domingo, 24 de noviembre de 2013


LOS CORALES DE ISLA FOCA

La visión de un mar esmeralda, engarzado en un cintillo de platino, es mágica. A nosotros no nos toca porque nuestro mar Pacífico es más una despensa de maravillas.

El otro es un sueño en la cabecera de la América Sur. Sin embargo, el Perú nunca   dejará de sorprenderme.  Hace poco las incursiones submarinas de Yuri Hooker, biólogo investigador del Laboratorio de Biología Marina de la Universidad Cayetano Heredia me dejaron deslumbrada. En el extremo norte del litoral,  en el punto donde la Corriente Peruana, conocida también como Corriente de Humboldt dobla hacia la izquierda, y hace lo mismo la Corriente Sur Ecuatorial que baja del Ecuador, tenemos un mar de aguas prodigiosas, donde bellísimos corales se mecen en una epecie de danza de sortilegio.

Son ciento cincuenta kilómetros de un triángulo que se forma entre las dos poderosas corrientes. En ella retozan una diversidad de criaturas: lobos y otros además de una diversidad de aves entre los picos de isla Foca que está situada estratégicamente; y dentro del mar, caballitos, estrellas, conchas, caracoles, cangrejos  y peces de colores y dibujos caprichosos. que se mueven entre las ramas de un fantástico “bosque” (en realidad son animales)  de corales abanico, anémonas y medusas.
 

Foto: Yuri Hooker

Ese tramo peruano del llamado Mar del Sur y después Océano Pacifico, el más grande de todos, es una joya extraordinaria. Yuri Hooker que también es fotógrafo de profundidades y se siente privilegiado cada vez que se zambulle, terminó llevando una cámara de video para capturar imágenes y trabajar en el registro de las especies.

En la costa hay un pequeño poblado de pescadores que vive feliz. Ojalá siempre fuera así, pero se ve en las proximidades enormes lanchas bolicheras  de pesca comercial que amenazan con arrasar lo que encuentran indiscriminadamente. Urge declarar esa parte del litoral y, en especial isla Foca, áreas marinas protegidas para que no sean perturbadas, conservar su intensa vida marina y que la zona no sea depredada, incluyendo varias millas mar adentro. La atracción que ejercerá para el turismo hace necesario que no se construyan cerca  hoteles  ni campamentos. Cualquiera construcción debe estar alejada y visitar el, lugar por tierra. El buceo tendrá que tener también sus reglas. Las maravillas están adentro de las aguas, en fondos que la misma naturaleza ha creado.

Los peruanos tenemos la obligación de cuidar nuestras riquezas y que sean accesibles para todos.      

 

EL SEÑORIO DE LA DAMA DE CAO

Cao Viejo  es famoso por la waka El Brujo y una señora  de  alto rango, de fuerte relación con el agua y la fertilidad de  los campos. Hermosa, en la edad de los sueños y omnipresente. Una soberana y al mismo tiempo sacerdotisa, querida y respetada.

 

La brisa acarició con sus dedos la gasa que cubría el rostro de la doncella moche y en su memoria afloró su juventud. Parecía dormida cuando se fue.  Buscó su rastro en el pasado, unos 1,700 años, y  pudo evocar su rostro altivo, sus ojos grandes, su cuerpo esbelto y sus pies menudos que parecían deslizarse al caminar.

Aquella vez creyó que no volvería a tocarla. Ocurrió, porque pertenece a la historia. Antes nunca se encontró un fardo funerario moche excepcionalmente conservado, ciento veinte kilos, un cortejo de mujeres y hombres sacrificados para su servicio y, además de las hermosas piezas escultóricas que tenía, otros símbolos de poder.

           

La sacerdotisa de la Waka Cao Viejo envuelve en su encanto el espacio sagrado donde se hallaba, en el complejo arqueológico El Brujo, a  60 kilómetros, al noroeste de Trujillo. El lugar donde reposaba, arrullada por un lejano rumor de olas, en los brazos de la madre tierra de Chicama, estaba en una esquina de una  pirámide trunca.

Trescientos metros cuadrados, un techo a dos aguas con el soporte de una columna bellamente decorada, un frontis donde se repìte con gran colorido un personaje de rostro con rasgos felínicos, manos llevando cóndores y serpientes, y pies abiertos, entre  muros con relieves geométricos que son un jubileo de peces life serpentiformes (trichomycterus sp) y unos pequeños felinos (oncifelis colo colo).

 

Regulo Franco, arqueólogo director del proyecto El Brujo, cuyo mayor logro es el hallazgo de las mujeres más relevantes del antiguo mundo moche, considera que esta caracterización, en la fase temprana de dicha cultura, tiene un vínculo con el mundo de los muertos.

En el marco de la pompa fúnebre un estudio riguroso registra  desde el momento en que manos reverentes lavaron el cuerpo desnudo de la joven Señora de Cao con agua de mar o agua con sal y le rociaron polvo de cinabrio, sulfato de mercurio, para impedir su corrupción, acomodando su larga cabellera, con  fleco o cerquillo sobre su frente.

Era delicada, de una talla que bordeaba el metro cincuenta y apenas unos veinte a veinticinco años espléndidos  que hacían resaltar los tatuajes impresos en sus antebrazos, los dedos de la mano, la palma, los tobillos y los dedos de los pies, con misteriosos dibujos de serpientes, arañas, peces, caballitos de mar, pulpos, un gato montés, líneas y rombos. Una relación interesante con las imágenes en relieve policromado emblemáticas que se repiten en las paredes del templo.

 

Su rostro fue cubierto respetuosamente con un cuenco de metal, se colocó un segundo en la parte lateral del tórax y un tercero hacia la espalda.  Alrededor de su cabeza, cuarenta y cuatro narigueras de oro y plata magistralmente decoradas con pelícanos, alacranes, serpientes bicéfalas, cangrejos y arañas.

También quince collares de oro, cobre y piedras semipreciosas, sartas de aretes de cobre con incrustaciones de turquesa y orejeras. Un tesoro digno de su estatus mágico religioso y social.

Envuelta con varias mantas fue colocada sobre una base de caña brava y debajo del cuerpo depositaron veintitrés estólicas buriladas, con representaciones diferentes. Estas lanzadoras de dardos aparecen en la iconografía mochica en escenas de caza del venado  y  lanzamiento de flores con probable intención ceremonial de purificar el aire.

La revistieron con un manto de placas metálicas, cosidas a la tela como si fueran un estandarte. Encima acolchonaron la superficie con una capa de algodón blanco que parecía  espuma de mar. A su lado añadieron husos, ovillos,  agujas de oro, de cobre y vestidos  pintados con figuras geométricas o bordados con peces.

 

Siguieron envolviéndola  en ricas telas y en la última delinearon su rostro con   anillos y  placas de metal. Sobre este primer fardo fueron sus emblemas, coronas, diademas, bastones-porras a los costados  propios de varones  y más paños de tela y piezas de tejido llano, una tan larga que le dio 48 vueltas. El último envoltorio, cosido con puntadas en zigzag, llevaba dibujado otro rostro coloreado.

Hace años visité con Régulo Franco  la Waka El Brujo o Waka Cortada, después de entrevistar a don Guillermo Wiese de Osma, quien hizo reproducir en el museo de una sucursal  del Banco Wiese, Miraflores, las extraordinarias pinturas que se encontraron en sus andenes. Al caminar por ellos, donde aparecen danzarines, guerreros victoriosos y prisioneros, se percibía mucha energía. 

Todavía estaba inédito el contenido de la waka de Cao Viejo, en cuyas cercanías quedan los escombros de una iglesia virreinal y un poblado, Magdalena de Cao con rancherías. Los españoles difundieron que sus habitantes eran brujas, en realidad gente de curandería,  y los viajeros preferían esquivarlas.

En el año 2,008  el apoyo de la Fundación Augusto N. Wiese y el Instituto Nacional de Cultura de la Libertad  permitió excavar en la waka de Cao Viejo. Al comienzo los arqueólogos hallaron unas vasijas enterradas y un fragmento de mate pirograbado. Al pie de la banqueta del recinto esquinero notaron el contorno de una fosa extensa. Hacia el sur una lechuza de cerámica los orientó a ofrendas incineradas de hilos en husos de madera, restos de tejidos, agujas de cobre, estiércol de cuy, huesos de pescado, una figurilla de madera en forma de mono, fragmentos de cerámica y restos de cinabrio. 

Otro paso fue el  descubrimiento de un guerrero, una pequeña escultura de madera que lleva sobre su  cabeza un tocado de cobre dorado y en sus manos una porra y escudo forrado también con metal dorado. Así se llegó a la Señora de Cao. Su entierro corresponde a una de las fases más antiguas, previa al terremoto  devastador que afectó todas las construcciones en el siglo IV d.C., a juzgar con los fechados de carbono 14, con evidencias de su gobierno o cogobierno con asistentes.

 Su atuendo y sus tatuajes concuerdan con un papel de sacerdotisa de la Luna. Las coronas repujadas con diseños de felinos, arañas  o adornadas con una diadema en forma de “V” y  una figura  de murciélago son típicas de los personajes sobrenaturales relacionados con el mar, la noche y con el mundo subterráneo, escribe Régulo Franco.

Ella habría ejercido un rol soberano entre los  moche a pesar de su extrema juventud,  que supone un gran carácter. Debió influir en el gobierno y en la religión por su capacidad de vidente definiendo si el año sería bueno o malo para la agricultura, su dominio para curar y el ejercicio de ceremonias y rituales que la elevaron a un sitial donde no llegaron otras mujeres ni  hombres de su época.  Hay que visitar su museo de sitio para admirarla,  un par de horas de Trujillo, La Libertad.

 

Alfonsina Barrionuevo

 

domingo, 17 de noviembre de 2013


UN MAIZ DEL QORIKANCHA          

La mazorca es bella. Si no fuese de oro sus dientes de leche invitarían a un pequeño festín. En la panka que la envuelve hay una levedad que conmueve. Una transparencia que deja ver sus rayas. El tallo cortado sugiere la planta de largas hojas donde pudo estar otra mazorca. Los orfebres inkas advirtieron la presencia de un pajarito que en la realidad es negro. En qechwa se le llama choqllopoqochi, “el que hace madurar el maíz”. Ellos no lo sabían pero la avecilla atraviesa la amazonía para comerlo cuando está tierno. Su dulzura, atravesando la distancia, lo atrae.

Derechos Reservados: Alfonsina Barrionuevo
 
En las últimas décadas del siglo pasado alumnos de biología de la Universidad Nacional de San Antonio Abad de Cusco cogieron uno. En la pata llevaba un cintillo que identificaba su origen en Brasil.

No se sabe cuánto tiene que volar. Sin duda se detiene varias veces porque es frágil. Cuando llega a las chacras su alegría se convierte en canto. Sus trinos son jubilosos y hay quienes capturan unos cuantos. El choqllopoqochi no soporta el cautiverio y se deja morir.

El sociólogo arequipeño Jorge Cornejo Bouroncle me dejó fotografiar el único que existe al parecer. Alguien lo salvó del despojo del Qorikancha ignorando que lo guardaba para la posteridad.

No puedo imaginar dónde está. El sociólogo y su hija, la heredera de esta joya inka, ya no existen. Ignoro si quien lo tiene lo guarda con la veneración que él le tenía. Mi foto es única y me place haber tenido la suerte de tomarla en la habitación donde estaba la caja fuerte del banco comercial donde lo tenía en depósito.

Al parecer el maíz y la avecilla fueron martilladas hasta que el oro adquirió una finura singular. Tal vez la planta estaba cerca del lugar donde los Inkas del Qosqo iban para realizar sus ceremonias. Según la leyenda el maíz, Mamasara, es una doncella que fue transformada en alimento por el Padre Sol.

 

 

 

ALIMENTOS NATIVOS DE PERU                      

El insigne neurocirujano Fernando Cabieses Molina olvidó popr un momento el bisturí para convertirse en anfitrión. En el patio del Museo de las Ciencias de la Salud terminó de arreglar la mesa donde ofreció a un grupo de periodistas amigos platillos con maíz, frejoles, pallares, lúkumas, pakaes y otros alimentos arrugados por el tiempo que aún se consiguen frescos en el mercado.

Fuimos sin imaginar que nos tenía una sorpresa. Melchor Salomón Arroyo, su asistente en el Hospital 2 de Mayo, natural de Kanchapilka, Huaral, que sabía mucho de herboristería, había preparado fuentes de manjares antiquísimos con recetas que heredó de sus dos abuelas y que llegaron al siglo XX por tradición oral.

El más sorprendente fue un seviche de pescado “cocido” con zumo de tumbo verde. El limón que se aclimató en el Perú, de un jugo ácido que se usa  para este menester,  se quedaba atrás. La carne blanca con el tumbo fragante era un descubrimiento. No recuerdo todas las delicadezas que habían en la mesa bien servida. Pero sí el picante de  patillo de  laguna domesticado por nuestros antepasados, con salsa de chikchipa; la ensalada de pallares verdes, los rocotos rellenos con mariscos, el kuye chaktado con papas nativas, la perdiz con salsa de maní y un postre que   no puedo olvidar, porque era una  joya gastronómica: calabaza con harina de kiwicha y leche de tarwi,  endulzada con miel de abejas silvestres. Saboreamos además mazamorras preparadas  con el “latex” del maguey tierno, que es dulce.

En el museo, a un paso de la Plaza Mayor de Lima, en la calle del Arzobispado, tenía en sus vitrinas piezas y productos que salieron de las tumbas prehispánicas. Las cerámicas intactas mostraban granos y frutos intocados por milenios.

Con él y Arturo Jiménez Borja, también médico,  aprendí a “mirar” una Lima y un Perú “vivos” en el legado de los ancestros. En otra habitación contemplé desde las mantas que llevaban  hasta los instrumentos propios de  los hanpiq, antiguos médicos peruanos.

En el corredor, en torno de un patiecillo, la brisa desprendía los aromas de plantas medicinales diversas.

No puedo saber cuántas lunas llenas de lumbre rodaron sobre el oleaje de Mamaqocha, el mar, antes de hablar con él sin apuros. Asistí para cubrir datos de  algunas conferencias magistrales con  sus fotografías sobre el mismo tema, hasta que volví a encontrarle en el segundo  piso del antiguo Ministerio de Pesquería en la Avenida Javier Prado, que nunca fue ocupado. Cabieses fue encargado para convertirlo en un Museo de la Nación. Ya antes la sola idea había dado lugar a los comentarios más demoledores de los arquitectos. Habría que romper muros, ensanchar ventanas, picar puertas, etc, algo tan costoso que sería mejor hacer un local nuevo.

El ilustre cirujano historiador aceptó el reto y hubo más comentarios negativos. Invitó a distinguidos coleccionistas, que asistieron a la primera reunión por su  prestigio, para pedirles en préstamo sus mejores piezas, y el aire pesaba porque nadie dijo palabra alguna. El silencio me aplastó porque era un “no” rotundo. Finalizó con un “piénsenlo”,  mientras brillaban sus ojos azules y creí que allí terminaría el asunto.

Unas semanas después me llamó. Iniciaba por fin el proyecto. Sólo él pudo armar un rompecabezas de culturas en el edificio frío que se fue calentando al abrigo de su espíritu. En el vestíbulo brillaría el Apu Inti, el Sol del Qorikancha. El recorrido terminaría siendo grandioso. Tengo una grabación televisiva que se salvó de ser borrada y allí está el Antiguo Perú  que Cabieses quiso mostrar con sus tesoros desde el principio.

Había puesto en vitrinas las piezas más lindas que he visto. En la proyección de monumentos, mandó hacer muchas maquetas. Hasta reconstruyó una parte del gran templo del valle de Los Reyes, donde el artista —un campesino del lugar— volvió a dar vida a las impresionantes cabezas de colores y alguien —no sé quién— pintó la gran plaza en un gran cuadro con su pirámide, donde el régulo observaba el panorama con sus sacerdotes y sus guerreros. Los anderos paseaban a sus princesas en sus literas, los mercaderes ofrecían sus mercancías en trueque  y también desfilaban los prisioneros rumbo al sacrificio. 

La Sala “Chavín” impresionaba con los monolitos reproducidos en cartón piedra. El Lanzón parecía sostener al templo viejo en la encrucijada de sus galerías. Había una maqueta del Kunturwasi, el templo de Cajamarca.  Las cabezas  clavas en sus pedestales sugerían un enigma que después estudió el médico geriatra Fernando Corzo. También estaban las vasijas de piedra y de cerámica en la galería de las ofrendas.

Creo que los moche y las otras culturas norteñas, de haber podido superar las barreras del tiempo para asistir a la apertura del  museo, hubieran quedado satisfechos con la excelente disposición de sus obras. Recuerdo dos cerámicas de lujo, increíbles por su significado y su perfección: el autodecapitador y el contorsionista que atraían las miradas como si fueran imanes. Ahora que escribo estas líneas recuerdo al ilustre investigador en el museo con el sueño cumplido. Fernando Cabieses pasó la prueba y colocó en el espacio de ingreso haciendo un papel de guardiana una amaru, la serpiente madre de la lluvia.

Es lamentable que al cambiarse los gobiernos haya nuevos nombramientos y modificaciones. Por el Museo de la Nación han pasado varios directores. Estuvo entre otros  Arturo Jiménez Borja, quien trabajó para darle un  museo de sitio a Pachakamaq, llevó a cabo la  restauración de Puruchuku y la waka Wallamarka y un centro administrativo en Cajamarquilla, a quien ahora se le está rindiendo homenaje. Estoy segura de que se hubiera negado a recibirlo así  nomás después de la amargura que sufrió de ser desalojado de Puruchuko sin aviso.

Me siento feliz de haber asistido al cumpleaños de Fernando Cabieses en el Museo de la Nación, donde conocí a su hija Alejandra, partícipe de sus afanes. La torta con las velas destellaba como sus ideales. Después, le encontré en una pequeña oficina en el Ministerio de Salud, donde fundó el Instituto Nacional de Medicina Tradicional (INMETRA) y  transformó sus áreas verdes en un jardín botánico de las especies más valiosas de nuestras regiones.

Al mismo tiempo,  escribió muchos libros sobre la alimentación y la medicina del Antiguo Perú. Luego fundó la Universidad Científica del Sur, cuando su salud ya declinaba, pero sin perder firmeza en sus convicciones. En realidad nunca cesó de bregar en  favor de nuestras culturas.

Fernando Cabieses Molina  ha entrado a la inmortalidad como uno de los amautas del siglo XX con pleno derecho. Está con nosotros, no obstante su irremediable partida física un 13 de enero. Nunca lo olvidaremos y debe haber cruzado con pie firme el Yawar Mayu, el proceloso río de la muerte, de un mundo a otro, eterno. Lo despedí con con reverencia por su amor y su entrega  al Perú.

  

Alfonsina Barrionuevo

domingo, 10 de noviembre de 2013


CABEZAS CLAVAS CHAVIN
 

Las cabezas clavas chavin sorprenden por la ferocidad de su expresión.

En sus rostros de piedra la ira asoma con fuerza. La frente contraída y los colmillos que asoman agresivos en sus bocas generan escalofríos.

¿Quiénes fueron los chavin?

¿Tal vez unos pigmeos que inventaron rostros fieros para provocar temor en sus enemigos?  ¿Quizá viejos sacerdotes que los usaron para protegerse?  ¿A lo mejor una élite sobreviviente con maestros canteros, expertos en tallar pesadillas?

A primera vista las cabezas clavas de su gran templo parecen destinadas a hacer retroceder a los intrusos.

¿Es lo que se proponían los chavin en el centro relligioso que fundaron?

Entre muchos estudiosos, propios y extraños, prevalece esa impresión  y se aplica a las esculturas que hay en el lugar.  Con miles de años de por medio es difícil suponer a quiénes querían intimidar.

Ubicados  entre los ríos Mosna y Wacheqsa los chavin, con sus ornamentos  felinos, serpentiformes y aves rapaces plantean un abanico de interrogantes.

Estuve varias veces en Chavin haciendo comisiones periodísticas. Alcancé a conocer a Marino Gonzáles,  su guardián voluntario mientras duró su vida. Admiraba a los chavin y su fidelidad fue conmovedora, aunque nunca penetró en sus secretos.      

Un día me buscó un médico geriatra. Se llama Fernando Corzo y vino con una sola pregunta.

-¿Ha pensado alguna vez lo que quisieron decir los chavin con sus cabezas clavas?

Le contesté que no. Ni los arqueólogos podían decir algo porque no se puede interpretar lo que no se conoce.

El especialista sonrió moviendo la cabeza.

-¿Los ha observado bien? 

-Recuerdo una cabeza  con cabellos de serpiente, colmillos felínicos en la boca y pómulos salientes. Realmente impresionante. Aunque debo confesar que no he tenido tiempo de pensar en ellas. Los chavin desaparecieron hace miles de años. Entonces Fernando Corzo me dijo que había estudiado varias cabezas clavas y había hecho una comparación con personas de diferentes edades. Lo que aquellos quisieron con esas esculturas magistrales era mostrar el paso del tiempo, desde la pubertad  hasta  la vejez. Ese fluir de calendarios que es imposible evitar, y que en muchas culturas se advierte que también les preocupó, estuvo en el llamado templo viejo, de gran alzada y una puerta falsa muy bella de columnas torneadas.

Estoy preparando un libro donde analizo las cabezas clavas desde el punto de vista completamente lógico de Fernando Corzo y otras esculturas magnas de

los chavin.

Estaré buscando un auspiciador a medida que lo escribo.

Será pronto.

 

 

 

LA PASTORA DE WILLAQ

 

He bajado un sendero de vértigo en Willaq, Cotahuasi, Arequipa, recostándome en la montura  hacia atrás.  para que mi yegua no se vaya de cabeza. No puedo negar que un viaje así por la suni y la puna. es más que emocionante, lleno de riesgos. Hay partes buenas y otras que son un reto a la cordura.

En el camino surgen al paso.flores y espinos raros, aves que rompen el cristal de su quietud con su vuelo y riachuelos de agua blanca que si pudiera me llevaría a la ciudad.

Las horas se tornan interminables y comienzo a sentir un natural cansancio. A veces es mejor caminar y voy  trepando como una hormiga de piedra en piedra. La fatiga se compensará con una maravilla de la naturaleza: “los ojos del diablo”, un increíble fenómeno que espero contemplar.

Llega la noche y siento el volumen de la oscuridad, su peso. Lo único que se puede hacer es bajar la cabeza para que las ramas de los árboles espinosos del sendero no nos arañen la cara. No queda más que dejar que los caballos, que conocen el camino, sigan adelante hasta Palkacorral.

Allí, Fernando Polanco, nuestro guía de Alka, alumbra el suelo con su linterna y rodeamos los corrales donde descansan rebaños de alpakas a 4,700 metros de altura sobre el nivel del mar. No hay más que una estancia, A la vez cocina, dormitorio y kuyero. sin embargo, Estefanía Condo y su esposo Mariano Ticso, nos ceden su casa. Somos cuatro, con el camarógrafo David Morán, el auxiliar Dámaso Ramos y yo, que soy periodista y productora de televisión.

Ellos sacan cueros de alpaka y frazadas, que serán su cama, y dormirán afuera. Una brisa helada quema las manos, traspasa el cuerpo, convierte el vaho en un halo blanquecino. Si bajara más la temperatura podrían congelarse. Ellos honran la hospitalidad, que es una ley en los Andes, atizan el fogón y se aseguran de que sus huéspedes estarán abrigados.

Miro el cielo estrellado, sin luna, y me sorprende que las estrellas no alumbren. A la derecha está la Cruz del Sur, a la izquierda la llamada Sirio y a su lado, rosada como una gema, la Qoyllur o Venus andina. Al centro se puede ver nítidamente la radiante constelación de la Pariwana.

Al día siguiente, cuando le pregunto a Estafanía Condo cómo pasaron la noche, se sonríe, y contesta en qechwa: “mirando las estrellas, pero sin contarlas, quiero tener hijos alguna vez pero no tantos.”

Luego entra en la estancia de piedra con techo de paja donde los kuyes retrasaron nuestro sueño porque los machos hacían la corte a las hembras, con silbidos y carreritas, y prepara el desayuno. Un caldo con trigo y papa. Ni hablar de pagarles porque dirían que no, pero sí reciben con agrado una bolsa de pan que en esas alturas, es una golosina.

La miro y la veo tan satisfecha que piensa en “la camisa del hombre feliz” y le digo:

-¿Estás contenta viviendo en estas soledades? –le pregunto.

-Así es mi vida, con mi esposo y las alpakas.

-¿No quisieras ir a la ciudad?

-Arequipa es muy bella con sus casas blancas de sillar y sus ventanas de rejas.

Estefanía  Condo no pierde su sonrisa enmarcada entre sus mejillas chaposas que parecen dos rosas.

-Conozco la ciudad y no me gusta. He trabajado allá en una casa blanca y me sentía encarcelada. He ido a la escuela, sé leer, he visto la televisión, donde hay mucha violencia. Aquí, en cambio, me siento en paz. Mi cielo es azul, el sol no encubre la maldad, mi agua es limpia y no sabe a cloro. En la mañanita el frío muerde mis carnes, pero en cuanto aparece el sol me calienta. Si llueve enciendo el fogón y gozamos su tibieza. ¿Para qué querría cambiar mi casa? Mis alpakas me dan todo. Su carne para mi hambre, su pellejo para mi sueño y su compañía todo el tiempo. Ellas me conocen y yo no me siento oprimida entre cuatro paredes sirviendo a otros. Cuando tenga mis hijos, ellos crecerán aquí y escogerán lo que quieran ser cuando sean grandes.

Nos despedimos con un abrazo, como se estila en los Andes, como dos hermanas. El hombre feliz no tenía camisa, según la historia. La camisa de la pastora Estefanía Condo es la camisa de una pastora feliz con otra visión del mundo.

Bajamos a Waylla Rup’aq, “la pradera que quema”, a pie. Me quedo maravillada. El lugar es volcánico. Los manantiales, con agua hirviendo a más de 90 grados han formado volcancitos con el material calcáreo que arrojan. Al enfriarse la superficie se forma una nata rojiza. Son los “ojos del diablo” que parecen mirar divertidos a los mortales que se acercan a las puertas de su infierno geológico donde las nieblas crean un ambiente fantasmagórico. Si vienen los turistas para verlos alterarán la paz de Estefaníá Condo . Espero que tarden en llegar.

Alfonsina Barrionuevo
¿DE QUÉ MURIÓ WAYNA QHAPAQ?


Si las sombras se pueden encontrar más allá de la vida el médico Lucio B. Castro debe haber comprobado que su diagnóstico sobre la muerte del Inka Wayna Qhapaq estaba acertado. En la segunda mitad del siglo pasado la muerte del gran señor cusqueño se convirtió en una pasión que lo introdujo en la historia. Es interesante que otros especialistas puedan contribuir a las investigaciones de los arqueólogos y los historiadores para arrojar mayores luces sobre el pasado. Definitivamente en sus trabajos debe participar un equipo muy amplio para aclarar muchos misterios, desde biólogos, botánicos, orfebres y químicos hasta los que manejan el ADN.

 
Así como el geriatra Fernando Moreno Corzo ha descubierto que las cabezas clavas de Chavin muestran una evolución de las diversas etapas de la vida humana, el doctor Castro leyó afanosamente cuanto manuscrito había acerca del tema para apreciar como evolucionó la enfermedad del Inka hasta que la chiririnka, la mosca negra del Hades andino, se posó sobre su rostro para cubrirlo con sus alas.

 
Los cronistas españoles que acompañaron a Francisco Pizarro y los siguientes, que registraron los datos que les interesaban, recogieron noticias muy dispersas incluyendo e interpretando a su manera inclusive leyendas sobre supuestas visiones que habría tenido el Inka. El investigador tomó el asunto con cariño como suyo y fue hilvanando con sus conocimientos los que logró encontrar.

Según los escritos de Cabello de Balboa y la mayoría de sus coterráneos el deceso de aquel se produjo en el año de 1525, mientras que José de la Riva Aguero afirmaba que fue en 1528, basándose en el tiempo que habría durado el reinado de WasKar, su hijo legítimo.

 
Esa diferencia motivó que otro destacado galeno, Juan B. Lastres, sostuviera como causa de su muerte la viruela. Esta enfermedad la trajeron los audaces peninsulares que llegaron a Santo Domingo en busca de cuantiosos botines probablemente en 1517. De allí la peste pasó a México en 1520. Se cree con cierta seguridad que en el Perú se presentó recién en 1532, cuando la momia de Wayna Qhapaq hacía tiempo que había recibido honores y estaba en el santuario del sol, el Qorikancha, en el Qosqo. Se dice que sentado, de frente a su figura en oro, como su hijo más dilecto.

 
Habiendo tantas dudas el doctor Castro no habría podido extender un certificado póstumo de defunción por viruela para el Sapan Inka. Patrón, estudioso de la verruga peruana, pensaba que ella provocó su deceso. Julio C. Tello imaginaba que fue la sífilis. Maldonado y Valdizán, el pian, etc. En su caso, se cifró en las declaraciones de los nobles generales Pechute y Chauka Rimachi, recogidas por el Inka Garcilaso cuando era niño y las indagaciones de Cieza de León, Cabello de Balboa, Herrera y otros.

 Wayna Qhapaq, según pudo reconstruir, habría fallecido de paludismo, mal que se complicó con un proceso bronco pulmonar agudo. No fue la viruela porque el padre Acosta vio su momia en Lima antes de que la enterraran, no se sabe por qué en el monasterio de San Andrés, expresando su admiración de ver un cuerpo humano "con tan linda tez". O sea sin las marcas que ésta dejaba generalmente.

 
El testimonio más importante es una probanza que ofreció de su estirpe su pariente Kuri Wallpa. En ella contó que estando el Inka en el norte, un día de los últimos de su vida, "entró a un lago a bañarse" para su recreación y deleite, de donde salió con frío y temblores que los indios llaman chuqchu, sobreviniéndole una calentura, que se dice rupa, (o sea fiebre) sintiéndose cada vez peor en los días que siguieron".


 
O sea que de alguna manera Wayna Qhapaq contrajo el paludismo y su situación se hizo crítica a medida que avanzaba con su cortejo hacia Tumibamba, al norte. En el camino, el calor que sentía por la alta temperatura que lo aquejaba, dio lugar a que tomara la decisión de refrescarse entrando en las límpidas aguas del lago que nombra Kuri Wallpa. Eso empeoró su situación y le provocó una neumonía que lo llevó a la muerte en pocos días.

Una conclusión interesante que es un aporte del doctor Castro y que rectifica este capítulo de los finales del esplendor del Tawantinsuyu. El acucioso médico estudió el caso desde su punto de vista, retrocediendo en el tiempo al pasado hasta verle sufriendo por males propios de esta tierra. Algo que pudo hacer revisando con paciencia las informaciones del siglo XVI que fue completando con sus propias observaciones

 

Alfonsina Barrionuevo

domingo, 3 de noviembre de 2013


GENTE DE COLORES     

Cuando era pequeña soñaba con tener las chapas de colores que tenían las niñas del campo. Me veía paliducha, como si el tinte gris de la ciudad se imprimiera sobre mi piel. Comparaba mis manos con las de ellas y eran iguales, de color canela. Pero algo pasaba porque tenían manzanitas en sus mejillas y yo no. Cuando reían sus ojos se encendían por dentro como candiles. Hubiera dado cualquier cosa para parecerme. Al crecer sólo encontré el rubor, la  chapa artificial, y nunca sería lo mismo.

Esos colores resultaban de vivir al aire libre, en el campo, cerca al cielo. Yo sufrí algún tiempo la desgracia de vivir en la ciudad, hasta que me resigné. Un día me enteré qie les llamaban indígenas y me parexció indigno. En ninguna otra parte llaman indígenas a la gente del campo. Alguna vez les pregunté a las niñas de Apukalla, Paruro, Qosqo (Cusco). “”Uds. son indígenas?” “No”, contestaron azoradas. Nosotras somos de Apukalla.”

Así debía ser siempre. Las gentes de Perú no somos gente de colores, nuestra alma puede ser de hermosos colores, de colores que hemos heredado de nuestros antepasados, la gente de esta tierra, pero nuestra piel es de la misma tonalidad, un poco más clara, un poco más oscura. Eso no interesa sino lo que se lleva dentro.

Rechazo la calificación de indígena que nos hacen a millones de personas. La palabra es discriminativa e indignante.

Hoy día si algo me hace falta es no tener la cultura que tienen las gentes del campo, de las alturas. El sabio Javier Pulgar Vidal me decía siempre: “… he recogido los nombres de las regiones, de personas que no han ido a la escuela, pero que tienen una universidad de milenios.”

Ellas conocen mucho del Perú en todo el territorio. Sin embargo los antropólogos no se acercan a esas fuentes humanas para beber su sabiduría.

¡Cuán fabuloso ha sido para mí, por ejemplo, conocer cómo se domesticó la kinua  a orillas del lago Titiqaqa, con música y danzas que comienzan a desaparecer!


La extrema pobreza, por falta  de recursos económicos, se vive en cualquier lugar. Lo terrible y atroz es demostrar una pobreza de espíritu,  ante la riqueza cultural, la generosidad y creatividad que muestran las gentes del Ande. Todos formamos parte de un Perú que está emergiendo después de quinientos años de que avasallaron nuestro pensamiento.

Lo mismo pienso de la palabra afrodescendiente que recluye a muchos peruanos en una especie de ostra cultural. Cinco siglos no tienen por qué pesar en el alma de nadie.  

Basta ser nacido en el Perú para ser peruano y compartir la historia que se va escribiendo día a día.

 

 

 

LA COSMOVISION ANDINA

Es increíble como siguen rigiendo viejas reglas creadas por gente de fuera para dominar.  Los habitantes de la costa o chala cree que no son andinos  porque los Andes están demasiado lejos. No advierten que los Andes llegan hasta el mar y bajan hacia la selva y que su presencia ha determinado desde hace miles de años la suerte de que tengamos un territorio riquísimo, con ocho regiones y unos 84 pisos ecológicos de los 104 que hay en el planeta. Tenemos todos los climas, desde los ardientes de los arenales hasta los polares, de los valles generosos a los cálidos de la selva.

Los peruanos no nos damos cuenta que hemos sido favorecidos por una naturaleza pródiga que en épocas pasadas ha determinado la existencia de innumerables señoríos con sus propios desarrollos.

Cuando los hombres del Asia, en la aurora de los tiempos, cruzaron el estrecho de  Behring no sabían hablar dice Emilio Choy, apenas guturaban para señalar algunas cosas. No tenían elemento cultural alguno. Los cazadores de esas épocas no disponían de lanzas y cogían sin duda a los animales que encontraban arrojándose en grupo sobre ellos. Más tarde será que aprendieron a fabricar puntas de piedra para crear sus lanzas.

En los primeros milenios fueron sólo cazadores. Después comenzaron a establecerse por grupos en lugares que creían más convenientes. Finalmente comenzaron a desarrollar allí diversos elementos culturales.

El hombre del Perú, en este vasto territorio, tuvo que ser siempre un creador. No podía comunicarse con el resto de los continentes porque le era imposible vencer los océanos que se levantaban como una valla insuperable. Eso hace que nuestras culturas sean diferentes a las del resto del mundo.

Nuestros ancestros fueron genetistas de maravilla que domesticaron cientos de especies vegetales. Esas que salvaron al mundo del hambre y seguirán sirviendo a todos los países de los cinco continentes. Avanzamos también con la domesticación de los animales y logramos usar el pelo de los camélidos para lograr una textilería asombrosa con incrustaciones de plumas, piedras semipreciosas y metales.

En arquitectura no hay experimento que no se haya hecho desde las casas cónicas o putukos del altiplano que resisten las inundaciones hasta los rascacielos de Tantamayo o las edificaciones sismorresistentes inkas  usando llaves en puntos neurálgicos para evitar desastres. Sólo nosotros podíamos llegar a la sofistificación de pintar sobre el barro o la piedra con tintes naturales o con polvo de oro. En medicina, cientos de años antes de que Miguel de Servet fuera quemado en Europa por haber hablado de una circulación menor los antiguos peruanos ya conocían el interior del cuerpo humano.

Así como avanzaron en tecnologías que hoy sorprenden al mundo hubo personas que se dedicaron a la meditación, al desarrollo de las ciencias del espíritu, a establecer nexos con la naturaleza y dar lugar a lo que llamamos  religión ecológica peruana.

Los estudiosos no se encuentran concentrados en un solo lugar. Están en el extenso territorio que fue ocupado por las culturas prehispánicas. La división hecha por los españoles que llegaron en el siglo XVI da lugar a un concepto equivocado. Ellos lo dividen  en costa, sierra y selva. La sierra correspondería a los Andes. Por eso la gente de las ciudades de la costa no se considera andina. Es un error. El Perú está marcado por los Andes. Su presencia se hace notar en todos los pueblos que existen en nuestro país. Los costeños no se dan cuenta de los cerros que llegan hasta el mar. En el caso de Lima los cerros San Cristóbal , el Agustino, San Cosme y todos los demás pertenecen a los Andes. Quizá lo más correcto sería hablar de dos mundos paralelos. La ciudad y el campo. La gente de ciudad que cree saber mucho porque dispone de todos los medios de comunicación y está al tanto de cuanto llega en tecnología y artes globales. La de campo, aquí mismo, en Lima, que sigue una tradición milenaria.

El valle de Lima tuvo cerca de un centenar de santuarios de tipo piramidal que eran centros de conexión con la tierra y el cosmos. Sin duda, el más importante fue Pachakamaq.  Su fama se extendió a todos los señoríos. Miles de peregrinos llegaban cada año para preguntar muchas cosas, entre ellas conocer lo que estaba por pasar. Era tan grande el respeto que tenían por Pachakamaq que ayunaban un mes antes de hablar con el sacerdote con quien querían comunicarse.

En el Perú no existieron dioses. El término de lucha contra las idolatrías viene de los curas doctrineros que trajeron una tradición de milenios de creencias de Occidente. Nosotros no tuvimos dioses. Los llamados ídolos colocados en las pirámides son conectores con el cosmos. En lugares limpios, sin contaminación, se puede ver como asciende en las tardes la energía de la tierra y se va enlazando con la energía celeste, a la manera de un gel que flota en el horizonte.

 

Alfonsina Barrionuevo