EL
SECRETO DE LOS KHIPUS
El martes concluye la Exposición Fotográfica de “Wakas del Qosqo” en el
Museo “Casa del Inka Garcilaso” de Cusco. Me provoca nostalgia porque me voy
nuevamente de mi ciudad. Estuve como
siempre con cielo azul de bandera, el sol tendiendo sus puentes de luz en
calles y plazas. Hallando a mis amigos con una sonrisa y un saludo. Mirándome
en las imágenes como soy, optimista, risueña, sin ceños ni melancolías. Amo la
vida, sus oros prendidos en el aire, sus corcheas saltando en las cuerdas del viento,
sus mil pies enhebrando himnos en el
agua. Mis manos acariciando sus muros,
arrancando sones dormidos en la María Angola, hilando las nubes de hoy y
seguramente las que vendrán mañana en mi pushka. No importa si el tiempo
desfila con sus estandartes. Volveré cualquier día para encontrar la mirada
cariñosa de Julia, la sonrisa de Abel, las historias de Lizardo, la música de
Jorge, el señorío de Quina , la creatividad de Maxi. No se fueron, están en mí,
como yo quedaré en aquellos que leen mis líneas. Lo que escribo ya no es mío. Quedan en ti.
Cada fotografía de aquellas estarán muy pronto en el libro como un
espejo de lo que estoy en contra en la memoria de los khipukamayoq.
SENDERO DE ORQUIDEAS
En el teclado de mi
computadora cada letra se convierte en una orquídea en homenaje a José Koechlin y su esposa Denise Guislain
por restaurar y conservar el bosque de
nubes de Inkaterra Machupiqchu Pueblo Hotel, en cuyos árboles se mecen estas flores de
exquisita belleza. Es una parte del entorno mágico del santuario inka donde ellas
parecen estrellas que se descolgaron del cielo. Son unas trescientas setenta y
dos especies que saltan entre mis dedos aromando con su perfume comillas, signos
de admiración, números, puntos, paréntesis y guiones, mientras yo camino en mi
memoria por su sendero, donde circulan turistas que llegan de cualquier punto de
la tierra para copiar en sus pupilas sus delicadas y caprichosas formas.
Presiono una tecla
y es la misma orquídea que admiraron los chavin, hace milenios, inmortalizándola
en la piedra. Otra es Wiñay Wayna, Epidendrum
secundum, la doncella inka, que acarició con sus dedos de pétalo un glaciar
del nevado Salqantay recibiendo el don de vivir en flor del Apu de la Eterna
Juventud. Sigo y encuentro la Waqanki, Masdevallia
veitchiana, que no pudo amar al guerrero que la descubrió, en una noche de
luna bañándose en la cascada, y llora por haberlo perdido. La Epidendrum pachakuteqianum evoca al
poderoso señor que recibió el mandato de las fuerzas cósmicas y telúricas de
construir Machupiqchu en su cima. Entre las recién descubiertas la Kefersteinia koechlinorum ’Denise’, por
los cuidados que ella les brinda. Más o menos al final la Epidendrum quispei y la Telipogon
quispei que recuerdan a Moisés Quispe, el excepcional jardinero jefe, antes
agricultor, que aprendió a identificar, coleccionar y cultivar las orquídeas
nativas hasta que ellas lo llevaron a su paraíso. Nunca sabremos qué orquídeas
fueron convertidas en mujeres por los espíritus de la foresta, según la
leyenda, pero deben ser encantadoras por
haber tenido sus antecesoras el corazón de una orquídea como paqarina o lugar de
nacimiento.
En el teclado hay
muchas más que lo llenan de colores como
si el arco iris se hubiera entretenido con la paleta de un pintor, haciendo
maravillas; blancas con venas granate, amarillas moteadas con marrón, azules
con blanco, fucsia en degradé, rosadas de tonos fuertes y suaves, púrpura casi
negras; en fin una colección interminable, en las que puso el embrujo de sus
pinceles. Viéndolas entiendo como despertaron la admiración de José Koechlin
hace veinte años.
La historia del
sendero, donde el sol mide la fuerza de sus rayos para ser una leve caricia y
la lluvia camina de puntillas respetando su fragilidad, es conmovedora.
Primero, porque restaurar bosques talados no es fácil. Es una tarea de tiempo;
días, semanas, meses, años, de sembrar árboles, para que volvieran las
orquídeas a reinar en su habitat, sacrificando espacios rentables en obsequio
de su ambiente. En un lugar devastado por agricultores que, en su urgencia de
vivir, no percibieron la grandeza de los cerros adyacentes, el majestuoso Putukusi,
el recio Kutija y más allá las frondas crespas del Kollpani, es justo que La
Society American Orchid considere los jardines de Inkaterra como el de mayor
cantidad de orquídeas nativas expuestas al
público en su medio natural en el mundo.
La bióloga residente Carmen Soto siente
ternura por esa naturaleza pujante asociada a su vida y se preocupa por deshacer
algunos mitos. No son parásitas como se cree, no todas carecen de fragancia o
provocan rechazo. Algunas como la Trichopilia fragans, la Kefersteinia koechlinorum o la
Pleurothallis resoluta, desprenden una fragancia deliciosa al anochecer. Hay orquídeas
terrestres que crecen a nivel del suelo, litofitas sobre piedras y
rocas, epifitas abrazadas a los árboles
meciéndose en las hamacas del aire o
incrustándose en los troncos como preciosas miniaturas que se aprecian
mejor lupa en mano, hemiepifitas que trepan desde abajo en una hilacha vegetal
en busca de la luz y saprofitas que gustan extrañamente de la materia en
descomposición.
El libro “Orquídeas”
de Inkaterra compendia con excelentes fotos y dibujos los secretos de estas
flores mágicas que merecieron estudios apasionantes de cusqueños como Fortunato L. Herrera y
César Vargas, siguiéndoles otros peruanos y extranjeros. Ellas pueden ser
hermafroditas o masculinas y femeninas. Sus agentes polinizadores varían.
Abejas macho que al impregnarse con su esencia se tornan en amantes
irresistibles; mariposas alas de cristal o dípteros que descienden suavemente en
su “pista de aterrizaje”, cubierta por un polvillo parecido al polen; y colibríes
verdiblancos o cola de raqueta que se mantienen en equilibrio para sorber su
néctar. Cuando maduren sus frutos unos cuatro millones de semillas volarán a
balancearse en los columpios de la brisa en busca de un hongo de germinación. Llegarán
a su adultez en cinco o seis años y así otra vez en los jardines de Machupiqchu
Pueblo Hotel que son un gran centro global de conservación in situ de orquídeas
y el mayor banco de germoplasma creado para repoblar áreas afectadas.
Con las orquídeas
se vienen sobre mi teclado el gallito de las rocas andino que es una llamarada
viviente y escucho nítidamente en una grabación increíble al perico gorrinegro,
al chotacabras ocelado, al jacamar frentiazulado, al hormiguero gargantillano,
a la cotorra carirroja, al rondabosque rayado, al relojero coroniazul, al
colibrí pechicastaño, al carpintero olivacero, al cucarachero bigotudo, al
quetzal cabecidorado y hasta ciento cuarenta voces aladas de sus reservas. En el sendero hay lugar para un oso de
anteojos que estuvo recluído en una jaula donde apenas podía moverse y ahora se
siente en libertad, con desayuno a la carta y hasta un “spa” cristalino para
bañarse. Su vecino goza de las mismas comodidades y un osito pequeño aprende a vivir en libertad, con sus propios
alimentos, para buscar un día su pareja.
Extrordinaria
labor de Joe Koechlin, su esposa Denise
y sus colaboradores que protegen una innumerable y preciosa familia en
Machupiqchu, iluminados por los Apus del Urubamba y su Pachamama.
Alfonsina Barrionuevo