COMPOTA DE DURAZNO EN EL AIRE
En Semana Santa el Cusco huele a
compota de durazno. En las casas hierve el dulce con canela y el aire lleva
prendido su fragancia de Domingo de
Ramos a Domingo de Gloria. Lo tengo en
el recuerdo de años que nunca pasarán porque los llevo tatuados en la memoria
de mis células. Días hermosos de iglesias con las puertas abiertas, campanas
que se echan al vuelo y cánticos teñidos de fervor. En Lunes Santo el Señor de
los Temblores, Patrón Jurado de la
Ciudad, recorriendo las calles seguido por una multiud ávida que lo sostiene en
sus pupilas. Lunes de lluvia que se seca a sus pies para dejarle pasar. Noches
entibiadas por los cirios para la bendición que todos recibían con amor.
Jueves de doce platos en la mesa
familiar, entre entradas con pellejito de chancho y habas verdes, sopas despidiendo
vapor, segundos con asado y morayas harinosas
y postres de sabor dulzón, regalo al paladar. Jueves de visita a los
monumentos del Santísimo con rosarios y velas encendidas y saludos a mediavoz entre padrenuestros y avemarias fugitivos. Viernes Santo con el Señor del Santo Sepulcro
en la plaza y la Virgen con un rayo de luz en las manos tristes. Santos días de
papá y mamá que se fueron y que no tienen para qué volver. Están en mí.
SEMANAS
SANTAS DE PERU
En Semana Santa Surco, el distrito más
grande de Lima, perfuma el aire con el
olor de la uva madura para que salga el Señor de la Viña. Ya no está el virrey
que acompañaba al Cristo vestido de terciopelo y tampoco quedan las parras,
sepultadas hace años por el cemento. Pero el Crucificado, mientras tenga sus
devotos, seguirá aromando la noche del Viernes de Dolores con los racimos que
adornan su cruz envolviéndola con su dulzura. El ochenta por ciento de los
limeños ignoran que tienen tan cerca una Semana de Pasión, con las conmovedoras
reminiscencias de antaño. A Surco no le importa. El Domingo de Ramos su antigua
plaza se viste de flores lilas y la brisa despeina los cabellos de una bella
efigie del Señor, que cabalga gallardo en su burrita blanca, haciendo volar
alguna flor artificial de amankay, desde que las urbanizaciones marchitaron las
de la panpa donde brotaban por millares. El Viernes Santo, después del Sermón
de las Tres Horas, "los santos varones" bajan de su madero al Cristo de la Agonía y
limpian de su cuerpo el sudor de la muerte con algodón de rama, que se disputan
los fieles. Sus brazos son articulados y se convierten en el Cristo yacente que
da vuelta a la plaza.
FLORES Y HIERBAS
En
el Perú el drama del Gólgota ha hecho carne con el Ande a través de sus flores nativas. El ñuqc'hu, que es rojo como
un tizón, encierra entre sus pétalos diminutos una cruz; las waqankillas son
lágrimas de la Virgen, convertidas en pétalos de terciopelo cristalino; las k'uichit'ika,
flores del arco iris que se enredan en sus manos de paloma y muchas otras cuyo significado conservan las
comunidades campesinas.
Lo
propio sucede con hierbas aromáticas como el arrayán y el toronjil que hierven en
ollas de barro para impregnar con su fragancia los montes o calvarios que se
levantan en las iglesias; las hierbas de Judas, el ahorcado, que se buscan a
medianoche entre el Viernes de Agonía y el Sábado de Gloria, para conjurar
brujerías; el algodón de rama con que se limpia el torso del Nazareno al
reeditar su martirio y es preciosa panacea para toda clase de males; las hojas
de palma que se tejen primorosamente en Domingo de Ramos y los mentados
cigarrillos de anís que fuman los patriarcas en Otuzco, La Libertad, para
combatir el frío de los años.
MANJARES PASCUALES
El
tiempo es inexorable y muchas tradiciones se han perdido pero la Semana Santa
sobrevive en cientos de ciudades y
pueblos. Mientras en Azángaro, Puno, ha desaparecido la bíblica estampa de la
Ultima Cena; en Catacaos, Piura, y en Lambayeque, las viejísimas imágenes de
los Apóstoles que acusan una calvicie de abandono son puestas, las primeras en
el Presbiterio, donde les sirven potajes típicos, y las segundas, en una anda
larguísima para la procesión. El Jueves
Santo por regla tiene sus manjares. En el Cusco, doce platos que se completan
con tamal y empanadas de la Condesa. En Piura, sopa de pan, sarandaja, cachema
frita, carne aliñada, seco de cabrito y mala rabia. En Huancavelica el sabroso
chupe de calabaza, el guiso de carne, el arroz con leche y el ponche con
aguardiente, para las velaciones. En Huaura, Lima, tamales, chorizos, salchicha
y camote frito. En Ayacucho, sopa de queso, el aycha kanka, el puka picante, la
mazamorra de calabaza, y el ponche de maní. En Huanchaco, La Libertad, sopa
teóloga, qochayuyo y huevera con papa, causa de caballa, cangrejos reventados y
seviche. La lista gastronómica santa es de no acabar.
CRISTOS
DE MARAVILLA
Si
en cada pueblo hay una Semana Santa es lógico pensar que hay miles de Señores.
Sólo nombramos los más famosos. En el Cusco, el Taitacha Temblores de cuerpo
magro ennegrecido por el humo de las velas y la savia dulce de las flores. En
Ica, el Señor de Luren, una efigie de segunda que fue pagada con limosnas por
el cura Madrigal y por milagro resultó de primera, salvado de la corrosión del
agua que inundó las bodegas del galeón que lo trajo de España. En Ayacucho, el
Nazareno de Julkamarka hecho por los ángeles igual que el Señor de Huamantanga,
en Lima. En Arequipa, el Señor del Gran Poder
flanqueado por anónimos
penitentes de albos cucuruchos. En Chancay, el Señor de la Agonía que cambia el
huerto de olivos por una anda que es un huerto de frutas; en Huaraz, Ancash, el
Señor de la Soledad, que emergió de un árbol en un bosque profundo. En Puno, el
Cristo de la Bala enviado por Carlos V
que protegió a su devoto recibiendo el proyectil que lo iba a matar. En Tacna,
el Señor de Locumba de pies quemados y de bailarines litúrgicos. En Monsefú,
Lambayeque; en Ayabaca, Piura, y en los Barrios altos, Lima, el patético Señor de los trinitarios que fue
Cautivo de los moros. En Catacaos, también Piura, el Señor de la Caña, el Señor
de la Justicia, el Señor de la Caída, el Señor del Prendimiento, entre otros.
En Tarma, Junín, el Cristo Yacente que pasa sobre las floridas
"alfombras" de keyserinas,
arrayanes, retamas, geranios, margaritas, claveles, rosas y wayranpos, que “tejen”
con puras flores sus fervorosos devotos. En Lampa, Puno, el Señor de cuero de
vaca que es venerada reliquia de los primeros siglos españoles. En Chachapoyas,
el Señor de Burgos, que es venerado por sus cofrades en las iglesias agustinas.
Cada uno con más de una historia prodigiosa,
testimoniando con su presencia torturada y sangrante la fe de las gentes
del Perú. Alfonsina Barrionuevo