lunes, 26 de abril de 2021

 

JUKHUCHA DIEGO

Jukhucha Diego’ reúne historias populares sobre las competencias del zorro y el ratón que me contó mi padre, el periodista Leandro Barrionuevo. En la niñez el olor a tierra que se desprendía de las paredes de la casa me atraía de tal manera que probándola terminaba con terribles fiebres estomacales. Aparecen en el transcurso del cuento que rescato de la memoria para los niños del Perú. Es una de las publicaciones de la serie ‘Personajes Mágicos del Ande’, tiene alrededor de 40 páginas. Va una parte.

 

El niño lo miró con los ojos turbios por la fiebre. 

-Volveré -, le dijo su padre -volveré y estaré contigo.

Por su carita reseca, de sequía, corrió una lágrima que se evaporó al llegar a las mejillas. Se durmió y no despertó hasta muy tarde cuando llegó el médico del pueblo y le puso sobre la frente unas compresas húmedas. No podía saber qué tenía y recurrió a la medicina tradicional. Durmió un poco más y volvió a despertar cuando sintió que el doctor  cubría su cuerpo  con más hierbas que había remojado y lo envolvía luego con mantas de bayeta.

-Mañana estarás mejor -le dijo y se fue, mientras él volvía a caer en un sueño pesado en el que se veía caminando de la mano de su madre por un campo árido, en cuyo centro había un grueso árbol de ramas sin hojas.

Al día siguiente su padre lo despertó para que tomara un mate  de manzanilla y se sintió un poco animado.

-Tendrás que quedarte en la cama -le dijo -. Yo iré a la escuela. Mañana te enseñaré a leer para que te sientas acompañado por los libros.

En la tarde volvió la fiebre y el médico siguió con sus aplicaciones.

-He tocado todo tu cuerpo. He hablado con tu pecho, tu espalda, tu estómago -, le explicó para que entendiera, pues, era sólo un niño. No sé qué tienes. Será mejor que descanses.

-¿Cuánto? -, imploró entre lágrimas. La cama lo aburría. Quería recobrar la vitalidad de sus piernas para jugar.

-Hasta que baje la fiebre.

Al día siguiente su padre le llevó un lápiz y un cuaderno. Hizo que se sentara apoyado en la almohada y comenzaron sus lecciones. Al principio la mano torpe de Panchito emborronó las hojas. En la cama no podía adelantar mucho, pero antes de terminar la semana pudo escribir todas las letras del alfabeto.


En seguida comenzó a componer las sílabas y luego pasó de largo a las palabras. Entusiasmado su padre le trajo un cuento viejo, de letras grandes, y lo leyó. Cuando la fiebre volvía en las tardes y se dormía pensando en sus extraños personajes.

Sus hermanos entraban y salían. La abuela tampoco se quedaba mucho tiempo. Ella se encargaba de cocinar, lavar la ropa y otras  cosas.

-Quiero un perrito -le pidió a su padre. -Un perrito que llene mi soledad.

-Don Baltazar, el doctor, dice que no puedes tener un perro. La fiebre no lo permite. Sus pelos crean alergias.

Panchito devoraba los cuentos y pronto terminó todos los que tenía la escuela rural. Su padre le trajo una tarde un libro que contaba las hazañas de don Quijote de la Mancha, caballero que deshacía entuertos. Panchito no entendió qué era un caballero y menos que deshiciera “a tuertos”. Su padre tuvo unos días libres, de vacaciones, y le fue informando quién era el tal Quijote. Un viejo señor que, a la manera de los caballeros andantes de los libros de caballería, salía vestido con un traje de metal de la cabeza a los pies, llamado armadura, en defensa de los necesitados. Aunque le pareció que vestía extrañamente le gustó y pensó que era una buena persona.

Una de esas noches en que ardía de fiebre sintió un ladrido al extremo izquierdo de la cama.

-¡Oh! ¿Quién eres? -. Preguntó, como si pudiera obtener una respuesta. Se incorporó y descubrió a un pequeño can de pelo blanco y manchas marrones. -¡Vete!-. le pidió -. El doctor dice que no puedo tener un perro. Para su sorpresa éste le dijo muy risueño.

-No te preocupes. Soy un perrillo imaginario. No te pasará nada. He venido a hacerte compañía.

El niño extendió la mano. Su piel era suave, sus ojos muy expresivos y levantaba las orejas alerta cuando alguien se acercaba.

-¡Y puedes hablar! –se sorprendió, mientras la alegría encendía sus mejillas -Ya que puedes estar en mi cuarto te pondré un nombre. Te llamarás Quijote. Seremos amigos.

-Podremos conversar y estaré a tu lado -, fue su respuesta -. Sólo tú me verás.

En eso, asomó un ratón por un hueco que había al final de la repisa de madera donde había algunas cosas. Un candelero, una caja de fósforos, una taza.

Al verlo el perrillo se puso a ladrar con furia, pero como estaba lejos de sus dientes el ratón no le hizo caso.

-¡Oye, tú, jukhucha atrevido! ¿De dónde vienes? -, le preguntó Panchito, mirándolo desde su cama.

-¿Jukhucha, ratonzuelo? Más respeto, muchachito, y no voy a gastar mi saliva contigo. Por lo que veo en esta casa no hay cariño.

-¿Cariño? -. Se asombró Panchito. Qué se creía ese ratón anónimo para pedir cariño.

-Sí, podían haber dejado por aquí un trocito de queso, una galleta para los vecinos. Pero, este lugar está pelado como una panpa. Me voy.

-Espera -le dijo el niño -. Si vienes mañana tendrás un trozo de galleta de soda. Es una de las pocas cosas que puedo comer, además de caldo y mazamorra de chuño.

-Bueno -dijo el ratón, al que se dice jukhucha porque vive en huecos, adosado a la pared. -. Si te portas bien con este caminante volveré.

-¿Cuál es tu nombre?

-Jukhucha Diego.

-¡Qué bien y no te estoy maltratando porque jukhucha quiere decir también ratoncito!

El perrillo pensó que Panchito era muy generoso. A él no le hacía gracia el ratón, no le gustaba su arrogancia.

-Si no fuera un caballero, como tú me llamas, lo atraparía para ir jalando de su hocico, pelo por pelo, sus bigotes, por pillo y por  malcriado -afirmó indignado.

-Vamos a preguntarle más cosas -, le explicó el niño con tono conciliador -. A lo mejor resulta divertido. Si no nos convence le diremos que no vuelva.

Diego se apareció en la noche.

-¡Buenas noches con todos menos uno! –saludó con tono burlón y no esperó respuesta. Se sentó sobre sus patas traseras y fue royendo con placer el pedazo de galleta que le habían puesto. Luego sacó una servilleta del bolsillo de su chaleco y se limpió los bigotes.

-Tiene buen sabor -comentó y se fue.

Al simpático perrillo le molestó su falta de cortesía.

-Ni siquiera ha dicho gracias -reclamó.

-Vamos a ver qué pasa mañana con el queso que pedí a mis hermanos –lo calmó Panchito. -Le enseñaremos a ser agradecido o si no, ¡adiós comida!

-¡Hola, amigos! -se presentó más dispuesto y muy orondo -. ¿Qué tenemos para hoy?

-Un buen pedazo de queso -dijo Panchito.

-¡Que venga!      

-Mira que huele bien. Pero, no será tuyo si no le das las gracias a Panchito y no te quedas a conversar un rato. Te falta educación jukhucha -le amenazó Quijote.

-¡Caracoles! Así que debo agradecer y entretenerles. Me parece que piden mucho. Hoy, no puedo quedarme así que me llevaré el queso. Mañana les contaré mis aventuras con el zorro Marcos. ¡Me voy de estampida!

-Es un ratón mañoso -, se quejó el perrillo -.¿Qué habrá hecho con el zorro digno de escucharse?

-Pues, esperemos y si quiere le contaré las andanzas del señor don Quijote, que amaba a la señora Dulcinea del Toboso. Ella trabajaba en la venta donde se hospedaba, pero a sus ojos era una noble doncella.

-Me cae bien ese señor que hacía buenas obras, creyéndose caballero de la señora Dulce.

-Dulcinea, mi amigo. Dulcinea. Mira el nombrecito. Seguramente solía ser  gentil y alegre como los pichinkos.

-Si no me cuentas quiénes son los pichinkos no entenderé qué relación les encuentras con ella.

-Son unos pajaritos a quienes les gusta saltar de rama en rama. Ellos comen las semillas que caen al suelo. Si vinieras temprano los verías buscando  su desayuno.

El perrillo le explicó a su amigo que en la mañana había mucho movimiento en su cuarto. Le traían su mate con galletas. Le lavaban la carita y a veces el cuerpo con una esponja. A veces también le cambiaban la ropa. No convenía que apareciera. Si la gente grande, que no podía verle, lo sorprendían hablando solo creerían que estaba peor. En lo que se refería a los pichinkos le parecieron muy simpáticos.

-También hay unos pájaros de alas  negras y de mirada torcida que me asustan -, le contó Panchito.

-Cuéntame de esos pájaros –se interesó. No tuvo respuesta porque el niño se había dormido y se fue.

A la noche siguiente llegó muy contento el ratón Diego. -Hola, amigos de esta casa. ¿Cómo pasaron el día? Estoy saludando, pueden comprobar que he leído el libro de urbanidad de Carreño.

-Este qué va a leer, se dijo Quijote, se habrá comido el libro. Lo aguanto sólo porque entretiene a Panchito.

-¿Y la historia de tu amigo, el zorro? -, preguntó  con un ladrido -.Me acomodaré sobre mis patitas para escuchar.

-Momento, no alteres el orden de las cosas. Primero necesito combustible para mi barriguita. Así tendré fuerzas y les contaré mi relación con el zorro. ¿Qué hay?

Panchito sacó una galleta que guardó de su desayuno, debajo de la almohada, y la colocó en la repisa de madera.

Ambos contemplaron al ratón, que bien sentado sobre las patas posteriores y la cola estirada, tomó la galleta en las delanteras y estuvo comiendo un buen rato. Sacó una servilleta del bolsillo de su chaleco y se limpió el hociquillo.

-Listo, puedes recostarte en tu almohada Panchito y tú, Quijote, siéntate para que me puedan escuchar. El auditorio es muy escaso. Me gustaría más gente.

-¡Jukhucha insolente, me gustaría darte una paliza! –ladró el perrillo -.Espero que la historia sea buena.

-¿Una paliza? -Primero tendrías que cogerme y dudo que pudieras. Soy muy rápido y me iría como si tuviera ruedas en mis patas.

-Venga la historia del zorro. -¿Quién es? -preguntó el niño -.¿Tu amigo?

-¡Ja,ja,ja!, -se carcajeó el ratón. -Yo le hago rabiar al atoq Marcos, le pongo los pelos de punta y le amargo el día.

-¿Haces eso, tú que eres un enano? -, intervino Quijote -. ¿Por qué le llamas atoq?

-Me ves pequeño, pero es mejor cuidarse del enemigo chico y digo atoq porque Marcos es un zorro así como yo soy un jukhucha en el idioma de los Inkas. Tiene su cueva en los  cerros. Le gustaría atraparme. No soy gran cosa, lo reconozco. En su enorme hocico sería apenas un palillo de dientes. Sin embargo no dejo de ser un bocadillo apetitoso. Antes ni lo miraba hasta que me salvó.

-O sea que siendo un buen zorro le amargas el hígado, tremendo ingrato -, comentó Quijote -. ¡No entiendo por qué te ayudó!  ¡No lo mereces! 

-Es que me salvó contra su voluntad... ¡ji, ji, ji!

El ratón les dijo que un día vio un picaflor volando sobre las rosas de una huerta y quiso saber qué estaba haciendo. El picaflor le contó que chupaba una deliciosa gota de miel que se encontraba en el interior de las flores. Cuando se fue, el ratón que no tenía alas ni pico, optó por roer el tallo de la rosa, tirarla al suelo y sorber la miel. Era buenísima. Algunas gotas cayeron sobre los pétalos y también se los comió. (Fragmento)

Alfonsina Barrionuevo

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