lunes, 26 de julio de 2021

 

MARAVILLAS TELÚRICAS

Un día se abrirá al turismo la provincia de La Unión y habrá la oportunidad de planificar su visita. Que no se atropellen sus maravillas como ocurre con el santuario de Machupiqchu. Antes de la pandemia ya lo intrusionaba por día unos 4,000 individuos. Debían entrar solo unas 1,000 personas haciendo reservas. Los comerciantes de Aguas Calientes, al pie de la maravilla, tendrán que ser reordenados.

Cuando llegue el momento para la provincia telúrica de La Unión habrá que dosificar el turismo. Hay mucho que admirar comenzando por su cañón uno de los más profundos del mundo. Los hoteles estarían en la entrada para no alterar su paisaje. Los lugares deben ser vistos por pequeños grupos. Hay que tener en cuenta que allí la naturaleza es la gran creadora artística de esculturas de lava o de roca. La que copia bramidos espectaculares en cierto sector por túneles donde se arrastra. Habrá que proteger lugares como Waylla Rup’aq, ‘la pradera candente’, con áreas que tiene arenas movedizas en las cuales se abren ‘las pupilas del diablo’. No acercarse a las matas que disparan saetas espinosas que tienen doble punta y no salen. No acercarse a los nidales de los cóndores. No tocar las tablillas de piedra de Tiknay, pintadas en el amanecer de la vida. Sus pocos pobladores son sus celosos guardianes y algunos conservan secretos poderes de sus antepasados. Uno de mis acompañantes hizo retornar al sol cuando se retiraba en un atardecer mágico para que mi camarógrafo capturase sus últimas imágenes.

Se dice que la vida en los pueblos transcurre a la velocidad con que camina un caracol, muy lenta; aunque creo que sería más propio decir con la rapidez con que se mueve una tortuga, es decir casi lo mismo; o, según una tercera opinión el caracol suele ir muy rápido, de acuerdo a su tamaño.

Amanece cuando los primeros rayos del sol colocan sombreritos de oro en el pico de los cerros y el día se acaba cuando la noche lo envuelve en sus brazos de sombras. Imposible hacer más palpando la oscuridad. Es hora de perderse en los caminos del sueño y en Alka, provincia de la Unión, Arequipa, todos duermen con la seguridad de que vela por ellos el Aikano, que es su kamaq, su cerro tutelar, su guardián.


En la mañana, mientras Fernando Polanco, nuestro guía de viaje, se prepara, su paisano Florián Roncalla Postigo, refiere que las aguas que bajan furiosas del Aikano  tienen la propiedad de duplicar la bravura de los toros. Los cerros de Cabezas y Santa Rosa, agrega, conversan a veces en las noches de tormenta, pero el Aikano lleva la voz cantante porque es el mayor.

Roncalla que, en su bodega bien surtida, es hospitalario como un rey conoce como la palma de su mano todos los caminos de la Unión porque solía llevar toros de lidia hasta Lima. En ciertos meses del año hacía acopio de reses y a veces tenía que pelear con los que se plantaban y no se dejaban conducir, arremetiendo contra todo el mundo. Como habían sido pastoreados por mujeres encontró la solución al problema poniendo polleras a sus peones. Los toros se engañaban con ellas y hacían el viaje dócilmente hasta su destino.

En el límite con Apurímac contaba que hay una laguna, Wakullo, que en tiempos de migración de aves es un jolgorio de chillidos porque cientos llegan a tomar posesión de sus totorales. No sabe si el buen Dios la parceló para que no se pelearan, pero cada especie conoce su territorio, aterriza allí y nunca se juntan respetando sus linderos. La visión es magnífica porque hay una variedad  que haría feliz a un especialista, ajoyas, wallatas, pariwanas, chulladores, y muchas más que se distinguen por el color de su plumaje, su tamaño y las diferentes características que les ha dado la naturaleza. La laguna tiene una enorme población de peces como una despensa que les permite vivir sin pelear por un bocado vivo.

Alfonsina Barrionuevo

domingo, 18 de julio de 2021

 

EL CORPUS DE OROPESA

Rememorando…

La Villa Rica de Oropesa, un pueblo panadero recostado en una de las bandas del río Willkamayu, ha saciado el hambre de generaciones desde que se fundó. En su historia brilla como luz celestial un Niño Dios que obsequiaba sus famosas chutas a los niños. La bella Lorenza Ñust’a de Loyola, nieta del Inka Sayri Tupaq, no conoció el marquesado de Oropesa que heredó en el Valle Sagrado. En otros tiempos hubiera jugado a orillas del río, escondiéndose entre las hojas lanceoladas del maíz amigo, aspirando su aroma. No pudo ser porque su madre, la ilustre Beatriz Palla, viajó a España con Martín de Loyola, el esposo que le impusieron, y nunca pudo volver. Los turistas del siglo XXI pueden gozar en cambio sin ser nobles, simplemente buscadores ávidos de maravillas, una visita a los señoriales ambientes de la Casa de campo del Marqués de Valleumbroso, a cuyas manos fueron a dar sus posesiones.

Los invitamos a recorrer con nosotros los veintiún kilómetros que separan del Qosqo a la otrora distinguida Villa de Oropesa, fundada según dicen por el virrey Francisco  Toledo, con el nombre de su tierra natal. El tiempo es excelente, cerros aún trajeados de verdes brillantes, sol que envía  caricias cósmicas a la tierra y nubecillas que se deshilachan sobre nuestras cabezas. Al fondo, muy orgulloso podemos distinguir al nevado Ausangate, el Apu tutelar.

Los españoles sembraron trigo en el valle con tal suerte que iniciaron una tradición de siglos, la famosa panadería que le da crédito en el Cusco y aún en las provincias cercanas adonde viajan las piezas de pan en rebosantes canastas. En sus hornos, que arden día y noche, se dora una variedad que es muy apreciada  por sus pobladores y por los turistas en el desayuno de los hoteles de cinco estrellas.

Su majestuosa iglesia fue edificada en 1661 por mandato del obispo mecenas Manuel Mollinedo y Angulo, dato que encontró en el 2003 el entonces alcalde Mario Samanez Yáñez en los archivos de bautizos y matrimonios. En los libros con cubierta de pergamino se escribía en latín. Por esos años, indica, los vecinos que vieron el Corpus del Cusco acordaron organizar una copia de la soberbia procesión de Toledo, convocando a los pueblos y dueños de haciendas aledañas.
El resultado fueron dieciocho imágenes que acudieron, al son de bandas de música y alborozados conjuntos de bailarines, desde Huambutío, Saylla, Wasao, Angostura, Lucre, Wakarpay y otras localidades. No se sabe por qué razones se canceló en 1941, tal vez desacuerdos entre los fieles. Se hubiera perdido en el tiempo de no ser los esfuerzos del burgomaestre de Oropesa quien logró que volvieran a darse la mano los pueblos protagonistas y fuera recobrando auge y prestigio.


Antes tenía una fecha en el calendario. Actualmente varía de acuerdo a la decisión de los participantes. Ese día que, generalmente, es un domingo de junio la ciudad gana en animación. El aire se inunda con la alegría de las bandas que van apareciendo. A medida que avanza el reloj es pintoresco encontrar en las calles los grupos de devotos llevando las diferentes efigies en sus andas. Algunas llevan "ropa de caminante" para protegerlas del polvo. Otras llegan de los oratorios de las familias del lugar. Cada una tiene entre doscientos, trescientos años o más de antiguedad y salió en su mayoría de ilustres talleres de la Escuela Cusqueña de Imaginería. En la iglesia apenas hay sitio para apreciar el ajetreo de los mayordomos que arreglan sus andas y las visten con magníficas túnicas y capas.

Alrededor del mediodía, después de una misa concelebrada por tres sacerdotes, salen en procesión. Entre ellas destacan la Virgen Asunta, patrona de Oropesa, la Virgen Estrella de peregrina belleza, la Virgen de la Natividad, La Virgen del Carmen Española llamada así porque es peninsular, San Isidro Labrador, Santiago Apóstol, San Jerónimo, San Blas, San José, San Pedro, el Niño de Praga, el Cristo Pobre y otros, con el lucido acompañamiento de variados conjuntos de bailarines.

Las vírgenes del Qosqo llevaban antiguamente refajos de perlas legítimas que se prendían en sus capas con rosetones en forma escalonada de un extremo a otro. Las oropesinas se distinguen por sus collares o walkas de pan que se mandan hornear por cientos en forma de lazos o cuentas de buen tamaño. Algunos cuelgan de su cuello o se colocan en el contorno de sus mantos.


Se entiende que es una ofrenda y a la vez un pedido del pueblo para que se multiplique la producción de los hornos. Chutas, rejillas, k'irkus, costras, maman qonqachi, molletes y empanadas. Las chutas de gran tamaño, redondas y con mayor envergadura, son enviadas a la ciudad del Qosqo, Puno, Apurímac y pueblos de paso en enormes canastas. Antaño había el Corpus t'anta (el pan del Corpus), el Taitacha moqo (la rodilla del Señor por su forma), hasta panes selectos para las señoras que daban a luz, menciona el alcalde Samanez. En la última feria del Santurantikuy del Qosqo se vendieron las primeras chutas navideñas con pasas, mantequilla y ajonjolí. Para sus panaderos fue histórico incorporarse a la feria del Niño Dios.

El día del Corpus nadie come en su casa. Los vecinos y sus visitantes encuentran deliciosos platos tradicionales en las carpas que se levantan en la plaza. Los manteles son largos y las matronas demuestran su excelente sazón en los caldos de gallina, los cuyes al horno, los rocotos rellenos, los chicharrones y los adobos.

Al regresar, siguiendo un desvío a la derecha, se puede aprovechar el tiempo para recorrer la hermosa Casona del Marqués de Valleumbroso, construída por los Esquivel y Navia, que en sus primeros tiempos fue conocida como “la Glorieta.” Por la misma vía se puede llegar a Tipón, el gran santuario del agua en tiempo de los Inkas, cuyas estructuras, haciendo marco a las cascadas y chorros, cristalinos son admirables.

Los dichos sobre el pan oropesano merecen recordarse: “No hay un buen adobo cusqueño si no está acompañado del sabrosísimo pan oropesino”, “un buen chocolate cusqueño es más rico cuando  está acompañado por una chuta de Oropesa, “En Navidad y año Nuevo hay que saborear la chuta pascual de Oropesa.” “Soy como el pan de Oropesa, ¡puro corazón!.”

¡Vamos para el próximo Corpus! Oropesa nos espera con todos sus atractivos y sus panes.

Alfonsina Barrionuevo

martes, 13 de julio de 2021

 

SUEÑOS DE LIBERTAD

La primera vez que vi en Puno danzantes con lentes oscuros me pareció que les daban una nota falsa. Si bien los protegían de la hiriente claridad del altiplano habría sido mejor que llevaran una máscara. La ocasión no los eximía de cierto mal gusto en su uso. Se trataba de su asistencia a la fiesta de la famosa Virgen de la Candela o Candelaria y desdecía de su hermoso traje. Tampoco era aceptable el empleo de docenas de botones camiseros en los puños y  los bordes de las coquetas casacas de las jóvenes de otro conjunto. Un adorno de  mostacillas hubiera estado mejor. Lo mismo las sombrillas de papel que un tercer grupo que las batían a la manera de banderines. La impresión que me causaron fue fugaz y se perdió en el desfile que solía envolver a la ciudad del lago en un mágico torbellino de colores y música.

Unos años más tarde, conocí la implicancia histórica que ocultaban los curiosos detalles de su vestuario, cuando comencé a escribir mi libro ‘Habla Micaela’. Una pesadilla que transpuso el tiempo para seguir vigente en la ironía de aquellos detalles que eran fruto de una indeseable imposición ajena a su contexto.

Entre las razones que fundamentaron la revolución de 1780 estuvo la venta abusiva de  mercancías que los corregidores importaban del Viejo Mundo. Su compra era obligatoria y nunca se terminaba de pagar, heredándola por generaciones. Primero porque se renovaban, y, segundo, porque también eran deudores de las viejas y nuevas contribuciones a la Corona de España; que gravaban hasta las bayetas y jergas que producían. Sólo el agua y el aire eran libres.

Los indios no sabían qué hacer con las telas de terciopelo que se ajaban con las labores del campo, con sus medias de seda que se rompían con el roce áspero de las manos, con sus navajas de afeitar que sólo  ellos usaban porque tenían barba, ‘y así con sus papeles de colores, con sus abanicos, sus cajas de tabaco, sus sortijas que eran corrientes, sus encajes que no servían para el frío, sus sombrillas que no aguantaban la lluvia, sus gafas que oscurecían el sol, sus cintas, sus guantes y sus botones…’

El trabajo de los hombres en las minas afectaba a sus familias. El irrisorio jornal que les asignaban no llegaba a sus manos ni hubiera alcanzado para cubrir el tributo que les cobraban en sus pueblos. La mayoría no volvía a salir de esos los sepulcros de vivos. En las galerías pasaban semanas sin ver la luz del día. Los derrumbes los aplastaban a menudo. Si alguno se escapaba lo cazaban. Si se alzaban, hacían matanzas masivas para escarmiento de los demás.

Las cargas que soportaban sus padres y otros parientes cercanos eran abrumadoras. Había que pagar por los niños tiernos y por los viejos, por los inválidos y por los locos, por los vivos y por los muertos. Los fiscales de puna o sacristanes contaban a los que nacían o morían en las serranías, para cobrar después derechos de bautismo y de entierro. Un muerto era la peor desgracia que podía ocurrir. Si la familia era pobre lo dejaban con una mano afuera o ponían a los difuntos de cabeza para que se vaya más pronto  al infierno. Además de novenarios se pagaban honras en la primera semana por el oqo aya; a los seis meses por el fresco aya o sea el cadáver aún blando; al año por el charki aya, que era el muerto seco. Como es de verse el sueño de libertad alentó a los miles de habitantes que vivían aterrados, para los cuales ni la muerte era una salvación.


En este Año del Bicentenario de la Declaración de la República las acciones de la pareja líder y sus valientes seguidores son su valioso sustento, la clarinada humana que antecede a las celebraciones, su parte gloriosa. La sentencia de José Antonio Areche es el desesperado intento de acallar sus voces de lucha que están en nuestra historia a pesar de sus esfuerzos.

La represalia se ensañó con ellos llegando a extremos. El día en que Mata Linares les leyó su sentencia debió haber hiel en el aire.

A Micaela la acusó de ser cómplice de José Gabriel; de haberle auxiliado en cuanto pudo, de haber juntado gente para pelear; de fijar edictos en las puertas de las iglesias; de publicar bandos dando comisiones, de nombrar curas para administrar los sacramentos; de dar salvoconductos; de escribir cartas incitando a la rebelión; de querer librar al Reino de los tantos pechos y cargas. Finalmente, falla condenándola y manda que salga con una soga de esparto al cuello, atada de pies y manos, con voz de pregonero que publique sus  delitos, llevada en esta forma para que le dieran la pena del garrote, que le cortaran la lengua y le colgaran después de una horca.

A José Gabriel lo acusó del horrendo crimen de rebelión o alzamiento general ejecutado en todos los territorios de este Virreinato y el de Buenos Aires, con la idea de quererse coronar Señor de ellos, libertador de las que llamó miserias de esta clase de gentes, lo condenó a que sea sacado a la plaza principal, arrastrado hasta el lugar del suplicio, donde en presencia de su mujer, sus dos hijos Hipólito y Fernando Tupaq Amaru, de su cuñado Antonio Bastidas y otros capitanes y auxiliadores; que se le cortara por el verdugo la lengua y después amarrado o atado por cada uno de sus brazos y pies, con cuerdas fuertes y de un modo que cada una de estas se pueda atar o prender con facilidad a otras, que pendan de las cinchas de cuatro caballos, para que puesto de este modo, cada uno tirara a su lado, de forma que quede su cuerpo dividido en otras tantas partes.

Foto: José Alvarez Blas
Areche no dejó siquiera que reposaran juntos y ordenó que se enviaran  sus cabezas, brazos y piernas, a Tinta, Tungasuca, Urcos, Quiquijana, Sangarara, Surimana, Coporaque, Pillpinto, Acos. San Sebastián, Carabaya y Santa Rosa. Las partes que quedaran arderían en una hoguera en Piqchu siendo sus cenizas arrojadas a los cuatro vientos.

En su libro ‘Tupac Amaru’ Jorge Cornejo Bouroncle llama a esta carnicería ‘el festín de la barbarie’ con suma indignación. En la madrugada del 18 de mayo de 1781 el obispo Moscoso pidió a las monjas de Santa Catalina un Cristo para un acto. La madre superiora le envió una bellísima imagen. Cuando quisieron devolverla preguntó dónde había estado. Al enterarse que presidió la mesa de las ejecuciones la rechazó con lágrimas en los ojos. Había sido profanado.

En el futuro cada 28 de julio, debía prenderse una llama votiva en todas las plazas de las ciudades y pueblos del Perú. Les debemos nuestra libertad.  

Alfonsina Barrionuevo

domingo, 4 de julio de 2021

 

AMÉRICA ROTA

En 1583 cuando el Tercer Concilio Limense ordenó quemar todos los khipus históricos del Qosqo sin dejar ninguno fue como si borrase la memoria general de todos los pueblos del Perú. Miles de años en que florecieron nuestras  gloriosas culturas pasaron a la sombra. Nuestra historia la han considerado por eso con timidez. Se ha minimizado tanto que necesita un defensor, lo necesitamos para que el mentado orgullo de ser peruanos tenga su base, negada en la Colonia. Nos preguntamos cuando comenzó la debacle a la que hemos llegado. Creo que tiene un origen.  Hay que recordar. No para odiar sino para retomarla del olvido.

Para comprender mejor esta afirmación hay  que ir a 1492, cuando se registró el  encuentro entre dos mundos, América y Europa. América del Sur se bañó en sangre. Fue terrible, millones de sus habitantes murieron por diversas razones, y, también por la crueldad de los recién llegados.  Nuestra América no le debe nada al Viejo Mundo que más bien recibió sus riquezas con generosidad y en cambio le devolvieron dolor y muerte, como debe estar consignado en el capítulo respectivo de la historia universal.

Recuerdo un par de episodios inhumanos que dan la talla de su comportamiento.

Los soldados se entretenían con  apuestas sobre su puntería. Mandaban buscar mujeres gestantes de primeros meses  y las colocaban en fila frente a ellos y disparaban. El ganador debía matar con un solo disparo a la madre y a su criatura.

Las atroces artes del aperreo se practicaban masivamente con perros entrenados para atacar y matar indios. Se cita a uno, Leoncito, que  aperreaba setenta  indios por día para diversión de su amo. Los cronistas de ese tiempo relatan como este animal fue piadoso. Para deshacerse de una mujer muy anciana  le mandaron llevar  una carta a una localidad cercana.  El perro debía alcanzarla a medio camino. Ella lo sintió acezar y se quedó quieta se arrodilló y le explicó que tenía un encargo que cumplir, que la dejara ir, el animal se sorprendió, la olfateó y se orinó sobre su ropa que ella contó al regresar ilesa.  


En el Perú se registraron más tarde otros despoblamientos. El primero en el siglo XVI que salió a la luz cuando el rey Felipe II quiso cobrar los impuestos que había ordenado. Su padre, el emperador Carlos V,  acabó con los envíos cuantiosos de planchas de oro y plata de  los templos y palacios del Qosqo y él debía ingeniarse para llenar las arcas vacías de España. Pidió entonces que sus habitantes tributaran. Como no llegaban las recaudaciones que esperaba mandó que se hicieran visitas a las poblaciones del norte desde Lima hasta Tumbes para saber cuántos indios habían y calcular cuánto correspondía a la Corona.  El resultado fue increíble. En ellas solo encontraron viejos, niños y algunas  mujeres. No contabilizaron hombres porque todos habían fallecido debido a los abusos y la desmedida explotación en los obrajes. Nadie se salvaba con ellos. Los nuevos vecinos estuvieron atentos solo a sus ganancias.

Una segunda despoblación tuvo lugar en el siglo XVIII por el trabajo forzado en las minas. Los hombres eran arrastrados hacia los socavones donde la mayoría entraba para no salir.  Los que habían resistido regresaban con los pulmones destrozados por el mal de la piedra solo para morir.

 Las familias se quedaban huérfanas. La desesperación y el miedo de que se llevaran a sus hijos daba lugar a que las madres recurrieran a medidas extremas. Que hicieran cortar la mano izquierda de los recién nacidos para evitar que se los llevaran cuando fueran mozos. Lo cual se describe con dibujos en un mural del beaterio  de las Nazarenas, hoy hotel, en el Qosqo.

Los españoles inventaron unas ‘máximas’ en qechwa que se repiten hasta ahora y se atribuyen equivocadamente  a Pachakuteq.’Ama Qella, Ama Llulla y  Ama Sua’. ‘No seas ocioso, No seas mentiroso, No seas ladrón’. Según el profesor universitario César Guardia Mayorga, autor de un  diccionario qechwa, están recortadas. En realidad dicen, Ama Qella, No seas ocioso trabaja para el patrón. Ama Llulla, no le mientas al patrón, no le engañes, es tu dueño. Ama Sua, no le robes al patrón, todo lo que haces le pertenece. Los indios carecían de valor económico y solo  formaban parte de las encomiendas como los animales o las tierras de cultivo. Un esclavo negro valía más porque representaba un gasto, para, una inversión.

El cronista jesuita José de Acosta reconoció que nuestra gente superaba en muchos campos del saber a sus homónimos españoles y lo dijo en sus escritos. Se interesó mucho por los khipus históricos del Qosqo  nuestra escritura que no tenía relación con la suya. Llegado el momento  los denunció diciendo que eran  peligrosos. Los ramales con hilos y nudos contenían las creencias religiosas de los inkas, sus plegarias y ofrendas, su historia, su ciencia, su filosofía y sus tecnologías. Su contenido describía la historia, la cultura y las tecnologías. Merced a su intervención en el Tercer Concilio Limense de 1583 ordenó que se quemaran miles, sin quedar ninguno. En el khipu kancha ardieron todos los que habían en el territorio. Los investigadores afirman que no hay ninguno en el mundo. Los que si existen, alrededor de novecientos en los museos y colecciones privadas, son solo los contables que se usaban para las cuentas en el Perú.

En el curso de la Colonia los españoles avecindados en sus regiones se comportaron como superiores menospreciando a la población andina. En cientos de años generaron en ella un complejo de inferioridad para justificar su dominio. En el caso del qechwa, mirado como un idioma inferior su sobrevivencia es conmovedora, no le dejaron morir.  Hace unos dos años cuando era inminente su desaparición oficial los qechwa hablantes dejaron de ocultarlo, ahora está dentro del orgullo de ser peruanos. En las ciudades el idioma de los blancos era obligatorio y muchas personas preferían callarlo. El nombre de qechwa engloba a  las lenguas que han llegado a nuestros días. Tuvimos muchas de acuerdo a las numerosas culturas que florecieron en nuestras regiones. 

Micaela Bastidas, la líder de la Revolución de 1780 pudo protestar contra su sentencia en lo tocante a nuestro idioma. ‘Me duele, Areche, que al mismo tiempo condenaras a mi pueblo  mandando que cambiaran sus ropas y vistieran las tuyas, que adoptaran los apellidos españoles y sobre todo que dejaran de hablar el qechwa que era como negar a la madre, perdiendo su herencia cultural. Nada es tan dulce como amar en qechwa, tan digno como hacer justicia en qechwa, tan vigoroso como luchar en qechwa y llevar el runasimi como una bandera desplegada en cada pecho. 

Alfonsina Barrionuevo