domingo, 31 de julio de 2016

MONTAÑAS DE COLORES

Hace algunos años viajé a Moyobamba y en el trayecto de Tarapoto a la ciudad vi unos cerros ardiendo. En la noche atravesamos una panpa donde se veía regueros de extraños tizones. Un espectáculo sorprendente. Nadie nos había dicho que había extensas vastedades que ardían. Mi corazón se encogió de temor pero el piloto dijo que era normal. De día no se advertían pero la noche los resaltaba como si fueran los mísmisimos caminos de Dante Alighieri bajando al infierno. En Kotawasi, Arequipa, admiré otros espacios donde el viento y el agua, artistas milenarios, dejaron esculturas extraordinarias, alpakas, hongos y hasta personas. El chakiñan al nevado Ausanqati lo encontré plagado de lagunas, verdes y azules, y de colores. La naturaleza no ha ido a escuelas de arte pero supera la imaginación más inaudita.

Foto: Peruska Chambi
Sin embargo hay mucho que es inédito y Peruska Chambi, nieta de Martin Chambi de Coasa, Puno, capturador de imágenes, se enteró de montañas de colores y se fue en su busca. Ayer me envió una foto que comparto con Uds. Como se puede hay colores de sobra, con rayas que hacen pensar en un artista que compagina con sabiduría rosados, azules, amarillos y otros, trabajados en un estudio grandioso para admiración de los siglos. Los turistas sienten la atracción de la obra de esa mano milagrera que bordó en rocas maravillas bajo un cielo turquesa. Ellos ya comienzan a desfilar en peregrinaje de asombros para encandilar sus ojos con un nueva belleza en las alturas de Qosqo, la capital imperial.


LA AVENTURA DE KUMARA

Los Andes recibieron con alegría los finales del Pleistoceno. Las capas de nieve  que los cubrían iniciaron su retirada. Pachamama, madre tierra desde la prehistoria, estaba allí, acurrucada, hibernando, en una larga espera. De haberla visto hubieran pensado que era una niña.
Cuando el mar comenzó a bajar y vinieron los deshielos ella bajó a los valles, donde los ríos filtraban sus aguas a canales subterráneos. llevando los alimentos.  
Eran muchísimos pero cabían apretados en sus brazos. Las papas tenían el tamaño de una pasa, los frijoles eran como un grano de trigo, los tubérculos de la yuka y el camote más pequeños que una paja .
Hace más o menos 10,000 años los primeros recolectores encontraron las papas casi a ras  de tierra y escarbaron centenares de finísima piel que agregaron a su dieta de mariscos y peces. En el caso de kumara (camote o batata en México y Centroamérica) les fascinó sus raicillas ligeramente gorditas que al masticar hallaron dulces.
A estas alturas del tiempo muy poco se piensa del proceso de domesticación. Ahora que en el mundo se consumen  “nuevas especies del Ande como la kihura o kinua y la kiwicha, se olvida la hazaña de los domesticadores. Los primeros cultivares deben haber resultado de un juego. Seguramente hacían un hueco con un dedo, escarbaban la tierra con la uña como si fuera una lampa diminuta y colocaban allí los pequeñísimos frutos.

Al principio fue en tierra áspera, árida, y se murieron. Buscaron lugares más propicios,  húmedos, y se malograron. Al cabo los irrigaron con cuidado y brotaron hojitas verdes que protegían a bebes de papa, de frejol, de yuka, pallar o calabaza.
En lugar de hacer un monumento a la ojota ciertos alcaldes sin capacidad para realizar buenos proyectos para sus poblaciones deberían levantar monumentos a los antiguos agricultores de Perú que siguen dando primicias a la Humanidad a través de sus descendientes.

Kumara, quizá una voz aimara, desdeñada por los españoles, siguió la aventura del resto de nuestros alimentos. Acompañó al hombre de una altura a otra, se solazó en los espacios fértiles, absorbió la dulzura del agua, se diversificó y lo ayudó a vivir. Se conoce al camote blanco, un poco seco, delicioso; al camote amarillo, de carnes más sueltas propias para el ceviche; al camote morado, de las watias, también muy querido por las señoras chefas de las distintas regiones; mas debe haber una gran cantidad de variedades que no hemos podido contabilizar aún porque se investiga menos cada vez en el Perú.
La historia del camote llega escuetamente  través de los arqueólogos, como una curiosidad a la par de otros vestigios. Su laboratorio se pierde al igual que los demás en las páginas amarillentas de los milenios. El registro de restos encontrados lo incluye y de ese modo hace unos 4,000 años a.C. expediciones  que hacen trabajo de campo entre 1962 y 1988  en basurales y grupos arqueológicos encuentran especímenes enteros o fragmentados  que tienen una longitud menor de 2 cm. o un poco más.

Qué habría avizorado el inteligente observador prehistórico para advertir  su buen sabor parcialmente carbonizados por fuegos (rayos) caídos del cielo. En la Pampa de Llamas, Casma, Thomas y Sheila Pozorski descubrieron camotes del precerámico a un metro de profundidad junto a conchales al lado de palta, ciruela del fraile, frijol, pallar, achira, lúkuma, yuca, maní, ají y zapallo.
En el valle de las Tortugas, también en Casma,  los investigadores Donald Ugent y Linda W. Peterson vivieron después su propia experiencia, trabajando en Waynuma a unos cuantos kilómetros.  Sus laboratorios se fueron ampliando luego desde el mar hasta la selva.
Mama Aqsu y Mama Kumara  fueron creciendo mediante los  experimentos casuales o deliberados. Si la semilla cae y germina junto a una cabeza o cola de pez crece más, adquiere arrogancia y llena de placer los estómagos hambrientos. Si se les riega con cuidado las plantas se levantan con mayor prontitud, como si llegaran a una pubertad insospechada.

En Pachakamaq aproximadamente 1,000 años d.C. ya tienen una personalidad contundente. En el Cerro Las Tres Ventanas, en Chilca, Frederic Engel encontró camote  con aji y tuna, además de los otros alimentos conocidos. En La Centinela, dentro del reino Chincha, Ugent y Peterson  hicieron excelentes hallazgos. Los chinchas son mercaderes y llevan por el litoral y el interior las cosechas para trocarlas con otros productos.
Más abajo, en Parakas, otros estudiosos los encuentran como ofrendas en los fardos funerarios de sus gobernantes. Ya han dado un paso a la eternidad en otro nivel. como alimentos para la otra vida.
El Centro Internacional de la Papa, en su última Exposición,  le ha dado un lugar al camote, como especie alimenticia básica. Según la tradición las mujeres prehispánicas tenían preferencia por este tubérculo que mantenía la lozanía de su piel, el brillo de sus cabellos y su disposición al amor. Otro regalo de los Andes.

Alfonsina Barrionuevo

domingo, 24 de julio de 2016

CAPITAN PELICANO


Un año, en Navidad, recibí una postal de Chabuca Granda, la gran compositora. Llegó de Miami y pensé que era por la fiesta pascual. No era así, en ella me hacía un pedido clamoroso con su letra de generosos rasgos.
“¡Alfonsina, haz algo por los pelícanos que entran a la ciudad y son atropellados sin misericordia por los automovilistas. ¡Por favor!“. 

Así escribí “Capitán Pelícano”. Van unos párrafos de mi novela infantil que se agotó hace tiempo. Me gustaría volverla a publicar. Quizá alguna empresa me pueda ayudar. Las ilustraciones son de Kukuli, mi hija. El costo no es alto y se pueden enviar a mi editor Jesús Bellido, teléfono 470 2773. Hay que seguir insistiendo por un sentimiento de respeto a la vida silvestre. Mi correo es miskha@terrra.com.pe. Mi teléfono 471 5789.



MIGRANTE CON ALAS

El pelícano se sentó en el mar, abrió el pico y lo metió en el agua, buscando. No encontró ni un mísero pez. Desde lejos hubiera parecido que el pelícano se engullía al sol, pues, al atardecer se convierte en una esfera roja, como una brasa. Pero, los pelícanos sólo se alimentan de peces y el sol no es un pez, ni siquiera para un pelícano hambriento.
La gran ave marina estuvo así largo rato, tratando de pescar algo, hasta que se cansó. Cerró el pico, abrió sus alas y regresó a su isla con el estómago vacío. La brisa que corría pareja con los últimos destellos de la tarde despeinó las plumas de su cabeza. El pelícano ni se dio por enterado y miró al sol, que se metió en sus pupilas, llameando. El y otros pelícanos sufrían la misma enfermedad. El hambre. Metían el pico pescador abierto en el mar, que era su despensa, y lo recogían sin nada.

¿Qué pasaba?. El pelícano ni siquiera conocía el nombre de los peces. Pero, intuía que alguien se los quitaba. Los peces ya no estaban a su alcance. Casi a flor de agua. Había que bucear muy hondo y los pelícanos no podían. Según las leyes de la naturaleza los peces debían estar más arriba. Al día siguiente el pelícano voló cerca de las bolicheras. Ellas sí que tenían suerte. Los hombres se metían mar adentro para arrojar sus redes al agua y las recogían repletas.
El pelícano no sabía lo que era "robar" pero se convirtió, como sus hermanos, en un pirata con alas. Las bandadas seguían a las embarcaciones cuando regresaban y en desfile, uno tras otro, bajaban en picada para llevarse una buena ración de pescado. Un pelícano o dos no eran un problema. Más sí veinte o treinta. Los hombres los espantaron primero gritando y agitando las manos. Como seguían robando trajeron fusiles y el pelícano supo qué era ser cazado. Un disparo, una nubecilla y un compañero que caía con una flor roja en el pecho. El pelícano se salvó muchas veces. Su vista era muy aguda y pudo anticiparse a los hombres. Hasta que una le rozó la cabeza. Sintió el dolor y aprendió a temerles. Sin embargo, el hambre era fuerte y cuando sentía la música discordante de las tripas vacías volaba nuevamente tras las lanchas, donde los peces brillaban al sol provocativamente, como si fueran de plata.

El pelícano había observado que los peces eran llevados hasta el muelle y descargados en carretillas que rodaban hacia el interior. ¿Adónde iban los peces? ¿Qué hacían con ellos? Varios compañeros ya se habían ido tras ellos, dejando el mar. Un día el pelícano tomó el mismo camino. Abrió las alas, las extendió de punta a punta, llenó de aire sus pulmones y comenzó a volar. El mar fue pasando por debajo de sus ojos con sus ondas rizadas, su frescura verde y sus imágenes movibles en los abismos. Después desfilaron los astilleros, los campos sembrados, los conjuntos de casuchas de estera. Luego, la ciudad con sus edificios de cemento y sus pistas negras llenas de vehículos ruidosos. Una torre de babel para un pobre pelícano errante. Desde arriba, ya casi para llegar a un cerro, distinguió a varios pelícanos en un mercadillo sentados a lo largo de un muro.
Había llegado y comenzó a descender en círculos produciendo un pequeño remolino. Era uno de los tantos sitios donde las carretillas dejaban su apetitosa carga, en unas canastas con trozos de hielo. De reojo miró a los otros para enterarse cuál era el siguiente paso. No se movían. Esperaban pacientemente. Las vendedoras ponían sobre una tabla a los peces y los abrían para limpiarlos. Ellas arrojaban las vísceras, los desperdicios, también las cabezas, las aletas y las colas. Todo se comían los pelícanos al terminar la tarde, cuando las mujeres se retiraban.
De pronto apareció en el radio de su visión un niño, con una camisa que le quedaba estrecha, un pantalón a rayas que se caía a pedazos y los pies descalzos.

Panchito se acercó a los pelícanos con curiosidad. Nunca los había visto tan cerca. Llegó del valle del Mantaro dos años atrás y a pesar de ese tiempo no conocía el mar. Era la primera vez que los pelícanos aparecían en el improvisado mercadillo de San Agustín, en Lima. El niño puso su cajón de lustrabotas en el suelo y trató de alcanzar al último, porque todos se atropellaron y se alejaron en bandada. Jamás supo por qué lo escogió. Tal vez porque se atrasó al correr, porque también era nuevo allí y pensó que el niño no le haría daño. Al cabo ambos estaban solos entre la multitud. Un río de hombres y mujeres que pasaban aprisa, casi sin mirar, indiferentes a la inusitada presencia de los pelícanos y los chicos de la calle. La tierra era  grande y solitaria como el mar, para un niño y un pelícano que estaban fuera de su sitio.

Es una ave del mar y tiene hambre -se dijo, mirando sus patas unidas por una membrana. Tocó apenas el largo pico que parecía de madera, sin temor, confiadamente, como una rozadura y no se movió. Retiró la manita morena, buscó en el fondo del cajón y sacó un pan reseco. El pelícano no se fue, a pesar de que podía volar. Se quedó quieto, curioso, aunque no volvería a dejarse tocar…
El pelícano lo esperaba sentado sobre una pata. Había vuelto casi a ser como un pichón y el niño, como su madre. Los dos compartían cuanto éste conseguía. Un camote, una porción de langoy, que a veces le caía mal, seviche que el pelícano comía con ganas ya acostumbrado al limón, pescado frito, choros, nunca camarón, nunca corvina, el pelícano y Panchito no sabían de exquisiteces…

Alfonsina Barrionuevo

domingo, 17 de julio de 2016

EL MERCURIO ASFIXIA LA VIDA


Hace tiempo que la Tierra o Pachamama izó la bandera blanca de rendición. No la han visto los países industrializados ni los tercermundistas. Todos, la seguimos contaminando. Habría que preguntar si amamos a la Tierra. Ella sabe que la quiere una minoría. Al agraviarla cada día, en todos los niveles, no es extraño que se resienta ante el maltrato.
Se equivocan quienes afirman que el planeta tiene sus ciclos y que después de un desastre sus heridas cicatrizan. Callan que esos ciclos pueden durar doscientos, trescientos o miles de años. ¿Consuela a la Humanidad de hoy pensar que ella renacerá tan tarde? Es penoso saber que estamos viviendo los descuentos. ¿Dónde se irá el mañana para las generaciones futuras?
Escalofría que se otorgue una concesión minera cerca de un nevado para extraer oro de su interior, a cambio de destruir a ese ecosistema. Cuando se necesite agua, ¿creen que será posible convertir en el precioso líquido los aúreos lingotes que se acumulan en las cámaras de seguridad de los bancos? ¿Creen los industriales que por tener trillones se salvarán? Si llega el momento serán arrasados igual que la gente que vive en extrema pobreza.

Hay buenas intenciones. Bernabé Florencio, un informante de internet, me alcanzó un escrito importante del estudioso Mirra Lanchón: “Después de largas negociaciones los ministros de Medio Ambiente de la Organización de las Naciones Unidas (OEA) acordaron hace unos años prohibir el uso del mercurio. Es el primer paso de un proceso que tomará un largo tiempo hasta que se elabore, dijo, un marco legal para sacar del mercado este metal pesado, debido a que su inhalación, ingestión o contacto es dañino al ser humano; pues, al calentarse produce vapores tóxicos y corrosivos.”
Un reporte revelador. “Según datos que se difundieron después, unas 6,000 toneladas de mercurio -dañino al sistema nervioso humano y causante de pérdida de memoria o falta de visión- entran cada año en el medio ambiente. Otros efectos que produce son daños al hígado y pérdida de memoria. Unas 2,000 toneladas proceden de la quema de carbón en fábricas y hogares.”
Esto sucede hoy, en un siglo de tecnologías avanzadas, pero los Inkas que admiraron su viveza y movimiento -pues parecen perlas líquidas o billantes bolitas relucientes-, observaron que causaba temblor en las manos y pérdida de los sentidos en quienes trataban de extraerlo, por lo que prohibieron que fuera tocado. Lo que usaban las mujeres de diferentes culturas como maquillaje fue el finísimo carmesí “que se cría” en los minerales del azogue y al que llamaban ichma o llinpi purpúreo y menos fino, que sale de otros minerales. 
Antes, cuando el hombre prehispánico tuvo en sus manos las primeras charpas de oro y plata, pensó probablemente que eran guijarros caídos del Sol y de la Luna y sintió un estremecimiento ante la magia que se desprendía de su brillo sideral. Al trabajarlos, consciente de su toque divino, consideró que era exclusivo de los lugares sagrados y sus señores.  
Los antiguos orfebres y plateros de Perú tuvieron la suerte de encontrar el oro y la plata a flor de tierra, en los riachuelos o en las épocas en que baja el caudal de los ríos. En las escasas excavaciones que hicieron, no recurrieron al azogue para separarlo. Era maléfico. Para laminar el oro y la plata sólo necesitaban martillos de piedra. Para derretirlos, cuando lo necesitaban, sus hornos no llegaron a temperaturas altas.

No tenemos conocimiento si la leña, que era su combustible, fuera tan letal como el carbón; ya que servía también para cocinar sus alimentos. En todo caso tenían como protección a los grandes bosques que oxigenaban el ambiente. El mercurio no era un peligro porque no se había liberado de su asociación con otros minerales y permanecía en la profundidad de los Andes.

La cerámica tampoco fue un problema cuando la Tierra se sentía amada y protegida. Los hornos no necesitaban que los atizaran demasiado y las sustancias vegetales y minerales con que ponían color a sus creaciones no eran tóxicas al parecer. Entre todas las culturas, unas 69 según las toponimias investigadas por el lingüista Rodolfo Cerrón Palomino, se modelaron miles de vasijas y parece que no perjudicó tal cantidad a los alfareros que plasmaron su mundo en la arcilla.
Al llegar los españoles, su ambición por hacerse ricos con el oro y la plata despertaron al mineral que estaba prohibido. Con ellos comienza la minería contaminante. Cuando terminaron de saquear templos, palacios y tumbas, realizaron una infatigable búsqueda de minas y lavaderos.
El fraile franciscano Diego de Mendoza refiere que en el área de San Antonio de Charcas “habían ocho cerros de minerales de oro que corren tierra adentro”. La mina de Qolqe Pokro conocida por los Inkas fue la primera donde entraron en 1540 y acuñaron a puro golpe de cincel la moneda peruana más antigua. En 1545 los señores del altiplano Wanka y Wallpa les entregan un cerro de plata, Potosí, produciéndose una corriente humana incontenible para participar en el festín. Allí se inicia el martirio y la muerte de miles de hombres entre los 18 y 50 años de edad, obligados a trabajar por el sistema de las mitas.
El azogue sale a la luz cuando el kuraka Ñawinkopa de Huancavelica obsequia las minas de azogue al encomendero Amador Cabrera. Por su poder altamente corrosivo el mercurio iba bien acondicionado en recipientes de arcilla y cuero para no dañar al lomo de las mulas. En cambio los trabajadores partían el mineral sin protección, aspirando por la nariz y la boca un polvillo tóxico, venenoso, que era incurable y de terribles efectos. Ulceraba las encías, destruía el sistema dental y provocaba afecciones paralíticas.
Este fue el principio del uso del mercurio que, en los últimos siglos, se fue diversificando a medida que los países iban creando tecnologías y aplicaciones jamás imaginadas.
Nick Nuttall, portavoz del Programa de Naciones Unidas para Medio Ambiente (PNUMA), declaró: “Todos estamos de acuerdo en que debemos tener una directiva vinculante”. Nuttall subrayó que “el mercurio es uno de los venenos mortales que existen”.
Lo peor de todo es que últimamente su empleo ha crecido en centrales térmicas de carbón.
La estrategia que eliminaría esta amenaza a la salud en el planeta debería cubrir su reducción en procesos industriales -como el procesamiento del carbón y el oro- y en productos como lámparas que son fuentes de luz ultravioleta, espejos, termómetros, fluorescentes, pilas y baterías. Una prohibición del uso del mercurio incidiría en este gran mercado.
 Aunque la India y China preferirían un acuerdo voluntario, el veto al uso del mercurio ha empezado su camino. Incluso Estados Unidos, que había bloqueado toda posibilidad de prohibición del metal, dió un giro. El subsecretario de Estado para Medio Ambiente y Desarrollo Sostenible, Daniel Reifsnyder, reconoció que “es necesario desarrollar un acuerdo internacional sobre el mercurio” y que su país “se une a ese llamamiento”.
El mercurio debe volver al interior de la tierra. Hay que buscar  otros recursos que no contaminen al planeta en que vivimos, nuestra incomparable Madre Tierra o Pachamama.

Alfonsina Barrionuevo

domingo, 10 de julio de 2016

EL AMANECER DE QOSQO

Mi visión de Machupiqchu  es la misma de la primera vez,  embargada por una inmensa alegría. Mis pupilas registrando sus imágenes como si tuvieran una memoria electrónica. El aire digitando las nubes sobre los cerros. El sol cayendo como oro derretido sobre el gnomon erguido con orgullo. El viento haciendo volar la desmañada cabellera del árbol junto a la roca que encaja su masa enhiesta en el Kutija. Sus escalinatas con diamantes de rocío y  peldaños que se lanzan al cielo. El mundo moviéndose, ante el disparador detenido de la cámara fotográfica de José Alvarez Blas y de Peruska Chambi, en una noche con sembrío de estrellas.

Mientras se encuentre suspendido, en la mitad del gigantesco puqyu de fronda de su entorno, entre cielo y tierra, imantará los latidos y los pasos de un peregrinaje inacabable. Estoy allí, sin compromisos, después de haber hecho ch’allas de flores y collares de Apus por el camino inka, mientras la hierba crece en sus espacios. No se puede cruzar los umbrales del tiempo que nunca irá en busca de su sombra. La brisa que se humilla en las fuentes no se pondrá de pie.
El intento de ubicar sus sitios o templos sagrados es una tarea para mí, que quiero explicarme su razón de ser. Un desafío al que quiero responder con todas mis fuerzas. Lo hago expresando mi admiración a los antepasados y a sus descendientes de las comunidades andinas, donde su sabiduría ha vencido al polvo de los siglos.
           
Si quiero comprender a Machupiqchu debo profundizar en Qosqo que es su principio. Allí se concentraba el kamaqen,”la esencia del universo inka”. Desde su interior irradiaba energías cósmicas y telúricas que se dirigían a un Tawantin de Suyus. Chinchaysuyu, Antisuyu, Kuntisuyu, Qollasuyu.

Foto: Peruska Chambi
Si se mira bien el hecho de que la ciudad emperadora tuvo el relieve de un felino, el puma, recostado en el lecho de un antiquísimo lago, se descubre un propósito largamente pensado. Que fuera recipiente de una  fuerte sacralidad. Aquella que le daban trescientos cincuenta y ocho wakas, dispuestas a lo largo de cuarentidos seqes o líneas que partían figurativamente del Qorikancha y sus cercanías, como un khipu que se iba abriendo a medida que se alejaba.
 
No deja de ser fascinante que los elementos de la naturaleza y otros compartieran con sus señores las construcciones o cercados, sus calles y plazas. Cada waka tenía sus propios sacerdotes wakakamayoq, asistentes y servidores, un menaje de relucientes metales y haciendas que les proveían de cuanto fuera menester.

Aunque resulta incongruente, sin el morbo de los perseguidores de idolatrías y el afán de los cronistas por conocer la historia de los Inkas, los datos sobre sus sitios sagrados hubieran perecido. Ellos los salvaron. Sus intensas averiguaciones removieron el cordaje íntimo del corazón de los ancianos para que hablaran de Qosqo con nostalgia y añoranza.  Al derrumbarse sus sistemas de vida sintieron una necesidad física de remontarse en el recuerdo lo más lejos que podían, frente al incentivo generado por aquellos, de saber más sobre lo que querían destruir.
Nada se hubiera podido conjeturar de no haberse dado ambas situaciones en un mismo escenario. La transformación de Qosqo en una ciudad hispana se dio a medias. El espíritu de sus constructores trascendió los cambios. Su voluntad mana wañunka, “la que nunca muere”, la que es eterna, se mimetizó en sus muros de piedra almohadillada o lisa y en las bellas puertas de doble jamba, donde se percibirá hasta que un pachakununun, “terremoto”, quiera sepultar el Qosqo.

Foto: Fernando Seminario S.
Por 1551 el soldado Juan Diez de Betanzos y Araos, de Galicia, que llegó con las huestes de Francisco Pizarro y casó con Kusirimay Oqllo, descendiente de Yanqe Yupanki, hermano de Pachakuteq, describió con entusiasmo aspectos tempranos de un pueblo primigenio de “casas ruines”, que existió en una fecha anterior.
En su contorno había ciénagas con juncales que eran alimentados por las corrientes que bajaban de los manantiales de la  parte alta. Sus habitantes, que llegaron de alturas mayores, lo encontraron aceptable para instalarse. Más tarde, al darse la aparición de los hermanos Ayar, acabarían por irse.



Betanzos cuenta que se abrió la tierra y salieron arrastrándose de una cueva de Paqareq Tanpu, “la Posada del Amanecer”, Sin embargo, acepta que fueron poderosos.  Ayar Kachi y su esposa Mama Wako, Ayar Uchu y su esposa Kura, Ayar Awka y su mujer Rawa Oqllo y Ayar Manko y su esposa Mama Oqllo.

Los reflejos del aúreo metal debieron hacer destellar las pupilas del cronista escribano, cuando reseña que hombres y mujeres estaban vestidos con trajes de fina trama de oro y plata.

Alfonsina Barrionuevo

domingo, 3 de julio de 2016

ESPACIOS MAGICOS DE QOSQO

El Cusco tiene siempre para mí la dimensión de un sueño.

Extiendo mi mano derecha desde su gran plaza y puedo tocar Qolqanpata, "Anden de vida", donde está el finísimo muro de homenaje a Ayar Auka. Hacia el Senqa se encuentra Mantukalla, donde el Padre Sol solía quedarse a dormir cuando se sentía cansado. Con la mano izquierda comienzo en Plateros y deslizo mis dedos en la cabellera undosa de Wayra, el Padre Viento. Sigo por Espaderos y me encuentro con la Waka de Illa Teqse, el Resplandor, que precedía a Qhaqa, el Rayo, que prendía su ramaje de fulgores iluminando una vieja laguna de totorales hacia Qora Qora. Hasta que Inti Illapa, "el Trueno del Sol", hacia reventar con la majestad del sonido el vientre del cielo.

Mientras en otras partes del mundo crece el fervor por la naturaleza la ciudad inka que fue morada de hombres y entidades cósmicas y telúricas está cada vez más olvidada. Pareciera que los escasos muros de residencias y wakas, sitios sagrados, se fueran diluyendo. En estas circunstancias la presentación de mi libro breve “Espacios Mágicos de Qosqo y Machupiqchu” en la semana que acaba de pasar tiende no sólo a la evocación sino a la necesidad de hacer que su kamaqen, su esencia, resurja y que propios y extraños sientan la fuerza que le dio Kusi Yupanki, conocido como Pachakuti cuando ascendió al trono.

En esa época el valle silvestre, árido, de riachuelos desbordados y manantiales dispersos, donde imperaba sólo hierba cortadera, fue civilizado por el joven Kusi Yupanki. Lo ayudaron los kurakas comarcanos que entendieron su propósito de construir un centro de poder político y religioso. Otras culturas con miles de años ya habían avanzado en la creación de un mundo andino. Pero le tocó a él trabajar en el sur de nuestro territorio para unificar a cuantos existieron en los suyus lejanos.
Desde qae escuchó el llamado de la montaña, donde aquellas fuerzas le transmitieron sabiduría a la par que le concedían su entendimiento Kusi Yupanki trabajó para que se convirtieran al mismo tiempo en soporte de su gobierno. En la actualidad se puede lograr que recuperen su magia el Sol, la Luna, las Estrellas, el Viento, la Lluvia y el Granizo.

Mi libro breve es un inicio y así lo han entendido quienes participaron en este evento. La EMUFEC con Luis Huayhuaca y, ANTA PACCAY a través de su representante Fernando Moscoso Salazar; Fernando Seminario S., Peruska Chamnbi y José Alvarez Blas con las fotografías que interpretan en las imágenes el mensaje de los textos; y Luis Nieto Degrégori y Enrique Rosas Paravicino en sus prestigiosos comentarios.

Algún día será hermoso que los niños reconozcan y tengan presente la historia de Qosqo al mencionar sus calles y plazas. “¡Vamos a la calle de Wayra, el Viento¡”, “¡Te espero en Kusipata, la plaza de la Alegría¡”  o “¡Nos vemos en calle de Puñuy, el Sueño!”. No son muchos los lugares que existen en el Centro Histórico pero serán suficientes para ellos y la gente que visita la capital imperial todos los días. Mucho más si Anta Paccay colabora haciendo unas polacas de bronce con sus nombres.

Realmente es un placer hacer un recorrido que comience en el Qorikancha y concluya en la Plaza Mayor. Quién podía pensar que en el Intikancha, hoy Plazoleta de Santo Domingo, había ocho wakas. Warasinse, que contenía a los terremotos, muchas veces mencionada por Manuel Chávez Ballón; Willka Nina, la waka del Fuego; T’uruka, la waka del Barro que era trama de los fondos del lago Morkill; Katunki, por los legendarios guerreros de piedra que ayudaron a defender Qosqo de la invasión de los feroces chankas; Waropunku, Apian, Kinkil, y Chikinapanpa.

Subaraura, la Madre Piedra que se dejó ver cuando las aguas del lago Morkill rompieron el dique de la Angostura, volvió al misterio al construirse la iglesia dominica. Quién podrá saber cómo es, acariciada por el Viento, besada ior la Nieve, amada por el Sol. La wanka poderosa debe medir varios metros que determinaron la sacralidad del lugar. Tras el espléndido muro semicircular que la protege del tiempo, salió de una eternidad y sigue en otra de silencios. ¿Será ella la que amarró el puñado de seqes o líneas sagradas al lado de las cuales se colocaron cientos de wakas?. Difícil saberlo. Lo que no cabe duda es que fue regente de aquellas que existieron en los Andes.

Alfonsina Barrionuevo