sábado, 22 de febrero de 2014

SEMANA SANTA EN PUNO

No me gusta escribir sobre las personas amigas que se van. Lo siento injusto. Hoy he podido, por unos segundos, esbozar una sonrisa. Claro que escribí algo para Etna Velarde y lo leyó. Alguna vez debió pensar que se había desvanecido en mi memoria el recuerdo de nuestro primer encuentro. Supo que no era así al leer el artículo que copio más abajo.
Siempre pensamos ir juntas a Puno. A nuestros amigos y a todos quiero decirles que Puno, fundada en Puñuypanpa, “la comarca del sueño”, es una tierra linda donde una Virgen pequeña, la Candelaria, demuestra que reina en los febreros sobre los sueños de fuego de miles de diablos ha, que danzan con alucinantes máscaras con cuernos de colores,  batracios fantásticos arrastrándose sobre la frente  y prominentes ojos de foco; vestidos fastuosamente con capas, pectorales y fajines deslumbrantes.

La Diablada, como si se arrepintiera de esos arrestos, cae después de rodillas en una Semana Santa gloriosa que culmina cuando salen en procesión varias imágenes religiosas. Entre ellas el Señor de la Bala. El Cristo, que protegió a su devoto moviendo el hombro en su defensa, para recibir la bala asesina de un arcabuz que debía matarle, en una riefriega de vascos y andaluces en San Luis de Alba, la gran ciudad de vetas argentíferas incalculables,. Allí quedan para una eternidad los testimonios del milagro. La bala incrustada y la sangre que derramó al salvarle.
Hay que ir a Puno. En la Semana Santa podrán ver también a la Virgen prodigiosa que abrió una galería que se derrumbó en la misma ciudad. Lo hizo para que pudieran salir los mineros que quedaron atrapados y que llenos de pánico la invocaron cuando los diablos los cercaban para llevarse su alma. En su mano y en la mejilla se ven los arañazos que sufriò al levantar las vigas rotas.

Vuelvo con mi querida amiga y sus pinceles. Ella se encuentra hoy en las memorias que habitan en la parte más tierna del corazón.                            



PINCELES MOJADOS EN HISTORIA                                        

Los pinceles de Etna Velarde han capturado durante muchos años el aire bélico de las batallas. En sus cuadros se siente, como si hubiera sido espectadora, el retumbar de los cañones, los disparos de la fusilería, el entrechocar de los aceros, los gritos de coraje y los quejidos de agonía. Al heredar los pinceles de su padre no pensó que un día se dedicaría a  hurgar con pasión en los libros de historia, mientras la aguardaban pacientemente los tubos de pintura sin saber tampoco que entraría en la epopeya de la Guerra del Pacífico, tiñéndose de vida, muerte y gloria.

La calle era ancha en La Victoria. El cielo como una vieja y enorme lágrima condensada por siglos colgaba arriba, tiznada por los gases que expelían desde entonces los ómnibus destartalados. Ella vivía por allí. En una calle estrecha, de puertas que parecían haber sido hechas con el mismo molde de vecindad. De pronto abría la suya y había como una cierta alegría de pirotecnia que proyectaban sus pinturas. Pintaba retratos y también paisajes. Aunque hiciera frío y se sintiera la opresión de la neblina en su casa  se sentía una sensación de abrigo, de calor humano. Su sonrisa brillaba en su rostro y no se ha ido. Sigue habitando en su mirada risueña donde anidan gorriones soñadores.

Etna se distraía haciendo retratos a sus amigas. Para que no se fatigaran posando les sacaba fotos de muchos ángulos. Escogía las que más le gustaban y comenzaba. Hasta el mío estuvo depositado en su atril, emergiendo de la tela tal como me veía,  hasta que me trajo el cuadro terminado con unos diez años de más impresos en mi rostro que, al fin se igualaron.

Eso dijo y con mucha razón. Además no había manera de reclamar, pues, sólo me costó agradecerle, y porque después, con su invalorable ayuda terminé con un dolor de cabeza que me acosó durante quince años. No sé cómo entró en las batallas llenando inmensos lienzos con episodios históricos que son como un puñal que los peruanos llevamos clavado en las entrañas del alma.

Los vi reunidos por primera vez en una exposición del Museo de la Nación y me  llegó como un mensaje doloroso la angustia del Huascar impresa en su casco, como si el  monitor se humanizara, sabiéndose solo en ese mar borrascoso, enfrentado a su destino por  la imprevisión de un Congreso irresponsable, que ordenó desmantelar la flota, afirmando que demandaba gastos. Sordo a los pedidos de Miguel Grau de mantenerla, aduciendo que era un sentimentalismo de su condición de marino, cuando éste presentía que la temida agresión se acercaba a la hora cero.

Para Etna no fue sólo un trabajo de los pinceles. Para cada batalla o combate tuvo que profundizar a fondo en ese capítulo trágico de nuestra historia. Ir más allá de la información escueta de los partes de guerra. Conocer los lugares aciagos donde se libraron,  el paisaje, la estación, los uniformes que vestían nuestros soldados y sus jefes así como sus  armas. Su minuciosidad llegó hasta aprender cómo se manejaba un fusil o un cañón de esa época. Pero fue mucho más. También estudiar la sicología de los jefes, de la tropa, de la gente de apoyo, incluyendo a las mujeres que fueron la logística por la gran ayuda que prestaron, llevando las provisiones, cocinado en medio del fragor de las refriegas, asistiendo a los heridos como enfermeras y muriendo también porque los proyectiles no habían distingos. No se sabe de dónde vino el infamante mote que les dieron de “rabonas”, seguramente de los enemigos, que debía borrarse de los textos. En reconocimiento a su entrega los restos de muchas están en la Cripta de los Héroes del XIX.

La pintora llegó a mirar en el corazón de los héroes para trasuntar en su pintura la resolución que animó el rostro de Bolognesi en el morro de Arica. Así mismo la decisión en el gesto de cada soldado patriota, inflamado por el afán de defender con su sangre el territorio de sus antepasados.

Han sido largos años viviendo dos realidades. Su vida propia en el presente, el sol con su sombrilla azul en sus pequeños momentos de descanso. La otra, inmersa en el pasado, caminando bajo cielos con nubarrones y cerros envueltos en cendales de neblina. Asomándose en el momento álgido de la refriega. Pasando de un rostro prócer a otro anónimo, encendido por idéntica euforia y la consigna de no retroceder. Sin poder cambiar la suerte que estaba echada cuando el Perú fue en ayuda de Bolivia.


En la muestra retrospectiva, que incluyó una serie de retratos, se vio a Etna de cuerpo entero, como es valiente, luchadora, infatigable. Los niños deberían ver sus cuadros para sentir orgullo por el heroísmo de los protagonistas de una guerra que dejó heridas imborrables. Una impresión que es vívida gracias a los pinceles de la pintora que ha entrado a tallar en nuestra Historia con su arte y la fuerza de su corazón para destacar el valor y la generosidad de los peruanos.

Alfonsina Barrionuevo

domingo, 16 de febrero de 2014

ALBERTO BENAVIDES DE LA QUINTANA
“… los Andes son de plata, pero el león,  de oro…”


El poeta José Santos Chocano se equivocó en su poema “Blasón”. Los Andes  son de oro, de plata y de cobre, la gran trilogía mineral que absorbemos los peruanos por nuestras raíces. Eso lo sabía Alberto Benavides de la Quintana quien ha vuelto a la gloria de los caminos reencontrando sus pasos después de una larga vida.
Su hijo Alberto, señor de Samaca, Ica, me encaminó a él cuando estaba por sacar un cuento infantil sobre “El Muki”. Su padre conocía mucho a este espíritu travieso de las minas.

Le conocí personalmente el año 2012 cuando trataba de poner en letras de molde mi libro sobre las wakas de Machupiqchu. Trasladé a su computadora las imágenes del sol.la luna, las estrellas, el viento, el arco iris, el agua, la piedra y hablamos, entre otros temas, de la ciudad de Pasco, donde fue teniente alcalde muy joven y hasta burgomaestre si el titular salía de viaje, y así mismo de Huancavelica, ciudad por la que tenía  preferencia,  y donde compartió una parte de su vida con los orgullosos chopkas, mencionando su deseo de ayudarles siempre.
Creo que en mis correos se puede percibir su inmensa calidad humana, su sencillez y su grandeza,  filtrada en el tamiz de los Andes. Los suyos, muy pocos, los reservo ahora que ha vuelto a desandar senderos.
   

06/05/12  

De: Alfonsina Barrionuevo [mailto:miskha@terra.com.pe]
Enviado el: domingo,06 de mayo de 2012  09:27 p.m.
Para: presiden@buenaventura.com.pe
Asunto: MACHUPIQCHU
                                                                      
   
Le escribo animada por lo que me ha dicho el ingeniero Petersen. Por su parte un espíritu generoso y por  la mía mi amor por el Perú. Vivo en Santa Beatriz con una computadora que voy llenando de sueños.  
Ayer,  cuentos infantiles, entre los cuales está "El Muki" que Ud. recuerda por las ilustraciones de mi hija Kukuli. Hoy, con un aporte de investigación histórica y  vivencial con la tradición oral para darle su real sentido a Machu Piqchu, un santuario de santuarios.  
Acabo de terminar el libro con investigaciones que datan del siglo XVI a la fecha. No será voluminoso pero sí es algo nuevo sobre nuestros antepasados.   
El libro y una exposición de fotografías exclusivas se presentará en el Cusco y estoy luchando con los trámites para hacerlo en Lima en el Museo de la Nación. Si no lo consigo lo haré en el  Parque de Miraflores.     
No tengo nada más que mi deseo de dar a un ícono grandioso mi trabajo y lo hago fascinada por lo que he encontrado.     La impresión del libro con fotografías y nuevos planos es el primer paso. Si Ud. me apoya puedo seguir llamando a otras puertas. Estoy segura que se irán abriendo después de la suya. Ud. es un pionero.
Gracias por leer este correo.


 15/10/12                                                                  

Ing. Alberto Benavides de la Quintana:

Hay algo de bueno en esta tarde. El día estuvo crudo, gris, hasta ahora, las tres, en que un rayo de sol se está columpiando en mi ventana. Me gusta que llegue y que sea discreto. Muchas veces, al caminar por los cerros  sentí que multiplicaba mi fatiga. Para subir a Huch'uy Qosqo, en el Valle del Willkamayu, fueron unas ocho horas de ascenso entre espinos con él a cuestas. 
Los Apus me acompañaron brevemente una noche antes. Estaba con los ojos cerrados y la habitación se iluminó con sus oros. No se ve nada con detalle. Son sólo luz. Estuvieron conmigo después de mucho tiempo Panpawayllo, Potosí-Bolivia y Sokllaqasa. Antes de volver a Lima conocí a Waswa de Apurímac, Qora Qora de Ayacucho y la mamita de Andahuaylillas en la mesa de Mario Holgado. Me auguraron suerte. 
El miércoles voy a dejarle el libro. Lleva en la carátula un Machupiqchu en magenta porque no se trata de un Machupiqchu clásico sino de aquel que Pachakuti Inka Yupanki comenzó a construir desde Qosqo con una proyección de sus principales sitios, templos o wakas.
 Le he rogado tanto al Señor por este libro que me ha ayudado a su manera. Ha hecho que lo contactara. Gracias por su presencia señorial.   
        

25/11/12

Ing. Alberto Benavides de la Quintana:

Presenté “Templos Sagrados de Machupiqchu” en Cusco. Fue de noche y nunca me sentí bien con la oscuridad. Menos ahora en que las luces son muy pequeñas y la penumbra domina. Para mí ha sido un privilegio aunque han disminuido mis afectos. Ya no tengo familia aunque mis recuerdos están vivos y el Señor de los Temblores, el querido Taitacha, sigue igual y estará así por cientos de años.
En Lima no me puedo quejar. La presentación tuvo un sello de dignidad, prestancia y consideración. Rodrigo Montoya, antropólogo, habló hermosamente analizando aspectos importantes. Un verdadero maestro. Waldemar Espinoza, historiador, profesor como el otro de la Universidad de San Marcos, fue más sobrio, pero también encantador. Luis Peirano, el Ministro, dijo que no sabía qué le estaba pidiendo, qué quería hacer,  pero que decidió apoyarme y el resultado lo había complacido. Me admiró cuando agregó que diría una oración a las wakas de siglo XVI, con un agregado excelente que le puso el dramaturgo Juan Ríos para una obra de teatro basada en la obra “Dioses y Hombres de Huarochirí” de Francisco de Avila. Fue estupendo No hubo brindis y como no podía estar el acto tan seco Peruska Chambi, la destacada fotógrafa cusqueña, hizo servir unas copas de vino, y dejó sentir una aura de hermandad. A mí no me alcanzaba mi presupuesto para una recepción.
He vuelto a mi Cusco invitada por el XXI Congreso Internacional de Medicina Oncológica. Asistieron oncólogos de Tailandia, Brasil, Estados Unidos, la India, España, Portugal, y Perú. Estuvieron felices de mi explicación acerca de Cusco y Machupiqchu. Una parte se iba a visitar al santuario así que buscaron el libro para reconocer los sitios.
Le escribo porque la “primera piedra” de este lanzamiento la puso Ud. gentilmente. Otras personas a las cuales conozco mucho no lo  han ameritado. Cada día es un reto para mí, mi salud es mi talón de Aquiles.
Gracias mil, Machupiqchu no es una plantita, mentiría si le digo que la he regado con mis lágrimas. Su historia, que estoy descubriendo, es como un joven árbol al que Ud. y Tintaya le han dado sostén para que no se doble. Quizá pueda encontrar más sitios sagrados. Lo que hice para publicarlo en un tope de un año fue una maratón que me ha dejado agotada.
Gracias a Ud. y a otras excelentes personas, que me han brindado su ayuda me siento reconfortada. La vida es dura pero puede ser amable.
             

31/03/13 

Estimado ingeniero Alberto Benavides:

En una solapa del libro “Huancavelica” he leído sus palabras de presentación. También abordé como Ud. el “tren macho” para pasar de Huancayo a esa bella ciudad.  Pienso que ha recorrido mucho los caminos del Ande. Ha sido inclusive alcalde de Cerro de Pasco. Imagino que debería haber escrito sus memorias o, a lo mejor, ya lo hizo. Es importante que lo sigan en sus andares en el amanecer del siglo XXI y a lo largo de su transcurrir.   Ha pasado un largo tiempo de mi viaje a la tierra wankawillka y cómo será en su caso. No sé cómo encontró a la “capital del mercurio”. Seguramente como una villa muy soledosa, sin ruidos pero siempre poseedora de una enorme energía.
Yo la sentí abrumándome. Me parecía que los cerros iban apretar el hotel haciendo saltar los vidrios de sus ventanas. Entendí muy tarde que deseaban comunicarse conmigo. 
Estuve, igualmente, en su Semana Santa. No me explico por qué en las gradas de una de sus iglesias aparecen en el quiebre unas garras. Tal vez de puma.  Su Semana Santa me pareció pobre en comparación a otras, en contraste del interior de sus iglesias principales, tan ricas. Escribí algo sobre la ciudad en la revista “Caretas”. Ahora me he enterado del orgullo choqka entrevistando a sus bailarines de tijeras de poblados lejanos. También de las mágicas variedades de papas que hay allí con hermosos nombres y de las orquídeas que crecen aún más adentro, en un abrazo con la Amazonía. No llegué a entrar en sus minas, pero me asombra la cantidad de galerías que aparecen en el interior de la carátula y contracarátula. ¿Cómo vivió la gente así y como murieron también cuando les tocaba cerrar los ojos sin volver a capturar su cielo azul en las retinas? José Gabriel Tupaq Amaru transportó el mercurio, en el lomo de sus mulas. Debió haberle impactado la situación de los mineros. Todo concurrió, seguramente, para que se alzara en el gran grito revolucionario.
He estado en Cerro de Pasco varias veces. No me gustó el excesivo frío. Recuerdo siempre al pastor Warikapcha quien, según dicen, prendió fuego para abrigarse en una cueva y descubrió al día siguiente hilachas de plata, entre las ramas que quemó o tal vez  estiércol seco, bosta. Antes se elegía para alcalde, en las ciudades, a personajes de nota, sin remuneraciones. Ser alcalde era un honor. Cómo fue Ud. alcalde a tal altura. Sobre todo sin ser un vecino de muchos años. Debió agradarles a las gentes del lugar su gran ánimo para trabajar y su entusiasmo.
Le escribo este correo porque leí el libro de Huancavelica que me regaló y bien vale la pena haberlo publicado. Si está en los colegios y en las escuelas les hará mucho bien a los estudiantes.
Gracias por leer estas líneas. Estoy en una noche de lechuzas, como si escribiera en su propio alero, sin sueño.
Que tenga Ud. buenos días.
             
            
16/08/23 

Estimado ingeniero Alberto Benavides, buenas noches:            

Tendría que estar acostumbrada al invierno  pero este frío que tenemos entumece. A 3,800 metros de altura me siento en mi elemento mas no puedo estar a gusto en la pecera que es Lima con ciento por ciento de humedad.
No avanzo mucho  Tengo  una buena cantidad  de crónicas que atraen mi atención. Para mí es un lujo investigar, sin embargo es un placer.
Hoy mismo un historiador me habló de Pedro de Candia y como estaba investigando la quinua no lo recordaba. Me comentó que el griego no hablaba bien el castellano y no podía saber de quién se trataba. Hasta que se prendió una luz  y recordé al artillero de Pizarro en Cajamarca. El extremeño y su gente jamás hubieran imaginado que los Andes eran de oro. 
Candia era el que disparó un cañón desde el cerro Santa Apolonia o tal vez  cerca de la plaza.  Lo importante es que escribió una relación sobre los Inkas y yo la leeré.
Le cuento esto porque Ud. ha recorrido los Andes y sabe cómo son y las epopeyas que tuvieron  lugar en ellos. Ud. fue a caballo, a pie, en oroya y cuanto medio era posible además de los achacosos carros que circulaban por increíbles trochas saltando en los camellones. Ahora la gente viaja más en avión, que es como ir en las alas de un  gorrión, y si bien se acorta el tiempo se pierde vivir valiosas experiencias.
¿Cómo está ingeniero Benavides?  A mediados del siglo pasado vimos a Estados Unidos y a la Unión Soviética como  países de gran envergadura económica, fuertes. Mucha gente pensó en este siglo en China y hasta comenzó a aprender mandarín. Sólo que el gigante tiene pies de barro, una gran población que necesita alimentos.
También estamos en una época de nuevas y aceleradas tecnologías. Mucho que ver desde las cumbres.

Que tenga una buena noche.
Mañana, todos los días siempre son mañana.


05/11/13
Para:presiden@buenaventura.com.pe
Asunto: LOS MAESTROS CHAVIN

Buenas tardes, ingeniero Alberto Benavides de la Quintana

Para Ud. que lleva en las pupilas el miraje de los Andes y sus gentes y, tatuados en los huesos, los vientos gélidos la cordillera el invierno de Lima debe parecer pequeño. Lo que fastidia es la grisiedad del cielo y la humedad que repta por los poros como una babosa. Ahora que tenemos velos de sol agitándose en el aire me consuela saber que en el Cusco está lloviendo, aunque quisiera ir para el Santurantikuy, la feria de Navidad, a ver si descubro algún nuevo artista.
Sigo investigando Machupiqchu pero estoy pensando en Chavin, así sin acento, porque pareciera venir de chaupi, “en la mitad del Perú”.  Los arqueólogos que trabajan en sus templos han encontrado nuevas cabezas clavas, pero no saben de qué se trata. Creo que debo escribir algo sobre Chavin desde el punto de vista de la cosmovisión andina.  Puedo escribir sobre las cabezas clavas, los monolitos, las estelas y la cornisa de rapaces del gran templo. No será nada de muchas páginas pero sí impactante. Hay momentos en que me entusiasma algún nuevo proyecto. Puedo enviarle un perfil sobre “Los Maestros Chavin”.
Gracias por leer esta carta. Una magnífica oportunidad para saludarle y desear que sea siempre el gran capitán de las minas.


01/12/ 13
Asunto: UN NUEVO AÑO QUE VIENE

Estimado Ingeniero Alberto Benavides de la Quintana:

¿Cómo está? Han pasado meses  desde que lo vi con mi libro. Voy por unos días a Cusco, con algún pesar. El casco histórico no ha cambiado pero ya no tengo familiares ni amigas del colegio. Mi ciudad ha ido cambiando mucho. Sus apus tutelares están siendo desalojados por nuevas urbanizaciones que están llenando sus cerros. Ya no es el Cusco que tanto recuerdo. La plaza abierta, soledosa, colmada de sol o envuelta en cendales de lluvia. Las arquerías que reflejaban sus sombras a mi paso. La Catedral y La Compañía como dos matronas que sujetaban las madrugadas en sus cofias de bronce. El k’iqllu o pasadizo como un grito roto entre los portales de la Universidad y la Casa del Maestro. Una población flotante llena sus espacios abiertos. Tengo que levantarme a las cinco de la mañana para buscar mis recuerdos en sus esquinas. La ciudad ha acelerado su pulso como todas. Cuando era niña aún cruzaban las calles pequeños grupos de llamas. Cierro los ojos y las veo delante de la computadora.
También Lima ha perdido su encanto. Mi padre me decía que la vio cuando llegaba sólo hasta la Plaza San Martín. Yo vi todavía la avenida Arequipa hermosa, poco transitada, muy elegante. Nunca más se parecerá la vía que han tomado al asalto academias, edificios y  “combis”.
 Aprovecho la noche para escribirle. Tengo un molle  en mi jardín de Santa Beatriz, donde hacían sus nidos una que otra pareja de pájaros trashumantes.
Viene a nuestro encuentro un nuevo año. Algo bueno habrá. El Perú está cambiando. Siempre habrá gentes extraordinarias.
La esperanza no deja de crecer en todos sus niveles. Nunca será una rara flor si queremos que exista. Por algo la tenemos  sembrada muy adentro, en canteras ocultas del corazón. Tenemos que seguir adelante, sin desmayar  como hace Ud.
Reciba, casi al borde del 2014, un respetuoso saludo.


 Alfonsina Barrionuevo
   Escritora, Productora de TV, Abogada
Consultoría de Temas Culturales Peruanos
               Teléfono 471 5789


domingo, 9 de febrero de 2014

EN BUSCA DE LOS ATAVILLOS   

Me gusta visitar Facebook, esa ventana de maravilla,  que se abre para encontrar  familiares, amigos y personas que me conocen o que yo conozco.  Al asomarme encuentro muchas sorpresas, pero hoy vi una foto muy extraña porque aparecía con dos niños en un parque. No sabía quiénes eran hasta que leí una nota donde me recordaban mi visita a la ciudad de San Pedro de Pirqa en una de las alturas de Lima. Claro que estuve allí y fui con la idea de encontrar rastros del pueblo que se mudó en el mismísimo siglo XVI porque no le gustaba vivir avasallado.
Ya no estaban esos atavillos pero sí sus viviendas circulares de piedra. 

  
Francisco Pizarro quiso ser Marqués de los Atavillos, título sugestivo. El rey de España le preguntó qué pueblo era aquel y cuántos  habitantes tenía. Requisito esencial. Pizarro no le pudo dar cuenta porque no pudo contarlos. Los atavillos se habían ido, desaparecieron sin dejar huella y así fue hasta 1990 y pico en que los volví a encontrar en una feria.

Vi unos tejidos extraños y cuando pregunté de dónde me dijeron que eran atavillos de San Pedro de Pirqa y me invitaron a visitarles. Así resultamos yendo con Zuly Azurín, profesora, actriz y cantante.
Estaban de fiesta y no pude encontrar mucha información pero sí algunos datos interesantes sobre su vida y el trabajo en telar como resultado de una herencia  que llegó al siglo XX por transmisión oral.
Pizarro recibió el codiciado título de marqués pero a secas. 



LOS PULI PULIS
BAILARINES DE LA KINUA

Una antiquísima leyenda rescata el verdadero nombre de la quinua.  El Titiqaqa, lago milenario, lo conserva en su memoria al lado de la historia de los domesticadores de la preciosa gramínea andina.
Según ella se registró, hace muchísimo tiempo, una intensa sequía que amenazó con destruir la vida en el altiplano. Los pajonales se agostaron y los animales comenzaron a morir.
Las estrellas observaron desde el infinito como sus habitantes se preparaban para emigrar buscando otros climas benignos, por lo que decidieron  intervenir.

Hablaron entre ellas y en la noche cayó una lluvia de luces blancas desde el cielo. Las estrellas más pequeñas fueron enviadas para salvarlos.  Al día siguiente, planicies y roquedales amanecieron cubiertas con la escarcha celeste que germinó rápidamente y dio unos frutos menudos. Hombres, mujeres y niños los llevaron a sus bocas porque eran muy suaves. Así se alimentaron, guardando un puñado de las prodigiosas semillas,  que llamaron primero jihura, es decir, muerte; luego jiura o kiura, equivalente a “semilla que da muerte a la muerte” o “semilla que brota de la muerte”; palabra que los españoles pronunciaron como kinua.           
Los granos espaciales fueron sembrados y cuidados con mucho cariño. Así los antiguos altiplánicos lograron —cosecha tras cosecha— una diversidad de semillas agrupadas en unas panojas que llamaron pulas o pulis.

La fabulosa historia de  la jiura o kiura fue transmitida de padres a hijos y en el siglo pasado el profesor José Portugal Catacora me la contó. Hoy vuelve a llegar a mis manos a través de su hijo Carlos Portugal, quien difunde la obra paterna  en internet.
En Puno tuve la suerte de admirar a los pulis en uno de mis tantos recorridos por el Perú.  Casi los tenía olvidados cuando fueron  mencionados en la web que recuerda al gran investigador. Ya me parecía increíble que no se conservaran noticias de su existencia en el altiplano, considerado como centro de origen y conservación de la kinua.
Creo que su reconocimiento ante el “boom” de la exportación no estará completo si se ignora a los pulis, sobrevivientes de una de las más grandiosas hazañas hechas para el futuro, domesticando y conservando este grano para la Humanidad.         
Mientras estuvo relegado, su producción sirvió sólo para el autoabastecimiento de las comunidades. Al cobrar importancia se omite el. proceso de su domesticación, escrita  musicalmente en el altiplano, cuya riqueza de pentagramas es fascinante.

 “Los pulis que son las pulas o panojas humanizadas usan una  variedad de vestimentas y coreografías, para celebrar cada estadio agrícola, al son de la qena qena, sara qena o qenacho y tambor”, como explicaba el músico Virgilio Palacios.
De este modo salen a bailar los puli pulis, chatripulis,  qarapulis, awkipulis y llipipulis, que aparecen en las partes altas o anansayas, donde crece la kinua real de grano grande,  y también entre los urinsayas. donde el grano es más pequeño y dulce.
Los puli pulis es una explosión de alegría ante la aparición  de los primeros brotes, pulas,  espigas o panojas. “Sobre el traje dominguero  —escribió José Portugal Catacora— llevan un pañolón  atado al cuello con las puntas cayendo sobre la espalda y cintillos en el sombrero. Los  pañolones son verdes y rojos alternados; como simbolizando las hojas que son verdes con jaspes rojos.”  
Aproximadamente a las dos terceras partes de su desarrollo, cuando las plantas ganan altura y las panojas “se abultan y se presentan turgentes” y prometedoras, los chatripulis salen para incentivarlas, rodeándolas.  

Al asumir este rol, ellos  agregan a su atuendo anterior unos pollerines de gasa blanca plegada, semejante a la que recubre la caña del tallo y las panojas. “La partícula chatri  —mncionó el profesor— significa algo así como las hojas que envuelven a las pulas”. La planta se yergue  hermosa y los bailarines tratan de parecerse a ella con su indumentaria.
Casi  al finalizar su etapa de crecimiento hay una sensación de preñez en el aire, de poderío, que se siente con regocijo.  Los bailarines llegan a su mayor engalanamiento. Un momento en que plantas y hombres fusionan su espíritu desbordando energías.  Las pulas aparecen cargadas de millares de granos diminutos, de brillantes colores, “blancos, rojos, amarillentos, plomizos y aún negruzcos”.
Los awkipulis  tratando de semejarse y ser pulas humanizadas recargan sus atavíos con “una especie de corona de paja torcida y forrada de verde y rojo, de la cual penden zarcillos de cuentas de cristal” que cubren su  rostro risueño,  embriagados de color y movimiento.                     
La cosecha es el acto final y así como se desnuda a la kinua, dejándola qara,  tallo pelado, los qarapulis vuelven a su sencillez cotidiana, sólo con cintillos verdes y rojos en los sombreros.
Se ventean los granos para guardarlos en las trojes o graneros y las danzas  concluyen con los llipipulis. Sale el sol y arranca brillo a la kinua limpia, sin el salvado que es su último velo protector.

“A este fenómeno de reflejarse se le llama llipi.” Los hombres pulis vuelven a vestir sus galas en las grandes fiestas, añadiéndoles “una capa” o especie de orgullosa coraza, entre el pecho y la espalda, confeccionada con piel de jaguar o de puma.
La recopilación de José Portugal Catacora nos permite rescatar el auténtico nombre de la quinua:  jiura o kiura, y de sus bailarines, los pulis. Una rendida gratitud a las estrellas que se modificaron para florecer en el altiplano, convirtiéndose en grano estrella para beneficio de los hombres.
Ella ya ha logrado un lugar de bandera entre los alimentos. Ahora falta  reconocer a los pulis que lucharon para aclimatarla en los yermos gélidos. No es justo que se encuentren en vías de extinción. Las danzas ceremoniales aún se ejecutan en Chucuito, Melgar, Carabaya y Lampa. Hay que salvarlas para enriquecer su historia.
Su existencia es un honor irrenunciable a los esfuerzos de los antiguos agricultores del Perú.


Alfonsina Barrionuevo

domingo, 2 de febrero de 2014

RAUL GARCIA ZARATE

No sé si es cierto que en cada guitarra hay un alma de mujer aprisionada. Pero, en la guitarra de Raúl García Zárate está Rosa, la moza de Hawancalle, mujer del platero Santos, que llora, se lamenta y agoniza en el cordaje embrujado. Esta su voz diluída en lágrimas, desgarrada y triste. Su voz que araña el silencio cuando intenta en vano despertar a su amante, el guapo mozo Hermenegildo Santa Cruz a quien amó desde niña, antes de que sus padres la casaran por la fuerza…
(¡Rikchariy Helme! ¡Hatariy Helme!... ¡Despierta Helme! ¡Los perros están aullando! ¡Si es la ronda no hay cuidado! ¡Si es mi esposo no hay remedio!...)      
La tragedia de Rosa, llorada por todas las guitarras de Ayacucho, desde el virreinato, cobra vida en la guitarra de Raúl García Zárate. El guitarrista letrado de Soquiacato, “doctor al temple diablo”, es su intérprete cabal y al reclamo de sus manos acude, como un conjuro, el alma de la infortunada Rosa para penar  de amor en sus cuerdas.
Abogado es cualquiera. Otra cosa es el arte depurado de Raúl  que lo aprendió en la escuela de la tierra. En ese acontecer  de soles vistos a trasluz de un diluvio de abrojos, de tardes con arco iris que se enredan en los árboles, de charcos de nieve  en los que duerme la noche, de eternidades que se hacen tangibles a un paso del cielo, donde es fácil empinarse para coger estrellas. Eso y la suma de sueños del hombre más sus ansias, sus amores y sus rebeldías.

*Así comencé un artículo sobre el arte de Raúl García Zárate, por quien guardo una gran amistad. Se publicó en “Caretas” y en mi libro “Ayacucho: La Comarca del Puka Amaru”, en 1988.




MAMITA CANDELARIA

 Hoy, 2 de febrero,  y tuvo que ser domingo comenzó la fiesta de Mamita Candelaria, la famosa Virgen altiplánica que convoca a miles de bailarines, devotos y público en la ciudad de Puno.
Amada por siglos desborda música y danza por calles y plazas. El Estadio Torres Belón fue escenario de conjuntos de comunidades y pueblos de todas sus provincias que hicieron derroche de color y movimientos en un desfile interminable que mostró su poderío. En la Octava el estadio volverá a llenarse de conjuntos que presentarán vistosos trajes de luces y coreografías con despliegue de recursos. Ella tiene manos de nube.



EL DISCO SOLAR

Estoy revisando manuscritos antiguos y hay que cambiar creencias que más parecen frutos de la fantasía. En el testero del Qorikancha, el famoso templo de oro, no estuvo una grandiosa figura del sol con sus rayos en redondo, que le habría tocado a Mancio Sierra de Leguízamo en el reparto del botìn de Qosqo. Tampoco hay datos de que la perdiera jugándola en la misma noche. El soldado tuvo fama de jugador y existió. En su testamento pide perdón a los señores cusqueños por el despojo y la muerte que desataron los españoles en su tierra, pero no dice nada de la pieza fabulosa. No cabe duda que recibió un gran botín mas se ignora de cuánto. Hasta puede ser que recibiera el  gran bulto del sol, de gran valía  y que lo jugara. De allí cualquier otra cosa será sólo una conjetura.    

Igualmente no hay noticias sobre otras efigies que se supone estaban en el complejo religioso, como se sigue afirmando. Las de Mama Killa, la luna;  Ch’aska o las siete cabrillas; K’uichi o el arco de colores del cielo. Lo mismo acerca de los jardines de oro y plata con la reproducción de hombres, plantas y animales del Imperio a su tamaño natural. Sólo se menciona que los cusqueños se los llevaron y ocultaron en una sola noche cuando vieron el despojo de la ciudad sagrada.          

Es posible, sin embargo, que una de las figuras del padre Sol sea la que aparece en una pequeña lámina de maravilla. Esa, es tal vez, la única copia de como podría haber sido el bulto o bolo solar, repujado en toda la superficie.
Una réplica estuvo a lo mejor en en el Poqen Kancha, la pinacoteca cusqueña donde se registraba la historia de los Inkas en pinturas, textiles y láminas de oro y plata. Ahora está en la caja fuerte del Museo de las Culturas Indias de Nueva York. La placa que lleva dibujos no se exhibe al público y se encuentra, según me informaron, en una caja fuerte.          
El famoso diseño del sol, copiado de una fotografía de esa placa llamada equivocadamente “placa de Echenique”, porque fue obsequiada al presidente Rufino Echenique, en 1863, ha sido vuelta a usar como emblema por el municipio de la Ciudad Imperial. Fue por decisión del burgomaestre Daniel Estrada. Una gran reproducción fue mandada colocar, en el vestíbulo principal del Museo de la Nación de Lima, por Fernando Cabieses, su primer director.

En su interior parece que estuviera  la luna en diferentes fases mostrando tal vez una conexión de ambos astros, en solsticios y equinoccios. En el Qorikancha había tres figuras representando al sol del amanecer, al sol del mediodía y al sol del atardecer. Es posible que sea una copia del tercero por su relación con la luna.

No se trata de la figura espectacular que se imaginó en el testero o altar central del Qorikancha, donde se decía que se colocaban los wayqes o “imágenes” en oro de los Inkas. Pero sí un rutilante bulto solar, que pudo recibir como botín Sierra de Leguízamo y que jugó, dando lugar a un dicho: “jugarse el sol antes de que amanezca”.
El estudioso cusqueño Jesús Lambarri leyó en las crónicas del Inka Garcilaso y de Cieza de Leòn menciones sobre el Poqen Kancha, y tenía una buena información sobre la placa. Fue regalada al presidente Echenique en uno de esos arranques de ostentación que se daba en la Capital Imperial. También había ubicado el lugar en Pukin y tenía otras notas recogidas a través de la tradición oral sobre algunos de los tesoros que guardaba como los retratos de los Inkas.
Después del despojo que sufrió el Qosqo en el siglo XVI, desapareciendo valiosos testimonios de la expansión del Tawantinsuyu, será imposible conocer otras piezas. Aquellas que los propios guardianes llegaron a esconder y que siguen ocultas o están en colecciones privadas o museos. Sin embargo, se podría tener una copia de la placa que guarda el Museo de las Culturas Indias del Bronx, en Nueva York, mediante el Ministerio de Cultura. Podría exhibirse así en el  Museo de Arqueología y Antropología de la Universidad Nacional de San Antonio Abad de Qosqo.

Alfonsina Barrionuevo