ALGO QUE QUITA EL
SUEÑO
Es
curioso como solo un español vio los tesoros del Qorikancha, el templo de oro
del sol, y los describió para la posteridad. Aquellos que llegaron por primera
vez al Qosqo resplandeciente de la tercera década del siglo XVI, Martín de Moguer,
Martín Bueno y Juan de Zárate, para tomar su botín, no tuvieron la capacidad de
hacer reseña alguna. La codicia embargó sus sentidos y se lanzaron desesperadamente
a desprender de los muros del Qorikancha el rico metal que los cubría. Seguramente
los vio de otra manera Francisco de Jerez,
el tesorero de Francisco Pizarro, pero no fue más allá de una relación
magra para la Caja Real de Sevilla. La mayor parte del saqueo, tablones, fajas
y cuartones, fue derretido en Cajamarca.
Tenía
que ser Bartolomé de las Casas quien se fijara en ellos desde otro punto de
vista, del diletante. Nacido en Sevilla en 1484, estudiante de leyes en Salamanca, encomendero y fraile dominico, que llegó a la
alta dignidad de obispo de Chiapas en 1550 y murió en Madrid en 1566. Abrió los
ojos deslumbrado ante tal magnificencia y si usó la pluma sin pensarlo dos
veces para hacer una narración de cuanto escuchó sobre los señores Inkas, que
colocaron espigas de oro en el techo de paja de sus edificios sacros. Mucho
dice de él su declaración de que no fue a conocer el Qosqo, la maravillosa
capital, porque debía atender su protectorado de indios y defenderlo de los
conflictos provocados por otros españoles. Esa decisión no impidió que se interesara
todo lo que pudo por ella y que preguntara minuciosamente sobre sobre las
gentes del Perú a cuanto viajero había ido a sus predios.
El
fraile dominico de La Española, Centro América, nunca pisó tierra peruana, pero
tuvo la fortuna de contemplar las piezas del Qorikancha rumbo a la península. Muy
cerca suyo los galeones del rey debieron esperar que llegaran de tierra firme los
valiosos cargamentos. Envíos millonarios que observó pasmado desde un lugar
lejano, ‘a tres mil leguas de tierra’ al sur. Es evidente que sus reflejos
áureos además de su belleza le inspiraron, pues tenía que expresar su
admiración por algún medio. En su libro comentó que los tablones del rico
metal, los cuales hasta había palpado, tenían el tamaño y la hechura de los
respaldares de las sillas conventuales y un grosor poco más de su dedo pulgar.
Ver tantas cosas, que fueron extraídas a punta de barretas de cobre, lo dejaron
ensimismado.
El
efecto que le causó una especie de silla de oro, tal vez de una waka o
adoratorio, avaluada en diecinueve mil pesos de oro, y de otro asiento que
tendría unas ocho arrobas de oro, lo extasió. Aquello estaba fuera de su
realidad en una región desconocida. La ciudad que pudo generar tales riquezas remeció
su espíritu.
Las
páginas de sus crónicas son un documento digno de leerse. ‘Yo vi, declaró, una
tinaja donde cabrían tres y cuatro arrobas de oro’. En cada pieza ‘espantable’, observó con énfasis, mezclaron
diestramente la plata con el oro, luego el oro con la plata y el barro sin
soldaduras en verdadera proeza. Tinajas con base de barro y desde la mitad para
arriba de plata. Otras en las que los orfebres hacían derroche de arte al
fundir primero la plata y bajando en degradé la iban articulando y combinando
con el oro en un alarde de suma delicadeza. Había tinajas con pie o base de
barro, al centro una envoltura de plata y
más arriba de oro. Otro primor consistía en que llegando la plata hacia
el oro iba perdiendo su color para tomar
el de aquel y viceversa. En las vajillas, fuentes y candeleros (¿) desbordaban
los follajes y labores de adorno dando lugar a que se agregara a su valor el
arte que nunca se mencionó. Señaló incluso unas ollas de barro cubiertas con
hojas de oro.
De
las Casas afirmó que no había oficial entre los ibéricos que lograse algo
semejante. Aquello que habían hecho en el Qosqo quitaba el sueño.
Se
dice que al escuchar comentarios sobre estos trabajos extraordinarios llevados del
Nuevo Mundo el famoso orfebre florentino Benvenuto Cellini viajó a Sevilla para
verlos. Se ignora cómo los vio de las Casas, quizá le sirvió su condición de
fraile con autoridad porque tuvo varios cargos o fue su amistad con los
encargados del transporte de tales joyas. Hombre culto, filósofo, su sensibilidad
nos permite tener verdaderas primicias sobre la obra de los orfebres y plateros
que recurrieron a sorprendentes técnicas y artes para encumbrar los templos del
Qosqo.
Alfonsina
Barrionuevo
Esta es una crónica tambien de oro sobre la gran orfebrería de oro de nuestros gloriosos antepasados incas. Estimo que formará parte de otra gran obra tuya, necesaria e urgente, para revalorar y colocar a nuestra herencia precolombina en el sitial aureo que le corresponde.
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