domingo, 29 de marzo de 2015

COMPOTA DE DURAZNO EN EL AIRE

En Semana Santa el Cusco huele a compota de durazno. En las casas hierve el dulce con canela y el aire lleva prendido su fragancia de Domingo de Ramos a Domingo de Gloria.  Lo tengo en el recuerdo de años que nunca pasarán porque los llevo tatuados en la memoria de mis células. Días hermosos de iglesias con las puertas abiertas, campanas que se echan al vuelo y cánticos teñidos de fervor. En Lunes Santo el Señor de los Temblores, Patrón Jurado de la Ciudad, recorriendo las calles seguido por una multiud ávida que lo sostiene en sus pupilas. Lunes de lluvia que se seca a sus pies para dejarle pasar. Noches entibiadas por los cirios para la bendición que todos recibían con amor.
Jueves de doce platos en la mesa familiar, entre entradas con pellejito de chancho y habas verdes, sopas despidiendo vapor, segundos con asado y morayas harinosas  y postres de sabor dulzón, regalo al paladar. Jueves de visita a los monumentos del Santísimo con rosarios y velas encendidas y saludos a mediavoz  entre padrenuestros y avemarias fugitivos.  Viernes Santo con el Señor del Santo Sepulcro en la plaza y la Virgen con un rayo de luz en las manos tristes. Santos días de papá y mamá que se fueron y que no tienen para qué volver. Están en mí.


SEMANAS SANTAS DE PERU 

En Semana Santa Surco, el distrito más grande de Lima,  perfuma el aire con el olor de la uva madura para que salga el Señor de la Viña. Ya no está el virrey que acompañaba al Cristo vestido de terciopelo y tampoco quedan las parras, sepultadas hace años por el cemento. Pero el Crucificado, mientras tenga sus devotos, seguirá aromando la noche del Viernes de Dolores con los racimos que adornan su cruz envolviéndola con su dulzura. El ochenta por ciento de los limeños ignoran que tienen tan cerca una Semana de Pasión, con las conmovedoras reminiscencias de antaño. A Surco no le importa. El Domingo de Ramos su antigua plaza se viste de flores lilas y la brisa despeina los cabellos de una bella efigie del Señor, que cabalga gallardo en su burrita blanca, haciendo volar alguna flor artificial de amankay, desde que las urbanizaciones marchitaron las de la panpa donde brotaban por millares. El Viernes Santo, después del Sermón de las Tres Horas, "los santos varones"  bajan de su madero al Cristo de la Agonía y limpian de su cuerpo el sudor de la muerte con algodón de rama, que se disputan los fieles. Sus brazos son articulados y se convierten en el Cristo yacente que da vuelta a la plaza.


FLORES Y HIERBAS

En el Perú el drama del Gólgota ha hecho carne con el Ande a través de sus  flores nativas. El ñuqc'hu, que es rojo como un tizón, encierra entre sus pétalos diminutos una cruz; las waqankillas son lágrimas de la Virgen, convertidas en pétalos de terciopelo cristalino; las k'uichit'ika, flores del arco iris que se enredan en sus manos de paloma  y muchas otras cuyo significado conservan las comunidades campesinas.
Lo propio sucede con hierbas aromáticas como el arrayán y el toronjil que hierven en ollas de barro para impregnar con su fragancia los montes o calvarios que se levantan en las iglesias; las hierbas de Judas, el ahorcado, que se buscan a medianoche entre el Viernes de Agonía y el Sábado de Gloria, para conjurar brujerías; el algodón de rama con que se limpia el torso del Nazareno al reeditar su martirio y es preciosa panacea para toda clase de males; las hojas de palma que se tejen primorosamente en Domingo de Ramos y los mentados cigarrillos de anís que fuman los patriarcas en Otuzco, La Libertad, para combatir el frío de los años.

MANJARES PASCUALES

El tiempo es inexorable y muchas tradiciones se han perdido pero la Semana Santa sobrevive  en cientos de ciudades y pueblos. Mientras en Azángaro, Puno, ha desaparecido la bíblica estampa de la Ultima Cena; en Catacaos, Piura, y en Lambayeque, las viejísimas imágenes de los Apóstoles que acusan una calvicie de abandono son puestas, las primeras en el Presbiterio, donde les sirven potajes típicos, y las segundas, en una anda larguísima para la procesión.  El Jueves Santo por regla tiene sus manjares. En el Cusco, doce platos que se completan con tamal y empanadas de la Condesa. En Piura, sopa de pan, sarandaja, cachema frita, carne aliñada, seco de cabrito y mala rabia. En Huancavelica el sabroso chupe de calabaza, el guiso de carne, el arroz con leche y el ponche con aguardiente, para las velaciones. En Huaura, Lima, tamales, chorizos, salchicha y camote frito. En Ayacucho, sopa de queso, el aycha kanka, el puka picante, la mazamorra de calabaza, y el ponche de maní. En Huanchaco, La Libertad, sopa teóloga, qochayuyo y huevera con papa, causa de caballa, cangrejos reventados y seviche. La lista gastronómica santa es de no acabar.


CRISTOS DE MARAVILLA

Si en cada pueblo hay una Semana Santa es lógico pensar que hay miles de Señores. Sólo nombramos los más famosos. En el Cusco, el Taitacha Temblores de cuerpo magro ennegrecido por el humo de las velas y la savia dulce de las flores. En Ica, el Señor de Luren, una efigie de segunda que fue pagada con limosnas por el cura Madrigal y por milagro resultó de primera, salvado de la corrosión del agua que inundó las bodegas del galeón que lo trajo de España. En Ayacucho, el Nazareno de Julkamarka hecho por los ángeles igual que el Señor de Huamantanga, en Lima. En Arequipa, el Señor del Gran Poder  flanqueado por  anónimos penitentes de albos cucuruchos. En Chancay, el Señor de la Agonía que cambia el huerto de olivos por una anda que es un huerto de frutas; en Huaraz, Ancash, el Señor de la Soledad, que emergió de un árbol en un bosque profundo. En Puno, el Cristo de la Bala enviado por   Carlos V que protegió a su devoto recibiendo el proyectil que lo iba a matar. En Tacna, el Señor de Locumba de pies quemados y de bailarines litúrgicos. En Monsefú, Lambayeque; en Ayabaca, Piura, y en los Barrios altos, Lima, el  patético Señor de los trinitarios que fue Cautivo de los moros. En Catacaos, también Piura, el Señor de la Caña, el Señor de la Justicia, el Señor de la Caída, el Señor del Prendimiento, entre otros. En Tarma, Junín, el Cristo Yacente que pasa sobre las floridas "alfombras"  de keyserinas, arrayanes, retamas, geranios, margaritas, claveles, rosas y wayranpos, que “tejen” con puras flores sus fervorosos devotos. En Lampa, Puno, el Señor de cuero de vaca que es venerada reliquia de los primeros siglos españoles. En Chachapoyas, el Señor de Burgos, que es venerado por sus cofrades en las iglesias agustinas. Cada uno con más de una historia prodigiosa,  testimoniando con su presencia torturada y sangrante la fe de las gentes del Perú.                                                                   Alfonsina Barrionuevo

domingo, 22 de marzo de 2015

LAS WAKAS DE QOSQO

Trabajar con las Wakas de Qosqo para Machupiqchu me dejó con la miel en la boca. Tenía que seguir por ese camino. Así comencé mis investigaciones sobre los khipukamayoq. Ellos dieron información de su mundo a los españoles que no sabían adónde habían llegado y cuales artes, ciencias y tecnologías arrasaron sin darse cuenta. Hay mucho por descubrir en el Cusco y sigo fascinada con lo que llega a mis manos.
El resultado en los dos últimos años son una muestra y un libro. “Wakas Sagradas de Qosqo” es la Exposición Fotográfica que espero abrir en el Museo histórico Regional “Inca Garcilaso” del 16 al 30 de junio en su Mes Jubilar. El libro “La Memoria de los Khipukamayoq” está en marcha y aunque mi salud no me ayuda mucho la dejo atrás para seguir adelante.
He recorrido muchas veces el centro de mi amada ciudad y ahora puedo saber dónde se emplazaban unas veinte wakas o sitios sagrados.  Por ejemplo, la Municipalidad se encuentra sobre dos wakas, Qora Qora e Inti illapa, esta última donde se bañaba el Trueno. A los españoles les sorprendió. Pensaban que erauna expresión de indios ignorantes. Mas, es cierto, claro que el Trueno se baña, expresión poética cuando el rayo cae junto a un manantial  lo ilumina, escuchándose después el bramido del trueno, como si acabara de meterse en el agua.
En el Intipanpa, la plaza del sol, hoy Santo Domingo, había siete wakas. Sobre una, Warasinse, me habló con afán el arqueólogo Manuel Chávez Ballón. En su orilla se generan los movimientos sísmicos, es la waka de los terremotos. Ya no está, pero al darme una vuelta por ahí pensé en ella y mentalmente le dejé un k’intu de coca –tres hojitas- y una flor.
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Notas del libro “La Memoria de los Khipukamayoq”
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* Los libros “Hablando con los Apus” y “Templos Sagrados de Machupiqchu” están en las librerías de Lima y Cusco.







SENDEROS  DE  ORQUÍDEAS
                                         
Una ñust’a o princesa inka subió hasta el nevado Salqantay, venciendo mil dificultades, para acariciar sus nieves con sus manos tibias y sedosas. El Apu, según la leyenda, admiró su valentía y la convirtió en una orquídea (Masdevallia amabilis) que crece a su lado. En premio su nombre es Wiñay Wayna,  “joven eterna”.
En el enfrentamiento del ejército inka con los rebeldes poqras de Ayacucho, los guerreros imperiales llevaron en sus escudos esta orquídea como insignia imperial. Los otros tuvieron como símbolo al wamancha o halcón. Su historia fascinó al sabio huarochirano Julio C. Tello, quien pensó que era el nombre adecuado para bautizar al último templo que da acceso al Santuario de Machupiqchu.

En abril del presente año, antes de ascender con Verónica Haaker al Putukusi, uno de los cerros guardianes del grupo arqueológico, orgullo del Perú, tuvimos el placer de verla en “Los Senderos de Orquídeas” de Inkaterra Machupiqchu Pueblo Hotel.  
Entre la neblina y la lluvia, Carmen Soto Vargas, su bióloga jefe, señaló a la hermosa y nos fue informando con minuciosidad las características, en general, de estas flores de lujo. Teníamos la suerte de estar en su espacio vital, también recinto de helechos, bromelias, palmeras y plantas nativas medicinales; aves como los colibríes, los quetzales y el relojero montés; igualmente de osos de anteojos que disfrutan un banquete de frutas a diario en sus “suites privadas”, donde se sienten casi libres.

Avizorar al gallito de las rocas, balanceándose como un tizón de fuego en una rama a corta distancia, fue excepcional. Del mismo modo contemplar el vuelo de la mariposa alas de cristal o la presencia, cerca de los bebederos, de ejemplares desconocidos como el colibrí cola de raqueta.
Protegidas por sendos paraguas, recibimos una clase magistral de la destacada bióloga, comenzando desde el inicio de la protección del entorno. En 1975, José Koechlin de Inkaterra Asociation, restauró bosques que habían sido talados por antiguos habitantes, con fines agrícolas, y conservó los árboles nativos para recuperar especies de flora y fauna de interés o en peligro de extinción.

Su afán por defender el ecosistema del lugar, uno de los atractivos propios del  santuario, lo impulsó a dedicar una buena extensión del área que ocupa su hotel con ese noble propósito. La madre naturaleza le respondió con creces. Muchos viajeros llegan exclusivamente de otras latitudes del mundo para admirar la diversidad de orquídeas que posee.
Machupiqchu es ideal para descubrir tal riqueza, porque en su bosque de nubes tiene cinco microclimas, desde los 1,800 hasta los 5,000 metros de altura.  Sólo en los jardines del hotel, el biólogo Ricardo Fernández, investigador del Museo de Historia Natural “Javier Prado” de la Universidad Nacional Mayor Nacional de San Marcos, ha registrado 372 especies de orquídeas nativas, de las cuales muchas son nuevas para la ciencia en variedad, nombre y género.
●La idea que se tiene de las orquídeas como una especie de flores grandes y con colores llamativos, de pétalos alargados y hojas a manera de cintas” no concuerda con la realidad. Lo sabía, pues, en un viaje anterior a Chachapoyas me enseñaron que la mayoría de las orquídeas naturales son de flores diminutas.
Lupa en mano, la doctora Carmen Soto nos ayudó a observarlas dejándonos deslumbradas. Pequeñas, de pocos milímetros de longitud, se mecían en las hamacas del aire, o aparecían como bellísimas miniaturas mimetizadas con los troncos de los árboles.
También nos dijo que no son parásitas como se cree. Hay terrestres que crecen a nivel del suelo, litofitas sobre piedras y rocas, epifitas abrazadas a los árboles, hemiepifitas que hunden sus raíces en el suelo y trepan en busca de luz, y de extraño gusto como las saprófitas, que se reproducen sobre materia en descomposición.

Yo pensaba que las orquídeas no tenían fragancia, porque según otra leyenda descienden de una mujer que fue convertida en flor  como castigo porque rechazó al guerrero que la amó desesperadamente, manteniéndose fría y distante. Pero no es así. La bióloga, quien fue nuestra guía entusiasta, buscó una y dijo que nos acercáramos. Su fragancia es exquisita. Unas perfuman el día, nos explicó, y otras la noche. En el caso de una tercera variedad huelen mal, a carroña o pescado putrefacto.
Seguimos enterándonos de intimidades de las orquídeas. No imaginaba que alguna abeja solterona recurriera a beber su néctar insinuante en búsqueda de amor, llevándose además su polen en las patas. Los colibríes también las ayudan en esta fase y en mutuo beneficio. Igualmente, las mariposas y hasta ciertas moscas. Luego de la polinización se forma el fruto o cápsula que después de 3 a 7 semanas de maduración produce hasta 4´000,000 de semillas que se irán en alas del viento.

La duración de las flores es variable. Pueden vivir unos cuantos  días,  una vez al año, o permanecer cerca de 12 meses. Si son bebés y sus cunas están bien cerradas, el visitante podrá admirar de igual manera  más de 100 flores preservadas en su forma y color natural en acrílico  sólido. 
Le pregunté a nuestra anfitriona si la orquídea negra es un mito. Contestó que aún no ha sido vista. Por ahora interesan las reales. Una distingue a Pachakuteq, el gran Inka legislador y urbanista, con el nombre científico de Epidendrum pachakuteqianum, Hágsater & Collantes. Otra, la wakanki (Masdevallia veitchiana), que es muy bella, representa a Machupiqchu. Dos nuevas Epidendrum quispei, sp.nov y Telipogon sp, recordarán por siempre a Moisés Quispe, antes agricultor cocalero de la zona y luego jardinero apasionado del hotel, quien aprendió a identificar, colectar y cultivar las orquídeas nativas en forma autodidacta, hasta el año 2004 en que fue atrapado por un deslizamiento de tierra. José Koechlin ha honrado su nombre dedicándole un hermoso libro sobre esos tesoros vivientes.
La Society American Orchid ha premiado otro estreno: la Kefersteinia koechlinnorum, Denise. Lo ha hecho en homenaje a los cuidados que les prodiga con amor Denise Guislain de Koechlin y en consideración a que el jardín de orquídeas de Inkaterra Machupiqchu Pueblo Hotel es el centro de mayor cantidad de especies nativas expuestas al  público en su habitat natural en el mundo.

Sus áreas verdes, además de las circundantes —como las que se encuentran en la ribera del río Alqamayo― constituyen el mayor centro global de conservación in situ de orquídeas y el más grande banco de germoplasma creado para repoblar aquellas que han sido afectadas por factores antrópicos, como la tala, las quemas e incendios que caracterizan al período de estiaje, y, el ganado que se come a las orquídeas terrestres como pasto, pisoteando el sustrato que es su hábitat.
La obra de José Koechlin y su equipo de biólogos, jardineros e intérpretes por conservar las maravillas del entorno de Machupiqchu, así como incentivar su protección en la adyacente población de Aguas Calientes, debe ser un ejemplo para otras empresas e instituciones dedicadas al turismo. No se debe olvidar que la flora y la fauna son un imán, en un país, como el Perú, que  tiene 84  de las 105 zonas de vida o pisos ecológicos existentes en el mundo. Esos portentos naturales también actúan como un gran polo de atracción para los viajeros del planeta.
  
Alfonsina Barrionuevo

domingo, 15 de marzo de 2015

EL NEVADO DE LA ESTRELLA
Por 1975 Víctor Chambi, hijo de don Martín, el famoso fotógrafo de de Coasa, Puno, me habló de Qoyllur Rit’i, el nevado de la Estrella. En fotografías en blanco y negro me mostró uno de los más importantes peregrinajes andinos para recibir sus dones siderales. Por primera vez me habló de los altomisha o altomisayoq, sacerdotes cusqueños, quienes lo visitan para recargar sus energías. Al preguntarle si eran protagonistas de la fiesta contestó que, por el contrario, no se dejaban ver y asistían dentro del más completo anonimato.

Qoyllur Rit’i es uno de los pocos santuarios inkas que ha logrado trascender el tiempo y recibe a miles de peregrinos de siete departamentos y ahora del extranjero.
La capilla del Señor de la Rinconada, a casi 4,000 metros sobre el nivel del mar, no ha logrado disminuir su prestigio entre la gente del Ande. Hombres y mujeres, al son de de pitos, bombos y tambores, ascienden hasta sus faldas humanizando con su paso los cerros. De acuerdo a sus creencias deben ir por lo menos una vez en su vida para que ella alumbre y su camino. Por una curiosa dualidad de cultos son devotos del Cristo y del nevado cuyo verdadero nombre es Qolqepunku, la puerta que se abre para que lleguen a tierra los rayos del cosmos.

La diversidad de actos es conocida exclusivamente por los habitantes de las comunidades que dejan sus peticiones sembradas en las laderas de Sinak’ara, al pie de Qoyllur Rit’i, concurren a ferias de sortilegios y se dan baños lustrales en sus estanques. Entre la abigarrada multitud que esperaba un poco de su nieve para beberla y revitalizar sus arterias y sistemas antes de los cambios climáticos, están los altomisayoq renovando sus compromisos y elevando su espíritu. Fui dos veces con la esperanza de sorprenderlos. Es inútil. Los ukhuhus o pabluchas que llevan colgando de una cruz las túnicas vacías de pellejos de llama no se dignan proferir una palabra. Muy tarde los vi aparecer en la cima del glaciar para saludar quién sabe a los que se fueron. Pensé que a lo mejor alguno era altomisa inédito tras el waqolo o máscara pasamontaña. Me tocó saberlo mucho tiempo después con Mario Cama.
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  Notas del libro “Hablando  con los Apus”





LA MUJER EN LOS ANDES
Los ojos de la mujer en los Andes se abren a espacios abiertos. Un aire de libertad absoluta toca sus mejillas. Una risa franca dibuja pétalos de luz en sus labios. Muchas jóvenes regresan de la ciudad a sus comunidades, porque en aquellas se sienten discriminadas y no las deslumbra los “adelantos” que encuentran: la televisión, la Internet, el karaoke y otras novedades que podrían incentivarlas a incorporarse a otra vida más bulliciosa, acelerada y “moderna”.
En varias partes de nuestro país pude hablar con ellas y me sorprendieron al afirmar que estaban mejor con los suyos. Siempre se supone que el campo representa atraso en varios rubros sociales, pero su manera de pensar es diferente. La sensación de expandir el espíritu sin presiones, en primer término, anima sus actividades. Sin embargo, allí como en la ciudad, están sujetas a una serie de reglas y su aporte al trabajo es fuerte y duro.
No he tenido tiempo para conversar a fondo y presentarles opciones. No sé tampoco si será más efectivo para su realización arrancarlas de sus raíces, aprovechando quién sabe una menor edad.  

Desde que vino a ocupar nuestro territorio hace más de 12,000 años, la mujer lucha a la par con el varón y a veces más. Sólo ella tiene, además de otras cargas, el lugar de la ternura, al generar vida en sus entrañas y asumir la responsabilidad de los hijos.
Atribuirle el inicio de la domesticación de las plantas alimentarias no es equivocado. Mientras el varón iba de caza a espacios distantes en busca de una buena presa, ella iba recogiendo los frutos que encontraba a su alcance. Si los comía y eran amargos los descartaba, si eran dulces o tenían un buen sabor repetía el acopio. No fue extraño que los ponzoñosos la intoxicaran y hasta le causaran la muerte. Era la única manera de probar su utilidad y advertir a los demás que los evitaran. En ese devenir advirtió que algunas pepas o semillas caían en buena tierra y de pronto salían de su interior unas hojitas, hasta convertirse en nuevas plantas. Así, sin proponérselo, descubrió la agricultura.

Recuerdo a una niña, aproximadamente de cuatro años de edad, que caminaba por lo menos medio kilómetro con su cantarillo hasta un manantial o riachuelo para recoger agua. Como era muy pequeña, se le iba cayendo parte en el camino y llegaba a su choza con muy poco. La madre echaba lo que había en el fondo y la mandaba regresar por más. Así se pasaba los días yendo y viniendo a más de cuatro mil metros de altura sin demostrar cansancio, contemplando su mundo por momentos con curiosidad: aves, lagartijas,  ciempiés, flores, espinos que se cuidaba de tocar.
Un observador citadino comentó en cierto momento que era una costumbre bárbara en las comunidades abrir un hoyo en la tierra y colocar allí a los infantes para no tener que cuidarlos. No entró en la comparación los corralitos de nylon que se usan en la ciudad para dejar a los niños que todavía no caminan. En su encierro quedan bien protegidos, igual que las criaturitas en los Andes.
Mientras sus hijos están bien guardados en el hoyo de la Pachamama, Madre Tierra al fin, sobre cueros y bayetas, ellas escogen las semillas, hilan, tejen, cocinan y lavan. Cuando los meses pasan, ellos crecen,  logran ponerse de pie y empiezan a descubrir su entorno.
Antes, cuando aún lactan las mamás los cargan en las espaldas en una lliklla. En ambas etapas su aprendizaje es intenso, prácticamente unidos a ellas, hasta que pueden caminar con una palika o pañal de lana bien atado a su cintura, sin que las madres lo pierdan de vista, mientras realiza sus actividades cotidianas.
Puede ser que la textilería se repartiera entre los esposos. En los entierros de las llamadas sacerdotisas se ha encontrado cestos con instrumentos para hilar, para tejer y también finísimos hilos de algodón y camélidos. En el Perú prehispánico, varones y mujeres tuvieron que conocer las artes para obtener tintes naturales y lograr tecnologías para el teñido, incluso en los famosos “degradé”, como una indicación del dominio del color, así como la creación de los más increíbles diseños en sus telares.
Las sociedades andinas no consideran tabú al sexo ni tienen conceptos cerrados sobre la virginidad. En cambio los jóvenes no tienen libertad para elegir a su pareja. En un ensayo donde me ocupo del “matrimonio” andino, hago una relación de casos en que los padres deciden los casamientos sin dejarles alternativa, aunque hayan hecho su propia elección.

A veces se escapan y luego consiguen su perdón y aceptación. En el caso de que no lleguen a hacerlo a una edad temprana —digamos quince, dieciséis o diecisiete años—, tienen una salida: vestir sus mejores galas y asistir a las fiestas de la juventud —pukllay, punpines, wayllachas, etc., los llamados carnavales desde que llegaron los españoles—, una buena ocasión para encontrar amor y con suerte formar un hogar y tener familia.

En el campo la mujer trabaja arduamente, ya sea como pastora en los lugares más altos, 4,100 o 4,300 metros sobre el nivel del mar; o como agricultora en los valles de la yunga, la qechwa o la suni. En Ollantaytambo, Cusco, se encarga de guardar la cosecha de maíz porque —según una creencia— el varón es maki wayra, “manos de viento”, y no la hace durar todo el año. Al sembrar, el esposo abre el surco con la chakitaqlla, después de preparar la tierra, y ella va colocando la semilla.
La alpakera, muy temprano, abre la puerta de la kancha donde han dormido los animales para que vayan a comer y regresen más tarde porque conocen su camino. Si se trata de vacas u ovejas, igual sale el ganado a buscar su forraje.  Si los pastizales cercanos son escasos buscan donde están mejor y hacen intercambios.
Ella se encarga de cocinar y conoce las propiedades sazonadoras, fragantes, de las plantas que dan sabor a sus comidas. También puede distinguir a las hierbas medicinales que crecen en los caminos. Si los problemas de salud son más complejos, la familia busca a un hanpiq o curandero.

En el campo o en la ciudad la mujer lleva sobre sus hombros, además de sus sueños, las tareas del hogar, la atención de la familia y una infinidad de actividades. Pero en el campo tanto ella como el varón aún son ciudadanos de segunda clase en una tierra que siempre fue suya. Injusto, como no tener escuelas o centros de salud.
El Día Internacional de la Mujer es como el Día de la Madre. Absurdos en los que se entretienen los gobiernos o las organizaciones internacionales que pretenden protegerlos, como nombrar días asignados a la papa, el tomate, el camote, o considerar tesoros vivientes a músicos, cantantes o bailarines, en lugar de enaltecer el rol que tienen la mujer y el varón en la continuación de la vida, las tradiciones, las costumbres y la historia de los pueblos del planeta.

Alfonsina Barrionuevo

sábado, 7 de marzo de 2015

CÓMO SE HACE UN ALTAMISAYOQ

En una de tantas veces que hablé con la Pachamama Waqaypata Qosqo ella me dijo que los altamisayoq son elegidos desde el vientre de su madre por los Apus y las Pachamamas.
Si alguien quiere serlo pasará una serie de pruebas, servirá una serie de años, aprenderá muchas cosas, pero siempre habrá sido  elegido y aprobado después.
Juan Núñez del Prado, antropólogo que es kuraq akulleq, un alto rango dentro del sacerdocio andino, me contó que el camino es largo y complejo. Un paqo, cuandero, puede llegar a serlo, mas antes tendrá que ser panpamisayoq, el que además de conocer las proiedades de las plantas medicinales, sabe hacer adivinaciones con las hoja de la coca y entregar amuletos.  Su función es de carácter propiciatorio, litúrgico y ritual. Debe saber preparar ofrendas, despachos o pagapus y hay como ciento cincuenta formas de hacerlo desde el armado en el nido de un picaflor hasta los despachos celestiales;  hacer el mast’ay, colocar la manta ceremonial,  aprender como se hace el akllay o pallay , es decir escoger las hojas de coca, las alargadas, en punta de lanza para los Apus, las redondas para las Pachamamas, elegir las conchas marinas,  estrellas de mar, wayruros, semillas de coca,  de maíz y pallar,  poner  el qolqe libro, el qoi libro, el uywa chiuchi y todo lo que representa los tres reinos de la naturaleza, cuarzos, plomo, imán, cinabrio,  etc.
De allí el siguiente paso es el ingreso a la jerarquía sacerdotal.  “Su trabajo, dice Juan, es de carácter profético, carismático y místico. Su poder está basado en la experiencia y una relación directa con fuerzas espirituales del mundo religioso. Después de haber hecho un karpay iniciático  es consagrado al servicio de un Apu determinado y adquiere el rango de sacerdote. El Apu guía de un sacerdote se llama “estrella”. La condición es temporal y puede perderse por diversos motivos.
Los altomisayoq pueden comunicarse directamente con los espíritus de las montañas, tienen reservado llevar a cabo procedimientos especiales, realizar ceremonias de iniciación y otras cosas. Las pruebas son variadas desde asistir a Qoyllur Rit’i, “el nevado de la estrella” hasta someterse a baños lustrales de purificaciòn en las lagunas de los nevados.
Si  llega a ser kuraq akulleq puede tomar directamente la energía del universo. Así es.
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Notas del libro “Hablando con los Apus”.


ARBOLES FRUTALES EN LIMA

Los limeños de los siglos pasados compartieron un sueño: Hacer de Lima una ciudad jardín. Un deseo que afloraba de viejos ayeres.
La Lima originaria tenía un “tupido bosque de huarangos con gruesas raíces de más de setenta metros que aparecen fosilizadas o marcadas en el suelo cada vez que se hace una excavación profunda”, con ojos de agua cristalina y hasta orquídeas. Pero la ciudad marchaba  a su expansión y los ansiados jardines siguieron siendo irreales.
Por un momento Lima tuvo lo necesario para convertirse en la soñada Perla del Pacífico, pero se fue poblando y a mediados del siglo XX llegó a ser calificada como “La Horrible” por Sebastián Salazar Bondy, uno de sus notables escritores, quien la amaba de verdad. El cemento ganó a los soñadores y aparecieron las incómodas y detestables bloquetas que cuadriculan feamente al verde.
 Al siglo XXI Lima ha llegado escandalosamente crecida, en sentido horizontal y vertical. Varios cerros, que se llenaban de verdor con la neblina, han sucumbido bajo el ladrillo. Nadie habla ya de la añorada ciudad jardín de los limeños románticos. Fue un sueño que se volatilizó como una pompa de jabón frente a las pesadillas de la modernidad.
Es una suerte que se hable a nivel mundial del verde, dándole un color a la idea venturosa de hacer florecer a Lima y a las intoxicadas ciudades del planeta. Sin embargo, hay luchadores como el ingeniero Antonio Cillóniz Benavides, paisajista y director de la ONG “PermaCultura”, que quiere una Lima no sólo verde, sino con muchos árboles,  sobre todo frutales. Suena a quimera pero se trata de un profesional.
En los últimos meses, él ha realizado un salvataje excepcional. Trasladar -para que no los corten— a centenarios árboles del Congreso de la República a un parque zonal. No es la primera vez que lo hace. Su triunfo tiene un proceso: reconocer el área donde crece el árbol, calcular la extensión de sus raíces, cortar su fronda para facilitar la tarea y -después de liberarlo- llevarlo con una grúa a su destino final. Replantarlo no es el remate. Para dar de alta al paciente vegetal, hay que esperar que le salgan los  primeros brotes.

Cillóniz piensa que Lima puede llegar a ser  una ciudad arbolada.  Los beneficios que ganarían sus habitantes serían notables. Hace años, Tokio fue una ciudad tan contaminada que para caminar sus habitantes tenían que tomar aire en sucesivos respiraderos. Sin llegar a extremos, Lima es una de las ciudades más contaminadas de Sudamérica y pronto habrá que tomar decisiones.
“Pensemos  —dice el ingeniero paisajista—  que cada uno de sus habitantes necesita veintidos árboles al día para absorber oxígeno.  El Ministerio de Salud  ha calculado  unos nueve metros cuadrados de árboles por habitante para no enfermar. En la actualidad sólo hay un promedio de  dos metros y medio por habitante. No se trata del grass ni de árboles en línea que no tienen capacidad para interactuar y crear un equilibrio ambiental. Si nos faltara aire moriríamos en cinco minutos. Sin calidad de aire vivimos débiles, con el sistema inmunológico bajo  y expuestos a epidemias.”

Como datos curiosos, comenta que un árbol aporta económicamente a una ciudad por calle. Su presencia  reduce el anhídrido carbónico, contribuye al ahorro energético y da lugar a una revaloración de predios. En verano un árbol enfría tanto como diez aparatos de aire acondicionado funcionando. Sus hojas en movimiento, su exudación  y la  captura de energía solar generan aire fresco a su alrededor.

Al mismo tiempo reduce el ruido y la contaminación. También está demostrado que en ciudades con mayor cantidad de árboles baja la delincuencia, el estrés,  la violencia y la agresión doméstica. Estudios sicológicos demuestran que pasear por un bosque puede tener  el efecto de dos medicamentos típicos para el desorden de atención.

Lo más saltante es su propuesta  para tener en Lima bosques productivos de frutales. “Hagan la prueba de pensar en una ciudad con árboles frutales al lado de ornamentales en parques y avenidas. Se podría tener higos, nísperos, guayabas. moras y manzanas.  Lima era un valle de tierra fértil. Si se sigue cementando, como apareció en un documental de “National Geographic”, le faltará agua”.
La idea es básica, nada complicada, según dice. Sólo hay que comenzar plantando semillas de zapallos para cosechar en unos meses, mientras los frutales crecen. Pueden surgir problemas como la aparición de la mosca de la fruta, que mencionó hace unos veinte años el ingeniero Javier Puiggrós, gran fruticultor el Perú. También los limeños tendrían que aprender a colaborar  con los municipios en la administración de huertos y bosques urbanos para el uso colectivo de niños y jóvenes. Eso se puede salvar.
Algunos dirán que las hojas secas ensucian al piso, declara el ingeniero Cillóniz, pero se ve peor con papeles, envolturas de chocolates y bolsas de plásticos. Que si las aves no dejan descansar con sus arrullos, el ruido que generan los vehículos motorizados es más estridente.  

Sembrar frutales no sólo sería revolucionario en escala práctica, sino también como acto ecológico y artístico. Ahora mismo hay higos en una que otra calle, naranjos y limoneros. Hay que crear microclimas con el verde.
En diez años Lima puede lucir distinta. Estudios en la Urban Forest Asociation en Estados Unidos probaron que en calles llenas de árboles, flores y vida silvestre, los pilotos de autos toleraban mejor la congestión del tránsito y la violencia vehicular era prácticamente cero. ¡Hagamos de los árboles buenos amigos!

Alfonsina Barrionuevo

domingo, 1 de marzo de 2015

HABLANDO CON LOS APUS

Así fue el comienzo de mis viajes a Qosqo para hablar con los Apus y las Pachamamas. Tuve la suerte de contar con un altomisha como Mario Cama. En otras partes del Perú hay personas que hacen adivinaciones y curan usando alucinógenos, macerados del cactus San Pedro o bebidas de ayawaska, una liana vegetal amazónica. Me gusto que los altomisha ralizaran sus sesiones totalmente sobrios, sin masticar siquiera hojas de coca. Saberlo me dio plena confianza y mucho más cuando comenzaban con el Padre Nuestro.  
A lo largo de cuatro años fui conociendo diversos aspectos relacionados con su vida y su papel dentro de la sociedad andina que cree en ellos. Completaron mis conocimientos antropólogos que ya conocerán a medida que sigamos con esta investigación apasionante.
Los invito a leer los próximos blogs.
Gracias
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Notas del libro “Hablando con los Apus”

 

HUAROCHIRI
                       
En las alturas de Huarochirí, Lima, la baja temperatura impregna el aire. El aliento se convierte en una nube. Los estiletes del frío se hunden en el cuerpo. El invierno  congela hasta el ichu del extenso pajonal de Chankuya. Las viskachas se acurrucan en  sus cuevas y no saludan al padre Sol. El mal tiempo castiga a todos los seres vivientes de la puna, sin distinción.
¿Habrá que calentar las manos de Santa Rosa de Lima, patrona de la provincia? Alguna buena devota le tejió unos guantes de lana y ella sonrió en la iglesia. La bienaventurada limeña se encarga de proteger a los frutales. Subiendo de Lima, en medio camino, hay chacras dedicadas al cultivo de manzanos en Langa. Los agricultores de tierra adentro, como Wanqhata, esperan el milagro de una carretera para comercializar sus productos. En los árboles se quedan deliciosas paltas, chirimoyas y manzanas que no se cosechan. La tierra es fértil y los frutos son tan grandes que no es posible trasladarlas a los mercados.
Cada 30 de agosto, día de Santa Rosa de Lima, hay feria en la plaza de entrada a Huarochirí. Al mismo tiempo que las frutas, sus productores  venden dos variedades de quesos: unos pequeños, envueltos en paja, si las vacas son propias; otros, en bloques de varios kilos, si los animales son de la comunidad.
El vocablo Huarochirí, según  el sabio Julio C.Tello, quien nació allí en una casa que todavía existe, significa en —hak’aru o kauki— “tierra de las alturas frías”. Tello, el último de cuatro hermanos, fue hijo de un campesino amante de sus tradiciones. “Mi abuelo lo hacía levantar en la madrugada para ir a pastar el ganado, con mi madre que tenía seis años, y así templó su carácter”, relataba Oscar Santisteban, hijo de su hermana Elena.
El futuro Padre de la Arqueología Peruana estudió medicina y se graduó en Inglaterra. Fue empleado de la Biblioteca Nacional cuando la dirigía Ricardo Palma, y se apasionó por la arqueología al descubrir en una revista del  Smithsonian Institute de EE.UU., fotografías de unos cráneos trepanados de Huarochirí.

Nunca dejó de visitar a su pueblo, a pesar del polvo que se levantaba en la trocha carrozable que había gestado. Antes, la ruta seguía el camino de herradura que entraba o salía por la Tablada de Lurín y Matute a Lima. “Le gustaba mucho ir a los baños termales de Kornaya”, contó otro de sus sobrinos, Francisco Cuéllar Tello.
En tiempos pasados, la provincia fue asiento de los belicosos yauyos, escribe en un estudio muy documentado Teresa Guillén de Boluarte. En 1534, Fernando de Soto y Diego de Agüero fueron los primeros en penetrar en la región. En 1586, en tiempo del séptimo Virrey, Fernando Torres de Portugal, Conde Villar Don Pardo, se estableció un pueblo como capital de la provincia de los Hanan Yauyos, con el nombre de Santa María de Jesús de Huarochirí. Fue el tercer repartimiento integrado por los pueblos de Sisikaya, Chorrillos, Chankaruma, Cheka, Huarochirí y Kinti. Su primer encomendero fue el veedor García de Saucedo.
Cuando llegaron los españoles, había unos 10,000 indios tributarios, entre 18 y 50 años de edad, y miles de “dioses”. Huarochirí era tierra de “magos”, Francisco de Avila lo visitó en 1601, cuando era cura doctrinero de San Damián, y con José de Arriaga, ambos fanáticos extirpadores de idolatrías, lucharon contra sus creencias.
Catequizados a sangre y fuego, los huarochiranos se convirtieron. Pero el espanto de Avila fue enorme cuando descubrió años después que seguían con sus cultos embozados bajo las ceremonias cristianas.
“He averiguado, dijo, que hay indios que han mandado hazer una imagen de Nuestra Señora y otra de un Ecce Homo  para fingir que hazían fiestas a estas imágenes que son realmente Chaupiñamoca y Huaysuay”. El doctrinero no pudo saber que había producido el sincretismo: la fusión de dos creencias.

En la localidad existe un hotelito, pintoresco y bastante cómodo, para quien no vaya con exigencias. Los omnibuses suben jadeando dos veces por semana y lo hacen en ocho o nueve horas por la estrechez del ramal y la infinidad de curvas.
Cada 30 de agosto llegan los hijos de la provincia que migraron a Lima, ansiosos por retomar la vida que dejaron, aspirar su aire, llenar los ojos de sus paisajes y rezar a  Santa Rosa que los espera en su iglesia. Muchas familias llevan, además de flores y velas, “cajuelas” o altares portátiles con efigies de la santa para que el señor cura las bendiga. La nave se llena de calor con su presencia y el pueblo también, cuando  bailan sus cuadrillas  hasta que despunta el amanecer.
La feria de productos concluye antes de la procesión y en la casa de los mayordomos espera el humeante pari, un caldo refocilante que se sirve con una piedra calentada al rojo vivo que hace hervir al contorno del potaje, siendo una gloria del pasado; pues, se trata de un plato prehispánico.

Las ingas salen en la tarde, ataviadas con ricos vestidos, siguiendo al Qhapaq Inka, único señor, con arpa y violín. Sus rostros se ocultan bajo un velo de tul y otro de monedas de plata. “¿Cómo podríamos representar de otra manera a los señores del Cusco?”, dicen con respeto. La gente habla al mismo tiempo de Pariaqaqa, la montaña tutelar de cinco cuerpos: uno de roca, otro de nieve, un tercero de granizo, un cuarto de lluvia y el quinto de viento.
Se ingresa a su territorio por Tanta y cuando se siente satisfecho por la visita, deja sentir el poder de sus cinco cuerpos, como si diera la mano con nieve, lluvia y viento. Los huarochiranos le hacen ofrendas pidiéndole un buen año y dicen que suele demostrar su cariño a quienes lo recuerdan.
La frutería de la provincia es dulce y variada. Sólo falta la carretera reclamada desde los tiempos de Tello. ¿Llegará? Habrá que sentarse a esperar que los gobernantes de Lima se den cuenta de su potencial agroturístico y permitan una salida rápida de tantos tesoros que se malogran en los árboles..¡Cómo enseñarles a conocer el Perú...!

Alfonsina Barrionuevo