lunes, 26 de abril de 2021

 

JUKHUCHA DIEGO

Jukhucha Diego’ reúne historias populares sobre las competencias del zorro y el ratón que me contó mi padre, el periodista Leandro Barrionuevo. En la niñez el olor a tierra que se desprendía de las paredes de la casa me atraía de tal manera que probándola terminaba con terribles fiebres estomacales. Aparecen en el transcurso del cuento que rescato de la memoria para los niños del Perú. Es una de las publicaciones de la serie ‘Personajes Mágicos del Ande’, tiene alrededor de 40 páginas. Va una parte.

 

El niño lo miró con los ojos turbios por la fiebre. 

-Volveré -, le dijo su padre -volveré y estaré contigo.

Por su carita reseca, de sequía, corrió una lágrima que se evaporó al llegar a las mejillas. Se durmió y no despertó hasta muy tarde cuando llegó el médico del pueblo y le puso sobre la frente unas compresas húmedas. No podía saber qué tenía y recurrió a la medicina tradicional. Durmió un poco más y volvió a despertar cuando sintió que el doctor  cubría su cuerpo  con más hierbas que había remojado y lo envolvía luego con mantas de bayeta.

-Mañana estarás mejor -le dijo y se fue, mientras él volvía a caer en un sueño pesado en el que se veía caminando de la mano de su madre por un campo árido, en cuyo centro había un grueso árbol de ramas sin hojas.

Al día siguiente su padre lo despertó para que tomara un mate  de manzanilla y se sintió un poco animado.

-Tendrás que quedarte en la cama -le dijo -. Yo iré a la escuela. Mañana te enseñaré a leer para que te sientas acompañado por los libros.

En la tarde volvió la fiebre y el médico siguió con sus aplicaciones.

-He tocado todo tu cuerpo. He hablado con tu pecho, tu espalda, tu estómago -, le explicó para que entendiera, pues, era sólo un niño. No sé qué tienes. Será mejor que descanses.

-¿Cuánto? -, imploró entre lágrimas. La cama lo aburría. Quería recobrar la vitalidad de sus piernas para jugar.

-Hasta que baje la fiebre.

Al día siguiente su padre le llevó un lápiz y un cuaderno. Hizo que se sentara apoyado en la almohada y comenzaron sus lecciones. Al principio la mano torpe de Panchito emborronó las hojas. En la cama no podía adelantar mucho, pero antes de terminar la semana pudo escribir todas las letras del alfabeto.


En seguida comenzó a componer las sílabas y luego pasó de largo a las palabras. Entusiasmado su padre le trajo un cuento viejo, de letras grandes, y lo leyó. Cuando la fiebre volvía en las tardes y se dormía pensando en sus extraños personajes.

Sus hermanos entraban y salían. La abuela tampoco se quedaba mucho tiempo. Ella se encargaba de cocinar, lavar la ropa y otras  cosas.

-Quiero un perrito -le pidió a su padre. -Un perrito que llene mi soledad.

-Don Baltazar, el doctor, dice que no puedes tener un perro. La fiebre no lo permite. Sus pelos crean alergias.

Panchito devoraba los cuentos y pronto terminó todos los que tenía la escuela rural. Su padre le trajo una tarde un libro que contaba las hazañas de don Quijote de la Mancha, caballero que deshacía entuertos. Panchito no entendió qué era un caballero y menos que deshiciera “a tuertos”. Su padre tuvo unos días libres, de vacaciones, y le fue informando quién era el tal Quijote. Un viejo señor que, a la manera de los caballeros andantes de los libros de caballería, salía vestido con un traje de metal de la cabeza a los pies, llamado armadura, en defensa de los necesitados. Aunque le pareció que vestía extrañamente le gustó y pensó que era una buena persona.

Una de esas noches en que ardía de fiebre sintió un ladrido al extremo izquierdo de la cama.

-¡Oh! ¿Quién eres? -. Preguntó, como si pudiera obtener una respuesta. Se incorporó y descubrió a un pequeño can de pelo blanco y manchas marrones. -¡Vete!-. le pidió -. El doctor dice que no puedo tener un perro. Para su sorpresa éste le dijo muy risueño.

-No te preocupes. Soy un perrillo imaginario. No te pasará nada. He venido a hacerte compañía.

El niño extendió la mano. Su piel era suave, sus ojos muy expresivos y levantaba las orejas alerta cuando alguien se acercaba.

-¡Y puedes hablar! –se sorprendió, mientras la alegría encendía sus mejillas -Ya que puedes estar en mi cuarto te pondré un nombre. Te llamarás Quijote. Seremos amigos.

-Podremos conversar y estaré a tu lado -, fue su respuesta -. Sólo tú me verás.

En eso, asomó un ratón por un hueco que había al final de la repisa de madera donde había algunas cosas. Un candelero, una caja de fósforos, una taza.

Al verlo el perrillo se puso a ladrar con furia, pero como estaba lejos de sus dientes el ratón no le hizo caso.

-¡Oye, tú, jukhucha atrevido! ¿De dónde vienes? -, le preguntó Panchito, mirándolo desde su cama.

-¿Jukhucha, ratonzuelo? Más respeto, muchachito, y no voy a gastar mi saliva contigo. Por lo que veo en esta casa no hay cariño.

-¿Cariño? -. Se asombró Panchito. Qué se creía ese ratón anónimo para pedir cariño.

-Sí, podían haber dejado por aquí un trocito de queso, una galleta para los vecinos. Pero, este lugar está pelado como una panpa. Me voy.

-Espera -le dijo el niño -. Si vienes mañana tendrás un trozo de galleta de soda. Es una de las pocas cosas que puedo comer, además de caldo y mazamorra de chuño.

-Bueno -dijo el ratón, al que se dice jukhucha porque vive en huecos, adosado a la pared. -. Si te portas bien con este caminante volveré.

-¿Cuál es tu nombre?

-Jukhucha Diego.

-¡Qué bien y no te estoy maltratando porque jukhucha quiere decir también ratoncito!

El perrillo pensó que Panchito era muy generoso. A él no le hacía gracia el ratón, no le gustaba su arrogancia.

-Si no fuera un caballero, como tú me llamas, lo atraparía para ir jalando de su hocico, pelo por pelo, sus bigotes, por pillo y por  malcriado -afirmó indignado.

-Vamos a preguntarle más cosas -, le explicó el niño con tono conciliador -. A lo mejor resulta divertido. Si no nos convence le diremos que no vuelva.

Diego se apareció en la noche.

-¡Buenas noches con todos menos uno! –saludó con tono burlón y no esperó respuesta. Se sentó sobre sus patas traseras y fue royendo con placer el pedazo de galleta que le habían puesto. Luego sacó una servilleta del bolsillo de su chaleco y se limpió los bigotes.

-Tiene buen sabor -comentó y se fue.

Al simpático perrillo le molestó su falta de cortesía.

-Ni siquiera ha dicho gracias -reclamó.

-Vamos a ver qué pasa mañana con el queso que pedí a mis hermanos –lo calmó Panchito. -Le enseñaremos a ser agradecido o si no, ¡adiós comida!

-¡Hola, amigos! -se presentó más dispuesto y muy orondo -. ¿Qué tenemos para hoy?

-Un buen pedazo de queso -dijo Panchito.

-¡Que venga!      

-Mira que huele bien. Pero, no será tuyo si no le das las gracias a Panchito y no te quedas a conversar un rato. Te falta educación jukhucha -le amenazó Quijote.

-¡Caracoles! Así que debo agradecer y entretenerles. Me parece que piden mucho. Hoy, no puedo quedarme así que me llevaré el queso. Mañana les contaré mis aventuras con el zorro Marcos. ¡Me voy de estampida!

-Es un ratón mañoso -, se quejó el perrillo -.¿Qué habrá hecho con el zorro digno de escucharse?

-Pues, esperemos y si quiere le contaré las andanzas del señor don Quijote, que amaba a la señora Dulcinea del Toboso. Ella trabajaba en la venta donde se hospedaba, pero a sus ojos era una noble doncella.

-Me cae bien ese señor que hacía buenas obras, creyéndose caballero de la señora Dulce.

-Dulcinea, mi amigo. Dulcinea. Mira el nombrecito. Seguramente solía ser  gentil y alegre como los pichinkos.

-Si no me cuentas quiénes son los pichinkos no entenderé qué relación les encuentras con ella.

-Son unos pajaritos a quienes les gusta saltar de rama en rama. Ellos comen las semillas que caen al suelo. Si vinieras temprano los verías buscando  su desayuno.

El perrillo le explicó a su amigo que en la mañana había mucho movimiento en su cuarto. Le traían su mate con galletas. Le lavaban la carita y a veces el cuerpo con una esponja. A veces también le cambiaban la ropa. No convenía que apareciera. Si la gente grande, que no podía verle, lo sorprendían hablando solo creerían que estaba peor. En lo que se refería a los pichinkos le parecieron muy simpáticos.

-También hay unos pájaros de alas  negras y de mirada torcida que me asustan -, le contó Panchito.

-Cuéntame de esos pájaros –se interesó. No tuvo respuesta porque el niño se había dormido y se fue.

A la noche siguiente llegó muy contento el ratón Diego. -Hola, amigos de esta casa. ¿Cómo pasaron el día? Estoy saludando, pueden comprobar que he leído el libro de urbanidad de Carreño.

-Este qué va a leer, se dijo Quijote, se habrá comido el libro. Lo aguanto sólo porque entretiene a Panchito.

-¿Y la historia de tu amigo, el zorro? -, preguntó  con un ladrido -.Me acomodaré sobre mis patitas para escuchar.

-Momento, no alteres el orden de las cosas. Primero necesito combustible para mi barriguita. Así tendré fuerzas y les contaré mi relación con el zorro. ¿Qué hay?

Panchito sacó una galleta que guardó de su desayuno, debajo de la almohada, y la colocó en la repisa de madera.

Ambos contemplaron al ratón, que bien sentado sobre las patas posteriores y la cola estirada, tomó la galleta en las delanteras y estuvo comiendo un buen rato. Sacó una servilleta del bolsillo de su chaleco y se limpió el hociquillo.

-Listo, puedes recostarte en tu almohada Panchito y tú, Quijote, siéntate para que me puedan escuchar. El auditorio es muy escaso. Me gustaría más gente.

-¡Jukhucha insolente, me gustaría darte una paliza! –ladró el perrillo -.Espero que la historia sea buena.

-¿Una paliza? -Primero tendrías que cogerme y dudo que pudieras. Soy muy rápido y me iría como si tuviera ruedas en mis patas.

-Venga la historia del zorro. -¿Quién es? -preguntó el niño -.¿Tu amigo?

-¡Ja,ja,ja!, -se carcajeó el ratón. -Yo le hago rabiar al atoq Marcos, le pongo los pelos de punta y le amargo el día.

-¿Haces eso, tú que eres un enano? -, intervino Quijote -. ¿Por qué le llamas atoq?

-Me ves pequeño, pero es mejor cuidarse del enemigo chico y digo atoq porque Marcos es un zorro así como yo soy un jukhucha en el idioma de los Inkas. Tiene su cueva en los  cerros. Le gustaría atraparme. No soy gran cosa, lo reconozco. En su enorme hocico sería apenas un palillo de dientes. Sin embargo no dejo de ser un bocadillo apetitoso. Antes ni lo miraba hasta que me salvó.

-O sea que siendo un buen zorro le amargas el hígado, tremendo ingrato -, comentó Quijote -. ¡No entiendo por qué te ayudó!  ¡No lo mereces! 

-Es que me salvó contra su voluntad... ¡ji, ji, ji!

El ratón les dijo que un día vio un picaflor volando sobre las rosas de una huerta y quiso saber qué estaba haciendo. El picaflor le contó que chupaba una deliciosa gota de miel que se encontraba en el interior de las flores. Cuando se fue, el ratón que no tenía alas ni pico, optó por roer el tallo de la rosa, tirarla al suelo y sorber la miel. Era buenísima. Algunas gotas cayeron sobre los pétalos y también se los comió. (Fragmento)

Alfonsina Barrionuevo

domingo, 18 de abril de 2021

 

KURAKAS DE ORO

Cristóbal de Albornoz menciona en el siglo XVI que los Inkas tuvieron una lengua general que se extendió por el Sur hasta Chile y por el Norte hasta Pasto, en Colombia. En su libro ‘Instrucción para descubrir todas las Guacas del antiguo Pirú y sus camayos y haziendas’ describe ‘los géneros de guacas’ que había. Aunque suele ser lacónico cuando las va citando, arroja luces de evidencia sobre ellas, después de haber averiguado su presencia. Los Inkas, relata, preguntaban que wakas existían en las provincias que conquistaban, ‘los mantenimientos que les daban los habitantes de cada lugar, cómo disponían que se sustentaban en el orden que tenían’. Eran importantes las recomendaciones de que les ofrecieran ‘sus propias personas’ en figuras muy pequeñas de oro y plata ricamente vestidas, también figuras de ‘carneros de la tierra’, como nombraban a las llamas y alpakas, igualmente otros animales y aves manufacturadas en oro y plata, así como en piedra tallada. 

Fotos: Peruskha Chambi

En los museos es posible ver estas figuras en miniatura, unas cuantas de oro y varias de plata, de unos centímetros de estatura, que estuvieron recubiertas con riquísimos trajes y preciosos adornos en el momento de la ofrenda. Actualmente varias llaman la atención por su aparente desnudez, pero, lucieron trajes increíblemente diminutos y diestramente tejidos, tocados de plumas, mantas, tupus, collares y hasta  bolsitas con pedacitos de coca.

Los pequeños objetos de oro y plata eran entregados a los wakakamayuq, sus sacerdotes, que se supone los enterraban en sus santuarios. Otras ofrendas como coca, frutos, vellones, añiles,  etc., se quemaban o se arrojaban al agua.

Es una suerte que los arqueólogos hayan descubierto algunas figuras con sus atavíos y adornos, muy bien conservadas, de lo cual se deduce que así estuvieron todas. Sus delicados tejidos se destruyeron por los cambios de temperatura, la humedad o su exposición a la intemperie. No se hallaron figuras de gran tamaño ni de talla mediana, como decía Bernabé Cobo.

Fotos: Peruskha Chambi

A la gente de cada ‘provincia, anota Albornoz, les daban unas wakillas de piedras de colores que se llamaban auki y que llevaban en sus chuspas’, ‘como los cristianos tienen figuras de santos a quienes reverencian... Hay muchos destos entre los naturales y son de mucho daño por la fe que en ellas tienen.’ ‘Dávanse en Pachacama en los llanos y en Curicanche, en el Cuzco por sus sacerdotes guacacamayos.’  

El clérigo indica que en Guamanga, Ayacucho, halló algunas wakas que fueron dejadas por los Inkas cuando estuvieron en son de conquista. Tuvo noticia de haberlas en Jauja y en otras provincias del Chinchaysuyu, Kuntisuyu, Antisuyu y Qollasuyu.

Durante sus años en Qosqo observó que las había de varios géneros, de acuerdo a calificaciones que fue haciendo. Lo ayudó en esa tarea el clérigo Jerónimo Martín, ‘buen lengua’ o sea notable intérprete, debido sin duda a que Albornoz no dominaba el qechwa. De todas formas, lo que anotó, es fundamental. 

Unas guacas, decía, son los primeros frutos que cogen de una tierra que no fue sembrada, ‘como una mazorca de maíz o una papa y les llaman mamasara y mama-aqsu’.  El más hermoso ejemplar lo guardaban y hacían otros, a su semejanza, de piedra o de oro y plata.

Otras eran minerales de oro, plata o azogue antiquísimos, que ellos habían descubierto, escogiendo aquellos que a su entender eran espléndidos. A esas piedras les rendían homenaje mochándolas, o sea enviándoles besos ceremoniales, llamándolas madres de las ‘tales minas’.

Alfonsina Barrionuevo


martes, 13 de abril de 2021

 

EL PICAFLOR

 

Un día llegó una carta al Valle Sagrado de Cusco que las mariposas bajaron desde Hanaq pacha, el cielo.

-Vamos a ver de qué se trata –alborotaron los niños.

-¿Quién la estará mandando? -se preguntaron llenos de curiosidad.

-!Sorpresa! -exclamaron alegres. -Es una invitación para una competencia entre las aves.

-Aquella que llegue primero al Hanaq pacha, -decía el escrito, se bañará en los rayos del sol y su plumaje brillará con los colores del arco iris.

Las aves, que en esa época hablaban, se entusiasmaron al conocer la noticia y acudieron en tropel.


-¡Qué bonita invitación!

-¡Vamos a inscribirnos!

-¡Orden, orden, señoritas y señores! -pidió la lechuza que fue elegida como juez.

-Déjenme registrar su participación! La haré con mucho gusto.

El movimiento se detuvo cuando apareció el cóndor, el ave más grande del mundo que vuela.

-¿Irá él? –preguntaron desanimadas las aves a la lechuza.

-Todas tienen derecho a competir, -contestó la jueza apenada.

-Entonces nos retiraremos, -desistieron en conjunto.

-Sus alas son poderosas. Estaríamos en desventaja.

-Es verdad -, asintió la lechuza. – Lo siento. Estarían por llegar a la punta del cerro y él habría hecho el mismo recorrido muchas veces.

Sin embargo, otras aves decidieron seguir.

-Lo que es por mí no renuncio –sostuvo el gavilán. –Voy a entrenar- Será emocionante bañarse en los rayos del sol.

-Yo también lo intentaré –exclamó el halcón.

-No pienso quedarme atrás – agregó el águila.

- En eso escucharon una vocecita alegre como una campanita.

-¡Cuenten conmigo, quiero un plumaje de colores!

-¡Queeé…  -se sorprendieron todos -. Estás soñando hermanito picaflor. Tu propuesta es un desatino o es una broma. ¡Ja, ja, ja!

-Si quiere tiene derecho –sentenció la lechuza. -Puede ir.

-¿Me ayudan? –preguntó el halcón a los niños del pueblo de  Ocongate.

-Claro. Vamos a trabajar contigo.


-¿Qué debo hacer?

-Volarás de aquí al cerro y regresarás varias veces cada día. Te daremos la voz de partida Juanita y yo con un banderín –le indicó Panchita.

-En el punto de llegada te esperarán Martín, Luisa y José con otro banderín.

Trata de ser más rápido cada vez.

-¿Tienen un programa para mí? -les pidió el águila.

-Vas a levantar atados de maíces tratando de subir muy alto hasta que tus alas se pongan fuertes.

-El contrapeso es la clave –le explicó Victoria.

-¿Pesarán mucho esos atados de maíces?

-Ni tanto –contestó una de sus amiguitas-

-La cuestión es hacer diez subidas y diez bajadas cada vez, ¿entiendes?

-Sí … ¡uf, uf, uf¡

-¿Yo que haré? –quiso saber el gavilán.

-Vas a saltar la soga. Estás muy gordo –observaron entre risas Paulina y Alejo. - -Será un juego para ti.

-¿No será muy seguido, eh?

-Tendrá que ser así. Un descanso y… otra vez.

-¡Bueno, allá voy!

El día de la prueba se pusieron en el punto de partida el cóndor, el águila, el halcón, el gavilán y…

-Esperen –dijo la lechuza.-¿Alguien ha visto al picaflor?

-No ha venido.

,¿Qué hacemos? ¿Esperaremos que aparezca?

-Competencia es competencia –dijo la lechuza. –Salen los que han venido.

-Ya me parecía que ese pajarito era un fanfarrón -, comentó el águila -. ¡Vamos!

-¡Suerte campeones! -, le gritaron los niños.

-Mis alas no dan más –se rindió el águila.

-Pero, al menos llegué al segundo nivel.

-¡Ay! Yo siento calambres. Será mejor que me quede en esta nubel

Si se pasan seguiré -, exclamó adolorido el halcón.

-Podría haber hecho un esfuercito si me hubiera ayudado el viento amigo –se lamentó el gavilán.

-Me hubiera gustado, pero está prohibido –le contestó el viento.

Antes de llegar el cóndor dio muestras de agotamiento y se durmió en la última nube, seguro de haber ganado.

-Una pestañadita y estaré fresco para bañarme en los rayos del sol, suspiró y cerró los ojos.

Cuando los volvió a abrir se quedó boquiabierto. No lo podía creer.

El picaflor ya estaba retozando entre los rayos del sol.

-¡No, no. Esto no puede ser! –gritó -Aquí hay trampa.

–Nada de eso –le explicó el sol –el picaflor llegó cuando descansaste en la nube.

Los niños celebraron el triunfo del picaflor, pero quisieron saber cómo logró esa proeza.

-Yo estaba triste por mi color –se disculpó –y cuando supe del vuelo pensé que era mi oportunidad. Sin embargo sabía que no iba a llegar.

-Entonces me fui de pasajero entre las plumas de las aves, pasando de una a otra.

-¿No te parece que has hecho mal-, le reprocharon los niños. -Ellas estarán molestas.

-Picaflor picarillo, mereces una paliza - fue su reacción cuando les confesó muy asustado su aventura.

En eso se echaron a reír. Sus ¡jo, jo, jo, ja, ja, ja! fueron música para mis oídos.

-Me perdonaron –terminó alegre batiendo sus alitas, ahora con chispas de colores.

Los cuentos infantiles son diversos. La historia del picaflor me gustó y la ambienté en el lugar donde me la contaron, agregándole la lechuza y los niños. Me extraña la observación de algunos maestros de que en lugar de enseñar el viaje del picaflor diera un mal ejemplo. Hice que confesara su falta y pidiera perdón, Parece que no es suficiente. Lo siento. Los cuentos no son como las fábulas de Esopo o los cuentos que aparecen animados en la televisión o en las revistas.

Gracias.

jueves, 1 de abril de 2021

 

 SEMANAS DE SANTIDAD

Semana Santo oracionales que se va de las manos. Tuve la suerte de asistir a varias en años memorables, en los cuales, por ejemplo, las mujeres del campo en el norte usaban pendientes y cadenas de oro sobre el pecho y el Cristo yacente recorría calles y plazas durante una noche inacabable. No sabemos cómo serán las que vendrán después de la pandemia. Esperemos que se mantengan tradiciones y costumbres. Recopilo notas de algunas para hoy en este blog para ustedes, con afecto.  

EL SEÑOR DE LA VIÑA

En Semana Santa Surco,  el antiguo distrito de Lima, perfuma el aire con el olor de la uva madura para que salga el Señor de la Viña. Ya no está el virrey que acompañaba al Cristo vestido de terciopelo y tampoco quedan las parras, sepultadas hace tiempo por el cemento. Pero el Crucificado, mientras tenga sus devotos, seguirá inspirando la noche del Viernes de Dolores con los racimos que adornan su cruz envolviéndola con su dulzura. El ochenta por ciento de los limeños ignoran que tienen tan cerca una Semana de Pasión, con las conmovedoras reminiscencias de antaño. A Surco Viejo no le importa. El Domingo de Ramos su plaza se viste de flores lilas y la brisa despeina los cabellos de una bella efigie del Señor, que cabalga gallardo en su burrita blanca, haciendo volar alguna flor artificial de amankay, desde que las urbanizaciones marchitaron las de la panpa de Amancaes donde brotaban por millares. El Viernes Santo, después del Sermón de las Tres Horas, los santos varones bajan de su madero al Cristo de la Agonía y limpian de su cuerpo el sudor de la muerte con algodón de rama, que reciben los fieles con afán. Sus brazos son articulados se doblan y se convierte en el Cristo yacente.

FLORES Y HIERBAS

En el Perú el drama del Gólgota ha hecho carne con el Ande a través de sus  flores nativas. El ñuqc'hu, que es rojo como un tizón, encierra entre sus pétalos diminutos una cruz; las waqankillas son lágrimas de la Virgen, convertidas en pétalos de terciopelo cristalino; las k'uichit'ika, flores del arco iris que se enredan en sus manos de paloma  y muchas otras cuyo significado conservan las comunidades campesinas.


Lo propio sucede con hierbas aromáticas como el arrayán y el toronjil que hierven en ollas de barro para impregnar con su fragancia los montes o calvarios que se levantan en las iglesias; las hierbas de Judas, el ahorcado, que se buscan a medianoche entre el Viernes de Agonía y el Sábado de Gloria, para conjurar brujerías; el algodón de rama con que se limpia el torso del Nazareno al reeditar su martirio y es preciosa panacea para toda clase de males; las hojas de palma que se tejen primorosamente en Domingo de Ramos y los mentados cigarrillos de anís que fuman los patriarcas en Otuzco, La Libertad, para combatir el frío de los años.

COMPOTA DE DURAZNO

En Semana Santa el Cusco huele a compota de durazno. En las casas hierve el dulce con canela y el aire lleva prendida su fragancia de Domingo de Ramos a Domingo de Gloria.  Lo tengo en el recuerdo de años que nunca pasarán porque los llevo en la memoria. Días hermosos de iglesias con las puertas abiertas, campanas que se echan al vuelo y cánticos teñidos de fervor. En Lunes Santo el Señor de los Temblores, Patrón Jurado de la Ciudad, recorriendo las calles seguido por una multitud ávida que lo sostiene en sus pupilas. Lunes de lluvia que se seca a sus pies para dejarle pasar. Noches entibiadas por los cirios para la bendición que todos recibían con amor.

Jueves de doce platos en la mesa familiar, entradas con pellejito de chancho y habas verdes y tamales vaporosos, sopas despidiendo vapor, segundos con asado y morayas harinosas y postres de sabor dulzón, regalo al paladar. Jueves de visita a los monumentos del Santísimo con rosarios y velas encendidas y saludos a media voz entre padrenuestros y avemarías  piadosas.  Viernes Santo con el Señor del Santo Sepulcro en las calles y la Virgen Dolorosa con una lágrima de luz entre las manos huérfanas.

CRISTOS DE MARAVILLA


Si en cada pueblo hay una Semana Santa es lógico pensar que hay miles de Señores. Sólo nombramos los más famosos. En el Cusco, el Taitacha Temblores de cuerpo magro ennegrecido por el humo de las velas y la savia dulce de las flores.

SANTOS SEÑORES

En Ica, el Señor de Luren, una efigie de segunda que fue pagada con limosnas por el cura Madrigal y por milagro resultó de primera, salvado de la corrosión del agua que inundó las bodegas del galeón que lo trajo de España. En Ayacucho, el Nazareno de Julkamarka hecho por los ángeles igual que el Señor de Huamantanga, en Lima. En Arequipa, el Señor del Gran Poder flanqueado por anónimos penitentes de albos cucuruchos. En Chancay, el Señor de la Agonía que cambia el huerto de olivos por una anda que es un huerto de frutas; en Huaraz, Ancash, el Señor de la Soledad, que emergió de un árbol en un bosque profundo. En Puno, el Cristo de la Bala enviado por   Carlos V que protegió a su devoto recibiendo el proyectil que lo iba a matar. En Tacna, el Señor de Locumba de pies quemados y de bailarines litúrgicos. En Monsefú, Lambayeque; en Ayabaca, Piura, y en los Barrios altos, Lima, el  patético Señor de los trinitarios que fue Cautivo de los moros. En Catacaos, también Piura, el Señor de la Caña, el Señor de la Justicia, el Señor de la Caída, el Señor del Prendimiento, entre otros. En Tarma, Junín, el Cristo Yacente que pasa sobre las floridas "alfombras" de keyserinas, arrayanes, retamas, geranios, margaritas, claveles, rosas y wayranpos, que “tejen” con puras flores sus fervorosos devotos. En Lampa, Puno, el Señor de cuero de vaca que es venerada reliquia de los primeros siglos españoles. En Chachapoyas, el Señor de Burgos, que es venerado por sus cofrades en las iglesias agustinas. Cada uno con más de una historia prodigiosa, testimoniando con su presencia torturada y sangrante la fe de las gentes del Perú. En Azángaro, Puno, ha desaparecido la bíblica estampa de la Ultima Cena, en cambio aún se reedita en Lambayeque donde los devotos sacan viejísimas imágenes de los Apóstoles. No importa que acusen una calvicie de abandono porque ya no tienen mayordomos que compongan sus apolilladas pelucas, ni tampoco que en un anexo cercano  Judas vista de guardia civil a falta de una túnica israelita. Sería penosa la Semana Santa sin ellos.       

MESAS PASCUALES

Para la Semana Santa se conservan deleitosas viandas en ciudades y pueblos. ella tiene sus manjares. En el Cusco, doce platos que se completan con tamal y empanadas de la Condesa.

La relación es enorme y dice bien de la creatividad de la gente.

En Piura, sopa de pan, sarandaja, cachema frita, carne aliñada, seco de cabrito y mala rabia. En Huancavelica el sabroso chupe de calabaza, el guiso de carne, el arroz con leche y el ponche con aguardiente, para las velaciones. En Huaura, Lima, tamales, chorizos, salchicha y camote frito. En Ayacucho, sopa de queso, el aycha kanka, el puka picante, la mazamorra de calabaza, y el ponche de maní. En Huanchaco, La Libertad, sopa teóloga, qochayuyo y huevera con papa, causa de caballa, cangrejos reventados y seviche. La lista gastronómica santa es de no acabar.                                      

Alfonsina Barrionuevo