domingo, 26 de abril de 2015

WAYRA; EL PADRE VIENTO

Conocer a Rosa María Alzamora fue un anticipo de mi encuentro con los Apus. Ella nació en Yukay, en el Valle Sagrado de los Inkas, Qosqo, donde estuvo uno de los aqllawasis o conventos de las víergenes del Sol. Estuve con ella y otras personas haciendo una ofrenda al viento en el santuario inka de Ollantaytanpu. Comenzamos un despacho con klos taitas a las cinco de la tardde en la antigua plaza de Manyaraki, al lafdo de uno de sus muros. Un kuraq akulleq, muy viejo, se encargó de llamarle. A eso de las once de la noche pensó que era un buen momento para que se presentara. La calma era total y parecía imposible que tuviéramos un temporal. El taita comenzó llamándole quedamente con palabras en qechwa de una dulzura indescriptible, recordándole que era su padre desde sus antepasados y que quería comunicarse con él. Poco a poco todo fue cambiando. Comenzó con las manos juntas delante del pecho y a medida que las iba separando tuvimos primero una bruisa gentil, suave como una caricia, aumentando de intensidad cuando las fue separando. Fue increíble como se fue haciendo más fuerte hasta bramar de tal modo que nos mantuvo en vilo. Me pregunté si irñía a levantarnos, pero tampoco se movió uno solo de mis cabellos. Estaba sobre nuestras cabezas poniéndose huracanadoy volento cuando extendió los brazos y los mantuvo completamente abiertos. Nadie habló pero mentalmente cada uno lo saludó, agradeciendo su presencia. Cuando el Kuraq akulleq comenzó a cerrar los brazos y llegó a juntar sus manos sarmentosas el viento fue entrando en ellas, hasta que termino por escurrirse entre sus dedos convertido en leve soplo.

Unos días después me enteré que en Tupe, yauyos, vivió a mediados del siglo pasado un curandero, un anciano respetable llamado Jose Silvestre, a quien pedían ayuda cuando el viento de agosto amenazaba los cultivos.  En privado le rogaba que tuviera consideracion con sus hijos de Tupe, Lima, una tierra áspera con poca agua y cerros de roca sin vegetación. No sé qué regalos le haría. Quizá un poco de cañazo, unas hojas de coca, unas flores. El viento sin duda reflexionaba y asentía porque se desviaba de la dirección en que debía soplar torciendo hacia un desfiladero, donde golpeaba furioso provocando derrumbes y dejando en paz a las débiles matas de papa de los tupinos.
__________________________________
Notas del libro “Hablando con los Apus”


 ALPAKAS VIAJERAS

Unas patitas nerviosas enfundadas en leggins de última moda y calzadas con unas zapatillas de cadencioso balance, un abrigo de legítima fibra natural y dos ojazos rutilantes que miran asombrados debajo de un cerquillo undoso que cae graciosamente sobre su frente. Toda una dama que pasó por nuestras narices para tomar un vuelo  a Toscana, Italia.
Así tendríamos la visión antropomorfa de una alpaka abordando el jet en el Aeropuerto Internacional Jorge Chávez. Las alpakas conocen esta ruta al viejo continente. Hace varias décadas que su fibra ha sido transportada a Europa y otros destinos. También ellas han sido llevadas vivas, con peso pluma, pues han ido trasquiladas.

Hoy es diferente. Se ha dado un acercamiento interesante de  los Andes a Europa, sin intermediarios. Gracias al Banco Agropecuario (AgroBanco) que ha organizado a 900 familias  en 18 asociaciones de alpakeros de Puno y Cusco, bajo el nombre de Consorcio Alpaquero Perú Export, se ha logrado el envío de un primer lote de 18 nil kilos de fibra hasta el puerto italiano de Livorno, dentro de un Programa Especial de Financiamiento de Fibra de Camélidos.
La unión hace la fuerza y es una buena estrategia. En una entrevista con el economista Carlos Garatea Yori, distinguido miembro del directorio de AgroBanco, le hablé del origen cósmico de los alimentos. Una leyenda sobre el zorro quien se enteró de que habría un banquete de aves en el cielo y consiguió que el cóndor lo llevara de pasajero. Podría despacharse manjares a su gusto y beber sin reparos pero la hora de regreso sería exacta. El zorro comió embebido de néctares maravillosos se durmió. Cuando despertó las aves se habían ido. Tejió una soga y comenzó a bajar a tierra. En el trascurso bromeó con unos loros, a quienes llamó “señorías de nariz jorobada”. Ellos, muy enojados por la burla, le cortaron la cuerda y se cayó. Los alimentos que había comido se esparcieron en los Andes. Inmediatamente el doctor Garatea acotó que si el zorro y el cóndor se hubieran asociado –el principio de asociatividad que quiere el banco para la gente de campo- tendríamos una mayor cuota alimentaria. Ciertísimo.   

La vida de los alpakeros es muy azarosa en la puna donde les toca vivir prácticamente discriminados y aislados por dedicarse al pastoreo de estos hermosos animales. Salir de allí sería  más difícil que escapar de la famosa prisión americana “El Alcatraz” porque no tienen adónde ir. En esas alturas, por ejemplo, la ropa no seca en una semana y las madres no tienen cómo cambiar a sus bebés y las enfermedades broncopulmonares son agudas. Muchos niños mueren antes del año de vida.
En cuanto a la alpaka el arqueólogo Duccio Bonavía explicaba como en tiempos prehispánicos fue reina y señora de los Andes. Al llegar la oveja y la vaca españolas resultó confinada a la penúltima región andina. De allí sólo queda el inhabitable imperio de las nieves eternas. En esa época cuando el frío se intensificaba los rebaños bajaban a climas tibios donde se reproducían sin que las crías  muriesen.

Actualmente, según últimas noticias, se ha comenzado a construir en algunos lugares cobertizos que alivian su situación. Con el tiempo habrá que ver se les provea de pasturas. La gente de ciudad cree con suma indiferencia que están acostumbrados, -seres humanos y animales-, a esas alturas, pero el asunto es muy complejo y hay que vivirlo para atreverse a dar soluciones.
Al unirse y obtener ganancias saludables los alpakeros podrán mejorar pero siempre y cuando haya una intervención inteligente y justa. En el caso del Consorcio Alpaquero Perú Export, con AgroBanco y el Ministerio de Agricultura y Riego, se les abre un horizonte de esperanza. Los Andes no sólo son de plata, como escribía en verso el poeta José Santos Chocano, también son de nervio y voluntad, pues se trata del habitat de miles de peruanos integrados en comunidades que suman a la extrema pobreza las inclemencias del clima.

Los tops que se han exportado son de alpaka Wakaya (fibra corta) de las calidades Royal, Baby, Flecce, Huarizo y grueso, por un valor de 361 mil dólares. Un segundo embarque de fibra de alpaka Suri (larga) completa las primeras remesas. La compradora es la empresa textil  Pecci Filata Spa, de Toscana.
La idea es sacar a las familias de alpakeros que subsisten precariamente en la región altoandina donde la única actividad económica es la crianza de camélidos. El doctor Garatea manifiesta que existe el propósito de que los créditos lleguen a ampliarse en el futuro para el mejoramiento genético, levantar más instalaciones,  disponer de una buena cantidad de pasturas, tener manejo técnico y otros adelantos ligados al sector.

En una información de AgroBanco sobre la  promoción de la asociatividad y el fortalecimiento de las organizaciones de pequeños productores y criadores de alpakas, con la participación de Sierra Exportadora, unas 236 agrupaciones de alpakeros de Cusco, Puno y Arequipa podrán acceder a un financiamiento para salir a flote.  
Por ahora tenemos la  exportacion  de fibra procesada en tops. Esperemos que un día los alpakeros exporten tejidos con la misma calidad de los tejedores del Tiawanaku, cuyas telas, tapices, gorros, bolsas y fajas, siguen asombrando al mundo por su finura y diseño.

Alfonsina Barrionuevo


sábado, 18 de abril de 2015

PALABRAS SEMBRADAS AL VIENTO

Alguien dijo una vez que había arado en el mar, por decir que había hecho un trabajo inútil.  Nunca he dejado de pensar que lo que hago es servir al Perú.  Me gusta haberle entregado mi vida. Eso podría hacerme delirar si tuviera fiebre.  No importa que un día pierda mi sombra porque ya no estoy pero valió la pena. Las semillas crecerán aunque mi nombre se evapore en mi última lágrima. Siento con alegría que me voy fundiendo con los rayos de sol que ya no entrarán por mi ventana. Aquí sigo preparando mi Exposición fotográfica con las maravillas capturadas por José Alvarez Blas y Fernando Seminario Solaligue. Sus fotos darán imagen a mis investigaciones sobre las wakas o sitios sagrados del Cusco. Siendo una ciudad con una historia magnífica es justo que se conozca en su etapa  más importante y se divulgue. Estoy luchando por llevarla a cabo y lo haré de todas formas.  Bastante difícil obtener ayuda, debo tocar cien puertas que alguna se abrirá.  Me falta lo necesario para el montaje y otros gastos para llevar la muestra a la ciudad imperial.  Aún hay tiempo y espero vender los últimos ejemplares de mi libro “Hablando con los Apus” con “Templos Sagrados de Machupiqchu”” en cien soles. 

Si los compran podré seguir adelante. Si Ud. se anima, amigo lector, escríbame a miskha@terra.com.pe. No quiero que estas palabras se vayan al viento. Es urgente para mí que germinen para realizar los sueños. Este año terminaré de escribir mi libro “La Memoria de los Khipukamayoq”. Para el próximo no sé qué otro proyecto aparecerá.  Gracias.           


SERENATA  PARA  LA KINUA

En  los Andes Centrales los agricultores  cantan y bailan para animar a la kinua (Chenopodium quinoa) en setiembre.  Los hombres se mueven como sombras cuando arranca un cohete en único disparo. La noche sembrada de estrellas propicia  la serenata, se hace confidente de la quena y la tinya, y parpadea desde el surco tras el primer corte cuando los pies del cortador bordan encajes sobre los tallos heridos. Después la voz dibuja ternuras en el campo donde las panojas se yerguen con millares de granos, como si escucharan. 
“En Tunso, Concepción, y en San Juan de Iscos,  existen canciones antiguas,“  declara el escritor Simeón Orellana, doctor Honoris Causa de la Universidad del Centro, quien tiene documentados los trajes nativos que se usan todavía en los poblados.
La kinua aprendió a vivir con los agricultores de las partes bajas del lago Titiqaqa y fue amada por ellos hace miles de años, dejando de ser áspera y espinosa como sus parientes. Una leyenda aimara dice que fue un regalo astral que llenó los campos con estrellas y arco iris luminosos. Con tres mil variedades o genotipos es innegable que su habitat originario fue el altiplano, a 3,800 metros.

No deja de ser curioso que en tierra wanka, particularmente Chahuac,  Chupaca,  se conserven canciones,  bailes y  música como cariñosa  ofrenda. En Cusco y Ancash hay rezagos por investigar de expresiones  dedicadas a la quinua, que son puro sentimiento.
En el siglo XVI  a la vez que se dio la dominación española también se sometió especies animales y vegetales.  El arroz, el trigo y la cebada se enseñorearon en las mejores tierras y si bien la papa, tubérculo andino, logró conquistar las mesas europeas recordemos cuánto tuvo que batallar la Aqsumama o madre papa para ser aceptada.  Por paradoja no está siempre en la canasta familiar por su alto precio.
A la kinua,  casi vecina de chacra,  no le fue mejor y estuvo a punto de perecer. Sobrevivió en una cuerda floja más allá de la segunda mitad del siglo pasado, manteniéndose como una refugiada en las comunidades más pobres de la Cordillera. Su consumo se fue atomizando y se salvó sólo por la inusitada demanda de su grano en el extranjero. De pronto Bolivia, país conque la compartimos igual que Colombia, Argentina, Ecuador y Chile, -por donde se extendió el Tawantinsuyu-  inició su exportación. Así terminó su destierro  en las punas. 
“Actualmente se trabaja su aclimatación a nivel del mar”, comenta la ingeniera Elsa Varallanos, del Instituto Nacional de Investigación Agraria (INIA). “En el Perú la kinua o quinuas blancas, negras o púrpuras se posicionan cuando se logra el mejoramiento de variedades comerciales. Lo estamos haciendo con la blanca Salcedo, la blanca Junín, la pasankalla de color vino  que es dulce por su bajo contenido de saponina y  la negra qollana,  igualmente dulce, las dos de Puno,  y la amarilla sakaka medio anaranjada.”

En el Año Internacional de la Quinua se consideró su alto valor.  El grano de oro de los Inkas, llamado así por haber intensificado Pachakuti su distribución, merece alcanzar otra clasificación y que se le deje de nombrar como “pseudo cereal”,  frente a la avena,  el arroz, la cebada, el centeno, el trigo, el sorgo o el sésamo.
Las numerosas  variedades que hay en los Andes peruanos, dicen los técnicos de la FAO, son una reserva para el futuro de la Humanidad.  La falta de agua que se avecina con los cambios climáticos la hará invalorable para el planeta. En los últimos años se está introduciendo con carácter experimental en Europa (Francia e Italia), Asia y Africa.

Habiendo sido criado en la soledad de los páramos, soportando condiciones extremas, sus características son increíblemente gloriosas. Los cultivos o cultivares enfrentan los vientos creando un microclima,  almacenan hasta la última gota de lluvias mínimas y escasas, resisten las heladas encapsulando su floración  y  aprovechan los minerales de los suelos áridos en su  beneficio. 
El diminuto grano de kihura, confundido por los cronistas íberos con el poco apreciado “bledo” de su campiña, tiene la potencia de un gigante. Sus proteínas, aminoácidos esenciales  y vitaminas refuerzan la energía muscular, previenen los daños hepáticos,  mantienen buenos niveles de azúcar y colesterol en la sangre, combaten los radicales libres, ayudan a reducir la anemia y la osteoporosis,  incrementan el colágeno, colaboran en la disminución de la impotencia y la frigidez, interactúan en problemas del sistema nervioso como la memoria, el aprendizaje y la plasticidad neuronal, la depresión, la ansiedad y el estrés. Valores a los que se agregan significativamente minerales como potasio, manganeso, fósforo, zinc, cobre y litio.

Las plantas que son hermafroditas, rabiosamente feministas, se autopolinizan. Su tallo alcanza los tres metros de altura, sus hojas se parecen a una pata de ganso, de donde proviene su nombre científico, y sus panojas de flores pequeñas sin pétalos, albergan miles de semillas. 
En los siglos XVI y XVII los extirpadores de idolatrías la persiguieron como grano herético, porque los sacerdotes inkas lo usaban en sus ceremonias.  En esos tiempos aplicaba a una voz qechwa, chisiyamama, que querría decir: “madre de las semillas”. Los kallawayas, curanderos del altiplano, ponían emplastos de quinua para curar golpes y fracturas de huesos.
En el presente siglo su carrera es triunfal.  Se aleja de la humilde lawa y del sencillo pesqe, tan queridos en el Ande, para ser ingrediente de lujo de exóticas creaciones gastronómicas. El bolsillo popular se adelgaza y sólo queda la esperanza de su florecimiento en las provincias costeras para combatir la desnutrición y la pobreza.

 Alfonsina Barrionuevo

domingo, 12 de abril de 2015

SE AGOTA “HABLANDO CON LOS APUS”

En los últimos meses tengo muchas llamadas preguntando por mi libro “Hablando con los Apus”. Me dicen que han ido por librerías en Lima y no lo tienen. He consultado con la señora Victoria Cano, encargada de mis libros, y me ha dicho que deben quedar unos veinte ejemplares.  De allí le pediré un par para mí y así se terminará la edición como los de otros libros anteriores. No sé si sentir pena o satisfacción. No podré volver a publicar “Hablando con los Apus” pero, al menos están en las manos de los que aprecian el trabajo realizado. Han sido cinco años dedicados a ir a Cusco, asistir a la mesa de Mario Cama, preguntar sobre una serie de temas a los Apus y Pachamamas y finalmente escribir.

Ahora estoy batallando por auspicios para mi Exposición de Fotografías sobre las Wakas de Qosqo y no encuentro apoyo para esa muestra que se llevará a cabo de todos modos. Creo que tendrán que salir los últimos ejemplares de los Apus con el libro “Templos Sagrados de Machupiqchu”, para que pueda recaudar algo para el montaje. Difícil trabajar así. La cultura la tenemos devaluada en general y no podemos conservar el gran capital que recibimos como herencia de los antepasados milenarios. No tenemos un gran Museo en Lima y tampoco en Cusco para comenzar. Las investigaciones no van a los colegios ni a las universidades. Se archivan y amén.  Cada día llegan miles de turistas a Cusco y recorren las calles sin saber por donde caminan, arrastrados por la información turística superficial que no hace honor al Qosqo Inka ni a Machupiqchu Necesitamos que nos conozcan mejor y que haya un mayor respeto a los pocos testimonios que nos quedan. Es urgente preservar lo que hay. Cada piedra tallada y pulida con pasión tiene un mensaje que dar.
Nos debemos a las manos extraordinarias que las cortaron y prepararon para los edificios religiosos y civiles. Que todos sepan por qué el Qosqo fue sagrado para el mundo andino.


RUMBO AL PHUTUKUSI

El Phutukusi entró en mi vida a través de mi cámara fotográfíca. Enfoqué uno de los cerros majestuosos que rodean a Machupiqchu y allí estaba él, asomándose con curiosidad desde su acera verde. Su cumbre ovalada me gustó. Se veía muy buen mozo. Alguna vez diría como en sueños: “Soy un cerro alto.” Este Apu y el Kutija son los principales guardianes del santuario. Desde entonces el Phutukusi imantó mis miradas. Cuando iba las atraía y retozaba en mis pupilas.  
Nunca pensé en ascender al cerro. Lo veía inaccesible. Ni soñar en aventurarse alguna vez entre su fronda virgen. Hasta que me enteré que habían hecho una escalera con troncos de árboles para llegar a su cima. Desde allí se veía el santuario arropado entre nieblas o con el arco iris dormitando  entre el Intipunku, “la Puerta del Sol” y Wayna Piqchu. Yo tenía que ir.

La última vez que fui a Machupiqchu pensé en no volver. Ha cambiado mucho desde que nos conocimos. Me gustaban sus jardines llenos de orquídeas. El ingreso un tanto agreste por un pasadizo que se abría entre hojarascas. Antes de seguir me gustaba sentarme en una banca que parecía colgar sobre sus abismos. En silencio sentía el encanto de su paisaje. Pequeños detalles que ya no existen. Hoy se entra empujando una media puerta de metal como si se tratara de un supermercado. El toque mágico en sus templos persiste, pero lo siento cansado, soportando a diario una carga humana que busca olvidar el ruido de la globalización.
El Putukusi me ofrecía la oportunidad de verlo, trascendente, como antes, al asomarme en su mirador que convierte en una hilacha los caudales del río Willkamayu o Urupanpa, cuando cambia de nombre al entrar al cañón. Desde allí podía moverme despaciosamente, entre los templos sacros, como si estuviera en un globo de cristal. Redescubrir su grandeza entre el vaho denso que baja del cielo y se va disipando a medida que camina la mañana.
Abril prendía aún sus agujas de agua sobre las tejas de los bungalows de Machupiqchu Pueblo Hotel de Inkaterra. En la rupa rupa los cántaros del cielo se derraman y la lluvia desmadeja sus cabellos en cualquier momento. Sucede mucho entre noviembre y marzo.

Podía haber esperado un par de semanas pero tanto yo como Verónica Haaker, que se entusiasmó con la idea de subir a tomar energía del Apu, teníamos acelerado el reloj  del tiempo y  mayo ya estaba hipotecado. Iba a ser mi último esfuerzo olvidando muchas cosas, mi riesgo de fractura en las muñecas, las hernias en la columna vertebral por una caída que me oprovocan un constante dolor, dos intervenciones quirúrgicas esperando y la advertencia de que no hiciera esfuerzos.  
El día anterior había llovido largamente. ¡Qué lindo es ver la lluvia detrás de la ventana, con fuego en la chimenea! La sentíamos cantarina casi sobre nuestras cabezas. Podía ser que se diera una tregua al día siguiente. “Febrero loco, marzo borracho, abril gotas mil”, solía decir mi padre. Bendito mes, cuando el  sol se toma unos días de vacaciones.

Las escaleras que  ha puesto el Inrena están acordes con el medio ambiente. Los árboles cortados y tendidos en cinco trechos, dos muy largos, uno mediano  y dos cortos. Los peldaños, igual. Subir y bajar es una aventura fascinante porque hay que moverse trepando de uno a otro con las manos en continuo movimiento para avanzar y lo mismo con las piernas, justo como un oso. Se baja de la misma manera, de espaldas,  y es más rápido. Los peldaños estaban húmedos y barrosos pero eso forma parte de una caminata a campo abierto. Pensándolo sinceramente vencer las escaleras fue relativamente fácil. Un cable tensado como una soga en las primeras ayudó mucho. Faltaba un travesaño y quise sobrepasarlo. No pude y quedé colgando del cable. Felizmente el guía que nos acompañaba me ayudó a volver a la escalera.

Trepar el cerro es más difícil y prueba la resistencia porque hay piedras grandes y chicas, gradas a medias y lugares fangosos por la lluvia, que nos impidieron gozar del hallazgo en el camino de joyas vegetales, orquídeas, otras flores de diferentes colores y, de vez en cuando, el canto o el vuelo de un pajarillo de alas en salsa de colores, incluyendo el rojo fuego del gallito de las rocas.
“Cuando vengas, -me dijo el señor Phutukusi en una mesa que me parece de sueños, -ve con cuidado siempre a la izquierda. A la derecha puede haber culebras. Arriba hay un templo y otras construcciones inkas.” Yo lo escuché con atención y lo olvidé después.  No creí que diez años más tarde estaría escalando el Apu sin fatiga después de haberle pedido con un k’intu de coca permiso para entrar en su territorio.

No le faltaba razón, parte del camino es inka pero descuidado, roto, con las piedras arrancadas por la vegetación y el agua. Arriba no se ve nada. Todo está cubierto por el monte. “Es importante, dijo.”  No sería extraño que se encuentre un santuario más en el entorno que irradia la luz de tres mundos. Una prospección arqueológica puede comprobar  sus palabras. Las escaleras de troncos de árboles son un acierto. No disturban la armonía del lugar. Desde abajo están prácticamente ocultas y si bien faltaban unas gradas se renuevan cada año según hemos podido saber.        
Había hecho el recorrido del Camino Inka de cuatro días. Al llegar a Warmiwañuska, el abra donde se comienza a descender al Inti Punku, más de 4,000 metros sobre el nivel del mar me sentí en mi elemento. Soy una periodista de alturas. La ascensión al Phutukusi toma sólo horas, más o menos unos 500 metros de altura, pero fue muy fuerte. Además había hecho un gasto de energía inútil el día anterior en el Valle Sagrado recorriendo un campo donde la hierba había crecido mucho. Me hundía al caminar y parecía que llevaba kilos en los tobillos.

Me hubiera gustado acampar en su cima. Me preocupó ver que la  lluvia se venía a pasos agigantados y di la vuelta con pesar. En la subida sentí como disfruta la naturaleza de su libertad, no estar aprisionada por el cemento, no escuchar otros sonidos que los suyos propios, sumergirse en sus silencios y percibir ampliamente el perfume de las flores y el canto de las aves.
Ya tenemos tantos cerros cautivos, padeciendo la presencia de los seres humanos, que quisiera que se quitaran las escaleras al Phutukusi, le dije a  Luis Sánchez, el guía que nos acompañó. Sé que no lo harán. El camino está abierto. Este mismo artículo que estoy escribiendo será un incentivo. Sólo se debe hacer que la subida y la bajada sean siempre agrestes para preservar su intimidad.


 Alfonsina Barrionuevo    

domingo, 5 de abril de 2015

LA CASA DE LARAPA    
En Domingo de Gloria tuve mi primera sesión con los Apus. Me habían dicho que los domingos suben al cielo para dar cuenta al Señor de cuanto habían hecho en la semana.  Me pareció increíble y al mismo tiempo real.

-Vendrán a las cuatro de la tarde, -me dijo Mario Cama. -Ellos y las Pachamamas quuieren conocerte.
-Después de haber caminado mucho tienes una buena casa en Larapa, -le comenté, cambiando de tema.
-Han pasado muchos años y llevo en mi garganta el polvo de todos los caminos que he recorrido y en mis ojos el paisaje de valle, quebradas y punas. No te podrías imaginar por dónde he estado con mi alma no más. Han sido como diez años trabajando en habitaciones prestadas, rodando y durmiendo a cielo abierto cuando no había un sitrio para mí. Hasta que volví a reclamarle a mi Apu guía. “Señor Panpawayllo, padre mío, qué va a ser de mí. Hasta cuando seré como los qamilis que van peregrinando de puna en puna…”

-¿Y te contestó sin enojo? ¿Se puede hacer reproches a los Apus?
-“Te quedarás en Larapa, -me contestó. Allí vamos a comprar un terreno  para ti.” Agregó que harían venir  a la gente que me iba a ayudar a pagarlo.  Ellos me animaron.

-He oído hablar de Ruwales, Apus, Aukis, Potencias Celestiales. Explícame quiénes son.
-Ruwal es el mayor, está con Dios. Hay Apus mayores y menores, Los Aukis son pequeños, vienen de ls lomas. Las Potencias Celestiales son arcángeles. Las Pachamamas son madres tierra. Están donde crece la hierba, un árbol.
-¿De dónde vienen?.
-El Ruwal y las Potencias bajan del Hanaq Pacha, del cielo.
-¿A ellos les puedes llamar?
-No. No tengo las oraciones.
-Tú que eres un maestro, ¿no puedes?
-Tengo mucho que aprender. Mi vida no alcanzaría para saber lo  mucho que hay. Estoy en servicio y ayudar a la gente que viene me desgasta.  Cada cierto tiempo tengo que ir a Ollantaytambo, a Tipón, a Wanka, a recargar mi energía en contacto con los Apus. Me quedo muchos días hasta que me dan permiso para regresar.
 ______________________________
Notas entresacadas del libro “Hablando con los Apus”


MIELES MOCHES, INKAS Y WANKAS

A primera vísta el wayronqo es feo. Los niños le tienen miedo. Sólo algunos, los más osados se atreven a cogerlo. Le amarran un hilo y lo llevan como una “mascota” voladora. Es un moscardón grande, negro y peludo, que al volar produce un zumbido intenso. Entre los 2,000 y 3,000 metros ─más o menos─ vive en las paredes de adobe, donde abre agujeros.
Parece que nadie ha dedicado algún estudio a este insecto propio de las pesadillas infantiles en el campo. Sin embargo, nuestros antepasados prehispánicos sí lo hicieron, hasta determinar que producía rica miel y polen.

Recuerdo haberle visto volar con las patitas bañadas con un polvillo dorado. Ahora sé que era el polen de las flores que le servían para alimentarse y elaborar un líquido denso, pegajoso y dulce. La gente de altura confirma esta apreciación, añadiendo que  este insecto autóctono  es conocido como tunpu.  
Moches, inkas y wankas, entre otras naciones que ocupaban nuestro territorio,  reconocían sus virtudes. El abejorro grueso y peludo, según notas que nos alcanza Hans Jungbluth,  era en realidad una especie de abejota silvestre que pasó a ser relegada a último plano cuando llegaron las abejas europeas.      

En el antiguo Perú se usaba su miel y su cera, porque la primera ─obtenida incluso de unas abejas pequeñas, sin aguijón, llamadas meliponas─ ayudaba a vivir con salud. Los moche recolectaban la miel producida por abejas que proliferaban en lugares donde había plantas de tomate silvestre, tomate de campo o sachatomate, que era de gran beneficio para los niños, las mujeres lactantes  y los mayores. Su sabor, ─dicen los cronistas─ era inigualable. También se menciona a la miel que se obtenía en las partes donde crece el maní por la misma razón. Sabores que se han perdido en la lejanía de los siglos.
Actualmente, la miel de las meliponas sirve a las etnias de Amazonas y Loreto, donde abundan éstas. En el mercado tradicional recibe el nombre de miel de palo y es preferida a otras para ciertos ritos tradicionales.  En los pueblos cercanos, el chuchuwasi o hidromiel se prepara en particular con ella.

Nuestras abejas no necesitan atención sanitaria ni otros tratamientos como la Apis mellifera, originaria de Europa,  porque son nativas.  
Según los extraordinarios registros de Guaman Poma de Ayala, en el Qoya Raytmi Killa o Fiesta de la Luna, en setiembre, cuando se celebraba el kikuchikuy o primera menarquía de las niñas, se les daba pociones de ciertas flores y miel de abeja, por la creencia de que así preservarían la frescura de su piel por largo tiempo.
Entre los inkas se apreciaba mucho a los wayrongos y en varios pueblos de Cusco, Ancash, Junín y otros andinos,  se cree hasta hoy que su cera tiene gran fuerza como ofrenda. Los abejorros o abejas grandes eran criaturas de Mama map’a, que las protegía haciendo que su miel fuera abundante.

En las galerías que abre este gran trabajador alado,  tanto en las paredes de adobe, como en las cortezas de ciertos árboles, especialmente el maguey, suele encontrarse bolitas de polen más grandes que una avellana. Cada nido contiene unos 250 gramos de polen, rico en proteínas y vitaminas. ¡Quién lo iba imaginar!.
En algunos haywariku, pagapu u ofrendas que se arman sólo con pétalos de flores rojas y blancas o de otros colores, se emplea la miel del abejorro para pegar unos con otros y recrear su presentación. Me encargaron hacer una y sirvió muy bien la miel cristalizada. La única forma de que no se corriera. Fue un verdadero desafío.
Nuestra Amazonía ofrece una buena cantidad de mieladas  cada año, al principio de la época lluviosa. “En comarcas donde impera el cultivo ilegal de coca para producir droga, los panales de abejas son una alternativa para la pobre economía del poblador de la gran región de los bosques y los ríos”, comenta Junbluth. Su carácter de suplemento alimentario es muy apreciado. Vale recordar que tenemos un déficit de producción y que por ello se importa varias toneladas de Chile y Argentina.
Se estima que en el país existen entre 15,000 y 18,000 apicultores, más o menos. Pero  muy pocos pueden llegar a tener 1,000 colmenas. La mayoría fluctúa entre 12 y 15. Muchas son colocadas en los techos de las casas, para evitar el riesgo de robo. Su manejo no siempre es técnico. Algunos se han organizado y trabajan con destreza, por ejemplo en Tumbes, Piura y Lambayeque, obteniendo miel con sabores de árboles frutales,  a los que se suman las floraciones del algodón.

Entre las amenazas que se ciernen sobre los apicultores, destacan: el aumento del uso de pesticidas en la agricultura, el posible ingreso de  cultivos transgénicos, la tala ilegal de bosques, el escaso apoyo del Estado y la banca a los proyectos avícolas, y el problema de la abeja africanizada que conserva una dosis de agresividad.
De manera colateral, las abejas son usadas con fines curativos. “Un aguijón bien puesto puede ser santo remedio para varios males”, asegura Hans Junbluth, director de la apícola “Abejas”. Este tipo de terapia alternativa data de la época de Hipócrates, Padre de la Medicina, pero recién en los últimos años se ha investigado cuáles son los componentes de la apitoxina que segrega la abeja al picar  y sus mejores formas  de  aplicación.

Con más de treinta años dedicados a la crianza de abejas, él manifiesta que su efecto antiinflamatorio es dos veces superior al de la aspirina, está registrado como medicamento en Estados Unidos y se puede encontrar en el vademécum clínico.
La terapia con abejas actúa sobre varios campos a la vez. La miel es un excelente alimento energético. El polen tiene casi todos los nutrientes que el cuerpo necesita. La jalea real renueva las células y regula las hormonas, y el propóleo ayuda a eliminar las toxinas acumuladas en el organismo.
La apitoxina es un bioestimulante y, al mismo tiempo, un antibiótico natural  que combate afecciones a los sistemas respiratorio y digestivo, promueve la regeneración de los tejidos y controla los síntomas causados por el estrés, incluyendo  la migraña.
Al respecto, Stephan Stangaciu, científico rumano, afirma que el aguijoneo es ”la reina de las terapias alternativas”. Una panacea ideal que proporcionan las abejas.

Alfonsina Barrionuevo