LOS Q’EROS, HIJOS DE LA LUZ
El día en que José Alvarez Blas me dijo que viajaría a Qosqo para visitar a los q’eros, a más de
A esa altura el corazón parece un
cóndor enjaulado. Sin embargo, valió la riesgosa experiencia para el notable médico y fotógrafo, porque gracias a ella logró capturar con su
cámara el toque mágico que cubre a Q’ero, sus paisajes y su gente. Una aventura
fascinante desde que se entra a la azulada cadena de cuchillas del Waman Qaqa y
se continúa sucesivamente por T’iobamba, Q’ero Paskana y Kulis Phausi. Más
adelante, siguiendo el curso del bramante Sunturmayu se asiste a su encuentro con el
Willkamayu, río sagrado, para alcanzar el valle glaciar del Willka Yunka que se abre en círculo de
elevados picos que es preciso tramontar para alcanzar el desafiante Waman Ripa,
su Apu de nieves perpetuas y cerros escarpados.
La impresión al vencer su accidentada
orografía es tan real que se puede asistir, gracias a su arte, deshojando el tiempo a la inversa, a un grandioso
espectáculo del pasado, cuando la tierra estaba débilmente iluminada por la
luna. Contemplar al astro nocturno
detenido en un harapiento mar hollín, mientras abajo se mueven los ñaupa machu, unas poderosas
criaturas de colosal estatura, que hacen girar las rocas a voluntad y las
disparan convirtiendo las montañas en llanuras.
Ruwal, el espíritu creador,
caudillo de los Apus, quiso aumentar su poder, pero, los altivos ñaupa lo
desdeñaron. Irritado por su soberbia Ruwal creó “una estrella brillante”, el
sol, y ordenó su salida. Casi ciegos por la luz se refugiaron en sus cuevas. El
astro rey los deshidrató y fueron muriendo con sus carnes adheridas a los
huesos. Algunos lograron sobrevivir. Son los soq’as que salen de sus cuevas cuando
se pone el sol o hay luna nueva.
Foto: José Alvarez Blas en Q´ero |
Al marchitarse la tierra los Apus
crearon a Inkari y Qollari, un hombre y una mujer. El primero recibió una
barreta de oro y la segunda una rueca, símbolos de poder y laboriosidad. Inkari
debía arrojar la barreta y fundar la capital de un imperio donde se hundiera.
La primera vez cayó mal. La segunda, se clavó oblicua entre un conjunto de
montañas negras y un río. Allí fundó Q’ero y quiso quedarse porque le tomó
cariño.
Los espíritus de los cerros le
obligaron a cumplir su mandato permitiendo que los ñaupa cobraran vida. Los
hijos de la oscuridad hicieron rodar enormes bloques de piedra hacia el pueblo
para destruirlo. Como no quería perderlo Inkari huyó hacia la región del
Titiqaqa. Se quedó un poco para meditar y caminó hacia el norte lanzando la
barreta por tercera vez, desde la cumbre de La Raya, y se clavó vertical en el
centro de un valle donde fundó Qosqo.
Los q’ero vivieron un tiempo
tranquilos, en su extraño mundo poblado de leyendas, hablando con sus montañas,
conservando antiquísimos ritos y costumbres, aprendiendo a danzar con los kios,
pájaros míticos de altas patas que se mezclaban con ellos, mientras los
descarnados ñaupa esperaban en las oquedades que se apagara el sol. Un mundo
donde el día dura cinco horas, -de las siete a las once de la mañana-, en que
un manto de oscuridad lo envuelve.
Cuando los Inkas iniciaron su expansión pidieron a los
q’eros que rindieran un tributo anual y estos le mandaron pacas con excremento
de llama. Semejante burla los indignó y devolvieron a su comitiva con las manos
cortadas. Ante tremenda reacción acataron su mandato y enviaron a Qosqo hermosos
vasos de madera tallada llamados keros y prendas finamente tejidas.
La dificultad para llegar hasta
el lugar les dio una cierta libertad en los siglos siguientes. En el que acaba
de pasar resultaron incorporados a la hacienda de don Luis Angel Yábar, gran
catalogador de papas, quien tenía un famoso huerto al que puso el nombre de
“Manicomio Azul”. Lo hizo por sus audaces injertos en sus árboles frutales que
daban especímenes de aromas y sabores alucinantes. En tiempo de lluvias los
q’eros tenían la obligación de bajar a su casa hacienda de Paucartambo para reforzar
el muro del “huerto enloquecido” que daba al río Llavero. Al abusivo señor, que
les cortó su larga trenza, signo de su estirpe inka, nunca le importó que sus enfurecidas aguas se
llevaran a más de uno o dos por cada vez.
Foto de José Alvarez Blas en Q´ero |
En 1958 el gobierno de Manuel
Prado expropió Q’ero y se los dio a petición de Oscar Núñez del Prado, Carlos
Monge Medrano, Pedro Beltrán y Luis E. Valcárcel, personajes muy ilustres. Sus
comunidades de Chuwa Chuwa, Q’ero y Puskero prefirieron desde entonces
aislarse. Sus chozas, solitarias, enquistadas en la cordillera, con un jirón de
siglos clavado en todo lo alto resumen en las fotos de José Alvarez Blas la
historia prodigiosa y formidable de este pueblo, que conserva frescas y vivas
sus raíces.
Alfonsina Barrionuevo
que excelente relato fascinante todos los peruanos debemos de recorrer nuestro peru y valorar lo hermozo de nuestro pasado historico
ResponderBorrarque excelente relato fascinante todos los peruanos debemos de recorrer nuestro peru y valorar lo hermozo de nuestro pasado historico
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