domingo, 30 de septiembre de 2018

KUKULI Y SUS SUEÑOS DE COLORES

El Perú que vibra en las obras de Kukuli estará en Londres a partir del próximo 4 de octubre. Ella partirá de Filadelfia para asistir a la apertura de la exposición en la galería James Freeman donde sus esculturas ya la están esperando con su mensaje de eternidad.
Entre ellas hay una muy significativa, de un personaje prehispánico en el momento en que se decapita. Nunca se podrá saber qué lo motivó hace 3,000 años para esa decisión suprema. Hacer que su propia mano corte la arteria vital y que la sangre se dispare. ¿Se trató tal vez de una auto ofrenda? La pieza de la cultura Cupisnique impresiona por el tema y la maestría de su anónimo autor. A Kukuli le inspiró en nuestro siglo para hacer una recreación a su estilo y color de la postura del sacerdote al transferir a su barro actual su aura mágica.
En las últimas semanas Kukuli se ha trasladado a las universidades de Texas y Utah para dictar conferencias sobre sus artes pues suele aplicar la pintura a la cerámica. En los primeros meses del año estuvo en Creta/Roma, realizando un proyecto conjunto con Doug Herren, destacado ceramista. En noviembre concurrirá como invitada de honor al Tercer Encuentro de Cerámica Artística de Colombia, en la Universidad Nacional de Bogotá. 


CORREO DE LUCES 

Es posible que en su cuadra o aposento del Qorikancha las estrellas tuvieran una dinámica distinta por tratarse de miríadas, como si la luna rompiera sus fuentes de luz en un parto augural de una infinidad de trozos brillantes. Ellas aparecen en cielo abierto con un discurso escrito en noches de encanto entre mayo y agosto, identificándose con pueblos y pisos ecológicos de altura. El templo del Sol fue su segundo hogar donde concurrían de acuerdo a las estaciones y los meses del año, recibiendo ofrendas. Sus sacerdotes afirmaban que todos los seres vivientes nacían con una estrella que debía alumbrar el camino de  sus vidas.
Entre las principales se distinguía Ch’aska, la fulgurante  estrella de cabellos largos y crespos, esperada en dos momentos cumbres; como la matutina Ch’aska Pacha paqareq, hermosa estrella que anuncia el día, o como la vespertina Ch’isin Ch’aska, que descorre los velos del atardecer; Qoyllur, la estrella que inspiraba los sueños de las piwiwarmi, princesas inkas; y la constelación qechwa de las Onkoymita o Siete Cabrillas, respetadas por su postura  y tamaño, que encerraban en su espiral de luces años prósperos o sombríos para los campos. En los casos desesperados había que adelantar o retrasar la siembra para salvar los cultivos.

Resultado de imagen para FIRMAMENTO DE NOCHE
Los astrónomos inkas que descifraban sus mensajes de buen augurio o de alerta conocían el gran mapa nocturno de estrellas, ubicando hasta los huecos oscuros en el rastro que dejaban al perderse en los abismos siderales. Ellos leían sus jubilosas o preocupadas profecías en esa kallanpa u hongo negro que es la noche, mirando en las tinajas de plata con agua del Qorikancha, los manantes, remansos de los ríos y hendiduras de los roquedales.
Sus lecturas dependían de sus apariciones, ausencias, calidad de sus fulgores débiles o fuertes y otras señales. Si la Qolqa, conjunto de estrellas granero, abría sus luceros en todo su esplendor los surcos florecerían después con el mismo alborozo. Si alguna se delineaba apenas o no asistía a su cita en el cielo estaba anunciando un tiempo de escasez.  Qoyllur era también la estrella de las adivinaciones. Si las seis estrellas de Tarpuyoq, el sembrador, aparecían unidas en una doble línea de surcos lo festejaban en todo el imperio, si había variación en sus reflejos se adelantaba o retrasaba la siembra. La fuerza que mostraba el majestuoso río de estrellas que llenaba el cielo de resplandores de este a oeste, el Willkamayu o Vía Láctea, pronosticaba buenos augurios y hacía temblar de alegría su corazón.

Alfonsina Barrionuevo

martes, 25 de septiembre de 2018

OTRA EDICIÓN DE CASACOR

Verónica de Haaker llegó a la edición veintitrés de CASACOR con una modernísima muestra en San Isidro. Un sueño en la CASA MARIO BIANCO donde tuvo lugar un despliegue de imaginación, talento y materiales de los expositores. En los muebles donde predominó el color blanco se lució una línea propia del siglo que estamos viviendo.
¡Felicitaciones Vero! 


EL DANZAQ MÁGICO   

Llegué a Puquio una tarde en que el sol la envolvía con la tibieza de sus rayos. Pero apenas se fue arreció el frío. En el único hospedaje que había me acurruqué en mi bolsa de dormir. Fui para hablar con un bailarín de tijeras de quien me hablaron. Lo encontré finalmente y cuando pregunté por su historia me invitó a caminar por sus alturas en busca de una paqcha mágica. Había en él una alegría desbordante y recordé a José María Arguedas que estuvo en el pueblo y escribió la historia del legendario Rasu Ñit’i que entró danzando al reino de la muerte.
Tuve la suerte de haber entrevistado a la primera pareja de danzaq que llegó a Lima.    
Uno de ellos, Gerardo Chiara, dijo que la danza de las tijeras se remonta a épocas muy antiguas, antes de los españoles. En Parinaqochas, me explicó, se hablaba de un pequeño danzante que bailaba en el interior de una paqcha o cascada, con una castañuela de piedra, acompañándose con la música que producía el agua al caer en una artesa natural.
El río de Wanka Wanka, mencionó en su relato, baja de las alturas y va formando cascadas que embalsan sus aguas en plácidos remansos. En ellos se bañan las sirenas, pero lo más extraordinario es que en el interior de sus cuevas cientos de gotas producen al chocar con el piso sonidos musicales que siguen los danzantes. Por eso van allá arpìstas y violinistas, para recogerlas.
Mi danzaq guía me contó que una joven mujer que vivía cerca del río mandó a su hijo de once años buscar leña para cocinar. El muchacho se alejó y reunió la suficiente. Se  sentó para descansar y en  eso se le acercó otro niño casi de su misma edad, quien le propuso jugar al lado de la paqcha. Así lo hicieron divirtiéndose enormemente, hasta que de pronto el niño misterioso comenzó a bailar haciendo acrobacias con los pies y siguiendo el compás con una castañuela de piedra que hacía sonar como si fuera de metal.

Impulsado por la música que parecía brotar de la paqcha el muchachito imitó a su compañero, repitiendo sus mismos pasos con una alegría que lo hizo olvidar todo. Cuando el ruido de la paqcha lo devolvió a la realidad el niño misterioso se arrojó al agua y no volvió a aparecer.
Esperó largo rato que volviera, pero, luego, cargó su q’epe o atado con leña sobre la espalda y regresó  kk.a su casa con la “castañuela” de piedra que el otro dejó en la paqcha.
Imagen relacionadaYa en su casa puso en el suelo su carga y, recordando la extraña melodía, se puso a bailar con mucho ímpetu, usando la castañuela de piedra tal como vio. Su madre sorprendida le preguntó qué pasaba, pero como él no parecía darse cuenta de nada lo siguió angustiada, observando que en la parte posterior de su pantalón llevaba colgando un tusuq muñeco, un muñeco bailarín, con vistosas ropas de colores. Se lo arrancó y entonces, como por encanto dejó de bailar. Ella quiso quemar al muñeco y destrozar la rumi tijera. Su hijo le rogó que no lo hiciera refiriéndole lo pasado y suplicándole  que le hiciera  un vestido igual al del tusuq muñeco.
Su historia fue conocida rápidamente en el pueblo y todos acudieron para verle bailar quedando asombrados con su danza.
Los llaktakumunruna, autoridades del lugar, decidieron que el prodigio no pasara desapercibido y acordaron realizar una gran fiesta. Pero faltando pocos días el niño desapareció. Su madre con el rostro lloroso fue preguntando por él de casa en casa sin resultado. Finalmente, al pensar que su desaparición tenía algo que ver con la paqcha, pidió a dos amigos de su hijo que fueran al sitio. Ellos decidieron ir al Wanka Wanka y allí estaba bailando cerca de la cascada, siguiendo el ritmo de una música bellísima. Ambos creyeron que dentro de la cueva alguien estaba tocando algún instrumento pero no vieron persona humana. Entonces fueron unos músicos distinguieron dos figuras como de “gente que no eran gente”, que tenían dos instrumentos muy raros (el arpa y el violín).
El niño bailarín les dijo que debían lavarse las manos con el agua y al obedecerle quedó grabada en su mente la imagen de los instrumentos. Una vez que regresaron al pueblo, dijeron que habían visto a sus padres, los gentiles, “y habían aprendido su arte”. Luego fabricaron los instrumentos cortando la madera y dándole una forma parecida a la vista. Hecho esto se pudieron a tocar y los habitantes del pueblo se fueron acercando. Al niño le bautizaron con el nombre de tusuq o danzante y con él  formaron un grupo  que atrajo la atención de los pueblos vecinos.
El niño bailarín, quien llegó a ser un gran danzante, desapareció un día para siempre. “Los danzantes aprenden como ese niño, mirando no más”, dijo Chiara. Cuando tienen contrato hacen la pachaq t’inka para que la tierra no amarre sus pies.
De regreso mi guía bailarín me mostró la estatua del tusuq Benito, que era pawaq, es decir volador en la mágica tierra de Puqyu.

Alfonsina Barrionuevo

domingo, 23 de septiembre de 2018

VEINTITRÉS AÑOS DE CASACOR

Verónica de Haaker llegó a la edición veintitrés de CASACOR con una modernísima muestra en San Isidro. Un sueño en la CASA MARIO BIANCO donde tuvo lugar un despliegue de imaginación, talento y materiales de los expositores. En los muebles donde predominó el color blanco se lució una línea propia del siglo que estamos viviendo.
¡Felicitaciones Vero! 


EL DANZAQ MÁGICO   

Llegué a Puquio una tarde en que el sol la envolvía con la tibieza de sus rayos. Pero apenas se fue arreció el frío. En el único hospedaje que había me acurruqué en mi bolsa de dormir. Fui para hablar con un bailarín de tijeras de quien me hablaron. Lo encontré finalmente y cuando pregunté por su historia me invitó a caminar por sus alturas en busca de una paqcha mágica. Había en él una alegría desbordante y recordé a José María Arguedas que estuvo en el pueblo y escribió la historia del legendario Rasu Ñit’i que entró danzando al reino de la muerte.
Tuve la suerte de haber entrevistado a la primera pareja de danzaq que llegó a Lima.    
Uno de ellos, Gerardo Chiara, dijo que la danza de las tijeras se remonta a épocas muy antiguas, antes de los españoles. En Parinaqochas, me explicó, se hablaba de un pequeño danzante que bailaba en el interior de una paqcha o cascada, con una castañuela de piedra, acompañándose con la música que producía el agua al caer en una artesa natural.
El río de Wanka Wanka, mencionó en su relato, baja de las alturas y va formando cascadas que embalsan sus aguas en plácidos remansos. En ellos se bañan las sirenas, pero lo más extraordinario es que en el interior de sus cuevas cientos de gotas producen al chocar con el piso sonidos musicales que siguen los danzantes. Por eso van allá arpìstas y violinistas, para recogerlas.
Mi danzaq guía me contó que una joven mujer que vivía cerca del río mandó a su hijo de once años buscar leña para cocinar. El muchacho se alejó y reunió la suficiente. Se  sentó para descansar y en  eso se le acercó otro niño casi de su misma edad, quien le propuso jugar al lado de la paqcha. Así lo hicieron divirtiéndose enormemente, hasta que de pronto el niño misterioso comenzó a bailar haciendo acrobacias con los pies y siguiendo el compás con una castañuela de piedra que hacía sonar como si fuera de metal.

Impulsado por la música que parecía brotar de la paqcha el muchachito imitó a su compañero, repitiendo sus mismos pasos con una alegría que lo hizo olvidar todo. Cuando el ruido de la paqcha lo devolvió a la realidad el niño misterioso se arrojó al agua y no volvió a aparecer.
Esperó largo rato que volviera, pero, luego, cargó su q’epe o atado con leña sobre la espalda y regresó  kk.a su casa con la “castañuela” de piedra que el otro dejó en la paqcha.
Imagen relacionadaYa en su casa puso en el suelo su carga y, recordando la extraña melodía, se puso a bailar con mucho ímpetu, usando la castañuela de piedra tal como vio. Su madre sorprendida le preguntó qué pasaba, pero como él no parecía darse cuenta de nada lo siguió angustiada, observando que en la parte posterior de su pantalón llevaba colgando un tusuq muñeco, un muñeco bailarín, con vistosas ropas de colores. Se lo arrancó y entonces, como por encanto dejó de bailar. Ella quiso quemar al muñeco y destrozar la rumi tijera. Su hijo le rogó que no lo hiciera refiriéndole lo pasado y suplicándole  que le hiciera  un vestido igual al del tusuq muñeco.
Su historia fue conocida rápidamente en el pueblo y todos acudieron para verle bailar quedando asombrados con su danza.
Los llaktakumunruna, autoridades del lugar, decidieron que el prodigio no pasara desapercibido y acordaron realizar una gran fiesta. Pero faltando pocos días el niño desapareció. Su madre con el rostro lloroso fue preguntando por él de casa en casa sin resultado. Finalmente, al pensar que su desaparición tenía algo que ver con la paqcha, pidió a dos amigos de su hijo que fueran al sitio. Ellos decidieron ir al Wanka Wanka y allí estaba bailando cerca de la cascada, siguiendo el ritmo de una música bellísima. Ambos creyeron que dentro de la cueva alguien estaba tocando algún instrumento pero no vieron persona humana. Entonces fueron unos músicos distinguieron dos figuras como de “gente que no eran gente”, que tenían dos instrumentos muy raros (el arpa y el violín).
El niño bailarín les dijo que debían lavarse las manos con el agua y al obedecerle quedó grabada en su mente la imagen de los instrumentos. Una vez que regresaron al pueblo, dijeron que habían visto a sus padres, los gentiles, “y habían aprendido su arte”. Luego fabricaron los instrumentos cortando la madera y dándole una forma parecida a la vista. Hecho esto se pudieron a tocar y los habitantes del pueblo se fueron acercando. Al niño le bautizaron con el nombre de tusuq o danzante y con él  formaron un grupo  que atrajo la atención de los pueblos vecinos.
El niño bailarín, quien llegó a ser un gran danzante, desapareció un día para siempre. “Los danzantes aprenden como ese niño, mirando no más”, dijo Chiara. Cuando tienen contrato hacen la pachaq t’inka para que la tierra no amarre sus pies.
De regreso mi guía bailarín me mostró la estatua del tusuq Benito, que era pawaq, es decir volador en la mágica tierra de Puqyu.

Alfonsina Barrionuevo










domingo, 16 de septiembre de 2018

RECORDANDO A FELIPE LETTERSTEN  


Me pregunto qué será de las esculturas de los pueblos amazónicos que Felipe Lettersten trabajó con unción entre 1987 y 1990. Tras su partida solo queda el recuerdo. Se podría pensar que habrían mejorado, pero algunos caminan a la extinción. El maestro Juan Manuel Ugarte Eléspuru dijo que “en el yeso fascinado estaban sus imágenes palpitantes, reales, elocuentes, modeladas por una mano inspirada.”
A través de sus obras el artista nos comunicó con gentes que sobreviven en el corazón hermético de la manigua,  a las que aprendió a querer. Para copiarlos en vivo Felipe navegó en su nave, la “Inka Pachakuteq”, internándose por trochas, entre una vegetación densa cruzada por ríos caudalosos. “El olvido en que viven, me dijo para este artículo en una exhibición, podría justificarse por la distancia, valla que los separa y también los protege. Más no cuando ese olvido arranca de la indiferencia por su suerte y cuando su contacto con los grupos ‘civilizados’ representa su destrucción.”

Imagen relacionadaLa pasión que puso en esa gran tarea, acrecentada por lo que significaba para él su proyecto ”Los Hijos de la  Tierra,” llevó en alto su grito de protesta que debió pasar del yeso al bronce para ser eterno. No se pudo y a Lettersten le dolió convertirse en un gonfalero solitario.
Su entrega fue total y conmovedora, porque no se rindió a la apatía que prostituye o deja morir a quienes son auténticos conservadores de la sabiduría en la foresta. Estuvo en la lid con su brazo armado de coraje llamando la atención hacia estos pueblos milenarios que ante tanto amor y tanto esfuerzo se integraron a su ancestro  nórdico y a su vida.
En la entrevista declaró que su sonrisa y su hospitalidad fueron un puente que cruzó para encontrarse con gentes maravillosas que lo cautivaron con su sencillez, su bondad y su confianza, comprometiéndolo -porque no hablaban el mismo idioma- a su defensa frente a la intrusión de los bárbaros del siglo XX y ahora el XXI que no dejan huella de sueños por donde pasan.
Su sinceridad conquistó a sus habitantes para permitirle que les sacar moldes directamente de sus cuerpos. Uso la mímica como medio de comunicación pero lo que más le sirvió fue el respeto que percibieron en su actitud. Todos comprendieron su deseo de rendir homenaje a las culturas amazónicas después de ver fotografías de sus esculturas.

La colección de Felipe, el emocionado luchador de la rupa rupa y la omagua, fue impresionante. Buscó un mecenas para seguir adelante pero no lo encontró. “En un momento, señaló, los miraña del río Amazonas, en el Brasil, eran sólo diez. Ahora, sin duda, no queda ninguno. Yo nunca permitiría que se abran carreteras al  Brasil, porque sus gobernantes creen que progreso es prender fuego a la selva para poner pastos, criar vacas y exportar su carne a los Estados Unidos para preparar hamburguesas.” 

Resultado de imagen para felipe lettersten“Esta mujer, agregó señalando una de sus obras, es dominicana, de un pueblo que fue el primero en ser masacrado en 1492. Su gente salió al alcance de Colón llevando en sus canoas fruta y otros regalos. En agradecimiento, después de tomar posesión de sus tierras en nombre de España, fueron pasados por las armas cuando defendieron a sus mujeres del ataque de los tripulantes de la “Santa María”.
Uno de sus niños reproducido en el yeso era un ikito. Según explicó “las gentes que poblaron antes el área de la actual Iquitos fueron desplazados por los caucheros. Ellos les contagiaron su lepra, se apoderaron de sus tierras y los echaron. Al cabo se fueron hasta la desembocadura del Alto Nanay. Sólo quedaban veinticuatro cuando Felipe los conoció. El abuelo, con mucha gentileza, accedió a reconstruir su antiguo atuendo para que él copiara a su nieto.          
La rubia cabellera en rizos al viento, brillantes los ojos azules, en cuyo fondo pasaban lejanísimas embarcaciones vikingas, entre una bruma de siglos, transmitía la energía y la pasión de lo que fue, un hombre de dos mundos. A veces, juez, cuando hablaba; a veces parte, con un fuego que salía de sus arterias de una manera impresionante.
Ahora es una leyenda. Ojalá hubiera vaciado sobre su cabeza  y su cuerpo el yeso preservador para quedar allí. Su vigorosa protesta siempre estará vigente.  “A raíz del descubrimiento de América y la invasión de sus tierras murieron alrededor de setenta millones, denunció. Es el saldo del quinto centenario. En cinco siglos las antiguas tradiciones de estos pueblos fueron ignoradas, su imagen alterada y su realidad, desfigurada. Sus aportes al arte, la ciencia y la cultura, menospreciadas. La civilización frente a ellos no tiene de qué vanagloriarse. Es responsable del deterioro ecológico de nuestro planeta, mientras ellos aprovechaban sabiamente sus recursos, sin depredarlos”.
 Alfonsina Barrionuevo 


domingo, 9 de septiembre de 2018


LOS GUERREROS DEL MAIZ

Hubo una época en que “el cielo” o Hanaq Pacha fue un inmenso campo de batalla, donde legiones de legítima estirpe guerrera se enfrentaban convulsionando la bóveda celeste con los rayos, truenos y relámpagos que producía el choque de sus lanzas.
Su coraje avasallador, la fuerza poderosa de sus músculos, el ardor de su sangre que hervía como lava de volcanes, eran el orgullo del creador de las tormentas que se regocijaba contemplando el grandioso espectáculo. Hasta que un día se detuvieron súbitamente y una aura azul despejó el firmamento, al cesar el tronar de sus enfrentamientos.

“Nos sentimos fatigados, déjanos sentir la dulzura del reposo”, se dirigieron suplicantes al señor de la guerra. Pero éste, indignado, considerando que había sido traicionado con este acto de cobardía, los echó del Hanaq Pacha, los condenó a vivir en la tierra para siempre convertidos por una eternidad en miserables plantas silvestres, de hojas en forma de lanza para que recordaran sus antiguas hazañas y frutos cargados de espinos donde depositó la hiel que nació en su corazón.

Así estuvieron largo tiempo, sobrellevando su desgracia, hasta que el Padre Sol tuvo hambre y bajó al Kay Pacha o “tierra en que vivimos”, cogiendo sus espinosas mazorcas. Al contacto de sus manos cósmicas sus granos  erizados de púas perdieron su rispidez y su acíbar para tornarse en algo tierno, suave y dulce.
Agradecido por haberle dado sustento éste lo bendijo, diciéndole: “Fruto generoso, tú que fuiste mi alimento cuando yo te necesitaba, serás lo mismo para los hombres, y en mi fiesta estarás  como sagrada ofrenda”.

Desde entonces, en el Inti Raymi que se celebraba en homenaje al astro, agradecidos por darles vida y calor, los Inkas y todos los habitantes del Tawantinsuyu “comulgaban” con el sanqhu, un panecillo de maíz que se untaba con la sangre de las alpakas blancas que sacrificaban pidiéndole un año venturoso.
Esta historia se vincula con el proceso de la domesticación del maíz peruano que puede tener dos centros importantes en nuestro territorio, los Andes Centrales y los Andes del Sur. El descubrimiento del maíz nativo efectuado por el arqueólogo Duccio Bonavía en Huarmey, Lima, donde el viento remueve las dunas con manos nerviosas, es el paso más trascendente que se ha dado hasta hoy para definir su origen.
Los antiguos moradores del lugar, según afirma después de largos años de investigación, tostaron hace más de 4,000 años un maíz reventón en una ingeniosa “sartén” de piedra o de arena caliente, obteniendo las conocidas “palomitas de maíz” o “pop corn” prehistórico. Este maíz confite, de granos chiquitos, no era de allí sino que procedía del Callejón de Waylas donde habría sido domesticado mucho antes y donde existen varias razas vivas de maíz silvestre,  según aseguraba haber visto el sacerdote arqueólogo Soriano Infante.

Resultado de imagen para mazorcas de maiz
Su transporte a Huarmey se hacía a lomo de llama y la gente lo guardaba en silos dentro de la arena donde se conservaba perfectamente. Práctica que continúan hasta ahora algunos agricultores como un sabio legado de sus antepasados. Su hallazgo en un horizonte muy temprano, precerámico, descarta la afirmación de que el maíz peruano pueda ser oriundo de Mesoamérica. En los Andes existieron cunas o “centros” propios de domesticación que nos dan la paternidad de nuestro maíz con más de cien razas entre domesticadas y silvestres...
Su nombre tiene relación con la leyenda de Saramama, una hermosísima doncella, a quien perseguía sin darle tregua Kuru, el hechicero. En vano habló con su padre, quien apenas nombró al hechicero, se negó a seguirla escuchando  por  el enorme aprecio que le tenía. Tampoco le sirvió recurrir a su madre que tenía a Kuru como hombre de gran corazón. Ni siquiera fue efectivo su deseo de ingresar al Aqllawasi del Qosqo.

El cerco se iba cerrando poco a poco y tuvo miedo. Apartó de su lado a los mozos que pudieron amarla y alejó también a sus amigas. Mucho pensó hasta que decidió buscar la ayuda del propio astro. “¡Oh, Padre mío, padre de mis mayores!”, invocó desde la cima de su cerro tutelar. “¡A ti me ofrezco! Cada día me siento más débil en esta lucha con  Kuru, el hechicero. No quiero asomarme al fondo de sus ojos donde crecen los abismos. Quiero huir de su sombra maléfica que oscurece mi vida. ¡Tú Señor, que tienes poder sobre la tierra apiádate de tu hija y cambia su destino!”

En el paraje solitario la presencia de Kuru sobresaltó a la doncella. Si el Padre Sol no la escuchaba llevaba un puñal para hundirlo en su  pecho. Mas, de pronto, un rayo de oro bajó de las alturas y sintió una dulce laxitud y luego un torrente de sangre nueva que se precipitaba por sus venas, su cuerpo adquirió una esbeltez inusitada, sus brazos se estiraron hasta transformarse en unas hojas verdes y transparentes.
El Padre Sol accediendo a sus ruegos la convirtió en la planta del maíz. Kuru cayó desesperado a sus pies, convirtiéndose en un gusano que suele aparecer cuando se acerca el tiempo de su cosecha, aunque siempre llega tarde.

Alfonsina Barrionuevo

lunes, 3 de septiembre de 2018


EL SEÑOR DEL CUERO DE VACA

Mis antepasados son de Lampa, Puno. En la ciudad existe su casa con el Juego de la Oca grabado en el piso como un tapiz de piedra. Sus descendientes salieron de allí con destino al Qosqo y Arequipa, sin retorno. Volver a sus fuentes aunque brevemente fue para mí un reencuentro de siglos con aquello que fue parte de su vida: el Cristo de Cuero de Vaca, la Virgen Inmaculada y su ‘carro’ dorado, la capilla de la Pietá copiada en el siglo pasado y las airosas qewñas.  Me asombró ver el elegante traje de las esposas de la Cofradía de los ‘Vikuñas’ con botones de oro, obsequio del ingeniero Enrique Torres Belón, minero benefactor de la ciudad
En el virreinato las riquezas de las minas de Pomasi y Lamparaqen atrajeron a codiciosos mineros que esperaban ganar en América títulos y fortuna. Los caballeros de la Orden de Santiago abrieron socavones en los cerros buscando  preciosas vetas. Por ellas en los siglos del azogue y la plata Lampa alcanzó un apogeo extraordinario.

Imagen relacionada
Su iglesia ostenta como una joya sus relucientes cúpulas. Los alfareros de Santiago de Pupuja las recubrieron con ladrillos vidriados que destellan al sol. Los canteros se afanaron en tallar su fachada de espléndido sillar y levantaron una graciosa torre florentina que por capricho de su alarife es independiente. En su interior se venera un Señor del Santo Sepulcro en cuero de vaca, cuyas costuras simulan magistralmente venas y arterias acordonadas por la tensión en la cruz. La efigie sevillana de la Inmaculada fue dueña de joyas y propiedades. Según figura en los archivos retuvo la hacienda Moquegachi, regalo de un devoto, desde el siglo XVI hasta comienzos del XIX. En una capilla posterior se luce una réplica de la famosa Pietá de Miguel Angel que Torres Belón hizo traer de Italia.
En Lampa la qewña, Polylepis inkana, está unida a su historia. Para la gente de altura, entre los 3,500 y 4,500 metros, era un ser humano de gran corazón que les protegía de los vientos helados durante el día y del aliento frío de la tierra en las noches. Hasta el siglo pasado formó bosques que han reducido por la tala y hoy está en la curva de extinción. Su corteza y sus ramas de color café-rojizo, blindadas por láminas térmicas, servían a los hanpiq para curar enfermedades bronquiales y a los awaq para sus tintes. Al abrir sus capullos en racimos de flores blancas irradia aún su pureza en el paisaje.         
El maestro José Portugal Catacora me contó que en cada luna nueva el corazón de Lampaya, el joven guerrero de los hanansayas, se descascara y sangra en la qewña, árbol fuerte, cuyo tronco se crispa en un gesto de dolor y se enrojece. En vano sus brazos musculosos se retuercen en su ramaje, tendiéndose hacia el horizonte. Nunca encontrará a Qantuta, la dulce princesa hurinsaya, a quien amó sobre el odio de sus padres, kurakas de pueblos antagónicos. Su destino es inexorable. Lampaya muere y resucita en cada qewña que crece en la soledad de la puna. Así lo dispuso en su maldición Pilinku, el severo Apu tutelar de sus antepasados.
“Tu alma vivirá por siempre atada al árbol triste, como una sombra que llora por una eternidad. Es tu castigo por haber albergado en tu pecho un sentimiento prohibido hacia una mujer enemiga de tu pueblo.”
En las tibias orillas del lago Qantuta esperó inútilmente a su amado. Quiso ir en su busca pero fue detenida por sus sacerdotes. Ellos la sacrificaron para impedir que huyera con el único hombre a quien no podía amar, porque había entre ambos un abismo de sangre y muerte que clamaba venganza.

Resultado de imagen para la queñuaAntes de permitir que se uniera su padre dejó que hundieran un puñal en su pecho enamorado. Cuando murió, de cada gota de sangre que cayó a la tierra, nació una flor. El qantu, de pétalos fragantes. Ella jamás podrá acercarse a Lampaya. Pero, un día auguran los yatiris, los Apus perdonarán a los jóvenes amantes y Qantuta podrá al fin reclinar su sedosa corola en el tronco torturado de la qewña.

Las huestes imperiales de Mayta Qhapaq, el Sapan Inka del Qosqo, descansaron a la sombra de un bosque de qewñas, cuando regresaban de conquistar a los kuntis. A su pie el anciano general Wayta, hombre de confianza del gran señor, levantó su tienda. En la noche soñó a Lampaya, a quien vio desprenderse de su prisión arbórea. Presa de suma melancolía el guerrero le confió su desesperación y su pena, revelándole que debía quedarse en el lugar porque los qollas pensaban rebelarse.
“Tú eres el único hombre que puede contenerlos porque tu corazón es limpio y  alberga  la rectitud y la justicia”, le indicó antes de desaparecer. Al día siguiente el noble orejón le envió un mensaje al Inka, refiriéndole el extraño encuentro,  y se quedó fundando el pueblo de Lampa en honor del guerrero.
En los carnavales las doncellas lampeñas y sus parejas bailan unas rondas que se parecen a la wiphala qechwa y evocan el frustrado romance de Lampaya y Qantuta, uniendo al final sus manos para significar que, a través de ellos, los infortunados amantes pueden culminar sus sueños.
Alfonsina Barrionuevo