sábado, 26 de enero de 2019


¡LA TIERRA PUEDE MORIR!

¡Alerta, nuestro planeta se encuentra en peligro!
¡Alertaaa!
Hace años estuve en Ciudad México y una espesa niebla la cubría. Era una de las capitales más contaminadas del mundo. Hace unos días mi hija Vida viajó a la ciudad mexicana. Me trajo una noticia alucinante. Admiró su cielo azul y sus plazas  y calles cubiertas de un verde milagroso. El aire pesado que la envolvía se limpió.
No sé si nuestra Tierra puede salir del oscuro alerta, pero con el ejemplo de Ciudad de México es posible. En Lima mucho se podría hacer sembrando árboles en las peligrosas laderas del Rímac que cientos de años atrás eran frondosas. Para eso tiene que trazarse un plan director en el cual participen las autoridades y los habitantes de la ciudad. Deben prepararse brigadas que enseñen cómo se foresta los cerros, empresas que ayuden al cultivo de plantones y generar un sentimiento de responsabilidad en la población. Somos solidarios, habrá una gran respuesta, lo único que hacer es organizar un movimiento para recobrar la protección que generan los bosques.
         
El problema se presenta a  nivel mundial, pero al menos en el país hay que tomar conciencia de su gravedad. La agresión a la Tierra fue advertida entre 1975 y 1980 más o menos. En una entrevista que le hice al famoso sociólogo brasileño Josué de Castro, autor de un best seller: “La Geografía del Hambre”, me dijo que, en un futuro distante habrían cambios climáticos tan extremos que, en ciertas partes, la nieve y el frío sería tan intensos que la gente se congelaría y, en otras, el calor tan agotador, que acabaría con la vida animal y vegetal. Cuando hablamos de la sobrepoblación agregó que su alimentación pasará a segundo plano. ‘El hombre, antes que morirse de hambre, dijo, se morirá de sed’.  
Cuando se dio la vida en el planeta, el único habitado del Sistema Solar, millones de niños jugaron en sus sueños prehistóricos con lunas de plata y estrellas brillantes, hicieron volar al arco iris como si fuera un cometa, se trasladaron de un sitio a otro en alas del viento, flotaron en las aguas del mar sobre pañales de plankton, treparon las cumbres más altas, se lanzaron en tobogán por el cuello de las jirafas, jalaron de la cola a los caimanes, se durmieron sobre los vellones de las alpakas, hicieron rondas con los pajaritos y fueron  felices. Durante millones de años la Tierra ha sido madre. En este siglo, a pesar del avance de las tecnologías, los países desarrollados la están poniendo en emergencia.
Este planeta, nuestro hogar desde épocas sin memoria, ha sido generoso, hasta que las industrias, las empresas y las ciudades crecieron indiscriminadamente provocando un caos terrible. En los últimos siglos la Tierra ha sido maltratada,  atropellada, atormentada, ensuciada, y esclavizada por el cemento. La mayoría se reduce a vivir sin respetar sus principios vitales. Una minoría la explota olvidando que una catástrofe futura los arrastrará también. Si suben los mares será en Nueva York como en Venecia, Bruselas, Egipto, o Suecia, En muchas partes donde hay excesiva tala de árboles el alza de la temperatura provocará sequías y sucesivas desertificaciones.

Resultado de imagen para amazonia peruanaLima es una muestra. En menos de cinco siglos ha pasado de valle fértil y próspero, con un río limpio dotado de peces y camarones, bosques rumorosos y cerros llenos de verdor a una megalópolis con distritos de estructuras diversas, grandes urbanizaciones, sectores populares y tugurios que se prenden de  cerros calvos que perdieron su encanto. No se ha terminado de monitorear la situación en otras partes.
La consecuencia es un aumento de cánceres a la piel y la ceguera. No basta proteger la cabeza con sombreros. Se necesita lentes especiales, pues, los rayos caen al suelo y rebotan a los ojos en un ping pong trágico. El calentamiento global o efecto invernadero es producto del uso de combustibles fósiles, -los dinosaurios convertidos en petróleo-,  el dióxido de carbono y otras sustancias químicas. 
Por los gases contaminantes en el Perú siguen disminuyendo sus glaciares. En Qoyllur Rit’i, lugar de multitudinarios peregrinajes, también se aprecia una sensible baja de  nieve. En Groenlandia así mismo satélites de la NASA registraron que en el año 2005 su casquete de hielo perdió 50 kilómetros cúbicos de hielo. De seguir subirá el nivel de los mares hasta 4 y 6 metros cubriendo poblaciones costeras y balnearios.
Puede parecer una paradoja pero hay que reforestar la selva u omagua- que va siendo cada día más vulnerable. No sólo es un pulmón que oxigena la atmósfera sino que protege la vida en su entorno. En San Martín y Amazonas hay áreas de selva seca, la purma. Se sabe que su ecosistema es muy frágil. apenas unos dos metros de tierra y debajo cuarzo. La refracción del sol aumenta la fuerza de sus rayos.
Que se cumplan las disposiciones legales para racionalizar la explotación maderera. Que no se corten completamente los árboles para que retoñen y que siembren tres por uno que se tala. Los gobernantes deben tomar medidas para proteger el medio ambiente y dejar de sumarse a los millonarios destructores de la Tierra. A la temperatura que aumenta se agregarán  otros  problemas. Las explosiones solares y la basura de los satélites y las naves espaciales.
Tenemos que luchar señores del gobierno. Hay que hacer campaña señores de las instituciones del medio ambiente. ¡A trabajar con las naciones que ya están pensando en salvaguardar el futuro de las próximas generaciones! De continuar el calentamiento del planeta disminuirán los recursos hídricos y desaparecerá un alto porcentaje de especies.
¡Salvemos a nuestra querida Tierra!  
Alfonsina Barrionuevo

miércoles, 23 de enero de 2019

EL CÁNTARO DE URPI WACHAQ   
En un tiempo sin edad, la mar no estaba poblada. Los peces de escama plateada vivían en un cántaro que guardaba con celo Urpi Wachaq, una mujer de Pachakamaq. En su interior las nubes navegaban y el sol también a veces, bogaba la luna y las estrellas prendían sus luces. Nadie tocaba el urpu o cántaro, porque era sagrado.
Hasta que Urpi Wachaq lo descuidó por curiosa. Encargó a una serpiente que lo cuidara y se fue para ver a Kawillaka, la orgullosa hija de un señor de Végueta, que pasó por allí, huyendo de Kuniraya Wiraqocha. El príncipe trató de alcanzarla, según la leyenda, pero la joven fue más rápida y se arrojó con su hijo a la mar, avergonzada de su presencia. No aceptó que un pordiosero fuera el padre de su vástago. Así lo vio cuando asistió al consejo de los príncipes wilkas.
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Una historia que habla de los desdenes de la doncella y cómo fue castigada por Kuniraya, quien usó sus poderes para convertirse en ave y dejar caer su simiente en el fruto de lúkumo que aquella comió. 
Malhumorado por su fracaso Kuniraya volvió sobre sus pasos y descubrió en la mansión de Urpi Wachaq a sus dos hijas. Quiso enamorarlas, pero ellas, tornadas en palomas, volaron. Más irritado aún convirtió en arena a la culebra, que era su guardiana, y dio un puntapié al cántaro, que rodó hasta la mar volcando su precioso contenido.
Los peces encontraron en el océano un urpu infinito, apenas ceñido por la ancha faja de la corriente de Humboldt. Ahí se multiplicaron.  Nuestro mar tropical recibe su aporte benéfico gracias a la existencia de una voluminosa biomasa de fitoplancton y zooplancton, microorganismos que son el inicio de  la cadena de unas 800 especies ictiológicas, desde la pequeña y tímida anchoveta (Engraulis ringens) hasta el atún de aleta amarilla ((Thunnus alalunga), que llega a medir más de dos metros.
En las madrugadas del siglo XVI la salida de miles de pescadores a lo largo del litoral debió ofrecer una vista majestuosa. Sentados o de rodillas, sobre sus caballitos de totora, se movilizaban con sus redes en pos de los peces de cada día. Las mujeres aguardaban su regreso con ansias y salaban los sobrantes.
Había días en que la mar, Juana Puyka, se enfermaba y los cardúmenes se alejaban, o  las olas se encabritaban. Ellos se abastecían para entonces o los destinaban a los mercados de trueque,  donde cambiaban los productos marinos por otros para sustentarse, ropas, vajillas de arcilla y animales domésticos.
Los españoles hicieron el primer contacto con el Perú por medio de la mar. Se cuenta  que frente a Tumbes Bartolomé Ruiz abordó una balsa chincha de dos pisos y lo primero que tomó fueron sus provisiones de pescado. Sin que se enterara jamás, ingresó a uno de los mares más ricos del planeta.
Los chinchas tenían rutas por mar y tierra, y visitaban muchas poblaciones llevando llevaban una diversidad de mercancías. A través de milenios ellos perfeccionaron las artes de pesca. Al principio  trataron de coger los peces con las manos, después hicieron pequeños diques en los lugares donde los ríos entraban al océano,  generalmente cuando bajaban de caudal. Luego inventaron redes de diferentes tamaños para coger distintas especies.
En los dibujos que mandó hacer el obispo Baltazar Jaime Martínez de Compañón, aparecen en naves más grandes, que acomodaban en pareja para hacer una pesca abundante. En Caral se ha encontrado Instrumentos primigenios para la cosecha marina.
Así como las artes de pesca demuestran el talento de los antiquísimos abuelos para hacerse a la mar, se aprecia del mismo modo la evolución de la gastronomía. De hecho los primeros peces se comieron crudos, después asándolos sobre piedras calientes o envueltos en hojas gruesas,  agregándoles sal y unas hierbas olorosas.  En algún momento usaron el jugo ácido del tumbo para preparar sus delicadas carnes, sin necesidad de fuego. Ese debió ser el origen del seviche, ceviche o cebiche, cuyo nombre varía en su escritura, aunque no en su peruanidad neta. 
En el Museo de las Ciencias de la Salud, que existió en la calle del Arzobispado, a media cuadra de la Plaza Mayor de Lima, el recordado médico historiador Fernando Cabieses Molina ofreció a los periodistas un almuerzo con platos prehispánicos. Entre ellos figuraba el seviche que preparó Melchor Salomón, quien heredó estas especialidades de su madre. El tumbo le dio sabor y aroma exquisitos que nunca he vuelto a probar. El limón también lo cocina y es agradable, pero lo antecedió un fruto de esta tierra: el tumbo que es ácido cuando está verde y dulce en su madurez tiene su clima y su altura que son poco conocidas.
A Kuniraya, quien enredó la lengua de los papagayos porque dijeron que Kawillaka estaba muy lejos y no la alcanzaría, hay que agradecerle su impulso de mandar a rodar el cántaro de Urpi Wachaq. Así permitió que los peces se dispersaran en el mar. Por ende puso al alcance de todos un producto alimenticio que es una fuente de salud para el mundo.
Alfonsina Barrionuevo  

viernes, 11 de enero de 2019


SAN PEDRITO DE ILO    
En Ilo, Moquegua, los viejos pelícanos parecen filósofos con alas, esperan las barcazas para robar uno que otro pececillo. A su espera montan guardia en los roquedales como aquellos que vieron pasar a los antiguos peruanos rumbo al Sur. Es extraordinario que fuera, en aquellas épocas, un puerto internacional de donde salieron los osados navegantes  del Qosqo en grandes balsas buscando nuevos lugares que conocer. El sol del atardecer que se oculta tras los abanicos de las palmeras, es el único que podría dar fe de su proeza pues regresaron de lo desconocido.
Paúl Rivet, el famoso antropólogo francés que pasó una temporada en el lugar, estaba seguro de que llegaron a Tahití y otras islas, intercambiando productos. Lo comprobó el capitán Domingo de Goyenechea en 1772 y el noruego Thor Heyerdahl en 1947. Conexiones que a lo mejor un día pueden repetirse para los turistas en busca de aventura, pero en una nave con todas las comodidades y en menor tiempo.
Resultado de imagen para casas de mojinete IloEn la ciudad de hoy los viajeros admiran la iglesia de San Jerónimo que es notable por el material que fue empleado para su construcción. Como es pequeña se le da vuelta y se comprueba que está hecha íntegramente de madera. El párroco y los feligreses tienen mucho cuidado con las velas que se encienden para San Pedro en su fiesta, pues, un incendio podría destruir la reliquia. Su venera de agua bendita es una gigantesca concha marina traída del Viejo Mundo, con una valva que mide abierta unos ochenta centímetros y un grosor de treinta por lo menos.
El lugar fue encomienda de Nicolás de Ribera, el Viejo, quien cortó los primeros bosques de algarrobo, yaro, pacae y guarango, para construir embarcaciones. Su idea era una permanente comunicación  con Lima, ciudad de la que fue su primer alcalde. La iglesia está dedicada a San Jerónimo, pero San Pedro tiene más devotos por la cantidad de gente que se dedica a la pesca y requiere sus favores. Incluso hay dos imágenes del santo apóstol y portero del cielo. Una  grande que sale en procesión y otra pequeña, de un San Pedrito, que sale al mar y les asegura una  buena pesca. Las familias arrojan, cuando su barca comienza a moverse, una gran cantidad de claveles  en recuerdo de los pescadores muertos, convirtiendo las aguas en un jardín flotante lleno de hermosos recuerdos.
Aunque su primer encomendero fue español, quienes se afincaron en Ilo fueron ingleses y franceses con un permiso especial de Felipe V en 1700, y después italianos y yugoeslavos, que hicieron fortunas con el comercio de pescado salado, vinos, aceitunas, azufre, magnesio, salitre y cuanto se podía vender en Lima, Tacna y Europa.
Las casas de mojinete que sólo se encuentran al sur del Perú son muy fotografiadas  por los turistas, a quienes llama la atención ese tipo de arquitectura mozárabe. En el siglo pasado se tenía un transporte original, ‘el calamazo’, un camión que corría sobre rieles y jalaba coches de primera, segunda y tercera. Muy cerca del mar quedan vestigios de las bodegas de los chinos que vendían caña de azúcar, chancaca y miel.
La construcción más antigua es un sugerente ranchito cuyos techos se sostienen sobre columnas de palo. Sus paredes son de quincha. Es muy buscada por los visitantes quienes declaran que debía estar en vitrina. Sus casonas más típicas, que son muestras de su antiguo esplendor, son las casas Chocano, de tipo republicano, que luce un larguísimo balcón, y la Casa Gonzáles, donde funciona el Museo Naval. Otro atractivo turístico es el mirador que mandó hacer el alcalde Augusto Díaz Peñaloza, integrando las rocas y el mar. Lugar de ensoñación para tres generaciones que van hasta hoy para contemplar las puestas del sol, el movimiento de las olas que bordan encajes al pie, el paso de las embarcaciones y el vuelo de las aves marinas cerca de tierra.
El Muelle Fiscal no era un lugar de paseo, sino embarcadero de mercancías productos de campo, y hasta vacas que eran bajadas en grúas, como gordas balletistas, a los lanchones. No olvidar a la visita a Punta Coles donde retozan, aman o duermen simplemente los lobos marinos. Yo fui en 1992 y así conocí la villa que guardo en la memoria.
Alfonsina Barrionuevo

lunes, 7 de enero de 2019


LA DUEÑA DEL AGUA   
En invierno, mientras fuertes ventarrones agitan  las flores de los eucaliptos, una arteria gruesa, barrosa y caliente, salta a un costado del cerro ‘La Botica’. La fuente, oculta en su interior, se abre paso en querella con el día. En tiempo de estío, en su falda, otro manantial bosteza haciendo globitos intermitentes que revientan dibujando una ‘o’ sobre su piel cálida. Su corriente se desliza por el campo con los pies descalzos, dejando huellas de vapor que son más altas cuanto más temprano.
Cachicadán, La Libertad, con su arco blanco de tejas rojas, es tierra de termas ferruginosas y sulfurosas certificadas por el sabio naturalista Antonio Raimondi en 1850. Sus vecinos y visitantes disfrutan de  la voluptuosa caricia del agua que ayuda cuando hay reumatismo y otros problemas que demandan su abrazo benéfico.
Al atardecer y en noche de luna el ojo tiene ‘encanto’. No hay que dejarse provocar por su aura mágica. Hace cincuenta años una recién casada, que fue con su jarra para llenarla, sintió la fuerza de un extraño movimiento en sus bordes. El miedo puso alas en sus pies y se alejó. En la noche soñó con una bellísima mujer, la dueña del agua, quien la invitó a  su palacio de cristales. En la tarde siguiente los árboles susurraron dulcemente su llamado. En la tercera noche la dueña del agua volvió a aparecer ofreciéndole preciosas joyas. Así hasta cinco veces y vio cómo se abría el cerro, iluminado por dentro. Su esposo no quiso perderla y luchó con ella hasta vencer sus artes con puro amor.
Muy cerca, en Wakás, la tierra se rompe y afloran las burbujas. El barro llamado akusha que queda al fondo es un prodigioso cosmético, aseguran las señoras del campo. Las industriosas madres de familia que conocen sus virtudes lo mezclan con miel de abeja y lo ofrecen para limpiar las manchas del rostro, el acné, las espinillas y las líneas del tiempo.
Resultado de imagen para cachicadanEn el cerro ‘La Botica’, crecen una infinidad de hierbas medicinales, obsequio de su dueño a los hijos del lugar.  La variedad de especímenes que brota a cada paso haría la delicia de un botánico. Para encontrarlas hay que hacerle un regalo. Pedir permiso con un trozo de chancaca, cigarrillo, coca o flores, al entrar en su territorio. El señor del gigantesco vivero natural de plantas curativas gusta de la correspondencia. Como es su heredad, siente la falta de cariño, la indiferencia y si no saben cuál es la costumbre o se olvidan de hacerle una ofrenda esconde lo que se busca.
Al frente los cerros se arropan en mantos de color. El paisaje, oración polícroma  que se combina con el cielo, enciende las pupilas de acuerdo a la luz del día y a las estaciones del año. Quién podía imaginar que en Cachicadán ‘vive’ Katekill, el soberbio señor del rayo y la tormenta, a quien buscaron infructuosamente los curas doctrineros de los primeros siglos españoles. La persecución fue implacable durante más de cien años. Katekill, similar del Illapa Inka podía anegar los campos o provocar las sequías.
La Virgen del Carmen, patrona del pueblo, entró al valle tibio con los agustinos por 1797. Su iglesia se construyó después porque era sitio poblado y allí queda un registro de bautizos, matrimonios y defunciones en libros de viejos pergaminos. San Martín de Porres  llegó mucho más tarde por devoción de una vecina reumática que se curó con su fe y los baños.
La gente lo adoptó como "hijo ilustre" después de varios hechos portentosos y se formó una hermandad en 1941. Hoy lo celebran cada 9 de noviembre, con alba en el día en que baja de su altar y festivo paseo de vacas, patas y cabezas adornadas con limones, flores y billetes. En el día de doces o vísperas, con jubilosas danzas de pallos, quiyayas, pishpillas que bailan tocándose la cara, turcos y canasteros, juegos artificiales y serenata de bandas. En el día del día  procesión grande y quema de castillos en la noche, hasta la octava con la promesa de volver, ‘si Dios quiere’.
En esos días los caminos se llenan de peregrinos, ansiosos por deshojar sus alegrías y sus penas ante el santo, abrazar a sus parientes, visitar a sus amigos, saborear las primicias de la tierra, jamones que saben a gloria, okas dulces soleadas, Kancha tostada, revuelto de papas, arroz de trigo, lenteja lino, manzanas, membrillos, quesillos con higos en almíbar, y gozar en las pozas, a flor de todos los poros, la calidez de esas aguas taumaturgas que los devuelven a felices tiempos.
Alfonsina Barrionuevo