HABLANDO
CON LOS APUS
Así fue el comienzo de mis viajes a Qosqo para hablar
con los Apus y las Pachamamas. Tuve la suerte de contar con un altomisha como
Mario Cama. En otras partes del Perú hay personas que hacen adivinaciones y
curan usando alucinógenos, macerados del cactus San Pedro o bebidas de
ayawaska, una liana vegetal amazónica. Me gusto que los altomisha ralizaran sus
sesiones totalmente sobrios, sin masticar siquiera hojas de coca. Saberlo me dio
plena confianza y mucho más cuando comenzaban con el Padre Nuestro.
A lo largo de cuatro años fui conociendo diversos
aspectos relacionados con su vida y su papel dentro de la sociedad andina que
cree en ellos. Completaron mis conocimientos antropólogos que ya conocerán a
medida que sigamos con esta investigación apasionante.
Los invito a leer los próximos blogs.
Gracias
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Notas del libro “Hablando con los Apus”
HUAROCHIRI
En las alturas
de Huarochirí, Lima, la baja temperatura impregna el aire. El aliento se convierte
en una nube. Los estiletes del frío se hunden en el cuerpo. El invierno congela hasta el ichu del extenso pajonal de
Chankuya. Las viskachas se acurrucan en
sus cuevas y no saludan al padre Sol. El mal tiempo castiga a todos los
seres vivientes de la puna, sin distinción.
¿Habrá que
calentar las manos de Santa Rosa de Lima, patrona de la provincia? Alguna buena
devota le tejió unos guantes de lana y ella sonrió en la iglesia. La
bienaventurada limeña se encarga de proteger a los frutales. Subiendo de Lima,
en medio camino, hay chacras dedicadas al cultivo de manzanos en Langa. Los
agricultores de tierra adentro, como Wanqhata, esperan el milagro de una
carretera para comercializar sus productos. En los árboles se quedan deliciosas
paltas, chirimoyas y manzanas que no se cosechan. La tierra es fértil y los
frutos son tan grandes que no es posible trasladarlas a los mercados.
Cada 30 de
agosto, día de Santa Rosa de Lima, hay feria en la plaza de entrada a
Huarochirí. Al mismo tiempo que las frutas, sus productores venden dos variedades de quesos: unos
pequeños, envueltos en paja, si las vacas son propias; otros, en bloques de
varios kilos, si los animales son de la comunidad.
El vocablo
Huarochirí, según el sabio Julio
C.Tello, quien nació allí en una casa que todavía existe, significa en —hak’aru
o kauki— “tierra de las alturas frías”. Tello, el último de cuatro hermanos,
fue hijo de un campesino amante de sus tradiciones. “Mi abuelo lo hacía
levantar en la madrugada para ir a pastar el ganado, con mi madre que tenía
seis años, y así templó su carácter”, relataba Oscar Santisteban, hijo de su
hermana Elena.
El futuro
Padre de la Arqueología Peruana estudió medicina y se graduó en Inglaterra. Fue
empleado de la Biblioteca Nacional cuando la dirigía Ricardo Palma, y se
apasionó por la arqueología al descubrir en una revista del Smithsonian Institute de EE.UU., fotografías
de unos cráneos trepanados de Huarochirí.
Nunca dejó de
visitar a su pueblo, a pesar del polvo que se levantaba en la trocha carrozable
que había gestado. Antes, la ruta seguía el camino de herradura que entraba o
salía por la Tablada de Lurín y Matute a Lima. “Le gustaba mucho ir a los baños
termales de Kornaya”, contó otro de sus sobrinos, Francisco Cuéllar Tello.
En tiempos pasados,
la provincia fue asiento de los belicosos yauyos, escribe en un estudio muy
documentado Teresa Guillén de Boluarte. En 1534, Fernando de Soto y Diego de
Agüero fueron los primeros en penetrar en la región. En 1586, en tiempo del
séptimo Virrey, Fernando Torres de Portugal, Conde Villar Don Pardo, se
estableció un pueblo como capital de la provincia de los Hanan Yauyos, con el
nombre de Santa María de Jesús de Huarochirí. Fue el tercer repartimiento
integrado por los pueblos de Sisikaya, Chorrillos, Chankaruma, Cheka,
Huarochirí y Kinti. Su primer encomendero fue el veedor García de Saucedo.
Cuando
llegaron los españoles, había unos 10,000 indios tributarios, entre 18 y 50
años de edad, y miles de “dioses”. Huarochirí era tierra de “magos”, Francisco de
Avila lo visitó en 1601, cuando era cura doctrinero de San Damián, y con José
de Arriaga, ambos fanáticos extirpadores de idolatrías, lucharon contra sus
creencias.
Catequizados a
sangre y fuego, los huarochiranos se convirtieron. Pero el espanto de Avila fue
enorme cuando descubrió años después que seguían con sus cultos embozados bajo
las ceremonias cristianas.
“He averiguado,
dijo, que hay indios que han mandado hazer una imagen de Nuestra Señora y otra
de un Ecce Homo para fingir que hazían
fiestas a estas imágenes que son realmente Chaupiñamoca y Huaysuay”. El
doctrinero no pudo saber que había producido el sincretismo: la fusión de dos
creencias.
En la
localidad existe un hotelito, pintoresco y bastante cómodo, para quien no vaya
con exigencias. Los omnibuses suben jadeando dos veces por semana y lo hacen en
ocho o nueve horas por la estrechez del ramal y la infinidad de curvas.
Cada 30 de
agosto llegan los hijos de la provincia que migraron a Lima, ansiosos por
retomar la vida que dejaron, aspirar su aire, llenar los ojos de sus paisajes y
rezar a Santa Rosa que los espera en su
iglesia. Muchas familias llevan, además de flores y velas, “cajuelas” o altares
portátiles con efigies de la santa para que el señor cura las bendiga. La nave
se llena de calor con su presencia y el pueblo también, cuando bailan sus cuadrillas hasta que despunta el amanecer.
La feria de
productos concluye antes de la procesión y en la casa de los mayordomos espera
el humeante pari, un caldo refocilante que se sirve con una piedra calentada al
rojo vivo que hace hervir al contorno del potaje, siendo una gloria del pasado;
pues, se trata de un plato prehispánico.
Las ingas salen
en la tarde, ataviadas con ricos vestidos, siguiendo al Qhapaq Inka, único
señor, con arpa y violín. Sus rostros se ocultan bajo un velo de tul y otro de
monedas de plata. “¿Cómo podríamos representar de otra manera a los señores del
Cusco?”, dicen con respeto. La gente habla al mismo tiempo de Pariaqaqa, la
montaña tutelar de cinco cuerpos: uno de roca, otro de nieve, un tercero de
granizo, un cuarto de lluvia y el quinto de viento.
Se ingresa a
su territorio por Tanta y cuando se siente satisfecho por la visita, deja
sentir el poder de sus cinco cuerpos, como si diera la mano con nieve, lluvia y
viento. Los huarochiranos le hacen ofrendas pidiéndole un buen año y dicen que
suele demostrar su cariño a quienes lo recuerdan.
La frutería de
la provincia es dulce y variada. Sólo falta la carretera reclamada desde los
tiempos de Tello. ¿Llegará? Habrá que sentarse a esperar que los gobernantes de
Lima se den cuenta de su potencial agroturístico y permitan una salida rápida
de tantos tesoros que se malogran en los árboles..¡Cómo enseñarles a conocer el
Perú...!
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