QUÉ
DICEN LOS KHIPUS
En 1583 el informe del cronista jesuita
José de Acosta logró que el Tercer Concilio Limense ordenara que se quemaran
todos los khipus históricos del Qosqo. Los consideraron peligrosos porque contenían
una relación completa de sus creencias religiosas. Así se hizo y los estudiosos
manifiestan en este siglo que solo quedan los khipus contables, alrededor de
novecientos en museos del mundo y colecciones privadas. El contenido de los
khipus históricos se debe apreciar en las crónicas del seiscientos, en los
dictados de los Khipukamayuq a Pedro Cieza de León, a Cristóbal de Molina y a uno
que otro más.
‘Lo que dicen los Khipus’, mi libro
publicado en el 2019, es el inicio de un sueño, entrar en el iluminado corazón
del Qosqo para recorrer caminos escondidos en busca de su verdadera historia.
Al revisar las crónicas del siglo XVI y
XVII me fui dando cuenta cómo deseaban los españoles proyectar una imagen
distorsionada de la capital del mundo andino. Un propósito que no es el mío. Quiero
que no se vea a los señores Inkas con una lupa invertida, sino reunidos con
nosotros bajo la misma fronda.
En esa circunstancia me ha sido dado
descubrir, en la interlínea de los mismos manuscritos, a unos sabios maestros,
los khipukamayuq. Nadie mejor que ellos para develar incógnitas y sacarlas a la
luz. No he hecho más que seguirles y en los nudos en los hilos de sus cordeles
surgen las respuestas a preguntas que se quedaron flotando en el infinito, me
parece por una eternidad.
Afortunadamente vienen del ayer con
su mensaje al presente derribando miles de barreras. Veamos cómo habrían
registrado la preparación geológica del escenario donde se desarrolló el Qosqo, si lo hubieran
avizorado desde una estrella.
Habrían tomado el colmillo de un
mastodonte para el ramal principal, tejiendo el pelo erizado de los megaterios
o perezosos gigantes como cuerdas, conchas gigantes para los ñudos donde
brillaran las turquesas del cielo con engarces diamantinos de hielo.
Antecesores prehistóricos de Guaman Poma que relata brillantemente la acción
del khipukamayuq mayor Kuntur Chawa que usó el pelo grueso de los ciervos
viejos como husos y los granos de kihura o kinoa, para informar al Inka el
número de los habitantes que había en el Tawantinsuyu con su edad, oficio y
ubicación; a base de reportes que le entregaron los suyuyoq wayaqpuma, cabeza
de regiones.
En los khipus geológicos hubiera quedado registrado el momento en que los Andes se arrancaron con estruendo del planeta hace millones de años, como si quisieran incrustarse en el espacio. En el lugar que ocuparía un día el Qosqo apareció entonces una inmensa y profunda cavidad. Los gigantescos deshielos y las afloraciones subterráneas la rellenaron formándose un lago glacial. Sucedió a inicios del Pleistoceno en la Era del Cuaternario, en un tiempo sin fin de soles cazadores y lunas pescadoras. En un área donde pacían criaturas prehistóricas descomunales transitando entre auroras inocentes y crepúsculos sombríos.
El agua, en un plano horizontal a
simple vista, escondió por millones de años sus secretos. En realidad colgaba
de la cabecera de Saqsaywaman, como una lágrima inconmensurable, hasta que se
despeñó al producirse una ruptura en la desembocadura natural de la Angostura.
El fragor quebró sus silencios y aunque es imposible saber si se debió a una
fractura de origen tectónico que se activó y produjo un fuerte movimiento, o si
los excesivos deshielos vencieron el
equilibrio de la masa líquida que estaba en declive, y por su volumen terminó
huyendo angustiada hacia el Sur. Sea una
la causa o ambas el hecho es que el fenómeno geológico favoreció el futuro de
la zona que después sería asiento de la capital de un imperio.
Un rezago del lago es el humedal o
laguna de Wakarpay, en Lucre. Al verle es imposible sospechar los eventos
transcurridos en los remolinos del tiempo. Si hablaran los únicos que contarían
las transformaciones sucesivas serían los silvestres poronqoes, qochaqoes o
qochakuyes, antepasados de los kuyes actuales, empequeñecidos en el transcurso de innumerables lunas caídas en el bolsón plateado de la
noche.
El anfiteatro rodeado de montañas a
manera de un cáliz de roca resultó monumental y a la vez atemorizante. Los
grupos humanos que lo avistaron pasaron de largo. No se decidieron a quedarse
en el paraje dominado por los elementos cósmicos y telúricos en estado salvaje.
Los rechazó la vista de su lecho agreste sembrado de ciénagas espesas plagadas
de amenazas. Hierba inútil cortadera, manantes que afloraban imperiosos y
riachuelos que se desbocaban sin freno, bosques de rayos en las tardes
incendiando el infinito con su ramaje electrizante, arco iris ahogando a la
lluvia en las nubes para impedir su parto, truenos horrísonos que hacían
temblar las bóvedas del cielo, vientos huracanados que hostigaban el corazón de
la tierra, granizo diluviando sobre las abras hasta cubrirlas, estrellas
crujientes al chocar entre ellas como cuarzos cósmicos y sol castigador que hacía hervir los espejos del aire y
doblaba las rodillas de la Pachamama.
Una naturaleza hosca pero mágica que
poseía un alucinante kamaqen que es la esencia de los seres humanos, animales,
vegetales y minerales del Ande. Su magnetismo aún se desprende de los muros de piedra que
quedan en el Qosqo. Bloques aparentemente
estáticos en cuyo corazón discurre
como un río la historia que vivieron los
pueblos del Perú, hasta donde llegaron los caminos de los
cuatro
suyus.
Un espacio predestinado que no ofreció a la gente del ñaupa pacha, ‘el tiempo sin edad’, condiciones favorables para acometer sus sueños, cuando podían acceder a superficies llanas en un vasto territorio, con entrantes a un mar bullente de vida, lagunas preñadas de criaturas dulces, valles bendecidos por la fertilidad, bosques con revuelo de frondas protectoras brindando frescura contra los calores o prestando refugio en los días lluviosos.
En el caso de los Inkas su soledad les
incentivó para sostener un pulseo franco con los elementos del cosmos y la
tierra hasta llegar a un entendimiento y
coexistir en armonía. Ellos y la gente andina sabían cuán benéficos
podían ser y cuán perjudiciales con los hombres y los campos. Nunca los
consideraron dioses y al mismo tiempo que los querían les temían.
Las wakas o espacios sagrados se
establecieron para comunicarse con esas fuerzas o energías para hacerles
peticiones mediante ofrendas, expresarles su reconocimiento por la gracia
concedida o quejarse de sus excesos. Hasta ahora entablan diálogos a su entera
voluntad. A veces cuando es imprescindible que el sol se quede un poco más para
acabar las cosechas; que las estrellas floten por canales subterráneos para
avisar dónde están las semillas que guarda el rayo, o que el viento de agosto Apu Wayra controle sus
furias y respete las parcelas de plantitas núbiles.
El Qosqo, cuyo verdadero significado en qechwa es centro
u ombligo, fue una ciudad muy amada por sus habitantes. Qosqo y no ‘Cusco’, tampoco
‘Cuzco’ que en el idioma peninsular quieren decir ‘perro pequeño’ y se usaron
con burla para humillarla. En su época de gloria llegó a tener un altísimo
rango político, religioso y social en el Imperio del Tawantinsuyu. El puñado de españoles que la
despojó de sus riquezas rompió sus esquemas al afincarse en ella. La ciudad
sufrió innumerables atentados en el siglo XVI cuando fue saqueada por los
aventureros que llegaron hambrientos de poder; doblegada por su nuevo
vecindario y en éste, con su paisaje alterado para acomodarla a diversos
intereses. La globalización no permite conocer a fondo su historia como ocurre también
con otras ciudades nuestras donde florecieron magnas culturas.
En lo que vienen a ser los khipu o
khipus de Qosqo, su memoria, el objetivo del libro es ordenar hechos olvidados que
constituyen la base del llamado ‘orgullo de ser peruanos’, sustentándolos en la
información dada por los khipukamayuq a los cronistas. Al realizar la
investigación se descubre la parte más destacada de la existencia del Qosqo, resaltando la
actuación de Pachakuti, el Inka estadista y urbanista, que convirtió un lugar
inhóspito de la qechwa en una ciudad incomparable. Del mismo modo el conmovedor
accionar de los khipukamayuq para conservar su historia. Curiosamente, sin que sus valiosos ‘escritos’ de hilos y
nudos tuvieran ese destino llegaran a
viajar al presente. Lo han hecho siguiendo su propia vía en una cápsula de
tiempo de pabilos.
Alfonsina
Barrionuevo