domingo, 23 de julio de 2017

LOS PERUANOS TENIAN UNA
UNIVERSIDAD DE MILENIOS

El título de amauta calzaba exactamente en Javier Pulgar Vidal, el gran geógrafo de Perú. Su actitud fue siempre de un maestro. "Mi casa está siempre abierta en Javier Prado Este, donde hacen guardia muy erguidos unos árboles que planté", solía decir, dando una grata referencia a quienes lo buscaban. Su rostro apacible ocultaba al guerrero. Su batalla por desterrar el concepto equivocado de dividir al Perú a la manera occidental en tres regiones, costa, sierra y selva, fue tenaz y continúa después de su partida porque la seguimos quienes tuvimos la suerte de reconocer ese legado.

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Salió de Huánuco para hacer sus estudios superiores, letras, derecho, historia. Atrás dejó Panao, el único lugar donde las mujeres llevan pañales como tocado desde que aprenden a caminar. En algún momento se encontró con el sabio Julio C. Tello y comenzó la búsqueda de nuestras raíces. No sé si viajaron juntos, pero igual, el Perú entró por sus ojos con sus ríos, sus montañas, sus bosques, sus arenales, sus playas y su mar ilimitado, vasto.
Ese entorno natural tan diverso y milagroso lo inspiró para investigar los nombres de las regiones que no debían considerarse en sentido horizontal sino vertical. El doctor Pulgar Vidal decía que recogió sus verdaderas denominaciones de "la gente que nunca fue a la escuela porque tenía una universidad de milenios". Con eso quería aludir a la tradición oral que nos viene de muy lejos y que tiene un gran valor porque conserva una serie de conocimientos. Historia, tradiciones, mitos, leyendas, costumbres, canciones y otros. La escuela de los antiguos peruanos era de milenios y recibida en la sangre de los antepasados.

Pañakita Foto: Alfonsina B.
Nuestras regiones que corresponden a una variedad de pisos ecológicos son la chala, yunga, qechwa, suni, puna, janka, rupa rupa y omagua. Ocho regiones y ochenta y cuatro pisos ecológicos registrados. "En nuestro bendito país, agregaba, tenemos todos los climas del planeta, desde el tórrido de las tierras norteñas semejante al desierto del Sahara, el gélido de las nieves eternas comparable con las polares hasta el tibio, amigable, de las mediterráneas del Viejo Mundo que invitan a la vida plácida." En solamente horas se puede pasar de una a otra sin salir de nuestro territorio.
Maestro de conciencia, fue un sembrador de conocimientos, que salió del aula para fundar universidades. Su mayor deseo fue que los peruanos amaran el regalo que habían recibido al nacer. Una variedad de paisajes y de posibilidades para una alta calidad de vida que no debía ser desperdiciada. El mundo sigue aprovechando cientos de especies alimenticias y medicinales que fueron domesticadas así como  la primicia de animales como la vikuña, de una fibra que es oro viviente de los Andes; la alpaka de vellones suaves y el kuy o qowe de exquisitas carnes, muy solicitado en los últimos tiempos. 

Pulgar Vidal quería mucho a la suya y sentía orgullo hasta por sus más originales especialidades. Puedo evocar el chicharrón de wayt'anpu, que tanto le gustaba, un gusano de ceja de montaña que al freirse suelta una mantequilla deliciosa y lo recuerdo en una demostración de alimentos nativos en el Parque de las Leyendas, saboreando lentamente una porción de torta de kiwicha, absorto como si su alma se abriera paso entre los surcos de espigas granates. Allí, donde se abre una flor, salta una cascada, o brota un geyser, mirando cada fenómeno con un amor imposible de apagar. Por el contrario, puro fuego, y como tal inmarcesible.
En su fructífera vida fundó varias universidades. Era un sembrador del saber de los nuestros lanzado al futuro, a las estrellas. La última vez estuve con él en su casa de Javier Prado admirando su entusiasmo por la karqa, un raro árbol que crece en las aguas del nevado Pariaqaqa en Vilca, una de las tierras magicas de Perú.

Alfonsina Barrionuevo

domingo, 16 de julio de 2017

KURANBA

Las auroras siguen pasando sus finas manos de aire sobre la piedra tallada con primor. En los mediodías el sol siembra sus semillas de oro. Al crepúsculo el arco iris hace flamear sus banderas de colores. Los Inkas se alejaron un día por el camino del tiempo pero quedó el ushnu grandioso como huella de su presencia.
Lugares como Kuranba indican un quehacer en la minería del oro, la plata, el cobre y otras aleaciones con una infraestructura de más o menos 500 hornos con fines religiosos y suntuarios para los señores del Tawantinsuyu.

Fernando Moscoso admiró el altar pétreo en un espacio sagrado. El incansable periodista de Yxtrata Cooper Tintaya descubrió el lugar en uno de sus recorridos. La minería es su mundo y su pasión. Así encontró Kuranba, en la comunidad de Kallaspuqyu, distrito de Huancarama, provincia de Andahuaylas, Apurímac.

Hemos quedado en visitar alguna vez esos centros donde hace miles de años los antepasados prehistóricos extraían minerales no metálicos como cuarzo, riolita, toba, cuarcita y calcedonia entre otros para fabricar puntas de lanza destinada a la caza y la pesca. En una época temprana la minería no era ni el atisbo de un sueño. Se dio cuando aprendieron a manejar la flor de fuego unos 6,000 años después.
Los Chankas, que según la leyenda salieron de la laguna de Choklloqocha con Wank’as y Wank’awillkas, queriendo conquistar a los Inkas destruyeron los asentamientos de la cultura local de Kuranba sin entender su avance en tecnología metalúrgica y avanzaron por uno y otro lado en desatados huracanes de muerte. Ellos jamás renunciaron a su salvaje libertad y cuando fueron sojuzgados prefirieron desaparecer atravesando el territorio hasta sus ignotas cabeceras.
Moscoso, experto investigador de rastros mineros, encontró una tradición importante en Kuranba, donde quedan todavía cantidad de escorias y otros residuos de metal. Descubrió también que usaron cuernos de animales para extraer los minerales, quimbaletes para la molienda y wayras, hornos que atizaba el viento con la fuerza de sus pulmones para la fundición.
Los Inkas que tomaron el lugar, indica, lo implementaron con una serie de construcciones. En los alrededores se ubican más de 69 recintos, con calles y escalinatas, además de una fachada principal hacia la plaza central. En la panpa* adyacente quedan restos de un conjunto de habitaciones construidas posiblemente para los trabajadores con piedra caliza.
Una densa vegetación cubre parte del grupo arqueológico que ha sido depredado por pobladores actuales que han usado sus piedras para sus viviendas. La escasa enseñanza de nuestra historia, tan rica y vasta, minimiza la urgencia de resguardar estas obras del pasado que son una atracción turística. La sola vista del ushnu es impresionante.

Los Inkas usaron mucho oro en sus templos y mansiones sin que se conozca hasta dónde llegaron en sus técnicas, pues, los españoles se llevaron cuanto encontraron y el resto fue ocultado por los cusqueños. Lo más notorio es el empleo de la piedra como principal material y en eso sus talladores y arquitectos fueron eximios maestros. Su esfuerzo por articular las regiones no les dio tiempo para dedicarse a la orfebrería como los moche, cuyos orfebres dominaron el arte de fundir el oro y la plata, martillar, laminar, recortar, calar, embutir, repujar, cincelar, engastar y hasta soldar las piezas entre otras exquisiteces. Cuando quisieron adornar sus espacios sagrados se llevaron a orfebres norteños para ese trabajo, aunque fue en sus últimas décadas. 

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Sin embargo, lugares como Kuranba, indican un quehacer de la minería dedicada a los metales -oro, plata, cobre y otras aleaciones- con una infraestructura de más o menos 500 hornos con fines religiosos y suntuarios de los señores del Tawantinsuyu.
Los hornos metalúrgicos, explica Fernando Moscoso, tienen una ubicación extraordinaria orientados hacia las fuertes corrientes de vientos procedentes de los valles interandinos. Su vista en las noches debió ser magnífica por el fuego al rojo vivo derritiendo el contenido de los crisoles. Los mineros disponían de un buen abastecimiento de leña en los bosques cercanos donde abunda mucho la chillka, apreciada por su alto contenido de resina, elemento indispensable para atizar los hornos. Agrega que los terrenos de las comunidades de Panpamarka e Iskawaka fueron yacimientos mineros donde había vetas de oro, plata, zinc y cobre. Años más tarde, en 1560, durante el mandato del Virrey Andrés Hurtado de Mendoza, se descubrieron minas de azogue en Huancavelica, que pertenecía por entonces a lo que hoy es Apurímac. El interés de los españoles dio lugar a que se establecieran en Andahuaylas seis Corregimientos y en Abancay un Corregimiento con veintitrés  Repartimientos a fin de proveer mitayos a los explotadores del mercurio. El resto es historia virreinal y los fines completamente diferentes. Una nueva etapa que fue trágica en la minería peruana.

*Panpa. Palabra qechwa.

Alfonsina Barrionuevo

domingo, 9 de julio de 2017

¡PACHA KUNUNU NUN!    

El piso comienza a temblar y el alma se va a los quintos cielos. ¿Hay algo que se pueda hacer? Da ganas de quitarse la piel como un traje inútil y que los huesos del esqueleto salgan volando. Habrá alguien que pueda resistir fríamente la sacudida de un Pacha kununu nun. Creo que nadie. Cuando la tierra se zarandea, como si fuera un perro con malas pulgas, pareciera que trata de librarse del peso de los liliputienses que somos. Un sismo puede explicarse solo desde ese punto de vista. ¡Basta de cosquillas indeseadas!. La artillería que manejan los poderosos para destrozarse le pesa en cierto momento. De sus recónditas entrañas sale su grito con estruendo, ¡fuera! ¡fuera! y el hombre pobre, dice César Vallejo, el poeta universal, busca agarrarse de algo, de una viga, baranda o marco de una puerta.

Pobre Marcia, el sastrecillo valiente que mató a siete de un solo golpe ensaya una sonrisa. Muy tarde me enteré que eran siete insectos. Así nos debe sentir la madre Tierra, Pachamama, incomodándola, produciéndole escozor, deseos incontrolables de mandarnos a los últimos infiernos.

Resultado de imagen para caral arquitectura bolas en la baseAl día siguiente, hoy 9 de julio de 2017, pienso en ese fuego purificador que estuvo suspendido del espacio, crepitar de llamas que produjo un vapor que devino en agua, ya tuvo mar por doquier, uniforme, reflejando estrellas. Pero la megamasa que le cayó del espacio rompió sus equilibrios. Al rotar la rompió y la mandó a cualquier lado y aunque hubiera querido amasarla no pudo. Al fondo se crearon placas que se empujan unas a otras y producen los terremotos.

Los continentes ruedan sobre bielas cada vez más a menudo, o será que la tecnología advierte inmediatamente en qué lugar pasó el temblor que enfría espíritu y roba vidas.
Los movimientos son siempre pesadillescos. El pulseo acaso demuestra quien es el más fuerte o como siguen dominados los espacios terrestres.

Las moradas de los tiempos de antaño no eran tan opresivas y los seres humanos se ingeniaron para no hacerle resistencia  a la bestia sísmica. En Perú unas bolas  en el pie de las paredes bastaban para jugar con los vaivenes, eso en Caral. En Qosqo unas abrazaderas de piedra en cada esquina y los muros libres y posados sobre el suelo para dejarse mecer. La gente se ingeniaba para resistir las furias. En otras partes las viviendas fueron de bejucos para no dañar a sus habitantes. Cuánto más altos los edificios más vulnerables. ¿Ciento cincuenta pisos? Una pirámide moderna donde se estrechan los cuerpos y las mentes. No era cuestión solo de reproducirse. Ahora se piensa en colonizar otros planetas. En Qosqo inka había una waka, la Warasinse, en cuya orilla se formaban los terremotos. Había que mantenerla calmada con un bozal de ruegos, adormecida a punto de cariño. ¡Quién se iba a atrever a inmovilizarla de otro modo!

No hay un poema, ni un escrito, ni una canción. Qué decirle a la Tierra cuando  tiembla, se excita y se acalora, cuando desenfunda sus cimitarras cortavientos, cuando no soporta a una humanidad irreverente. Su protesta es nuestra protesta. Quién iba a saber de unos volcancitos submarinos que energizan sus rabias en ciertas épocas y crean situaciones de espanto, o vientos que se filtran en las grietas y las expanden por segundos hasta caer exhaustos unos sobre otros.

Estamos en el Cinturón de Fuego del Pacífico y cuando ajusta Dios nos salve a las hormigas humanas ante la majestad de la naturaleza terráquea y sus iras. Que no tengamos que decir “Ave Tierra…”

Alfonsina Barrionuevo

domingo, 2 de julio de 2017

UN ALTAR QUE BAILA 

Mi primer Inti Raymi fue glorioso. Me escapé del colegio y me fui con una compañera a verlo. Una aventura increíble que compartí después con mi madre. No dijo nada porque me vio con los ojos tan brillantes que no quiso romper su encanto. Subimos a pie a Saqsaywaman, tratando de que no nos vieran con el uniforme acusador, y no sé cómo aparecimos en la parte más alta del soberbio conjunto inka. Estuvimos allí sólo minutos porque debíamos volver a nuestros hogares lo más pronto. Agitadas, con el corazón dando saltos de emoción, nos sentimos en el cielo mirando pasar a los bailarines. Entre ellos pude enfocar a uno que me fascinó. Se trataba de un extraño personaje que parecía un altar viviente. Una especie de faldón de cuero muy estirado con forma de campana apretando su cintura, de donde partía hacia arriba un armazón con dos o tres pisos de adornos. Ese aparato lo obligaba a moverse pausadamente con movimiento sacerdotal, de rito, a un son solemne. Su nombre correspondía a lo que representaba. Se trataba de un Altar tusuq. A lo lejos su tocado y todo su traje relucía como si fuera de oro. Escuché alguna vez un comentario sobre él usando un nombre mágico: Q’arataka. 

El recuerdo de mi primer Inti Raymi ha estado siempre unido a este bailarín que admiré y que luego se perdió dejándome una huella inolvidable. Este domingo lo volví a hallar con el mismo donaire en la cerámica de Abdon Ccahuantico Kusi. Su presencia me llenó de alegría, pues volvía del ayer. El artista de “Manos  Peruanas“, una feria de arte popular organizada por el Ministerio de Industria y Turismo en la explanada de Larcomar, lo encontró en una revista. Le sonreí como en un sueño. El Altar tusuq majestuoso, precediendo a la comitiva del Inka, con una multitud aplaudiéndolo, llegando quizá de qué pueblo en homenaje al Único Señor del Tawantisuyu. En la epidermis vidriada que le ha dado el artista está con su brillo congelado, para un mañana de siglos. Puede que sea Inka o que venga de los siglos XVII o XVIII. Si alguien me puede alcanzar algunos datos me sentiré muy feliz. En ese Inti Raymi de mis mejores días me quedé con las ganas de develar su misterio.   


AGÜITA BUENA

En los siglos prehispánicos el agua bajaba retozona desde los altos picos andinos.  En los inviernos copiaba rostros sonrientes en sus espejos. En los mates donde la recogían para beber sabía a cielo azul, a wayllares verdes, a sombra de árboles amigos. Los camarones jugaban a las escondidas en los charcos que se fomaban a sus costados. Los peces eran equilibristas que saltaban de un lado a otro o bajaban por resbaladeros de piedra en piedra. 

Los habitantes de Lima antigua llamaban a su río Mamaq Mayu por la gran cantidad de carrizos o ‘mama’ que crecían en sus orillas como si fueran las barbas de un abuelo complaciente. En los veranos el río era todo risas, una revolución ciudadana en su cauce. Las lluvias le hacían crecer  llenando sus riberas. Nunca fue un río hablador y no se sabe cuando los españoles lo nombraron equivocadamente rimaq, “el que habla”. Quizá la fama de Pachakamaq, el santuario de los oráculos, donde los sacerdotes hablaban con las fuerzas de la naturaleza y el cosmos, influyó en el cambio de su patronímico.

No lo entendieron bien y el Mamaqmayu pasó a llamarse río Rímac despoblándose de caritas risueñas, peces y camarones; dejando atrás su pasado de linfas cristalinas, su origen en la paqarina blanca de los Andes, su orgullo de capturar en sus cristales las imágenes del sol, la luna y las estrellas.
Imposible devolverle sus viejas dulzuras. El antiguo Mamaq mayu surte a la capital como antes, pero enturbiado por los residuos contaminantes y los desagues. Lo único que queda para beber puede devolverle sus sueños con una receta peregrina y simpática, después de su paso por la Atarjea.

Receta:
Para que el agua pierda un poco el cloro que la satura: Poner agua potable del Rímac en un vaso de cristal. Agregarle una pizca de bicarbonato con una sonrisa y el jugo de medio limón,  mejor si es jugo de tumbo para darle su aroma. Media cucharita de azúcar o nada. Tomar de inmediato. Realizar esto 3 veces al día + 4 veces al día sin agregar el bicarbonato (solo medio limón o tumbo) Así mantienes el cuerpo alcalino al 100%.

Por si acaso la receta no es mía.

Alfonsina Barrionuevo