viernes, 31 de mayo de 2013

MACHUPIQCHU

Mi visión de Machupiqchu será siempre la misma, arrancándose de sus ayeres enigmáticos para tatuarse en el corazón de un desfile inacabable de mañanas.

Sigo registrando en mis pupilas sus imágenes como si tuvieran memorias digitales. El aire, en una danza de nieblas litúrgicas que se desflecan sin pausa. El sol, cayendo como oro derretido sobre el gnomon  erguido con orgullo. El viento, agitando la desmañada cabellera del árbol patriarca, junto a la roca enhiesta que forma un yanantin de sombras con el cerro. Sus escalinatas, con encajes de rocío bordados por la aurora y  peldaños lanzados hacia el cielo.  El mundo moviéndose, ante el disparador detenido de la cámara fotográfica de José Alvarez Blas, en una noche con sembrío de estrellas.

Mientras se encuentre suspendido, en la mitad del gigantesco puqyu de fronda  de su entorno, entre cielo y tierra, imantará los latidos y los pasos de un peregrinaje tránsfuga del planeta. Miles buscando la paz en sus silencios. Ansiosos, por sumergir en su frescura, las angustias generadas por  las complejas tecnologías y los absurdos miedos.   Sintiendo, en su quietud cómo renacen, a flor de piel, los sueños.

Estoy allí, sin compromisos, después de haber dejado Warmi Wañusqa en su altura de 4,200 metros, por el camino inka.  Habiendo pasado los santuarios de Runkuraqay, Sayaqmarka, Phuyupatamarka y Wiñay Wayna, donde hice ch’allas de flores con pétalos perfumados y estuve entretejiendo collares de Apus con k’íntus de coca, como decía Rosa María Alzamora, quien recibió dones del Illa Waman, su nevado guía.

(del libro “Templos sagrados de Machupiqchu”)

   

 
EL GRAN CORPUS DE CUSCO
         

La  procesión del Corpus aroma de santidad la gran Plaza Inka de Cusco. La presencia de bellísimas imágenes de vírgenes andinas y españolas atrae las miradas. Un aire de dulzura se prende en sus ojos y pareciera que el frío de altura escarchara de rosa sus mejillas. El arte de los tallistas europeos riela en cada detalle de sus rostros así como la perfección que alcanzaron los escultores inkas en  las suyas, dice Teófilo Benavente, estudioso de la pintura y la escultura cusqueña. La singular hermosura de Nuestra Señora de la Almudena devendría de la modelo, una ñust’a que fue esposa de Tuyru Tupa Inka, así como la tristeza del tiempo tatuada en el rostro de Santa Ana de alguna abuela de Karmenqa.

En el caso de los santos ocurre lo mismo. San Cristóbal, también de la mano maestra de Tuyru Tupa, descendiente de la panaka del Inka Wayna Qhapaq, es una gran escultura  con influencia andina en la anatomía. Hercúleo, porte mediano, lleno de nervios y musculoso, cuyos dientes y  uñas de sus manos son curiosamente humanos.

Arte que califica igualmente en Waman Mayta Inka, “el pintor de las expresiones”, “de seres purificados en el ejercicio de las virtudes”. Severidad de los nobles cusqueños  que plasma en las facciones de sus imágenes para el Corpus como San Jerónimo, u otras para los altares de las principales iglesias,  famosas por el encarne o encarnación que es su característica, comenta el investigador.

El impresionante desfile de andas enchapadas con plata piña que ha llegado al siglo XXI fue instaurada por el virrey Francisco Toledo. En 1572 al observar que se conservaban ritos y ceremonias del Tawantinsuyu quiso que los renombradas wakas de la capital imperial abandonaran la augusta Aukaypata o waqaypata. Inútil esfuerzo al disponer la concurrencia de 117 vírgenes y santos desde lejanas audiencias y virreinatos de América hacia el Cusco, en un trajín de largos meses.

Así cruzaron los Andes de ida y vuelta, en cajas acolchadas sobre la grupa de mulas,  San Ignacio de Loyola y Santo Tomás de Tucumán, la Peregrina  y Nuestra Señora de la Anunciación de Quito y muchos más. Su entrada preparada con meses de antemano fue grandiosa según los cronistas de la época. Se levantaron arcos triunfales y altares portátiles, acudiendo frailes de las órdenes religiosas afincadas en la ciudad para darles solemnidad. Las sedas y los brocados deslumbraron a los cusqueños que las utilizaron apenas pudieron  para “vestir” sus wakas.

Con una equivocada forma de mirar occidental Toledo creyó que había ganado una batalla religiosa con ese gesto triunfalista que debió ser costoso para la corona española. No se registró la expulsión de los “dioses” o wakas porque eran diferentes en presencia y significado. Antes bien siguió registrándose el sincretismo que comenzó cuando el primer doctrinero colocó una cruz sobre un espacio sagrado del Perú antiguo fusionándose ambas creencias y  subsistiendo hasta ahora.

El Corpus que Toledo trató de sobreponer con esplendor al fastuoso Inti Raymi, no tuvo los resultados que pensó.

Sus imágenes religiosas no estaban en condiciones de arremeter contra el Sol que, de cuando en cuando, “bajaba a dormir “ en Mantukalla, al costado de Saqsaywaman; contra el Trueno, quien solía bañarse en los mantiales de la Waqaypata y la Kusipata: contra el Rayo, que guardaba las semillas de los alimentos en Otorongoqocha, la laguna del jaguar; contra el Granizo, que tenía su asiento en Sirokaya; contra las Estrellas, “que copiaban su voz” en las oquedades llenas de agua en un santuario cercano a Q’enqu; contra Mama Qaqa, la madre piedra, que se halla cubierta en el mirador del Qorikancha; contra Warasinse, que sew encargaba de vontener los terremotos desde su templo donde hoy está el convento de Santo Domingo; contra Mama Sara, la madre maíz, que tenía sua asiento en Rimaqpanpa y Mama Aqso, la madre papa, que era tratada con cariño, porque daba “vida”, kausay,  a los seres humanos; contra Puñuy, el sueño, amado por los insomnes a quienes aguardaba en su tiana: a Warasinse que se encargaba de contener los terremotos, desde su trono a un costado de la iglesia de Santo Domingo; contra el fuego, que dormitaba en su asiento de NinaqTianan; contra Katuchillay, la gran constelación celeste; y así muchas otras que persisten en su lugar, donde un día se colocarán placas para asombrar a los viajeros que sienten, sin saberlo, su presencia por el extraño magnetismo que desprenden.             

En cuanto a sus santos y vírgenes hay una estrecha  relación con la naturaleza. Santa Bárbara de Poroy es la madre de la papa; el Patrón Santiago personifica a Illapa,  trueno y rayo; San Pedro, guardián de la lluvia además de su relación con los peces; y, en lo que se trata de las vírgenes, todas son Pachamamas, cuyo rostro pálido y triste puede anunciar la sequía, como asregurar con un buen semblante sonrosado, un buen tiempo para los sembríos.

Un mundo diferente que el señor virrey quiso combatir, sin conseguir sus propósitos, porque lo desconocía y estaba a un nivel distinto del suyo. La fiesta que le dejó a Cusco es una más, aunque suntuosa y bella de santos que siguen caminando en compañía de vírgenes peregrinas.
 
           Alfonsina Barrionuevo

 

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