Hace
tiempo que la Tierra o Pachamama izó la bandera blanca de rendición. No la han
visto los países industrializados ni los tercermundistas. Todos, la seguimos contaminando.
Habría que preguntar si amamos a la Tierra. Ella sabe que la quiere una minoría.
Al agraviarla cada día, en todos los niveles, no es extraño que se resienta ante
el maltrato.
Se equivocan
quienes afirman que el planeta tiene sus ciclos y que después de un desastre sus
heridas cicatrizan. Callan que esos ciclos pueden durar doscientos, trescientos o miles de años. ¿Consuela
a la Humanidad de hoy pensar que ella renacerá tan tarde? Es penoso saber que
estamos viviendo los descuentos. ¿Dónde se irá el mañana para las generaciones
futuras?
Escalofría
que se otorgue una concesión minera cerca de un nevado para extraer oro de su
interior, a cambio de destruir a ese ecosistema. Cuando se necesite agua, ¿creen
que será posible convertir en el precioso líquido los aúreos lingotes que se
acumulan en las cámaras de seguridad de los bancos? ¿Creen los industriales que
por tener trillones se salvarán? Si llega el momento serán arrasados igual que
la gente que vive en extrema pobreza.
Hay
buenas intenciones. Bernabé Florencio, un informante de internet, me alcanzó un
escrito importante del estudioso Mirra Lanchón: “Después de largas
negociaciones los ministros de Medio Ambiente de la Organización de las
Naciones Unidas (OEA) acordaron hace unos años prohibir el uso del mercurio. Es
el primer paso de un proceso que tomará un largo tiempo hasta que se elabore,
dijo, un marco legal para sacar del mercado este metal pesado, debido a que su
inhalación, ingestión o contacto es dañino al ser humano; pues, al calentarse
produce vapores tóxicos y corrosivos.”
Un
reporte revelador. “Según datos que se difundieron después, unas 6,000
toneladas de mercurio -dañino al sistema nervioso humano y causante de pérdida
de memoria o falta de visión- entran cada año en el medio ambiente. Otros
efectos que produce son daños al hígado y pérdida de memoria. Unas 2,000
toneladas proceden de la quema de carbón en fábricas y hogares.”
Esto
sucede hoy, en un siglo de tecnologías avanzadas, pero los Inkas que admiraron
su viveza y movimiento -pues parecen perlas líquidas o billantes bolitas relucientes-,
observaron que causaba temblor en las manos y pérdida de los sentidos en
quienes trataban de extraerlo, por lo que prohibieron que fuera tocado. Lo que
usaban las mujeres de diferentes culturas como maquillaje fue el finísimo
carmesí “que se cría” en los minerales del azogue y al que llamaban ichma o
llinpi purpúreo y menos fino, que sale de otros minerales.
Antes,
cuando el hombre prehispánico tuvo en sus manos las primeras charpas de oro y
plata, pensó probablemente que eran guijarros caídos del Sol y de la Luna y
sintió un estremecimiento ante la magia que se desprendía de su brillo sideral.
Al trabajarlos, consciente de su toque divino, consideró que era exclusivo de
los lugares sagrados y sus señores.
Los
antiguos orfebres y plateros de Perú tuvieron la suerte de encontrar el oro y
la plata a flor de tierra, en los riachuelos o en las épocas en que baja el
caudal de los ríos. En las escasas excavaciones que hicieron, no recurrieron al
azogue para separarlo. Era maléfico. Para laminar el oro y la plata sólo
necesitaban martillos de piedra. Para derretirlos, cuando lo necesitaban, sus
hornos no llegaron a temperaturas altas.
No
tenemos conocimiento si la leña, que era su combustible, fuera tan letal como el
carbón; ya que servía también para cocinar sus alimentos. En todo caso tenían
como protección a los grandes bosques que oxigenaban el ambiente. El mercurio
no era un peligro porque no se había liberado de su asociación con otros
minerales y permanecía en la profundidad de los Andes.
La
cerámica tampoco fue un problema cuando la Tierra se sentía amada y protegida.
Los hornos no necesitaban que los atizaran demasiado y las sustancias vegetales
y minerales con que ponían color a sus creaciones no eran tóxicas al parecer.
Entre todas las culturas, unas 69 según las toponimias investigadas por el
lingüista Rodolfo Cerrón Palomino, se modelaron miles de vasijas y parece que
no perjudicó tal cantidad a los alfareros que plasmaron su mundo en la arcilla.
Al
llegar los españoles, su ambición por hacerse ricos con el oro y la plata
despertaron al mineral que estaba prohibido. Con ellos comienza la minería
contaminante. Cuando terminaron de saquear templos, palacios y tumbas,
realizaron una infatigable búsqueda de minas y lavaderos.
El
fraile franciscano Diego de Mendoza refiere que en el área de San Antonio de
Charcas “habían ocho cerros de minerales de oro que corren tierra adentro”. La
mina de Qolqe Pokro conocida por los Inkas fue la primera donde entraron en
1540 y acuñaron a puro golpe de cincel la moneda peruana más antigua. En 1545
los señores del altiplano Wanka y Wallpa les entregan un cerro de plata,
Potosí, produciéndose una corriente humana incontenible para participar en el
festín. Allí se inicia el martirio y la muerte de miles de hombres entre los 18
y 50 años de edad, obligados a trabajar por el sistema de las mitas.
El
azogue sale a la luz cuando el kuraka Ñawinkopa de Huancavelica obsequia las
minas de azogue al encomendero Amador Cabrera. Por su poder altamente corrosivo
el mercurio iba bien acondicionado en recipientes de arcilla y cuero para no
dañar al lomo de las mulas. En cambio los trabajadores partían el mineral sin
protección, aspirando por la nariz y la boca un polvillo tóxico, venenoso, que
era incurable y de terribles efectos. Ulceraba las encías, destruía el sistema
dental y provocaba afecciones paralíticas.
Este
fue el principio del uso del mercurio que, en los últimos siglos, se fue
diversificando a medida que los países iban creando tecnologías y aplicaciones
jamás imaginadas.
Nick
Nuttall, portavoz del Programa de Naciones Unidas para Medio Ambiente (PNUMA),
declaró: “Todos estamos de acuerdo en que debemos tener una directiva
vinculante”. Nuttall subrayó que “el mercurio es uno de los venenos mortales
que existen”.
Lo
peor de todo es que últimamente su empleo ha crecido en centrales térmicas de
carbón.
La
estrategia que eliminaría esta amenaza a la salud en el planeta debería cubrir su
reducción en procesos industriales -como el procesamiento del carbón y el oro-
y en productos como lámparas que son fuentes de luz ultravioleta, espejos,
termómetros, fluorescentes, pilas y baterías. Una prohibición del uso del
mercurio incidiría en este gran mercado.
Aunque
la India y China preferirían un acuerdo voluntario, el veto al uso del
mercurio ha empezado su camino. Incluso Estados Unidos, que había bloqueado
toda posibilidad de prohibición del metal, dió un giro. El subsecretario de
Estado para Medio Ambiente y Desarrollo Sostenible, Daniel Reifsnyder, reconoció
que “es necesario desarrollar un acuerdo internacional sobre el mercurio” y que
su país “se une a ese llamamiento”.
El
mercurio debe volver al interior de la tierra. Hay que buscar otros recursos que no contaminen al planeta en
que vivimos, nuestra incomparable Madre Tierra o Pachamama.
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