domingo, 29 de diciembre de 2013


EL WATAQ

Sabían que el Wataq es el dueño del tiempo?
Es un abuelo abuelísimo que vive con los doce meses en el interior de los Cerros donde guarda sus tesoros.
Sus ojos son de fuego, son de agua, son de viento.
Rojos como las brasas son, azules como el cielo, sin nubes, grises del  color de la lluvia, de la tierra que se levanta en torbellino, que gira en espiral, que danza sobre la punta de sus pies.
En su mano derecha sostiene una vara de chonta con  puño de plata labrada.
Hay doce varayoq o alcaldes que tienen doce varas delgadas y doce hondas de flores. Doce alcaldes que salen de los cerros cada año, a medianoche, con cuatro doncellas que son las estaciones.
Ellas visten polleras adornadas con grecas, blusas de cuello alto,  casacas de fina castilla y cintas de colores en sus monteras o sombreros.
Todos bailan. Cada doncella con sus tres alcaldes.
El Wataq amarra en su puño sus hondas de flores.
Cada mes suelta una honda y un alcalde se va, hasta dejarlo solo.
Así es el Wataq, el señor del tiempo.
 

AÑO NUEVO EN LOS ANDES

“En algunas comunidades de Paucartambo, Cusco, se comienza el año eligiendo un nuevo alcalde. Una flor representa un voto para ese acto cívico que data de los finales del siglo XVI cuando el  Varayoq surge como equilibrador de dos mundos diferentes. No sé si el color y la forma tienen algún significado. Pero el número de flores que van cayendo en una manta representa  la voluntad de los votantes que confían en su candidato.” Jorge Núñez del Prado. Abogado.

 

Al filo del Año viejo y del Año Nuevo las comunidades andinas más alejadas de la provincia se retiran a sus viviendas para elegir al dia siguiente a su Varayoq o alcalde andino. Los Varayoq u “hombres que llevan una vara de mando” conservan parte de las atribuciones que fueron dadas a sus antepasados por Francisco Toledo. Este virrey creó con sagacidad el honroso cargo mediante  unas Ordenanzas que sirvieron a sus autoridades para manejar el mundo andino. Su presencia es la única que marca el cambio del tiempo en los Andes.

La elección que aún se lleva a cabo en Paucartambo, según cuenta Jorge Núñez del Prado, es singular. Los candidatos eligen una flor que los represente –qantu, aranwa, achankaray, etc.- . Cada flor es un voto y los votantes, que la han identificado de antemano, llevan la suya y la colocan discretamente sobre una manta que es como una urna textil. Al ponerse la última se hace el conteo y el que logra una mayor cantidad de flores es el ganador. Si bien resulta bastante poética una elección con flores se debe a la comodidad. Las flores crecen en campos y collados y se descartan después. Los votantes saben identificarlas y las ponen muy discretamente.   

Después, los alcaldes salientes entrarán a la iglesia o capilla del lugar y poniendo la rodilla en tierra depositarán con respeto en la mesa de su altar la vara de chonta con empuñadura de plata, símbolo de su rango.

Luego se retirarán con parsimonia y recién, cuando hayan salido de la iglesia volviendo al llano, se pondrán a correr alrededor de la plaza, donde estarán reunidos los pobladores, e irán arrojando la montera, el ch’ullu, el poncho, la casaca y el chaleco, como señal de que no han tocado nada que sea de la comunidad.

El Varayoq demostrará así que hizo un buen “gobierno,” que fue trabajador, que no favoreció a nadie, que no hizo abuso de su cargo, que no se aprovechó de su situación para obtener prebendas y que siempre fue honesto. Algo que no podrían hacer muchas autoridades de las ciudades y en particular del Estado.

La elección del nuevo Varayoq reúne a los abuelos que han revisado con  celo el historial de los posibles candidatos. No será muchos, pero bastará con cuatro para que salga el mejor.

Los Varayoq tienen que merecer por su conducta el respeto de sus electores y mantener ese prestigio para llegar a ser con los años un Llaqta varayoq o Llaqta cargo, “alcalde de pueblos” o  Segunda, “alcalde de región”. En otras partes los de mayor categoría se llaman Auki varayoq y Sullka varayoq, y encabezan la procesión de la Cruz en mayo y la Fiesta del Agua en  agosto. También reciben el título de Campo alcalde, como sucede en Lima adentro.  Ellos pueden resolver los casos más difíciles. Ya sea de tierras, de turnos de riego, de pérdida de animales o falta de entendimiento de los miembros de la comunidad, entre otros problemas.

En el momento en que recibe la vara hace la t’inka asperjando unas gotas hacia sus cerros o Apus y también derramando otras a la Pachamama; pidiéndole al Cristo que lleva en la empuñadura de su vara, tener siempre espíritu de justicia.

Antes, en el mundo qechwa, los que fiscalizaban la conducta de los pobladores eran los Aqorasi, “ancianos venerables”, los Llaqta kamayoq, “cabezas de pueblos” y tal vez los Tukuy rikuq, “ojos y oídos” del Inka. Se podría decir que  el  Varayoq los sustituyó en cierta forma, para recibir disposiciones de los españoles, aunque no dejó de conservar sus valores morales.         

Por eso, en el primer día del año, se verá  aparecer en las comunidades y también en los pueblos a los varayoq  con sus trajes de gala para entregar la “vara”. Ya no tendrán el poder que tuvieron y que fue recortado de acuerdo a la conveniencia de corregidores y encomenderos, y más tarde de gobernadores y mandones.    

El aparato que armaban los españoles para darles la vara tenía el propósito de impresionar a lo asistentes, previa misa, reconociéndose a alcaldes y khipukamayoq  para las comunidades, y para ellos un alguacil, un escribano, un alcaide, un pregonero y un verdugo.

Los nombrados tenían que jurar ante un Cristo, “en nombre de Dios Nuestro Señor, Santa María y con la Señal de la Santa Cruz, cumplir fielmente con autoridad, sin afición ni pasión, los oficios que se les encomendaran.”

Al terminar recibían las varas que habían sido bendecidas por el señor cura, surgiendo así el Varayoq, “el hombre que portaba la vara”, cuya acrisolada honradez estuvo siempre contrapuesta a la codicia, la falsedad y el abuso de los mismos que los aceptaban. El Varayoq nunca puso en tela de juicio el gran prestigio que lo rodeaba, cimentando una sólida reputación.

Su mandato duraba un año y no podían ser elegidos  al año siguiente, ni dos años después. No podían conocer los pleitos de los kurakas ni los litigios de tierras de los pueblos. Debían oír las reclamaciones de sus gobernados dos o tres veces a la semana en el poyo de la plaza del pueblo, resolver los asuntos civiles hasta por diez pesos y no dar penas de más de un peso, que se podían conmutar  por veinte azotes para los que eran pobres.

En asuntos criminales estaban impedidos de tratar “aquellos que merecieran muerte, mutilación de un miembro o efusión de sangre. Sobre estos debían informar al Corregidor. Administrativamente debía cuidar que los indios hicieran testamento, velar por los huérfanos, visitar hospitales, controlar el funcionamiento de los mercados, vigilar las sementeras y los ganados, aderezar los caminos, los tambos y los puentes, así como cuidar las chacras de los andenes.  A los españoles y negros sólo podían encarcelarlos pero no juzgarlos. Durante su mandato debía mantenerse ecuánime para no ser faltado ni faltar a la dignidad del cargo.  No debían usar traje diferente al que tenían, delito que era sancionado con azotes la primera vez, con trasquilamiento la segunda y con cepo la tercera.

Guaman Poma, el  más agrio crítico que tuvieron los españoles se queja en su obra “Nueva Crónica y Buen Gobierno” de los maltratos que estos inferían a los Alcaldes para hacerles sentir su superioridad y su servidumbre.    

El Presidente Augusto B. Leguía suprimió en 1921 el cargo de los Varayoq y nombró a los tenientes gobernadores. La ley  470 que promulgó no pudo remover la institución de la vara firmemente arraigada en las comunidades  en los pueblos del Ande.  Se dice que la función hace al hombre. En este caso fue el hombre el que la honró. La vara volvió a hacer brillar los ojos  de los hombres andinos, velados por tantas injusticias y dignificó las manos agrarias encallecidas por el duro trabajo. Este le transmitió la grandeza de su estirpe.

 

Alfonsina Barrionuevo

domingo, 15 de diciembre de 2013

PISA,  ¿PISO LOS AYACHAYWASI?
                   

Si la educación fuera un ser humano pensaría que está con un pie en un jabón y el otro en un plátano. La prueba Pisa se trajo abajo al equilibrista. Sin embargo, los profesionales peruanos triunfan en el exterior. Si su preparación está en la cola, ¿a qué se debe? Los yachaywasi, “casas prehispánicas del saber” influyen. Puede ser la famosa universidad de milenios que llevamos en la sangre. El problema que el Estado posterga es otro. Me contaron que antes -digamos 1920 o 1930, se aprendía en la primaria no sólo aritmética sino álgebra, geometría, física, química, literatura, anatomía, zoología, historia del Perú e historia universal, anatomía, química, física, etc. y salían, hombres y mujeres, con grado de preceptor. La cultura se daba más o menos por igual en cualquier lugar del país.

Por 1950 los profesores dictaban sus cursos y se ingeniaban para hacerlo ameno. Después, vino la debacle cuando se publicó una serie de libros  que convirtieron a los maestros en una especie de regentes de cada materia. Los alumnos recibían indicaciones sobre las páginas que debían leer y las preguntas que debían responder. Desde entonces tenemos una educación minimizada.

Los maestros de hoy son el pobre resultado de esa educación y está de más que los evalúen acerca de lo que no dominan. Cada cierto tiempo ellos pasan por un colador pero, si la currícula es deficiente, ¿qué pueden hacer?

Es lamentable por los niños y su futuro. Ellos y sus padres se esfuerzan. Desde sus comunidades muchos hacen un recorrido de cuatro horas –dos de ida y dos de vuelta- para ir a la escuela. Hay maestros que van a caballo o también a pie desde los centros poblados más cercanos. Cumplen, más el material que usan no es el adecuado. Habría que revisar lo que ha pasado con la educación en cinco o seis gobiernos atrás. La han recortado hasta convertirla de un traje principesco en un harapo.

Recuerdo una escuela, de una comunidad paupérrima, en el camino a Illa Waman, uno de los apus tutelares de Cusco. Allí pasamos una noche en el local de la escuela, aproximadamente 3,6000 metros de altura. El frío acuchillo nuestros cuerpos. Las ventanas no tenían vidrios y fue como si estuviésemos a la intemperie. Es de suponer cómo reciben los niños sus clases sin abrigo.

Nadie lleva lonchera. Para la hora del hambre tienen un puñado de maíz o habas tostadas. Nada justifica tanto desgaste de energía y sueños. Por lo menos vale la labor de la Defensoría del Pueblo que ha visitado las escuelas del interior para descubrir la realidad educativa. Habrán hecho el viaje en vano si no se reforma el contenido de la currícula. Mientras los ministros de educacion no aborden este punto seguiremos en el último lugar.      

 

BATALLA POR LA TIERRA
                                      
Hace tiempo que la Tierra izó la bandera blanca de rendición. No la han visto los países industrializados ni los tercermundistas. Todos, la seguimos contaminando. Habría que preguntar si amamos a la Tierra. Ella sabe que la quiere una minoría. Al agraviarla cada día no es extraño que resienta con dolor el maltrato.

Afirmar que el planeta tiene sus ciclos y después de un desastre sus heridas cicatrizan es un optimismo falso. Esos ciclos pueden durar  doscientos, trescientos o miles de años. ¿Consuela a la Humanidad de hoy pensar que ella renacerá entonces? A nadie le alcanzará la vida para comprobarlo. Los optimistas le dan unos cincuenta años más y los pesimistas veinticinco críticos.

Es penoso saber que estamos viviendo los descuentos. ¿Dónde se irá el mañana para las generaciones futuras?

Escalofría que se permita una concesión cerca de un nevado que se destruirá para que una empresa minera pueda extraer oro de su interior. Cuando se necesite agua, ¿creen que se podrá convertir en el precioso líquido los lingotes aúreos que se acumulan en las cámaras de seguridad de los bancos? ¿Creen los industriales que por tener trillones se salvarán? Si llega el momento serán arrasados igual que la gente que vive en pobreza.           

Hay buenas intenciones. Bernabé Florencio, un informante de internet, me alcanza un escrito del estudioso Mirra Banchón. “Después de largas negociaciones los ministros de Medio Ambiente de la Organización de las Naciones Unidas acordaron prohibir el uso de mercurio, un alto contaminante.

La inhalación, ingestión o contacto de este metal pasado produce al calentarse vapores tóxicos y corrosivos.”     

“Según datos difundidos en la cumbre de Nairobi, unas 6,000 toneladas de mercurio -dañino al sistema nervioso humano y causante de pérdida de memoria o falta de visión- entran cada año en el medio ambiente.”

Los Inkas que admiraron su viveza y movimiento, pues, parecen perlas líquidas o bolitas relucientes, observaron que causaba temblor en las manos y pérdida de los sentidos en quienes trataban de extraerlo y prohibieron su manejo.

Al parecer el hombre prehispánico pensó que el oro y la plata, eran probablemente guijarros caídos del Sol y de la Luna y sintió un estremecimiento ante la magia que se desprendía de su brillo sideral. Al trabajarlos, conciente de su toque divino,  consideró que era exclusivo de los lugares sagrados y sus señores.  

Los antiguos orfebres y plateros tuvieron la suerte de encontrar el oro y la plata a flor de tierra o en los riachuelos que bajaban de los nevados. Para laminarlos sólo necesitaron martillos de piedra. Para derretirlos, cuando lo requerían, usaron el cobre que los arrastraba.

La cerámica tampoco fue un problema cuando la Tierra se sentía amada y protegida. Los hornos no necesitaban que los atizaran demasiado y las sustancias vegetales y minerales conque ponían color a sus creaciones no eran tóxicas.  

Al llegar los españoles su ambición por hacerse ricos con el oro y la plata despertaron al mineral que estaba prohibido. Con ellos comenzó la minería contaminante.            

El fraile franciscano Diego de Mendoza refiere que en el área de San Antonio de Charcas “había ocho cerros de minerales de oro que corren tierra adentro”.La mina de Qolqe Pokro conocida por los Inkas fue la primera donde entraron en 1540 y acuñaron a puro golpe de cincel las monedas peruanas más antiguas.

En 1545 los señores del altiplano Wanka y Wallpa les entregaron un cerro de plata, Potosí, produciéndose una corriente humana incontenible para participar en el festín. Allí se inicia el martirio y la muerte de miles de hombres entre los 18 y  los 50 años de edad, obligados a trabajar por el sistema de las mitas. 

El azogue salió a la luz cuando el kuraka Ñawinkopa de Huancavelica obsequió las minas de azogue al encomendero Amador Cabrera. Por su poder altamente  corrosivo el mercurio iba bien acondicionado en recipientes de arcilla y cuero para no dañar el lomo de las mulas. En cambio los trabajadores partían el mineral sin protección, aspirando por nariz y boca un polvillo  venenoso, que era incurable y de terribles efectos. Ulceraba las encías, destruía el sistema dental y provocaba afecciones paralíticas.      

Este fue el principio del uso del mercurio que, en los últimos siglos, se ha ido diversificando a medida que los países iban creando tecnologías y aplicaciones jamás imaginadas.

Nick Nuttall, portavoz del Programa de Naciones Unidas para Medio Ambiente (PNUMA), subrayó en una de sus declaraciones que  “el mercurio es uno de los venenos más mortales que existen”.

 Achim Steiner, director del PNUMA, instó a los ministros reunidos en Kenia a tomar una decisión histórica sobre el mercurio después de siete años de conversaciones.            

La estrategia para eliminaría esta amenaza a la salud en el planeta debía cubrir su reducción en procesos industriales -como el procesamiento del carbón y el oro- y en productos como lámparas que son fuentes de luz ultravioleta, espejos, termómetros, fluorescentes, pilas y baterías.

El mercurio debe volver al interior de la tierra para bajar la contaminación que afecta al planeta, nuestro hogar.

 
Alfonsina Barrionuevo

domingo, 8 de diciembre de 2013


DISEÑO DE INTERIORES PREHISTORICO 1ra. Parte

El priner diseño de interiores se hizo en una cueva. Para habitarla el hombre prehistórico tuvo que desalojar antes a su habitante precario. Tal vez un oso de anteojos, un puma o un perro salvaje. La cueva fue su primera vivienda.  Miles de años estuvo sentado frente al horizonte. Ya no él, su hijo, su nieto, su tataranieto, y otros descendientes, contemplando atardeceres incendiados sobre el mar, lunas marineras despeñándose en sus noches, algas rizando los oleajes y, hasta los cangrejos rojos, azules y verdes que eran un juguete vivo entre sus manos antes de servirlo en su mesa.

Un día decidió pintar la cueva. Se manchó los dedos grasientos de comida con tierras minerales y estuvo ensayando sobre la arena gráciles criaturas de cuatro patas que desfilaban en busca de refugio. En una de las paredes las inmortalizó en una escena rupestre.

Los calendarios no existieron para quien estaba ocupado en aprender. Tomó un capullo iluminado y pretendió ingerirlo. Era suave y lo llevó a su mejilla pensndo para qué serviría. Lo sintió aterciopelado, suave. Acababa de descubrir una caricia y recogió cuantos pudo. Quería sentir la sensación primera que fue gratificante y al dormir colocó la cabeza sobre la primera almohada de algodón. Al día siguiente recogería  más.

Los milenios se fueron apilando como leños. El hombre ya dejó la cueva. El señor requería estar en alto para mandar. Alguien llevó un tronco. El resto se sentó en el suelo cruzando las piernas. De tanto moverse sobre el tronco lo fue gastando y se arqueó. Lo volteó y sonrió satisfecho con su primer trono.

Los guijarros de oro que arrastraban los ríos del norte fueron martillados hasta convertirse en láminas. Vino a su memoria la primera cueva con pintura rupestre. Esta vez la habitación sería decorada con brillantes lajas que servirían para decorar los templos y las viviendas reales.   Así se fue haciendo la decoración de interiores en el antiguo Perú.

 

EL DIVINO CACAO

El cacao siente la alegría de la paternidad cada vez que un cosquilleo le anuncia un brote en su tronco. Mariella Balbi de Huguet vio una diminuta flor alli, bellísima “como una orquídea”, abrazándose a su piel con un gozo interminable. Al pasar el tiempo iría creciendo, convirtiéndose en una linda baya verde, amarilla o roja.

En su interior, a medida que pasaran los días, unos granos comenzarían a retozar  en una especie de redecilla o película sedosa. El proceso  siempre es igual cada vez que  se deshoja el tiempo.

Caminar en un cacaotal,  cuando hay un vínculo de vida y de trabajo, es fascinante. Una experiencia bella cuando florece.  Sus árboles buscan siempre la sombra de otros patriarcas más altos para guarecerse del excesivo sol,  las lluvias o los vientos.

Mariella conoce la humanidad del cacao porque prepara deliciosos chocolates con su pasta. Ella ha aprendido cuanto se debe hacer, dejar fermentar los azúcares de su redecilla, ver su reabsorción, el secado de los granos, el tostado, el tamizado, el molido y todos los pasos que se dan hasta el final.  

La pasta en bebida es una primicia. La probé en una fragante taza, con una crema que se forma al batirse, y me gustó. Puede ser espesa, con la cucharita que se queda parada al medio, como lo tomaban las antiguas señoras de Cusco. También más liviana, “el chocolate a lo americano”, como reza en su carta.

Se trata de un alimento saludable que aumenta las endorfinas, reduce el colesterol malo e incrementa el bueno.

Al entrar en el mundo de los chocolates los esposos Huguet Balbi fueron comprando sus equipos, con lotes de cacao que llegaban del Perú, y los deliciosos productos que vendían en las ferias semanales, mostrando la foto de Machupiqchu.

Sus trufas o bombones son joyas exóticas con  nombres muy sugestivos. Por ejemplo “Kuyay”, “Cusco Místico” y “Catacaos”. Los ingredientes de sus rellenos son originales, de awaymanto, algarrobina, marakuyá, vainilla de Madagascar, caramelo al 72% de chocolate y un toque de limón de Chulucanas y gajos cítricos, incluyendo el rocoto, una fruta que incluyeron para diferenciarla del chile mexicano cuyo picante se siente en el estómago.

Mariella no se detiene. Genera ideas como un río. Ha pensado en una línea de chocolate de taza con diferentes sabores, a naranja y   especias, y una fórmula especial para llevar a casa. El cacao orgánico, sin químicos ni preservantes, está unido a sus hijos. El menor, Ian, no podía pronunciar el nombre del mayor Gian Franco y sumando el de Juan Alvaro salió “GUANNI”, “el portal  del chocolate” que perfuma.

Personalmente pensaba que tenemos un cacao de primerísima en el Perú y Mariella me bajó de las nubes. Ella y su esposo Andrés Huguet, ingeniero de industrias alimentarias en la especialidad de fermentación, usan exclusivamente cacao nativo.  

El problema reside en la excesiva presencia  de plantaciones de híbridos que han sufrido una clonación, crecen muy rápido y son de alta producción. Estas variedades híbridas son más baratas.  “Una plantación de ellas no es un paraíso”, dice. “No tienen la menor idea de lo que es un cacao híbrido.  Un cacao de estos  es ácido, yo he probado un cacao que huele a amoníaco, de un sabor es espantoso.”           

“Teniendo tan buen cacao no se puede aceptar tales especies, como si en lugar de usar nuestra papa nativa, que es rica, empezáramos a  sembrar papas creadas en laboratorio”, explica Mariella. “Lamentablemente, nuestro cacao está perdiendo su identidad y su diversidad. Un significativo 80%, del que ahora se produce en el Perú, no es deseable.”

“Su multiplicación afecta nuestra Amazonía. Es un cacao que no tiene nombre, se registra sólo con números y es de baja calidad. Ese es un crimen”, agrega. “Por eso insistimos en hacer una cruzada a nivel nacional para comprar sólo los nativos. Estamos trabajando con cacao blanco de Piura y con otros de pequeños nichos de Cusco, Puno y Junín. A nuestros productores les enseñamos a que en lugar de aceptar un pago de unos cinco reales por un cacao de baja calidad, deban cobrar el valor del suyo en oro. Es un tema boutique.”

Al agricultor le pagan al barrer  porque recibe el precio que  fijan en Brasil o Africa por su ínfima calidad. 

“Digamos ─acota─ que el kilo vale unos siete nuevos soles, mientras  el  del cacao blanco  es de veinticinco. Incentivan su cultivo organismos  internacionales anónimos, agencias de antiayuda norteamericana  y empresas de otros países. Este cacao hasta se podría aceptar en lugares donde imperaba la coca, porque son suelos desgastados,  pero no en terrenos buenos que no debemos entregar en la selva. Hay que protegerla de las variedades de cacao criollo que deben estar está beneficiando a más de uno.”

En el Internet hay notas informativas que disfrazan la verdad, y, para muestra un botón. El cacao clonado es un transgénico. Una de ellas señala, cuando se busca, que se trata de “un fruto desarrollado por un grupo de investigadores del ARS, Servicio de Investigaciones Agrícolas, que trabajan en el desarrollo de nuevos árboles de cacao más productivos y resistentes a las plagas, y en la mejora genética del cacao.”

Eso no es cierto y nos unimos a su campaña. Hay que salvar al cacao nativo que es un orgullo del Perú, ahora a media asta. Mariela Balbi y su esposo han hablado con algunos productores  sobre la necesidad de proteger este regalo de la naturaleza y les compran su bayas, más pequeñas pero de una pureza indiscutible, por un precio justo que los resarce de la cantidad.

Lo que está sucediendo es preocupante. Hay una intromisión de afuera que no se deja sentir. Las bayas son más grandes y su peso en los mercados obnubila a los cacaoteleros que obtienen más cantidad. No se fijan en el factor calidad por los suelos, detestable, en que reciben menos por la venta  y que el Perú está en vías de perder su cacao nativo.

Estas revelaciones demuestran que nuestro país tiene que luchar en muchos frentes y que se espera el menor descuido para atentar  contra la biodiversidad de nuestras especies vegetales que son una riqueza que debe favorecer a los peruanos. (2012)

Alfonsina Barrionuevo

domingo, 24 de noviembre de 2013


LOS CORALES DE ISLA FOCA

La visión de un mar esmeralda, engarzado en un cintillo de platino, es mágica. A nosotros no nos toca porque nuestro mar Pacífico es más una despensa de maravillas.

El otro es un sueño en la cabecera de la América Sur. Sin embargo, el Perú nunca   dejará de sorprenderme.  Hace poco las incursiones submarinas de Yuri Hooker, biólogo investigador del Laboratorio de Biología Marina de la Universidad Cayetano Heredia me dejaron deslumbrada. En el extremo norte del litoral,  en el punto donde la Corriente Peruana, conocida también como Corriente de Humboldt dobla hacia la izquierda, y hace lo mismo la Corriente Sur Ecuatorial que baja del Ecuador, tenemos un mar de aguas prodigiosas, donde bellísimos corales se mecen en una epecie de danza de sortilegio.

Son ciento cincuenta kilómetros de un triángulo que se forma entre las dos poderosas corrientes. En ella retozan una diversidad de criaturas: lobos y otros además de una diversidad de aves entre los picos de isla Foca que está situada estratégicamente; y dentro del mar, caballitos, estrellas, conchas, caracoles, cangrejos  y peces de colores y dibujos caprichosos. que se mueven entre las ramas de un fantástico “bosque” (en realidad son animales)  de corales abanico, anémonas y medusas.
 

Foto: Yuri Hooker

Ese tramo peruano del llamado Mar del Sur y después Océano Pacifico, el más grande de todos, es una joya extraordinaria. Yuri Hooker que también es fotógrafo de profundidades y se siente privilegiado cada vez que se zambulle, terminó llevando una cámara de video para capturar imágenes y trabajar en el registro de las especies.

En la costa hay un pequeño poblado de pescadores que vive feliz. Ojalá siempre fuera así, pero se ve en las proximidades enormes lanchas bolicheras  de pesca comercial que amenazan con arrasar lo que encuentran indiscriminadamente. Urge declarar esa parte del litoral y, en especial isla Foca, áreas marinas protegidas para que no sean perturbadas, conservar su intensa vida marina y que la zona no sea depredada, incluyendo varias millas mar adentro. La atracción que ejercerá para el turismo hace necesario que no se construyan cerca  hoteles  ni campamentos. Cualquiera construcción debe estar alejada y visitar el, lugar por tierra. El buceo tendrá que tener también sus reglas. Las maravillas están adentro de las aguas, en fondos que la misma naturaleza ha creado.

Los peruanos tenemos la obligación de cuidar nuestras riquezas y que sean accesibles para todos.      

 

EL SEÑORIO DE LA DAMA DE CAO

Cao Viejo  es famoso por la waka El Brujo y una señora  de  alto rango, de fuerte relación con el agua y la fertilidad de  los campos. Hermosa, en la edad de los sueños y omnipresente. Una soberana y al mismo tiempo sacerdotisa, querida y respetada.

 

La brisa acarició con sus dedos la gasa que cubría el rostro de la doncella moche y en su memoria afloró su juventud. Parecía dormida cuando se fue.  Buscó su rastro en el pasado, unos 1,700 años, y  pudo evocar su rostro altivo, sus ojos grandes, su cuerpo esbelto y sus pies menudos que parecían deslizarse al caminar.

Aquella vez creyó que no volvería a tocarla. Ocurrió, porque pertenece a la historia. Antes nunca se encontró un fardo funerario moche excepcionalmente conservado, ciento veinte kilos, un cortejo de mujeres y hombres sacrificados para su servicio y, además de las hermosas piezas escultóricas que tenía, otros símbolos de poder.

           

La sacerdotisa de la Waka Cao Viejo envuelve en su encanto el espacio sagrado donde se hallaba, en el complejo arqueológico El Brujo, a  60 kilómetros, al noroeste de Trujillo. El lugar donde reposaba, arrullada por un lejano rumor de olas, en los brazos de la madre tierra de Chicama, estaba en una esquina de una  pirámide trunca.

Trescientos metros cuadrados, un techo a dos aguas con el soporte de una columna bellamente decorada, un frontis donde se repìte con gran colorido un personaje de rostro con rasgos felínicos, manos llevando cóndores y serpientes, y pies abiertos, entre  muros con relieves geométricos que son un jubileo de peces life serpentiformes (trichomycterus sp) y unos pequeños felinos (oncifelis colo colo).

 

Regulo Franco, arqueólogo director del proyecto El Brujo, cuyo mayor logro es el hallazgo de las mujeres más relevantes del antiguo mundo moche, considera que esta caracterización, en la fase temprana de dicha cultura, tiene un vínculo con el mundo de los muertos.

En el marco de la pompa fúnebre un estudio riguroso registra  desde el momento en que manos reverentes lavaron el cuerpo desnudo de la joven Señora de Cao con agua de mar o agua con sal y le rociaron polvo de cinabrio, sulfato de mercurio, para impedir su corrupción, acomodando su larga cabellera, con  fleco o cerquillo sobre su frente.

Era delicada, de una talla que bordeaba el metro cincuenta y apenas unos veinte a veinticinco años espléndidos  que hacían resaltar los tatuajes impresos en sus antebrazos, los dedos de la mano, la palma, los tobillos y los dedos de los pies, con misteriosos dibujos de serpientes, arañas, peces, caballitos de mar, pulpos, un gato montés, líneas y rombos. Una relación interesante con las imágenes en relieve policromado emblemáticas que se repiten en las paredes del templo.

 

Su rostro fue cubierto respetuosamente con un cuenco de metal, se colocó un segundo en la parte lateral del tórax y un tercero hacia la espalda.  Alrededor de su cabeza, cuarenta y cuatro narigueras de oro y plata magistralmente decoradas con pelícanos, alacranes, serpientes bicéfalas, cangrejos y arañas.

También quince collares de oro, cobre y piedras semipreciosas, sartas de aretes de cobre con incrustaciones de turquesa y orejeras. Un tesoro digno de su estatus mágico religioso y social.

Envuelta con varias mantas fue colocada sobre una base de caña brava y debajo del cuerpo depositaron veintitrés estólicas buriladas, con representaciones diferentes. Estas lanzadoras de dardos aparecen en la iconografía mochica en escenas de caza del venado  y  lanzamiento de flores con probable intención ceremonial de purificar el aire.

La revistieron con un manto de placas metálicas, cosidas a la tela como si fueran un estandarte. Encima acolchonaron la superficie con una capa de algodón blanco que parecía  espuma de mar. A su lado añadieron husos, ovillos,  agujas de oro, de cobre y vestidos  pintados con figuras geométricas o bordados con peces.

 

Siguieron envolviéndola  en ricas telas y en la última delinearon su rostro con   anillos y  placas de metal. Sobre este primer fardo fueron sus emblemas, coronas, diademas, bastones-porras a los costados  propios de varones  y más paños de tela y piezas de tejido llano, una tan larga que le dio 48 vueltas. El último envoltorio, cosido con puntadas en zigzag, llevaba dibujado otro rostro coloreado.

Hace años visité con Régulo Franco  la Waka El Brujo o Waka Cortada, después de entrevistar a don Guillermo Wiese de Osma, quien hizo reproducir en el museo de una sucursal  del Banco Wiese, Miraflores, las extraordinarias pinturas que se encontraron en sus andenes. Al caminar por ellos, donde aparecen danzarines, guerreros victoriosos y prisioneros, se percibía mucha energía. 

Todavía estaba inédito el contenido de la waka de Cao Viejo, en cuyas cercanías quedan los escombros de una iglesia virreinal y un poblado, Magdalena de Cao con rancherías. Los españoles difundieron que sus habitantes eran brujas, en realidad gente de curandería,  y los viajeros preferían esquivarlas.

En el año 2,008  el apoyo de la Fundación Augusto N. Wiese y el Instituto Nacional de Cultura de la Libertad  permitió excavar en la waka de Cao Viejo. Al comienzo los arqueólogos hallaron unas vasijas enterradas y un fragmento de mate pirograbado. Al pie de la banqueta del recinto esquinero notaron el contorno de una fosa extensa. Hacia el sur una lechuza de cerámica los orientó a ofrendas incineradas de hilos en husos de madera, restos de tejidos, agujas de cobre, estiércol de cuy, huesos de pescado, una figurilla de madera en forma de mono, fragmentos de cerámica y restos de cinabrio. 

Otro paso fue el  descubrimiento de un guerrero, una pequeña escultura de madera que lleva sobre su  cabeza un tocado de cobre dorado y en sus manos una porra y escudo forrado también con metal dorado. Así se llegó a la Señora de Cao. Su entierro corresponde a una de las fases más antiguas, previa al terremoto  devastador que afectó todas las construcciones en el siglo IV d.C., a juzgar con los fechados de carbono 14, con evidencias de su gobierno o cogobierno con asistentes.

 Su atuendo y sus tatuajes concuerdan con un papel de sacerdotisa de la Luna. Las coronas repujadas con diseños de felinos, arañas  o adornadas con una diadema en forma de “V” y  una figura  de murciélago son típicas de los personajes sobrenaturales relacionados con el mar, la noche y con el mundo subterráneo, escribe Régulo Franco.

Ella habría ejercido un rol soberano entre los  moche a pesar de su extrema juventud,  que supone un gran carácter. Debió influir en el gobierno y en la religión por su capacidad de vidente definiendo si el año sería bueno o malo para la agricultura, su dominio para curar y el ejercicio de ceremonias y rituales que la elevaron a un sitial donde no llegaron otras mujeres ni  hombres de su época.  Hay que visitar su museo de sitio para admirarla,  un par de horas de Trujillo, La Libertad.

 

Alfonsina Barrionuevo

 

domingo, 17 de noviembre de 2013


UN MAIZ DEL QORIKANCHA          

La mazorca es bella. Si no fuese de oro sus dientes de leche invitarían a un pequeño festín. En la panka que la envuelve hay una levedad que conmueve. Una transparencia que deja ver sus rayas. El tallo cortado sugiere la planta de largas hojas donde pudo estar otra mazorca. Los orfebres inkas advirtieron la presencia de un pajarito que en la realidad es negro. En qechwa se le llama choqllopoqochi, “el que hace madurar el maíz”. Ellos no lo sabían pero la avecilla atraviesa la amazonía para comerlo cuando está tierno. Su dulzura, atravesando la distancia, lo atrae.

Derechos Reservados: Alfonsina Barrionuevo
 
En las últimas décadas del siglo pasado alumnos de biología de la Universidad Nacional de San Antonio Abad de Cusco cogieron uno. En la pata llevaba un cintillo que identificaba su origen en Brasil.

No se sabe cuánto tiene que volar. Sin duda se detiene varias veces porque es frágil. Cuando llega a las chacras su alegría se convierte en canto. Sus trinos son jubilosos y hay quienes capturan unos cuantos. El choqllopoqochi no soporta el cautiverio y se deja morir.

El sociólogo arequipeño Jorge Cornejo Bouroncle me dejó fotografiar el único que existe al parecer. Alguien lo salvó del despojo del Qorikancha ignorando que lo guardaba para la posteridad.

No puedo imaginar dónde está. El sociólogo y su hija, la heredera de esta joya inka, ya no existen. Ignoro si quien lo tiene lo guarda con la veneración que él le tenía. Mi foto es única y me place haber tenido la suerte de tomarla en la habitación donde estaba la caja fuerte del banco comercial donde lo tenía en depósito.

Al parecer el maíz y la avecilla fueron martilladas hasta que el oro adquirió una finura singular. Tal vez la planta estaba cerca del lugar donde los Inkas del Qosqo iban para realizar sus ceremonias. Según la leyenda el maíz, Mamasara, es una doncella que fue transformada en alimento por el Padre Sol.

 

 

 

ALIMENTOS NATIVOS DE PERU                      

El insigne neurocirujano Fernando Cabieses Molina olvidó popr un momento el bisturí para convertirse en anfitrión. En el patio del Museo de las Ciencias de la Salud terminó de arreglar la mesa donde ofreció a un grupo de periodistas amigos platillos con maíz, frejoles, pallares, lúkumas, pakaes y otros alimentos arrugados por el tiempo que aún se consiguen frescos en el mercado.

Fuimos sin imaginar que nos tenía una sorpresa. Melchor Salomón Arroyo, su asistente en el Hospital 2 de Mayo, natural de Kanchapilka, Huaral, que sabía mucho de herboristería, había preparado fuentes de manjares antiquísimos con recetas que heredó de sus dos abuelas y que llegaron al siglo XX por tradición oral.

El más sorprendente fue un seviche de pescado “cocido” con zumo de tumbo verde. El limón que se aclimató en el Perú, de un jugo ácido que se usa  para este menester,  se quedaba atrás. La carne blanca con el tumbo fragante era un descubrimiento. No recuerdo todas las delicadezas que habían en la mesa bien servida. Pero sí el picante de  patillo de  laguna domesticado por nuestros antepasados, con salsa de chikchipa; la ensalada de pallares verdes, los rocotos rellenos con mariscos, el kuye chaktado con papas nativas, la perdiz con salsa de maní y un postre que   no puedo olvidar, porque era una  joya gastronómica: calabaza con harina de kiwicha y leche de tarwi,  endulzada con miel de abejas silvestres. Saboreamos además mazamorras preparadas  con el “latex” del maguey tierno, que es dulce.

En el museo, a un paso de la Plaza Mayor de Lima, en la calle del Arzobispado, tenía en sus vitrinas piezas y productos que salieron de las tumbas prehispánicas. Las cerámicas intactas mostraban granos y frutos intocados por milenios.

Con él y Arturo Jiménez Borja, también médico,  aprendí a “mirar” una Lima y un Perú “vivos” en el legado de los ancestros. En otra habitación contemplé desde las mantas que llevaban  hasta los instrumentos propios de  los hanpiq, antiguos médicos peruanos.

En el corredor, en torno de un patiecillo, la brisa desprendía los aromas de plantas medicinales diversas.

No puedo saber cuántas lunas llenas de lumbre rodaron sobre el oleaje de Mamaqocha, el mar, antes de hablar con él sin apuros. Asistí para cubrir datos de  algunas conferencias magistrales con  sus fotografías sobre el mismo tema, hasta que volví a encontrarle en el segundo  piso del antiguo Ministerio de Pesquería en la Avenida Javier Prado, que nunca fue ocupado. Cabieses fue encargado para convertirlo en un Museo de la Nación. Ya antes la sola idea había dado lugar a los comentarios más demoledores de los arquitectos. Habría que romper muros, ensanchar ventanas, picar puertas, etc, algo tan costoso que sería mejor hacer un local nuevo.

El ilustre cirujano historiador aceptó el reto y hubo más comentarios negativos. Invitó a distinguidos coleccionistas, que asistieron a la primera reunión por su  prestigio, para pedirles en préstamo sus mejores piezas, y el aire pesaba porque nadie dijo palabra alguna. El silencio me aplastó porque era un “no” rotundo. Finalizó con un “piénsenlo”,  mientras brillaban sus ojos azules y creí que allí terminaría el asunto.

Unas semanas después me llamó. Iniciaba por fin el proyecto. Sólo él pudo armar un rompecabezas de culturas en el edificio frío que se fue calentando al abrigo de su espíritu. En el vestíbulo brillaría el Apu Inti, el Sol del Qorikancha. El recorrido terminaría siendo grandioso. Tengo una grabación televisiva que se salvó de ser borrada y allí está el Antiguo Perú  que Cabieses quiso mostrar con sus tesoros desde el principio.

Había puesto en vitrinas las piezas más lindas que he visto. En la proyección de monumentos, mandó hacer muchas maquetas. Hasta reconstruyó una parte del gran templo del valle de Los Reyes, donde el artista —un campesino del lugar— volvió a dar vida a las impresionantes cabezas de colores y alguien —no sé quién— pintó la gran plaza en un gran cuadro con su pirámide, donde el régulo observaba el panorama con sus sacerdotes y sus guerreros. Los anderos paseaban a sus princesas en sus literas, los mercaderes ofrecían sus mercancías en trueque  y también desfilaban los prisioneros rumbo al sacrificio. 

La Sala “Chavín” impresionaba con los monolitos reproducidos en cartón piedra. El Lanzón parecía sostener al templo viejo en la encrucijada de sus galerías. Había una maqueta del Kunturwasi, el templo de Cajamarca.  Las cabezas  clavas en sus pedestales sugerían un enigma que después estudió el médico geriatra Fernando Corzo. También estaban las vasijas de piedra y de cerámica en la galería de las ofrendas.

Creo que los moche y las otras culturas norteñas, de haber podido superar las barreras del tiempo para asistir a la apertura del  museo, hubieran quedado satisfechos con la excelente disposición de sus obras. Recuerdo dos cerámicas de lujo, increíbles por su significado y su perfección: el autodecapitador y el contorsionista que atraían las miradas como si fueran imanes. Ahora que escribo estas líneas recuerdo al ilustre investigador en el museo con el sueño cumplido. Fernando Cabieses pasó la prueba y colocó en el espacio de ingreso haciendo un papel de guardiana una amaru, la serpiente madre de la lluvia.

Es lamentable que al cambiarse los gobiernos haya nuevos nombramientos y modificaciones. Por el Museo de la Nación han pasado varios directores. Estuvo entre otros  Arturo Jiménez Borja, quien trabajó para darle un  museo de sitio a Pachakamaq, llevó a cabo la  restauración de Puruchuku y la waka Wallamarka y un centro administrativo en Cajamarquilla, a quien ahora se le está rindiendo homenaje. Estoy segura de que se hubiera negado a recibirlo así  nomás después de la amargura que sufrió de ser desalojado de Puruchuko sin aviso.

Me siento feliz de haber asistido al cumpleaños de Fernando Cabieses en el Museo de la Nación, donde conocí a su hija Alejandra, partícipe de sus afanes. La torta con las velas destellaba como sus ideales. Después, le encontré en una pequeña oficina en el Ministerio de Salud, donde fundó el Instituto Nacional de Medicina Tradicional (INMETRA) y  transformó sus áreas verdes en un jardín botánico de las especies más valiosas de nuestras regiones.

Al mismo tiempo,  escribió muchos libros sobre la alimentación y la medicina del Antiguo Perú. Luego fundó la Universidad Científica del Sur, cuando su salud ya declinaba, pero sin perder firmeza en sus convicciones. En realidad nunca cesó de bregar en  favor de nuestras culturas.

Fernando Cabieses Molina  ha entrado a la inmortalidad como uno de los amautas del siglo XX con pleno derecho. Está con nosotros, no obstante su irremediable partida física un 13 de enero. Nunca lo olvidaremos y debe haber cruzado con pie firme el Yawar Mayu, el proceloso río de la muerte, de un mundo a otro, eterno. Lo despedí con con reverencia por su amor y su entrega  al Perú.

  

Alfonsina Barrionuevo

domingo, 10 de noviembre de 2013


CABEZAS CLAVAS CHAVIN
 

Las cabezas clavas chavin sorprenden por la ferocidad de su expresión.

En sus rostros de piedra la ira asoma con fuerza. La frente contraída y los colmillos que asoman agresivos en sus bocas generan escalofríos.

¿Quiénes fueron los chavin?

¿Tal vez unos pigmeos que inventaron rostros fieros para provocar temor en sus enemigos?  ¿Quizá viejos sacerdotes que los usaron para protegerse?  ¿A lo mejor una élite sobreviviente con maestros canteros, expertos en tallar pesadillas?

A primera vista las cabezas clavas de su gran templo parecen destinadas a hacer retroceder a los intrusos.

¿Es lo que se proponían los chavin en el centro relligioso que fundaron?

Entre muchos estudiosos, propios y extraños, prevalece esa impresión  y se aplica a las esculturas que hay en el lugar.  Con miles de años de por medio es difícil suponer a quiénes querían intimidar.

Ubicados  entre los ríos Mosna y Wacheqsa los chavin, con sus ornamentos  felinos, serpentiformes y aves rapaces plantean un abanico de interrogantes.

Estuve varias veces en Chavin haciendo comisiones periodísticas. Alcancé a conocer a Marino Gonzáles,  su guardián voluntario mientras duró su vida. Admiraba a los chavin y su fidelidad fue conmovedora, aunque nunca penetró en sus secretos.      

Un día me buscó un médico geriatra. Se llama Fernando Corzo y vino con una sola pregunta.

-¿Ha pensado alguna vez lo que quisieron decir los chavin con sus cabezas clavas?

Le contesté que no. Ni los arqueólogos podían decir algo porque no se puede interpretar lo que no se conoce.

El especialista sonrió moviendo la cabeza.

-¿Los ha observado bien? 

-Recuerdo una cabeza  con cabellos de serpiente, colmillos felínicos en la boca y pómulos salientes. Realmente impresionante. Aunque debo confesar que no he tenido tiempo de pensar en ellas. Los chavin desaparecieron hace miles de años. Entonces Fernando Corzo me dijo que había estudiado varias cabezas clavas y había hecho una comparación con personas de diferentes edades. Lo que aquellos quisieron con esas esculturas magistrales era mostrar el paso del tiempo, desde la pubertad  hasta  la vejez. Ese fluir de calendarios que es imposible evitar, y que en muchas culturas se advierte que también les preocupó, estuvo en el llamado templo viejo, de gran alzada y una puerta falsa muy bella de columnas torneadas.

Estoy preparando un libro donde analizo las cabezas clavas desde el punto de vista completamente lógico de Fernando Corzo y otras esculturas magnas de

los chavin.

Estaré buscando un auspiciador a medida que lo escribo.

Será pronto.

 

 

 

LA PASTORA DE WILLAQ

 

He bajado un sendero de vértigo en Willaq, Cotahuasi, Arequipa, recostándome en la montura  hacia atrás.  para que mi yegua no se vaya de cabeza. No puedo negar que un viaje así por la suni y la puna. es más que emocionante, lleno de riesgos. Hay partes buenas y otras que son un reto a la cordura.

En el camino surgen al paso.flores y espinos raros, aves que rompen el cristal de su quietud con su vuelo y riachuelos de agua blanca que si pudiera me llevaría a la ciudad.

Las horas se tornan interminables y comienzo a sentir un natural cansancio. A veces es mejor caminar y voy  trepando como una hormiga de piedra en piedra. La fatiga se compensará con una maravilla de la naturaleza: “los ojos del diablo”, un increíble fenómeno que espero contemplar.

Llega la noche y siento el volumen de la oscuridad, su peso. Lo único que se puede hacer es bajar la cabeza para que las ramas de los árboles espinosos del sendero no nos arañen la cara. No queda más que dejar que los caballos, que conocen el camino, sigan adelante hasta Palkacorral.

Allí, Fernando Polanco, nuestro guía de Alka, alumbra el suelo con su linterna y rodeamos los corrales donde descansan rebaños de alpakas a 4,700 metros de altura sobre el nivel del mar. No hay más que una estancia, A la vez cocina, dormitorio y kuyero. sin embargo, Estefanía Condo y su esposo Mariano Ticso, nos ceden su casa. Somos cuatro, con el camarógrafo David Morán, el auxiliar Dámaso Ramos y yo, que soy periodista y productora de televisión.

Ellos sacan cueros de alpaka y frazadas, que serán su cama, y dormirán afuera. Una brisa helada quema las manos, traspasa el cuerpo, convierte el vaho en un halo blanquecino. Si bajara más la temperatura podrían congelarse. Ellos honran la hospitalidad, que es una ley en los Andes, atizan el fogón y se aseguran de que sus huéspedes estarán abrigados.

Miro el cielo estrellado, sin luna, y me sorprende que las estrellas no alumbren. A la derecha está la Cruz del Sur, a la izquierda la llamada Sirio y a su lado, rosada como una gema, la Qoyllur o Venus andina. Al centro se puede ver nítidamente la radiante constelación de la Pariwana.

Al día siguiente, cuando le pregunto a Estafanía Condo cómo pasaron la noche, se sonríe, y contesta en qechwa: “mirando las estrellas, pero sin contarlas, quiero tener hijos alguna vez pero no tantos.”

Luego entra en la estancia de piedra con techo de paja donde los kuyes retrasaron nuestro sueño porque los machos hacían la corte a las hembras, con silbidos y carreritas, y prepara el desayuno. Un caldo con trigo y papa. Ni hablar de pagarles porque dirían que no, pero sí reciben con agrado una bolsa de pan que en esas alturas, es una golosina.

La miro y la veo tan satisfecha que piensa en “la camisa del hombre feliz” y le digo:

-¿Estás contenta viviendo en estas soledades? –le pregunto.

-Así es mi vida, con mi esposo y las alpakas.

-¿No quisieras ir a la ciudad?

-Arequipa es muy bella con sus casas blancas de sillar y sus ventanas de rejas.

Estefanía  Condo no pierde su sonrisa enmarcada entre sus mejillas chaposas que parecen dos rosas.

-Conozco la ciudad y no me gusta. He trabajado allá en una casa blanca y me sentía encarcelada. He ido a la escuela, sé leer, he visto la televisión, donde hay mucha violencia. Aquí, en cambio, me siento en paz. Mi cielo es azul, el sol no encubre la maldad, mi agua es limpia y no sabe a cloro. En la mañanita el frío muerde mis carnes, pero en cuanto aparece el sol me calienta. Si llueve enciendo el fogón y gozamos su tibieza. ¿Para qué querría cambiar mi casa? Mis alpakas me dan todo. Su carne para mi hambre, su pellejo para mi sueño y su compañía todo el tiempo. Ellas me conocen y yo no me siento oprimida entre cuatro paredes sirviendo a otros. Cuando tenga mis hijos, ellos crecerán aquí y escogerán lo que quieran ser cuando sean grandes.

Nos despedimos con un abrazo, como se estila en los Andes, como dos hermanas. El hombre feliz no tenía camisa, según la historia. La camisa de la pastora Estefanía Condo es la camisa de una pastora feliz con otra visión del mundo.

Bajamos a Waylla Rup’aq, “la pradera que quema”, a pie. Me quedo maravillada. El lugar es volcánico. Los manantiales, con agua hirviendo a más de 90 grados han formado volcancitos con el material calcáreo que arrojan. Al enfriarse la superficie se forma una nata rojiza. Son los “ojos del diablo” que parecen mirar divertidos a los mortales que se acercan a las puertas de su infierno geológico donde las nieblas crean un ambiente fantasmagórico. Si vienen los turistas para verlos alterarán la paz de Estefaníá Condo . Espero que tarden en llegar.

Alfonsina Barrionuevo