viernes, 28 de agosto de 2015

Alfonsina Expo 2015

Mi  nombre no me gusta, es más nunca me gustó. Me confunden con Faustina, Justina, Josefina, etc. etc…  Ya mi padre tuvo una hija que se llamo así. Algo debió pasarle porque nadie la conoció.  Después asomé yo a este mundo y ¡zás! me llamó igualmente. Sumado a su cimbreante apellido siempre me pareció estirado como melcocha  y con el de mi señora madre, Sánchez Morales de la Alta Torre, ya parecía en zancos.  Ahora que se abrirá una muestra de mi trabajo tengo nuevamente que mirarlo con ganas de que estuviera debajo de una lupa invertida, para que las  letras se tornen menudas.  Parece corto el nombre de la exposición.  Sólo Alfonsina,  Expo Alfonsina o Alfonsina y más, pero no hay manera de que pueda evadirme y más aún verlo en letrero a la entrada  del museo.
No quiero hacerme ilusiones pero esta exposición me simpatiza. Lucho Repetto, medio que le da vueltas como si fuera una brasa, pero se las ingeniará, como hace con todo lo que se presenta en Riva Agüero, y le saldrá bien. Estamos en elsiglo XXI y el registro de recepción de las 175 piezas que se han ido de mi casa llegarán por internet con su foto respectiva. Igual que un recién nacido. No lo duda el señor Claudio, su asistente,  que ha se ha dado el trabajo de tomar una por una con lo que es su huella plantar.

Me voy invitada a la Feria del Libro de Cusco  y cuanto hay queda interrumpido hasta mi regreso. Después los los días avanzarán  y no desesperen los amigos de Lima que irán a la muestra. Como les digo me comienza a gustar, a pesar de mi nombre y de las aguas, digo el tiempo. No tengo paraguas para protegerme de los que se fueron. No importa, estoy acostumbrada a las lloviznas que en Lima son acariciadoras, como baños de felpa, de terciopelo,  digo de las que me esperan. Hasta entonces. Ya será pronto las doce  de la noche. La hora de las lechuzas. ¡Qué sueño!


TERMAS BRUJAS  

Hay magia en Cachicadán, un pequeño pueblo que se encuentra a corta distancia de Santiago de Chuco, la tierra de César Vallejo. Sus aguas termales, con virtudes medicinales, tienen ánima y sus manos suavísimas se sienten sobre la piel como una seda. Al atardecer y en noche de luna el ojo por donde sale entre neblinas de vapor tiene "encanto". No hay que dejarse provocar por su aura embrujadora.

Hace cincuenta años, una recién casada, Luzmila Carrión Méndez, fue con su jarra al estanque  para llenarla y sintió la fuerza de un extraño movimiento en sus bordes. El miedo puso alas en sus pies y se alejó.
En la noche soñó con una bellísima señora, muy alhajada, que la invitó a su palacio de cristales. En la noche siguiente los árboles susurraron  dulcemente el llamado a su oído. En la tercera volvió a aparecer la dueña del agua ofreciéndole preciosas joyas. Así hasta cinco veces y vio como se abría el cerro, iluminado por dentro. Su esposo no quiso perderla y luchó con ella para que no volviera hasta vencer su sortilegio con puro amor.

En el cerro La Botica, de cuyo costado sale el chorro barroso, hirviendo, crece una infinidad de hierbas medicinales, regalo de su dueño o señor a los hijos del lugar. Para encontrarlas, refiere Luis Quispe Valverde, que recoge la aromática palizada para el mate del desayuno, la suelda con suelda para el dolor de cintura y el corpusguay para curar la sangre, hay que hacerle una ofrenda o regalo. Pedir permiso dejándole en algún lugar oculto un trozo de chancaca, cigarrillo, coca y flores. Al entrar en su territorio, es obligatorio.
El señor del gigantesco vivero natural de plantas saludables es generoso pero le gusta la correspondencia. Está vivo y puede sentir la falta de cariño. La indiferencia le disgusta y puede dificultar  la búsqueda, esconde lo que se quiere o marchita las plantas.
En Cachicadán los cerros se arropan en mantos de color. Sus paisajes encienden las pupilas de acuerdo a la luz del día o las estaciones del año. Sospecho que  es tierra sacra porque allí se refugió Katekill, el rayo, a quien buscaron infructuosamente los curas doctrineros de los primeros siglos españoles.

Los mayores afirman que es uno de los últimos lugares adonde fue llevado por sus sacerdotes para que no lo encontraran. La persecución fue implacable durante más de cien años. Katekill hacía florecer los surcos y llevaba la lluvia sujeta a sus talones. Anegaba los campos si quería o la retenía atrayendo la sequía. Ahora descansa entre flores y plantas medicinales aromáticas en el cerro La Botica, observando, intocado, sin haber permitido el sincretismo.
La iglesia queda en la parte baja del pueblo, entre soportes de nube. La Virgen del Carmen es la  patrona de la iglesia pero los vecinos veneran a  San Martín de Porres que llegó  más tarde y fue llevado en manos de una devota que recibió sus dones. El santo lego los defiende de cualquier maleficio y atiende sus ruegos. 

Su fiesta principal es el 7 de noviembre y se celebra con  bandas  de pallos, cusqueños,  canasteros, wankillos, jardineros, osos, vacas locas, venados y pishpillas que bailan graciosamente. Los mayordomos reciben toda clase de ayuda desde vacas,  carneros,  un lechón, un cabrito, cinco cuyes, un saco de maíz,  jora para  la chicha.
También comida que preparan las familias amigas como jamón, pataska, revuelto de papa,  bizcochos chankay, rosquitas y sándwiches. Para la noche de vísperas gastan muy rumbosos para  castillos de fuegos artificiales que pintan el cielo de colores.
Muy cerca, en Guakás, la tierra se rompe y afloran las burbujas. El barro que queda al fondo es un prodigioso cosmético. Las industriosas madres de familia que conocen sus virtudes lo mezclan con miel de abeja y lo ofrecen para limpiar la piel de las manchas, el acné, las espinillas y las líneas del tiempo.

Cachicadán da trigo, maíz, papas, oca, habas, lentejas, lino, cebada, frutas, manzanas, membrillos e higos. Antes había tejedores de ponchos, alfombras, fajas, talabarteros que entretejían las riendas y armaban también las monturas.
Un pueblo con vida donde hacían un alto en sus viajes los caminantes.


domingo, 23 de agosto de 2015

LOS BEATLES DE HILARIO

Un día encontré en el taller de Hilario Mendívil, el inolvidable artista de arcángeles, santos y mamachas, unos personajes muy conocidos en el mundo de la música: los Beatles. Estaban allí, sentados en un banco, con cuellos de resorte que se movieron al levantar la pieza, sus cerquillos irreverentes y sus instrumentos. Pero había extrañamente uno más. Le pregunté de quien se trataba  con curiosidad, pues eran sólo cuatro. Hilario sonrió y una expresión traviesa iluminó su rostro. “Me gusta su música, así que los acompaño y soy un Beatle más”, explicó.

Me vendió la pieza con alguna dificultad porque lo hizo para su regocijo personal. Al cabo, aceptando que yo también admiraba a los Beatles, me permitió que los llevara. Resultó una pieza única porque nunca más la repitió. Hoy acaba de cumplir 70 años el último Beatle: Paúl MaCartney. No sabe que está redivivo en el arte del famoso imaginero de San Blas, el barrio de los artistas de Cusco. Muy diferente a sus obras porque lo hizo para su delectación íntima.

En la primera vez que viajé a Ayacucho compré algunas piezas memorables de arte popular. Cuando llegué al taller de Joaquín López Antay tenía sólo treinta soles. Quise uno de sus retablos, con torrecillas como una iglesia, y lo cotizó en treinta y cinco soles. No alcanzaba por supuesto. “¿No tiene uno pequeño, maestro?, le pregunté y dijo que no. “Lo siento, pero no tendré en mi colección un trabajo suyo”, me lamenté. Ya me iba a ir cuando me detuvo. “Tengo algo para Ud. como recuerdo”, me consoló. Fue a su cuarto y regresó con un Niño Dios vestido de sacerdote, estola y ámito. “Es suyo por treinta soles y ha estado en mi familia durante cien años”, me advirtió satisfecho de la venta. No quise comentar nada. Tener al santo infante, como de doce años de edad, era más que gratificante. Lo tomé e integró mi primera vitrina.

Antonio Olave, el prestigioso imaginero de los Niños Dios de Cusco, logró salir de Perú a exposiciones internacionales con una preciosa carga. Imágenes sacras de Vírgenes y Niños divinos que fueron admiradas sucesivamente en varios países de Europa. Yo estaba feliz con su éxito y él trabajó un Niño Waltado para mí cuando le conté que, en un principio, el Niño Dios fue temido por los indios camaroneros y pescadores del Rímac. Se le llamó entonces muchuywawa”, “el Niño del hambre, que atraía la miseria”  quien llegó prendido como un killkito, un ángel sin alas, de la capa de los españoles. En el Cusco las mamalas o abuelas andinas lo recibieron con ternura afirmando que era muy pequeño para ser malo. Lavaron su estigma de acarreador de pobreza y lo fajaron para que no haga daño, como se hace a los recién nacidos, para que no se arañen la carita y tengan las piernas derechas. Esta pieza es otra de las que he conservado hasta hoy con mucho cariño porque son obra de gente dilecta de mi país.  


En las próximas semanas deben estar en una exposición  en el Museo de Artes Tradicionales del Instituto Riva Agüero, de Lima. Su director, el destacado museólogo Luis Repetto, las albergará por un mes y días para que sean vistas por el público. Es una pequeña colección con historias, que sale por primera vez de sus vitrinas. Todos están invitados para verla.   


LA SEÑORA DE  CAO

  
En Ascope, provincia liberteña, al norte de Perú, el agua y la fertilidad de  los campos estuvieron, durante una época, en manos de una mujer de alto rango. Ella era muy joven, hermosa y soberana. Hasta hoy envuelve en su encanto el espacio sagrado donde se halla, en el complejo arqueológico “El Brujo”, a 60 kilómetros, al noroeste de Trujillo. En los brazos de la Madre Tierra la  arrullaba un lejano rumor de olas.
La brisa acarició con sus dedos la gasa que cubría el rostro de la doncella moche y en su memoria afloró su juventud. Parecía dormida cuando se fue. La buscó en el pasado, hace unos 1,700 años, y pudo evocar su rostro altivo, sus ojos grandes, su cuerpo esbelto y sus pies menudos que parecían deslizarse al caminar.

Aquella vez creyó que no volvería a tocarla. Ocurrió, porque pertenece a la historia. Antes nunca se encontró un fardo funerario moche excepcionalmente conservado, con un cortejo de mujeres y hombres sacrificados para su servicio y muchos símbolos de poder.
Una tumba de gran magnificencia en 300 trescientos metros cuadrados. Techo a dos aguas con una columna de soporte bellamente decorada; frontis donde se repite un personaje polícromo de rostro felínico, manos donde ondulan  cóndores y serpientes, y,  pies abiertos, entre muros con relieves geométricos que son un jubileo de peces serpentiformes y unos pequeños felinos.

Regulo Franco, arqueólogo director del Proyecto “El Brujo”, cuyo mayor logro es el hallazgo de esta mujer relevante del antiguo mundo moche, considera que esta caracterización, en la fase temprana de dicha cultura, se vincula con el mundo de los muertos.
En el marco de la pompa fúnebre, un estudio riguroso registra desde el momento en que manos reverentes lavaron el cuerpo desnudo de la joven Señora de Cao Viejo con agua de mar o agua con sal y le rociaron polvo de cinabrio, -sulfato de mercurio-, para impedir su corrupción, acomodando su larga cabellera y el fleco o cerquillo que cae sobre su frente.
Era delicada, de una talla que bordeaba el metro cincuenta y apenas unos veinte a veinticinco años espléndidos que hacían resaltar los tatuajes impresos en sus antebrazos, los dedos de la mano, la palma, los tobillos y los dedos de los pies, con misteriosos dibujos de serpientes, arañas, peces, caballitos de mar, pulpos, un gato montés, líneas y rombos. Una relación interesante de imágenes de colores en relieve  como las  emblemáticas que se repiten en las paredes del templo.
Su rostro fue cubierto respetuosamente con un cuenco de metal y se colocaron dos más en la parte lateral del tórax y hacia la espalda.  Alrededor de su cabeza, cuarenta y cuatro narigueras de oro y plata, magistralmente decoradas con pelícanos, alacranes, serpientes bicéfalas, cangrejos y arañas.

También quince collares de oro, cobre y piedras semipreciosas, sartas de aretes de cobre con incrustaciones de turquesa, y varias orejeras. Un tesoro digno de su estatus mágico-religioso y social.
Envuelta con varias mantas fue colocada sobre una base de caña brava y debajo del cuerpo depositaron veintitrés estólicas de oro buriladas, con representaciones diferentes. Estas lanzadoras de dardos aparecen en la iconografía mochika en escenas de caza del venado y lanzamiento de flores con probable intención ceremonial de purificar el aire.

La revistieron con un manto de placas metálicas, cosidas a la tela como si fueran un estandarte. Encima acolchonaron la superficie con una capa de algodón blanco que parecía  espuma de mar. A su lado añadieron husos, ovillos,  agujas de oro, de cobre y vestidos  pintados con figuras geométricas o bordados con peces.
Siguieron envolviéndola  en ricas telas y en la última delinearon su rostro con  anillos y  placas de metal. Sobre este primer fardo fueron sus emblemas, coronas, diademas, bastones-porras (propios de varones)  a los costados  y más paños de tela y piezas de tejido llano, una tan larga que le dio 48 vueltas. El último envoltorio, cosido con puntadas en zigzag, llevaba dibujado otro rostro coloreado.

Hace años visité con Régulo Franco  la Waka “El Brujo” o Waka “Cortada”, después de entrevistar a don Guillermo Wiese de Osma, quien hizo reproducir en el museo de una sucursal del Banco Wiese, Miraflores, Lima, las extraordinarias pinturas que se encontraron en sus andenes. Al caminar por ellos, donde figuran danzarines, guerreros victoriosos y prisioneros, percibí una extraña energía. 
Entonces aún estaba inédito el valioso contenido de la Waka de “Cao Viejo”, en cuyas cercanías quedan los escombros de una iglesia virreinal y un poblado, Magdalena de Cao, con rancherías. Los españoles difundieron que sus habitantes eran brujas, en realidad gente de curandería, y los viajeros preferían esquivarlas.

En el año 2008, con  el apoyo de la Fundación “Augusto N. Wiese” y el Instituto Nacional de Cultura de La Libertad se pudo excavar en la Waka de “Cao Viejo”. Al comienzo los arqueólogos hallaron unas vasijas enterradas y un fragmento de mate pirograbado. Al pie de la banqueta del recinto esquinero notaron el contorno de una fosa extensa. Hacia el sur una lechuza de cerámica los orientó a ofrendas incineradas de hilos en husos de madera, restos de tejidos, agujas de cobre, estiércol de cuy, huesos de pescado, una figurilla de madera en forma de mono, fragmentos de cerámica y restos de cinabrio. 

Otro paso fue el  descubrimiento de un guerrero, una pequeña escultura de madera que lleva sobre su cabeza un tocado de cobre dorado y en sus manos una porra y escudo forrados también con metal dorado.
Así se llegó a la Señora de Cao, cuyo entierro corresponde a una de las fases más antiguas, previa al terremoto devastador del siglo IV d.C., que removió las construcciones, según pruebas con carbono 14. Su lujoso ajuar evidencia que gobernaba o cogobernaba asistida por dignatarios.

Sus efectos y tatuajes concuerdan con un papel de sacerdotisa de la Luna. Las coronas repujadas con diseños de felinos, arañas  o adornadas con una diadema en forma de “V” y una figura  de murciélago, son típicas de personajes de élite relacionados con el mar, la noche y  el mundo subterráneo, escribe Régulo Franco.
Ella habría ejercido un rol soberano entre los moche a pesar de su extrema juventud, debido a su carácter dominante. Debió influir en la política y en la religión por su capacidad de vidente, para definir si el año sería bueno o malo para la agricultura, sus conocimientos para curar y su majestad en el ejercicio de ceremonias y rituales que la elevaron a un sitial donde no llegaron otras mujeres ni  varones de su tiempo. 
Hay que visitar su museo de sitio para admirarla.       

Alfonsina  Barrionuevo                                                               

domingo, 16 de agosto de 2015

TRADICION A CHORROS


"Amigos, està linda la mar...."

Me gustaría decir, pero no está linda. Un Niño, un fenómeno climático, se avecina y tiemblo en pensar que en el Perú miles de pueblos sufrirán sus efectos. Olvido, por unos instantes, a la avecita del hambre, la lluvia y las inundaciones para contarles que estamos preparando una exhibición que se llamará “Alfonsina Total”. El título apareció y aunque no estoy convencida a lo mejor se queda. Yo pensaba en una muestra de mis piezas de arte tradicional. No son muchas pero las conozco a fondo. Tienen pequeñas historias que son gotas de miel, que hablan de los artistas que las crearon. Eso, que es el caudaloso río de arte que arranca desde épocas milenarias y que sigue su curso porque nada le mengua y más bien aumenta sus caudales. En los próximos blogs les contaré algunas historias porque la fecha se viene volando. Me sucede, porque desde que comencé a hablar del tema con Luis Repetto la exhibición ha ido creciendo y ahora tengo que pensar en un cerro de plaquetas. Que las fotografías de las Wakas de Qosqo, que itinerará de la capital imperial a la capital limeña. Un esfuerzo logrado con la ayuda de Ana María Gálvez.  Que las fotografías de “Gente de Perú” que he visto,  siempre con cariño y admiración, viajando de un lado a otro. Que mi obra periodística y otras… Pienso que media casa se irá ... No, no tomará las de villadiego, sino que se tenderá un puente para que se vayan  acomodando, temporalmente, en las salas. De veras que no lo imaginaba. Pero, me causa una inmensa alegría volver a recuerdos atrapados en telarañas de olvido, que volverán a ser vigentes por un rato. Allí estaré en las piezas, en mis crónicas y en mis libros. Desde ya les espero.  


PREVISIÓN  PREHISPÁNICA DEL CLIMA

Hace unos días, Rosa Hernández de Salas me dijo que está intentando —con otros hortofruticultores— el regreso de la frutilla ( Fragaria vesca) al Valle Sagrado de los Inkas.
Ella vive en P’isaq, Calca, Cusco, donde tiene un “Sara Wasi”  —Museo del Maíz— y trabaja con frutales.
 Por ahora  —declaró—  cosechamos fresas grandes y carnosas, que no se comparan con nuestras  frutillas nativas, tiernas y dulces.
Le comenté que ambas plantas rastreras son un techo acogedor para los hanp’atus o sapos.
Los sapos ya no están —acotó de inmediato—. Se han ido.
Tal afirmación me pareció inverosímil. ¿Cómo que se han marchado?  ¿Por qué? ¿Acaso se fueron porque el edredón de fresas comenzó a pesar sobre sus cabezas?

Rosa se sorprendió al conocer que el arqueólogo Kristoff  Makowski  encontró en Lurín, Lima, tumbas de sapos prehispánicos enterrados con ofrendas diminutas.  Un hallazgo de veras original.  Pues los sapos —en el antiguo Perú (y aún hoy)—  no sólo hacían limpieza biológica, sino también estaban (están) entre los indicadores naturales de los cambios climáticos. Su croar fuerte era signo de buen año. Y si se tornaba débil o ronco, mal augurio. Había que prepararse para una temporada seca.
-¿Qué hubieran hecho los inkas si en su época se hubiesen ido los sapos? -me preguntó.
Le respondí que en el antiguo Perú fueron bien tratados no sólo por los inkas, sino en todo nuestro territorio.

La fresa abunda en muchas partes. Sin embargo, pocos han advertido que a lo mejor sus “vecinos” se ausentaron. Personalmente, no me gustan los anuros, salvo los amazónicos que parecen haber recibido un baño de arcoiris. Alguna razón debe haber para su desaparición. Quizá relacionada con modificaciones del clima o la contaminación.
Los españoles no tuvieron en cuenta las exigencias de la tierra y la necesidad de conservar los recursos hídricos. Trajeron el arroz, por ejemplo, y lo sembraron en la árida costa norte, sin percatarse de que consume agua en exceso. 
Los  “expertos” que quieren cambiar el hábitat de ciertas especies alimenticias se comportan con igual desconocimiento. En La Convención, Cusco, donde crece un cacao nativo espléndido, un ingeniero agrónomo ordenó su reemplazo por piñas. Fue una catástrofe. Arrasaron cacaotales para obtener piñas menudas, inservibles.

Por lo mismo, la presencia de cabras a 4,000 metros de altura da escalofríos. Se cree que mejorarán la alimentación y la economía altoandinas con la producción de leche y queso. Pero la cabra es depredadora. Arranca a los pastos de raíz y amenaza con desertificar la puna.
Las comunidades campesinas conocen los cambios climáticos y saben guardar el agua que siembra la lluvia, para cosecharla durante las sequías. En Puno, se adelantan a ellas recurriendo a los waru-warus, watus o camellones. Los andenes retienen también la humedad. Su gente guarda un entendimiento ancestral con la naturaleza que se está perdiendo por diversas causas. Entre ellas la migración de los jóvenes a las ciudades.
Por los años noventa del siglo pasado vi en Lachaqui, cerca de Canta, Lima, el baile de los kivios. Unas aves silvestres que “avisan” a los agricultores si los próximos meses serán lluviosos o no. En Huaros, si las ven reunirse en pequeñas panpas para protagonizar verdaderas rondas rituales, buena señal, habrá nubes gordas. Mejor cuando danzan hasta agotarse, cayendo rendidas, patas  arriba, de pura alegría. Los kivios aman al agua porque encontrarán lombrices jugosas y hierba verde.

Entre los indicadores vegetales de cambios climáticos está el qantu, flor amada de los inkas, cuya floración precisa si el tiempo será seco o lluvioso. Las flores de la quni o totora y la salliwa tienen siempre un mensaje salvador. Ya sea en la apertura temprana o tardía de sus botones, o en el color de sus semillas, sin equívocos.
Asimismo, la apasanka o  araña teje su tela laboriosamente para proteger a sus huevos y enfrentar a las tormentas más inclementes.
En los animales y en las plantas se encuentra una percepción increíble del clima. Los ñaupas o gentiles aprendieron a conocer sus pronósticos.

El erudito Santiago Erik Antúnez de Mayolo Rynning realizó una investigación exhaustiva sobre la previsión prehispánica del clima e incluyó en ella a los indicadores meteorológicos que siguen funcionando en  pocos sitios.
“Arco en el sol moja al pastor”, dicen en el agro. Pero no se trata de un arcoiris cualquiera. Si está muy pegado al astro rey  —muy inusual— será lo contrario, mal signo. Si está más o menos distante del disco solar, será de fortuna general. Si la luna tiene un color de plata o manchas rojizas, la interpretación será diferente. Lo mismo sucede con los celajes o la luminosidad que aparece encima de los cerros, con las neblinas o la masa coloidal que flota sobre el horizonte.

Actualmente, la tecnología en la previsión del clima ha avanzado mucho. En Aguas Calientes, cerca de Machupiqchu, los campesinos me dijeron que “los brujos del SENAMHI” habían comunicado anticipadamente que llovería una semana. Así fue. Ya lo sabían, pero con base en la herencia de  los antepasados, que tuvieron una universidad de milenios. “Ante ellos habrá siempre que inclinarse”, decía el insigne geógrafo y sabio Javier Pulgar Vidal.
El sistema prehispánico de previsión de los cambios climáticos aún existe. Aunque no sabemos hasta qué punto. Oficialmente los gobiernos se niegan a reconocerlo y menos a asociarlo a la climatología moderna, como sí lo hacen los chinos.

Ahora que hasta las abejas pierden la brújula y no pueden volver a sus colmenas, habría que estudiar cuánto afectan a los indicadores naturales el calentamiento global, la contaminación ambiental y la desglaciación, entre otros fenómenos provocados por los países industrializados y también  por  nosotros.

Alfonsina Barrionuevo

domingo, 9 de agosto de 2015

NATURALEZA QUE HABLA


Todo cuanto existe en la naturaleza está lleno de vida, de sentimiento, de espíritu. Son fuentes que irradian fuerza y energía para quienes saben recibirlas. Los nevados, los cerros, la tierra, los árboles, el mar, las lagunas, los ríos, las estrellas del cielo, forman un conjunto de energías vivientes llamadas colectivamente kasay.
En miles de años los antiguos peruanos aprendieron a percibir sus vibraciones. Lluvia, viento, oleaje, silbos, que les llegaban con voces llenas de sabiduría, ternura, protesta o reproche. Un nuevo lenguaje que se fue abriendo paso a su sentimiento mediante la intuición, hasta que llegaron a comunicarse con ellos.
En la leyenda de Chukillantu y Aqoyanapa, recogida por el canónigo Maximiliano Rendón en 1937, los manantiales del Aqllawasi de Yukay le advirtieron a la joven que debía renunciar al amor de Aqoyanapa o Aqoytrapa, joven pastor de alpakas, porque ella era una virgen del Sol. Los manantes eran cuatro y uno a uno repitieron el mensaje. Chukillantu desoyó sus palabras proféticas y decidió su destino siendo castigada. El padre Sol la convirtió junto con su amante en piedra, cuando trataban de escapar.

En su “relación” del siglo XVI Titu Kusi atribuye a su padre un discurso antes de internarse en la floresta. Manko Inka, el último señor del Qosqo imperial,  pide a su gente no venerar las imágenes cristianas. "Lo que ellos adoran son unos paños pintados", les dice. "No lo hagáis sino lo que nosotros tenemos, eso tened, porque como veis las willkas hablan con nosotros." "En esa frase final está el grano de oro", escribe Arturo Jiménez Borja. Las wakas tienen voz, pueden hablar con los creyentes. La voz de la waka, es evidente. se manifestaba a través de un portavoz. Arriaga lo llama "el que habla con la waka". Este hombre, al igual que los profetas, servía de vehículo a la voz de lo sagrado. Los servidores de los santuarios se llamaban, según Arriaga, Wakakamayoq.

El cronista Martín de Murúa, religioso mercedario, transcribe en el siglo XVI la conversación que tuvo  un pastor con sus alpakas, en Anqasmarka, cerca de Calca, antes del diluvio universal. Sus animales, dice, comenzaron inusitadamente a llorar y suspirar mirando al infinito de tanto en tanto. Al preguntarles qué las afligía, las alpakas le anunciaron que habían leído en las estrellas una mala noticia. "Las fuentes del cielo se abrirían sobre la tierra y todo se inundaría. El se podía salvar si subía a la cumbre del cerro con su familia y así lo hizo." 
El investigador Tschopik escuchó en Layo, Canas, Qosqo, como don Hermógenes llamaba con cariño, al alma de la papa, antes de proceder al escarbe de papas. "Hamuy, hamuy, chiqchiq mancharisqa, uywakunaq mancharisqa, hamuy, hamuy." "Ven, ven, tú que fuiste espantada por el granizo, asustada por los animales, ven, ven."
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Notas del libro “Hablando con los Apus”. Alfonsina Barrionuevo



FALSOS PRECEPTOS INKAS

Juan Achahui me ayudó a conocer el respeto que tienen las gentes de las comunidades por el Apu Inti o Padre Sol. La jornada para asistir a su saludo, al filo de  Ocongate, a 4,800 metros sobre el nivel del mar, en  Quispicanchis, Cusco, fue larga. Las horas, los minutos y los segundos de  esa fecha  que se  mueve con los astros, se hacían trizas en cada pisada. Fuimos trepando andén tras andén y, cuando éstos terminaron, seguimos por un chakiñan (camino de pie) que iba bordeando los cerros como una cinta. En el cielo las estrellas se movían risueñas hasta que se fueron convirtiendo en burbujas de luz, confundiéndose con la niebla.
Julia Chambi, Zuly Azurín y  yo caminamos hasta que nuestro guía llegó a una cumbre. Había ofrecido mostrarnos un Inti Raymi (Fiesta del Sol) auténtico, del siglo XX, y sólo veíamos sombras que pasaban.   

 “¡Aquí!...” y, cuando el sol hizo brillar el pico de los cerros al derramar sobre ellos su oro cósmico,  escuché los majestuosos vivas de júbilo: “¡Haylli!, ¡haylli¡, ¡haylli¡”,  miles de voces que parecían salir de las montañas como si ellas le dieran la bienvenida. Al fin, con su claridad iluminando la altura, mi corazón copió la alegría de varones y mujeres que estaban con una rodilla en tierra y los brazos levantados. El astro radiante había vuelto felizmente en un nuevo solsticio de invierno.
 Lo demás fue sencillo. Contemplamos el armónico ballet de las doncellas con sus guiones de plata, luego los conjuntos de danza y los peregrinos sobre la altipampa, Cuando se fueron, dejándonos una emoción inenarrable, iniciamos el camino de regreso. La bajada era fuerte y nos cogimos del hilo musical de los k’arachu’nchos. Cada vez que se detenían, la fatiga era un polvo que se asentaba sobre nuestros músculos tensos. Volvía su música y nos sentíamos ágiles como tarukas. Los ukhukus o pabluchas nos adelantaban riendo debajo de sus máscaras pasamontaña, haciendo restallar sus látigos. Ellos venían de Qoyllur Rit’i, donde subiría el año siguiente para un encuentro con Qolqe Punku, el nevado por donde entran las fuerzas que irradia la estrella Qoyllur desde el infinito.

Cuando sea el momento, mi alma volverá recogiendo los pasos de esos viajes inolvidables. El de Ocongate fue un Inti Raymi donde los gritos de bienvenida al Padre Sol se elevaron como un río humano colmando el relieve diseñado en la cordillera. Lo tengo en mi cámara Rollei que los capturó para el futuro, mientras mis latidos se unían a los de ellos en uno solo, inconmensurable.
Aún las manos de terciopelo de Pachamama, la Madre Tierra, no habían tocado mis mejillas. Pero recibí el fuego llameante de nuestro Padre Sol  fundiéndose en mis huesos. Por eso estoy de pie, en actitud de warmi pukara, “de guerrera,” y no podrán vencerme.
Cusco celebraría, un poco más adelante, su fiesta jubilar. El Inti Raymi del mundo andino, los 24 de junio,  que la “revolución” de Juan Velasco Alvarado convirtió en el Día del Campesino, quitándole toda su connotación, porque no era un runa. En el Día del Indio, millones de peruanos nos abrazábamos porque sentíamos sangre de milenios precipitándose en nuestras arterias, desgalgándose por nuestras venas. Al pasar a campesino rompió la columna vertebral de los Andes. Lima y las ciudades no sienten la relación, prendidas del globo modernista, mientras nosotros vamos a pie.

Si le pregunto qué piensa a la Pachamama, estará en silencio. En ese ¡chin!, ese “vacío” en el que se arropa para no escuchar cuando sufre. Hay que esperar que vuelva del sueño en que se sumerge porque ama a sus hijos y se apena al callar. En agosto habrá en las comunidades y pueblos ofrendas para que sepa que es amada.        
Los españoles que inventaron el  “ama qhella, ama suwa, ama llulla”, como “preceptos inkas”, atribuyéndolos inclusive al gran Pachakuteq, lo hicieron para rubricar el abuso. “No seas ocioso y trabaja para el patrón”, “no le robes al patrón”, “no le engañes al patrón”. Los andinos nunca fuimos gente de manos ociosas, porque queremos a la Madre Tierra y nos gusta hacer ayni con ella y que en pago nos de kausay: “vida.”  No tomamos lo ajeno porque tenemos lo suficiente. Mentir corresponde a una negación generada por el temor y el engaño que no funcionan frente a la sinceridad. Me parecen mejor, para los peruanos de hoy expresar: “Allin yachay, allin  munay, allin llank’ay” o “Piensa bien, quiere bien, trabaja bien”.

La ofrenda a la Pachamama, que tiene hambre y sed cuando despierta, puede ser pequeña o abundante. Basta un k’intu, es decir, tres hojas de coca si los tiempos son flacos. Si hay suerte, semillas, chancaca, wayruros, pallar, maíz, coca, en una q’esita, o sea el codiciado nido de un picaflor. Si hay más se colocan elementos que pertenecen a los tres reinos de la naturaleza, terminando con el qori libro y el qolqe libro: “hojitas de oro y plata”. Hay unas doscientas formas de preparar ofrendas. En todas tiene que primar el sentimiento. Se dice también despacho y pagapu, pero me gusta más ofrenda,  amor como ingrediente precioso.
Desde el primer día de agosto hasta el 31 del mes, ella “saborea” los regalos que comparte con los Apus, espíritus de los Andes, protectores de las comunidades que viven en sus cercanías, sus cultivos y sus ganados; así como con las Pachamamas y los Apus olvidados. La gente andina es generosa y los recuerda. Están agrupados en las ocho regiones multi-diversas: nevados, cerros, mesetas, ríos, lagunas, bosques, sembríos, animales domesticados y silvestres, hermanados con la Pachamama, que a la vez es Mamaqocha: Madre Tierra y Madre Agua.
“Mamita, toma este juguito para tu sed” y le derraman unas gotas de chicha al terminar la ceremonia. La ofrenda debe arder sobre una “cama” de tizones al rojo vivo y los oferentes se retiran para que concurran los invitados de la Pachamama. Si el obsequio se consume dejando una fina ceniza ha sido aceptado y ellos corresponderán en lo posible. 

Tampoco hay obligación plena. La reciprocidad depende del clima y en eso, cuando interfieren los hombres y crean problemas críticos como poner el planeta en emergencia, se producen conflictos que afectan a la Pachamama y a los Apus. Las comunidades expuestas a los nuevos peligros están advertidas de lo que pasa a través de los sacerdotes andinos y ya se están preparando. Ellas tienen que defender su vida y a la naturaleza. ¡Las promesas que iniciaron en este Raymi  deben seguir en los que vienen!  

domingo, 2 de agosto de 2015

TUPAQ AMARU Y LOS CHISMES DE WALKER

Mi maestro, el prestigioso historiador Jorge Cornejo Bouroncle, no sólo me instruyó sobre la gesta grandiosa de Tupaq Amaru, sino que me enseñó a  admirar la magnitud de su lucha, en una época trágica para el Perú.  Por prender el fuego de la  libertad en los Andes llegó hasta una muerte cruel con su esposa, sus hijos, sus familiares y seguidores.
A un paso del  Bicentenario de la Independencia, que lo tiene como precursor, causan extrañeza los chismes del americano Charles Walker en un libro que lleva el nombre del prócer como título. No se trata de un análisis histórico sino de una osadía teñido de humor negro, esperando divertir a un auditorio que capta más lo intrascendente.


Resulta intolerable que Walker, quien aparece como investigador de una universidad respetable, afincado tres años y medio en Cusco, lengua del español, muestre un tono irrespetuoso por el sacrificio en 1780-81 de miles de hombres y mujeres que anhelaban la libertad al lado de una figura prócer muy querida y admirada por millones de peruanos.

Va un resumen de algunas notas entre otras que aparecen en el libro dejando el comentario al criterio de los  amigos de Perú: Mundo de Leyendas.

Comienza llamándole José Gabriel Condorcanqui, diciendo que <usaba cada vez más el regio nombre inca de Tupac Amaru….> cuando él reivindicó, años antes, su descendencia de Thupa Amaro, nieto del Inka Wayna Qhapaq…

Y afirma que éste <usaría a lo largo de su vida varios apellidos…>  (pág. 37)

Afirma que <si un productor de Hollywood hubiera solicitado el reparto principal para expresivos individuos que personificaran las relaciones políticas en los Andes coloniales, habría estado encantado con este trío… Tupac Amaru el curaca o cacique, la autoridad étnica encargada de recaudar tributos…, Arriaga… el corregidor, la autoridad española… que organizaba el despreciable reclutamiento  de mano de obra para las… minas de Potosí… Originario de Panamá, el padre Carlos Rodríguez…  el cura de la parroquia de Yanaoca quien fue uno de sus primeros maestros…>
(Págs. 17 y 18)

<En décadas recientes José Gabriel Condorcanqui Tupac Amaru II proveyó de nombre a dos grupos alzados en armas (los tupamaros en Uruguay y el MRTA en el Perú) y a un cantante de rap, Tupac Shakur… >(Pág. 36)

Dice que <tenía un rostro indio bien parecido, una nariz ligeramente aguileña, ojos completamente negros y, en conjunto, un semblante inteligente, benigno y expresivo. Su discurso, noble por la facilidad con que era caballeroso, era digno y cortés con superiopres e iguales; pero en su trato con los aborígenes, por quienes era profundamente venerado, había seriedad no inconsistencia con sus reclamos…>  Pág. 42
Y en contraparte cita a <Un español anónimo… lo consideraba <muy blanco para indio, pero poco para español…> (Pág. 43)

<Esteban Zúñíga, el recaudador de diezmos de la provicncia de Azangaro, se quejó de que Tupac Amaru siempre le había desagradado y que le maltrataba. (observó) cuando Tupac Amaru arrastró a la tía de Micaela para castigarla, dándole de patadas y jalándole el cabello…> (Pág. 56)

<En cuanto a la cantidad de material disponible  los archivos reproducen la pirámide social – mucho más se escribe sobre los europeos educados y los  lideres rebeldes que sobre la mayoría de los seguidores indigenas iletrados y los soldados realistas negros.  De hecho, las fuentes casi nunca nombran a combatientes del común. Incluso si los consideran heroicos o culpables de una atrocidad, permanecen en el anonimato. Este libro utiliza los chismes y fragmentos acerca de rebeldes quechuahablantes, asistentes femeninos de campamentos y soldados de a pie para contar uina historia amplia, social…> (pág. 64)

<Varios de sus partidarios creyeron que Tupac Amaru podía resucitarlos, traerlos de la muerte si ellos morían en batalla. El les ordenó  que entrasen sin miedo a pelear con los españoles, que si morían a los tres días los habría de resucitar>”  Los testigos españoles se quejan vehementemente acerca de estas promesas, que obviamente incrementaban el valor de las tropas y su disposición a morir en batalla.>… TupacAmaru se presentó a sí mismo como el mesías (un término que no usó) cuyo linaje y proyecto podría provocar el retorno de los incas…>  (Pág. 83)        
                                                                          
 <Un realista anónimo se burla del liderazgo de Tupac Amaru, mofándose de que <un ejército de ratones liderado por un león es mejor que un ejército de leones liderado por un ratón>. (un curaca) José Rafael Sahuaraura… escribió que muchos indios que fueron al combate del Cusco, de vuelta me contaron que su Inca (Tupac Amaru) lloró mucho en Yanacocha de no ser recibido por Rey en Cusco”>  (págs. 171 y 172)


P.D. No se sabe cómo accedió Walker a los chismes de fuentes anónimas para restarle valor a Tupaq Amaru.



PERSONAJES MÁGICOSDELANDE                          

No  es una nueva dimensión. Todo sucede bajo el mismo cielo, pero las cosas tienen otro encanto, otro significado.
Es una distinta manera de vivir con los dedos del sol resbalando como una caricia por los surcos o los andenes de los cerros, o con un techo bajo, cargado de amenazas. Aunque los mediodías tallen las mismas sombras en los rostros de la gente de campo o los mismos crepúsculos incendien los ojos de los pájaros. Aunque la noche sea la misma que se filtra a través del tañer de las campanas o baje como un telón rutilante de estrellas donde muchos seres humanos han dejado algo  precioso, su fantasía, como un tributo a su adelanto.

Es otro mundo, paralelo a éste que ha hipotecado hasta las nubes en sus afanes de dominio, que no cree en nada y que se ríe de todo, y que hace mucho espantó de sus veredas a los personajes mágicos del Perú. Como tenía que pasar, se fueron. No podían existir sin el oxígeno de la imaginación y no quisieron marchitarse en las pistas de cemento de las ciudades.

También ellos pertenecen a ese mundo que libró heroica resistencia para sobrevivir. Son las prodigiosas criaturas del aire, del agua y de la tierra, que todavía se encuentran cumpliendo su destino en los pueblos más viejos, más lejanos, más solos. Conviviendo con los hombres como hace cientos de años. Compartiendo el magro pan de sus sueños, de sus miedos y sus luchas. Hermanados en la vida y en la muerte. Identificados con su ambiente en las ocho regiones naturales que son su hábitat, donde alguien los creó para entretenerse o para explicarse los fenómenos que no entendía.
Desde entonces siguen allí.
En la inmensidad de los arenales costeros, con dunas violetas o rosadas, que surcan en ciertas noches bellísimas sirenas o yaras, de ondeante cabellera, ojos claros y escamas de oro. Las hermosas salen del mar donde se encargan de cuidar a los peces, tortugas,  lobos marinos y aves guaneras. Su misión es delicada, procurar que no se rompa el ciclo biológico en Mama Qocha, el mar.

En la cordillera de los Andes hay una multitud de cerros ─apus, achachilas, wamanis y hirkas, que tienen la responsabilidad de proteger a los sembríos. Así mismo, aukillos que procuran el aumento de los rebaños. Al hablar entre ellos, en noches de luna, hacen columpiar sus palabras en los espejos del aire, antes de hacerlas resbalar por sus laderas.

También están, el soq’a, ñaupa machu o gentil, que custodia los huesos de los antiguos y al mismo tiempo vigila la honradez de las mujeres, y el ichik ollqo (enano fantástico) que a veces deja ver su rubicunda faz en la hondura de los manantiales y, cuando sale al exterior, provoca tormentas golpeando con sus manos su ampuloso vientre donde retumban los truenos y estallan los rayos. Igualmente mama yaku, la dueña del agua que en los amaneceres de neblina pasea por la orilla de las lagunas y espera recibir ofrendas para dejar que sus caudales corran por los canales de riego
El ollkaiwas ─mitad hombre, de la cintura a los pies y mitad perro, para arriba─ no puede escapar  de su cárcel de espinos, pero sí tiene poder para llamar a la lluvia cuando mira el cielo con sus ojos lacrimosos.

En la exuberante vegetación de la Amazonía  bajan las atengariites o estrellas del cielo, que ayudan a los sembradores a recoger semillas alumbrando su camino; el kaukirosi, que emplea su sabiduría para ayudar y regala a los curanderos hierbas medicinales con poderes prodigiosos; y, los marenachiites, de talla gigantesca, que manejan el rayo y crían jaguares a manera de perros para custodiar las plantas de maní, yuka y calabaza.

También la yakumama, que habita en los ríos más grandes, más anchos y más profundos; y ronin, la serpiente cósmica, que conoce el eterno secreto de la juventud. A pesar de que ambas se remontan al principio de la vida en el planeta, viven una nueva  juventud cuando cambian de piel cada año.  
Algunos personajes son adorables, inofensivos, como el uchuchullko, que cuida a los venaditos, las viskachas y las perdices en los collados de la yunga o el espíritu del plátano, que pinta de oro los frutos para que maduren. Otros son fatídicos, como el nak’aq, qarasiri, phistaqo o michulay, que absorben la grasa de su víctima en los caminos solitarios, enflaqueciéndola hasta cansarle la muerte. Los hay también, burlones, como el muki, que desprecia  la codicia de los hombres y mira con simpatía a los que no son ambiciosos, dejando señales en las galerías de las minas para que encuentren las vetas más ricas.

Igualmente, algunos son enamoradizos como el arcoiris, yoki, k’uichi, tulumanya o trumaña, que hasta tiene hijos con las pastoras y enferma a los hombres que lo sorprenden cuando está naciendo, en los manantes o charcos después de la lluvia, pues los considera sus  rivales.
La existencia de estos seres fantásticos, trasmitida con afán de una generación a otra, se debe a muchas causas. Por ejemplo, a la obligada reclusión en que viven todavía algunas comunidades, casi perdidas en nuestra accidentada geografía; a la falta de vías de comunicación en muchos sitios y a las  costumbres intocadas en otras partes. Nadie como esos pueblos recónditos para conocer las señales que reciben  desde arriba ─el cosmos, respecto a los cambios climáticos. Así se enteran cuánto tienen que esperar para sembrar en las chacras o si deben adelantar su trabajo para no perder las cosechas tempranas.

Estos personajes mágicos  a pesar de su antigüedad, son paralelos a los que forja el mecanizado hombre de hoy, que ha abierto más sus horizontes y que se ha liberado de tabúes en apariencia, pero que se ha convertido en esclavo de la tecnología y sigue creando nuevos mitos. Su distancia en el tiempo con la gente de tierra adentro se acorta con la integración que cada día avanza más.
Cabe preguntar si al librarse de su mundo irreal, mágico, fantástico, para entrar al otro, descarnado y realista, la gente de campo saldrá ganando o perdiendo algo tan bello y eventualmente  terrible.

Alfonsina Barrionuevo