lunes, 30 de diciembre de 2019


SIN RETORNO 2019/2020

En este momento me siento como una flor sin cáliz, un pájaro desprovisto de su canto, un viento sin banderas, una cascada mutilada en pleno vuelo, un árbol acosado por los rayos, una voz muda, un llanto herido, abismo sin vacío…


Sin nada que permita al año viejo recobrar su lozanía, a los días archivados retener su vigencia, a que el crío del vecino no arrastre un tendal de gritos, que el respeto no se sienta violentado, a mis ojos ir en busca de la luz, en fin que la alegría se precipite en el vacío de las tardes.

Pero quiero un año nuevo  que inaugure esperanza porque es nuestro derecho, debemos recoger la fragancia de los pétalos caídos, despertar el canto de las aves para inundar las auroras,  que un manto de yemas pinten de verde los troncos añosos, que volvamos a inventar la confianza, tenemos trescientas hojas de la agenda del tiempo para ser mejores.

¡Sembremos esta noche un feliz 2020!!!
Dios los bendiga y los llene de venturas.    

domingo, 22 de diciembre de 2019


EL DIVINO GUAGUA DIOS 

La Navidad me provoca una profunda nostalgia. El cariño de mi padre, la calidez de la casa familiar, el Santurantikuy, la feria navideña de Qosqo, el ponche de almendras de mi madre, el conejo de trapo de patas larguísimas de mi hija Vida y la Sagrada Familia hippie de Kukuli. 

En el Perú el Niño Dios entró primero al Rímac, prendido de la capa de los españoles como un killkito (‘ánima’ de un niño) La gente de los cerros de amancaes que sufrió el dolor y el espanto del sometimiento lo llamó much’uyguagua, que quiere decir el Niño que acarrea la miseria. Cuando lo supieron las mamalas (abuelas) del Qosqo pensaron que siendo tan pequeño no podía ser como ellos, lo recibieron, lo bañaron con pétalos de qantu, lo secaron con sus cabellos y lo envolvieron en pañales de bayeta. Así surgió su veneración. Un día lo vistieron tan hermosamente con ropas imperiales que los pintores inkas lo llevaron a sus lienzos.
Los Niños Dios cusqueños, de maguey y pasta, con ojitos de vidrio, dientes blancos recortados de las plumas de los cóndores, rizos ensortijados con limón y almita de oro, son típicos. Al rodar los años se convirtió, por la demanda, en un incansable viajerito, remontando los Andes  para entronizarse en iglesias, capillas, oratorios y casonas solariegas del país y el continente.
El Divino Robapan
Lima fue la capital del virreinato pero también en una época la ciudad de las guaguas divinas. Mientras los siglos caían a sus pies sus historias de maravilla se multiplicaron siendo comentadas en sus calles y plazas. El padre franciscano Odorico Sáíz tuvo a bien abrirme la puerta de los monasterios para conocerlas y difundirlas en diarios, revistas, los canales de televisión 7RTP, Frecuencia Latina y PAX que se aromaron con su inefable presencia y la serie de cuentos que estoy publicando de  ‘Travesuras del Niño Dios en la Tierra de los Inkas.

Al calor de las velas o la intimidad de los tornos abadesas, prioras y comendadoras me confiaron las ceremonias secretas de sus desposorios con el Niño Novio y la velación antes de recibir la toca de profesas en una víspera dulce y memorable.
Las sacristanas conocían relatos de la Guagua divina como protagonista, jugando al plik plak con ángeles chiquillos y haciendo resonar sus risas en prohibidos recintos de clausura, y el testimonio del milagro en la imagen del  niño saltarín que se quedó con un piececito en el aire. 
El Nazarenito
Nada más adorable que verle en su camita de diminutas sábanas de encaje con el rostro que muestra el puchero celestial y una lágrima diamantina reclamando por su olvido. El Perdidito travieso que en una noche navideña de milagro revolucionó el convento al desaparecer. El huerto fue el último lugar en que lo buscaron y allí estaba, durmiendo entre los pétalos de una rosa que les atrajo con su fragancia. O el Nazarenito de cabeza con una corona de espinas, triste porque en un sueño tuvo una visión adelantada de su martirio. Imágenes increíbles que en la Navidad serán colocadas en sus peanas de los monasterios de los Barrios Altos, de la Plaza Italia o del Jirón Camaná para nombrar algunos de las trinitarias, las clarisas, las carmelitas, las dominicas y de la encarnación entre otros que existen en el casco histórico de Lima. 

Virgen de Kukuli
Y no quiero hablar de aquellos que existen en el Perú profundo y en sus iglesias donde están, el Niño Llorón de Ayacucho, el  Huerfanito de Santa Clara de Arequipa que fue salvado por un indio, el que donó su corazón a una monja del convento de Santa Catalina o el que bajó de Ollantaytambo en el Qosqo para ver a su santo hermanito de Markaqocha. Mucho que recordar y de contar, y que espero hacer aún si me alcanza la vida. 
¡A un paso del Año nuevo, Feliz Navidad!



lunes, 16 de diciembre de 2019


LOS PECES DE URPI WACHAK

En un tiempo sin edad el mar no estuvo poblado. Los peces, de escama plateada, vivían en un cántaro que guardaba con celo Urpi Wachaq, una mujer de Pachakamaq. En su interior las nubes navegaban y el sol también a veces, bogaba la luna y las estrellas prendían sus luces. Nadie tocaba el urphu o cántaro porque era sagrado.

Hasta que lo descuidó por curiosa. Encargó a una serpiente amiga que lo cuidara y se fue a ver a Kawillaka, la orgullosa hija de un señor de Végueta, que pasó por allí, huyendo de Kuniraya Wiraqocha. Ella había desairado a los señores wakas y wilkas de la costa que la pretendían en matrimonio por considerar que no la merecían. A Kuniraya, que poseía artes mágicas,  también le gustó la doncella y para evitar su rechazo adoptó  la forma de una ave y colocó  su semilla en un fruto de lúkumo. Kawillaka lo comió y tuvo un hijo. Cuando tuvo un año reunió a sus pretendientes y preguntó quién era el padre sin ella saberlo. Nadie contesto y entonces puso a su hijo a gatear y le dijo que lo identificara. El niño se dirigió a un mendigo que estaba por allí  y lo abrazó. Era Kuniraya y al verlo la joven desesperada tomó a su hijo y corrió hacia el mar.
El príncipe apareció con un bellísimo traje y le gritó afanoso que viera cuán hermoso se veía. Kawillaka pensó que se burlaba de su infortunio y aumentó su impulso. El trató de alcanzarla, según la leyenda, pero la joven fue más rápida y se arrojó con su hijo al mar, avergonzada de su presencia. No aceptó que un pordiosero fuera el progenitor de su vástago. 
Resultado de imagen para caballitos de totora mochicaMalhumorado por su fracaso Kuniraya volvió sobre sus pasos y descubrió en la casa de Urpi Wachaq a sus dos hijas. Quiso enamorarlas, pero ellas se fueron tornadas en palomas. Más arritado aún convirtió en arena a la culebra, que era su guardiana,  y dio un puntapié al cántaro que rodó hasta el océano volcando en sus aguas su precioso contenido.      
Los peces liberados se multiplicaron y lo poblaron beneficiando a los pueblos del litoral. El mar sería tropical si no fuera la corriente de agua fría que acrecienta la vida de innumerables especies en su interior. Lo enriquece la existencia de una voluminosa biomasa de fito y zooplancton, unos microorganismos que son el inicio de  la cadena, desde la pequeña y tímida anchoveta (Engraulis ringens), entre doce y veinte centímetros de talla, hasta el atún de aleta amarilla ((Thunnus alalunga) que llega a medir más de dos metros y a pesar unos 146 kilos.
Hoy las embarcaciones pesqueras son sofisticadas. Sin embargo, en otras épocas el paisaje marino debió ofrecer una vista majestuosa con la salida de miles de pescadores en las madrugadas del siglo XVI. Sentados o de rodillas, sobre sus caballitos de totora, se movilizaban con sus redes en pos de los peces de cada día.

Las mujeres de la costa aguardaban su regreso para el consumo cotidiano y salaban y secaban los sobrantes. Había días en que la mar, –Juana Puyka-, se enfermaba; que los cardúmenes se alejaban o que las olas se encabritaban. Ellas recurrían entonces a los productos salados para abastecer a sus familias y enviarlos igualmente a los mercados de trueque
Los españoles hicieron el primer contacto con el Perú por medio del mar.  Se cuenta que, más o menos abajo de Tumbes, el primer navegante abordó una balsa chincha de dos pisos y lo primero que tomó fueron seguramente sus provisiones de pescado. Sin que se enteraran jamás estuvieron en uno de los mares más ricos del planeta.  El mar peruano,  ahora  con doscientas millas de ancho y novecientos mil kilómetros cuadrados, de acuerdo a cifras de la Sociedad Geográfica de Lima. Los chinchas tenían largas rutas por mar y tierra, y visitaban muchas poblaciones  adonde llevaban una diversidad de mercancías.

Los antiguos habitantes de la costa perfeccionaron a través de milenios las artes de pesca. En un amanecer trataron de coger los peces con las manos. Hubo un tiempo en que hicieron pequeños diques, en los lugares donde los ríos entraban al océano,  generalmente cuando bajaban su caudal.  Luego inventaron redes de diferentes tamaños para coger unas y otras especies. Como se ve en los dibujos que mandó hacer el obispo Baltazar Jaime Martínez de Compañón podían ir en naves más grandes que acomodaban en pareja para sacar una mayor cantidad. Instrumentos primigenios se han encontrado en Caral, cuya gente debió abastecerse en el puerto que actualmente es Supe.
Así como las artes de pesca demuestran el talento de los abuelos antiquísimos para hacerse a la mar,  igualmente evolucionó la gastronomía.  Si se puede conjeturar que los primeros peces se comieron crudos, después debieron asarlos poniéndolos sobre piedras calientes o envueltos en hojas gruesas,  agregándoles sal y unas pequeñas hierbas olorosas. En algún momento usaron el jugo ácido del tumbo para prepararlos sin necesidad de fuego. Ese debió ser el origen del seviche, ceviche o cebiche, que varía solo en su escritura.  

En el Museo de las Ciencias de la Salud, que existió en la calle del Arzobispo, hoy segunda cuadra del jirón Junín, a media cuadra de la Plaza de Armas, el médico historiador Fernando Cabieses ofreció a los periodistas, a mediados del siglo pasado, un almuerzo con platos prehispánicos. Entre ellos figuraba el seviche que preparó Melchor Salomón, quien heredó estas especialidades de su madre en un pueblo diminuto al norte de Lima.
Salomón  demostró la antigüedad del plato nacional que probablemente se cocinaba con el jugo del umbo. Tal como lo presentó alcanza un sabor y aroma exquisitos que, personalmente, nunca he vuelto a probar. El limón también lo cocina y es agradable pero no tiene nada que ver con el tumbo, un fruto de nuestra tierra, una delicia maduro, pero de una acidez incomparable cuando está verde y cargado de fragancias. Marinar la carne de pescado en su jugo es un verdadero lujo que ahora no es fácil de conseguir.
Hay que agradecer el impulso de Kuniraya que llevó por los aires al mar  los peces que Urpi Wachaq guardó en un cántaro celosamente. Las circunstancias hicieron que perdiera a Kawillaka. Ella y su hijo se convirtieron en islotes que se pueden ver frente a Pachakamaq. por mucho tiempo.  Por ende se puso al alcance de todos un producto alimenticio que tiene un alto porcentaje de nutrientes.
Alfonsina Barrionuevo


lunes, 9 de diciembre de 2019


EL UKHUMARI Y KUKULI (II)
Kukuli, la primera película filmada en qechwa hace más de cincuenta años volvió a figurar entre las noticias del cine peruano. La desaparición de Judith Figueroa, su protagonista, fue sentida también en las redes sociales de internet. Sigo con el oso raptor de doncellas y  los realizadores.
Alfonsina Barriomevo

Al cabo de larguísimos años el traje de Q’atqa que lució Kukuli es una evidencia étnica. Su corte aún se mantiene con una variante, la aplicación de enormes florones que popularizó un bordador de Huancayo en el Qosqo. Ofrecerlos a las jóvenes de sus comunidades fue un gran negocio para él Desde fuera ‘modernizó' sus polleras, casacas y hasta las graciosas monteras tomadas al  asalto, ganando en alegría, pero perdiendo en elegancia e identidad. Sus diseños ecológicos de aves, flores, reptiles, ojos de agua, ríos, campos sembrados, que era nominativo de su lugar de origen fueron dados de baja.
Cuando Hernán Velarde, Luis Figueroa y César Villanueva concluyeron el libro de cine se perfiló la necesidad de incorporar al equipo una persona experimentada en filmación. No tuvieron que pensarlo dos veces. En el Qosqo ya era conocido Eulogio Nishiyama que había hecho cámara en dos películas extranjera, además de ser su amigo. Hombre de pocas palabras apenas se lo plantearon dijo que bueno y fue suficiente.  En el Qosqo tenía su fotografía y medios para conseguir el material  indispensable. Las soluciones de cualquier problema las tenía siempre a mano. En un Corpus memorable para mí me dio su cámara Rollei nueva, una preciosidad de cuatro por cuatro, para que tomara fotos de las vírgenes y santos que quería mostrar en colegios de Lima. Quise que un fotógrafo profesional me las tomara y como pidió una suma exorbitante compre mi pasaje en avión, una cámara de segunda mano y fui al Qosqo a la aventura. La cámara se atascó pero su ayuda me salvó. Le advertí que nunca había tomado una foto y dijo que lo haría bien. El tiempo era ideal, ajustó la Rollei en 125 de velocidad y 16 de apertura, y solo me dio un consejo, que cuidara siempre de tener tras mío la luz del sol como una lámpara.


En tiempo de carnavales los solteros de las comunidades campesinas, hombres y mujeres, se reúnen lugares estratégicos para encontrar pareja. No fue posible ir a ninguna ni se podía esperar al año siguiente. Ellos se decidieron por la fiesta de la legendaria Virgen del Carmen de Paucartambo. Primero porque era una fiesta grande muy concurrida, con una constelación de bailarines como los saqras de máscaras alucinantes que asustaron a Kukuli. Segundo, por una razón poderosa. En el pueblo de callejas pintadas vivía Raúl Figueroa, hermano de Lucho y de Judith. El grupo fue invitado por el dueño de casa y tuvo alojamiento y alimentación.


El 80% de la filmación se realizó en Paucartambo, desde la entrada de Kukuli al pueblo y a la casa del alferado o mayordomo de la fiesta, donde ella ingresa muy tímidamente para entregar unos quesillos y los huevitos de perdiz acomodados por su abuela en anillos de paja.
El encuentro con Alako es breve y significativo, una fruta y una flor que él le alcanza y que ella recibe con una sonrisa que se apaga porque siente escalofríos cuando ve al ukhuku, el oso, mitad bestia, mitad humano, quien acude a la fiesta para comenzar a perseguirla.
Alako fue Víctor Chambi, hijo de Martín Chambi, el famoso fotógrafo de Coasa, Puno. Llegó de estudiar artes gráficas en Buenos Aires, Argentina, y se encontró con la propuesta para encarnar al protagonista. Al principio su negativa fue rotunda. No le gustó tampoco vestir el traje andino. Al pasar los días, con la presión de sus familiares y amigos su resistencia fue disminuyendo y terminó situándose dentro de la historia. Sobre todo porque su papel sería muy corto. 

El ukhuku arrancó a Lizardo de su trabajo cotidiano, el recordado Ciskucha Pérez, que era regerte del colegio de Ciencias y director de danzas del Centro Qosqo de Arte Nativo, para crear zozobra en la pantalla. Un ligero problema en la rodilla que lo hacía cojear a ratos enriqueció a su siniestro  personaje.
En la vida real tras la faz abismal del hombre oso se ocultaba el gesto sonriente del profesor que animaba las noches con historias entretenidas. En las aberturas del wakolo uno de sus ojos que era gris brillaba con perversidad.
Antes de la fiesta los responsables de la película estuvieron muy atareados con los preparativos y el reconocimiento de los espacios, plazas, calles, tiendas,  casas e iglesia donde se harían una diversidad de tomas. Cuando llegaron las vísperas, el día y el kacharpari o despedida las filmaciones se sucedieron unas a otras. Después sobró el tiempo para jugar ‘negocios’ en las noches o asistir a invitaciones.

En los últimos días el grupo visitó al renombrado ‘Manicomio Azul’ que así se llamaba porque en su huerto la naturaleza había enloquecido con los injertos que hacía a sus frutales Luis Angel Yábar, implacable señor que detentaba las tierras de los milenarios q’eros, a quienes obligaba según rumores turbios a proteger el manicomio con sus cuerpos en tiempos de excesiva creciente del río Llavero. En su faceta de investigador Yábar llegó a inscribir con su apellido algunas variedades de papas. Admirador del genetista ruso Nikolai Vavilov cuentan que casi se cayó de espaldas al descubrír que se alojó en su casa, cuando pensó que nunca lo conocería.
Nishiyama, Figueroa y Villanueva, se quedaron unas semanas con Judith, Víctor y Lizardo Pérez para escenificar tomas de apoyo y otras en que sufrieron los rigores del frío de las punas. El material obtenido viajó a Buenos Aires, Argentina, para obtener el copión, básico para editar. En ese lapso se limaron asperezas, y Sebastián Salazar Bondy, prestigioso periodista y  amigo, escribió la narración con la asesoría de Hernán Velarde. Finalmente ‘Kukuli’ se estrenó en el cine Le París en la avenida La Colmena. Conquistó comentarios favorables en los periódicos y revistas publicaron crónicas y entrevistas, tuvo exhibiciones itinerantes y ganó un premio en el Festival de Cine de Karlo Vivary. En esos años no fue fácil hacer copias. Las dos o tres conocidas se destiñeron hasta que más tarde Figueroa, avisado por amigos que se había hallado el original de la capital argentina, viajó y trajo el film, al Perú ya en DVDs. Hoy se puede ver en computadora o laptop la conmovedora despedida de Kukuli de sus abuelos, su paso cerca de las chullpas de Ninmarka o su fatal encentro con el ukhumari. El autor, los realizadores, sus actores y la actriz han dejado el mundo real para seguir viviendo en la ficción del celuloide.

domingo, 1 de diciembre de 2019


KUKULI Y EL UKHUMARI
He buscado huellas de ‘Kukuli’, el film. Hay tan pocas que me he animado a evocar algunas. Sirva mi testimonio  para dar luz a su recuerdo.  
Alfonsina Barrionuevo
La leyenda del oso raptor de doncellas inspiró a Hernán Velarde, periodista y poeta cusqueño, para escribir la historia de Kukuli, la primera película en qechwa que se filmó en tierras inkas. Su idea entusiasmó a César Villanueva, fotógrafo wanka, Junín, y a Luis Figueroa Yábar, también de  Qosqo, quien estudió bellas artes con el deseo de hacer cine alguna vez. Dueños de su tiempo en ese momento los tres amigos decidieron trabajar el guión, una aventura que los apasionó. Ninguno tenía un sol en el bolsillo para realizar ese sueño, mas no se preocuparon, ya se vería después. El punto de reunión fue el departamento donde vivía el primero, en el edificio Mogollón de la segunda cuadra del jirón Moquegua, Lima, que se recuperaba de un grave problema broncopulmonar. Para entonces corría la primera década de la segunda mitad del siglo XX.

El Ukhumari y Kukuli
Las acciones del oso de marras, llamado de anteojos por las manchas blanquecinas que rodean sus ojos, salían del marco real para pasar al imaginario popular. En época de cosecha suele entrar a las chacras para robar choclos tiernos, pero decían en los pueblos que a la vez se atrevía  a llevarse a una mujer a su cueva, llegando a tener un hijo con ella. Velarde tomó a este ser, mitad humano por la madre y mitad bestia por el oso, como protagonista porque podía moverse sigilosamente, a su antojo. En la gran fiesta de Qoyllur Rit’i, que congrega en la hoyada de Sinaqara, Quispicanchi, a miles de peregrinos en busca de la energía cósmica que irradia una estrella al nevado, el ukhuku, cuyo nombre proviene de haber nacido en el interior del Ande, desempeña una especie de inquietante rol sacerdotal. Solo los ukhukus, porque el oso humanizado se multiplica para intervenir en el evento, pueden arrancarle los bloques de hielo que los asistentes esperan con ansias por sus poderes mágicos para fecundar los surcos.
La creación de la obra demandó varios meses de trabajo al grupo que vivió intensamente el encanto del tema andino. Cada uno ponía su experiencia terrígena en la visualización de cada toma. Además de su identificación con los lugares y sus habitantes, su forma de conducta, creencias y costumbres. Siempre existió un buen clima en las propuestas para el desarrollo de cada escena. Sus afanes concitaban mi atención cuando volvía de mis primeras incursiones en diarios y revistas de Lima. Hasta llegar a su término Figueroa y Villanueva fueron asiduos del departamento del jirón Moquegua donde se enfrascaban en las secuencias. Hernán guardaba reposo por disposición médica, pero sin exagerar, mientras ellos se turnaban para anotar los pormenores que se iban enlazando en el drama.
Un día Lucho se apareció con un extraño obsequio de pendientes para mí que eran un desafío. Se trataba de dos ratoncitos recién nacidos que debía ponerme en las orejas. Claro que los acepté. Habían sido hechos con tal perfección que adonde fui la gente reaccionó de distinta manera, con exclamaciones porque creían que estaban vivos y se admiraban de cómo podía llevarlos conmigo.

Alako y Kukuli
El pedido de mano para el matrimonio en las comunidades campesinas varía, presentando interesantes notas poéticas. Hay acuerdo entre los padres de familia, obedece a la propia decisión de las parejas o es el producto de un  concierto de comunidades aledañas que son celosas guardianas de viejas tradiciones.
Al margen hay una inesperada opción para quienes permanecen solteros por diferentes motivos. Ellos pueden lograr un compromiso en las fiestas de carnavales que se llevan a cabo con ese propósito. No importa que sean un poco mayores, basta que ostenten el banderín que proclame su solterío. En este caso co argumento inicial pensaron los guionistas de Kukuli.
En la película la joven doncella ruega a sus abuelos, el machula y la mamala, que la dejen irse para buscar compañía. Les confiesa que sus noches son frías y largas porque el amor está ausente de su vida, necesita apagar su soledad. A ellos no les queda más que asentir. Dejará el rebaño de llamas que cuida por unos días y promete volver.  Baja de sus alturas, llega a una abra y otra  llevando en su q’epe una cesta de huevitos de perdiz en una cama de paja y unos quesillos para el mayordomo o alferado, en cuya casa se alojará.
El nombre fue sugerido por Hernán porque la kukuli es la reina de las palomas. Tanto le gustó que se lo dimos a nuestra segunda hija. La elección de la actriz para interpretar su papel despertó interés en el medio. Se barajaron algunos nombres, pero el problema no eran las actrices sino sus honorarios. Lucho Figueroa lo solucionó. Su hermana Judith podría asumirlo sin costo. Le hicieron algunas pruebas y encajó con gracia en el personaje. Era un poco pecosa y lo arreglarían con el maquillaje. Tenía el cabello más o menos corto que no se notaría con una buena peluca.
En esos años estuvo muy en boga el traje de Tinta con pollera talqueada pero daría mejor el de Q’atqa de polleritas cortas en repollo, jubona adornada con botones y grecas,  y montera redonda de pana con una coqueta caída sobre rostro enmarcado por el colorido  barboquijo de gruesa cinta labrada traída de Alemania.
(Hace unos días Judith Figueroa murió en Vancouver, Canadá. Tenía como un siglo rielando en sus pupilas.  En la pantalla grande conserva su frescura, su aire gentil)