JUKHUCHA DIEGO
‘Jukhucha Diego’
reúne historias populares sobre las competencias del zorro y el ratón que me
contó mi padre, el periodista Leandro Barrionuevo. En la niñez el olor a tierra
que se desprendía de las paredes de la casa me atraía de tal manera que
probándola terminaba con terribles fiebres estomacales. Aparecen en el
transcurso del cuento que rescato de la memoria para los niños del Perú. Es una
de las publicaciones de la serie ‘Personajes Mágicos del Ande’, tiene alrededor
de 40 páginas. Va una parte.
El niño lo miró con los ojos
turbios por la fiebre.
-Volveré -, le dijo su padre
-volveré y estaré contigo.
Por su carita reseca, de
sequía, corrió una lágrima que se evaporó al llegar a las mejillas. Se durmió y
no despertó hasta muy tarde cuando llegó el médico del pueblo y le puso sobre
la frente unas compresas húmedas. No podía saber qué tenía y recurrió a la
medicina tradicional. Durmió un poco más y volvió a despertar cuando sintió que
el doctor cubría su cuerpo con más hierbas que había remojado y lo
envolvía luego con mantas de bayeta.
-Mañana estarás mejor -le
dijo y se fue, mientras él volvía a caer en un sueño pesado en el que se veía
caminando de la mano de su madre por un campo árido, en cuyo centro había un
grueso árbol de ramas sin hojas.
Al día siguiente su padre lo
despertó para que tomara un mate de
manzanilla y se sintió un poco animado.
-Tendrás que quedarte en la
cama -le dijo -. Yo iré a
En la tarde volvió la fiebre
y el médico siguió con sus aplicaciones.
-He tocado todo tu cuerpo.
He hablado con tu pecho, tu espalda, tu estómago -, le explicó para que
entendiera, pues, era sólo un niño. No sé qué tienes. Será mejor que descanses.
-¿Cuánto? -, imploró entre
lágrimas. La cama lo aburría. Quería recobrar la vitalidad de sus piernas para
jugar.
-Hasta que baje la fiebre.
Al día siguiente su padre le llevó un lápiz y un cuaderno. Hizo que se sentara apoyado en la almohada y comenzaron sus lecciones. Al principio la mano torpe de Panchito emborronó las hojas. En la cama no podía adelantar mucho, pero antes de terminar la semana pudo escribir todas las letras del alfabeto.
En seguida comenzó a
componer las sílabas y luego pasó de largo a las palabras. Entusiasmado su
padre le trajo un cuento viejo, de letras grandes, y lo leyó. Cuando la fiebre
volvía en las tardes y se dormía pensando en sus extraños personajes.
Sus hermanos entraban y
salían. La abuela tampoco se quedaba mucho tiempo. Ella se encargaba de
cocinar, lavar la ropa y otras cosas.
-Quiero un perrito -le pidió
a su padre. -Un perrito que llene mi soledad.
-Don Baltazar, el doctor,
dice que no puedes tener un perro. La fiebre no lo permite. Sus pelos crean
alergias.
Panchito devoraba los cuentos y pronto terminó todos
los que tenía la escuela rural. Su padre le trajo una tarde un libro que
contaba las hazañas de don Quijote de la Mancha, caballero que deshacía
entuertos. Panchito no entendió qué era un caballero y menos que deshiciera “a
tuertos”. Su padre tuvo unos días libres, de vacaciones, y le fue informando
quién era el tal Quijote. Un viejo señor que, a la manera de los caballeros
andantes de los libros de caballería, salía vestido con un traje de metal de la
cabeza a los pies, llamado armadura, en defensa de los necesitados. Aunque le
pareció que vestía extrañamente le gustó y pensó que era una buena persona.
Una de esas noches en que ardía de fiebre sintió un
ladrido al extremo izquierdo de la cama.
-¡Oh! ¿Quién eres? -. Preguntó, como si pudiera obtener
una respuesta. Se incorporó y descubrió a un pequeño can de pelo blanco y
manchas marrones. -¡Vete!-. le pidió -. El doctor dice que no puedo tener un
perro. Para su sorpresa éste le dijo muy risueño.
-No te preocupes. Soy un perrillo imaginario. No te
pasará nada. He venido a hacerte compañía.
El niño extendió
-¡Y puedes hablar! –se
sorprendió, mientras la alegría encendía sus mejillas -Ya que puedes estar en
mi cuarto te pondré un nombre. Te llamarás Quijote. Seremos amigos.
-Podremos conversar y estaré
a tu lado -, fue su respuesta -. Sólo tú me verás.
En eso, asomó un ratón por un
hueco que había al final de la repisa de madera donde había algunas cosas. Un
candelero, una caja de fósforos, una taza.
Al verlo el perrillo se puso
a ladrar con furia, pero como estaba lejos de sus dientes el ratón no le hizo
caso.
-¡Oye, tú, jukhucha
atrevido! ¿De dónde vienes? -, le preguntó Panchito, mirándolo desde su cama.
-¿Jukhucha, ratonzuelo? Más
respeto, muchachito, y no voy a gastar mi saliva contigo. Por lo que veo en
esta casa no hay cariño.
-¿Cariño? -. Se asombró
Panchito. Qué se creía ese ratón anónimo para pedir cariño.
-Sí, podían haber dejado por
aquí un trocito de queso, una galleta para los vecinos. Pero, este lugar está
pelado como una panpa. Me voy.
-Espera -le dijo el niño -. Si
vienes mañana tendrás un trozo de galleta de soda. Es una de las pocas cosas
que puedo comer, además de caldo y mazamorra de chuño.
-Bueno -dijo el ratón, al
que se dice jukhucha porque vive en huecos, adosado a la pared. -. Si te portas
bien con este caminante volveré.
-¿Cuál es tu nombre?
-Jukhucha Diego.
-¡Qué bien y no te estoy
maltratando porque jukhucha quiere decir también ratoncito!
El perrillo pensó que
Panchito era muy generoso. A él no le hacía gracia el ratón, no le gustaba su
arrogancia.
-Si no fuera un caballero,
como tú me llamas, lo atraparía para ir jalando de su hocico, pelo por pelo,
sus bigotes, por pillo y por malcriado
-afirmó indignado.
-Vamos a preguntarle más
cosas -, le explicó el niño con tono conciliador -. A lo mejor resulta divertido.
Si no nos convence le diremos que no vuelva.
Diego se apareció en la
noche.
-¡Buenas noches con todos
menos uno! –saludó con tono burlón y no esperó respuesta. Se sentó sobre sus
patas traseras y fue royendo con placer el pedazo de galleta que le habían
puesto. Luego sacó una servilleta del bolsillo de su chaleco y se limpió los
bigotes.
-Tiene buen sabor -comentó y
se fue.
Al simpático perrillo le
molestó su falta de cortesía.
-Ni siquiera ha dicho
gracias -reclamó.
-Vamos a ver qué pasa mañana
con el queso que pedí a mis hermanos –lo calmó Panchito. -Le enseñaremos a ser
agradecido o si no, ¡adiós comida!
-¡Hola, amigos! -se presentó
más dispuesto y muy orondo -. ¿Qué tenemos para hoy?
-Un buen pedazo de queso
-dijo Panchito.
-¡Que venga!
-Mira que huele bien. Pero,
no será tuyo si no le das las gracias a Panchito y no te quedas a conversar un
rato. Te falta educación jukhucha -le amenazó Quijote.
-¡Caracoles! Así que debo
agradecer y entretenerles. Me parece que piden mucho. Hoy, no puedo quedarme
así que me llevaré el queso. Mañana les contaré mis aventuras con el zorro
Marcos. ¡Me voy de estampida!
-Es un ratón mañoso -, se
quejó el perrillo -.¿Qué habrá hecho con el zorro digno de escucharse?
-Pues, esperemos y si quiere
le contaré las andanzas del señor don Quijote, que amaba a
-Me cae bien ese señor que
hacía buenas obras, creyéndose caballero de
-Dulcinea, mi amigo.
Dulcinea. Mira el nombrecito. Seguramente solía ser gentil y alegre como los pichinkos.
-Si no me cuentas quiénes
son los pichinkos no entenderé qué relación les encuentras con ella.
-Son unos pajaritos a
quienes les gusta saltar de rama en rama. Ellos comen las semillas que caen al
suelo. Si vinieras temprano los verías buscando
su desayuno.
El perrillo le explicó a su
amigo que en la mañana había mucho movimiento en su cuarto. Le traían su mate
con galletas. Le lavaban la carita y a veces el cuerpo con una esponja. A veces
también le cambiaban
-También hay unos pájaros de
alas negras y de mirada torcida que me
asustan -, le contó Panchito.
-Cuéntame de esos pájaros
–se interesó. No tuvo respuesta porque el niño se había dormido y se fue.
A la noche siguiente llegó
muy contento el ratón Diego. -Hola, amigos de esta casa. ¿Cómo pasaron el día?
Estoy saludando, pueden comprobar que he leído el libro de urbanidad de
Carreño.
-Este qué va a leer, se dijo
Quijote, se habrá comido el libro. Lo aguanto sólo porque entretiene a
Panchito.
-¿Y la historia de tu amigo,
el zorro? -, preguntó con un ladrido
-.Me acomodaré sobre mis patitas para escuchar.
-Momento, no alteres el
orden de las cosas. Primero necesito combustible para mi barriguita. Así tendré
fuerzas y les contaré mi relación con el zorro. ¿Qué hay?
Panchito sacó una galleta
que guardó de su desayuno, debajo de la almohada, y la colocó en la repisa de
madera.
Ambos contemplaron al ratón,
que bien sentado sobre las patas posteriores y la cola estirada, tomó la
galleta en las delanteras y estuvo comiendo un buen rato. Sacó una servilleta
del bolsillo de su chaleco y se limpió el hociquillo.
-Listo, puedes recostarte en
tu almohada Panchito y tú, Quijote, siéntate para que me puedan escuchar. El auditorio
es muy escaso. Me gustaría más gente.
-¡Jukhucha insolente, me
gustaría darte una paliza! –ladró el perrillo -.Espero que la historia sea
buena.
-¿Una paliza? -Primero
tendrías que cogerme y dudo que pudieras. Soy muy rápido y me iría como si tuviera
ruedas en mis patas.
-Venga la historia del
zorro. -¿Quién es? -preguntó el niño -.¿Tu amigo?
-¡Ja,ja,ja!, -se carcajeó el
ratón. -Yo le hago rabiar al atoq Marcos, le pongo los pelos de punta y le
amargo el día.
-¿Haces eso, tú que eres un
enano? -, intervino Quijote -. ¿Por qué le llamas atoq?
-Me ves pequeño, pero es
mejor cuidarse del enemigo chico y digo atoq porque Marcos es un zorro así como
yo soy un jukhucha en el idioma de los Inkas. Tiene su cueva en los cerros. Le gustaría atraparme. No soy gran
cosa, lo reconozco. En su enorme hocico sería apenas un palillo de dientes. Sin
embargo no dejo de ser un bocadillo apetitoso. Antes ni lo miraba hasta que me
salvó.
-O sea que siendo un buen
zorro le amargas el hígado, tremendo ingrato -, comentó Quijote -. ¡No entiendo
por qué te ayudó! ¡No lo mereces!
-Es que me salvó contra su
voluntad... ¡ji, ji, ji!
El ratón les dijo que un día
vio un picaflor volando sobre las rosas de una huerta y quiso saber qué estaba
haciendo. El picaflor le contó que chupaba una deliciosa gota de miel que se
encontraba en el interior de las flores. Cuando se fue, el ratón que no tenía
alas ni pico, optó por roer el tallo de la rosa, tirarla al suelo y sorber
Alfonsina
Barrionuevo