas.
Tanto le gustó que se lo dimos a nuestra segunda hija. La elección de la actriz
para interpretar su papel despertó interés en el medio. Se barajaron algunos
nombres, pero el problema no eran las actrices sino sus honorarios. Lucho Figueroa
lo solucionó. Su hermana Judith podría asumirlo sin costo. Le hicieron algunas
pruebas y encajó con gracia en el personaje. Era un poco pecosa y lo
arreglarían con el maquillaje. Tenía el cabello más o menos corto que no se notaría
con una buena peluca.
En
esos años estuvo muy en boga el traje de Tinta con pollera talqueada pero daría
mejor el de Q’atqa de polleritas cortas en repollo, jubona adornada con botones
y grecas, y montera redonda de pana con
una coqueta caída sobre rostro enmarcado por el colorido barboquijo de gruesa cinta labrada traída de
Alemania.
(Hace
unos días Judith Figueroa murió en Vancouver, Canadá. Tenía como un siglo
rielando en sus pupilas. En la pantalla
grande conserva su frescura, su aire gentil)
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