domingo, 14 de diciembre de 2014

HERMANO VIENTO, HERMANA AGUA

“En el Qosqo los q’eros son los San Franciscos del Ande.
Elos hablan con con la hermana agua,
el hermano viento, las hermanas flores, los hermanos
pájaros, las hermanas nubes.
Los q’eros están tan cerca de la naturaleza que
establecen desde un monólogo hasta un diálogo  de una
tierna filosofía con sus elementos.”
Estas líneas pertenecen a Américo Yábar, que tiene el rango de  kuraq akulleq, máximo sacerdote andino, con altos conocimientos sobre las creencias inkas que aún subsisten en el Qosqo. Cuando comencé a asistir a las sesiones de Mario Cama traté de obtener mayores datos con personas versadas en esta ciencia carismática y ecológica. Tuve muchas entrevistas con Juan Núñez del Prado, Rosa María Alzamora y otros maestros en la religión no sólo inka sino más antigua.
Américo nació prematuramente y no hubiera podido cruzar el umbral de la vida si no hubiera sido por los q’eros que se lo llevaron cuando comenzaba a extinguirse. Hicieron una posta de chaskis y cuando las mamalas lo recibieron virtieron en sus labios mustios la leche que tenían gota a gota, logrando que respondiera a sus esfuerzos. Al mes lo devolvieron a sus padres en un estado saludable. Por eso Américo  reconoce su hermandad con los q’eros.
Los q’ero, hijos de la luz según sus leyendas, fueron el primer pueblo fundado en el Qosqo por Inkari y Qollari, cuando la tierra que estaba en tinieblas se iluminó al salir el sol.
Estas historias están en mi libro “Hablando con los Apus” y espero irlas incluyendo.


LUIS E: VALCARCEL

El damero de verdes fluctuantes de los cerros debió inspirar a Luis E. Valcárcel en su juventud. En sus recorridos por las provincias altas el Cusco lo acercó a las comunidades. Sus habitantes sobrevivian en una injusta pobreza. La siembra de escasas especies y el pastoreo no eran suficientes para una buena calidad de vida.
A principios del siglo XX tenían que responder además a la exigencia de los hacendados que requerían sus servicios a cambio de nada. Siguiendo la tradición ellos formaban parte de sus  tierras como bienes muebles.

Valcárcel no tenía en las pupilas el recuerdo del mar. Nació en Ilo, Moquegua, y lo llevaron a Cusco cuando no había cumplido un año. Creció en la capital imperial y se  nutrió con sus imágenes. Sintió que era necesario un cambio y escribió un libro, “Tempestad en los Andes”, que prologó José Carlos  Mariátegui, llevando el  colofón de Luis Alberto Sánchez.
Sesenta y ocho años después, al enterarse de que las comunidades seguían en su antigua rutina debió haberse decepcionado. Definitivamente siguen olvidadas en una lejanía irredenta. En su época  pensó ayudarlas y, según su reseña biográfica, inició la primera huelga estudiantil universitaria de Sudamérica que permitió los estudios autóctonos en  la región.
En 1913 fundó el Instituto Histórico de Cusco y en 1916 obtuvo el grado de doctor en Letras, Derecho y Ciencias Políticas y Administrativas, en la Universidad de San Antonio Abad.

En la capital cusqueña fue profesor de Historia del Perú y de Historia del Arte Peruano, columnista en varias publicaciones, director del diario “El Comercio”, y diputado a Congreso por la provincia de Chumbivilcas, donde fue a caballo.
Su trayectoria es indiscutible. En 1920 formó parte del grupo “Resurgimiento” con importantes intelectuales de la época como Uriel García y otros. Una nueva “Escuela Cusqueña” que abarcó historia, música, arte y otras manifestaciones, para revalorar la cultura nativa tan menospreciada por la gente de élite. En 1928 fundó el Museo Arqueológico  con la primera colección que fue su base.
  
En Lima, adonde se trasladó finalmente, fue nombrado Director de los Museos de Arqueología, Nacional de Historia y de la Cultura Peruana y Bolivariana. Al mismo tiempo ingresó a la Universidad Nacional Mayor de San Marcos como profesor de Historia de los Inkas e Historia de la Cultura Peruana.
En 1936 viajó a Francia para organizar el primer Pabellón Peruano en la Exposición Internacional de París. En 1946 fundó el Museo de la Cultura Peruana, con la colección etnográfica más importante del país y colaboradores de nota como José Sabogal, Julia Codesido, Enrique Camino Brent, Teresa Carvallo, Alicia Bustamante y José María Arguedas.
           
Durante el primer gabinete del doctor José Luis Bustamante y Rivero fue Ministro de Educación Pública. “En ese periodo -dice su nieto Fernando Brugué Valcárcel- hizo importantes aportes para mejorar los sistemas educativos, como la creación de Núcleos Escolares Campesinos y el apoyo al Instituto Lingüístico de Verano para el estudio de lenguas nativas, contribuyendo a elevar el nivel de vida de las comunidades de la Amazonía y el Ande”.
Impulsó de manera decisiva la educación técnica reorganizando el Politécnico Nacional, fundó el Conservatorio Nacional de Música y el Teatro Nacional, con las Escuelas de Arte Dramático, Escenografía y Folklore.

Su labor fue altamente reconocida. Recibió la condecoración de la Gran Orden del Sol de Perú, el Premio Nacional de Cultura en el área de Ciencias Humanas, la Medalla del Congreso y las Palmas Magisteriales en el grado de Amauta.
En 1964 el editor de libros Juan Mejía Baca le encargó escribir una Historia del Perú a base de documentos de los siglos virreinales, que estaban en el Perú o de copias que fueron obtenidas en el Archivo de Indias. “Un resumen de millares de páginas distribuidas en infolios, muchos apenas conocidos por los eruditos, ediciones rarísimas, agotadas”, decía el prestigiado librero del jirón Azángaro.

Su nieto Fernando Brugué conserva con orgullo la máquina de escribir mecánica que usó para llevar a cabo  esta obra. Luis E. Valcárcel fue sin duda la personalidad exacta para hacer ese estudio con la meticulosidad que exigía. Poco a poco los capítulos llevan al lector a través de las culturas conocidas hasta esa fecha,  desde sus mitos, leyendas, historia, tradiciones, costumbres, artes, música y todo cuanto está registrado en las fuentes a las que recurrió y que son básicas como fundamento de una identidad nacional.

Cuando cumplió noventa años el Instituto de Estudios Peruanos publicó sus Memorias, donde sus recuerdos de Cusco proyectan una visión interesante de la ciudad que fue conociendo desde que dio los primeros pasos. En México recibió el premio “Rafael Heliodoro Valle” y un día fue propuesto por la Comisión del Premio Nobel al Nobel de la Paz.
Había vivido largamente y al irse se fue convencido de que solamente la historia, esa gran maestra, puede enseñar a los futuros hombres de gobierno lo que deben hacer para llevar a buen puerto un país como el nuestro. 
             

Alfonsina Barrionuevo          

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