domingo, 27 de septiembre de 2020


Un primer viaje a Ica pude apreciar un hermoso cerro blanco, de una forma pirámidal perfecta. Me dijeron que se llamaba el cerro de la Saraja. A su vera existió hace tiempo una laguna con el mismo nombre con pobladores sobrevivientes de una etnia muy antigua. El crecimiento de la ciudad e Ica desplazó a grupos que se instalaron en sus cercanías. Los originarios tuvieron que irse y la laguna se fue secando con el tiempo. A raíz de esta información es que surgió el cuento como una protesta por la forma con que tratamos a poblaciones vulnerables y a encantadores lugares que desaparecen con la invasión de otras. Me dijeron también que por ahí existió otra laguna, la Huega, que igualmente desapareció.

Alfonsina Barrionuevo

 

HISTORIA DE UNA SIRENITA

‘¡Hola! Soy Mati, la sirenita.

Los caballitos de mar me llevan de paseo. Vamos a los jardines de corales que hay en el norte.’

‘Son lindos porque parecen flores, hongos y juncos. Pero, en realidad, son parte de la fauna marina. Entre ellos nadan pececillos de colores. ¿Quién los pintó? ¡Mamaqocha, la madre mar!’

‘En verano llegan muchos visitantes, cuando el sol salta de su cama y recorre el espacio, hasta el atardecer, en que se acuesta con su pijama rojo.  Ellos aprovecharon para contemplar este hermoso dibujo que me gusta. Se parece al cactus San Pedro. ¡Debemos cuidarlo para que no se borre!

(La estudiosa María Reiche decía que el llamado ‘Candelabro’ podía ser la Constelación de las Adivinaciones, un conjunto de estrellas que tiene esa forma.) 


‘Las estrellas del cielo son mis amigas. Ellas bajan para jugar conmigo y se convierten en estrellas de mar. Hay noches en que forman figuras de nuestro mundo de acuerdo a los meses del año.

¿Imaginan un mono hecho con estrellas? ¿Un picaflor, un perro sin pelo, una araña, una pariwana o flamenco, un lagarto, una ballena y otros animales?’

‘-¿Se imaginan que los lobitos bebé tienen miedo al agua? ¡Increíble, pero cierto! Es que nacen en las islas. Yo les enseño a nadar. Al principio se resisten. Es gracioso, creen que se pueden ahogar. ¿Qué harían ustedes? ¡Claro que sí, un empujoncito y los agarro de una aleta. Así toman confianza y gozan de su primer chapuzón. Después me desafían a nadar y dejo que me ganen.’

‘Otro de mis amigos es Challwa, un  gran pez con aletas doradas. En su lomo voy a visitar a mi padre y a mi pueblo. Es el último de los antiguos señores parakas que fueron sabios. Los músicos copiaron en flautas de cerámica o de plumas los sonidos del viento, de las olas y el canto de las aves. Los tejedores adornaron sus mantos con bellísimos diseños. Los orfebres hicieron cintillos,  orejeras, y ¡hasta bigotes que colgaban de la nariz! ‘

‘Un día ocurrió algo terrible. Paraka, la madre de los vientos, se enojó y cubrió de arena la península. Mi pueblo se refugió en la laguna de la Saraja.- Allí están desde esos tiempos y aprendieron a vivir bajo el agua.


Cuando voy mi corazón cascabelea de alegría. Mi cola se convierte en piernas y puedo caminar.’

¿Un poco más allá está Ica, una villa que fundaron los españoles. En su campiña las señoritas uvas se dan la mano con los señores pallar. Al pasar el tiempo se convirtió en una gran ciudad. Un día aparecieron nuevas familias cerca de la Saraja, buscando un sitio para vivir. ¿Qué hacer cn ese problema?’

‘Me reuní con los lobos marinos de emergencia. Mi pueblo estaba en peligro. Antes, unos migrantes hicieron que se secara otra laguna, la Huega. Estos harían lo mismo con la Saraja, nuestro hogar. Los jóvenes buscaron el consejo de los más viejos que no podían moverse por el peso de sus cuerpos.’

‘¿Qué habrían hecho ustedes?. Al fin encontramos una solución. Tenían que irse y los jóvenes los trasladaron al lado iluminado de la luna que es tibio porque recibe los rayos del sol. Ellos hicieron muchos viajes. ¡Me sentí feliz al ponerlos a salvo pero triste porque están muy lejos! Aunque puedo viajar para verlos de vez en cuando.’

‘Me quedé en la bahía para proteger a mis amigos. Ayudo a los lobos y a los delfines a escapar de las redes de los pescadores, dejo en libertad a las tortugas que han sido capturadas, bajo de las canastas a los cangrejos cautivos y traslado a las conchitas de abanico para que puedan crecer sin miedo. Si quieren conocerme ¡Aquí estoy!’

*Han pasado los años. La laguna de la Saraja ya no existe. Solo queda la sirenita para contar su historia.

Alfonsina Barrionuevo

lunes, 21 de septiembre de 2020

 

¡LOS PÍCAROS PICARONES!                                                                      

¡Aquí están los pícaros calientitos!

Me llaman picaronera

porque vendo picarones

y no me llaman ratera

aunque robo corazones.

¡Redondos y tostaditos

en su miel bien bañaditos,

 van provocando los pillos

a vejetes y chiquillos!’

Coquetería reposteril, en pirámide, con un ojo risueño al centro, enamorador, rociado con miel de chancaca donde entran hojas de higo para darle sabor y aroma, el picarón nos traslada a épocas inolvidables, cuando las picaroneras lo preparaban en las esquinas de las calles limeñas. A veces precedidos por el anticucho solazándose en su salsa para hacer el contraste. Otros tiempos, otras costumbres, otro regalo para el paladar que llega hasta ahora.

Entre el buñuelo y el picarón hay un cierto parentesco que se remonta más allá de la choznería; agregando que el buñuelo hispano puede tener una abuela árabe. Llegó de la península y entró en Lima a la sartén en una mezcla casi angelical, liviana, aristocrática y donosa de huevo, harina, leche y polvo de hornear. El picarón, partiendo del mismo tronco genealógico de ingredientes principales, asumió distintas características para alegría de los comensales.

Un tono áureo que aumentaba en kilates con el zapallo príncipe y el camote con señorío de la tierra y dulzuras antioxidantes. Su sabor solía ser más insinuante, aunque no tuviera campanillas de nobleza importadas y por lo mismo fuera más popular. ¿Quién puede atreverse a  compararlos?. El buñuelo tenía la gracia de ser considerado  en los villancicos navideños como preferido del infante divino:

‘Niño Manuelito,

¿qué querís comer?’

 dizque le preguntaban los cantores y éste respondía:

 ‘Buñuelitos fritos

envueltos en miel.’

‘El buñuelo se prepara también en otras partes del Perú como Arequipa, donde antaño se vendía con miel de caña a ‘los bañistas, en la puerta de los pozos o piscinas de Tingo’, menciona Manuel J. Bustamante de la Fuente, sin que le cediera campo  el picarón, inflado como un salvavidas, que sale con su abertura al centro y redondo cual una rueda, como si las manos de la picaronera tuvieran un molde. Cada uno con su propia personalidad aunque ambos se envuelven en la misma miel; pero sin desconocer que si el primero no hubiera existido, el picarón tal vez no se hubiera inventado; y este es el lazo de inspiración que los une aunque lo demás los separe.

Es de presumir que no fue la limeña de salón, ‘de talle de avispa, que arrastraba miradas de los flecos de su manto, sabiendo que la miraban, boca de risa, hoyuelos en las mejillas, de manos mórbidas y con  pies de reina,  chiquitos y muy monos’, como describe Pablo Patrón, la creadora del alabado dulce.

‘La preocupación de la limeña que era un ángel, sea que luciera en los salones el agradable metal de su voz, que se le viera hacer con  primor toda clase de labores femeninas, que se la contemplara recogida en oración en el templo, ejercitando las obras de misericordia en los hospitales o alegre y engalanada con los arreos propios de su sexo en los paseos y en los teatros, que era muy dispuesta para la música y el baile, no fue muy aficionada a preparar ni siquiera dulces,’ según observa Max Radiguet.

Fue la morena que la engreía haciendo malabares en la cocina, ya familiarizada con las especies alimenticias nativas la que definitivamente introdujo en la mesa europea el camote prehispánico, oriundo de los tibios valles de la chala, la yunga y la qechwa, llamado allí kumara, acompañado por el zapallo. Cucurbitácea cuya presencia en la culinaria nativa tiene milenios.

La distancia depende del momento en que aparece el picarón con entusiasmo en el panorama de la repostería nacional. Las crónicas que he leído lo sitúan en el siglo diecinueve y quizá antes compartiendo tres épocas, el virreinato en vías de fenecer y viviendo rabiosamente sus últimos años porque entendían que se iban, la independencia y luego la república con herencia de dos mundos.

Que las morenas, inspiradas en el arte de la culinaria y la repostería, lo inventaran antes de su liberación o después no tiene importancia. Pero en el humanísimo decreto de don Ramón Castilla, dado en Huancayo, les permitió desarrollar su talento a otro nivel, porque fueron al principio las picaroneras más profesionales que tuvo Lima.

Ellas incorporaron al yantar citadino de la aldea grande, como la llama Sebastián Salazar Bondy, los apetitosos anticuchos, chunchulíes, mollejitas, pancitas y mondongos, servidos con choclos, yucas, papas o camotes, y los picarones como un postre al vuelo. Para ponerlos a punto se modeló el brasero de carbón con abanico de totora y el perol de manteca humeante llevando ya la miel hervida con clavos de olor, hojas de higo, cáscara seca de naranja y tapas de chancaca cajamarquina o piurana.

Javier Luna Elías aprendió el pregón de la picaronera de la tradicionista Rosa Mercedes Ayarza de Morales, que lo recogió de la calle para darle abrigo. Ella encargó al ‘Grupo Jueves’ ponerlo en circulación en sus reuniones culturales y así lo conservó en su memoria el arquitecto Luna Elías que lo concluye con una acotación ingeniosa también de las sabihondas, que tenían el placer de ofrecerlo en la fiesta y la procesión de la Virgen del Carmen en los Barrios Altos. .’...y si lo dejas un día/ y el picarón se enfría, un hervorcito le das y volverá su frescura. Tiene que estar borrachito, remojado en su propia ambrosía, para volver a renacer.

No podemos afirmar con seguridad que la famosa hojarasca que se come con gusto en la fiesta de la Virgen de Cocharcas, sobre todo en Orcotuna, Junín, sea una hermana andina del buñuelo. ¡Se le parece mucho! Pero, por qué dudar en el posible parentesco. Después de todo las fiestas religiosas fueron traídas de España y algo más tuvieron que aportar además de los rezos, las misas y los maitines en el interior, para alegría de los niños.

Alfonsina Barrionuevo

domingo, 13 de septiembre de 2020


PERUSKA CHAMBI

He leído solo el título de un artículo de la revista ‘Somos’ del diario ‘El Comercio’, acerca de Peruska Chambi y me motiva para escribir estas líneas. Al fin viajó a Coasa, la tierra de su famoso abuelo, don Martín Chambi. Allá, a orillas del cielo en Puno, aquel recibió el chispazo que iluminó su vida. Hace unos nueve años viajé con ella, heredera de su arte, a Machupiqchu para tener las fotos que ilustran mi libro: ‘Espacios Mágicos del Qosqo y Machupiqchu’. Fuimos casi en el mismo tren que llevó al ilustre fotógrafo a la maravilla, cuando apenas descubierta, virgen para el siglo, desperezándose de un sueño largo.  
Don Martín y su esposa doña Manuelita vivían un otoño de años cuando los conocí. Para entonces ya había jubilado su legendaria cámara de cajón con la que cubrió muchos caminos capturando fotos en placas de vidrio que almacenó como joyas de luz y sombra en un armario, hasta que fueron reveladas y difundidas dentro y fuera del Perú.
Cuando Peruska y yo llegamos a la estación de Aguas Calientes nos enteramos de que tendríamos una semana fatal. Los técnicos de Patallaqta, que fue poblado de Pachakuti Inka Yupanki, nos comentaron que los ‘brujos’ del Senamhi’ habían pronosticado que la lluvia estaría cayendo durante siete días. Contaba con la gentil ayuda de Machupiqchu Pueblo Hotel, de Inkaterra, pero no podíamos volver. Al santuario le llaman también ‘ciudad entre las nubes’, había  que lograr buenas fotos, no cabía otra cosa, haciendo honor a ese nominativo. No importaba que fueran a través de una cortina de agua. La serie estaría empapada pero sería igualmente selecta. Felizmente Peruska está hecha de paciencias y allí estábamos   para cazar los segundos de apertura que nos iba a dar el cielo cada día, contando con su benevolencia. Solo así ella encontró dos primicias, a Ñan, ‘el altar de los caminos’, un pasadizo de rocas puntiagudas abriéndose a las distancias, y el templo del viento trepando a Waynapiqchu, cuando yo no podía caminar por haberme fracturado el dedo meñique del pie derecho. Los turistas que coronaban la punta del pequeño cerro volvían defraudados porque desde arriba se gozaba solo de panorámicas del conjunto arqueológico. No advertían la presencia de unos muros donde el viento se acomodaba en leve brisa al amanecer y en las tardes golpeaba el espacio con su tormentoso chal, al soltarlo o envolverlo.
En las cercanías del templo de las tres ventanas hallamos la gran roca que hace yanantin, me parece con el cerro de Mandor, emparejando sus bordes como si estuviera contrapuestos, una suerte de cuestión visual que vio el destacado médico fotógrafo José Álvarez Blas.
En el llano el sol apareció por unos minutos para que Peruska tomara el altar o templo del cóndor de majestuosa gola, esperando sentado la orden de los Apus,  para levantar el vuelo, al consumarse un mágico ritual. Inmediatamente pasamos al monumento telúrico del trueno, proyectando al infinito su vozarrón petrificado. Otro templo del bosque de templos de Machupiqchu que tenía como misión y en la grata compañía de la nieta de don Martín. Sería injusto escribir que los manes de Machupiqchu no nos ayudaron. Reconozco que nos permitieron la osadía de un recorrido por el santuario, partiendo de la relación de wakas del Qosqo. El santuario develó secretos en los minutos que precedían a los disparos de la cámara fotográfica. Incluso en la hora vespertina para una foto en ‘el trono del Inka´, después de haber diluviado todo el día.

La última foto la tomó Peruska en el complejo imperial de Pachakuti en la ciudad emperadora. El periodista Fernando Moscoso Salazar me refirió la existencia de un intiwatana, ‘altar donde el sol amarra sus rayos,’ en un predio, a tres cuadras más o menos de la Plaza Mayor. El oratorio prehispánico estaba en el interior del ‘Hotel Sueños del Inka’, entre la calle Ruinas y la callejuela de Alabado. Se trataba de una enorme piedra o wanka con un hermoso gnomon o aguja sobresaliente de tono verdoso, favorito del gran estadista cusqueño. Un registro sumamente valioso e inesperado que figura en nuestros archivos como testimonio del viaje y en mi libro.

En los entre tiempos hablé con Peruska de su trabajo habitual como profesora universitaria y sus viajes por el Perú. En el mes de julio atraía su atención la Virgen del Carmen de Paucartambo, ‘la santa mamita que bendecía a la gente con sus manos de cinco rosas’, como dice el dulce canto: ‘Bendicionta churaway6ku, piska rosas makiykiwan. Ay mamallay. Ay sunqullay.’  Alrededor de la medianoche captó a un qolla, bailarín de Paukarqolla, Puno, en medio de una selva de luces piroténicas, y al día siguiente la alucinante salida del sol en Tres Cruces, dejando correr sus oros derretidos sobre una alfombra de nubes reverberantes. Atalaya del Ande sobre la Amazonía, a más de 4,000 metros de altura sobre el nivel del mar, donde el frío muerde los tuétanos. 


En su archivo personal tiene fotos de antología. Recuerdo haber visto con fruición una foto y un video suyos en Facebook con ukhukus desfilando al borde del Nevado desde la Estrella. No parecían seres mortales sino, como Qoyllur Rit’i, Qosqo, dice la leyenda mitad hombres, mitad osos, en un extraño ceremonial. Como le digo siempre ya tiene bastante para aparecer al lado de don Martín pero haciendo su propio camino. Estoy segura que así lo siente él, ‘mamá Manuelita, Víctor, Celia y Julita, la astillita, tu padre el arquitecto Manuel, cofundador del Instituto de Cine del Qosqo, desde el mundo inolvidable del recuerdo, y Mery en éste, en el que vivimos.
Alfonsina Barrionuevo

domingo, 6 de septiembre de 2020

UN CUENTO DE LIMA ANDINA
En un día cansado, en una tarde lluviosa o en una noche fría, creo que un cuento de tradición oral puede dar tregua y calor al espíritu. La de historia de éste fue ambientada en Tupe, localidad extraordinaria de Huarochirí, Lima, donde se habla aún el kauki o hakaru, una antiquísima lengua que puede ser madre de muchas del antiguo Perú. Tupe, donde se celebra a San Bartolomé, es tierra de roquedales donde hay muy poco sitio para sembrar. El viento es su peor enemigo porque arranca las plantitas. Taita Conce, un viejo y sabio anciano le entregaba ofrendas de los tupinos, hojitas de coca, naranjas o cigarrillos, y Wayra, el viento, se iba a desahogar sus furias a un desfiladero donde golpeaba las piedras para probar sus fuerzas.  Tuve la suerte de ir caminando tres horas desde el último punto de carretera donde me dejó un bus. Guardo un grato recuerdo de sus motadores. El traje que visten los niños del cuento es de un corte preinka. Cuando llegué lo usaban todavía. Los dibujos son de Kukuli.

LAS TAREAS DE YACHA 

Amat, Llut y Shala suspendieron sus juegos.
-El arco iris ha encerrado a la luna y el año será seco
No habrá lluvia y las plantitas se morirán de sed –señaló Amat.
-Las perdices han hecho sus nidos en el lecho de los ríos.
Mala señal –agregó Llut. -Tenemos que hacer algo –concluyó Shala.
Los tres buscaron a Mama Yacha para ver que podían hacer. Ella tenía secretos de sus antecesores.
-Tendrán que traer agua de estrellas –les dijo.
-Las piedras de colores que guarda el rayo en la laguna del otorongo o jaguar.
-También una pluma del Qoriq’ente, el sagrado picaflor de oro.
Los niños se dividieron las tareas. Amak preguntó a su abuelo cómo podría conseguir agua de estrellas.
-He visto en el cielo un río de estrellas que se metió en el mar-le respondió éste. –Una parte volverá a la pampa del Amaru.
Allí la recogerás.
Llut habló con Rumi, que era pastor de alpakas.
-¿Conoces la laguna del jaguar, la Otorongoqocha?

-Sí. Pero deberás subir hasta las faldas del Ausanqati –le contestó. –Se encuentra a cinco días de aquí. Rumi le aconsejó que llevara caramelos de granizo como regalo a la laguna.
La madre de Shala le señaló donde encontrar al qoriq’ente el picaflor de oro, como lograría que le diera una pluma.
Ella le dijo que fueran a Rapaz, un viejo templo prehispánico. En sus jardines crecían unas flores muy lindas, donde dormía el picaflor sagrado.
Los niños volvieron a reunirse y acordaron seguir juntos. Así podrían ayudarse si fuera necesario.
En la pampa de la Amaru los tres buscaron al charco. Allí estaba con las estrellas que volvían al cielo, y Amat recogió el agua en un cantarillo. Aún faltaban dos tareas.
Amat, Llut y Shala hicieron pequeños trabajos. Con las monedas que juntaron compraron los caramelos granizo.
En recompensa la laguna dejó que cogieran las más hermosas piedras de colores.
En Rapaz hallaron al picaflor de oro. Apenas supo de sus afanes, para que la luna saliera de su encierro, alabó su buen corazón y les regaló una pluma.
Mama Yacha echó el agua de estrellas en su olla mágica, colocó las piedras de colores y la pluma. Al hervir su vapor subió al cielo. El arco iris abrió sus anillos y dejó libre a la luna. Gracias a Amat, Llut y Shala, ella haría que la lluvia bajase y diera vida a los surcos.
Alfonsina Barrionuevo