domingo, 27 de abril de 2014

 PAPA JUAN PABLO II

Millones de personas tendrán recuerdos del Papa Juan Pablo II y se sentirán bendecidos como yo de haber estado cerca a él.
El primero de febrero de 1985 fue un día inolvidable para mí. Logré entrar a las tres de la tarde a la Basílica Catedral de Lima, Perú, por la puerta que da al jirón Carabaya con mi fotógrafo, me parece que fue Víctor Manrique. Tendría que esperar dos horas a oscuras en el interior pero valía la pena. A las cinco de la tarde el Papa estaría allí por primera vez. 

Entre tanto las monjas de los monasterios de la ciudad se estuvieron colocando en la Plaza y también los frailes de las órdenes religiosas. Aquella era una tarde de fiesta espiritual.
A la hora exacta la gran puerta giró sobre sus goznes y el Papa que entró seguramente por el Patio de los Naranjos, apareció y se colocó esperando el momento exacto para salir.
Al verle la emoción me embargó y cuando me aproximé rápidamente para saludarlo y pronunciar algunas palabras de bienvenida un encargado de seguridad me detuvo. Yo estaba apenas a un metro y el Papa se sorprendió al verme. Pero, ya debía salir y no me dejaron ver ni siquiera  la ceremonia.
Cuando al fin pude caminar libremente ya no estaba. Las monjitas abordaban pequeñas camionetas y en la noche oscura muchas se equivocaron y amanecieron en otros monasterios. En las primeras horas se generó un ir y venir de vehículos llevándolas de uno a otro lado. Ellas salieron por única vez  porque eran de clausura.

Los momentos vividos fueron de intensa alegría. Nunca más estaría tan cerca del gigante bondadoso pero seguí sus visitas en el Perú que fueron grandiosas y sus viajes.
El Arzobispo de Cusco debía recibirle al pie de la escalera de su avión cuando llegara a la Capital Imperial. Estuvo en Lima y no iba volver a tiempo. No consiguió pasaje y finalmente contrató una avioneta. El día estaba oscuro, con nubes muy preñadas. El piloto le dijo que irían por Arequipa para aterrizar si el  tiempo no mejoraba. Me contó que casi lloraba. Al fin sobrevolaron Cusco pero sin suerte. El piloto tenía gasolina sólo para volver. Bajar sin ver los cerros sería una locura. El Monseñor miró hacia Paucartambo y distinguió una apertura de luz. Fueron hacia allá y entraron. La preocupación impidió que vieran el avión del Papa que siguió a la avioneta, como si fuera su guía,  y se metió por el mismo lugar.
Monseñor tuvo escaso tiempo para correr y esperar al pie de la nave a la suprema cabeza de la Iglesia.

Un sueño que vivimos y que queda indeleble en la memoria. No sé de un Papa que haya sido tan querido como Juan Pablo II. Su espíritu de solidaridad, su cariño y humanidad no serán olvidados.

Hoy está en los altares, pero antes ingresó al corazón de las gentes del mundo, como un verdadero seguidor y servidor de Cristo.  


SHAKESPEARE EN GORGOR
                                        
De haber tenido una máquina de tiempo para llegar hasta Gorgor, Cajatambo, Lima, a 3,704 metros sobre el nivel del mar,  Shakespeare hubiera enredado su pluma en las pestañas de sus hermosas Pallas. No habría encontrado las cortesanas que reían o lloraban con sus dramas, pero algo hubiera hecho para enlazar la trágica historia de Waskar y Atawallpa con las doncellas de la Inmaculada Concepción.   
      
Todo hubiera sido una novedad para él desde la aparición del valle en el lecho de una antiquísima laguna. Bien ubicado en uno de sus cerros más altos hubiera observado obnubilado cómo iban desapareciendo sus aguas, absorbidas desde las profundidades, haciendo al final “glub”, “glub”, “glub”,  y luego “gor”, “gor”,”gor”. Por ese último sonido, producido como por una cañita colosal,  el lugar recibió el nombre de Gorgor.
Shakespeare no imaginó ni en sueños que existía tal lugar. La historia de este pueblo, casi inédito de los Andes limeños, me fue relatada, mientras tomaba sol en su pequeña plaza, por la gente  mayor que bajó de sus estancias para la fiesta de la Virgen. Sus antepasados presenciaron la desaparición  de la laguna esperando que su lecho se secara para sembrar una variedad de especies alimenticias.

Mucho después, los españoles fundaron en el sitio una villa el día de la Inmaculada Concepción, cuya  fiesta se celebra entre el 8  y el 11 de diciembre. El turista audaz que logre llegar después de aventura y media debe llevar  su mochila y su bolsa de dormir si quiere presenciar viejas costumbres de dos tiempos.
Para vivirla tomé en las afueras de Lima un ómnibus que me llevó hasta Barranca donde abordamos al vuelo, con Graciela Espinoza que me esperaba, otro que iba por un desvío hasta Gorgor. Fueron unas doce horas de viaje por una trocha con restaurantes de comida fría porque hay muy poca leña, por lo que es recomendable llevarse unos panes con queso, una gaseosa y una fruta.

Creo que  por esos parajes se va como una cabra montés hasta vencer los 3,074 metros de altura. El camino alterna la visión del árido paisaje de los cerros con calvicie de la chala o costa hasta los cerros de la yunga y la qechwa con melenas de verdor. Una buena parte se sube sin contratiempos pero hay sectores donde puede pasar cualquier cosa, que suban más pasajeros con una miscelánea de carga de todos los olores o sacos de veinte kilos y más.
Un zigzag y se llega a una graciosa placita que coquetea todos los días con los cerros de Gorgorhirka, Mahanka, Kuntursenqa y Shanuk.
Los antiguos señores de la región vivieron en las partes altas. Por eso se conservan viviendas, templos y tumbas, alrededor de Siskay.
El asiento principal habría funcionado como una pequeña metrópoli me explicó Faustino Espinoza Alvarado. Ubicada prácticamente en un mirador se podía controlar a los que llegaban. Las comunidades tienen respeto por estos restos donde sus antepasados duermen un sueño milenario. Siskay,  Wankashrakay y Kukushuk están a unos 3 o 4 horas de camino a pie.
Para asistir a la fiesta lo primero es buscar alojamiento el cual se consigue gracias a la hospitalidad  que brindan los pobladores. Hay buenas camas y abrigadoras frazadas, pero como los hijos y los nietos vuelven para rendir homenaje a la Virgen, es mejor asegurarse y llevar una bolsa de dormir.
Sobre la imagen de la Virgen dicen que fue hecha por los ángeles. Llegó como una simple mortal aunque extrañó a todos su singular belleza.

Cuando atardecía prometía volver al día siguiente que tenía su casa por allí atrás. Hasta que, finalmente, declaró que quería vivir en Gorgor y pidió que le hicieran una grande.
Ella llevó bienestar al pueblo y decidieron ayudarla. Cuando terminaron la construcción volvió. A los dos días tocaron la puerta para ver qué necesitaba y como no abría entraron. Se asombraron cuando vieron que era una imagen de pasta. Lo mismo pasó con la Virgen de Manás, una localidad cercana.

Para “su adorno” las familias crearon la danza de las pallas con reminiscencias inkas y una colorida evocación de la conquista. La trágica captura y  muerte al mismo tiempo –adecuando la historia a su imaginación- de Waskar y Atawallpa a manos de los “vasallos” que entraron a caballo.
Así nombran a Pizarro, “Candia”, Soto, Sánchez de Cuellar,  el padre dominico Valverde y al Felipillo. Los detalles del drama corrieron esa vez a cargo del mayordomo Elías Arce Ventosilla.

El traje de las pallas evoca fastos de dos mundos. Faldas amplias de seda, blusa de gran pechera, collares de perlas y cuentas de color, mantas que abrochan con prendedores que antes eran de plata fina, pañuelos sobre la cabeza y sombreros adornados con hileras de perlas. Lo más resaltante son su cuellos altos o remangas de tres tamaños, muy almidonados, cortados en abanico y levantados como pétalos, parecidos a los que usaba la reina Isabel de Inglaterra. 

A la hora del almuerzo el pueblo pasa por la casa del mayordoma donde se sirve el pari,  un plato que recuerda tiempos de otra edad. Las chef gorgorinas lo preparan con carnes de res, oveja, gallina, kuye que hierven separadas con diferentes hierbas y  se juntan al final con papa seca. Sus sabores son un secreto y la sorpresa es oir el “glu”, “glu”, “glu” o “gor”, “gor” “gor”, que hacen al ser puestas en el plato piedras de río calentadas al rojo vivo. Para beber hacen  salud con sendos vasos de chicha de jora, de maní o el famoso clarillo de cebada.
Para vivir con ganas la fiesta, las representaciones y dar un paseo a sus grupos arqueológicos hay que quedarse por lo menos unos cuatro días y volver con la sensación de haber estado en otro tiempo.

Alfonsina Barrionuevo

sábado, 19 de abril de 2014

DOMINGO DE GLORIA
Madrugadas blancas. Músicas celestiales. Los Cristos gloriosos. Los he visto en Ayacucho y Catacaos, Piura. La gente se vuelca a las plazas y los siguen durante horas.
En Ayacucho una pirámide de velas alumbran el paso del Señor cuando todavía es de noche.
Arden los chamizos para calentar el ambiente. Un mecanismo ingenioso oculta la imagen para que las andas puedan salir de la Catedral y para que pueda volver a ingresar.
En Catacaos los cargadores se reemplazan casi toda la noche porque avanzan tres pasos y retroceden dos.
Hay roscas de miel que se invita a las personas que se parecen a queridos difuntos y que puedan saborearlas en su nombre.
No quiero preguntarme si después de estas adorables expresiones de amor los devotos serán mejores. Basta con gozar la tradición y esperar que se repita. Cada domingo de Resurrección podría simbolizar levantar el espíritu y encontrar más ánimo para seguir viviendo .


                         



CRISTOS TELÚRICOS
¿Puede ser el viento, escultor?, ¿el agua?, ¿la lluvia?, ¿el granizo?, ¿el rayo?.  En nuestros Andes muchas imágenes sacras son obra de las fuerzas telúricas en espacios que crean para protegerlas. En ellas lo mágico y lo divino se unen, produciendo un sincretismo que atañe a la hechura o conservación de las tallas.
En Ollantaytambo, Cusco, las burbujas de un manantial pulen con delicadeza una Cruz. Cuando el madero está listo, el milagroso Señor de Choqeqilqa, un Cristo pintado en él, llama la atención de Jainos, un humilde campesino, quien lo saca afuera y comunica a los pobladores el prodigio.
En  un bosque de Huaraz, Ancash, la gente de los alrededores siente un ruido ronco, como si alguien estuviera aserrando un árbol. El fenómeno se repite varias veces y cuando intentan sorprender al misterioso leñador, sólo sienten al viento agitando las ramas de los árboles. Un día, en que el ruido sube sus decibeles, corren hacia el lugar, impulsados por una fuerza interna, y encuentran un árbol patriarca partido en dos y en el centro, emergiendo de su corteza, un santo Cristo  surgido en una indiscutible  “soledad”.
En Ocongate el Crucificado de Tayankani se llama así porque se presenta sangrante en un espinoso árbol de tayanka.   Más arriba, en un farallón de la panpa de Sinaqara, frente a Qolqepunku, el nevado de la puerta de plata, el Señor de la Rinconada o Qoyllur Rit'i es diseñado por las manos del rayo y el granizo.
Otro es “cincelado” por un manante, que se volcaba tiernamente, sin cesar,  dibujando su cuerpo en una ladera vertical de un cerro en Muruhuay, Junín. Muchos, dicen, tuvieron la suerte de coger unas gotas de esa agua bendita y curaron sus males.  Hoy tiene un gran santuario que cobija a sus fieles y al mismo tiempo los aleja, mientras el agua se desliza sin volver a tocarlo,  por otro rumbo. 
En Santa Clara, Lima, las monjas contemplan asombradas como la imagen de un artista, que no podían comprar por su pobreza, decidió quedarse en su monasterio. Su cruz  volvió a ser un árbol y extendió sus raíces por el piso del locutorio. A la par sus brazos se alargaron, convertidos en ramas, que se estiraban agitadas por un viento sobrenatural. Empavorecido, ante la voluntad divina tan extraordinariamente revelada, el tallador se retiró dejando su obra a la comunidad que hasta ahora la conserva. 

En el cataclismo de 1746, que castigó Lima y el Callao, el mar envolvió en sus olas una nave y la empujó tierra adentro. En su bodega, que resultó inundada, transportaba la efigie de un Cristo Pobre, hecho en España por el famoso Montañés. Su dueño entendió que había de por medio una voluntad del cielo y la entregó  a los pobladores. Puede verse en Santa Rosa, barrio primitivo de pescadores, que fue favorecido con el precioso regalo. Llegó a sus manos con una advertencia. No apenarle nunca con graves excesos, porque entonces una lágrima suya de dolor, arrastraría al Callao a sus abismos.

Sus aguas protegieron también a otro Cristo. Al Señor de Luren que fue rescatado de un naufragio. Se pensaba que había sufrido deterioro y lo vendieron, en una caja sin abrir, al cura Madrigal de Ica. El párroco no podía pagar por una buena imagen y se conformó con una de segunda, que se llevó entre gallos y medianoche. Al volver a su destino su alegría se tornó en llanto al descubrir que estaba intacto,  respetado por Mamaqocha, la madre mar. 
En un monasterio de Cajamarca una monja sintió golpes reiterados en la gruesa pared de adobe de su celda. Al repetirse, la madre superiora ordenó que se abra y encontraron conmovidas un Nazareno de finísima factura, quien así pidió entrar a sus altares.

En Julkamarka, Ayacucho, ángeles escultores se desprendieron de la curva de los caminos se encargaron de su talla.  El sacerdote que los contrató sin conocer su identidad celestial es nombrado canónigo de Huamanga y sale a medianoche, bajo una lluvia intensa para evitar la protesta de los pobladores, y el cielo cubre la comitiva con un toldo de aire que no permite pasar una sola gota de lluvia, hasta que llegan a la iglesia de Santa Clara que lo alberga por su decisión.
En Kayara, otra efigie fue enterrada, para salvarla del odio de sus enemigos, y allí esperó su rescate sin destruirse. La Pachamama, madre tierra, lo acogió en sus brazos como su hijo, preservando al Cristo de la humedad. Quince años después reveló que estaba allí a un arriero que descansó en el lugar  y lo devuelve sin huellas de maltrato.
El nevado Sarasara participó también en la hechura de esculturas sacras y trabajó, en su corazón, enorme como un taller, a la Virgen de las Nieves, que encuentran en su glaciar un día de tormenta. La naturaleza está presente en muchos prodigios según la tradición oral que indica su incorporación al mágico mundo andino.

La luna convierte las lágrimas de la Dolorosa, que camina por los campos buscando a su amado Hijo, en las flores de la waq'ankilla, como si fuera su propio llanto. El arco iris crea para El con sus colores una flor encendida, la preciosa k'uichi t'ika, de pétalos encendidos. Otra, la flor del ñuqchu, muestra al abrirse una pequeña campanilla que resbala como una gota de sangre por el rostro del Señor de los Temblores, el muy querido Taitacha de Cusco. En su corola, sus pistilos aparecen dispuestos en forma de una cruz. Otra flor de Semana Santa recibe el nombre de “corona de Cristo”  porque la lleva entretejida sobre sus pétalos. Las “aromas”, unas flores amarillas, que eran distintivo de Lima y de Abancay, Apurímac, se siguen colocando sobre la cabeza del Señor de Ramos en Surco. Es el amankay andino que perfuma sus rizos.

Estos señores y otros pertenecen a las ciudades y pueblos del Perú que tienen Semanas Santas inolvidables, por la unción que se respira con su presencia. En mañanas de manos tejedoras que hacen cruces de encaje con palmas, con el regocijo de bronces que sueltan sus repiques en alas del viento o el silencioso viernes santero que crece con el pasajero graznar de las matracas. Arenales que extienden hasta el mar sus lenguas áridas y sedientas, por donde caminó alguna vez la Dolorosa, levantando neblinas para defender a  sus gentes  de los ataques aviesos. Y cielos de altura, con pendones de nubes, que se levantan ciñendo las andas de los Señores triunfantes de Resurrección.
Cocidos de toronjil, manzanilla y romero  perfuman los pies de los Crucificados que pasan sobre alfombras que se tejen con pétalos de keyserina, arrayán, retama, geranios, claveles y airampos. Naturaleza que se tiende a sus pies participando de su Pasión en el intento más grande que haya hecho un hombre, el Hijo de Dios, para salvar a la Humanidad  de sus cuitas.

Alfonsina Barrionuevo


domingo, 13 de abril de 2014

DOMINGO DE RAMOS

Una visión bíblica en Ayacucho cuando la ciudad era pequeña y llena de sueños. Las huamanguinas le daban elegancia con sus trajes y rebozos de estreno. Todavía podían caminar con los choclos de oro y perlas en las orejas y uno más grande abrochando la manta sobre la blusa de seda.
Al atardecer el sol arrojaba sobre ellas y los acompañantes de las cofradías sus reflejos dorados. Todos llevaban palmas y las agitaban al paso del Cristo que salía de la Catedral en su pollina para dar una vuelta por la ciudad.
Era el inicio de  la Semana Santa. 

El día Martes Santo saldría el Señor del Huerto. El Miércoles, el Nazareno de Julcamarca del santuario de las clarisas, el Jueves era la visita a los monumentos a la Eucaristía, y el Sábado con el Domingo, de madrugada, el Señor de la Resurrección.
Nada será igual a esa Semana Santa  que me hizo llamar a Ayacucho “la Sevilla de Perú”. Puro fervor, unción e incienso flotando en el aire. Unos días para pensar en el recorrido del Calvario en una ciudad tranquila, sumergida en la paz, evocando el martirio del Cristo.

Una de las Semanas santas de Perú que tienen un encanto singular, la gracia de la fe.



ALIMENTOS QUE CAMBIARON AL MUNDO

Hace más de cuatro siglos que le crecieron alas a la papa para salvar del hambre al Viejo Mundo. Al llegar a las ollas europeas les ayudó a vivir. Ahora está en la mesa de la Humanidad entera como una estrella comestible. 

Lo mismo es con la quinua,  otra contribución incomparable de Perú.
Ambas especies alimenticias proceden  del Altiplano, en torno del Titiqaqa, el lago del “puma de piedra”,  cuyos antiguos habitantes las  domesticaron para el pasado,  presente  y el futuro del planeta.
Antonio Brack Egg, doctor en Ciencias Naturales, destaca su importancia en el libro: “Recursos genéticos de Perú que  cambiaron al mundo”. Aporte que enaltece al genio creador de los peruanos prehispánicos. “En las cuevas de “La Paloma” en Chilca, Lima, y en otras partes —dice Brack— se han hallado restos de alimentos con una antigüedad de miles de años.”

Nacido en Villa Rica, Oxapampa, lo arroparon en su cuna montes y ríos caudalosos, imprimiéndole su sello. En su interior nunca dejó de ser el niño khalapata (pies descalzos) que  jugaba con los  yanesha en Villa Rica. Ni cuando se fue a estudiar la secundaria en Huancayo, estrenando zapatos que le ampollaban los pies; ni cuando se doctoró como ecólogo en una universidad alemana; ni cuando le clavó los colmillos en la muñeca una víbora loromachakuy y él se abrió la herida con un cuchillo para chupar y escupir su veneno, ni cuando asumió el difícil cargo de primer Ministro del Ambiente en la historia del país.
En su corazón Antonio Brack lleva tatuada la historia de ese niño montaraz, acostumbrado a la libertad en bosques de ramajes ondulantes  cargados de loros gritones.  Lo demás parte de allí para adelante, porque él mismo es un cedro añoso y sabio.
Su visión de Perú se levanta  del paraíso de su infancia. “El hambre no existe en el campo” —sentencia— “La gente es pobre cuando sólo tiene arroz y fideo en la ciudad”.

“La Amazonía –agrega con orgullo- es la región con mayor variedad de frutales, unas 507 especies exclusivas, que  necesitan ser estudiadas y desarrolladas para llegar a los mercados del mundo, ávidos de nuevos olores y sabores.

Nuestro estudioso es muy conciente de la amenaza de extinción que se cierne sobre varias especies peruanas. “Los estudiantes de hoy ignoran cómo se llama un árbol que está en  el Escudo Nacional. La quina, que hoy se cultiva en África, mientras aquí se asiste con indiferencia  a su inminente desaparición. Su corteza curó de la malaria o paludismo a la esposa del virrey Conde de Chinchón en 1638. Los jesuítas la probaron en su pequeño hospital y los palúdicos se curaron. Su uso se extendió y en el siglo XIX se extrajo la quinina, un alcaloide que benefició a millones de enfermos, sin  conocerse que era de Perú.”

Antonio Brack Egg nombra risueño al tomate, otro recurso que hemos dado al mundo. “No es posible imaginar las pastas italianas sin su salsa. Este fruto deriva de especies andinas y fue llevado a Centro América y México en el siglo XVI. Cuando llegó a Europa, le llamaron curiosamente “pommed’amour (manzana de amor) y  “pomo d’oro” (manzana de oro) El tomate es fuente de vitaminas,  como las B1, B2, B5 y C, y también de carotenoides, como el licopeno, que baja la inflamación de la próstata en los hombres; además de hidratos de carbono y de azúcares simples. Su identidad siempre será peruana aunque se produzca en Estados Unidos, India, Turquía, Egipto, Italia, España, Irán y Brasil. No olvidemos al sachatomate o tomate de árbol para un dulce notable”.

“Otro regalo fragante de la Amazonía es el cacao, agrega. En mi niñez comíamos su pulpa blanca con deleite. Mi mamá tostaba el cacao  y preparaba chocolate con chancaca ciento por ciento puro. Su nombre científico de Theobroma, “manjar de los dioses”, haciendo alusión a su sabor y aroma. En Austria y Bélgica es considerado una golosina “que produce una sensación de felicidad”. Tenemos numerosos cacaos  y estamos recuperando un cacao de fantasía, el cacao porcelana, que se creía extinto en las vertientes de Piura.”
“Otro recurso  importante que salió de nuestras fronteras es el frijol, purutu, poroto o judía”, rememora el estudioso. “Los centros de domesticación están en el Perú y México. Nuestra variedad más característica es la ñuña, numia o frijol reventón, que se come tostado, como pop corn. Las vainitas verdes son para ensaladas. El frijol forma parte de platos de fondo y los hay de diferentes tamaños y colores. El frijol colado es amado por los niños en Ica como un postre de lujo.  En las culturas antiguas aparece en las cerámicas y, según parece,  fue usado en el norte para las artes adivinatorias.”

En los valles secos de  Ayacucho, Huancavelica, Ancash, Apurímac y Arequipa las  tunas se prenden en sus orejas  alegres zarcillos. “Sus frutos blancos, amarillos, rojos y morados son invitadores”, resalta. “En tiempo de calor, una tuna heladita es refrescante. El Perú es el primer productor de la cochinilla, que es huésped de la tuna y da el carmín que se da color al “Campari”, a lápices labiales y tejidos”.

Los recursos genéticos de Perú que cambiaron al mundo son numerosos y el Dr. Brack Egg menciona a los ajíes (Capsicum) de sensacionales picores que dan un toque aromático a las comidas. Se trata de un abanico de tamaños y cromos, ají escabeche, cerezo, ají dulce amazónico, limo, charapita,  panka, pukunuchu, muruku, bombillo y saqrasillu, además de varios aún  silvestres. Hay uno que es propio del Ande: el rocoto. “El Inka Garcilaso, anota, decía que es el condimento más usado por la gente de mi tierra en guiso, cocinado o asado.”
Sus recorridos por las trochas de la Amazonía, los caminos del Perú, las ciudades de medio mundo y la Antártida, serán un gran atractivo en sus memorias. La quinina le quitó dos veces la tembladera del chukchu o paludismo; resistió al sarampión como un  guerrero y,  a los cinco años de edad, se tragó una aguja que se la extrajeron de la vejiga treinta años después.

Siendo estudiante, la TBC lo atacó, “porque si en Lima no tienes plata, robas o pides limosna,  te mueres de hambre”. Y pasando los cuarenta le dio un aneurisma abdominal que necesitó de doce centímetros de aorta de teflón para "reencaucharlo".

 “Soy un sobreviviente de cuanto he vivido”, finaliza nuestro ilustre personaje, y agrega: “Por eso, incluso, no acepto que  periodistas jóvenes me cuestionen sin haber salido de Lima  por problemas mineros que desconocen. Son opinólogos sin sustento de la realidad”.

Alfonsina Barrionuevo


domingo, 6 de abril de 2014

LA VISITA DE LOS APUS

Los Andes no necesitan permiso para irradiar energías. Tienen en su interior tal cantidad de minerales que se proyectan a cualquier parte. En Lima se incluye en su visita el Apu San Cristòbal, que es el protector de la capital.

Ellos simplemente se dejan sentir. Generalmente lo hacen de noche porque hay quietud y aunque no hacen ni el más leve ruido su presencia es visible.
Los altomisayoq y Kuraq Akulleq de Qosqo me contaron que es fácil sentirlos apenas se apagan las luces y las gentes se preparan a dormir. Entonces se iluminan los dormitorios con una luz amarilla tenue. Se sabe que son ellos porque se  ve la luz pero no se puede distinguir  nada de lo que hay adentro. El fenómeno no dura mucho. Quizá un minuto. Después la oscuridad vuelve a apoderarse del ambiente.
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Lo hacen para llenar de energía a la persona que está por dormir y luego dormirá bien, despertándose al día siguiente con el mejor de los ánimos. Son los Apus que ayudan a los suyos. Sucede en el Perú.


ALGODÓN DE COLORES

En una fotografía lo miro como  un sueño. A lo lejos parece un botón rosa encendido, como una brasa juvenil. Así se deben ver otros capullos en una sinfonía imponente. Ya amarillos,  marrones,  negros, blancos  o morados. Los cronistas de siglo XVI fueron parcos.   Se limitaron a decir que habían visto un algodón de colores y guardaron su entusiasmo para otros temas.  A los españoles les interesó más explotar la preparación de las telas kunbe de algodón claro  que enviaban en fardos a la península. Era tal su ansia que hacían trabajar sin piedad a niños pequeños. Les ataban del tobillo a los telares,  como pajaritos  para que no escapen, y los hacían tejer igual que los mayores desde que amanecía hasta que caía el sol.

La industria decayó cuando Europa comenzó a abarrotar el mercado de América con sedas, terciopelos, castillas, encajes y gasas para vestir a la gente de la ciudad. Nuestro algodón quedo relegado al campo, discriminado como la propia gente andina, luchando desesperadamente para sobrevivir.

Ahora, en que escribo estas líneas, me doy cuenta de cuánto hay que batallar, inclusive para cambiar el pensamiento de esa otra mitad de peruanos que no entienden el compromiso que tenemos con la historia y que no debemos dejar que la patria se diluya ante nuestros ojos.  Los españoles crearon en nuestros pueblos un trauma de inferioridad  incluyendo plantas y animales.
Ahora estamos viviendo un momento difícil en que la globalización nos invade. Necesitamos unir nuestras fuerzas. Merecemos un destino mejor, pero hay que conquistarlo. El algodón de colores se va poniendo en la mira del lanzamiento. Hay que apoyarlo para que recobre su sitial.  

El algodón blanco es originario de varias partes del globo. Entre ellas la isla Barbados de Centro América,  cuna de Gossypium barbadense, una malvácea. A este le tocó diversificarse siendo llevado como rica presea de un sitio a otro, hasta que levantó un vuelo generacional en Egipto. Entre tantas vueltas llegó al Perú, estableciéndose como un nuevo algodón, el pima, que ha absorbido los valores de nuestro ambiente.

Entre tanto nuestro algodón de colores entró en vías de extinción,   porque injustamente se le consideró áspero y ordinario, olvidando que se empleó en extraordinarios textiles de los chavin, parakas o inka.  Según los estudiosos en una pulgada se cuentan hasta 398  hilos de una finura admirable.  Sus colores cautivan desde  las tramas  de fondo o  los magníficos bordados que han resistido el paso de milenios.
A principios del siglo XX se creyó curiosamente que la gente de Perú teñía el algodón y la fibra de alpaka con tintes minerales. Sumo error que confundió la apreciación de nuestro algodón nativo que se conoce también como algodón país.
Este algodón que se encuentra en el norte, querido por todas las culturas peruanas, fue obligado a reducir su área de subsistencia al dársele de baja. Sin atención  se fue minimizando y el golpe de gracia lo recibió en 1940 con un decreto gubernamental  que prohibió su cultivo. El veto oficial  tuvo sustento en que era culpable de causar  plagas en las plantaciones del algodón foráneo de blanquísima fibra.

La resistencia que surgió de inmediato lo salvó del naufragio en los surcos donde antes se enseñoreó.  Las mujeres de Lambayeque  lo cobijaron valientemente en sus huertos para seguir tejiendo chales, alforjas y fajas, sin tener que recurrir a los tintes alemanes.
En los últimos lustros, cuando la calidad de nuestros productos se está imponiendo en  el mundo, el algodón nativo ha comenzado a recibir aliento. La prestigiosa arqueóloga Ruth Shady, que acaba de celebrar diecinueve años de redescubrimientos en Caral-Supe, anunció que se ha comenzado un proyecto  para su rescate. Como primer aporte los campesinos han recolectado 6,000 plantones que ya tienen un lugar para crecer sin temor y con cariño.

De acuerdo al hallazgo de motas, atados compactos y semillas de algodón pardo, marrón, crema y beige, se puede afirmar que los antiguos caralinos habían emprendido su manejo. La existencia de ruecas, telares y restos de tejidos son evidencias de que hace 5,000 años los pobladores de la ciudad sagrada, en los albores de conocimientos matemáticos,  astronónomicos y  arquitectónicos, ya lo habían descubierto dedicándole sus esfuerzos. Gracias a su presencia pasaron del taparrabo de junco a la prenda  liviana y sugerente.

En uno de mis primeros viajes al norte  el antropólogo James Vreeland me mostró con entusiasmo vellones sorprendentes del algodón de colores. Los tenía una señora de Mórrope,  de la Asociación de Productores de Algodón Orgánico que el estudioso fundó para su salvataje. Sus características, según dijo,  eran asombrosas por la cantidad de tonalidades naturales que tenía. 
La planta es tan buena que puede enfrentar al desierto y la sequía. Sus raíces se alargan buscando agua hasta hallar fuentes subterráneas por su cuenta. Su resistencia a las pestes la convierte en un acorazado vegetal. De fibra larga, pródiga para el hilado, observó que producía dos cosechas al año y hasta era posible extraer de sus pepitas  un aceite  delicioso como el de oliva. 

Sus penurias no han terminado.  Esperemos que tenga una segunda oportunidad.  Los agricultores de las viejas culturas se han hecho polvo.  El trabajo de los arqueologos, siendo muy laborioso es limitado,  pero felizmente tenemos a Ruth Shady. Ella  va más alla de los registros en su deseo de tonificar  Supe, Végueta y Vichama, motivando con la grandeza del pasado  a una población poco afortunada económicamente.

La jefa del Proyecto Caral Supe puede lograr imposibles si recibe recursos para este algodón heroico que a lo mejor se convierte en un dínamo para ayudar a los vecinos del poderoso grupo arqueológico. Esperemos que vuelva a crecer la sombra benéfica del cerro Gokne, su apu protector. En este siglo  globalizado hay preferencia por lo orgánico y el algodón de colores tiene que ganarle con todo derecho al plástico en las competencias de la moda con la marca Perú.  

     
Alfonsina Barrionuevo