viernes, 31 de mayo de 2013

MACHUPIQCHU

Mi visión de Machupiqchu será siempre la misma, arrancándose de sus ayeres enigmáticos para tatuarse en el corazón de un desfile inacabable de mañanas.

Sigo registrando en mis pupilas sus imágenes como si tuvieran memorias digitales. El aire, en una danza de nieblas litúrgicas que se desflecan sin pausa. El sol, cayendo como oro derretido sobre el gnomon  erguido con orgullo. El viento, agitando la desmañada cabellera del árbol patriarca, junto a la roca enhiesta que forma un yanantin de sombras con el cerro. Sus escalinatas, con encajes de rocío bordados por la aurora y  peldaños lanzados hacia el cielo.  El mundo moviéndose, ante el disparador detenido de la cámara fotográfica de José Alvarez Blas, en una noche con sembrío de estrellas.

Mientras se encuentre suspendido, en la mitad del gigantesco puqyu de fronda  de su entorno, entre cielo y tierra, imantará los latidos y los pasos de un peregrinaje tránsfuga del planeta. Miles buscando la paz en sus silencios. Ansiosos, por sumergir en su frescura, las angustias generadas por  las complejas tecnologías y los absurdos miedos.   Sintiendo, en su quietud cómo renacen, a flor de piel, los sueños.

Estoy allí, sin compromisos, después de haber dejado Warmi Wañusqa en su altura de 4,200 metros, por el camino inka.  Habiendo pasado los santuarios de Runkuraqay, Sayaqmarka, Phuyupatamarka y Wiñay Wayna, donde hice ch’allas de flores con pétalos perfumados y estuve entretejiendo collares de Apus con k’íntus de coca, como decía Rosa María Alzamora, quien recibió dones del Illa Waman, su nevado guía.

(del libro “Templos sagrados de Machupiqchu”)

   

 
EL GRAN CORPUS DE CUSCO
         

La  procesión del Corpus aroma de santidad la gran Plaza Inka de Cusco. La presencia de bellísimas imágenes de vírgenes andinas y españolas atrae las miradas. Un aire de dulzura se prende en sus ojos y pareciera que el frío de altura escarchara de rosa sus mejillas. El arte de los tallistas europeos riela en cada detalle de sus rostros así como la perfección que alcanzaron los escultores inkas en  las suyas, dice Teófilo Benavente, estudioso de la pintura y la escultura cusqueña. La singular hermosura de Nuestra Señora de la Almudena devendría de la modelo, una ñust’a que fue esposa de Tuyru Tupa Inka, así como la tristeza del tiempo tatuada en el rostro de Santa Ana de alguna abuela de Karmenqa.

En el caso de los santos ocurre lo mismo. San Cristóbal, también de la mano maestra de Tuyru Tupa, descendiente de la panaka del Inka Wayna Qhapaq, es una gran escultura  con influencia andina en la anatomía. Hercúleo, porte mediano, lleno de nervios y musculoso, cuyos dientes y  uñas de sus manos son curiosamente humanos.

Arte que califica igualmente en Waman Mayta Inka, “el pintor de las expresiones”, “de seres purificados en el ejercicio de las virtudes”. Severidad de los nobles cusqueños  que plasma en las facciones de sus imágenes para el Corpus como San Jerónimo, u otras para los altares de las principales iglesias,  famosas por el encarne o encarnación que es su característica, comenta el investigador.

El impresionante desfile de andas enchapadas con plata piña que ha llegado al siglo XXI fue instaurada por el virrey Francisco Toledo. En 1572 al observar que se conservaban ritos y ceremonias del Tawantinsuyu quiso que los renombradas wakas de la capital imperial abandonaran la augusta Aukaypata o waqaypata. Inútil esfuerzo al disponer la concurrencia de 117 vírgenes y santos desde lejanas audiencias y virreinatos de América hacia el Cusco, en un trajín de largos meses.

Así cruzaron los Andes de ida y vuelta, en cajas acolchadas sobre la grupa de mulas,  San Ignacio de Loyola y Santo Tomás de Tucumán, la Peregrina  y Nuestra Señora de la Anunciación de Quito y muchos más. Su entrada preparada con meses de antemano fue grandiosa según los cronistas de la época. Se levantaron arcos triunfales y altares portátiles, acudiendo frailes de las órdenes religiosas afincadas en la ciudad para darles solemnidad. Las sedas y los brocados deslumbraron a los cusqueños que las utilizaron apenas pudieron  para “vestir” sus wakas.

Con una equivocada forma de mirar occidental Toledo creyó que había ganado una batalla religiosa con ese gesto triunfalista que debió ser costoso para la corona española. No se registró la expulsión de los “dioses” o wakas porque eran diferentes en presencia y significado. Antes bien siguió registrándose el sincretismo que comenzó cuando el primer doctrinero colocó una cruz sobre un espacio sagrado del Perú antiguo fusionándose ambas creencias y  subsistiendo hasta ahora.

El Corpus que Toledo trató de sobreponer con esplendor al fastuoso Inti Raymi, no tuvo los resultados que pensó.

Sus imágenes religiosas no estaban en condiciones de arremeter contra el Sol que, de cuando en cuando, “bajaba a dormir “ en Mantukalla, al costado de Saqsaywaman; contra el Trueno, quien solía bañarse en los mantiales de la Waqaypata y la Kusipata: contra el Rayo, que guardaba las semillas de los alimentos en Otorongoqocha, la laguna del jaguar; contra el Granizo, que tenía su asiento en Sirokaya; contra las Estrellas, “que copiaban su voz” en las oquedades llenas de agua en un santuario cercano a Q’enqu; contra Mama Qaqa, la madre piedra, que se halla cubierta en el mirador del Qorikancha; contra Warasinse, que sew encargaba de vontener los terremotos desde su templo donde hoy está el convento de Santo Domingo; contra Mama Sara, la madre maíz, que tenía sua asiento en Rimaqpanpa y Mama Aqso, la madre papa, que era tratada con cariño, porque daba “vida”, kausay,  a los seres humanos; contra Puñuy, el sueño, amado por los insomnes a quienes aguardaba en su tiana: a Warasinse que se encargaba de contener los terremotos, desde su trono a un costado de la iglesia de Santo Domingo; contra el fuego, que dormitaba en su asiento de NinaqTianan; contra Katuchillay, la gran constelación celeste; y así muchas otras que persisten en su lugar, donde un día se colocarán placas para asombrar a los viajeros que sienten, sin saberlo, su presencia por el extraño magnetismo que desprenden.             

En cuanto a sus santos y vírgenes hay una estrecha  relación con la naturaleza. Santa Bárbara de Poroy es la madre de la papa; el Patrón Santiago personifica a Illapa,  trueno y rayo; San Pedro, guardián de la lluvia además de su relación con los peces; y, en lo que se trata de las vírgenes, todas son Pachamamas, cuyo rostro pálido y triste puede anunciar la sequía, como asregurar con un buen semblante sonrosado, un buen tiempo para los sembríos.

Un mundo diferente que el señor virrey quiso combatir, sin conseguir sus propósitos, porque lo desconocía y estaba a un nivel distinto del suyo. La fiesta que le dejó a Cusco es una más, aunque suntuosa y bella de santos que siguen caminando en compañía de vírgenes peregrinas.
 
           Alfonsina Barrionuevo

 

domingo, 26 de mayo de 2013


VICHAMA                                

En un tiempo sin edad una mujer sin nombre tuvo un hijo.  Según el mito Pachakamaq creó una pareja y la dejó frente al mar, sobre la arena. No tenían qué comer y él murió una tarde en que el sol se cubrió de celajes para no ver su agonía. La mujer lo llamó entre sollozos. “Oh, astro del cielo, has dejado morir a mi pareja, haz lo mismo conmigo.”

Al retornar el día el astro dio a la mujer una razón para vivir, y, nació un niño.

Molesto por su intromisión Pachakamaq  apareció y arrebató el niño a su madre quitándole la vida. El sol fue su testigo. Siempre malhumorado sembró entonces su pequeño cuerpo. De los dientes nació el maíz. De sus huesos la yuca.  De sus carnes pepinos, pakaes y demás frutos.    “Ahora tendrás qué comer”, le dijo a la mujer. 

Ella no se consoló y se quejó al sol. Este le envió un rayo y tuvo un hermosísimo hijo al que llamó Vichama. Cuando creció fue a su casa del cielo. Al volver no encontró a su madre pero si a hombres y mujeres que había creado Pachakamaq. Dolido pidió a su padre celeste que ´estos se desvanecieran en el aire y así lo hizo. Cuando la melancolía le invadió  sintió  el pesar de la injusticia . Volvió a dirigirse al sol para que poblase nuevamente la tierra. Este le mandó tres huevos siderales. Uno de oro, el segundo de plata y el tercero de cobre.
 
Los cronistas españoles entendieron una desigualdad de jerarquías, las que tenían para ellos. Del huevo de oro, explicaron,  salieron los kurakas. Del de plata, sus mujeres. Del de cobre. el pueblo.  No era así. Investigaciones de la arqueóloga Paloma Carcedo demuestran que estos minerales tenían igual rango entre los antiguos peruanos puros o en aleaciones. El oro y la plata eran usados por los jefes en sus ritos y ceremonias pero el cobre era su obligado soporte o acompañante, además de que a veces iba, en su estado natural puro, dando un hermoso color rojo cuando estaba limpio, o verde o morado de acuerdo al paso de los años. Los tres aparecen en  los objetos valiosos que se ponían en las tumbas de los señores o en los nichos de barro o piedra de sus templos.    




EL CORPUS DE OROPESA

 
El Cusco tiene hasta tres Corpus. Va uno de ellos para los lectores de Perú: Mundo de leyendas.
La bella Lorenza Ñust’a de Loyola, nieta del Inka Sayri Tupaq, no conoció el marquesado de Oropesa que heredó en el Valle Sagrado. En otros tiempos hubiera jugado a orillas del río o se habría escondido entre las hojas del maíz amigo, aspirando su aroma . No pudo ser porque su madre, la ilustre Beatriz Ñust’a, viajó a España con Martín de Loyola, el esposo que le impusieron, y nunca pudo volver. Los turistas del siglo XXI pueden gozar en cambio sin ser nobles, simplemente buscadores ávidos de maravillas, una visita a los señoriales ambientes de la Casa de Campo del Marqués de Valleumbroso, a cuyas manos fueron a dar sus posesiones.
Los invito a recorrer conmigo los veintiún  kilómetros que separan a Cusco de la otrora distinguida villa de Oropesa, fundada según dicen por el virrey Francisco  Toledo, con el nombre de su tierra natal. El tiempo es excelente, cerros aún trajeados de verdes brillantes, sol que envía  caricias cósmicas a la tierra y nubecillas que se deshilachan sobre nuestras cabezas. Al fondo, muy orgulloso podemos distinguir al nevado Ausangate, un Apu tutelar.
Los españoles sembraron trigo en el valle con tal suerte que iniciaron una tradición de siglos, la famosa panadería que le da crédito en el Cusco y aún en las provincias cercanas adonde viajan las piezas de pan en rebosantes canastas. En sus hornos, que arden día y noche, se dora una variedad que es muy apreciada  por sus pobladores y por los turistas en el desayuno de los hoteles de cinco estrellas.
 
 
Su majestuosa iglesia fue edificada en 1661 por mandato del obispo mecenas Manuel Mollinedo y Angulo, dato que encontró en el 2003 el alcalde Mario Samanez Yáñez en los archivos de bautizos y matrimonios. En los libros con cubierta de pergamino se escribía entonces en latín. Por esos años, indica, los vecinos que vieron el Corpus del Cusco acordaron organizar una copia de la soberbia procesión de Toledo, convocando a los pueblos y dueños de haciendas aledañas.

El resultado fueron dieciocho imágenes que acudieron, al son de bandas de música y alborozados conjuntos de bailarines, desde Huambutío, Saylla, Wasao, Angostura, Lucre, Wakarpay y otras localidades. No se sabe por qué razones se canceló en 1941, tal vez desacuerdos entre los fieles. Se hubiera perdido en el tiempo de no ser los esfuerzos del burgomaestre de Oropesa. Éste  logró  que volvieran a darse la mano los pueblos protagonistas y que recobrara su auge y prestigio. 
Antes tenía una fecha en el calendario. Actualmente varía de acuerdo a la decisión de los participantes. Ese día que, generalmente, es un domingo de junio la ciudad gana en animación. El aire se inunda con la alegría de las bandas que van apareciendo. A medida que avanza el reloj es pintoresco encontrar en las calles los grupos de devotos llevando las diferentes efigies en sus andas. Algunas con "ropa de caminante" para protegerlas del polvo. Otras llegan de los oratorios de las familias del lugar. Cada una tiene entre doscientos, trescientos años o más de antiguedad y salió en su mayoría de ilustres talleres de la Escuela Cusqueña de Imaginería. En la iglesia apenas hay sitio para apreciar el ajetreo de los mayordomos que arreglan sus andas y las visten con magníficas túnicas y capas.
Alrededor del mediodía, después de una misa concelebrada por tres sacerdotes, salen en procesión. Entre ellas destacan la Virgen Asunta, patrona de Oropesa, la Virgen Estrella de peregrina belleza, la Virgen de la Natividad, La Virgen del Carmen Española llamada así porque es peninsular, San Isidro Labrador, Santiago Apóstol, San Jerónimo, San Blas, San José, San Pedro, el Niño de Praga, el Cristo Pobre y otros, con el lucido  acompañamiento de coloridos conjuntos de bailarines.
Las vírgenes del Cusco llevaban antiguamente refajos de perlas legítimas que se prendían en sus capas con rosetones en forma escalonada de un extremo a otro. Las oropesinas se distinguen por sus collares o walkas de pan que se mandan hornear por cientos en forma de lazos o cuentas de buen tamaño. Algunos cuelgan de su cuello o se colocan en el contorno de sus mantos.
 
Se entiende que es una ofrenda cariñosa y a la vez un pedido del pueblo para que multipliquen la producción de los hornos. Chutas, rejillas, k'irkus, costras, maman qonqachi o “no me olvides”, molletes y empanadas. Las chutas de gran tamaño, redondas y con mayor envergadura, son enviadas a la ciudad de Cusco, Puno, Apurímac y pueblos de paso en enormes canastas. Antaño había el Corpus t'anta (el pan del Corpus), el Taitacha moqo (la rodilla del Señor por su forma), hasta panes selectos para las señoras que daban a luz, mencionaba el alcalde Samanez. En la última feria del Santurantikuy de Cusco se vendieron las primeras chutas navideñas con pasas, mantequilla y ajonjolí. Para sus panaderos fue histórico incorporarse a la feria del Niño Dios.
 
El día de su Corpus nadie almuerza en su casa. Los vecinos y sus visitantes encuentran deliciosos platos tradicionales en las carpas que se levantan en la plaza. Los manteles son largos y las matronas demuestran su excelente sazón en los caldos de gallina, los kuyes, qowes o cuyes al horno, los rocotos rellenos, los chicharrones y los adobos.
 Antes de regresar se puede aprovechar el tiempo para conocer la hermosa Casona del Marqués de Valleumbroso, construída por los Esquivel y Navia, que en sus primeros tiempos fue conocida como “la Glorieta.”  Siguiendo por un desvío a la derecha se puede llegar a Tipón, el gran santuario del agua en tiempo de los Inkas, cuyas estructuras, haciendo marco a las cascadas y chorros, cristalinos, son admirables.
 Los dichos sobre el pan oropesano merecen recordarse: “No hay un buen adobo cusqueño si no está acompañado del sabroso pan oropesino”, “un buen chocolate cusqueño es más rico cuando  está acompañado por una chuta de Oropesa. “En Navidad y año Nuevo hay que saborear la chuta pascual de Oropesa.” “Soy como el pan de Oropesa, ¡puro corazón!.”
“¡Vamos para el próximo Corpus! Oropesa nos espera con todos sus atractivos y sus panes”.
                                                                       Alfonsina Barrionuevo
 

domingo, 19 de mayo de 2013


LOS HERMANOS AYANTUPA

              Los ojos de la Madre Tiempo se llenaron de lágrimas y reflejaron los puqyus o manantiales de Chupaka, Junín.
Todos se copiaron en las gotas que se tornaron nieve y rodaron por sus mejillas. Suspiró y se sentó a mirar el paisaje.
Sus hijos, Asa, Lunto y Wayra se fueron y sólo ella podría verlos de lejos y reconocerlos.

              Asa se había convertido en la helada y enfriaba las plantitas que comenzaban a erguir sus cabecitas en los surcos; Lunto, ahora, era el granizo y andaba saltando sobre las sementeras pisoteándolas; Wayra que era el viento  haría volar las débiles plantas si no tomaban fuerza.

              Ella no había dejado de quererlos. Su reacción fue natural al descubrir su insensibilidad. Siempre los había atendido desde que llegaron a la vida.  Asa dejaba sus órdenes para después mientras  hacía sus trenzas con flores, mirándose en los espejos de agua.

Lunto y Wayra, entre tanto, se pasaban las horas jugando. Hasta que una mañana la Madre Tiempo se cayó en una acequia torciéndose el tobillo. Regreso a su hogar pensando sus hijos, que al enterarse de su accidente, la cuidarían amorosamente y se encargarían delas tareas cotidianas.  

              No fue así. Al volver al mediodía reclamaron su comida, sonrieron ante su dolor y se marcharon sin ayudarla . Debía tenerles preparado el almuerzo a su regreso.

              Para castigarlos preparó un guiso con hierbas mágicas y lo sirvió. Cuando Asa sintió que su cuerpo se tornaba en humedad salió corriendo. Lunto se levantó y quiso darle un puntapié quedando con la pierna encogida.  Wayra entró en un torbellino y se fue azotando el agua de los puqyus.          

              La Madre Tiempo sabe que, un día, ellos recobrarán su forma humana y  la buscarán. Estará esperándolos para acogerlos con cariño.

Mientras tanto ellos desatan una serie de calamidades sobre Junín y sus pobladores recurren a Dios y a todos sus santos para contenerlos.

 

 

EL  “CERRO BOTICA” DE CACHICADAN

 Hay magia en Cachicadán, un pequeño pueblo que se encuentra a corta distancia de Santiago de Chuco, la tierra de César Vallejo. Sus aguas termales, con virtudes medicinales,  tienen ánima y sus manos suavísimas se sienten sobre la piel como una seda. Al atardecer y en noche de luna el ojo por donde sale entre neblinas de vapor tiene "encanto". No hay que dejarse provocar por su aur111111a embrujadora.
 Hace cincuenta años, una recién casada, Luzmila Carrión Méndez,  fue con su jarra al estanque  para llenarla  y sintió la fuerza de un extraño movimiento en sus bordes. El miedo puso alas en sus pies y se alejó.
En la noche soñó con una bellísima señora, muy alhajada, que la invitó a  su palacio de cristales. En la noche siguiente los árboles susurraron  dulcemente el llamado a su oído. En la tercera volvió a aparecer la dueña del agua ofreciéndole preciosas joyas. Así hasta cinco veces y vio como se abría el cerro, iluminado por dentro. Su esposo no quiso perderla y luchó con ella para que no volviera hasta vencer su sortilegio con puro amor.
En el cerro La Botica, de cuyo costado sale el chorro barroso, hirviendo, crecen  una infinidad de hierbas medicinales, regalo de su dueño o señor a los hijos del lugar. Para encontrarlas, refiere Luis Quispe Valverde, que recoge la aromática palizada para el mate del desayuno, la suelda con suelda para el dolor de cintura y el corpusguay para curar la sangre, hay que hacerle una ofrenda o regalo. Pedir permiso dejándole en algún lugar oculto un trozo de chancaca, cigarrillo, coca y flores. Al entrar en su territorio, es obligatorio.
           El señor del gigantesco vivero natural de plantas saludables es generoso pero le gusta la correspondencia. Está vivo y puede sentir la falta de cariño. La indiferencia le disgusta y puede dificultar  la búsqueda, esconde lo que se quiere o marchita las plantas.
En Cachicadán los cerros se arropan en mantos de color. Sus paisajes encienden las pupilas de acuerdo a la luz del día o las estaciones del año. Sospecho que  es tierra sacra porque allí se refugió Katekill, el rayo, a quien buscaron infructuosamente los curas doctrineros de los primeros siglos españoles.
Los mayores afirman que es uno de los últimos lugares adonde fue llevado por sus sacerdotes para que no lo encontraran. La persecución fue implacable durante más de cien años. Katekill hacía florecer los surcos y llevaba la lluvia sujeta a sus talones. Anegaba los campos si quería o la retenía atrayendo la sequía. Ahora descansa entre flores y  plantas medicinales aromáticas en el cerro La Botica, observando, intocado, sin haber permitido el sincretismo.
La iglesia queda en la parte baja del pueblo, entre soportes de nube. La Virgen del Carmen es la  patrona de la iglesia pero los vecinos veneran a  San Martín de Porres que llegó  más tarde  y fue llevado en manos de una devota que recibió sus dones. El santo lego los defiende de cualquier maleficio y atiende sus ruegos. 
Su fiesta principal es el 7 de noviembre y se celebra con  bandas  de pallos, cusqueños,  canasteros, wankillos,  jardineros,  osos,  vacas locas,  venados y pishpillas que bailan graciosamente. Los mayordomos reciben toda clase de ayuda desde vacas,  carneros,  un lechón, un cabrito, cinco cuyes, un saco de maíz,  jora para  la chicha.
También comida que preparan las familias amigas como jamón, pataska,  revuelto de papa,  bizcochos chankay y rosquitas  Para la noche de vísperas gastan muy rumbosos para  castillos de fuegos artificiales que pintan el cielo de colores.
Muy cerca, en Wakás, la tierra se rompe y afloran las burbujas. El barro que queda al fondo es un prodigioso cosmético. Las  industriosas madres de familia que conocen sus virtudes lo mezclan con miel de abeja y lo ofrecen para limpiar la piel de las manchas, el acné, las espinillas y las líneas del tiempo. Por eso las mujeres siempre son bellas en Cachicadán.
 
Alfonsina Barrionuevo

domingo, 12 de mayo de 2013

Pintadita: LA VIKUÑA
 
             Un día, hace años, la autora de este blog participó en la defensa de la vikuña, esa princesa de los Andes, que aún es perseguida por la fabulosa suavidad de su fibra. Ella cuidó en su infancia  una cría, que escapó de sus acosadores, y admiró la dulzura de sus ojazos negros, el señorío de su cuello, la humedad de sus belfos con rocío de auroras.
              Escribió un guión para un documental sobre la historia de una niña y una Vikuña. Lo hizo a pedido de Felipe Benavides B., su acendrado defensor, pero terminó siendo un cuento. Su mayor y único problema fue hallar un ilustrador y lo encontró en Kukuli, su hija, quien a los tres años comenzó a dibujar dando vida a increíbles bichos imaginarios.
A la sazón con ocho años gloriosos, se dio a la tarea de dar a luz un animalito que nunca había visto. Su madre le dijo que hiciera un perro, luego que le cortara el hocico, le jalara las orejitas hacia arriba, que le recortara la cola y, finalmente, le estirase las patas. Todo salió a pedir de boca.
              Kukuli creció mientras miles de niños leyeron y siguen leyendo el cuento que está entre los libros escolares. Hay una distancia, como verán, entre el dibujo de Pituka con Pintadita y la obra contemporánea de Kukuli en barro.
El más lindo  regalo, que le hizo a su madre, fueron los dibujos del cuento que recoge la ansiedad de la niña andina, recorriendo caminos para preguntar a los Apus, en los Andes, a la maestra y al guardia civil, quién es responsable de la protección de las vikuñas.




EL ARTE DE KUKULI HOY
 

            La colegiala que dibujó vikuñas gráciles, perros deportistas y pájaros encantados,  estuvo en Lima con una exposiciòn. Kukuli y su arte estuvieron en la galería del ICPNA de Miraflores. Al ver sus obras recientes, el recuerdo colectivo de niños que usaron los mismos cuadernos que la Editora Planas llenó con sus imágenes, estallò como una pompa de jabón. Kukuli cambió como todos.

            Dejó el plumón y tomó la arcilla para darle vida. El nuevo material se tornó en confidente y  portavoz de sus sentimientos. Sus amaneceres y mediodías íntimos se imprimieron sobre su cáscara. Allí fueron a dar sus sueños, sus risas y sus silencios. En la unión entrañable, también su protesta contra la dominación. Quinientos años de una América quebrada, avasallada, salvajemente subyugada, que no renunció a sus banderas. En gesto único lo expresa uno de sus barros, el sonriente kuraka, que enfrenta los dardos que hirieron a San Sebastián, de su serie Corpus.

            La pintura, que dejó en el desván, volvió un día a sus manos. En sus lienzos de metal, ajustados con tuercas a las paredes, está con sus turtupilines incumplidos, su soledad en el Bronx y su nostalgia, porque nunca dejó de ser hija de esta tierra.

Ella no se ha propuesto impactar con la desnudez coincidiendo con Miguel Angel,  quien no vaciló en llenar el Vaticano de ángeles con sexo, que mandaron cubrir  cardenales abochornados de ojos pecaminosos. En el Louvre, París, son muy visitadas las salas con hermosas tallas desnudas, que nadie se atrevería a vestir. Sus desnudos deben verse desde ese punto de vista.

Los que se connaturalizan con la notable artista pueden ser los que la conocieron antes de que se fuera a los Estados Unidos de Norteamérica, pero también gente nueva que se identifica con sus cerámicas. A través de sus trabajos la arcilla ha dado un salto, desde épocas prehispánicas, para actualizarse con sus observaciones.

Se podría pensar que el Perú la siguió, aferrado a su espíritu, o que nunca se fue porque donde está sigue creciendo. Su propósito no es agradar sino seguir sus lineamientos interiores. Lo que haga estará bien.