domingo, 17 de julio de 2016

EL MERCURIO ASFIXIA LA VIDA


Hace tiempo que la Tierra o Pachamama izó la bandera blanca de rendición. No la han visto los países industrializados ni los tercermundistas. Todos, la seguimos contaminando. Habría que preguntar si amamos a la Tierra. Ella sabe que la quiere una minoría. Al agraviarla cada día, en todos los niveles, no es extraño que se resienta ante el maltrato.
Se equivocan quienes afirman que el planeta tiene sus ciclos y que después de un desastre sus heridas cicatrizan. Callan que esos ciclos pueden durar doscientos, trescientos o miles de años. ¿Consuela a la Humanidad de hoy pensar que ella renacerá tan tarde? Es penoso saber que estamos viviendo los descuentos. ¿Dónde se irá el mañana para las generaciones futuras?
Escalofría que se otorgue una concesión minera cerca de un nevado para extraer oro de su interior, a cambio de destruir a ese ecosistema. Cuando se necesite agua, ¿creen que será posible convertir en el precioso líquido los aúreos lingotes que se acumulan en las cámaras de seguridad de los bancos? ¿Creen los industriales que por tener trillones se salvarán? Si llega el momento serán arrasados igual que la gente que vive en extrema pobreza.

Hay buenas intenciones. Bernabé Florencio, un informante de internet, me alcanzó un escrito importante del estudioso Mirra Lanchón: “Después de largas negociaciones los ministros de Medio Ambiente de la Organización de las Naciones Unidas (OEA) acordaron hace unos años prohibir el uso del mercurio. Es el primer paso de un proceso que tomará un largo tiempo hasta que se elabore, dijo, un marco legal para sacar del mercado este metal pesado, debido a que su inhalación, ingestión o contacto es dañino al ser humano; pues, al calentarse produce vapores tóxicos y corrosivos.”
Un reporte revelador. “Según datos que se difundieron después, unas 6,000 toneladas de mercurio -dañino al sistema nervioso humano y causante de pérdida de memoria o falta de visión- entran cada año en el medio ambiente. Otros efectos que produce son daños al hígado y pérdida de memoria. Unas 2,000 toneladas proceden de la quema de carbón en fábricas y hogares.”
Esto sucede hoy, en un siglo de tecnologías avanzadas, pero los Inkas que admiraron su viveza y movimiento -pues parecen perlas líquidas o billantes bolitas relucientes-, observaron que causaba temblor en las manos y pérdida de los sentidos en quienes trataban de extraerlo, por lo que prohibieron que fuera tocado. Lo que usaban las mujeres de diferentes culturas como maquillaje fue el finísimo carmesí “que se cría” en los minerales del azogue y al que llamaban ichma o llinpi purpúreo y menos fino, que sale de otros minerales. 
Antes, cuando el hombre prehispánico tuvo en sus manos las primeras charpas de oro y plata, pensó probablemente que eran guijarros caídos del Sol y de la Luna y sintió un estremecimiento ante la magia que se desprendía de su brillo sideral. Al trabajarlos, consciente de su toque divino, consideró que era exclusivo de los lugares sagrados y sus señores.  
Los antiguos orfebres y plateros de Perú tuvieron la suerte de encontrar el oro y la plata a flor de tierra, en los riachuelos o en las épocas en que baja el caudal de los ríos. En las escasas excavaciones que hicieron, no recurrieron al azogue para separarlo. Era maléfico. Para laminar el oro y la plata sólo necesitaban martillos de piedra. Para derretirlos, cuando lo necesitaban, sus hornos no llegaron a temperaturas altas.

No tenemos conocimiento si la leña, que era su combustible, fuera tan letal como el carbón; ya que servía también para cocinar sus alimentos. En todo caso tenían como protección a los grandes bosques que oxigenaban el ambiente. El mercurio no era un peligro porque no se había liberado de su asociación con otros minerales y permanecía en la profundidad de los Andes.

La cerámica tampoco fue un problema cuando la Tierra se sentía amada y protegida. Los hornos no necesitaban que los atizaran demasiado y las sustancias vegetales y minerales con que ponían color a sus creaciones no eran tóxicas al parecer. Entre todas las culturas, unas 69 según las toponimias investigadas por el lingüista Rodolfo Cerrón Palomino, se modelaron miles de vasijas y parece que no perjudicó tal cantidad a los alfareros que plasmaron su mundo en la arcilla.
Al llegar los españoles, su ambición por hacerse ricos con el oro y la plata despertaron al mineral que estaba prohibido. Con ellos comienza la minería contaminante. Cuando terminaron de saquear templos, palacios y tumbas, realizaron una infatigable búsqueda de minas y lavaderos.
El fraile franciscano Diego de Mendoza refiere que en el área de San Antonio de Charcas “habían ocho cerros de minerales de oro que corren tierra adentro”. La mina de Qolqe Pokro conocida por los Inkas fue la primera donde entraron en 1540 y acuñaron a puro golpe de cincel la moneda peruana más antigua. En 1545 los señores del altiplano Wanka y Wallpa les entregan un cerro de plata, Potosí, produciéndose una corriente humana incontenible para participar en el festín. Allí se inicia el martirio y la muerte de miles de hombres entre los 18 y 50 años de edad, obligados a trabajar por el sistema de las mitas.
El azogue sale a la luz cuando el kuraka Ñawinkopa de Huancavelica obsequia las minas de azogue al encomendero Amador Cabrera. Por su poder altamente corrosivo el mercurio iba bien acondicionado en recipientes de arcilla y cuero para no dañar al lomo de las mulas. En cambio los trabajadores partían el mineral sin protección, aspirando por la nariz y la boca un polvillo tóxico, venenoso, que era incurable y de terribles efectos. Ulceraba las encías, destruía el sistema dental y provocaba afecciones paralíticas.
Este fue el principio del uso del mercurio que, en los últimos siglos, se fue diversificando a medida que los países iban creando tecnologías y aplicaciones jamás imaginadas.
Nick Nuttall, portavoz del Programa de Naciones Unidas para Medio Ambiente (PNUMA), declaró: “Todos estamos de acuerdo en que debemos tener una directiva vinculante”. Nuttall subrayó que “el mercurio es uno de los venenos mortales que existen”.
Lo peor de todo es que últimamente su empleo ha crecido en centrales térmicas de carbón.
La estrategia que eliminaría esta amenaza a la salud en el planeta debería cubrir su reducción en procesos industriales -como el procesamiento del carbón y el oro- y en productos como lámparas que son fuentes de luz ultravioleta, espejos, termómetros, fluorescentes, pilas y baterías. Una prohibición del uso del mercurio incidiría en este gran mercado.
 Aunque la India y China preferirían un acuerdo voluntario, el veto al uso del mercurio ha empezado su camino. Incluso Estados Unidos, que había bloqueado toda posibilidad de prohibición del metal, dió un giro. El subsecretario de Estado para Medio Ambiente y Desarrollo Sostenible, Daniel Reifsnyder, reconoció que “es necesario desarrollar un acuerdo internacional sobre el mercurio” y que su país “se une a ese llamamiento”.
El mercurio debe volver al interior de la tierra. Hay que buscar  otros recursos que no contaminen al planeta en que vivimos, nuestra incomparable Madre Tierra o Pachamama.

Alfonsina Barrionuevo

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