domingo, 10 de noviembre de 2013

¿DE QUÉ MURIÓ WAYNA QHAPAQ?


Si las sombras se pueden encontrar más allá de la vida el médico Lucio B. Castro debe haber comprobado que su diagnóstico sobre la muerte del Inka Wayna Qhapaq estaba acertado. En la segunda mitad del siglo pasado la muerte del gran señor cusqueño se convirtió en una pasión que lo introdujo en la historia. Es interesante que otros especialistas puedan contribuir a las investigaciones de los arqueólogos y los historiadores para arrojar mayores luces sobre el pasado. Definitivamente en sus trabajos debe participar un equipo muy amplio para aclarar muchos misterios, desde biólogos, botánicos, orfebres y químicos hasta los que manejan el ADN.

 
Así como el geriatra Fernando Moreno Corzo ha descubierto que las cabezas clavas de Chavin muestran una evolución de las diversas etapas de la vida humana, el doctor Castro leyó afanosamente cuanto manuscrito había acerca del tema para apreciar como evolucionó la enfermedad del Inka hasta que la chiririnka, la mosca negra del Hades andino, se posó sobre su rostro para cubrirlo con sus alas.

 
Los cronistas españoles que acompañaron a Francisco Pizarro y los siguientes, que registraron los datos que les interesaban, recogieron noticias muy dispersas incluyendo e interpretando a su manera inclusive leyendas sobre supuestas visiones que habría tenido el Inka. El investigador tomó el asunto con cariño como suyo y fue hilvanando con sus conocimientos los que logró encontrar.

Según los escritos de Cabello de Balboa y la mayoría de sus coterráneos el deceso de aquel se produjo en el año de 1525, mientras que José de la Riva Aguero afirmaba que fue en 1528, basándose en el tiempo que habría durado el reinado de WasKar, su hijo legítimo.

 
Esa diferencia motivó que otro destacado galeno, Juan B. Lastres, sostuviera como causa de su muerte la viruela. Esta enfermedad la trajeron los audaces peninsulares que llegaron a Santo Domingo en busca de cuantiosos botines probablemente en 1517. De allí la peste pasó a México en 1520. Se cree con cierta seguridad que en el Perú se presentó recién en 1532, cuando la momia de Wayna Qhapaq hacía tiempo que había recibido honores y estaba en el santuario del sol, el Qorikancha, en el Qosqo. Se dice que sentado, de frente a su figura en oro, como su hijo más dilecto.

 
Habiendo tantas dudas el doctor Castro no habría podido extender un certificado póstumo de defunción por viruela para el Sapan Inka. Patrón, estudioso de la verruga peruana, pensaba que ella provocó su deceso. Julio C. Tello imaginaba que fue la sífilis. Maldonado y Valdizán, el pian, etc. En su caso, se cifró en las declaraciones de los nobles generales Pechute y Chauka Rimachi, recogidas por el Inka Garcilaso cuando era niño y las indagaciones de Cieza de León, Cabello de Balboa, Herrera y otros.

 Wayna Qhapaq, según pudo reconstruir, habría fallecido de paludismo, mal que se complicó con un proceso bronco pulmonar agudo. No fue la viruela porque el padre Acosta vio su momia en Lima antes de que la enterraran, no se sabe por qué en el monasterio de San Andrés, expresando su admiración de ver un cuerpo humano "con tan linda tez". O sea sin las marcas que ésta dejaba generalmente.

 
El testimonio más importante es una probanza que ofreció de su estirpe su pariente Kuri Wallpa. En ella contó que estando el Inka en el norte, un día de los últimos de su vida, "entró a un lago a bañarse" para su recreación y deleite, de donde salió con frío y temblores que los indios llaman chuqchu, sobreviniéndole una calentura, que se dice rupa, (o sea fiebre) sintiéndose cada vez peor en los días que siguieron".


 
O sea que de alguna manera Wayna Qhapaq contrajo el paludismo y su situación se hizo crítica a medida que avanzaba con su cortejo hacia Tumibamba, al norte. En el camino, el calor que sentía por la alta temperatura que lo aquejaba, dio lugar a que tomara la decisión de refrescarse entrando en las límpidas aguas del lago que nombra Kuri Wallpa. Eso empeoró su situación y le provocó una neumonía que lo llevó a la muerte en pocos días.

Una conclusión interesante que es un aporte del doctor Castro y que rectifica este capítulo de los finales del esplendor del Tawantinsuyu. El acucioso médico estudió el caso desde su punto de vista, retrocediendo en el tiempo al pasado hasta verle sufriendo por males propios de esta tierra. Algo que pudo hacer revisando con paciencia las informaciones del siglo XVI que fue completando con sus propias observaciones

 

Alfonsina Barrionuevo

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