HERMANO VIENTO, HERMANA AGUA
“En el
Qosqo los q’eros son los San Franciscos del Ande.
Elos
hablan con con la hermana agua,
el
hermano viento, las hermanas flores, los hermanos
pájaros,
las hermanas nubes.
Los
q’eros están tan cerca de la naturaleza que
establecen
desde un monólogo hasta un diálogo de
una
tierna
filosofía con sus elementos.”
Estas
líneas pertenecen a Américo Yábar, que tiene el rango de kuraq akulleq, máximo sacerdote andino, con
altos conocimientos sobre las creencias inkas que aún subsisten en el Qosqo.
Cuando comencé a asistir a las sesiones de Mario Cama traté de obtener mayores
datos con personas versadas en esta ciencia carismática y ecológica. Tuve
muchas entrevistas con Juan Núñez del Prado, Rosa María Alzamora y otros
maestros en la religión no sólo inka sino más antigua.
Américo
nació prematuramente y no hubiera podido cruzar el umbral de la vida si no
hubiera sido por los q’eros que se lo llevaron cuando comenzaba a extinguirse.
Hicieron una posta de chaskis y cuando las mamalas lo recibieron virtieron en
sus labios mustios la leche que tenían gota a gota, logrando que respondiera a
sus esfuerzos. Al mes lo devolvieron a sus padres en un estado saludable. Por
eso Américo reconoce su hermandad con
los q’eros.
Los
q’ero, hijos de la luz según sus leyendas, fueron el primer pueblo fundado en
el Qosqo por Inkari y Qollari, cuando la tierra que estaba en tinieblas se
iluminó al salir el sol.
Estas historias
están en mi libro “Hablando con los Apus” y espero irlas incluyendo.
LUIS E: VALCARCEL
El
damero de verdes fluctuantes de los cerros debió inspirar a Luis E. Valcárcel en su
juventud. En sus recorridos por las provincias altas el Cusco lo acercó a las
comunidades. Sus habitantes sobrevivian en una injusta pobreza. La siembra de escasas
especies y el pastoreo no eran
suficientes para una buena calidad de vida.
A principios
del siglo XX tenían que responder además a la exigencia de los hacendados que
requerían sus servicios a cambio de nada. Siguiendo la tradición ellos formaban
parte de sus tierras como bienes muebles.
Valcárcel
no tenía en las pupilas el recuerdo del mar. Nació en Ilo, Moquegua, y lo
llevaron a Cusco cuando no había cumplido un año. Creció en la capital imperial
y se nutrió con sus imágenes. Sintió que
era necesario un cambio y escribió un libro, “Tempestad en los Andes”, que
prologó José Carlos Mariátegui, llevando
el colofón de Luis Alberto Sánchez.
Sesenta
y ocho años después, al enterarse de que las comunidades seguían en su antigua rutina
debió haberse decepcionado. Definitivamente siguen olvidadas en una lejanía
irredenta. En su época pensó ayudarlas
y, según su reseña biográfica, inició la primera huelga estudiantil
universitaria de Sudamérica que permitió los estudios autóctonos en la región.
En
1913 fundó el Instituto Histórico de Cusco y en 1916 obtuvo el grado de doctor
en Letras, Derecho y Ciencias Políticas y Administrativas, en la Universidad de
San Antonio Abad.
En
la capital cusqueña fue profesor de Historia del Perú y de Historia del Arte Peruano,
columnista en varias publicaciones, director del diario “El Comercio”, y
diputado a Congreso por la provincia de Chumbivilcas, donde fue a caballo.
Su
trayectoria es indiscutible. En 1920 formó parte del grupo “Resurgimiento” con
importantes intelectuales de la época como Uriel García y otros. Una nueva
“Escuela Cusqueña” que abarcó historia, música, arte y otras manifestaciones,
para revalorar la cultura nativa tan menospreciada por la gente de élite. En
1928 fundó el Museo Arqueológico con la
primera colección que fue su base.
En
Lima, adonde se trasladó finalmente, fue nombrado Director de los Museos de
Arqueología, Nacional de Historia y de la Cultura Peruana y
Bolivariana. Al mismo tiempo ingresó a la Universidad Nacional
Mayor de San Marcos como profesor de Historia de los Inkas e
Historia de la Cultura Peruana.
En
1936 viajó a Francia para organizar el primer Pabellón Peruano en la Exposición Internacional
de París. En 1946 fundó el Museo de la Cultura Peruana ,
con la colección etnográfica más importante del país y colaboradores de nota
como José Sabogal, Julia Codesido, Enrique Camino Brent, Teresa Carvallo,
Alicia Bustamante y José María Arguedas.
Durante
el primer gabinete del doctor José
Luis Bustamante y Rivero fue Ministro de Educación Pública.
“En ese periodo -dice su nieto Fernando Brugué Valcárcel- hizo importantes
aportes para mejorar los sistemas educativos, como la creación de Núcleos
Escolares Campesinos y el apoyo al Instituto Lingüístico de Verano para el
estudio de lenguas nativas, contribuyendo a elevar el nivel de vida de las
comunidades de la Amazonía y el Ande”.
Impulsó
de manera decisiva la educación técnica reorganizando el Politécnico Nacional,
fundó el Conservatorio Nacional de Música y el Teatro Nacional, con las
Escuelas de Arte Dramático, Escenografía y Folklore.

En
1964 el editor de libros Juan Mejía Baca le encargó escribir una Historia del
Perú a base de documentos de los siglos virreinales, que estaban en el Perú o
de copias que fueron obtenidas en el Archivo de Indias. “Un resumen de millares
de páginas distribuidas en infolios, muchos apenas conocidos por los eruditos,
ediciones rarísimas, agotadas”, decía el prestigiado librero del jirón Azángaro.
Su
nieto Fernando Brugué conserva con orgullo la máquina de escribir mecánica que
usó para llevar a cabo esta obra. Luis
E. Valcárcel fue sin duda la personalidad exacta para hacer ese estudio con la
meticulosidad que exigía. Poco a poco los capítulos llevan al lector a través
de las culturas conocidas hasta esa fecha, desde sus mitos, leyendas, historia,
tradiciones, costumbres, artes, música y todo cuanto está registrado en las
fuentes a las que recurrió y que son básicas como fundamento de una identidad
nacional.
Cuando
cumplió noventa años el Instituto de Estudios Peruanos publicó sus Memorias, donde
sus recuerdos de Cusco proyectan una visión interesante de la ciudad que fue
conociendo desde que dio los primeros pasos. En México recibió el premio
“Rafael Heliodoro Valle” y un día fue propuesto por la Comisión del Premio
Nobel al Nobel de la Paz.
Había
vivido largamente y al irse se fue convencido de que solamente la historia, esa
gran maestra, puede enseñar a los futuros hombres de gobierno lo que deben
hacer para llevar a buen puerto un país como el nuestro.
Alfonsina Barrionuevo
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