domingo, 30 de junio de 2013


ORIGEN DEL NOMBRE DE PERU

Leyendo crónicas añejas encontré  un significado de Perú. Ignoro si es el único o el primero de muchos. Será incluído en una futura edición de “Templos Sagrados de Machupiqchu”; mientras tanto escribo un avance para los lectores de Perúmundodeleyendas.
En épocas aurorales creyeron que el mundo, cielo y tierra, sol y luna, fueron criados por alguien muy poderoso, Illa Teqse, que quiere decir “la gran luz” o “luz eterna…” “… este regía los días, los tiempos, los años y los veranos…” El sol no era un dios, era uno de los hijos de Illa Teqse.
En mi mochila de caminante tengo una recopilación de  mitos y leyendas de creación de los seres humanos. En Junín es una pareja, en Cajamarca, una infinidad de hombres, en Lima una mujer, en Chincha el padre de las gentes es un jaguar, en la Amazonía son flores las que s convierten en mujeres, y así… muchas más. Esta historia del siglo XVI me gusta porque la tierra tenía un habitante que se llamó  Pirua.
La luna, llamada Qoya,  venía a ser señora de la mar y de los vientos, y de las reinas y princesas, y del parto de las mujeres…”       

La aurora, amada por las doncellas y las peincesas, era autora de las flores del campo, y señora de las madrugadas y de los crepúsculos y celajes… ella echaba el rocío a la tierra cuando sacudía sus cabellos y le decían Ch’aska.
La Tierra era Pirua, y a este planeta Illa Teqse mandó un hombre para que fuese guardador y señor… Como debía guardar los productos –podrían ser mazorcas de maíz- el lugar donde se apilaban o el depósito se  llamó pirwa.  Como Pirua era el señor le ofrecían “las primicias de sus cosechas…”
Los españoles preguntaron cómo se llamaba el señor de esta tierra y le dijeron: Pirua. Ellos le cortaron la a y pronunciaron Pirú, que se confunde con Virú. Como los antiguos peruanos insistieron en Pirua lo cambiaron poco a poco  a Perú.   

 

OFRENDA A MAMAQOCHA

MamaQocha, la madre mar, debe haber sentido cosquillas sobre los terciopelos de su piel cuando Fernando Moscoso le llevó una ofrenda a Caravelí. Hace miles de años los pescadores le agradecían su generosidad, ignoro si hoy practican esta bella costumbre.  Ella, al parecer,  se encuentra entre las wakas olvidadas. Por eso su decisión de ir a verla conmovió  a la poderosa MamaQocha hasta sus fibras más recónditas. Una ofrenda así sólo se le ocurrió a un periodista andino como Fernando Moscoso, quien fue a transitar por los interiores de su kamaqen, en la misma esencia de sus universos.

Yo, que vi temblar las aguas de Yanaqocha, la laguna que se acurruca al pie de Wayoqari, en el Valle Sagrado de Cusco, cuando recibió las aguas de la mar, nunca imaginé cómo reaccionaría la potente MamaQocha al seguir las incidencias de un despacho para ella.   

La quebrada de la Waka, donde convergen los Andes, abriendo dos cadenas de cerros como brazos que encierran un trozo de turquesa, una laguna más o menos interior en Puerto Inka, recibe muy pocas visitas. El piso irregular está sembrado con los restos de antiguas construcciones.

En una parte prominente, a unos metros por encima de la mar, se tendió la mesa o manta ritual. Ni bien se colocó la concha marina que la representa la MamaQocha lo advirtió y comenzó a moverse en ondas eléctricas que iban y volvían acariciando las orillas.

A medida que avanzó la ceremonia fue formando una especie de lomo corpulento, como si acumulara fuerzas, y, cuando se puso una pluma de cóndor, sobre la ofrenda terminada, se tue irguiendo con curiosidad varios metros metros, como si quisiera copiarla con sus millones de ojos.

 El periodista y sus acompañantes, Percy Cornejo y Antenor Callo se quedaron inmóviles cuando la ola envolvente avanzó y arrastró el contenido de la mesa de ceremonia, a la cual fueron invitados  para compartirla los Apus Salqantay, Aunsaqati, Wanakauri, Saqsaywaman Cabildo, Sokllaqasa y la Pachamama Asunta.

La mar se retiró y volvió enseguida con un abrazo lleno de energía que emocionó a Fernando Moscoso, pues la sintió viva y agradecida. La experiencia lo estremeció al sentir que se volcaba por sus arterias prendiendo nuevas luces en sus células y dando lucidez a su memoria. Todos se mojaron sin que el frío los mordiera pues salió el sol. Hasta entonces el viento movía veleros de neblina que amenazaban entorpecer su paso, pero se abrió el cielo y una sonrisa se dibujó en sus rostros.

Tuvieron tiempo para bajar a una pequeña playa y dejarle un collar de  k’intus de coca -tres hojas por cada cuenta- pidiéndole que protegiera su regreso.

Al dejar Puerto Inka se encontraron con tramos de la famosa calzada del Qhapaq Ñan, que sigue poniéndose en valor. Los cronistas detacan como se llevaba pescado fresco de la costa para el Inka siguiendo una ruta que llegaba a Cusco desde Naska, punto que unía a otros del litoral, pasando por el tambo de Markansaya a los poblados de Hakira y  Mara, luego al tambo de Qewincha hacia Pitiq y Waskapanpa en Apurímac, continuando en ascenso a Qhapqmarka (Chunpiwilkas) y finalmente Paqareqtanpu en Paruro. Un buen recorrido para los chaskis de piernas ágiles y resistentes.

Los frutos del mar completaban la dieta de millones de pobladores y se repartían según Betanzos, dice Moscoso, a los trabajadores  encargados de unir las principales comarcas de los cuatro suyus. Puerto Inka era un lugar donde se captaban recursos marinos para un gran sector. Aún queda parte de los recintos destinados para viviendas, depósitos superficiales o subterráneos abovedados, y kanchas de secado de pescado en diferentes niveles, chullpas  y plazas.

En esos tiempos había cantidades de pinguinos, guanayes, lobos marinos y otros animales que vivían sin ser hostigados, quedando muy pocos. En los basurales prehispánicos se puede hallar restos de madejas de  lana, huesos de llamas, corontas  de maíz,  plumas de aves y  batanes intactos de piedra que se usaron para moler la sal y especies.

Fernandez de Oviedo refiere que la conservación del pescado, una vez eviscerado se lograba en tendales donde lo enterraban en grandes hojas de  cinco a seis días para que se secara, adquiriendo una textura y sabor mejor que el buen pescado de Galicia o Irlanda, lo que demuestra que hubo una alta tecnología en el manejo del pescado seco o challwacharki, que aún es utilizado en algunos pueblos de la costa.

El Puerto Inka, puede ser es sin duda un nuevo destino turístico que las autoridades correspondientes deben orientar para crear una infraestructura importante, concluye el periodista cusqueño.  Restaurar el Qhapaqñan del Kuntisuyu puede dinamizar a los pueblos que se encuentran en su eje,  integrando las regiones de Cusco, Apurimac, Arequipa, Ayacucho e Ica.

Alfonsina Barrionuevo
Fotos: Fernando Moscoso.

domingo, 23 de junio de 2013

EL SEÑORIO DEL RAYO

Los cronistas que llegaron después de las huestes de Pizarro preguntaban con masoquismo cómo fue el Qorikancha, el famoso templo inka de Cusco. Querían saber cuánto de oro había n él para  intentar prender en sus pupilas un fuego que no podía alumbrar, pero si envidiar. Como ai fuera posible arañar la piedra para coger por lo menos la huella de un millonario botín que ya no existía. La respuesta era invariable. Había mucho oro que recubría las paredes. En sus jardines hasta el cascajo era de oro. Malhaya su suerte haber llegado tarde cuando no podían convertir las palabras en el codiciado metal. Oro que fue. La desnudez de la piedra quemaba sus entrañas. Oro insoñado, tornado en pesadilla que sólo está escrito. Sus anotaciones dan una idea lejana de ese Cusco rutilante, que era asombro de extraños.


El santuario de Machupiqchu debe haber sido recipiente de  inenarrables riquezas.  Nadie las vio. No queda una mano testigo prendida en un manuscrito doblegándolo con un peso de ley. La imaginación empalidece frente a su posible realidad. Los españoles no saquearon el santuario porque desconocían el fabuloso complejo de wakas, La pregunta sobre los autores nunca tendrá respuesta. El monte la cubrió en parte, sin embargo mirando sus ambientes hay una que cuelga del vano  de la ventana del muro circular que protege a Mama Qaqa, la madre piedra.

Pareciera que allí cayó con mucha fuerza Illapa, el Rayo, derritió el oro y la plata que ornamentaban el lugar, y calcinó la piedra del marco que pudo haber tenido incrustaciones de piedras preciosas, como señalando que desde ese momento todo era suyo.
Me han dicho, más de una vez, en las comunidades que si el rayo cae en una vivienda su ánima toma posesión de ella y debe ser abandonada con lo más valioso que comntiene. Si es así se podría pensar que en Machupiqchu, el rayo, el trueno y el resplandor, que son una trilogía, tomaron el santuario para sí. Con Tupaq Inka Yupanki, hijo de Pachakuteq, se cerró quién sabe para siempre. Nadie pudo verlo hasta el siglo pasado en que pobladores de Paucartambo, sin relación con su esencia mística, sembraban en sus plazas maíz, yuca y maní.
Nadie imaginó cómo fue hasta ahora en que comienzo a indagar por sus wakas.

(Más, en mi libro “Templos Sagrados de Machupiqchu.)         



EL APU DE CACHICADAN

Los curas doctrineros buscaron inútilmente en el norte a Katekill, señor del trueno, del rayo y la tormenta, cuyo historial es milenario. Sus sacerdotes lo trasladaron de un lugar a otro. perdiéndose su rastro. Yo lo encontré en la sierra de Trujillo, La Libertad.

Hay magia en Cachicadán, un pequeño pueblo que se encuentra a corta distancia de Santiago de Chuco, tierra de César Vallejo. Sus aguas termales, con virtudes medicinales,  tienen ánima y sus manos suavísimas se sienten sobre la piel como una seda. Al atardecer y en noche de luna el ojo por donde sale, entre neblinas de vapor, tiene "encanto". No hay que dejarse provocar por su aura embrujadora.
 Hace cincuenta años, una recién casada, Luzmila Carrión Méndez,  fue con su jarra al estanque  para llenarla  y sintió la fuerza de un extraño movimiento en sus bordes. El miedo puso alas en sus pies y se alejó.
En la noche soñó con una bellísima señora, muy alhajada, que la invitó a  su palacio de cristales. En la siguiente los árboles susurraron  dulcemente su llamado a su oído. En la tercera volvió a aparecer la dueña del agua ofreciéndole preciosas joyas. Así hasta cinco veces y vio como se abría el cerro La Botica, iluminado por dentro. Su esposo no quiso perderla y luchó contra ella para que no volviera, hasta vencer su sortilegio con puro amor.

En el cerro La Botica, de cuyo costado sale el chorro barroso, hirviendo de una agua termal, crecen haciendo honor a su nombre una infinidad de hierbas medicinales, regalo de su Apu o dueño a los hijos del lugar. Para encontrarlas, refiere Luis Quispe Valverde, -quien recoge la aromática palizada para el mate del desayuno, la suelda con suelda para el dolor de cintura y el corpusguay para curar la sangre -, hay que hacerle una ofrenda o regalo. Pedir su permiso dejándole en algún lugar oculto un trozo de chancaca, cigarrillo, coca y flores. Al entrar en su territorio, es obligatorio.
El señor del gigantesco vivero natural de plantas saludables es generoso pero le gusta la correspondencia. Está vivo y puede sentir la falta de cariño. La indiferencia le disgusta y entonces dificulta  la búsqueda, esconde lo que se quiere o marchita las plantas.

En Cachicadán los cerros se arropan en mantos de color. Sus paisajes encienden las pupilas de acuerdo a la luz del día o las estaciones del año. Sospecho que  es tierra sacra porque allí se refugió el poderoso Katekill, señor del trueno, el rayo y la tormenta, a quien buscaron infructuosamente los perseguidores de idolatrías. Los burló completamente, porque quién puede coger a un elemento de la naturaleza representado posiblemente por una piedra muy especial.

Apuntes antiguos del virreinato afirman que es uno de los últimos lugares adonde fue llevado por sus sacerdotes para que no lo encontraran.  La persecución fue implacable durante más de cien años. Katekill hacía florecer los surcos y llevaba la lluvia sujeta a sus talones. Anegaba los campos si quería o retenía al agua atrayendo la sequía. Ahora descansa entre flores y  plantas medicinales aromáticas en el cerro La Botica, observando los cambios climáticos, intocado, sin haber permitido el sincretismo.

La iglesia queda en la parte baja del pueblo, entre soportes de nube. La Virgen del Carmen es la  patrona de la iglesia pero los vecinos veneran a  San Martín de Porres que fue llevado por una devota que recibió sus dones. El santo lego los defiende de cualquier maleficio y atiende sus ruegos. 
Su fiesta principal es el 7 de noviembre y se celebra con  bandas  de pallos, cusqueños,  canasteros, wankillos,  jardineros,  osos,  vacas locas,  venados y pishpillas que bailan graciosamente. Los mayordomos reciben toda clase de ayuda desde vacas,  carneros,  un lechón, un cabrito, cinco cuyes, un saco de maíz,  jora para  la chicha.
También comida que preparan las familias amigas como jamón, pataska,  revuelto de papa,  bizcochos chankay, rosquitas y sándwiches.  Para la noche de vísperas gastan muy rumbosos para  castillos de fuegos artificiales que pintan el cielo de colores.

Muy cerca, en Guakás, la tierra se rompe y afloran las burbujas. El barro que queda al fondo es un prodigioso cosmético. Las  industriosas madres de familia que conocen sus virtudes lo mezclan con miel de abeja y lo ofrecen para limpiar la piel de las manchas, el acné, las espinillas y las líneas del tiempo.
Cachicadán da trigo, maíz, papas, oca, habas, lentejas, lino, cebada, frutas, manzanas, membrillos e higos. Antes había tejedores de ponchos, alfombras, fajas, talabarteros que entretejían las riendas y armaban también las monturas.
Un pueblo con vida donde hacían un alto en sus viajes los caminantes.



Alfonsina Barrionuevo

sábado, 15 de junio de 2013


EL KAMAQEN DE MACHUPIQCHU

 
La historiadora María Rostworowsky acierta cuando revela que los grandes centros religiosos poseen kamaqen, la energía vital de su mundo.

 Machupiqchu resume el kamaqen del mundo inka y y la magia del paisaje que le rodea. El Putukusi con su testa redonda, el Kutija con  su pico majestuoso  y la frondosa vegetación de los fértiles valles del Kollpani. Los hombres que  edificaron el santuario sintieron el sortilegio que emanaba de sus flancos olorosos, su cercanía a los astros y el poder convergente de los elementos de la naturaleza.

El clima en el Santuario tiene temperamento, ora envuelto en un manto de brumas que  se deshilachan multiplicando su misterio, ora radiante con el sol que se enseñorea en sus espacios abiertos, ora con lluvia que se dispara abrazada al viento. A mí y a Peruska Chambi, quien tomó las fotografías de los templos, a medida que yo los fui ubicando, nos tocaron tres días oscuros y lluviosos.
 


Machupiqchu.  Foto Peruska Chambi
 
Nosotras aprovechamos los pocos momentos, en que el sol rasgaba su domo gris y la claridad le enmarcaba procesionalmente,  para registrar las wakas o sitios sagrados y ordenarlos.  El Intiwatana o Intiwaytana, llamado primero reloj solar; luego altar  pétreo donde el sol amarra sus rayos o los hace florecer. Lo mismo el asiento del cóndor, que  equivocadamente se creía que estaba asociado a sacrificios  humanos y que la sangre de las víctimas corría por sus “canales” en la roca donde está. Especulación sin fundamento. Así como se llamaba templo de la Luna a una cavidad en la parte baja del santuario, cuando está en su cima,  muy cerca al Intiwatana, haciendo conexión con el templo del Sol.

Las otras wakas o templos se ajustan a informaciones orales, similitudes con wakas o sitios sagrados de Cusco, recopilados por los cronistas que hablaron con los khipukmayoq y otrs gentes dedicadas a su cuidado..


Mientras sigo investigando tardaré en reeditar mi libro: “Templos Sagrados de Machupiqchu”, pero mantendré al tanto de mi búsqueda a los lectores de este blog. Será la mejor manera de actualizar periódicamente mi trabajo.



HABITANTES CON ALAS EN LUYCHA

         
Se dice  que la vida en los pueblos transcurre a la velocidad conque camina un caracol,  muy lenta;  aunque podría ser como dicen otros con la rapidez conque se mueve una tortuga, casi lo mismo;  o, según una tercera opinión,  con los segundos marchando al ritmo del caracol  que va muy rápido si se piensa en su tamaño.  Amanece cuando los primeros rayos del sol están dorando la punta de los cerros y acaba el día cuando la noche suelta su melena de sombras. Imposible hacer más palpando la oscuridad. Es hora de descansar y en Alka, provincia de la Unión, Arequipa, todos duermen con la seguridad de que vela por ellos el Aikano, su cerro tutelar, su guardián.       

En la mañana, mientras Fernando Polanco Bellido, nuestro guía de viaje, goza de las delicias de un baño en las termas de Luycha; su paisano Florián Roncalla Postigo, refiere que las aguas del Aikano  tienen la propiedad de duplicar la bravura de los toros. Los cerros de Cabezas y Santa Rosa, agrega, conversan a veces en las noches de tormenta, pero el Aikano lleva la voz cantante porque es el mayor.
         

Roncalla que  es hospitalario como un rey, con una bodega de licores que prodiga a los visitantes,  conoce como la palma de su mano todos los caminos de la Unión. Hace tiempo solía llevar toros hasta Lima. Para el efecto hacía acopio de reses y llegado el momento lidiaba con los cornúpetas muy bravos que no se dejaban conducir y arremetían contra todo el mundo. Como habían sido pastoreados por mujeres encontró la solución al problema. Hizo que sus peones se colocaran polleras para arrear el grupo,  engañando a los toros que entonces hacían hacían el viaje dócilmente.

En el límite de Arequipa con Apurímac, menciona que hay una laguna, Wakullo, que en tiempos de migración de aves es un jolgorio de chillidos porque cientos llegan hasta  sus totorales, para tomar posesión durante la temporada. No sabe si el buen Dios la parceló para que no se pelearan, pero cada especie conoce su territorio. Aterriza allí y nunca invade otro lugar, respetando a sus vecinos. La vista es magnífica porque hay una variedad  que haría feliz a un especialista, ajoyas, wallatas, pariwanas, chulladores, y muchas más que se distinguen por el color de su plumaje, su tamaño y las diferentes características que les ha dado la naturaleza. La laguna tiene una enorme población de peces como una despensa que les permite vivir sin pelear por un bocado vivo.

 
En la puna hay aves que son parecidas a una perdiz, cuyos huevos son azules y  reciben el nombre de kivios. Ellas  saben, según Roncalla, si el tiempo será bueno con gran anterioridad. En una ocasión tuvo la suerte de verles bailar celebrando la proximidad de las lluvias. Los kivios bailan y cantan al mismo tiempo con tanta energía que, al cabo de unas horas, caen desmayados con las patitas hacia arriba. Al cabo, cuando se recuperan, desfilan y desaparecen rápidamente entre las matas de ichu. Los kivios se encuentran entre los indicadores del clima aunque no es fácil asistir a su rito volátil en las inmensidades de la puna.

El ex ganadero que ha cambiado los peligrosos viajes por la Unión para vivir en Alka recuerda que antes de salir era menester hacer el pago a la tierra porque ella está viva y reclama la ofrenda de sus hijos. Cuando es necesario hablar con ella y con los espíritus de los cerros se busca a los paqos. El encuentro tiene que ser en una noche impenetrable, a campo abierto. Su padre,  don Santos Roncalla Bernal, estuvo en una sesión y los sintió llegar volando como cóndores,  agitando el aire con sus alas. Siempre los tuvo presente en su recuerdo y nunca dejó de saludarlos y hacer la t’inka o brindis en sus largos recorridos.
 
Las paradas en las estancias de los alpakeros son amenas. Mientras preparan su comida los hombres hablan  de viejas tradiciones como el pleito del p’uku o buho con el gallo sobre quien debía dar la hora para que saliera el sol.. Como ninguno quería ceder al otro este derecho viajaron a Lima para que lo decidiera el juez. Este dijo que sería aquel que diera la hora exactamente a las doce de la noche. Como había llegado muy cansado el p’uku se durmió y el gallo, que era más recio despertó a tiempo y cantó primero. Hasta ese momento ambos tenían casi del mismo tamaño. El gallo se creció al estirar el cuello para cantar y lo sobrepasó.

sábado, 8 de junio de 2013


MACHUPIQCHU: SANTUARIO DE SANTUARIOS

 

A cien años de abrirse Machupiqchu al mundo pensé cómo contribuir a su imagen. Para lograrlo recurrí a mis archivos, a los conocimientos que he acumulado sobre los Andes,  a escritos de cronistas de los siglos XVI y XVII y libros actuales de historia, así como a la tradición oral que siempre me ha dado una información valiosa e inédita. Poco a poco fui hilvanando datos que estarían arrojando primeras luces acerca del famoso grupo arqueológico con la ubicación de 17 wakas, sitios o templos, en el santuario.
 
MACHUPIQCHU
Foto: Peruska Chambi
Mi primer paso fue ubicar al fundador. Varios historiadores señalan como su markayoq al Inka Pachakuteq. Yo tenía dos versiones en el plano de la leyenda sobre la orden de edificar un santuario dedicado a las fuerzas cósmicas y telúricas. Una, recogida por Julio Dávila, sobre la ayuda que ellas dieron con  unas hierbas mágicas para su comnstrucción. Otra,  relatada por los taitas de Oqoruro, Anta, al antropólogo Alfredo Valencia,  por 1985, sobre gente  que fue convertida en piedras vivientes y subieron llorando para colocarse en muros, portadas y ventanas.

Me faltaba saber de dónde venía la identidad del Inka. Tuve la suerte de conocer al canónigo Maximiliano Rendón, que me habló de un príncipe inka, Kusi Yupanki, a quien su padre envió a apaciguar a los ayarmakas y a los señores tanpus del Valle Sagrado. Cumplida su misión lo llamó una montaña de singular magnificencia. Obedeció su orden y al llegar a la cima se convirtió en vaso comunicante de tres mundos: Hanaq Pacha, Kay Pacha y Ukhu Pacha. Allí recibió la orden de construir un santuario y así fue cuando ascendió al trono, con el nombre de Pachakuteq.

 Si partimos de que reordenó el Cusco, pasando a su historia como el Inka urbanista, y que estableció los seqes, a cuya vera se alineaban las wakas o templos sagrados, no sería extraño que hiciera lo mismo en Machupiqchu. Allí están los templos del Sol, la Luna, las Estrellas, el Trueno, el Rayo, el Viento, la Tierra, la Piedra, el Agua y también las réplicas del Tanpu T’oqo, la paqarina inka, y el  Qorikancha, entre otros.
 
Al terminar expreso mi admiración hacia los informantes prehispánicos, cuyo espíritu trasciende el tiempo, y, a sus nietos que viven hasta hoy en lugares olvidados, guardando la herencia transmitida. Gracias a su memoria podemos decir que  la grandeza de nuestro territorio sigue,  inmarcesible y eterna.

 

                                                                                                                        

EL ARBOL DE LA PAPA



El pajuro no es una papa, porque a ninguna papa se le ocurriría escabullirse de los surcos e irse por las ramas de un árbol para colgar en el aire como una enredadera. El nutricionista Santiago Erik Antúnez de Mayolo me habló alguna vez de esta papa circense, equilibrista, que busca columpiarse con la brisa y me dejó pensando. No podía imaginarla hasta que en Cajamarca encontré un árbol con unas vainas semejantes a las del pakae. Al saber que era un pajuro, palabra que era nueva para mí,   pedí una vaina y de veras que este es un árbol de papa que el padre Bernabé Cobo pasó por alto. Al abrirla me dio ternura. Adentro acuñaba seis papas, con cáscara y los ojitos típicos de las papas de tierra.

Cuando pregunté por qué no había bosques de pajuro me dijeron que se comía muy poco porque había otros alimentos más importantes. Pero no iba a perder la ocasión de probarlo y mis pajuros se fueron a la olla. Sentí que no las apreciaran porque se parecían mucho a las papas amarillas. Hasta que me enteré por un escrito de Daniel Alvarado Oyarce que, en su niñez, vivió en San Francisco de Yeso, provincia de  Luya, Amazonas,  “solía desayunar con café y harinosos pajuros”. Allá tampoco se produce en mayor escala. El pajuro es un árbol más en los huertos donde tienen más espacio las bellas matas de hortensias y árboles frutales como el chirimoyo, los duraznos y los lúkumos. La gente deja sus vainas en los árboles y sus papitas se arrugan hasta que se momifican.
Se le puede encontrar entre la yunga y la qechwa, pero es una papa que sólo baja de sus ramas cuando la reclama el hambre de los niños.
 
Conversé nuevamente con el doctor Antúnez de Mayolo y me dijo que los peruanos debemos reaprender a comer las especies vegetales que domesticaron nuestros antepasados. En muchos sitios se come la hojas de la kiwicha, de la kinua y la kañiwa cuando están tiernas, aunque sus valores tradicionales no se conozcan a nivel científico.

En la India, según dijo, se cultiva el amaranto en la casa y se va deshojando todos los días para que la gente aproveche sus minerales y vitaminas.

Los antiguos peruanos, añadió, no usaban pesticidas y tenían alimentos orgánicos siempre, porque usaban cultivos asociados. Los  ácidos de unas plantas controlaban los de otras y destruían lo que les  hacían daño. El maíz crecía junto con el algodón y había un control biológico mutuo. Al gusano del maíz le parecen sabrosos los del algodón y viceversa. De esa forma los campos quedaban libres de insectos. Hay que recuperar su tecnología para que pueda ser útil.

La gente del campo sabe mucho por tradición pero nadie se interesa por captar sus  conocimientos. Por ejemplo. ¿Quién usa el paiko? Sólo los campesinos porque la sopa de paiko hace una limpieza de parásitos del sistema digestivo. También porque es saborizante al igual que la muña más o menos olvidada. No se usa una serie de plantas con etiqueta de medicinales y se olvida que en la  época prehispánica no había la dicotomía de plantas alimenticias y plantas medicinales. Se empleaba ambas para evitar estados carenciales del organismo. La hoja del olluko da un caldo gelatinoso muy rico. 

La oka soleada es dulce, agradable, pero no llega a los mercados de la costa. El entusiasmo del doctor Antúnez de Mayolo fue grande cuando dijo que se podía extraer alcohol de la oka, el mejor alcohol del mundo, según decía el sabio Raimondi. Hasta podía darse un licor de mejor calidad que  el de la uva. Antiguamente se hacía una chicha de la oka, llamada q’airaso, y que dicen que era muy buena. El molle que extendieron los inkas tiene importancia porque contiene fenol y todos los fenoles tienen antioxidantes.

Volvemos por el principio o sea el pajuro y me explicó que a los pajuros se les llama “habas del inka”. En Chachapoyas hay tres variedades distintas. Una amarilla, otra morada y una tercera parda. Hay que conocer sus propiedades. Cuánto tienen de vitaminas o de minerales los alimentos que consumimos o aquellos que hemos perdido. Ha registrado 4,500, un vasto universo. Y me puso en alerta otra vez cuando se refirió a una fruta de bajo consumo entre nosotros, la lúkuma, con mucha demanda en el extranjero. Según afirmó tiene mucho caroteno. ¿No será que la fuente de la eterna juventud está en alimentos que no llegan a nuestra mesa?. Hace 458 años, antes de que llegaran los españoles, se podía preparar con ellos variadísimos  potajes y ahora se están envasando en píldoras que pronto será como exportar un sueño. “Una manera prodigiosa para  detener el reloj de Chronos”.

Alfonsina Barrionuevo