domingo, 28 de enero de 2018

KUKULI Y SUS SUEÑOS DE COLORES

Kukuli y yo nos comprendimos desde que era una bebé de meses e hizo volar de un manotazo su primera sopa de vegetales. Hizo lo mismo con un segundo pirex. Luego sonrió. A Vida le contaba cuentos para que tomara la sopa, pero ella no tenía ni un año. Felizmente encontré las sopas Gerber y gané mi primer round. Eso sí nunca intervine en su trabajo. Me encantaba lo que hacía. Un día necesité un ilustrador para mis cuentos infantiles. Alguien dijo: ‘¡Kukuli!’ y así fue. Hizo los dibujos de ‘Pintadita, la Vikuña’ y ‘Capitán Pelícano’ sin conocer a estos animalitos y salieron bien. Para el pelícano fuimos al Callao y no era el tiempo en que aparecían por allí. Me salvó recordar que en el Museo de Historia Natural había aves del litoral. Un pelícano apolillado y envejecido por el tiempo de exhibición fue su modelo, después lo echó a caminar y finalmente a volar. ¡No nos rendimos ante las dificultades! 


LAS PESADILLAS DE PERU

El lente de la cámara se aproximó lo más cerca que pudo y captó la mirada malévola de sus ojuelos inyectados de rojo en primer plano. Retrocedió milímetros y lo capturó entero, justo cuando abría la feroz boca para lanzar un rabioso chillido. A toda pantalla se sentía su furia. Además, volteó la diminuta cabeza y mordió el dedo del médico que lo sostenía. No hubo cuidado. El guante que tenía era especial.  
Aquel fue mi primer encuentro con un vampiro vivo cuando Manchay, Lima, era un lugar agreste. Me dijeron que mordían a niños en la omagua. Más tarde vi un documental en Parakas muy bueno de ”National Geographic”. Estaba casi oscuro cuando se desplazó como un minúsculo duende saltando con suma cautela de una piedra a otra, donde descansaban los lobos marinos.
Quiso morder a uno en la oreja pero éste lo lanzó a muchos metros de un manotazo. Se levantó y esperó. Cuando dormía volvió y logró su intento. Hincó los colmillos y se apartó. Fue suficiente. Después se puso a lamer su sangre en la herida abierta. Volvería cientos de veces y el lobo nunca lo sabría.

Yo no sabía que en nuestra Amazonía había una diversidad de murciélagos. Necesariamente no son vampiros. En una tarde tormentosa fui con Kukuli al zoológico del Bronx, en Nueva York. Nos refugiamos en el pabellón de los murciélagos vivos porque arreciaba la lluvia, aunque sin esperar nada sensacional. Por el contrario tuvimos una sorpresa inesperada. En una galería en penumbra nos introdujimos a un sector de selva viva, con árboles y riachuelos, donde aquellos volaban de un lado a otro tras una gruesa mampara de vidrio. 
Fue fascinante. Había murciélagos fruteros, murciélagos picaflores que absorbían la miel con su sorbete natural, murciélagos pescadores, murciélagos de un tamaño increíble, un poco más grandes que un kuye que se pasaban raudos de una rama a otra, con una piel finísima que me hizo recordar a Atawallpa, el príncipe cusqueño que almorzando con Pedro Pizarro se derramó la comida en el traje y salió a cambiarse. Cuando volvió llevaba otro que parecía de puro terciopelo y ¡cómo no! si estaba  armado con unos cueritos finísimos, ¡de murciélagos!

Resultado de imagen para murcielago de la selva peruanaEn un recuadro presioné un botón y salió una reseña que me llenó de orgullo. Los extrañísimos murciélagos que estaba viendo eran en su mayoría del Perú,  donde decían que había más de 500 variedades. ¡Una locura! Los científicos que se dedican a estudiar lo que tenemos aseguran algo muy cierto. Hay especies de flora y fauna que están desapareciendo sin que hayan sido jamás registradas.
Cada árbol, además de formar parte de ese pulmón que oxigena el planeta  es como un gigantesco rascacielos con pisos que albergan una infinidad de poblaciones. Cuando se talan los inquilinos son desalojados y deben huir aceleradamente. La tierra y el agua son el habitat de otras tantas asombrosas criaturas en formas, tamaños y colores. Ni la imaginación más fértil podría hacer lo que es obra de la naturaleza. En sapos he visto unos que parecen pintados como si fueran flores y flores donde el arco iris ha derramado su pintura graciosamente.
En el Año Internacional de la Biodiversidad se insistió sin resultados. A los Estados no les importa. Hasta se quiso favorecer a Brasil con un paquete de represas hidroeléctricas en nuestro territorio afectando a Puno, Cusco y Madre de Dios, donde está Bawaja Sonene, una de nuestras importantes reservas.
En el Año Internacional de la Papa “se reconoció” que el Perú tenía hasta 3,600 variedades de papa nativa y 400 de papa silvestre, e ¡increíble! estamos importando papa blanca cuando tenemos cosechas de sobra.
Pero desperdiciamos nuestras primicias. En plantas medicinales es igual su feracidad. En una feria se presentó un fruto, “teta de vaca” por su forma, con capacidad para limpiar uñas de los hongos más rebeldes. Hace un tiempo en Yarinaqocha, Pucallpa, una investigadora americana me mostró un pequeño arbusto que, según dijo, podía acabar con la calvicie de los varones. Me mostró su libro, un “best seller”, y se fue rezongando por nuestra ignorancia sin añadir nada más. No tuve a la mano una cámara para capturar la maravilla vegetal ni tampoco a ella. Los pajuros, papas que crecen en los árboles, son una delicia para cajamarquinos y amazonenses, pero no llegan a nuestros mercados. Las "papas" o "habas" de de árbol se mecen en una vaina grande como el pakae que parece una cuna. Y como ellos hay mucho para mencionar. Dicen que para muestra basta un botón y en este momento tenemos la pitahaya. Hay mucho por conocer. En este reglón Perú, nuestro país, ¡es un gigante! Las pesadillas las dan los politicos que no defienden sus riquezas naturales.

Alfonsina Barrionuevo

domingo, 21 de enero de 2018


KUKULI Y SUS SUEÑOS DE COLORES

Hubo un momento en que Kukuli demostró interés por los retratos. En sus telas quedaron impresos los rostros de compañeras de colegio, familiares y amigas. A la primera la pintó con una vikuña, a otra con una montera, a la tercera con una orquídea y en cada caso con un motivo. Después ella misma sería su modelo en diferentes posiciones y temas.  





VIAJEROS DE LA ESPERANZA

Mañana, la visita  del Papa Francisco será un grato recuerdo. Nos quedará por largo tiempo su sonrisa y su mirada con un candil de vida. Se ha acercado a todos rápidamente, antes de que se terminara un Padre Nuestro, pero ha dejado una huella de esperanza. Las etnias amazónicas le dijeron en Puerto Maldonado más o menos, ‘queremos que nos defienda, los foráneos insisten en quitarnos nuestro territorio, talan los árboles, nos persiguen, nos matan, no nos dejan vivir; queremos mantener nuestra cultura, nuestras lenguas, nuestras costumbres porque no queremos desaparecer; y dígale también a la humanidad que nos preocupa el sufrimiento de la tierra por el cambio climático, pues los animales mueren y el agua dulce se agota’. El Sumo Pontífice les dijo que son la memoria viva de la Amazonía, que fue a verlos porque representan una gran posibilidad de lucha contra la devastación de los recursos naturales y la fuerte presión de intereses económicos sobre lo que tienen,  petróleo, gas, madera, oro, generando abuso, trata de personas, violencia contra adolescentes y mujeres. En reconocimiento a su presencia el Papa recibió la corona de Apu con que se distingue a los hombres sabios. Su mensaje a los peruanos fue luchar por la esperanza, que nadie nos quite ese derecho y todo cuanto significa en el respeto a los demás y al planeta que es nuestro hogar.

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En este siglo el Papa Francisco volvió a traer para el Perú esas semillas de batalla como hiciera el Papa Juan Pablo II en el siglo veinte. Lo vi en la Basílica Catedral cuando llegó en 1985 y lo esperaban en la Plaza Mayor monjas de los monasterios de clausura y los frailes de las órdenes de Lima. Recuerdo el encuentro inolvidable por la comisión periodística que me dieron y a la que fui con el fotógrafo Ángel Calvo.

Su viaje a Qosqo pudo suspenderse aquel día, primero de febrero de lluvias, porque los torrentes del cielo se volcaron sobre la ciudad. Su avión logró aterrizar y su guía fue la avioneta que llevaba a Alcides Mendoza, el arzobispo de la capital imperial, quien se retardó en Lima por gestiones impostergables. Cuando quiso volar era imposible. El piloto de la avioneta que contrató le advirtió que el mal tiempo no lo permitía. Le rogó con desesperación y consiguió que lo intentara. Trataría de llegar a Arequipa pero si las nubes negras seguían cerrando el cielo habría que desistir. Entrevisté al monseñor y me contó que se encomendó a la Virgen del Carmen y al llegar a Sicuani una ráfaga abrió una rendija, justo por Paucartambo. Por allí se metió. El arzobispo no se enteró hasta después que el avión del Papa estaba haciendo lo mismo. Ya se iba a regresar a Lima cuando vio una avioneta que se  zambullía entre las brumas y la siguió con éxito.  

Lo demás fue historia. En Qosqo lo esperaban en Saqsaywaman miles de personas mojadas hasta los huesos. El Papa Juan Pablo II llegó en un papamóvil improvisado y lo recibieron con un cariño que lo hizo vibrar. El pueblo alfombró con flores de retama el trayecto del Aeropuerto Velazco Astete hasta el monumental grupo arqueológico. El Papa santo pasó hermosas horas en olor de multitud.

Esta vez he visto al Papa Francisco sorprendido ante un mar de manos moviéndose en un oleaje sin fin. En Puerto Maldonado se dio con la protesta de miles de peruanos acosados en su propia paqarina, 'lugar de origen'. En Trujillo, con otros miles del norte que sufren los embates de una naturaleza que no tiene piedad cuando golpea. En Lima heterogénea, ruidosa, miles de rostros verdaderos y falsos, máscaras tras las cuales se ocultan intereses y componendas, nunca el verdadero país. Antes del Angelus que quiso restaurar comentó la necesidad de no desanimarse y continuar apostando por la esperanza y por la paz. No se trata de remendar el alma sino de aguardar que vuelva a resurgir lo mejor que tienen los seres humanos, su capacidad de amar y sentirse hermanos como quería Jesús.  


Alfonsina Barrionuevo

domingo, 14 de enero de 2018

KUKULI Y SUS SUEÑOS DE COLORES

Estuve con Kukuli en Londres para una exposición organizada por un holandés que compró sus últimas pinturas en la Galería Equus. Consiguió pasajes en la British Airways*, según nos dijo, y fuimos por única vez a Inglaterra. Resultó emocionante. Atravesar el Atlántico como si hubiéramos viajado sobre un lápiz de colores volador. Fue un sueño. A ella la confundió el cambio de horario. Europa tiene como ocho horas de diferencia. Lo más resaltante de tres días de estancia fue la visita nocturna un vidente que pidió verla. Kukuli no entendió su revelación de que la acompañaban tres grandes maestros. Yo tampoco, con tantos nombres gloriosos que había por allí. No estaba preparada para saber que eran tres qelqereq nuestros, quizá de los más renombrados del Poqenkancha. ¡Estarían con ella solo un tiempo!
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*En ese tiempo era gerente de la línea Carlos López Gallego.



KUYE MILLONARIO EN AÑOS

Nos miramos frente a frente. El, con su naricita graciosa, sus orejas de paraguas, sus bigotes ralos y sus ojazos risueños. Al sentirse descubierto hizo como un mohín. A muy pocos les gusta hablar de su edad. Lo descubrí de pura casualidad, leyendo un trabajo de Jane Wheeler y Juan Rofes. El kuye no sólo es tatarabuelísimo sino muchísimo más. Los años le llueven por todas partes torrencialmente sobre su cabeza, en un patinaje loco encima de su cuerpo lustroso y anegando los dedos de su patitas creando un charco como un océano.
El kuye nuestro tiene millones de años de vivir sobre la tierra, este planeta al que los humanos no dejamos en paz. “Estudios recientes, -dicen Wheeler y Rofes- han demostrado que los roedores llegaron a Sudamérica hace unos 35 millones de años procedentes del continente africano (Wyss et al., 1993). Tenemos así que la forma ancestral del suborden Hystricognathi dio origen, entre otros, a los Hystricidae (puercoespines) en Africa, y a los Caviidae (cuyes) en Sudamérica (Woods, 1984; Wyss et al., 1993).”

No quiero seguir abundando en esta valiosa información por no incomodar al kuye o qoe, amigo de toda la vida, al que consumimos cariñosamente en Cusco al horno, relleno, en nuestro caso, de hierbas olorosas,  crocante como un lechoncito y saboreando sus suaves carnes hasta dejar sus huesos mondos; y también aunque menos en  qowilawa, qowelawa o “crema, sopa, de kuye”. En otras partes lo comen chaktado (Arequipa y Moquegua), frito (Ancash, Junín) o nadando en aceite (Cajamarca). De todas formas es sabroso.      
Tampoco se trata de elogiarlo solo como alimento ni cómo ha sido  recibido en mesas extranjeras, -a los coreanos les apasiona-, sino de revisar el trabajo de Wheeler y Rofes y agregar algunas notas recogidas en mis viajes. Ellos afirman que el cuye doméstico es “un pequeño animalito de temperamento inofensivo”, que “posee piernas cortas, cuerpo y cuello anchos y carece de cola” tiene unos 9,000 años de antigüedad, según los hallazgos en depósitos arqueológicos. Es importante remarcar que  no tiene cola, hace décadas lo confundían en Lima con la rata, que es muy diferente y tiene además de hocico largo y amenazadores dientes una larga y repugnante  cola.

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Y ahora sí que nuestro kuye (Cavia porcellus ) , cuyo nombre corresponde a su nombre peruano “qowe o qowi”,  respira con algún alivio. Se siente como un bebé al lado de sus ancestros, cuando los continentes estaban unidos y siendo tan tímido, tan ajeno a las aventuras, pudo pasar valientemente uno a otro. ¡Pequeño gigante!
En Cusco, según las añejas tradiciones andinas, el Ukhupacha, el mundo de abajo, está poblado por unos hombres pequeñitos que tienen cabeza de qoe. Son los ukhupacharunachakuna, pastores de los poronqoes. Kukuli los dibujó alguna vez con unos pequeños chalecos bordados con flores.
En Puno tuve la suerte de ver a los poronqoes, sus antepasados silvestres. Al atardecer salieron de sus madrigueras y se movieron en una mancha que llenaba la vía. A medida que avanzábamos en el auto, se abrían. Eran miles y ni pensar en que se pudiera coger uno para examinarlo. Hubieran desaparecido en instantes porque son rapidísimos.

Al parecer se alimentan únicamente de pasto. Un guía del lugar nos informó que no son comestibles, porque su carne tiene sabor a hierba y no es agradable. Jane Wheeler, de CONOPA, estaba en lo cierto cuando afirmaba que al convivir con el hombre ganó mucho. Su condición de doméstico le proporcionó un techo seguro y un ambiente grato, tibio, por el calor de los fogones; al recibir una alimentación especial (alfalfa o sutuche) su carne llegó a hacerse apetecible, considerándose además que siendo magra es muy deseable como alimento propio de los Andes.
A todo eso hay que agregar que el número de crías es mayor y que sus variados colores, negro, blanco, crema, beige, marrón claro y anaranjado,  lo han ayudado a sofisticarse, al grado de convertirse en mascota. En la Universidad Agraria de La Molina me mostraron ejemplares muy simpáticos de pelo crespo, en bucles o pelo largo, lacio, que podía ser usado para hacer tejidos.
En una entrevista a la arqueóloga Sonia Guillén, en Moquegua, sobre los chiribayas, ella me mostró unas momias de infantes que habían sido colocados en unas ollas con sus juguetes. Los tiernos niños llevaban al mismo tiempo unas ofrendas de kuyes bebé, quién sabe para “su comida” en la otra vida, que se habían secado completamente sin perder su delicado pellejo. 

Una interesante investigación de Escobar & Escobar en Cusco, mencionados por Wheeler y Rofes, revela nominaciones de acuerdo a algunas características de estos animalitos. “El kuy que combina el blanco con el negro recibe el nombre de habas t’ikacha, “flor de habas”. Cuando tiene otro color alrededor de los ojos se le llama dokturcha, “doctorcito”. Si su cuerpo es de dos colores, a la hembra se le dice pollerachayoq, “con pollera”; y si es macho pantalonchayoq, “con pantalón”. Cuando se le mira del medio para arriba sakuchayoq, “con saco”. “Los cuyes poco desarrollados son llamados phuchus. Las crías muy pequeñas, qhulla, “verdes”, qhullu, “menudos”, uña, “tiernos” o huch’uy, “pequeños”.

Las Hermanitas Sánchez (Constantina y Victoria) de Huancavelica, solían cantar en qechwa un waynito pícaro sobre un kuyecito que habían comido con placer y que, por alguna razón, rascaba su estómago con sus uñitas, quizá pidiendo un poco de anisado, licor dulcete, o un bocado de buena chicha. 

Alfonsina Barrionuevo

domingo, 7 de enero de 2018

KUKULI Y SUS SUEÑOS DE COLORES
Antes de continuar quiero decirles que Kukuli fue como todos los niños, como su misma hermana Vida. Nació arrugadita, de haber vivido como mil años, igual a todos los bebés, azorados al descubrir el mundo. No falto a la verdad si digo que floreció entre sonrisas y que al año caminaba como los polluelos. Por sus trenzas hubieran podido trepar los gigantes y los enanos del cuento. Pero el tiempo fue archivando su primer balbuceo y al primer ángel que alumbró en sus pupilas, mientras iba ampliando su ámbito vital. Al crecer siguió siendo una chiquita que nos ponía en apuros con preguntas desconcertantes y se hacía sentir a su manera. En las noches dejaba un dibujo en la almohada de su padre  y en las mañanas, antes de irse a la escuela, ponía una flor en el rodillo de mi máquina de escribir. De ese modo quería decirnos que nos amaba  y que también deseaba ser amada. Así son los niños, piden amor de mil maneras. Para ellos es como el oxígeno. Sin amor se mueren.  


CHABUCA LARCO

La casona 1515 de la avenida Bolívar está más florida que nunca. Todavía conserva el sonido de su voz, sus miradas, sus pasos. La recuerdo como siempre hablando de Perú.
-¿Dónde están los ‘luchadores de sumo’, Chabuca?  Has puesto otra pieza en su lugar”, -le pregunté una vez y se sorprendió. Cómo no iba a recordarlos si ella me los mostró hacía tiempo con regocijo. Se trataba de una pieza valiosa entre miles de la colección Larco. Mostraba a dos luchadores musculosos, como los japoneses, en actitud de empujarse mutuamente, para hacer salir al menos fuerte de un círculo invisible. Era un tiempo en que nos veíamos con frecuencia siendo yo redactora del diario “El Comercio” y luego de la revista “Caretas”. En una de esas me permitió tomar fotografías del ajuar de un señor chimu para un documental que hice de un minuto de la serie de televisión “Tesoros del Perú”. Una regalo de maravilla, el pectoral resplandeciente, el tocado de la cabeza, las orejeras y mucho más, unos alfileres largos con figuras en miniatura en la cabeza, un mono que hizo dejar como estaba de color verdoso, conservando su magia, y más piezas. Siempre recordaba que había entrevistado a su señor padre, don Rafael Larco Hoyle. En efecto, me enviaron para que hablara con él sobre las cerámicas ‘eróticas’ del museo. 

El erudito coleccionista me dijo que había publicado un libro llamado “Checcan” y que un famoso especialista, -tal vez de Europa,- le escribió para decirle que había reunido material durante muchos años para escribir sobre sexología prehispánica, pero que al ver sus escritos desistió porque él lo había dicho todo. Vi solo la tapa del volumen porque afirmó que era demasiado joven para leerlo. El fotógrafo nos tomó la foto que incluyo y que me sirvió para demostrar en mi trabajo  que hice la comisión pero que no pude tomar dato alguno por ser menor de edad. Al comprar las piezas de Batán Grande y otras don Rafael salvó miles de vasijas que sin su acción peruanista hubieran salido del país. Estuvieron en Trujillo, donde tenía una hacienda llamada Chiclín, hasta que se vino a Lima. Después de aquella visita que me ilustró mucho sobre nuestra historia no volví a verlo. En cambio conocí a Ysabel que me siguió dando hermosas lecciones acerca de cómo amar lo nuestro. Un día me mostró unos bellísimos mantos con plumas de papagayo de color amarillo y turquesa que debieron ser hechos para revestir los muros de un palacio Inka y que se hallaron intactos en unos enormes tomines. Caminamos algunas veces a lo largo de los anaqueles mientras me explicaba cómo las piezas habían sido reordenadas. Hablamos de los sacerdotes que habían sido reproducidos en el barro sosteniendo la célebre concha Spondylus tan depredada en nuestra costa norte para la indumentaria de sus Alaek o señores y que ahora se encuentran solo en Ecuador. Me mostró sobrecabezas de unas momias chankay, una de las cuales tenía unas excepcionales pestañas de metal y sus muñecas ceremoniales armadas como t’eqes cusqueñas, envolviendo con fibras de llama las cañas para el cuerpo, los brazos y las piernas.

Sólo nos salimos de ese contexto cuando la llamé para saber si conocía a las monjitas nazarenas, yo quería grabar imágenes de sus Niños Dios que debían ser muy antiguos. Me dijo que sí y me contó que estaba haciendo refacciones en el altar mayor del santuario del  Señor de los Milagros, a quien había pedido una gracia enorme y se la había concedido. Me bastó nombrarla y se abrió para mí el convento que tiene una clausura rigurosa.

En la última vez le comenté por teléfono que había visto el museo y que lo encontraba extraordinario, lleno de vergeles. “–Tú veras –me contestó que al abrirse sus puertas para salir, se puede ver la íntima placita donde se ve el monumento de papá al centro como si continuara.” No alcancé a referirle mi entrevista a Lucy Telge, la directora del Ballet Municipal, quien vivió antes en la casona. Le observé que parecía una waka con sus dos niveles y afirmó que así la consideraban. Por obra del destino y gracias a Rafael Larco Hoyle y a Chabuca, quien tuvo orgullo, cariño y pasión por nuestras culturas, demostrados aquí y en Qosqo, en la Casa Cabrera, el lugar ha vuelto a ser sagrado.  

Es un honor haberla conocido.


Alfonsina Barrionuevo