martes, 5 de noviembre de 2019


TESTIMONIO

Muchos se preguntarán por qué habiendo estudiado leyes y terminado con mi graduación en la Universidad Nacional Mayor de San Marcos, me dediqué al periodismo. Tuve la intención de ejercer y la suerte de ingresar a un estudio de prestigio. Ya tenía cierta experiencia, pues, escribía en ‘El Comercio Gráfico’ una página llamada ‘Sea Ud. el Juez’. En el archivo de la Corte Superior de Justicia tomaba semanalmente cinco casos exponiendo motivos, agravantes, atenuantes y forma de actuar de la gente juzgada, de acuerdo inclusive a sus regiones. En el estudio me encargaron uno patético que no quise defender. Se trataba de un delincuente execrable. Me respondieron que era un ‘cliente’ y siendo así debía atenderle. Llevé el caso y logré sacarlo en libertad condicional, pero no acepté el sobre con mis primeros honorarios, solicité que se lo dieran a la madre de la víctima con mis disculpas. El jefe del estudio comentó que había hecho un buen trabajo y me auguró nuevos éxitos. Aproveché el momento para renunciar. Elegí el camino del periodismo y siento que hice bien. Nada mejor que luchar por una hermosa causa y tener la conciencia tranquila.
Mi admiración por el Perú se fue construyendo a medida que pasaban los años. Era yo una niña tan delgada que mi padre, escuchando el consejo del médico, me llevó al campo, a la casa de su madre en Huaro. En ella me sentí tan sola que buscaba el calor de la cocina. Aunque colgaban del techo unas estalactitas de hollín, me acomodaba en un poyo cubierto con un pellejo suave junto al fogón, y disfrutaba el cariño de las mit’anis a la par que  su comida, mote, kancha y a veces un charki tostado.

Resultado de imagen para huaro cuscoCuando desaparecía de la tienda de la abuela, de mi cuarto, o del caserío de la hacienda de un pariente, donde pasábamos las vacaciones, siempre me encontraban en las cocinas donde solía ser una oyente gratificada de mitos, leyendas, cuentos fantásticos y otras historias. Allí recibí las mejores lecciones de esta religión de amor a lo nuestro. Nunca me fallaron, ni ellas ni la gente que encontraba en panpas (1) donde no había ni una bodega modesta. Sentada sobre el ichu punero compartían conmigo su chuño amargo con queso  que  sabía a gloria.
He recorrido mucho los caminos de todas las regiones, desde el nivel del mar a las nieves ternas, gozando de amaneceres soleados y atardeceres de encanto, arenales, cerros, ríos, bosques, una fauna y flora sorprendente. En años pasados, con los fotógrafos que ilustraban mis artículos, y más tarde con equipos de televisión, llegaba a lugares remotos a pie, a caballo, en carros destartalados, avionetas y helicópteros, durmiendo en cualquier parte, en casas parroquiales, vecinales o estancias de pastores donde descansaba sintiendo los escarceos y los gritos amorosos de los kuyes.
¡Ah, los paisajes que yo misma he capturado y me llevaré en mis pupilas cazando maravillas con una reina de las cámaras, la Hasselbladt! He estado en fiestas patronales innumerables, escribiendo a mano alzada en libretas, tan rápido que no podía descifrar mis apuntes y al cabo con una grabadora fiel.
He tenido suerte con mis anfitriones del Ande, siguiendo la información previa de arqueólogos e historiadores en pos de las culturas; conociendo a músicos, cantores, bordadores de ropa celestial para para vírgenes, santos, mayordomos y bailarines que mantienen viejos usos y costumbres.
 No puedo decir cuántas entrevistas he hecho en diarios, revistas nacionales y extranjeras y en los canales de televisión. Creo que a su manera todas fueron personalidades que me enseñaron mucho. Alcancé a conversar con el gran sociólogo Josué de Castro, autor de la ‘Geografía del Hambre’; con María Reiche, el espíritu de las panpas de Naska; así mismo con la notable Alicia Bustamante, coleccionista del arte popular; el famoso muralista arequipeño Teodoro Núñez Ureta; el escritor de la rupa rupa, Francisco Izquierdo Ríos; Manuel Scorza, el novelista que terminó atrapado en los tapices mágicos de la tejedora del tiempo  y otros de un mundo cultural que se reunía en la capital.
Tuve la suerte de hablar con José María Arguedas, quien escribió con sangre las trágicas historias de su tierra, y a Ciro  Alegría, el narrador de ‘Los Perros Hambrientos’, aunque más que hablarles los escuchaba pues para mí, que me iniciaba, eran verdaderas montañas. Ellos sabían muy bien cuánto debíamos luchar los provincianos en un medio hostil al que aportamos  nuestros valores y banderas.
Al principio mis temas no interesaron a los directores de diarios y revistas, hasta que tuve una página llamada ‘Descubriendo el Perú’ y comencé mis viajes. Nunca me rendí, ni siquiera cuando me enviaron al Frontón, la isla prisión, varias veces. Lo peor que podía pasar era que la lancha donde iba se pudiera volcar y entonces la reflotarían primero, para luego rescatar a los náufragos en un mar convulso. Yo  estuve curada de espantos. Llegué a conocer todas las cárceles de Lima, algunas con hombres que perdieron la razón y eran un despojo. La carceleta del Palacio de Justicia me dio escalofríos cuando cerraron su enorme reja tras mío y del juez que me iba a relatar algunos casos. Me aconsejaron que debía cuidarme del ‘manteo’, cuando se cerraban en círculo para robar o manosear a los visitantes. No ocurrió tal cosa, se enteraron que era periodista e hicieron fila para pedirme que entregara sus cartas a sus familias.
Ellos eran el rostro de los olvidados por la ley.
Alfonsina Barrionuevo
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(1) Panpa. Palabra qechwa. Se debe escribir con ‘n’.


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