domingo, 24 de noviembre de 2019


ALGO QUE QUITA EL SUEÑO  
Es curioso como solo un español vio los tesoros del Qorikancha, el templo de oro del sol, y los describió para la posteridad. Aquellos que llegaron por primera vez al Qosqo resplandeciente de la tercera década del siglo XVI, Martín de Moguer, Martín Bueno y Juan de Zárate, para tomar su botín, no tuvieron la capacidad de hacer reseña alguna. La codicia embargó sus sentidos y se lanzaron desesperadamente a desprender de los muros del Qorikancha el rico metal que los cubría. Seguramente los vio de otra manera Francisco de Jerez,  el tesorero de Francisco Pizarro, pero no fue más allá de una relación magra para la Caja Real de Sevilla. La mayor parte del saqueo, tablones, fajas y cuartones, fue derretido en Cajamarca.
Tenía que ser Bartolomé de las Casas quien se fijara en ellos desde otro punto de vista, del diletante. Nacido en Sevilla en 1484, estudiante de leyes en Salamanca,  encomendero y fraile dominico, que llegó a la alta dignidad de obispo de Chiapas en 1550 y murió en Madrid en 1566. Abrió los ojos deslumbrado ante tal magnificencia y si usó la pluma sin pensarlo dos veces para hacer una narración de cuanto escuchó sobre los señores Inkas, que colocaron espigas de oro en el techo de paja de sus edificios sacros. Mucho dice de él su declaración de que no fue a conocer el Qosqo, la maravillosa capital, porque debía atender su protectorado de indios y defenderlo de los conflictos provocados por otros españoles. Esa decisión no impidió que se interesara todo lo que pudo por ella y que preguntara minuciosamente sobre sobre las gentes del Perú a cuanto viajero había ido a sus predios.

Resultado de imagen para bartolome de las casasEl fraile dominico de La Española, Centro América, nunca pisó tierra peruana, pero tuvo la fortuna de contemplar las piezas del Qorikancha rumbo a la península. Muy cerca suyo los galeones del rey debieron esperar que llegaran de tierra firme los valiosos cargamentos. Envíos millonarios que observó pasmado desde un lugar lejano, ‘a tres mil leguas de tierra’ al sur. Es evidente que sus reflejos áureos además de su belleza le inspiraron, pues tenía que expresar su admiración por algún medio. En su libro comentó que los tablones del rico metal, los cuales hasta había palpado, tenían el tamaño y la hechura de los respaldares de las sillas conventuales y un grosor poco más de su dedo pulgar. Ver tantas cosas, que fueron extraídas a punta de barretas de cobre, lo dejaron ensimismado. 
El efecto que le causó una especie de silla de oro, tal vez de una waka o adoratorio, avaluada en diecinueve mil pesos de oro, y de otro asiento que tendría unas ocho arrobas de oro, lo extasió. Aquello estaba fuera de su realidad en una región desconocida. La ciudad que pudo generar tales riquezas remeció su espíritu.

Las páginas de sus crónicas son un documento digno de leerse. ‘Yo vi, declaró, una tinaja donde cabrían tres y cuatro arrobas de oro’. En cada pieza  ‘espantable’, observó con énfasis, mezclaron diestramente la plata con el oro, luego el oro con la plata y el barro sin soldaduras en verdadera proeza. Tinajas con base de barro y desde la mitad para arriba de plata. Otras en las que los orfebres hacían derroche de arte al fundir primero la plata y bajando en degradé la iban articulando y combinando con el oro en un alarde de suma delicadeza. Había tinajas con pie o base de barro, al centro una envoltura de plata y  más arriba de oro. Otro primor consistía en que llegando la plata hacia el oro iba perdiendo su color  para tomar el de aquel y viceversa. En las vajillas, fuentes y candeleros (¿) desbordaban los follajes y labores de adorno dando lugar a que se agregara a su valor el arte que nunca se mencionó. Señaló incluso unas ollas de barro cubiertas con hojas de oro.
De las Casas afirmó que no había oficial entre los ibéricos que lograse algo semejante. Aquello que habían hecho en el Qosqo quitaba el sueño.
Se dice que al escuchar comentarios sobre estos trabajos extraordinarios llevados del Nuevo Mundo el famoso orfebre florentino Benvenuto Cellini viajó a Sevilla para verlos. Se ignora cómo los vio de las Casas, quizá le sirvió su condición de fraile con autoridad porque tuvo varios cargos o fue su amistad con los encargados del transporte de tales joyas. Hombre culto, filósofo, su sensibilidad nos permite tener verdaderas primicias sobre la obra de los orfebres y plateros que recurrieron a sorprendentes técnicas y artes para encumbrar los templos del Qosqo.
Alfonsina Barrionuevo

domingo, 17 de noviembre de 2019


LAS CUENTAS DE WAKARAPORA

Pedro Cieza de León, nacido en Llerena, Sevilla, autor de ‘Crónica del Perú’ y ‘El Señorío de los Incas’, cruzó  el Atlántico en 1535 a los 15 años de edad. Se quedó en Colombia y estuvo en el Perú de 1547 a 1550. Volvió a España y falleció en 1554, a los 34 años de edad.

El Perú le impresionó y al encontrar que buena parte de la información que anduvo recogiendo estaba en unas cerdas y nudos se resistió a darles una calidad de escritura. Tenía que averiguarlo y quedó espantado cuando Wakarapora, kuraka de Markawillka, Xauxa, respondió a su inquietud haciendo que le llevaran un gran khipu. En amistosa visita rogó al señor que le explicara cómo funcionaban dichos cordeles para contar hechos pasados. Este accedió amablemente y antes de comenzar le dijo que allí tenía las cuentas de cuanto envió al capitán Francisco Pizarro a Cajamarca hacía catorce años.  Los hilos eran de variados colores, de diferente grosor, algunos más pequeños anexados, y los ñudos estaban dispuestos juntos o separados. Levantando cada uno le explicó con exactitud, como si lo estuviera leyendo, el número de hombres de apoyo y mujeres de servicio que le mandó, la cantidad de oro y plata anotada en hilos amarillos y blancos, la ropa kunpi tejida con fibra de alpaka, los sacos de maíz, los camélidos para la carga y alimentación, y hasta los fardos de leña y  otras cosas por muy menudas que fueren.*
Los hilos y ñudos de cuentas daban razón de los gastos que se habían hecho  y otras cosas. En los nudos se contaba de uno hasta diez, y de diez hasta cien y de cien hasta mil.
Al pasar los hilos estos fueron detallando pormenores interesantes además de las cifras en otros ñudos. Ante la precisión el sevillano confesó en su crónica que el régulo Xauxa lo dejó pasmado. 


(Unas cuentas parecidas recibió la Corona de señores también de Jauja para fundamentar su excepción de los tributos por haber ayudado a los conquistadores. Las notas  revelaban que los khipus contenían más que una simple relación  de cifras. La descripción minuciosa de cuánto se había  anotado. Nombre de los sitios que contribuyeron, número de estancias en que fueron seleccionados los animales, la identidad de quienes tejieron las ropas y otros bienes confeccionados especialmente, citando en algunos casos trabajos finos de prendas con argentería, bordados con oro y plata trabajados por plateros expertos, incluyendo aderezos de esmeraldas, turquesas y otras gemas preciosas, así como chakiras menudas.)  

En otro capítulo que es temprano, porque su obra sobre el señorío de los Incas data de 1549 más o menos, menciona por primera vez a unos indios viejos de Qosqo muy diestros en manejar tales cordeles. Estos eran convocados para asentar en sus khipus unos cantares que otros ancianos muy hábiles, de ingenio y vivo juicio, (eran quizá los harawikuq) hacían de hechos que habían pasado  en las provincias, “ora prósperas, ora adversas”. Los cantares se interpretaban una sola vez y tenían lugar en los funerales del Inka  para que fueran escuchados por su sucesor.

Los khipukamayoq los copiaban en sus grandes ramales con cuerdas y ñudos para que no fueran olvidados. Los cantares se iniciaban poéticamente poniendo como testigos “al Sol y la Luna, la Tierra, los montes, los árboles y las piedras…” y así se pasaban a los khipus.
Carlos Araníbar, prologuista de Cieza de León, comenta que ‘el  trashumante hurgador de antiguallas’ recogió de Kayo Thupaq Yupanki y de orejones amigos de Qosqo  la versión oficial de los yngas yupangues, reyes antiguos que fueron del Peru.’”
La impresión de orden y justicia que observó durante su recorrido de tres años fue enorme sin dejar de advertir los daños que causaban los españoles, indica Araníbar. En la denuncia fue implacable. ‘Las ciudades por donde pasaban parecía que habían sido consumidas por el fuego, sin pensar que llegaran nunca a reponerse”, y censura a “los que escriben sin ver ni saber la tierra  de donde escriben’.

Cieza y otros cronistas dan testimonio fehaciente en sus manuscritos de la validez de los khipus como escritura inka. Ésta y otras revelaciones se encuentran en mi libro ‘Qué dicen los khipus’.
Ellos hablaban.
Alfonsina Barrionuevo

domingo, 10 de noviembre de 2019


LOS MASTODONTES DEL QOSQO
En el Qosqo me gustaría vender al turista, que busca cómo admirarse más, la visión de cientos de mastodontes rodeando el lago donde ahora quepa la ciudad. Las monumentales bestias que existieron en el ñaupapacha, tiempo sin edad, apretujándose para beber sus aguas. Restregándose después en sus muros de piedra para retirarse a un sector inédito de Saqsayman. Hacerlo con la imaginación no cuesta nada. Hoy es interesante hacerles un ligero contraste observando al ágil pajarito que salta en el sector de Lanlakuyuq. Un mondadientes alado para ellos. La idea de que esos colosales antepasados volvieran con la mente aunque sea solo por segundos es fascinante. El resto, con mucho de verdad, forma parte de su historia  hace un siglo y pico.
Retroceder a 1911  cuando el geólogo Herbert Gregory  y  el osteólogo  George F. Eaton estaban explorando los cerros del  Qosqo, se llenaron de asombro al encontrar restos óseos fósiles de inesperadas criaturas. Ambos formaban parte de la Expedición Científica de la Universidad de Yale, Estados Unidos de Norteamérica, que acompañó a Hiram Bingham. Ambos sumaron al  hallazgo prehistórico un descubrimiento que los conmocionó. La majestuosa ciudad inka que tenían a la vista ocupaba el lecho de un inmenso lago glacial desaparecido en una época remota al que dieron el nombre de Morkill. Según he averiguado,  sin confirmación, sería el apellido de un hacendado que les facilitó provisiones, cabalgaduras y hospedaje para que pudieran delimitar su contorno. 

Los fragmentos óseos que hallaron en sus exploraciones pertenecían a un mastodonte, parecido al mamut, predecesor del elefante actual que parecería a su lado del tamaño de una hormiga isula colosal, si se considera que el otro tenía la dimensión de un edificio de tres pisos; y, de un glyptodonte, igualmente gigantesco, lejanísimo pariente de nuestro armadillo o kirkincho, cuya caparazón se convierte en caja de resonancia musical del charango o chillador de muchos poblados.
Resultado de imagen para mastodontes en peruMás tarde salieron al descubierto en localidades cercanas más  vestigios de una megafauna. Abuelísimos megaterios parecidos a los perezosos; más glyptodontes  recubiertos de gruesas placas exagonales como acorazados; paleollamas de enormes lampos de fibra; agresivos felinos de colmillos mortales y antiquísimos caballos que acabaron yéndose a galopar a la Patagonia. Los cambios climáticos y quién sabe la pérdida del lago  influyeron en la extinción de estos descomunales animales.  En 1946  el biólogo cusqueño Carlos Kalafatovich encontró fósiles de algas y caracoles ampliando su impresionante panorama.
La idea* de reproducir el lago Morkill gráficamente, para que se aprecie como habría sido en una época auroral, permite hacer una regresión para explicar la existencia de Qosqo desde que el fuego magmático resquebrajó la megamasa que nos tocó y empujó los Andes arrugándolos. Voy pasando los dedos sobre sus relieves y siento la trasmisión de una energía estremecedora. En cada orqo o cresta de la cordillera  pareciera que duermen bajo toneladas de arcilla y arena mastodontes, glyptodontes y megaterios que poblaron sus orillas en la eras de finales de la  terciaria y gomienoz de la cuaternaria, como dicen los estudiosos.
Nunca se hubieran encontrado con seres humanos pero formaron una corona de vida que impregnó el ambiente del cáliz de roca que albergó a  los Hermanos Ayar y su gente. Su rispidez fue un desafío al que respondieron sin dar un paso atrás, intuyendo  que podrían transformar el erial con la fuerza de sus sueños. Si algo conquistó su espíritu debió ser la sensación de seguridad que se desprendía de los cerros circundantes y la presencia grata del agua susurrando promesas  al deshacer sus melenas en húmedas caricias. El lecho pantanoso no los arredró. Era un trabajo que tendría que hacerse en el futuro.
Alfonsina Barrionuevo
Leer más en mi libro ‘Qué dicen los khipus’. Se encuentra en las librerías Virrey, Cultura Peruana y Estruendo Mudo de Miraflores, y Librería Sur y Communitas de San Isidro.
  * La simulación que mandó hacer Ana María Gálvez. para el Museo Histórico Regional “Casa del Inka Garcilaso”, cuando fue su Directora,  hace patente la dimensión del lago Morkill que se extendía desde Saqsaywaman  hasta Lucre.

martes, 5 de noviembre de 2019


TESTIMONIO

Muchos se preguntarán por qué habiendo estudiado leyes y terminado con mi graduación en la Universidad Nacional Mayor de San Marcos, me dediqué al periodismo. Tuve la intención de ejercer y la suerte de ingresar a un estudio de prestigio. Ya tenía cierta experiencia, pues, escribía en ‘El Comercio Gráfico’ una página llamada ‘Sea Ud. el Juez’. En el archivo de la Corte Superior de Justicia tomaba semanalmente cinco casos exponiendo motivos, agravantes, atenuantes y forma de actuar de la gente juzgada, de acuerdo inclusive a sus regiones. En el estudio me encargaron uno patético que no quise defender. Se trataba de un delincuente execrable. Me respondieron que era un ‘cliente’ y siendo así debía atenderle. Llevé el caso y logré sacarlo en libertad condicional, pero no acepté el sobre con mis primeros honorarios, solicité que se lo dieran a la madre de la víctima con mis disculpas. El jefe del estudio comentó que había hecho un buen trabajo y me auguró nuevos éxitos. Aproveché el momento para renunciar. Elegí el camino del periodismo y siento que hice bien. Nada mejor que luchar por una hermosa causa y tener la conciencia tranquila.
Mi admiración por el Perú se fue construyendo a medida que pasaban los años. Era yo una niña tan delgada que mi padre, escuchando el consejo del médico, me llevó al campo, a la casa de su madre en Huaro. En ella me sentí tan sola que buscaba el calor de la cocina. Aunque colgaban del techo unas estalactitas de hollín, me acomodaba en un poyo cubierto con un pellejo suave junto al fogón, y disfrutaba el cariño de las mit’anis a la par que  su comida, mote, kancha y a veces un charki tostado.

Resultado de imagen para huaro cuscoCuando desaparecía de la tienda de la abuela, de mi cuarto, o del caserío de la hacienda de un pariente, donde pasábamos las vacaciones, siempre me encontraban en las cocinas donde solía ser una oyente gratificada de mitos, leyendas, cuentos fantásticos y otras historias. Allí recibí las mejores lecciones de esta religión de amor a lo nuestro. Nunca me fallaron, ni ellas ni la gente que encontraba en panpas (1) donde no había ni una bodega modesta. Sentada sobre el ichu punero compartían conmigo su chuño amargo con queso  que  sabía a gloria.
He recorrido mucho los caminos de todas las regiones, desde el nivel del mar a las nieves ternas, gozando de amaneceres soleados y atardeceres de encanto, arenales, cerros, ríos, bosques, una fauna y flora sorprendente. En años pasados, con los fotógrafos que ilustraban mis artículos, y más tarde con equipos de televisión, llegaba a lugares remotos a pie, a caballo, en carros destartalados, avionetas y helicópteros, durmiendo en cualquier parte, en casas parroquiales, vecinales o estancias de pastores donde descansaba sintiendo los escarceos y los gritos amorosos de los kuyes.
¡Ah, los paisajes que yo misma he capturado y me llevaré en mis pupilas cazando maravillas con una reina de las cámaras, la Hasselbladt! He estado en fiestas patronales innumerables, escribiendo a mano alzada en libretas, tan rápido que no podía descifrar mis apuntes y al cabo con una grabadora fiel.
He tenido suerte con mis anfitriones del Ande, siguiendo la información previa de arqueólogos e historiadores en pos de las culturas; conociendo a músicos, cantores, bordadores de ropa celestial para para vírgenes, santos, mayordomos y bailarines que mantienen viejos usos y costumbres.
 No puedo decir cuántas entrevistas he hecho en diarios, revistas nacionales y extranjeras y en los canales de televisión. Creo que a su manera todas fueron personalidades que me enseñaron mucho. Alcancé a conversar con el gran sociólogo Josué de Castro, autor de la ‘Geografía del Hambre’; con María Reiche, el espíritu de las panpas de Naska; así mismo con la notable Alicia Bustamante, coleccionista del arte popular; el famoso muralista arequipeño Teodoro Núñez Ureta; el escritor de la rupa rupa, Francisco Izquierdo Ríos; Manuel Scorza, el novelista que terminó atrapado en los tapices mágicos de la tejedora del tiempo  y otros de un mundo cultural que se reunía en la capital.
Tuve la suerte de hablar con José María Arguedas, quien escribió con sangre las trágicas historias de su tierra, y a Ciro  Alegría, el narrador de ‘Los Perros Hambrientos’, aunque más que hablarles los escuchaba pues para mí, que me iniciaba, eran verdaderas montañas. Ellos sabían muy bien cuánto debíamos luchar los provincianos en un medio hostil al que aportamos  nuestros valores y banderas.
Al principio mis temas no interesaron a los directores de diarios y revistas, hasta que tuve una página llamada ‘Descubriendo el Perú’ y comencé mis viajes. Nunca me rendí, ni siquiera cuando me enviaron al Frontón, la isla prisión, varias veces. Lo peor que podía pasar era que la lancha donde iba se pudiera volcar y entonces la reflotarían primero, para luego rescatar a los náufragos en un mar convulso. Yo  estuve curada de espantos. Llegué a conocer todas las cárceles de Lima, algunas con hombres que perdieron la razón y eran un despojo. La carceleta del Palacio de Justicia me dio escalofríos cuando cerraron su enorme reja tras mío y del juez que me iba a relatar algunos casos. Me aconsejaron que debía cuidarme del ‘manteo’, cuando se cerraban en círculo para robar o manosear a los visitantes. No ocurrió tal cosa, se enteraron que era periodista e hicieron fila para pedirme que entregara sus cartas a sus familias.
Ellos eran el rostro de los olvidados por la ley.
Alfonsina Barrionuevo
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(1) Panpa. Palabra qechwa. Se debe escribir con ‘n’.