domingo, 18 de diciembre de 2016

LOS Q’EROS, HIJOS DE LA LUZ


El día en que José Alvarez Blas me dijo que viajaría a Qosqo para visitar a los q’eros, a más de 4,500 metros sobre el nive del mar, me sorprendió. El recorrido es muy agreste. Antiguamente, desde Paucartambo, eran noventa y dos kilómetros, a pie o en mula. Hoy, existe una trocha, que trepa más o menos hasta la mitad,  acortando el esfuerzo.
A esa altura el corazón parece un cóndor enjaulado. Sin embargo, valió la riesgosa experiencia para el notable médico y fotógrafo, porque gracias a ella logró capturar con su cámara el toque mágico que cubre a Q’ero, sus paisajes y su gente. Una aventura fascinante desde que se entra a la azulada cadena de cuchillas del Waman Qaqa y se continúa sucesivamente por T’iobamba, Q’ero Paskana y Kulis Phausi. Más adelante, siguiendo el curso del bramante  Sunturmayu se asiste a su encuentro con el Willkamayu, río sagrado, para alcanzar el valle glaciar del Willka Yunka que se abre en círculo de elevados picos que es preciso tramontar para alcanzar el desafiante Waman Ripa, su Apu de nieves perpetuas y cerros escarpados.
La impresión al vencer su accidentada orografía es tan real que se puede asistir, gracias a su arte, deshojando el tiempo a la inversa, a un grandioso espectáculo del pasado, cuando la tierra estaba débilmente iluminada por la luna. Contemplar  al astro nocturno detenido en un harapiento mar hollín, mientras abajo se mueven los ñaupa machu, unas poderosas criaturas de colosal estatura, que hacen girar las rocas a voluntad y las disparan convirtiendo las montañas en llanuras.


Ruwal, el espíritu creador, caudillo de los Apus, quiso aumentar su poder, pero, los altivos ñaupa lo desdeñaron. Irritado por su soberbia Ruwal creó “una estrella brillante”, el sol, y ordenó su salida. Casi ciegos por la luz se refugiaron en sus cuevas. El astro rey los deshidrató y fueron muriendo con sus carnes adheridas a los huesos. Algunos lograron sobrevivir. Son los soq’as que salen de sus cuevas cuando se pone el sol o hay luna nueva.

Foto: José Alvarez Blas en Q´ero
Al marchitarse la tierra los Apus crearon a Inkari y Qollari, un hombre y una mujer. El primero recibió una barreta de oro y la segunda una rueca, símbolos de poder y laboriosidad. Inkari debía arrojar la barreta y fundar la capital de un imperio donde se hundiera. La primera vez cayó mal. La segunda, se clavó oblicua entre un conjunto de montañas negras y un río. Allí fundó Q’ero y quiso quedarse porque le tomó cariño.
Los espíritus de los cerros le obligaron a cumplir su mandato permitiendo que los ñaupa cobraran vida. Los hijos de la oscuridad hicieron rodar enormes bloques de piedra hacia el pueblo para destruirlo. Como no quería perderlo Inkari huyó hacia la región del Titiqaqa. Se quedó un poco para meditar y caminó hacia el norte lanzando la barreta por tercera vez, desde la cumbre de La Raya, y se clavó vertical en el centro de un valle donde fundó Qosqo.

Los q’ero vivieron un tiempo tranquilos, en su extraño mundo poblado de leyendas, hablando con sus montañas, conservando antiquísimos ritos y costumbres, aprendiendo a danzar con los kios, pájaros míticos de altas patas que se mezclaban con ellos, mientras los descarnados ñaupa esperaban en las oquedades que se apagara el sol. Un mundo donde el día dura cinco horas, -de las siete a las once de la mañana-, en que un manto de oscuridad lo envuelve.

Cuando los  Inkas iniciaron su expansión pidieron a los q’eros que rindieran un tributo anual y estos le mandaron pacas con excremento de llama. Semejante burla los indignó y devolvieron a su comitiva con las manos cortadas. Ante tremenda reacción acataron su mandato y enviaron a Qosqo hermosos vasos de madera tallada llamados keros y prendas finamente tejidas.
La dificultad para llegar hasta el lugar les dio una cierta libertad en los siglos siguientes. En el que acaba de pasar resultaron incorporados a la hacienda de don Luis Angel Yábar, gran catalogador de papas, quien tenía un famoso huerto al que puso el nombre de “Manicomio Azul”. Lo hizo por sus audaces injertos en sus árboles frutales que daban especímenes de aromas y sabores alucinantes. En tiempo de lluvias los q’eros tenían la obligación de bajar a su casa hacienda de Paucartambo para reforzar el muro del “huerto enloquecido” que daba al río Llavero. Al abusivo señor, que les cortó su larga trenza, signo de su estirpe inka, nunca le importó que sus enfurecidas aguas se llevaran a más de uno o dos por cada vez.

Foto de José Alvarez Blas en Q´ero
En 1958 el gobierno de Manuel Prado expropió Q’ero y se los dio a petición de Oscar Núñez del Prado, Carlos Monge Medrano, Pedro Beltrán y Luis E. Valcárcel, personajes muy ilustres. Sus comunidades de Chuwa Chuwa, Q’ero y Puskero prefirieron desde entonces aislarse. Sus chozas, solitarias, enquistadas en la cordillera, con un jirón de siglos clavado en todo lo alto resumen en las fotos de José Alvarez Blas la historia prodigiosa y formidable de este pueblo, que conserva frescas y vivas sus raíces.

Alfonsina Barrionuevo


2 comentarios:

  1. que excelente relato fascinante todos los peruanos debemos de recorrer nuestro peru y valorar lo hermozo de nuestro pasado historico

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  2. que excelente relato fascinante todos los peruanos debemos de recorrer nuestro peru y valorar lo hermozo de nuestro pasado historico

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