domingo, 9 de agosto de 2020

 LOS CAMÉLIDOS DE RUTTI

Rutti, así a secas, es un artista de los metales. Lo ubiqué para una entrevista en una factoría dando forma a sus sueños con un soplete. Me pareció de lo más exótico. Un wanka soñador. En 1980 llegaban muchos a Lima en el ferrocarril del Centro y los limeños aseguraban que apenas bajaban de los vagones se ponían a hacer negocios. Para ellos no era difícil vender piedras cuando se acababan sus productos. 

Un día su voz tronó en el teléfono. Se iba a Berlín, Alemania, para trabajar con su soplete y su visera. Me pareció fantástico y acerté a desearle mucha suerte.

Allá, parecía haberse perdido. Hasta que reapareció, entre años que iban volteando las páginas de su vida.

En uno de sus tantos regresos trajo un proyecto interesante. Rendir homenaje a los camélidos en el Valle del Mantaro. Me contó que no había podido dormir largos meses pensando cuánto se merecían estar cincelados a gran tamaño en un lugar como Ticlio, Junín. Me preguntó qué me parecía y estuve de acuerdo. Las preciosas fibras de la vikuña y la alpaka fueron muy apreciadas entre las culturas que florecieron en nuestro territorio.

En Tanta, Yauyos, por ejemplo, llameros y alpakeros siguen tejiendo con su fibra, en la parte más alta del Ande, piezas de tela que sirven para hacer ternos. También hermosas mantas de flores, chalinas, ch’ullus, ch’uspas y sogas. Cuando tienen una buena cantidad acumulada van bajando desde sus alturas, 4,000 metros y más hasta el nivel del mar, Calango, para cambiar sus tejidos por papas, maíz, trigo y hasta  uvas, siguiendo el viejo sistema del trueque. Yo llegué hasta allí y quise comprar un tapiz y me pidieron dos sacos de papas. Los soles no eran una moneda con valor para sus

 negocios. 

Cuando los españoles terminaron de arrancar las planchas de oro y plata que adornaban los templos y las mansiones de los señores del antiguo Perú, comenzó la explotación de una serie de productos. Entre ellos los tejidos de fibra de algodón y de alpaka. No se sabe si también hicieron trabajar la de llama aunque, según los estudios de la arqueóloga Sonia Guillén el vellón de ejemplares extraídos de tumbas chiribayas, tenía  una finura increíble.

Es posible que durante el virreinato el vellón de la llama ese precioso vellón perdiera su suavidad por la técnica que emplearon como si fuera una oveja. El corte reiterado dio lugar a que la fibra se engrosara perdiendo su calidad. No sería extraño que la fibra de la alpaka haya rebajado igualmente su textura. En otros tiempos se dejaba que los camélidos se liberasen de su pelo. Cuando crecía mucho se les iba cayendo o, según dice Norma Velásquez, especialista en tejidos de alpaka, se les llevaba a cardales para una esquila natural.

Los camélidos, explican las leyendas, fueron un precioso regalo enviado del Ukhu Pacha, el mundo de abajo,  al Kay Pacha, el mundo de arriba, cuando la tierra estaba en reposo. Ya no existían los animales gigantescos que la poblaron durante millones de años. Se ignora si había un probable parentesco con los camellos de donde viene el nombre de camélidos. No sería extraño que hubiera más de un trabajo  sobre el particular. En las últimas décadas se menciona a las unas antecesoras prehistóricas, las paleollamas. 

No se debe olvidar que nuestro continente estuvo separado de los otros por los Océanos Pacífico y Atlántico, que hacían imposible los contactos. No es posible que sucediera algo antes porque se trataría de millones de años.

Se especula que el diluvio universal se repitió varias veces. En una de ellas las alpakas, ‘que entonces hablaban’, leyeron en las estrellas noticias del fenómeno que se avecinaba y advirtieron a su pastor del mensaje cósmico para que se salvara con su familia.

En los señoríos norteños las llamas eran de gran alzada y suficientemente fuertes para trasladar sobre su lomo a discapacitados como aparece en una vasija de arcilla y también en plata. El habitat de los camélidos, en general, no fue la  puna sino que acostumbraban moverse, de acuerdo a los fríos y tempestades de un piso a otro de la cordillera, llegando en ocasiones hasta las orillas del mar. 

Al llegar las ovejas se pensó en poblar con ellas las zonas altoandinas pero no se pudieron aclimatar. Las bajaron entonces a niveles menos duros  y los camélidos fueron obligados a quedarse en alturas inhóspitas, quebrándose la libertad de su tránsito entre una región y otra. Actualmente cientos de  crías mueren porque no logran resistir el descenso de la temperatura en los meses de invierno.     

Volviendo a Rutti apruebo su entusiasmo, su afán de un proyecto de gran envergadura, sus impromptus de energía después de superar un cáncer. Recién me ha recordado que se llama Raúl pero le basta su apellido para firmar sus obras de sólida presencia. Sus manos hablan por él y los testimonios de su arte que están en Bélgica, Holanda, Francia, España, Italia y Alemania, no necesitan traducción.

Abrió los ojos en Karwapaqcha, un anexo de Chupuro, y desde pequeño vio llegar y partir “puntas de llamas” para el tradicional mercado de trueque que aún se acostumbra en lugares donde no hay carretera. Quién sabe ellas han emergido de la memoria de su niñez para reclamarle su presencia.

Su proyecto no trata sólo de un monumento sino de un complejo semejante a lo que es la Torre Eiffel de París, con escaleras mecánicas interiores, ascensores, módulos, restaurantes y todo lo que puede caber en el cuerpo de la llama, -en estado de gestación como aparece en una pintura rupestre de las alturas de Yauyos y Jauja-, y en su cabeza, donde habrá oficinas para registrar las fluctuaciones del clima, sus ojos se convertirán en miradores. El trabajo si lo hace demandará un equipo de profesionales con Rutti que es un artista de grandes proyectos. Un ejemplo de lo que es la fuerza wanka!

Alfonsina Barrionuevo


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