domingo, 30 de agosto de 2020

 

VERDE QUE SANA

Isla Takile en el lago Titiqaqa, Puno, se encuentra en una alta plataforma. Hay que vencer un puñado de gradas bajando de la lancha para acceder a la población. Antes de subir una niña suele entregar a los viajeros unas ramitas de la fragante muña con la indicación de frotarlas entre las manos y aspirar su agradable aroma. En el techo del mundo, 3,900 metros de altura la muña,  (Minthostachys mollis), triplica la energía y alegra al corazón.

Una hermosa leyenda, recopilada por  el profesor José Portugal Catacora, asegura que el primer hombre andino fue creado con el untu, grasa o esencia vital de las plantas, los animales y las piedras. De allí se origina su intensa relación con el mundo que le rodea y con las plantas medicinales que le ayudan a superar cualquier malestar físico o espiritual. Su caminata por los yermos inhóspitos sin fatigarse se facilitaba con la muña.

La pacha salvia (Salvia offinalis), cuyas hojas soasadas le servían para combatir dolores reumáticos, la misma que se conoce con el nombre de ñuqch’u, flor sagrada de los Inkas, que era derramada sobre sus andas áureas, pasando después a ser sedosa ofrenda para el Señor de los Temblores, en la procesión de Lunes Santo en el Qosqo. 


Sobre la importancia de éstas y otras plantas, el médico huanuqueño Hermilio Valdizán Medrano y el químico farmacéutico-arequipeño Angel Maldonado Alcázar, ambos doctores en sus especialidades, con estudios en Francia e Italia, publicaron el “Diccionario de Medicina Popular Peruana” en las primeras décadas del siglo pasado. En sus páginas aparecía un minucioso registro de muchos especímenes, con sus respectivos dibujos.

En 1995 John Eddowes Villarán, médico psicólogo limeño de abuelo inglés, trabajó veintitrés esencias florales y siete productos de plantas que combinan efectos curativos. En 1939, según mencionó, el doctor Edward Bach de Gales, Gran Bretaña, publicó por primera vez un registro de esencias florales.

Dichas esencias que tituló “Sistema Kinde”, pertenecen a un grupo importante que ha sobrevivido a la extinción de especies por su fortaleza ante los cambios ambientales. Su adaptabilidad para enfrentar situaciones adversas y cambiantes es aprovechada como terapia para tratar ciertos desequilibrios emocionales asociados generalmente a malestares físicos. La Organización Mundial de la Salud (OMS) las considera como medicinas de uso libre.   

La descripción de las virtudes y propiedades de las plantas que maneja John Eddowes es tan expresiva y jugosa como esas anotaciones que son clásicas.


Así tenemos la manayupa (Desmodium molliculun), conocida también como ‘pata de perro’, ‘amor seco’ o ‘pega pega’, que vive entre 2,000 y 3,000 m.s.n.m. en los Andes. Se usa para purificar y desintoxicar el cuerpo de fármacos y drogas, estimulando el funcionamiento de los riñones. También sirve para limpiar los ambientes pesados.

La yawar chonka, (Oenothera rosea), que crece en grandes alturas, es famosa porque disipa la tristeza y apaga la pena. Es buena para enfermedades cardíacas y los problemas circulatorios. Sus flores tienen pétalos rosados o lilas. Con la infusión de esas flores el corazón recupera un ritmo sosegado y baja la presión.

El diente de león o achicoria amarga (Taraxacum Offinale), tiene hojas dentadas y largas, flores amarillas y frutos en forma de bolas con pelos sedosos que dispersa el viento.  Es una planta diurética, que estimula la función del hígado y los riñones, combate el exceso del colesterol y reduce la obesidad. Su esencia floral es muy útil para liberar la tensión y la furia contenida.

El lirio naranja, lirio del Perú o lirio de los Inkas (Lilium bulbiferumrum), tiene un follaje de pocas hojas, lanceoladas, y sus flores ostentan pétalos con marcas o parches de colores. La tradición popular relaciona a estas flores con los buenos augurios cuando se regalan. Su uso incrementa la creatividad, despeja los bloqueos mentales, alienta el optimismo y ayuda a innovar el quehacer personal y profesional.   

El heliotropo (Heliotropium peruvianum) tiene flores que siempre miran al sol y lo buscan. Son empleadas para tratar problemas de huesos y articulaciones, así como afecciones  respiratorias.

El pepino dulce (Municatum Ait), oriundo del Perú y reproducido en la cerámica prehispánica, posee una esencia floral que refresca la mente y alivia de preocupaciones, ayudando además a reducir el estrés.

La chuchuwaska (Brunfelsia grandiflora), llamada también “sanango”, “francisquita” y “borrachero”, es una planta “maestra” de la Amazonía. Su esencia floral ayuda a regular las sensaciones extremas de frío y calor. Es recomendable usarla tópicamente para la rosácea.

El molle, (Schinus molle), ‘escobilla’ o ‘árbol de la pimienta’, es analgésico, antiinflamatorio, antibacteriano, antiespasmódico, astringente, balsámico, diurético y estimulante. 

La hierba del alacrán, (Heliotropium angiospermun, Murria), también conocida como ‘cola de gato’ y ‘hierba del sapo’, es útil ante problemas de huesos y artritis, afecciones respiratorias y  picaduras del alacrán. En esencia floral es una bebida burbujeante que ayuda a relajar la columna vertebral y mejorar la postura.

La verbena (Verbena offinalis), ‘hierba de los hechizos’ , ‘verbena del campo’ o ‘verbena negra’, crece en las ocho regiones hasta 5,000 metros, posee vitaminas A, B y C,  y es recomendada para tratar infecciones, bronquitis y hepatitis.

La wachuma (Trichochocereaus pachanoi),  cuyo nombre popular es San Pedro, es una  cactácea de la costa norte, con espinas pardas y flores blancas. En la medicina tradicional del norte peruano se usa en ceremonias de curación, por sus efectos depurativos (purgante y psicoactivo). También es usado en casos de sinusitis, fiebre alta y problemas de la piel y el cuero cabelludo, entre otros. Su esencia floral da claridad a la mente y afina la intuición. Los baños del cactus hervido calman los nervios.

John Eddowes combina las plantas con esencias Kinde o con diferentes productos, según los casos que debe tratar. 

Para momentos extremos de la vida o para reducir el estrés cotidiano: yawar chonka, diente de león, pepino y mariposa roja.      

Para emociones intensas, cuando se llora fácilmente o se está al borde de la desesperación: mango, yawar chonka y molle.

Para aclarar mente y ordenar los pensamientos: agerato, jacarandá, ocopa, lirio y estrella púrpura. 

Para relajar el cuerpo y la mente: Diente de león, verbena y pepino.

Para conciliar el sueño: extracto de wachuma con colágeno de tuna y aloe, más vitaminas. Aplicar en el cuerpo antes de acostarse o en momentos de estrés.

Para desinflamar y regenerar articulaciones, tendones, músculos, huesos cartílagos y otros: Extracto de molle, matico, chilka y llantén.

Para limpiar los dientes y proteger las encías: Harina de coca, salvia y arcilla medicinal.

Para dormir: propax, cápsulas naturales.

En resumen, para mantener la salud tenemos una lista abundante de plantas medicinales. a las que se puede recurrir. 

Alfonsina Barrionuevo

domingo, 23 de agosto de 2020

 

A CUIDAR EL ORO AZUL       

En el antiguo Perú el agua bajaba del cielo, de los nevados y los manantiales cantando dulcemente. Ella bajaba desde las alturas para dar felicidad a los seres humanos, animales y plantas. La humanidad que no ha sabido respetarla está arrancando lágrimas de pesar a Mama Yaku, la Madre Agua, cuyo carácter sagrado se olvida.

¿Nos dejará el más frágil y más importante de los elementos de la Madre Naturaleza? ¿Podríamos vivir veinticuatro horas sin agua? La situación es grave.

Para el mundo andino el agua está viva, siente y ahora sufre. No puede ser de otro modo, porque su contaminación va creciendo en ciertas cuencas, mientras en otras los ríos ya están muertos, convertidos en oscuros sudarios interminables.

El agua es bella cuando salta cristalina en las cascadas y corre traviesamente volteando los cantos rodados o piedras menudas en los  riachuelos.

El agua es ‘oro azul’ cuando está limpia, translúcida.

Este mundo civilizado recién parece enterarse de su valor. Los diamantes palidecen a su lado, pues ella es invalorable. Los antiguos peruanos llamaban Mama Qocha –‘Madre Mar’- al Océano Pacífico, porque alberga vida en sus entrañas. Alguna relación tiene. ¿No dicen que las estrellas de la Vía Láctea entran al mar y flotan por canales ocultos volviendo a  aflorar para la ceremonia del yarqa aspiy, la limpieza de las acequias?

El agua nos ha preocupado siempre. Ha sido compañera en los viajes por lugares distantes, donde calmaba nuestra sed sin temor a la contaminación generada por la ciudad y a hemos sentido correr por nuestras arterias. ¿Qué haríamos si ella nos falta, siendo parte  del cuerpo de todos los seres vivientes?

Proyecciones a mediados de la segunda mitad del siglo anterior indicaban catástrofes climáticas si las grandes empresas no hacían un buen manejo del medio ambiente. Diversos especialistas lanzaron advertencias que caían en saco roto. Recuerdo al brasileño Josué de Castro, autor de una famosa obra ‘La Geografía del Hambre’, cuando me dijo en una entrevista sobre la explosión demográfica: ‘La gente no se morirá de hambre, primero morirá de sed’. Parecía que su comentario se haría realidad en un larguísimo plazo, pero estamos en las vísperas, viendo las consecuencias.

En el Perú nos sentíamos orgullosos de nuestras cadenas de nevados, majestuosos, impolutos. Más, su eternidad ha sido rota. En las comunidades de Quispicanchis, Qosqo, la gente se pregunta por qué está cambiando el nevado Qolqepunku, ‘la puerta de plata por donde entraban las energías cósmicas. Una noche la Qoyllur no encontrará glaciares que irradiar y ya no será Qoyllur Rit’i, nieve que sacralizada una estrella. Aquella que era recibida por los peregrinos con unción para “limpiar” su espíritu.       

En la reunión de expertos en Valencia, España, dieciocho ganadores del premio Nobel instaron a la comunidad internacional a tomar medidas para afrontar la inminente falta de agua en el mundo. Consideran que el agua dulce alcanza sólo a un 0.35 % en el planeta, el resto es agua salada y hielo. Se trata de -un bien precioso- y al mismo tiempo un recurso escaso y mal distribuido entre una población que crece con un ritmo de 100 millones de nuevos habitantes por año. Miles consiguen dificultosamente unos cuantos litros fangosos para sus familias, haciendo diariamente penosas caminatas en su busca. 

El problema se percibe en los cinco continentes por el deshielo creciente, el aumento de las inundaciones y la gravedad de las sequías. El tema conmovió a Europa en la Expo Zaragoza del  2008. La revista alemana “Deutschland” la llamó con acierto ‘El Oro Azul’ y mencionó que más de 50 países -un tercio de los 6,600 millones de personas que poblaban  el planeta- ya sufrían  de aguda escasez hídrica.   

‘Según datos del Instituto de Investigaciones de los Impactos del Clima, de Potsdam-decía el articulista alemán- la escasez de agua dulce se agudizará con el cambio climático, que afecta su ciclo y particularmente a una de sus fuentes: las lluvias. De acuerdo con los modelos de los investigadores del clima, mucho parece indicar que el volumen de lluvias disminuye. Allí donde ya llueve poco, en el futuro lloverá menos. Por el contrario, donde ahora llueve mucho, lloverá más. El peligro de sequías extremas, inundaciones y tempestades aumentará. Otras causas de la escasez de agua son el crecimiento de la población, la urbanización y la industria. En los últimos cien años el consumo mundial de agua casi se ha multiplicado por diez.”

Pero no sólo se necesita agua potable para los seres humanos. También el agro y la industria dependen de este crucial recurso. Sólo la agricultura consume más de dos tercios del agua y en el Perú se desperdicia en los cultivos de arroz y caña de azúcar, que requieren mucho líquido y tienden a desertificar la costa; mientras que en otras regiones los bosques de eucalipto beben agua de más, introduciendo sus raíces hasta llegar a las napas freáticas.

Los llakuases que habitaron la parte alta de Canta, Lima, querían mucho al agua y -según una hermosa leyenda- cuando se fueron, sus guerreros se transformaron en estelas líticas, para cuidar la laguna y los canales de riego que beneficiaban  los campos de cultivo. 

En la Expo Zaragoza, adelantándose a lo que estaba previsto para dentro de unos 50 años, lapso que fatalmente se acorta, se exhibieron diversas técnicas para racionalizar el manejo del agua. Por ejemplo, emplear los rayos ultravioleta para purificarla. El agua  fluye por un recipiente con una fuente de luz ultravioleta en su interior y su energía  destruye  la estructura celular de las bacterias. El agua de lluvia que corre por las calles o por terrenos industriales contiene partículas contaminantes, pero puede ser interceptada y filtrada en el momento de caer. En casos de emergencia, como catástrofes, hay equipos que  filtran el agua y la  purifican para los damnificados.

El Perú como todos los países del mundo está viviendo la emergencia del COV19. Apenas se pueda controlar será necesario volver al tema del agua por la vida de todos. Acaba de fragmentarse la última planicie de hielo del Polo Norte.

Alfonsina Barrionuevo




domingo, 16 de agosto de 2020

 LA TIERRA QUE SE ENOJA

En el mundo andino la Pachamama era muy amada porque era madre. Nadie hubiera pensado que pudiera castigar. Para eso existía Pachatira, la Pachatierra que mostraba su enojo cuando la gente se olvidaba de dar y agradecer a la Pachamama sus bondades. Ella surgía para reclamar a los agricultores sus descuidos y olvidos. La descubrió José de Acosta, fraile jesuita a quien le interesaba la naturaleza. Es el único cronista que advierte lo que puede sobrevenir en esos casos en que la Pachamama no podía cumplir con su hermosa misión en la producción de frutos.

Los khipukamayuq llevaban cuenta rigurosa de los desastres que podían sufrir los cultivos y la gente de campo. Acosta estuvo muy poco tiempo en el Qosqo pero se enteró que al sobrevenir una chirapa onqoy, ‘lluvia con sol’, sus pobladores podían enfermar; si la tierra se enojaba, pacha makaska, hundía los sembríos golpeando sus raíces; en caso de ponerse furiosa, pacha wakamakaska, abría heridas en los surcos y tenían que dejarlos sin sembrar por un tiempo; ensuciar o contaminar un manantial provocaba su maldición, puqyuq tapiasan, o se marchitaban las plantas de maíz y papa, mamasara o mamaaqsu akoyaurmachiskan onqoykuna. La magnitud del maltrato ocasionaba un qhapaq onqoy, una calamidad mayor como la sequía y las inundaciones. Todos tenían cuidado de no provocarlas.

El fraile Pablo José de Arriaga observó que se preocupaban si hallaban en la cosecha dos mazorcas o dos papas unidas de manera irregular o unas okas demasiado grandes. Los malos augurios exigían mayores cuidados y demandar la protección de las wakas a las cuales invocaban ayunando y haciendo sacrificios de animales. 

En casos especiales las estrellas dibujaban sus mensajes en el agua y el fuego advertía los peligros en sus flamas. Las peticiones se hacían sin esperar respuesta. Bastaba el hecho de consultar para crear un enlace con el viento, el granizo, la montaña o las constelaciones. Las ofrendas que mandaban hacer los kurakas en miniaturas de sí mismos en oro y plata se enterraban en las wakas; el resto se quemaba, ya fueran finísimos tejidos, brazadas de flores, conchas de la mar o panojas de kihura o kinoa real.

Sería muy largo analizar las trescientas cincuenta wakas dispuestas en cuarenta y dos seqes que recopiló Juan Polo de Ondegardo entre 1559 y 1561 en el Qosqo. El jurista español recibió una excelente información de los khipukamayuq, lo difícil para él debió ser lidiar con el idioma qechwa que aprendió a hablar, pero cuyas palabras mal escuchadas y peor escritas se convirtieron en un increíble conjunto de acertijos. Su gran número sirvió para entender una que otra característica, sobre todo geográfica. 

A Toledo no le sirvió porque era demasiado pretender que pudiera arremeter contra ellas. Al ser demolidas en su totalidad para apropiarse de sus tesoros los españoles crearon la fantasía de que las wakas volaban y continuaban promoviendo idolatrías y supersticiones desde el aire. Cuando el virrey visitó el Qosqo entre 1570 y 1572 la ciudad ya había sido modificada. Los nombres auténticos de las wakas quedarán ocultos hasta que un qechwista interesado en la historia inka pueda descifrarlos. El jurista anotó sus nombres pero cometió muchos errores. Escribió por ejemplo para un manantial, Canchapacha, indescifrable; cuando era en realidad K’anchariq paqcha*, ‘cascada luminosa’.  

El Inka era centro de ese universo que debía funcionar conforme a sus deseos. Por fortuna para el Qosqo Pachakuti fue, a la par que eximio estadista y urbanista, un hombre excepcional.                                

Un khipu imperial debió guardar asimismo la fabulosa experiencia que tuvo el Inka,  cuando era muy joven y se llamaba Kusi Yupanki, al ser llevado a Machupiqchu, el cerro viejo, donde se convirtió en vaso comunicante de las fuerzas cósmicas y terrígenas. La montaña lo llamó y fue sólo, atravesando las aguas turbulentas del Willkamayu, el río que nace en una lágrima solar. El jefe de su ejército estuvo preocupado por su integridad física pero se tranquilizó al ver que las aguas empujaron mansamente su balsa y que la espesura se abrió para que pudiera llegar a la cumbre donde ambas fuerzas lo encriptaron para transmitirle su energía. Pensando en las circunstancias extrañas que confluyeron en ese momento entendió que debía contar con la admiración del pueblo y la creación de un espacio mágico de wakas fue la mejor idea para lograr ese propósito. 

La ciudad puma en su cabeza, cuerpo y cola tenía una infinidad de wakas que favorecían la vida de sus habitantes de la ciudad sagrada y del Imperio.

Alfonsina Barrionuevo

domingo, 9 de agosto de 2020

 LOS CAMÉLIDOS DE RUTTI

Rutti, así a secas, es un artista de los metales. Lo ubiqué para una entrevista en una factoría dando forma a sus sueños con un soplete. Me pareció de lo más exótico. Un wanka soñador. En 1980 llegaban muchos a Lima en el ferrocarril del Centro y los limeños aseguraban que apenas bajaban de los vagones se ponían a hacer negocios. Para ellos no era difícil vender piedras cuando se acababan sus productos. 

Un día su voz tronó en el teléfono. Se iba a Berlín, Alemania, para trabajar con su soplete y su visera. Me pareció fantástico y acerté a desearle mucha suerte.

Allá, parecía haberse perdido. Hasta que reapareció, entre años que iban volteando las páginas de su vida.

En uno de sus tantos regresos trajo un proyecto interesante. Rendir homenaje a los camélidos en el Valle del Mantaro. Me contó que no había podido dormir largos meses pensando cuánto se merecían estar cincelados a gran tamaño en un lugar como Ticlio, Junín. Me preguntó qué me parecía y estuve de acuerdo. Las preciosas fibras de la vikuña y la alpaka fueron muy apreciadas entre las culturas que florecieron en nuestro territorio.

En Tanta, Yauyos, por ejemplo, llameros y alpakeros siguen tejiendo con su fibra, en la parte más alta del Ande, piezas de tela que sirven para hacer ternos. También hermosas mantas de flores, chalinas, ch’ullus, ch’uspas y sogas. Cuando tienen una buena cantidad acumulada van bajando desde sus alturas, 4,000 metros y más hasta el nivel del mar, Calango, para cambiar sus tejidos por papas, maíz, trigo y hasta  uvas, siguiendo el viejo sistema del trueque. Yo llegué hasta allí y quise comprar un tapiz y me pidieron dos sacos de papas. Los soles no eran una moneda con valor para sus

 negocios. 

Cuando los españoles terminaron de arrancar las planchas de oro y plata que adornaban los templos y las mansiones de los señores del antiguo Perú, comenzó la explotación de una serie de productos. Entre ellos los tejidos de fibra de algodón y de alpaka. No se sabe si también hicieron trabajar la de llama aunque, según los estudios de la arqueóloga Sonia Guillén el vellón de ejemplares extraídos de tumbas chiribayas, tenía  una finura increíble.

Es posible que durante el virreinato el vellón de la llama ese precioso vellón perdiera su suavidad por la técnica que emplearon como si fuera una oveja. El corte reiterado dio lugar a que la fibra se engrosara perdiendo su calidad. No sería extraño que la fibra de la alpaka haya rebajado igualmente su textura. En otros tiempos se dejaba que los camélidos se liberasen de su pelo. Cuando crecía mucho se les iba cayendo o, según dice Norma Velásquez, especialista en tejidos de alpaka, se les llevaba a cardales para una esquila natural.

Los camélidos, explican las leyendas, fueron un precioso regalo enviado del Ukhu Pacha, el mundo de abajo,  al Kay Pacha, el mundo de arriba, cuando la tierra estaba en reposo. Ya no existían los animales gigantescos que la poblaron durante millones de años. Se ignora si había un probable parentesco con los camellos de donde viene el nombre de camélidos. No sería extraño que hubiera más de un trabajo  sobre el particular. En las últimas décadas se menciona a las unas antecesoras prehistóricas, las paleollamas. 

No se debe olvidar que nuestro continente estuvo separado de los otros por los Océanos Pacífico y Atlántico, que hacían imposible los contactos. No es posible que sucediera algo antes porque se trataría de millones de años.

Se especula que el diluvio universal se repitió varias veces. En una de ellas las alpakas, ‘que entonces hablaban’, leyeron en las estrellas noticias del fenómeno que se avecinaba y advirtieron a su pastor del mensaje cósmico para que se salvara con su familia.

En los señoríos norteños las llamas eran de gran alzada y suficientemente fuertes para trasladar sobre su lomo a discapacitados como aparece en una vasija de arcilla y también en plata. El habitat de los camélidos, en general, no fue la  puna sino que acostumbraban moverse, de acuerdo a los fríos y tempestades de un piso a otro de la cordillera, llegando en ocasiones hasta las orillas del mar. 

Al llegar las ovejas se pensó en poblar con ellas las zonas altoandinas pero no se pudieron aclimatar. Las bajaron entonces a niveles menos duros  y los camélidos fueron obligados a quedarse en alturas inhóspitas, quebrándose la libertad de su tránsito entre una región y otra. Actualmente cientos de  crías mueren porque no logran resistir el descenso de la temperatura en los meses de invierno.     

Volviendo a Rutti apruebo su entusiasmo, su afán de un proyecto de gran envergadura, sus impromptus de energía después de superar un cáncer. Recién me ha recordado que se llama Raúl pero le basta su apellido para firmar sus obras de sólida presencia. Sus manos hablan por él y los testimonios de su arte que están en Bélgica, Holanda, Francia, España, Italia y Alemania, no necesitan traducción.

Abrió los ojos en Karwapaqcha, un anexo de Chupuro, y desde pequeño vio llegar y partir “puntas de llamas” para el tradicional mercado de trueque que aún se acostumbra en lugares donde no hay carretera. Quién sabe ellas han emergido de la memoria de su niñez para reclamarle su presencia.

Su proyecto no trata sólo de un monumento sino de un complejo semejante a lo que es la Torre Eiffel de París, con escaleras mecánicas interiores, ascensores, módulos, restaurantes y todo lo que puede caber en el cuerpo de la llama, -en estado de gestación como aparece en una pintura rupestre de las alturas de Yauyos y Jauja-, y en su cabeza, donde habrá oficinas para registrar las fluctuaciones del clima, sus ojos se convertirán en miradores. El trabajo si lo hace demandará un equipo de profesionales con Rutti que es un artista de grandes proyectos. Un ejemplo de lo que es la fuerza wanka!

Alfonsina Barrionuevo


domingo, 2 de agosto de 2020


LA RUTA DEL MULLU
En 1528 más o menos Bartolomé Ruiz, piloto de Francisco Pizarro, encontró al navegar por el Océano Pacífico una balsa chincha grande, ‘con cavida de treynta toneles, hecha por el plan e quilla de unas cañas tan gruesas como postes ligadas con dichas sogas (donde) venían sus personas y la mercadería en  (lugar seco) porque lo (de abajo se mojaba); traya sus mástiles y antenas de muy fina madera y velas de algodón (de la misma clase de) nuestros navíos…’
En marcha la repoblación de la concha spondylusEsta crónica de Sámano-Xerez, mencionada por María Rostworowski, descubre ‘el camino’ de los chincha) que habrían sido famosos navegantes y mercaderes. La gran vía que podría recibir el nombre de la ‘Ruta del Mullu’ o del Spondylus’, en homenaje a la bellísima concha marina. Su color naranja unió a millones de habitantes del antiguo Perú.
Arqueólogos y etnohistoriadores le han dedicado numerosos comentarios. Su ubicación se encuentra en aguas cálidas entre el Golfo de Guayaquil y la parte  extrema del  norte peruano donde fue muy depredada por los chimú en la época prehispánica. Su extracción era muy difícil porque obligaba a un duro esfuerzo a los pescadores para sumergirse hasta unos quince a veinte metros; además de las heridas que se hacían en las manos al cogerlas por  la superficie espinosa de su valva. Su calidad de preciosa ofrenda como mullu al ser molida para  obtener la protección del Apu Inti, el Padre Sol,  la Pachamama y los Apus, la hizo inestimable. Igualmente su empleo para los collares, pectorales, brazaletes y objetos rituales de los señores que le tenían mucha estima. Todo lo cual hizo muy intensa su comercialización.
Algunos cuestionan la capacidad de los chincha para el comercio por vía marítima. Sin embargo, no consideran el conocimiento, tecnologías y ciencias que  tenían sobre diferentes fenómenos. Sabían bien, por ejemplo, cuál era el mejor momento para  esquivar la potencia de los vientos alisios, que bajaban de intensidad en el verano austral, las posiciones de la luna muy influyentes en las mareas y la lectura en las estrellas que señalaban su camino, además del uso de unos juegos de tablas llamados guares que hacían de timón y quilla en la proa y en la popa.
Si se quiere algo escrito están las notas de Sámano-Xerez. Es revelador el documento con la relación de los productos que llevaban en sus balsas. Mantas y camisas de fibra de alpaka y algodón, pescado seco, animales y aves, balanzas chiquitas de pesar oro y otras cosas para cambiarlas por unas ostras muy finas, los Spondylus princeps.
El Spondylus – Plan Binacional Perú-EcuadorPor el siglo XIV el reino chincha, según figura en un curioso documento, contaba con unos seis mil mercaderes que se hacían a la mar. Ellos hacían sus compras en los centros poblados que visitaban usando un sistema que perdura hasta hoy, el trueque o cambio.
No se puede saber en qué momento los chincha se atrevieron a penetrar en el interior. Existen datos de que llegaron por tierra a comarcas lejanas llevando el mullu y su variada mercancía en llamas hasta Chavin de Wantar en los Andes Centrales, “el Altiplano del Qollao”  y más tarde cuando aparecen los Inkas hasta Qosqo. De hecho existió una Ruta del Mullu que se fue ampliando de Ecuador a Huancabamba, Ayabaca, Motupe,  Mandor, el Tanpu, Pukara y Qosqo por un lado y por el otro Vikus, Batanes, la Matanza, Santo Tome, Las Animas, Inskulas y Kopis hasta Chincha, abarcando una buena parte del territorio peruano.
Falta una investigación completa de esas y otras vías donde se trasladó el mullu interrelacionando el mar, Mamaqocha (9)  con los Apus andinos que proporcionaban el cobre que casi llegó a ser “una moneda de intercambio” de los comerciantes chincha para hacer sus negocios. La concha bivalva que salía de las aguas marinas como los cangrejos de colores que descubrió en el zócalo continental el ingeniero Enrique del Solar (10), integraban las ofrendas de origen marino a las de origen mineral extraídas de los Andes.       
Alfonsina Barrionuevo