domingo, 25 de diciembre de 2016

POESIA EN EL AMOR Q’ERO

En el 2010 José Alvarez Blas visitó a los q’ero y se quedó un tiempo. Una buena química surgió entre él y los “los hijos de la luz”, al punto que aceptó ser compadre de varios. Sus espléndidas fotos captan el quehacer cotidiano en este pueblo legendario.
En Chuwa Chuwa y Qocha Moqo, a 4,500 metros al pie de los nevados, los taitas, que endulzan su vejez con llipta y coca, enseñan a sus nietos a identificar astros y constelaciones vinculadas con su vida y sus creencias, el manejo de una tres variedades de khipus y a interpretar como apirinkus canciones dulces a la naturaleza.

Los hombres visten el unkhu imperial, camisa sin mangas, sin cuello, de una sola pieza y de color negro. Las mujeres adornan sus trenzas con tirinkas, borlas de hilo de colores, y usan sombreros en lugar de la llakolla, especie de manta inka ceremonial que  se dobla encima de la cabeza. Todos dominan el arte textil y sus antiguas técnicas para impermeabilizar las telas y darles una decoración al tornasol; extrayendo los tintes de hierbas como el chuku chuku, que da verde pasto; el chapi, rojo; el punki, amarillo anaranjado y la luna chillka, negro.
En Q’ero, su segundo nivel, a 3,400 metros, sus viviendas de piedra, barro y paja brava, desafían al viento punero de siderales dimensiones y siguen siendo colectivas, son las mismas que conoció Oscar Núñez del Prado, miembro de la comisión de la Universidad de Cusco que los visitó en 1955 y a quien entrevisté mucho tiempo después. En los alrededores tienen las kanchas o corrales para sus llamas, alpakas, ovejas, vacas, cerdos y caballos, que son sus mayores recursos.

Puskhero, su tercer nivel, a 1,800 metros, es su paraíso, sumergido en nieblas azules, frondas casi irreales, torrenteras o paqchas de aguas blancas, puentes de troncos de árboles sobre los precipicios, peldaños plagados de abrojos, desfiladeros estrechos que provocan vértigo y tramos del camino inka a Pantiaqolla. Las casas de madera, poéticamente cubiertas con helechos y enredaderas, se clavan con horcones en la mitad de las pendientes.
En la empinada ladera de los cerros siembran y cosechan acrobáticamente ochenta variedades de papa como la ruk’i para el chuño y la moraya; la rakacha y el llakhun, tubérculos dulces; además de ollukos, okas, añu, camotes, maíz, papaya de color, achira y calabazas. 
Es tan inclinada que si rodara una papa podría matar, por la velocidad, una serpiente que abajo estuviera levantando la cabeza.

Los q’ero viven en los tres niveles al mismo tiempo. Su capacidad para resistir los frecuentes cambios de clima y altura es asombrosa. Suben y bajan en sólo horas. De las cumbres a los bosques hay 70 kilómetros en línea casi vertical; con cruces para el paso de las llamas en Kiospanpa.

Los juegos amorosos se dan en el pastoreo, la siembra y la cosecha.  Al cabo, la elegida recibe una soguilla para amarrar su telar. Si el pretendiente le gusta le entrega una ch’uspa o bolsa. Ambos deben cumplir algunas exigencias. La joven debe tener ojos risueños, saber tejer, hilar, cocinar, cuidar el ganado y ayudar en las tareas del campo. El varón debe poseer algunas chacras, ganado, y ser afable, comprensivo y trabajador.

Si se aman los padres celebran el warmichakuy, la  petición de mano, con un diálogo figurativo. Hablan de una paloma que se ha posado en un árbol de romerillo. Para bajarla qué darán, pregunta el padre de ella. Siete brazas de cinta y dos hachas, responde el padre de él.
Las preguntas van y vienen hasta que el padre del joven menciona que “el ave que vuela en el espacio tiene su pareja; el gusanillo que dormita en el corazón de la tierra, también; el hilo debe tener dos dobleces, no puede ser de una sola hilada. 
-De igual modo, nuestros hijos deben vivir en pareja”, concluye.
“Si es bueno su kawsay pacha, destino, que convivan. No vaya a ser nuestra hija para la pena, no vaya a ser abandonada con un niño”, agrega la madre.    
Acto seguido celebran el k’intuy quedando sellado el compromiso.  De nacer un niño sin la ceremonia será un niño q’aqa, un hijo de nadie, y al nacer debe ser abandonado. Se salva si lo adopta el abuelo materno como ocurre casi siempre.

En las últimas décadas los q’ero no han podido sustraerse al contacto con el Cusco. Recelosos y desconfiados han comenzado una relación amistosa con los estudiantes de la Universidad de San Antonio Abad, para “leerles” en la coca si les irá bien en los exámenes. Estos piensan que es todo lo que saben y se equivocan. Sus hanpiq o médicos son depositarios de una sabiduría  inédita. Su mundo mágico gira en torno de los kawaq,  los altomisayoq y los laik’as. 
Los primeros gozan entre su gente de respeto y prestigio. Descifran el porvenir, tienen en sus manos los secretos de la vida y la muerte, conocen las propiedades de las hierbas medicinales, su preparación para curar las enfermedades y lo que es más, están autorizados para convocar a los Apus y los Aukis, espíritus del Ande, y hablar con ellos sin usar alucinógenos ni chakchar koka (coca). A los terceros los temen porque pueden atraer la desgracia.

Su vida sigue regida por el Waman Ripa pero se siguen abriendo más porque ahora muchos se expresan en español con propiedad. Sus prendas han variado poco. No abandonan su ch’ullu con pompones donde van cosiendo piñis o mostacillas para darle realce, ni su poncho de diseños referenciales, ni su wara, pantalón de bayeta negra. Pero, les agrada usar relucientes relojes de pulsera, como muestra de modernidad, y han aprendido a manejar el celular como cualquier habitante de la ciudad.


Hace unos meses dos q’ero, a invitación de José Alvarez Blas, montaron en un jet intercambiando comentarios en qechwa y admirando desde el aire, un privilegio de los cóndores, la grandeza de los cerros que son sus protectores. Después, viajaron hasta  Caral, y con la venia de la arqueóloga Ruth Shady, recuperaron su majestad de sacerdotes andinos para hacer una ofrenda al Gogne, el cerro tutelar de la civilización más antigua de América del Sur.
Al filo del atardecer el médico fotógrafo captó, con su Hasselbladt digital, el momento supremo en que milenios se dieron un abrazo cuando ardió jubilosamente Apu Nina, el fuego sagrado, y Mama Kuka voló en alas de Apu Wayra, el viento, sacralizando el espacio.


Alfonsina Barrionuevo

domingo, 18 de diciembre de 2016

LOS Q’EROS, HIJOS DE LA LUZ


El día en que José Alvarez Blas me dijo que viajaría a Qosqo para visitar a los q’eros, a más de 4,500 metros sobre el nive del mar, me sorprendió. El recorrido es muy agreste. Antiguamente, desde Paucartambo, eran noventa y dos kilómetros, a pie o en mula. Hoy, existe una trocha, que trepa más o menos hasta la mitad,  acortando el esfuerzo.
A esa altura el corazón parece un cóndor enjaulado. Sin embargo, valió la riesgosa experiencia para el notable médico y fotógrafo, porque gracias a ella logró capturar con su cámara el toque mágico que cubre a Q’ero, sus paisajes y su gente. Una aventura fascinante desde que se entra a la azulada cadena de cuchillas del Waman Qaqa y se continúa sucesivamente por T’iobamba, Q’ero Paskana y Kulis Phausi. Más adelante, siguiendo el curso del bramante  Sunturmayu se asiste a su encuentro con el Willkamayu, río sagrado, para alcanzar el valle glaciar del Willka Yunka que se abre en círculo de elevados picos que es preciso tramontar para alcanzar el desafiante Waman Ripa, su Apu de nieves perpetuas y cerros escarpados.
La impresión al vencer su accidentada orografía es tan real que se puede asistir, gracias a su arte, deshojando el tiempo a la inversa, a un grandioso espectáculo del pasado, cuando la tierra estaba débilmente iluminada por la luna. Contemplar  al astro nocturno detenido en un harapiento mar hollín, mientras abajo se mueven los ñaupa machu, unas poderosas criaturas de colosal estatura, que hacen girar las rocas a voluntad y las disparan convirtiendo las montañas en llanuras.


Ruwal, el espíritu creador, caudillo de los Apus, quiso aumentar su poder, pero, los altivos ñaupa lo desdeñaron. Irritado por su soberbia Ruwal creó “una estrella brillante”, el sol, y ordenó su salida. Casi ciegos por la luz se refugiaron en sus cuevas. El astro rey los deshidrató y fueron muriendo con sus carnes adheridas a los huesos. Algunos lograron sobrevivir. Son los soq’as que salen de sus cuevas cuando se pone el sol o hay luna nueva.

Foto: José Alvarez Blas en Q´ero
Al marchitarse la tierra los Apus crearon a Inkari y Qollari, un hombre y una mujer. El primero recibió una barreta de oro y la segunda una rueca, símbolos de poder y laboriosidad. Inkari debía arrojar la barreta y fundar la capital de un imperio donde se hundiera. La primera vez cayó mal. La segunda, se clavó oblicua entre un conjunto de montañas negras y un río. Allí fundó Q’ero y quiso quedarse porque le tomó cariño.
Los espíritus de los cerros le obligaron a cumplir su mandato permitiendo que los ñaupa cobraran vida. Los hijos de la oscuridad hicieron rodar enormes bloques de piedra hacia el pueblo para destruirlo. Como no quería perderlo Inkari huyó hacia la región del Titiqaqa. Se quedó un poco para meditar y caminó hacia el norte lanzando la barreta por tercera vez, desde la cumbre de La Raya, y se clavó vertical en el centro de un valle donde fundó Qosqo.

Los q’ero vivieron un tiempo tranquilos, en su extraño mundo poblado de leyendas, hablando con sus montañas, conservando antiquísimos ritos y costumbres, aprendiendo a danzar con los kios, pájaros míticos de altas patas que se mezclaban con ellos, mientras los descarnados ñaupa esperaban en las oquedades que se apagara el sol. Un mundo donde el día dura cinco horas, -de las siete a las once de la mañana-, en que un manto de oscuridad lo envuelve.

Cuando los  Inkas iniciaron su expansión pidieron a los q’eros que rindieran un tributo anual y estos le mandaron pacas con excremento de llama. Semejante burla los indignó y devolvieron a su comitiva con las manos cortadas. Ante tremenda reacción acataron su mandato y enviaron a Qosqo hermosos vasos de madera tallada llamados keros y prendas finamente tejidas.
La dificultad para llegar hasta el lugar les dio una cierta libertad en los siglos siguientes. En el que acaba de pasar resultaron incorporados a la hacienda de don Luis Angel Yábar, gran catalogador de papas, quien tenía un famoso huerto al que puso el nombre de “Manicomio Azul”. Lo hizo por sus audaces injertos en sus árboles frutales que daban especímenes de aromas y sabores alucinantes. En tiempo de lluvias los q’eros tenían la obligación de bajar a su casa hacienda de Paucartambo para reforzar el muro del “huerto enloquecido” que daba al río Llavero. Al abusivo señor, que les cortó su larga trenza, signo de su estirpe inka, nunca le importó que sus enfurecidas aguas se llevaran a más de uno o dos por cada vez.

Foto de José Alvarez Blas en Q´ero
En 1958 el gobierno de Manuel Prado expropió Q’ero y se los dio a petición de Oscar Núñez del Prado, Carlos Monge Medrano, Pedro Beltrán y Luis E. Valcárcel, personajes muy ilustres. Sus comunidades de Chuwa Chuwa, Q’ero y Puskero prefirieron desde entonces aislarse. Sus chozas, solitarias, enquistadas en la cordillera, con un jirón de siglos clavado en todo lo alto resumen en las fotos de José Alvarez Blas la historia prodigiosa y formidable de este pueblo, que conserva frescas y vivas sus raíces.

Alfonsina Barrionuevo


domingo, 11 de diciembre de 2016

LAS TABLILLAS DE TIKNAY

Aún tenía polvo en las mejillas y sensación de cansancio en mis huesos, después de un recorrido de once días en ómnibus, a caballo y a pie, por los tortuosos caminos de la provincia de La Unión, Arequipa; cuando me enteré de la existencia de unas tablillas asombrosas con un mensaje de milenios. Algo que no podía dejar que escaparan de mis pupilas en Tiknay. Atardecía cuando Fernando Polanco de Alka, mi incansable guía de viaje y promotor de su tierra, me mostró algunas de las páginas de su biblioteca pétrea. Una huella de vida antiquísima al lado de unas flores silvestres que crecían en un cerco de pirka. Las linternas desprendían una luz brillante. Yo hubiera querido alumbrarme con luciérnagas más ellas estaban muy lejos. Fue una rápida mirada. Otra cosa sería alguna vez a plena luz del día aunque sin la magia nocturna.
Polanco me informó que hasta las últimas décadas del siglo XX sus coterraneos vivieron allí. Después se trasladaron a un paraje menos frío, más abrigado, con el nombre corriente de Pueblo Nuevo, abandonando el de Tiknay. Sólo vuelven en algunos meses para cultivar los surcos sin advertir la cercanía de un grupo arqueológico, ajenos a la grandeza de esos lazos de sangre que los emparentan con el pasado.
Sus niños, curiosos por acercarse a los "gentiles", por si acaso encontraran un trozo viejo de cerámica, hicieron un portentoso hallazgo. En sus juegos descubrieron hallaron una misteriosa entrada, detrás de una gran roca, protegida por la vegetación. Los más audaces se deslizaron hacia adentro y encontraron un recinto que visualizaron con ayuda de un hermoso rayo de sol. Su luz les permitió  llegar a una galería donde se apilaban cientos de lajas o tablillas.

"Los ojos del diablo". Foto Fernando Polanco
Tuve la suerte de ver unas cuantas. En su superficie aparecían jaguares, pumas soles y arco iris. Los jaguares u otorongos de patas acolchadas debieron ser llevados de la jungla cálida a la estepa fría como un regalo. Los pumas u oqe mishi, según sus leyendas, suelen volar entre los cerros llamando a la lluvia. Ellos la provocan al despedir chispas celestes por su hocico y por su rabo. En las noches claras, entre mayo y octubre, el puma se deja ver en el cielo formando una constelación.
El hallazgo de Tiknay, en la provincia de la Unión, Arequipa, confirma la reverencia que se observó desde hace miles de años por los felinos, sin precisar hace cuántos, porque aún falta levantar las piezas y realizar un estudio exhaustivo de las pinturas. Han salido las primeras y han despertado admiración por la originalidad de sus diseños y el mensaje dejado en una etapa auroral de la humanidad.
Los soles y lunas de colores que refulgen en otras lajas también son impresionantes. Los tikneños prehistóricos sabían hacer círculos con una propiedad sorprendente, como si fueran a compás. Debieron admirar los crepúsculos y también la presencia de la luna en la kallanpa o globo del infinito, ya llena, nueva, creciente o menguante. Imposible descifrar su pensamiento. Los antiguos fueron unos pintores inspirados que copiaron los fenómenos celestes y terrestres que tenían a la vista, conociendo su influencia sobre los cultivos, la parición de los animales y su propia vida. Los soles y las lunas podían ser días, meses y años. Una contabilidad de su existencia.

En 1996, cuando viajé a Alka para grabar un documental de televisión sobre los increíbles “Ojos del Diablo”, una panpa de caprichosas aguas termales dispuestas en volcancitos como los párpados blancos de unas pupilas sangrientas, -hierro sin duda-, visitando el bosque de rocas de Santo Santo o Wanka Wanka y otros atractivos geológicos que hay en la provincia, conocí las maravillosas tablillas pintadas. Un día estarán en el itinerario de los turistas porque La Unión es un verdadero emporio de sorpresas, donde el hombre y la naturaleza lograron verdaderas obras de arte en alturas que pasan los 4,000 metros sobre el nivel del mar.

Alfonsina Barrionuevo

domingo, 4 de diciembre de 2016

UNA PAVA QUE QUIERE VIVIR

Un día de esos me llegó la noticia de que habían encontrado una pava en la quebrada del Frejolillo, en Piura. Una criatura que se pensaba extinta desde hace más de un siglo. Me emocionó que se hubiera escapado del ojo implacable de los cazadores. Ella tenía que ser hermosa, una belleza entre la avifauna norteña. “Esbelta, de ojos con un charco de luz donde se perdía la mañana, cuello alto, garboso, de gargantilla roja, patas largas, rosadas o anaranjadas, prestancia en el andar, sin prisas, linaje impreso en alas que se abrían en abanico al volar.”
Bueno, nada de eso. Se trataba simplemente de una ave timidona, sin aires de reina, cuya única gracia era hacer su nido y vivir en las ramas de los árboles como si fuera un pajarito. Felizmente sobrevivió y cuidada de lejos siguió viviendo en paz en su reducto norteño. Sin embargo, hace nos días llego una terrible noticia. Un incendio devastador arrasó con la vida de los animales de los bosques donde se le creía segura. La gente de los caseríos cercanos y pueblos, guardaparques y bomberos que fueron desde Cusco, lucharon más de una semana para dominar el fuego. El desastre fue inmenso y no se sabe que pasó con la pava y el oso de anteojos entre otros. Ojalá hayan escapado de las llamas voraces que han abrasado numerosas hectáreas. Vuelvo a poner datos de ella para que la conozcan de cerca.
 “Si logra remontar el tiempo –escribí hace algunos años, -será dueña y señora de la quebrada del Frejolillo, su último refugio cerca de Olmos, entre Piura y Lambayeque. La pava aliblanca (Penelope albipennis) se reproduce una sola vez al año y pone únicamente dos huevos. Si se la sigue protegiendo podrá aumentar su población, hasta que se considere a salvo.
Hace más de cien años su vuelo pareció haberse apagado en el ramaje seco de los bosques arenosos del norte. El hallazgo de un ejemplar fue una apuesta a la esperanza, que mereció una disposición intentando que se recupere.

La crácida ha luchado mucho contra la adversidad. Por un lado, la reducción de su mundo. La tala indiscriminada del bosque seco había recortado su hábitat haciéndola retroceder, al engullir con voracidad algarrobos (Prosopis pallida), palosantos (Burse huasango), frejolillos o huayrulos (Eritrina smithiana), almendros (Grave olens) y hualtacos (Loxop terygium); a la vez que era presa de temibles depredadores. Su migración, en busca de  nuevas tierras, no favoreció su existencia.

Resultado de imagen para ave aliblancaEn 1876 Jean Stolzmann vio un ejemplar desorientado en la isla Condesa de los manglares de Santa Lucía, en el delta del río Tumbes. Un año después, en 1877, el famoso naturalista polaco Ladislao Taczinowski avistó otro y lo clasificó, dándole su apellido. Se creyó que la especie estaba casi extinta porque no se pudo ubicar otros. Por coincidencia, igual suerte corrió en Piura un “baile de la pava”, en el que las parejas imitaban su encendido cortejo. Simplemente se dejó de ejecutar en el siglo pasado.    
Sin embargo, la estudiosa Maria Koepcke sospechó que podía haberse internado en otros bosques secos, donde se creyó más segura. Ella convenció al conservacionista Gustavo Del Solar Rojas para que la buscara. Así lo hizo, y en 1977 Sebastián Chinchay le reveló que había algunas en la quebrada de San Isidro en Olmos, Lambayeque. Allí encontró, con el ornitólogo John O’Neill, algunos ejemplares. Su hallazgo fue base para obtener la Ley Nº. 280499. que protege su vida en libertad.

Para un ave que subsistió aterrada, perseguida por los cazadores o expuesta a enemigos naturales, fue un respiro hallar abrigo en 34,412 hectáreas de fronda que le cedió en Chaparrí la comunidad moche de Santa Catalina de  Chongoyape.

A la par Gustavo Del Solar le dio asistencia, creando en su fundo el Zoocriadero “Bárbara d’Achille”. Sus esfuerzos fueron recompensados cuando nacieron las primeras pavitas en cautiverio. En el 2006 varias parejas fueron introducidas —por primera vez— en su ambiente, debidamente monitoreadas para comprobar su adaptación. 
En ese interín, una pequeña pero significativa cantidad de estas princesas de plumaje verde tornasolado, con la característica franja blanca en los extremos de sus alas, fue descubierta en la quebrada del Frejolillo, donde había permanecido casi en secreto. El lugar está dentro del territorio del caserío Limón, sector El Platanal, exhacienda San Martín de Congoña, distrito de Huarmaca, provincia de Huancabamba, Piura.
El bosque prodigioso toca con un extremo la provincia de Lambayeque, por Olmos. La vía es muy usada por los “bird watchers” u observadores de aves y los investigadores que la conocen.
Ultimamente anduvo por allí el periodista Enrique Angulo Pratolongo, gran conocedor de la vida silvestre, quien me relató la azarosa historia de esta ave, conocida como la pava del pasallo (Eriotheca ruizi), por el árbol, cuyas flores son su postre favorito. Por correo me envió, para nuestros lectores, fotografías que tomó Michell León.  Según dijo es “una gloria internarse en un verdadero paraíso interandino, entre 150 y 2,000 m.s.n.m., donde tienen sus pisos una diversidad de animales, pájaros e insectos.”
La quebrada del Frejolillo, bosque seco de colina, “espinoso, premontano y tropical”, tiene la amplitud que le confieren sus 1,300 hectáreas, de verdes exultantes entre enero y abril, y de oro pajizo entre junio y setiembre. La pava aliblanca prefiere mantenerse lejos de los sajinos (Pecari tajacu)  las boas, en especial  la macanche (Boa constrictor ortonii), los gatos monteses (Oncafelis colocolo), las ardillas nuca blanca (Sciuris stramineus) y el  puma (Puma concolor).
En cambio es amistosa vecina de viskachas (Lagidium peruanum) y  venados grises (Odocoileus virginianus), a la par de una avifauna esplendorosa, cuyos cánticos y estridencias no la molestan.
Los especialistas han reconocido estas especies en peligro de extinción: el colibrí  Estrellita Chica (Acestrura bombus), el rascahojas de capucha rufa (Hylocryptus erytrocephalus),  el mosquerito pechigris (lathrotricus), el jilguero azafranado (Carduelis slemiradzkii), el loro cabeza roja (Aratinga erythrogenys), el carpintero de Guayaquil (Ccampephilus gayaquilensis) y el tirano de Tumbes (Tumbezia salvini).
El ingeniero forestal Fernando Angulo, quien dirigió el Zoocriadero de Olmos y trabajó en el Centro de Ornitología y Biodiversidad (CORBIDI) sucesivamente, menciona otras aves típicas, endémicas y amenazadas, como el elegante pecho-de-luna (Melanopareia elegans), el carpintero ecuatoriano (Picumnuselegante Psclateri), el trogón ecuatoriano (Trogon mesurus), el chotacabras de matorral (Nyctidromus anthonyi) y el zorzal de dorso gris (Turdus reevei). También se puede apreciar a la paloma de vientre ocráceo (Leptotila ochraceiventris), a la lechucita de frente anteada (Aegolius harrisii) y al copetón de corona tiznada (Myiarchus phaeocephalus). Asímismo, especies raras como el águila solitaria (Buteogallus solitarius) y el gallinazo rey (Sarcoramphus papa)”.
El turismo parece interesar a las comunidades de su entorno, que están dispuestas a ofrecer hospedaje, comida tradicional y avistaderos. Actualmente es muy buscado el guía Lino Rico Parra, quien podría ser el maestro de futuros guardaparques. La pava aliblanca será su principal atracción, junto con todas las criaturas silvestres que constituyen un zoológico al aire libre, a disposición de los amantes de la naturaleza y la vida silvestre.

“Muchos visitantes suelen ir de noche”, agrega Enrique Angulo, alumbrándose con la luz que arrojan sus celulares”. Una fascinante experiencia.”

Alfonsina Barrionuevo

domingo, 27 de noviembre de 2016

SEÑORA DEL VIENTO Y LA NIEVE


Ella tiene un encanto celestial, como que es la Virgen, y sus devotos comparten su leyenda con otra ecológica. En una laguna fronteriza con Qosqo las aves migratorias que llegan una vez al año se instalan entre sus totorales como si la hubieran lotizado sin cruzarse y en un orden que no tienen los hombres. Ellas respetan sus áreas y cuando se van nadie las ocupa. Al año siguiente vuelven prestamente a construir sus nidos en el mismo sitio.
Hace algún tiempo tuve la suerte de recorrer la provincia de La Unión a pie y a caballo durante once días. En alturas que se mantienen a 4,000 metros sobre el nivel del mar inspeccioné lagunas, ríos y varios bosques de piedra impresionantes. Trepando un cerro de lava petrificada estuve a punto de caer en un abismo cuando un cóndor me sorprendió batiendo sus alas en una  senda estrecha. Me aseguraron que sólo quería acompañarme y me parece que sí, el camino tenía un ancho de sesenta centímetros y de haber querido me hubiera desbarrancado.
Uno de sus pueblos principales es Alka y fue mi punto de partida para grabar el documental: “Los Ojos del Diablo”. Viajé con David Morán, especialista en cámara artística, y mi guía fue Fernando Polanco, un hijo del lugar, El recorrido a pie y a caballo fue riesgoso. Salíamos a las cinco de la mañana de la estancia donde nos habíamos cobijado y  llegábamos a la siguiente en doce horas exactas. La oscuridad después era tan densa que no podíamos contar los dedos de nuestras manos.

Fue muy interesante caminar kilómetros interminables, subir empinadas escaleras de piedra, pasar por bosques alucinantes de roca y conocer la panpa donde brotaba agua hirviendo a lo largo de ochocientos metros aproximadamente. Al arrojar de sus profundidades un polvo calcáreo, éste se acumulaba en punta semejando una especie de volcancitos. Cuando  se quebraba aparecía un charco de agua rojiza por el contacto con el ambiente helado, como una nata. A eso los comuneros le llaman “los ojos del diablo”. Su aspecto es espeluznante y cuando hay niebla al amanecer parece un conjunto avernal de pupilas sangrientas.

He escrito varios artículos sobre este viaje pero lo que más me llamó la atención fue el afán de los hijos del pueblo que están en Lima de proporcionarle lo más urgente. Un motor para generar luz fue lo primero. Ya tenían agua potable, pero según me cuenta Polanco había mucho que hacer y Alka sigue prosperando porque no se rompe ese cordón de vida entre los que radican allí y los que se fueron. Ahora hay carreteras que unen otras localidades y él sigue sacando una revista muy completa.
Cuando me alojé en el pueblo conocí la historia de la Virgen del Carmen, bajo cuyo manto se reúnen los devotos que regresan para su fiesta. Su historia es muy sugestiva como todas las que dan encanto a las imágenes religiosas. Nuestra Señora del Carmen demostró que quería quedarse en el lugar. Los frailes carmelitas lograron traer de España varias efigies de la misma belleza, como si fueran hermanas, y una fue designada para la villa fundada en la tierra de los valerosos alkas. Los españoles eligieron el lugar por su amplitud y la riqueza de sus minas. La iglesia debía tener una patrona celestial.

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La leyenda dice que llegó en una caja de madera y cuando aquellos quisieron abrirla no pudieron sacar los clavos incrustados como en metal. Pasó por allí un poblador de Luycho y al conocer el problema tiró con la tenaza del primer clavo y salió fácilmente. Animados los españoles quisieron seguir quitando los clavos  pero encontraron la misma resistencia. Misteriosamente llegaron gente de Luycho, Puyka, Ayawasi, Kawana, Calle Nueva, Tiopampa y Kanchata, y cada uno sacó un clavo como si la Madre de Dios hubiera querido reunirlos.
Al abrir la caja encontraron un documento indicando que su festividad debía realizarse cada 16 de julio previo novenario del 6 al 15, el mismo que debía ser iniciado por la persona que sacara el primer clavo y así sucesivamente, participando sus parientes y amigos.
La imagen llegó con semillas de cedro que fueron sembradas en la esquina de la plaza, en el contorno de la iglesia y también en los pueblos de Taurisma, Torrepanpa, Willoq, Kawana y Panpamarka. Algunos de los árboles que crecieron siguen de pie e increíblemente no han podido reproducirse como si las imágenes quisieran testimoniar el prodigio.

La devoción de los pueblos de Willoq logró que la Virgen pasara allí, desde hace muchos años, su día central. Sin embargo, un descuido dio lugar a que en las primeras décadas del siglo pasado se prendiera su manto y se quemara parte de su rostro. Los alqueños lo consideraron irreparable y decidieron comprar otra imagen en Arequipa, que llevaron en un viaje accidentado por la ruta de Chivay a lomo de mula.
La imagen siniestrada fue trasladada a la capilla de la iglesia de Antabamba pero al poco tiempo se presentó un extraño fenómeno en Alka. Ventarrones que en las tardes hacían volar el techo de las casas, mientras continuas heladas enfriaban su ambiente en las noches. Nadie podía explicarse qué pasaba hasta que Nuestra Señora se presentó a cuatro vecinos en sus sueños y reprochó al pueblo su abandono y sustitución.
De inmediato los alqueños fueron en su rescate y volvió a su lugar cesando la furia de los elementos. Pero Ella no podía seguir desfigurada y se contrató a un curioso para que la arreglara y fue peor. Hasta que en setiembre del año 1999, por acción del devoto Mario Germán Chirinos y con la responsabilidad del Comité de Damas residentes en Lima, así como la participación de Rafael Trelles y Fernando Polanco, fue trasladada a la capital.
Una vez restaurada, en el taller de conservación de arte del Museo de la Nación, volvió a hacer un ingreso triunfal al pueblo donde la aman.

Alfonsina Barrionuevo

domingo, 20 de noviembre de 2016

SERENATA  PARA  “LA  QUINUA”

Los agricultores de  los Andes centrales cantan y bailan en setiembre a la quinua, kinoa o kihura (Chenopodium quinoa). Ellos se mueven como sombras cuando un cohete arranca en un único disparo. La noche propicia la serenata, se hace confidente de la qena y la tinya cuando los pies del cortador bordan encajes sobre los tallos heridos tras el primer corte de las mieses. Después la voz dibuja ternuras en el aire, donde las panojas de la kinoa se yerguen con millares de granos como si escucharan. 
“En Tunso, Concepción, y en San Juan de Iscos, Chupaca, existen algunas canciones dedicadas a “la quinua ”, declara el escritor Simeón Orellana, doctor Honoris Causa de la Universidad Nacional del Centro, quien también tiene documentados trajes nativos que se usan todavía en los villorios de la región.

La kihura aprendió a vivir con los agricultores de las partes bajas del lago Titiqaqa y fue amada por ellos hace miles de años, dejando de ser áspera y espinosa como sus parientes. Una leyenda aimara dice que fue un regalo astral que llenó los campos de estrellas. Con tres mil variedades o genotipos, es innegable que su hábitat originario fue el altiplano, a 3,800 metros sobre el nivel del mar.  
No deja de ser curioso que en tierra wanka, particularmente en Chawaq y  Chupaca,  se conserven canciones, bailes y música para ella como cariñosa ofrenda. Igualmente, en Cusco y Ancash hay rezagos -por investigar- de expresiones  dedicadas a la kihura, que son puro sentimiento.
En el siglo XVI,  a la vez que se dio la dominación española en territorio peruano, también se sometió a las especies animales y vegetales. Así el arroz, el trigo y la cebada pasaron a enseñorearse en las mejores tierras, y si bien la papa nativa -Aqsomama o Madre Papa- logró conquistar las mesas europeas, tuvo que librar mil batallas para ser aceptada. Aunque por -crucial paradoja- no siempre está en la canasta familiar por su alto precio.
A la kihura -casi vecina de chacra- no le fue mejor y estuvo a punto de perecer. Sobrevivió en una cuerda floja más allá de la segunda mitad del siglo pasado, manteniéndose como una refugiada en las comunidades más pobres de la cordillera. Su consumo interno se fue atomizando, pero se salvó gracias a la inusitada demanda externa de sus nutracéuticos granos. De pronto inició su exportación Bolivia, país con el cual la compartimos —igual que Ecuador, Argentina, Chile y Colombia, por donde se extendió el Tawantinsuyu. Así terminó el destierro de la kinoa o kihura en las punas. 

Hay que revalorar su importancia agronómica, nutricional y socioeconómica. El “Grano de Oro de los Inkas”, llamado así porque el visionario Pachakuti intensificó su expansión, merece alcanzar otra clasificación y que se le deje de calificar como “pseudo cereal”, frente a la avena, el arroz, la cebada, el centeno, el trigo, el sorgo o el sésamo o anís. Ninguno es tan completo como ella.
Las numerosas variedades que hay en los Andes peruanos-dicen los técnicos de la FAO- son una reserva para el futuro de la Humanidad. La falta de agua que se avecina con los cambios climáticos la hará invalorable para el planeta. Ultimamente se experimenta su cultivo en Europa (Francia e Italia), Asia y África.
Habiendo sido criada en la soledad de los páramos andinos soportando sus condiciones extremas. Sus características son increíblemente gloriosas. Las plantas enfrentan los vientos y la sequedad creando microclimas, almacenan hasta la última gota de lluvia, resisten a las heladas encapsulando su floración y aprovechan los minerales de los suelos áridos en su  beneficio.

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El diminuto grano de la kinoa, confundido por los cronistas íberos con el poco apreciado “bledo” de su campiña, tiene la potencia de un gigante. Sus proteínas, aminoácidos esenciales y vitaminas refuerzan la energía muscular, previenen los daños hepáticos,  mantienen buenos niveles de azúcar y colesterol en la sangre, combaten a los radicales libres, ayudan a reducir  la anemia y la osteoporosis, incrementan el colágeno, colaboran en la disminución de la impotencia y la frigidez, e interactúan contra problemas del sistema nervioso, como la memoria, el aprendizaje y la plasticidad neuronal, la depresión, la ansiedad y el estrés. Valores a los que se agregan significativamente minerales como potasio, manganeso, fósforo, zinc, cobre y litio.
Sus plantas son hermafroditas, rabiosamente feministas, y se autopolinizan. Su tallo alcanza los tres metros de altura, sus hojas se parecen a una pata de ganso, de donde proviene su nombre científico, y sus panojas de flores pequeñas sin pétalos, albergan constelaciones de semillas. En los siglos XVI y XVII los extirpadores de idolatrías la persiguieron como grano herético, porque los sacerdotes inkas la usaban en sus ceremonias. En esos tiempos se la conocía con una voz qechwa casi olvidada: “chisiyamama”, que significaba “Madre de las semillas”. Los kallawayas, curanderos del altiplano,  ponían emplastos de kihuraua para curar golpes y fracturas de huesos.

En nuestro siglo su carrera es triunfal. Se aleja de la humilde lawa y el sencillo pesqe, tan queridos en los Andes, para ser ingrediente de lujo en exóticas creaciones gastronómicas.  Es necesario que se amplíen sus fronteras de cultivo a gran altura para que mantenga sus valores nutricios en los Andes.

Alfonsina Barrionuevo

domingo, 13 de noviembre de 2016

EL SECRETO DE LA PAPA AZUL 

Perú, país de auroras que se bañan en oro solar, de cerros protectores con tesoros escondidos en sus entrañas, de valles donde la Madre Tierra o Pachamama extiende sus polleras bordadas, de lagunas adormiladas en las manos del Ande, de regiones rebosantes de vida y de muerte. A  la vez país de paradojas, donde la Pachamama asiste con pesar  a la desaparición  de especies nativas que regaló a sus hijos, los hombres.
Entre ellas las papas que salieron del Ukhupacha, la tierra de las sombras, para llevar alegría a la Humanidad. Su pérdida se deja notar, me dijo Celfia Obregón Ramírez, ingeniera agrónoma que volvió a nacer tras el cataclismo que sacudió al Callejón de Huaylas el 31 de mayo de 1970. Tenía diez años y estaba en el circo, cuando —luego del terremoto— el desprendimiento de un glaciar del  Huascarán arrasó a su Yungay natal.
Ella estudió en la Universidad Nacional Agraria de La  Molina y posteriormente, en trabajo conjunto con el Ministerio de Agricultura, el Centro Internacional de la Papa (CIP)  y el INIA, recorrió casi la totalidad de los diecinueve departamentos paperos que tiene el país. Su propósito fue contribuir al  registro de las papas nativas, algo así como darles una partida de nacimiento, para que sean reconocidas.   
El banco de germoplasma del CIP conserva miles de variedades de papa, de las cuales dos mil setecientas son netamente peruanas. Dentro de este marco hay mejoradas o comerciales y el resto nativas, mayormente de autoconsumo, de todas las formas, flores y colores.
Resultado de imagen para sembrados de papaLos jóvenes de las comunidades tienden a emigrar a las urbes en busca de oportunidades. Quedan los padres y a veces los abuelos, que no se dan abasto para seguir sembrando y cosechando sus papas tradicionales. Las áreas se recortan a la par que las familias, hasta que un día sólo quedará el viento llorando sobre los surcos resecos.
“El poco aprecio que se tiene por la papa se traduce en su manejo. Su comercialización es desordenada. Las bolsas para recoger basura son mejores que los sacos en que la llevan a los mercados mezclada con tierra, rebajando su valor”, señaló la Ingeniera Obregón.
“Tampoco hay una buena selección de semillas, -dijo. -Para mí su cultivo está en emergencia. Se reconoce que sus grandes centros de domesticación fueron Puno y Cusco.”
Al  hablar con Celfia pensé en esa maravilla peruana que está ahora en el mundo. Entre sus variedades la papa añil, tan oscura que parece una papa negra o yanapapa, es una reina. Más buscada que la mítica orquídea negra tiene una gran cantidad de de antiocianina <sustancia antioxidante> que puede convertirse en una crema cosmética para proteger la delicada piel del  rostro.
La papa azul (Solanum andígena) es oriunda de Huánuco y las mujeres de cierta comunidad  la usan en rodajas para proteger sus sienes y los costados de los ojos. Ella les ayuda a conservar una piel lozana y tersa.

Caminando por la puna desde hace catorce años, Celfia Obregón observó esa costumbre y comenzó el estudio de la papa añil. “Los laboratorios quisieran una tonelada para trabajar con ella, pero a lo más  se cosecha unos 450 kilos”, explicó. “Su sabor es excelente, pero a las mujeres del lugar les gusta utilizarla para protegerse de los efectos del sol, el viento, el frío y el tiempo. No puedo saber cómo ni cuándo descubrieron sus bondades cosméticas,  pero la emplean desde las tatarabuelas y aquellas seguramente de las suyas.”

Resultado de imagen para sembrados de papaAl preguntarle si no se ha pensado en que será necesario extender su cultivo contestó que no funcionará. “Hemos tratado, pero saliendo de su área, pierde el color y varían sus componentes. Las papas se parecen a las personas. Tienen su identidad, su hogar, su familia, donde se sienten a gusto. Las papas nativas tienen sus pisos y no les complace que las trasladen. En la cima telúrica sus flores son moradas, pero en otro nivel pueden tornarse violetas y hasta blanquecinas. Ya no son ellas”.
Por lo menos ésa es una defensa natural de nuestras papas nativas. Una suerte que nuestro país, además de las ocho regiones naturales, cuente con 84 pisos ecológicos que nos aseguran esa biodiversidad increíble. “Los gobiernos deben preocuparse por conservar y manejar lo que tenemos”, reclamó Celfia Obregón.

“Por más que ha habido afán en otros países por mejorar  las papas que cultivan, sólo sacan variedades blancas, buenas para freír, sin el exquisito sabor de las nuestras. Debemos aprovechar esta ventaja para exportar”, agregó la experta yungaína, añadiendo: “En este momento estamos ocupados en lanzar un producto de uso instantáneo elaborado de papas amarillas, para puré, causa, sopas y hasta postres: palitos de papa, suspiro limeño y otros potajes, para que los comensales del mundo puedan  saborearlos como en el Perú. Entre las variedades nativas hay algunas muy exóticas, como la “papa piña”, con formas muy caprichosas. Nuestra Asociación para el Desarrollo Rural Sostenible (ADERS) trabaja en contacto permanente con el Centro Internacional de la Papa  y el Instituto Nacional de Investigación Agraria. En cuanto a la nueva crema cosmética “Mishki Perú” de papa azul, si da resultado, incentivará a  la comunidad donde crece para  mejorar su cultivo y unir más a las familias productoras, proporcionándoles una mejor calidad de vida.”


Alfonsina Barrionuevo

domingo, 6 de noviembre de 2016

POR LOS ESPACIOS MAGICOS 

A veces la niñez suele ser decisiva para una persona. Tras una vida intensamente dedicada al Perú puedo afirmar que mi libro: “Espacios Mágicos de Qosqo y Machupiqchu”, se generó en Huaro. La hermosa tierra de los yakarkaes legendarios que leían el porvenir en el fuego de sus braseros; de los mankap’aki que torneaban sus ollitas en la arena con sus manos de viento; de los waraqlla que armaban sus coros en las ramas de los lanbranes; de las “illas” o madres de los qoes o kuyes, con ojos de rubí y patitas de oro, que se encuentran en el Ukhu pacha; de los féretros que caminaban de noche dando tumbos, para entrar en las casas de los que iban a morir; de los duentes de Catalina Qespe que se daban volteretazos, debajo de las bancas, en los “ora pro nobis” de las abuelas; de los frailes sin cabeza que bajaban por los maizales y los condenados que podían comer a los niños desobedientes, dejando sus huesos blancos y lirondos.

Mi obra, en general, arranca de allí y de mil lugares recorridos a lo largo de mi vida, que tienen una raíz en los primeros años de mi existencia formando un corpus total. “Espacios Mágicos…”  es la segunda parte de un conjunto que comienza con “Templos Sagrados de Machupiqchu” y debe terminar con “La Memoria de los khipus” que estoy escribiendo.
Se podría pensar que hubo un pedido de los Apus cuando hice el viaje caminando a Machupiqchu. En el último tramo ya atardeciendo vi, al fondo de los cerros con una lagunita de por medio, a un khipukamayoq imperial. Los rayos de un sol de fuego le daban en el rostro y sonreía  abieramente. Me había detenido para conversar con el guía y le dije que tratara de mirarle. No lo vio, pero él me miraba y agitó el khipu que llevaba colgando de sus manos. Durante varios años traté de explicarme qué quería. Primero pensé que debía escribir sobre Machupiqchu, luego lo de Qosqo y finalmente comprendì que se refería a “la memoria de los khipus”. Así será con la ayuda de Dios. Me he detenido casi seis meses para preparar la presentación de “Espacios Mágicos…” en Cusco y Lima. En la próxima semana vuelvo a ese quehacer, hurgando en mis escritos.”

“Espacios Mágicos de Qosqo y Machupiqchu” se distingue por las magníficas fotografías de Fernando Seminario y Peruska Chambi, con quienes he trabajado buscando el punto exacto de cada toma para conjugar mis textos, aprovechando las de gran excelencia de José Alvarez Blas, así como el muro de Qolqanpata de don Martín Chambi y un dibujo de la calle Plateros de mi recordado maestro Jorge Cornejo Bouroncle, de la Universidad Nacional de San Antonio Abad.

El libro es una invitación para reconocer el centro histórico  de Qosqo. Yo también  he aprendido mucho de mis investigaciones. He vivido en Santo Domingo y nunca pensé que allí existieron ocho wakas. La Willka Nina, “fuego sagrado”, me entusiasma en especial porque  me conecta con los yakarkaes de Huaro. En lo que se refiere a la waka que está detrás del fino muro semicircular del Qorikancha siempre me cautivó. Ella  es una wanka intocada que se llama Subaraura. Raura quiere decir “arder” pero suba está mal escrita. Los españoles no escuchaban bien el qechwa. Creo que todos tenemos que pasear por nuestras calles y plazas con “Espacios Mágicos…” en la mano.  Así lo ve también Pierre Duviols, el ilustre peruanista francés. Le envié un correo de invitación y contesto con una palabra que es suficiente. “Espléndido”.
En nuestra ciudad la empresa minera Antapaccay de Espinar y el EMUFEC contribuyeron a presentar “Espacios…” en el Centro de Convenciones de la Municipalidad. “Los autores/editores precisamos la ayuda de empresas, instituciones y personas interesadas en difundir los valores culturales de nuestro vasto patrimonio”. Gracias.

Alfonsina Barrionuevo

domingo, 30 de octubre de 2016

MIS “ESPACIOS MAGICOS…” 

En una noche clara con rumores de mar, el miércoles 26 que se fue con un abrazo interminable, se presentó “Espacios Mágicos de Qosqo y Machupiqchu”, en la Feria del Libro Ricardo Palma, en Miraflores. Fue como un sueño realizado. La obra llegó de Qosqo en las recias alas de un cóndor imperial de gola blanca, Apu Ch’in, señor de los espacios, y por unos minutos los Andes cobijaron a los invitados al lado de la fuente anfitriona de centenares de libros de la feria.
Ha sido imperativo para mí tomar la pluma y escribir sobre el drama de Qosqo, la incomparable ciudad inka que ha sufrido mucho por ser cáliz recipiente de glorias. Saqueada en un siglo que quedó de rodillas por la acción despiadada de gente hambrienta de poder; humillada y desmantelada después por sus nuevos vecinos; y, finalmente, en lo que avanza el nuevo siglo, sumando agravios por los ácidos que bárbaros contemporáneos arrojan a sus muros dejando heridas en sus piedras sagradas. Hace falta amarla y sentirla profundamente para defenderla de quienes no respetan su grandiosa historia y continúan destruyendo su paisaje.

Han trabajado conmigo más de un año estudiando con sus cámaras fotográficas los efectos de la luz del día, entre auroras y ocasos, Fernando Seminario y Peruska Chambi, completando el bello lenguaje de las imágenes José Alvarez Blas, don Martín Chambi con Víctor, su hijo, desde muy lejos, y participando Jorge Cornejo Bouroncle con un dibujo que me legó.
Ha sido largo el recorrido por sus remotos origenes para conjugar el pasado, desde cuando llovían torrentes del cielo sobre el lago Morkill, copiando estrellas que abandonaron sus noches hace millones de años, cogiendo los torbellinos que edificaba el viento para que deje de rugir por un instante, apagando el ramaje luminoso del rayo, aterciopelando sus pantanos imposibles y permitiendo que la pachamama siembre amor en las entrañas convulsas de su lecho.
Allí donde los Ayar fundaron un imperio a menos de mil años, en un ambiente cargado de kamaqen, la esencia que se desprende de los elementos telúricos y cósmicos. El fluir electrizante de sus kamaqenes que provocan un magnetismo, una atracción, un percibir de algo inexplicable en ese Qosqo que fue morada de hombres y de energías conmovedoramente puras.

Machupiqchu, en el bosque de nubes, es una proyección alucinante de Qosqo con sus señoriales wakas de la piedra, del viento, del agua, del sol, la luna, las estrellas, la vida misma; vale decir el universo andino.
Para mí la presentación de “Espacios Mágicos de Qosqo y Machupiqchu” fue una invitación para conocer las wakas o espacios mágicos del centro histórico de Qosqo, entre más de trescientas cincuenta que se construyeron tiempos ha.

El veintiseis fue una noche de lujo con las palabras evocadoras de Juan Ossio y Ricardo Estabridis. Gracias a ellos por acompañarme, a Juan Núñez del Prado por su comentario que fue la gota precisa que me faltaba, al auditorio generoso que asistió y la comprensión de Germán Coronado, Presidente de la Cámara del Libro.


En el mes jubilar de la gran capital emperadora mi gratitud por presentar el libro a Luis Nieto Degregori y Enrique Rosas Paravicino, a la Empresa Minera Antapaccay y a Fernando Moscoso Salazar, a Luis Huayhuaca y al EMUFEC, y a la Municipalidad Provincial de Cusco, quienes han  contribuído a que “Espacios Mágicos…” iniciara su transitar por los caminos del mundo.


APU INTI
                                
Pachakuti Inka pensó en un escenario grandioso para el Apu Inti o Padre Sol, en sus raymis de Machupiqchu. Su ushnu o altar que captura energías como un río es conocido como intiwatana, “donde el sol amarra sus rayos” o intiwaytana, “donde los hace florecer’, como afirma Americo Yábar. De madrugada “el bulto o bolo de oro”, según registró Cristóbal de Albornoz en el siglo XVI, era trasladado procesionalmente a su altar. 

Al tocarle el primer rayo de sol que descendía del cielo el Tarpuntay, sumo sacerdote, levantaba los brazos en señal de reverencia. Así mismo los sacerdotes de Sayaqmarka, “Ciudad Centinela”; Phuyupatamarka, “Ciudad encima de las nubes”, y Wiñay Wayna, “Joven Eterna”. El júbilo era general mientras las aqllas que tejieron coronas de Apus y realizaron ch’allas perfumadas  de flores, cantaban al astro vivo: “Sed siempre joven y hermoso…”, entre el resonar de los pututos.
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* Del libro “Espacios Mágicos de Qosqo y Machupiqchu”

Alfonsina Barrionuevo