domingo, 28 de diciembre de 2014

ESTRELLAS EN LOS ANDES

En los lugares más altos de la cordillera es un privilegio contemplar su cielo estrellado. Unas veces en sembrío de luces. Otras, mostrando enormes cuerpos celestes. Las constelaciones, que aparecen flotando como brillantes navíos espaciales.
“-Mira, aquella es una llama, “-me dijo la abuelísima mama Candelaria, en un pequeño caserío de Canta, en Lima, –y está con su cría, señal de que el año será bueno.”
“-Es la Urkuchillay.”
“-No sé, pero si está sin su cría no se multiplicarán los cultivos.”

En los Andes la gente suele mirarlas durante toda su vida. Los niños nacen de cara a las estrellas y al final, cuando se despiden, ellas rutilan por última vez en las pupilas de los ancianos. Allá su visión es ultraterrena. A la distancia parece que  que llevaran la esencia del infinito. Las mujeres no deben contarlas porque si lo hacen tendrán muchos hijos. “Las estrellas, afirman, son luciérnagas celestes, pinchinkurus, gusanos de luz, que encienden el farolito de sus vientres.”

Ch’isin ch’aska, “la luz de sus abismos”, estrella del atardecer, es la más bella de todas. La Huch’uy Cruz sale después y se va al amanecer. La que  se oculta de rato en rato es Lluthu, estrella perdiz. Hanp’atu, estrella sapo, salta sobre nuestras cabezas. Llamañawi baja hasta los cerros y se confunde con los rebaños en los meses de mayo y junio. Las Chupayoq Ch’aska son estrellas con cola (cometas).  Si Qolqa, la estrella granero, aparece el 24 de junio, día de San Juan, el año será excelente.

“-Las estrellas son como nosotros, agrega Santusa Wallpari de Ampay, caserío del Valle Sagrado, en Cusco. -Cuando alguna se apaga la noche se oscurece pòrque hay tristeza en el cielo. Qoyllur, es la estrella de las ñust’as o princesas inkas (conocida también como Venus). Es ligeramente rosada (y aparece junto a Sirio, que es brillante). La Cruz del Sur, la Hatun Calvario, se llama también Chakana o Llakana. Los ojos de Urkuchillay, que aparece en medio de un río de estrellas, son grandes y su cuello es largo.  Ella bebe el agua de mar a medianoche  cuando nadie la ve. Dicen que  que si no bebiera esa agua  el mar cubriría el mundo y todos quedaríamos sepultados en sus profundidades.”

El Zodiaco Inka no tiene nada que ver con el zodiaco occidental. Los naskas graficaron en una extensa panpa los signos para el año que valen para todos los peruanos. María Reiche los limpió. No conocía su paralelo con las constelaciones andinas.
¿Algo más?. Mucho se queda en el tintero.
Hasta el próximo domingo.   



MANJARES DE LOS RUNAS
                 
En el siglo XVI, cuando arribaron los españoles, encontraron una cocina multicolor, nutriente y nutrida.
Para ellos, que estaban acostumbrados sólo a las carnes rojas, el trigo, las lentejas, las arvejas, las habas y el arroz, esa diversidad de platos les resultó alucinante. Ignoraban de qué plantas y animales provenían sus manjares,  cómo se preparaban y comían.
Una locura para los estómagos de la tropa acostumbrada a magras raciones. La gente con titulos que llegó después también se asombró,
La conquista española, en el rubro de los alimentos, provocó  otra dura batalla: el arrinconamiento de los nuestros y la imposición de los suyos. Su preocupación se  registra en los premios ofrecidos a quienes lograran que prendieran sus cultivos y obtuvieran la primera cosecha de Occidente en  tierra nueva.
Mientras ponían sambenitos al maíz, como grano maldito que ─supuestamente─ contagiaba la sífilis, el trigo era ─también supuestamente─ bendito, porque en la misa se convertía en “cuerpo de Dios”. La papa  pasó a ser solamente  digna de los cerdos y  los presos de sus cárceles. Ni qué decir de la yuka,  la oka o la  kinua: que conocieron muy tarde. Ni al tomate, que iría  a sazonar sus tallarines.

El primer fruto español en crecer y madurar fue una granada que pasearon en procesión, por la Plaza de Armas de Lima. El dichoso dueño del huerto recibió felicitación desde España y la asignación de una presea valiosa que incentivaría a los demás. La idea no era sólo trasladar lo que tenían y conocían, sino también aprovechar la tierra fértil del territorio conquistado, donde sus cultivos se expandieron poco a poco, hasta asentarse en nuestras ocho regiones y 84 pisos ecológicos.
Cinco siglos después tenemos una cocina no sólo occidental, sino también asiática y de cuanta gente llegó de otras partes para instalarse atraída por la belleza de los diferentes lugares y las oportunidades para formar una familia y crear industrias y otras empresas que generan ingresos y ayudan a tener una economía floreciente.
Hoy este panorama alimentario ha sido muy bien manejado dando lugar a un “boom” gastronómico. Los potajes desplegados en los inmensos comedores de las ferias gastronómicas Mistura evidencian cinco siglos y una década de mezclas y creaciones; las novedades fusionadas de uno y otro lado de dos  océanos que gratifican a los amantes del buen comer.

Hemos incorporado los ingredientes de fuera a los nuestros, para forjar una suculenta mesa, muy peruana en el mejor de los sentidos. Pero siempre hay algo que queda  al margen.
En el recorrido gastronómico se está olvidando los alimentos nativos sobrevivientes y los potajes con milenarias raíces: Por ejemplo, el yaku chupe, el puré de tarwi, el postre de tokosh y así muchos a ojo de buen cubero, teniendo en cuenta que tenemos miles de pueblos y sazones. Se  comienza a buscar y, sin necesidad de lupa, sale a la luz hasta un gusano como el suri amazónico, que es un sibarita autoalimentado por una palmera especial. El Amauta Javier Pulgar Vidal sabía apreciar un rico chicharrón de suri, enviado por sus familiares y amigos desde las junglas de Huánuco. Hasta la grasa rezagada en el plato, como una mantequilla, era un aliño apreciado en galletas para quienes llegaban atrasados a su convite.

Haciendo una ligera memoria sólo en lawas ─así se conocen a las sopas en el Perú profundo, lo más lejos de las ciudades─ las hay de maíz, de zapallo, de calabaza y de qoe o kuye. Es  un pequeño muestrario.
Ahora que se les ha dado por “marquetear” la carne de la alpaka, un animaltan dulce, tan bello y de ojos tiernos─ cabe recordar que los criadores altoandinos de este camélido nativo dan un sinnúmero de usos a la chalona o carne seca, preparada con templanza para hacerla durar el mayor tiempo posible.
En peces está recobrando su categoría la anchoveta, que cierta industria transforma en harina para alimentar chanchos, cuando en Caral era el alimento preferido de la ciudad más antigua de América y, hasta mediados del siglo anterior, disecada y tostada era un excelente fiambre o refrigerio en las grandes faenas del campo.
Arriba, en las lagunas y ríos de los Andes, la  trucha se ha comido a casi todos los peces nativos pequeños. Felizmente, en el lago Titiqaqa el suche ─festín prehispánico que llegó a ser disfrutado hasta el siglo XX, frito, entomatado o al horno─ ha regresado de puro milagro, tras sobrevivir escondido en las nacientes de algunos ríos.

Los antiguos peruanos sabían comer desde que eran bebés. La mazamorra morada, con el toque a santidad que recibe en cada octubre de milagros, es la única que ha saltado la valla en Lima. Pero  hay otras riquísimas, aptas para la “papilla” de las “guaguas”, que “forman” a sus estómagos y hasta resultan vigorizantes para las  “mamalas” o abuelitas, como la “rubia” con chancaca, tan buena.
Las chichas  que se beben en el norte, el centro y el sur son otro portento. Y no sólo de guiñapo, que es  como un licor en las fiestas patronales; sino también la ñoqña para los niños, la blanca de maní, y todas las terminadas en “ada”: frutillada, uvachada y muchas más, que ─incluso les hacen competencia a las cervezas..
Me gustaría que el seviche o cebiche volviera a sus grandes tiempos, cuando la gente de mar y tierra cocían la delicada carne de los peces con tumbo verde. Nunca tuvimos los periodistas más sorpresas en una mesa de sabrosos potajes que aquella ofrecida por el difunto Amauta Fernando Cabieses, cuando tenía el Museo de la Salud y servida por su asistente Melchor, un chef inigualable antes de que Gastón Acurio soñara con entrar a una cocina para lidiar con las ollas.

Aprendimos a medida que salían los platos a la mesa. Quién se hubiera imaginado que los antiguos peruanos tenían un endulzante como la penka, cuya médula  “pelada” cuando la planta lanzaba su flor al cielo, era como una delgada caña dulce. Melchor reveló que se hacía hervir y al cristalizarse dejaba una especie de miel excelente para diferentes platillos.  
Ya se han escrito kilómetros de libros sobre la comida peruana. Pero tenemos uno en espera. Estas y otras comidas y bebidas aliñadas con leyenda aguardando un editor.   

Alfonsina Barrionuevo

domingo, 21 de diciembre de 2014

EL VIENTO NIÑO

Hay un viento niño gentil que juega en las playas de los ríos y fabrica sus ollitas de arena. Es un tirabuzón de viento que abre huecos diminutos con una precisión matemática. Aprendí a distinguirlo en Huaro, cuando estuve viviendo por un tiempo con mi abuela. Aprendí a descubrirlo con una niña de comunidad que fue mi amiga en los años de la infancia. Había tardes en que se presentaban tres o cuatro. Desde entonces tuve cuidado al caminar por allí. A quien rompe sus ollitas el mankap’aki, que así se llama, lo castiga y lo hace caer.   
Los vientos son una familia muy grande desde Hatun Wayra, el viento viejo o viento mayor, que pasa el tiempo durmiendo. Despierta malhumorado en agosto y como avanza gruñendo derriba árboles, hace volar casas y se lleva las ropas de los tendederos. Se dice que tiene sed y para aplacarlo se le hace pequeñas ofrendas. hojas de coca, naranjas y flores, asperjando el aire con gotas de chicha para que beba.
Hay un viento mujer que camina entre los maizales y cuando encuentra  hombres en su camino les llena la cara de granos porque es fea  y piensa que nadie la quiere.
Hay un viento varón que corre por las orilla de los ríos volteando las piedrecillas o cantos rodados.
A todos ellos los puedo ver. Es fácil observarlos en el campo y mejor cuando se tiene la compañía de una niña conocedora del paisaje como tuve la suerte de tenerla en mi infancia para llenar mi soledad con sus hermosos relatos.
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Notas del libro “Hablando con los Apus”.

 

 NOCHEBUENA EN EL ANDE

“Niño Manuelito toma mi ovejita
y con su lanita ponchito te haré.
Niño Manuelito toma mi ovejita
y con su lanita polkitos te haré”.       
                  

Para millones de habitantes de nuestro planeta la Navidad es la fiesta más candorosa del año. El consumismo, la globalización y otras causas deplorables, han ido recortando sus alas. En el Perú debemos recuperar la ternura que inspira el pequeño Jesús. Fue lo único amable del arribo de Pizarro y generó arte, imaginación, amor y sueños. Tierra adentro la Nochebuena acerca todavía los corazones. Aún se amarran con entusiasmo los belenes, la gente asiste con fervor a la Misa de Gallo, hay villancicos cada cual más dulce, bellas danzas tradicionales y cenas familiares con una hermosa carga filial.      
 
En el Perú, el Virrreinato de la Nueva Castilla, los festejos de la Pascua Navideña  tomaron impulso a medida que se edificaban las iglesias y llegaban las efigies del recién nacido para presidir los pesebres, portales o  belenes. Estos se amarraban con ramas de algarrobo, huarango, cedro, arrayán,  hojas de plátano y gramalote, de acuerdo a las regiones; y en el piso musgos, achupallas, maíces y trigos recién brotados.
Se ignora la fecha en que se compuso el primer villancico con sabor peruano, como la rendida, conmovida y deslumbrada aceptación de un ícono que es adorable porque se trata de un párvulo que sólo reclama amor. Así los Andes se impregnaron con el aroma a santidad que se desprende del Misterio Biíblico dándole una expresión  propia. 
       
Los catequizadores o doctrineros, según afirma el musicólogo cusqueño Policarpo Caballero, aprovecharon la música y los cantos sacros del antiguo  Perú y también aquellos conque se recibía a las criaturas, modificando sutilmente la letra para aplicarlos al advenimiento del divino infante. Ocurre en el Hanaq Pacha que al parecer fue un Himno al Padre Sol convertido en villancico en 1631 por el canónigo Juan Pérez Bocanegra en el Cusco, o el hallallunch o hallalloch, tonada navideña del chimo o chimu, también adaptada y recopilada por encargo del prelado de Trujillo, don Baltazar Jaime Martínez de Compañón y Bujanda en 1777.       
Un Concilio reunido por Santo Toribio de Mogrovejo a fines del siglo XVI, señalando como fiestas de guardar la Navidad y la Epifania, dio lugar a la creación de coros de niños, cantorcillos o seises, tiples de voz blanca al estilo de la Catedral de Sevilla. Algunos tan famosos como el que tuvo Juli, la Roma Aimara, de cuatrocientos niños, para ensalzar a Dios con cantos gregorianos.

La ola mística que dio lugar en el Perú líneas de imaginería, pintura y talla sagrada, se manifiesta también a través de las albas, alabanzas, aguinaldos o gozos, conque se conoce a los villancicos en diversas partes del país. En cada lugar hay portales y belenes renombrados ante los cuales se canta y se baila y donde se reproducen con ingenio pasajes del Viejo Testamento y también del Nuevo como la Adoración de los pastores, de los Reyes Magos y otros. 
      
En el Cusco, se da la versión peruana del Niño de Judea cuando los imagineros de sangre imperial "lo hacen nacer" en sus manos con maguey y pasta dando lugar a una Escuela de Imaginería del Niño Dios. Es la ciudad donde existe la mayor población de niños sacros en casas, iglesias, monasterios y conventos. La única en el Perú también donde se establece la feria del Santurantikuy,  o mercado de santos.
Los preparativos arrancaban del 22 de noviembre, día de Santa Cecilia, con ensayos de coros y danzas y había en el barrio de San Blas una representación de la Degollación de los Inocentes ordenada por el tetrarca Herodes.
El aporte de los harawiku  o músicos y de los harawiq o poetas qechwas del Tawantinsuyu es importante y se mantiene más o menos vigente merced a músicos como Ricardo Castro Pinto, organista de la Catedral y varias iglesias, virtuoso ejecutante del panpapiano o pianito de panpa. Castro recibió una herencia mística de su propio abuelo, que fue músico del viejo cantor Damián Rosas, de don Mateo Sinchi Roqa, panpapianista con sangre imperial de San Sebastián, de Cosme Lecuona y del violinista Chapaco de Mamara.   
"Villivilliskaschay
flor de clavelina,
claveles y rosas
para el Niño lindo."
"Kay waqcha portalchus,
Belenllaqtapiqa,
kamasqan karkan
 kay kusi lirpuypaq."

"A la choza triste/baja en Belén/ el que es enviado por el cielo/ para reflejar como un espejo/ al mundo su alegría."    
   
En la Ciudad de los Reyes se recibía el 24 con alborozo, repique de campanas, gorjeo de pitos y crujido de matracas, misa de Gallo y luego cena con empanadas, yemas, bizcochuelos y los clásicos orincitos del Niño -chicha de maní-, para acabar el 6 de enero, fiesta de la Epifanía.
La zalamería propia de los limeños discurría en poéticas coplas.
"Manojito de rosas y alhelíes,
dime en qué piensas
que te sonríes."       

En Lambayeque el Niño era llevado de casa en casa para terminar en la iglesia donde era recibido con mucha ceremonia. Allí los fieles le entregaban obsequios con cantos que improvisaban.
"Calla Niño lindo
callad, no lloréis
tomad estos coquitos
para que juguéis."
"Le ofrezco a mi Niño
este vino cardenal
para que se sirva
en su divino altar."
"La más chiquitita,
la más pobrecita le
ofrece a su Niño
        esta palomita".       

En Huancavelica el Niño Dios tenía madrinas y era ahijado de todas las matronas. Sus cuadrillas de pastores o waylías, similares a las waylías o azucenas de Ayacucho, y a las waylijías del valle del Mantaro, Junín, salían a bailar en su honor ricamente vestidas, al son de una banda de qena, caja o bombo, tinya y violín.
"Desde mi chacrita
he venido andando
a ver a este Niño
que se está velando."
"Manuelito lindo
¿qué hacéis en la cuna
la carita al sol
             los pies a la luna?."    
     
Sólo en Chincha, Ica, donde se encontraba hasta mediados de siglo una importante concentración negra en el Carmen y en el Guayabo, se dan villancicos y escubilleos o zapateos con esencia morena. Hasta ellos que viven en humildes rancherías no ha llegado la Navidad consumista y llevan al Niño como ofrenda sus voces y sus contrapuntos.
"A la ru, Niñito,
a la ru, ru, ru.
A la ru, Niñito,
a la ru,ru,ru."
 "Señor don José,
santo carpintero,
hágale una cuna
          para este cordero."    
   
Algún día quizás alguien busque con afán los villancicos a  lo largo y ancho de nuestro vasto territorio, y recoja apenas restos de las lindas composiciones otrora frondosas, ahora en trance de desaparecer. La marea modernista de nuestro nuevo siglo sigue reemplazando con un árbol sintético y una estrella artificial al santo Niño, rubio y semita, que tomó sabiamente el color de la tierra americana para refrescar con un rocío de amor y de paz el el sufrimiento de sus viejos señoríos.        
El Perú se mantiene en una encrucijada cultural  donde se pierden cada día tradiciones que le daban una imagen inconfundible y que no les interesa a sus gobernantes. Un día lo lamentarán ante el afán que han tomado de resurgir con el desarrollo del turismo. La verdadera Navidad Peruana por desgracia es algo vivo que se va entre los dedos como la arena.   
   
  Alfonsina Barrionuevo         


domingo, 14 de diciembre de 2014

HERMANO VIENTO, HERMANA AGUA

“En el Qosqo los q’eros son los San Franciscos del Ande.
Elos hablan con con la hermana agua,
el hermano viento, las hermanas flores, los hermanos
pájaros, las hermanas nubes.
Los q’eros están tan cerca de la naturaleza que
establecen desde un monólogo hasta un diálogo  de una
tierna filosofía con sus elementos.”
Estas líneas pertenecen a Américo Yábar, que tiene el rango de  kuraq akulleq, máximo sacerdote andino, con altos conocimientos sobre las creencias inkas que aún subsisten en el Qosqo. Cuando comencé a asistir a las sesiones de Mario Cama traté de obtener mayores datos con personas versadas en esta ciencia carismática y ecológica. Tuve muchas entrevistas con Juan Núñez del Prado, Rosa María Alzamora y otros maestros en la religión no sólo inka sino más antigua.
Américo nació prematuramente y no hubiera podido cruzar el umbral de la vida si no hubiera sido por los q’eros que se lo llevaron cuando comenzaba a extinguirse. Hicieron una posta de chaskis y cuando las mamalas lo recibieron virtieron en sus labios mustios la leche que tenían gota a gota, logrando que respondiera a sus esfuerzos. Al mes lo devolvieron a sus padres en un estado saludable. Por eso Américo  reconoce su hermandad con los q’eros.
Los q’ero, hijos de la luz según sus leyendas, fueron el primer pueblo fundado en el Qosqo por Inkari y Qollari, cuando la tierra que estaba en tinieblas se iluminó al salir el sol.
Estas historias están en mi libro “Hablando con los Apus” y espero irlas incluyendo.


LUIS E: VALCARCEL

El damero de verdes fluctuantes de los cerros debió inspirar a Luis E. Valcárcel en su juventud. En sus recorridos por las provincias altas el Cusco lo acercó a las comunidades. Sus habitantes sobrevivian en una injusta pobreza. La siembra de escasas especies y el pastoreo no eran suficientes para una buena calidad de vida.
A principios del siglo XX tenían que responder además a la exigencia de los hacendados que requerían sus servicios a cambio de nada. Siguiendo la tradición ellos formaban parte de sus  tierras como bienes muebles.

Valcárcel no tenía en las pupilas el recuerdo del mar. Nació en Ilo, Moquegua, y lo llevaron a Cusco cuando no había cumplido un año. Creció en la capital imperial y se  nutrió con sus imágenes. Sintió que era necesario un cambio y escribió un libro, “Tempestad en los Andes”, que prologó José Carlos  Mariátegui, llevando el  colofón de Luis Alberto Sánchez.
Sesenta y ocho años después, al enterarse de que las comunidades seguían en su antigua rutina debió haberse decepcionado. Definitivamente siguen olvidadas en una lejanía irredenta. En su época  pensó ayudarlas y, según su reseña biográfica, inició la primera huelga estudiantil universitaria de Sudamérica que permitió los estudios autóctonos en  la región.
En 1913 fundó el Instituto Histórico de Cusco y en 1916 obtuvo el grado de doctor en Letras, Derecho y Ciencias Políticas y Administrativas, en la Universidad de San Antonio Abad.

En la capital cusqueña fue profesor de Historia del Perú y de Historia del Arte Peruano, columnista en varias publicaciones, director del diario “El Comercio”, y diputado a Congreso por la provincia de Chumbivilcas, donde fue a caballo.
Su trayectoria es indiscutible. En 1920 formó parte del grupo “Resurgimiento” con importantes intelectuales de la época como Uriel García y otros. Una nueva “Escuela Cusqueña” que abarcó historia, música, arte y otras manifestaciones, para revalorar la cultura nativa tan menospreciada por la gente de élite. En 1928 fundó el Museo Arqueológico  con la primera colección que fue su base.
  
En Lima, adonde se trasladó finalmente, fue nombrado Director de los Museos de Arqueología, Nacional de Historia y de la Cultura Peruana y Bolivariana. Al mismo tiempo ingresó a la Universidad Nacional Mayor de San Marcos como profesor de Historia de los Inkas e Historia de la Cultura Peruana.
En 1936 viajó a Francia para organizar el primer Pabellón Peruano en la Exposición Internacional de París. En 1946 fundó el Museo de la Cultura Peruana, con la colección etnográfica más importante del país y colaboradores de nota como José Sabogal, Julia Codesido, Enrique Camino Brent, Teresa Carvallo, Alicia Bustamante y José María Arguedas.
           
Durante el primer gabinete del doctor José Luis Bustamante y Rivero fue Ministro de Educación Pública. “En ese periodo -dice su nieto Fernando Brugué Valcárcel- hizo importantes aportes para mejorar los sistemas educativos, como la creación de Núcleos Escolares Campesinos y el apoyo al Instituto Lingüístico de Verano para el estudio de lenguas nativas, contribuyendo a elevar el nivel de vida de las comunidades de la Amazonía y el Ande”.
Impulsó de manera decisiva la educación técnica reorganizando el Politécnico Nacional, fundó el Conservatorio Nacional de Música y el Teatro Nacional, con las Escuelas de Arte Dramático, Escenografía y Folklore.

Su labor fue altamente reconocida. Recibió la condecoración de la Gran Orden del Sol de Perú, el Premio Nacional de Cultura en el área de Ciencias Humanas, la Medalla del Congreso y las Palmas Magisteriales en el grado de Amauta.
En 1964 el editor de libros Juan Mejía Baca le encargó escribir una Historia del Perú a base de documentos de los siglos virreinales, que estaban en el Perú o de copias que fueron obtenidas en el Archivo de Indias. “Un resumen de millares de páginas distribuidas en infolios, muchos apenas conocidos por los eruditos, ediciones rarísimas, agotadas”, decía el prestigiado librero del jirón Azángaro.

Su nieto Fernando Brugué conserva con orgullo la máquina de escribir mecánica que usó para llevar a cabo  esta obra. Luis E. Valcárcel fue sin duda la personalidad exacta para hacer ese estudio con la meticulosidad que exigía. Poco a poco los capítulos llevan al lector a través de las culturas conocidas hasta esa fecha,  desde sus mitos, leyendas, historia, tradiciones, costumbres, artes, música y todo cuanto está registrado en las fuentes a las que recurrió y que son básicas como fundamento de una identidad nacional.

Cuando cumplió noventa años el Instituto de Estudios Peruanos publicó sus Memorias, donde sus recuerdos de Cusco proyectan una visión interesante de la ciudad que fue conociendo desde que dio los primeros pasos. En México recibió el premio “Rafael Heliodoro Valle” y un día fue propuesto por la Comisión del Premio Nobel al Nobel de la Paz.
Había vivido largamente y al irse se fue convencido de que solamente la historia, esa gran maestra, puede enseñar a los futuros hombres de gobierno lo que deben hacer para llevar a buen puerto un país como el nuestro. 
             

Alfonsina Barrionuevo          

domingo, 7 de diciembre de 2014

LOS APUS Y JOSE CAMA          
He hablado hace un par de días con José Cama. Para mí es grato porque es hijo de Mario Cama. Estuvimos hablando sobre las revelaciones de la Pachamama Waqaypata Qosqo. Le conté que en una sesión ella dijo que antes existió en el lugar un gran lago que a partir de 1911 se comenzó a llamar  lago Morkill. Un día se vació y ella apareció en un lugar seco y los primeros habitantes del lugar le llamaron Pachamama Qosqo Wanka, “la madre tierra que está en la gran peña del centro.” Ellos bajaron del altiplano y le tomaron cariño. Después llegaron los Inkas.
Las declaraciones de la Pachamama adquieren mayor valor cuando se lee a Juan de Betanzos quien se refiere a la identidad de los primeros pobladores del Qosqo.
Le comenté a José, que es un joven altomisayoq que la decisión de su padre para dedicarme sesiones completamente privadas me dio a conocer aspectos inéditos sobre los Apus y la Pachamama.  Después de la muerte prematura de Mario no pude encontrar otro altomisa que entendiera  lo que quería hacer, entrevistarlos. José no lo pensó mucho. De inmediato me propuso que continuáramos las sesiones para restablecer esos diàlogos que son tan importantes. Me pareció estupendo. Cuando vaya a Qosqo le avisaré y comenzaremos.  El hilo quedará entonces restablecido. Ya no estará trunco.
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Notas del libro “Hablando con los Apus”. Los que quieran un ejemplar pedirlo a miskha@terra.com.pe.


MAGIA Y DULZURA DEL SAUCO
Entre 2,500 y 3,000 metros de altura las uvillas del sauco crían dulzuras. Su miel es pura ambrosía. Un aura abrigada engríe a sus diminutos frutos que ensayan sus juegos meciéndose en columpios de brisa. Sus virtudes, si fueron conocidas por las amas de casa, estuvieron olvidadas. Se borraron de su memoria. Hasta que un día, unas décadas atrás, reaparecieron con fuerza en el Qosqo (*).
Los codiciados potes, que contenían la gentil mermelada, viajaron de pronto a la capital imperial desde Paucartambo. Hasta entonces la conserva de frutilla fue reina y señora de los afortunados paladares que degustaban su sabor con la nata de leche, servida con placer en sus desayunos.

El sauco (Sambucus nigra) llegó  con humildad, mientras la frutilla se fue ausentando del Valle Sagrado de los Inkas arrasada por las plagas. Poco a poco la sustituyó y se convirtió en el nuevo acompañante de la famosa crema que es buscada por los turistas que llegan a la ciudad puma. La conserva de fresa le sigue haciendo batalla como segundona; pues, en primer lugar están el sauco con el aguaymanto de aroma y presencia singular.
Se pensaba que el sauco era nacional, procedente de huertos preinkas. Sin embargo, hay duda sobre su origen. Podría ser europeo, pero existe también en  el Africa y Estados Unidos de Norteamérica. También se dice que hay un sauco peruviano, pero no se ha llegado a decantar su identidad, que sigue en vereda.
En el  Ministerio de Agricultura aseguran que este arbusto alto, casi un árbol, de flores blancas y frutos de un lindo color morado pertenece a Europa, Asia, Norte de Africa y Norte de América. Su nombre científico es “Sambucus Nigra” y provendría del griego  “sambuke”; que significa flauta, porque en épocas pasadas se fabricaba este instrumento musical empleando sus ramas.

“Existen muchas variedades,” ─dice el blog de peru.com/cocina-peruana/el-sauco─ “Casi todas ellas toman el nombre de la región donde se cultiva. Por ejemplo, en México es Sambucas mexicana, en Perú es Sambucas peruviana, etc.     
Agrega el blog que “su uso  desde el neolítico está relacionado con la magia. La vara de los magos en la antigüedad era de la madera de este árbol.”
Viéndolo así  habría una asociación del sauco con los duendes. En Google dice que son “criaturas feéricas”, las cuales se mueven en el mundo de las hadas.

En el Qosqo mucha gente del campo no quiere tener saucos en sus huertos porque afirman que estos árboles “jalan a los duendes”. Ana María Gálvez, Directora del Museo Histórico “Inca Garcilaso”, escuchó está versión. Días más tarde un familiar le refirió que había visto un par de duendes muy pequeños sentados en su ropero. Ellos gesticulaban, al parecer en una conversación muy entretenida, moviendo los pies calzados con babuchas terminadas en punta. “Apenas sintieron que eran mirados se esfumaron, contó aquel. Por supuesto que en el patio de su casa hay un sauco.
Recuerdo que Mercedes, una hermana de mi padre, me relató la historia de Nicolasa Pesque, quien tenía su casa en la plaza principal de Huaro, Quispicanchis. Resulta que de pronto comenzaron a llover piedrecillas de río en el interior de ella. Al principio encontraron una que otra en el suelo, sin darles importancia. La situación se tornó crítica cuando comenzaron a caer en la sala en gran cantidad.

Entonces se reunieron las vecinas, llamaron al párroco y comenzaron a rezar el Santo Rosario. Una de ellas llevó a su hijito que era un niño casi mudo, “un inocente”, encargándole que no se moviera de su lado. Así fue, cuando ─inesperadamente- comenzó a reir con intervalos. La mamá no le hizo caso levantando la voz para que no le escucharan, pero sus carcajadas se hicieron sonoras y todas callaron. ¿Qué le pasaba?
Ella le atizó un coscorrón y éste, en medio de lloros y pucheros, explicó que debajo de una banca había visto unos hombrecitos, con unos gorros largos y babuchas enroscadas en la punta que se daban de puñetes entre ellos y se ponían de cabeza cuando las señoras decían: “Santa María, Madre de Dios.” Eso le divertía hasta que no pudo aguantar la risa. Por cierto que los duendes desfilaron cuando el señor cura hizo que le llevaran agua bendita y roció los ambientes  de la casa.
Esto de los duendes parece que se da en muchos pueblos sin que tengan similitud con los de otros países salvo en las babuchas. Pero, hasta eso. En una tumba hallada en Wilkapanpa, último bastión de Manko Inka, se ha encontrado una cerámica que aparenta ser una babucha con las punta hacia arriba.

Que yo sepa, la zapatilla que usaba la qoya ─esposa del inka─ era de plata finamente entrejida y no sería raro que terminara ligeramente en punta. Igualmente, el shukui de cuero de camélido que se usa en el centro del país y en el sur de Lima, terminan ligeramente en punta. Ninguna relación con las zapatillas de los duendes.
En Google se dice que el muki y el chullanchaki son duendes. En realidad nada de eso. Para el Perú son personajes o personajillos mágicos, junto con el ichiq´ollqo, el uchuchulko y otros.
Sobre los duendes del sauco, que más parecen virreinales, sólo debo agregar que si existen en el imaginario popular, están allí para dar al fruto alegría y sabor. La mermelada de sauco, un poco agridulce y ─por lo mismo─ atractiva, está en el renglón de las frutas exóticas que están saliendo al extranjero con la marca Perú. Que le vaya bien. Con duendes o sin duendes siempre es deliciosa. 
  (*) Qosqo. Cusco.

Alfonsina Barrionuevo