domingo, 26 de noviembre de 2017

KUKULI Y SUS SUEÑOS DE COLORES

Si existiera la personificación de las estaciones creo que la primavera podría ser como las pensó Kukuli a los doce años de edad. Me parecían lindas, frágiles, de otra dimensión. Creo que las intuyo porque en la mayoría de nuestras provincias sólo se perciben el verano y el invierno. No me entusiasma ninguna de estas El invierno demasiado frío, el verano demasiado caluroso. Me gusta la primavera cuando llena todo de verdor y los pájaros cantan sus endechas más dulces. También el otoño cuando las hojas de los árboles se ponen amarillas y caen. No sé si Kukuli las ve ahora así en Filadelfia. Se lo preguntaré. Estoy haciendo esta retrospectiva de su arte porque quiero que la conozcan y como fue cambiando a través de los años hasta ahora en que es una artista  total.



CUSCO EN LOS ANILLOS DEL TIEMPO

En dos capítulos más terminaré esta especie de resumen de mi libro para que rememoren cómo se pensaba a mediados del siglo pasado, los que vienen de entonces  o burilen una sonrisa en su rostro  los que abrieron los ojos en sus últimos lustros. Una de las costumbres salvajes que quedan es el maltrato a la mujer que dura miles de años desde el tiempo de las cavernas.
Seguimos con la novela.

Mi primo hermano Américo me esperaba pacientemente, sentado en el vano de la puerta de la casa de Santo Domingo.
-¡Hola, qué alegría me da verte! -lo saludé con entusiasmo.
-¿Cómo estás, Eliza? Mi mamá Victoria te envía esta canastita con capulíes.
-Entra, -le dije sin pensarlo dos veces.
La casa estaba como antes. Había olor a jazmines que venía de una plantita chica que no la dejaban crecer para que no trepara. Al fondo la señora Ruth cerraba la despensa de quesos.
-Pasa, Américo, vamos a tomar té.
La visión que yo esperaba con afán se había producido al fin. Fue por Américo que vino de Andahuaylillas.
Volví los ojos y me sorprendió. Ya no estaba.
-¡Américo! -desesperada corrí a la puerta y miré a ambos lado de la calle. Ni rastro del chiquillo ni de la cesta de capulíes negros y jugosos.
Sólo me aguardaba la gelidez del hostal. Antes de entrar miré hacia el portón del convento de Santo Domingo y vi al padre Miguel. Agité la mano saludándolo y él hizo lo mismo. Confieso que no tuve miedo pero me chocó. Bajaba hacia la avenida Sol y se desvaneció en el aire.
Me dije entonces que aquello debía terminar. Así o de otra manera. Estaba en una encrucijada que me creaba diferentes sentimientos, pena, miedo, ansiedad, una preocupación al sentir que me iba creciendo las ganas de quedarme en nuestro Cusco de antes. Tenía serios compromisos en Lima, pero aquello que pasaba era fascinante. El problema radicaba en tomar una decisión. Dar un salto atrás de muchos años o volver a mi realidad. Cuando se trepa un cerro se llega a su cima. Qué glorioso sería quedarse arriba por mucho tiempo, disfrutando del paisaje, del aire puro, de la libertad. Sin embargo hay que bajar. A medida que volaban las hojas del calendario mi espacio se iba reduciendo, sin una ventana para escapar. ¿Tenía derecho a quedarme?. Las dudas me corroían igualmente. Me puse a meditar en mi cuarto y caí en cuenta que no sólo cambiaría mi futuro sino el de una enorme cantidad de personas relacionadas conmigo. Era cuestión de elegir lo que yo creyera que más me convenía ¿Valía la pena?. ¿Debía importarme la dureza de las calles de Lima?. Para mí Sebastián Salazar Bondy tenía razón cuando escribió "Lima, la Horrible". Una ciudad que con los años era peor, caótica, sin identidad, sin oportunidades. Yo me engañaba. Mi drama no estaba fuera, más bien lo llevaba dentro. Era yo quien quería apartarme de la vida vivida y a pesar de mi tribulación aprovechar la coyuntura que se presentaba. Volver a vivir y cambiar mi futuro sin cometer equivocaciones.
 En la tarde siguiente fui a recoger un blazer azul que me gustaba mucho a la lavandería y las vi.
  -Eliza, ¿tienes tiempo?,¿Por qué no vamos a San Blas? -pidió Adita. Hay un artista, don Antonio de Paucartambo, que hace Niños Dios con ojitos de vidrio, paladar de espejo y dientes blanquísimos de leche  que recorta de la pluma de los cóndores. ¿Es cierto que tienen almita de oro?.
Imagen relacionada-Las antiguas matronas entregaban a los escultores del Niño onzas de oro o algunas joyas para que las incrustaran en su cuerpo de maguey y fueran más valiosos. Si quieres uno así tendría que hacerlo de encargo.
-No es necesario. Vamos ya -le secundó Luisa. -Quiero saber cuánto cuesta un Niño Dios para regalarle a mi mamá en Navidad.
No me quedó más remedio que ir. La calle Choqechaka está casi igual, salvo los arcos del fondo que los han cambiado, pero ni se ven.
 -Eliza, cuánta cosa para vender. Qué extraño, ¿eh?.
-Los turistas han cambiado muchas cosas. La demanda ha creado un mercado nuevo.
-Eliza, esta piedra en media calle, a la salida de Hatun Rumiyoq, no estaba.
-Será para que no entren los carros que no respetan nada. ¿No ves que es muy estrecha?.  A los choferes que bajan con sus autos por la Cuesta de San Blas cuánto les gustaría seguir de frente hasta la Plaza.
Allá en medio veo un muro alto de piedras ciclópeas con un toque verde. Nunca las había visto. Se ven imponentes. ¡Vamos para observarlas mejor!
-¿Si lo hacemos creen que tendremos tiempo para ir donde el maestro Olave?.
-Un momento nada más, Eliza.
-El muro da vuelta al pasaje. ¡Ya sé, era el palacio de un Inka!
-Tienes razón y no me miren de esa manera. A mí me encanta la historia.
-Señorita, si usted mira para el otro lado verá la figura de la ciudad puma, -intervino una señora que  allí tenía su tienda de souvenirs.
-¿Ciudad Puma?, ¿qué es la ciudad puma?
- Cusco tenía la forma de un puma y aquí se ve claramente, señorita. Si quiere le vendo una copia en papel.
-¿Qué te parece, Eliza?
Muy bajito, para que sólo ella me escuchara le dije que esa mujer tenía más o menos la razón, pero otra cosa era comprar su papel mal dibujado.
 -Es cierto -continué en voz alta- Cusco tiene la forma de un puma. La Plaza de Armas es su ombligo de donde partían los caminos como cordones umbilicales  a los cuatro suyos, el río Tullumayo corre acariciando sus vértebras con sus manos de agua. La calle Pumak'urku es su grueso cuello, Saqsaywaman su cabeza con sus murallas en zigzag que representan la fiereza de sus colmillos, Pumaqchupan donde está uno de los  templos de la Pachamama es su cola y sus zarpas se apoyan en el río Saphy. ¿Contenta?
-Sí. No sabía todo eso.
Tampoco que yo lo escribiría más tarde en una entrevista al doctor Manuel Chávez Ballón  quien me habló de Pachakuteq. El inka urbanista le dio al Cusco ese diseño para que fuera por sí misma una ciudad sagrada. Los pueblos prehispánicos respetaban al puma por su poder y su aspecto imponente. Había también la creencia de que era un puma celestial el que enviaba la lluvia.
-Bonita calle, ¿no?  ¿Y esas tiendas del frente?
-Serán del Arzobispo -comenté apurada.
           -No. Estás mal, Eliza. Serán de la Universidad. ¿No te das cuenta que están al costado de una casa que le pertenece?.
-Claro. Ahora tú sabes más que yo.
-Bueno, vamos a subir la Cuesta. Sería atinado comprar otro tamalito por ahí para que no te canses. Estás muy flaca.
-No te preocupes. Así soy yo. Una espina que… ya florecerá.
-Pensé que ibas a decir una espina de pescado.
-No, chica. Tú no entiendes de poesía. ¿Me siento como quien da pasteles a los…
-¡Chanchos! –Luisa se echó a reír.
Antes había bodegas con señoras de faldas largas que vendían pan recién salido del horno, rosquillas, maicillos y caramelos. En la puerta, sobre braseros, tenían pavitas cantoras o sea teteras arrojando vapor en las madrugadas y también al atardecer. El frío muerde  los huesos y los señores se calentaban tomando té y su pan de Huaro con una rebanada de queso o jamón. Si querían sentir fuego corriendo por las arterias pedían a las vendedoras una cabeceadita o dos con una copa de pisco, que era pequeña.
Las vi mirar de un lado a otro. Todas eran tiendas de artesanías, con cientos de Niños Dios echados, sentados, con traje de contradanza, marcos tallados, tapices, bolsas y chalecos de tejidos andinos, en fin una variedad para satisfacer al más exigente. Me preparaba para la consabida llamada de atención cuando Luisa se acordó de la Quinta Eulalia.
-Eliza, ¿has ido alguna vez a la Quinta Eulalia que está allá arriba? Desde aquí se ven sus balcones verdes.
-No. Mi papá viene poco a Cusco y no hay tiempo. Sé que van familias. La comida que sirven, según dicen, es muy buena. Un tamal, un chairito, unos chicharrones, un costillar, una malaya, olluquito con charqui. Se me hace agua la boca.
-Estuvimos en el cumpleaños de mi tía. Su esposo contrató todos los ambientes y vimos jugar sapo. ¿Has visto cómo se juega?
-Nunca.
Era verdad porque el primer juego de sapo lo vi mucho después y recordé a mi amiga.
-En una mesa de madera ponen un sapo de bronce con la boca abierta y arrojan unas fichas de cobre. Pueden caer en unos huecos o en la boca del sapo si el jugador es diestro. Son diez fichas y se cuentan los aciertos que tienen un valor de veinte a cien. Si entra en la boca del sapo vale mil. ¿Te imaginas?
-Nunca he visto un sapo de esos. Pero, ya estamos en San Blas.
-¿Le rezamos a la Virgen?...

Alfonsina Barrionuevo
           

domingo, 19 de noviembre de 2017


KUKULI Y SUS SUEÑOS DE COLORES

A los 12 años de edad Kukuli decía que no le gustaba copiar la realidad. Por eso sus vikuñas se fueron estilizando cada vez más. En sus alas de encaje escribió  la palabra amor. Un día le pidieron que dibujara la costa, la sierra y la amazonía. Ella lo hizo a su manera. La costa era una vikuña con el mar en su cuerpo, lo mismo la sierra con sus cerros y la selva con árboles y flores.




CUSCO EN LOS ANILLOS DEL TIEMPO

          -Eliza, ¿cómo estás? -me saludó el amigo de mi hermano.
          -Hola Abel, estoy bien, ¿y tú?
          -Con ganas de verte, cada día más guapa.
          -Gracias por la flor, ¿vas a tu clase?
          -No es un piropo, es la verdad. Si, voy a enseñar literatura. Ha pasado el tiempo y ahora soy profesor.
          -Que te vaya bien, -lo despedí al ver que venían Luisa y Adita.
          Se alejaba cuando llegaron apuradas.
-Oye, ese es Abel, ¿verdad? –comentó Adita.
-Sí, pero vamos. Se nos hace tarde y tengo que cambiarme. ¿Me ayudan a sacar mi falda que está debajo del colchón..
          -Sí. -Y me quedé callada. Adita lo vió como en nuestros tiempos de colegio. ¿Comenzaba a pasar algo?   -Bueno, ¿me ayudan?      

Resultado de imagen para casona santo domingo cuscoLevanté la esquina del colchón asombrada de que estuviera allí y ellas tiraron de mi falda azul. Todas la plisábamos de la misma manera, desde el sábado, después de limpiarla. Nos complicaba el día coser los pliegues y pasar por encima una plancha caliente de carbón. Pesaba y había que prenderla con un cabito de vela. A veces la dejábamos en la puerta del cuarto para que el viento la atizara. 
Ellas se pusieron de espaldas y me coloqué rápidamente la blusa, la falda, la corbata y la capa.
          -¡Lista, vamos!
          Y me olvidé de escudriñar mi cuarto como era mi deseo. Sólo vi la punta de la colcha, del colchón y las tablas de la cama. Una oportunidad que nunca más iba a tener. Pero, en ese momento era la otra Eliza y me comporté como ella.
          En el camino encontramos a las mercedarias. Tenían un traje marinerito. La capa nos gustaba más. En los desfiles la lucíamos. Recuerdo a Matilde que estaba sólo en Segundo de Media y sin embargo fue la brigadier general y llevó al colegio en el desfile de las Fiestas Patrias. Estuvo linda con la capa de seda y los lazos dorados que iban de la derecha a la izquierda sobre su pecho. Fue la última vez que la vimos. Decían que la habían casado. Así disponían los padres de nosotras. Fue una brigadier de lujo. Buena talla, esbelta y unos ojos con estrellas verdes en el fondo. ¿Habrá sido feliz en su matrimonio o fue otra suma de violaciones legales?
          Todo pareció muy natural. De pronto caí en cuenta. ¿Cómo estaba allí mi cama y debajo mi falda que ambas me ayudaron a sacar?
          No hubo tiempo de seguir pensando. A ellas les faltaba ruedas en los pies para llegar pronto y a mí también. A las ocho en punto cerraban las puertas del colegio y si llegábamos tarde nos quedaríamos fuera. Finalmente corrimos por Pampa del Castillo y la calle Arequipa. Llegamos sofocadas pero sonrientes. A nuestras espaldas Juan, el portero cerró la puerta. Después la abriría y cerraría la reja. Los profesores, los mejores que tuvimos, entraban para la primera clase. También los proveedores de las monjas y de vez en cuando algún padre de familia.
          De pronto me vi fuera con ropa de vestir. Se me acercó Teresa. Vivía a dos medias cuadras de mi casa. Más o menos por la mitad de Pampa del Castillo. En una casa señorial, con dos escaleras que se daban frente, una pileta al medio, muchas flores en el gran jardín y en la parte alta, como se acostumbraba, el comedor entre varias columnas, todo cerrado con ventanas de cristales que permitían ver, sin que se notara, quién entraba. 
          Solía decir que era nieta de don Serapio que fue presidente del Perú y no le creíamos. Mucho después le di la razón. Había un Serapio cusqueño que lució la banda presidencial y  realmente era su bisabuelo. Aunque nosotras no le creíamos  ella se sentía muy orgullosa del antepasado que conoció sólo de oídas.
            -He visto pasar  al cabezón, el quimiquito, que fue nuestro profesor.  Recuerdas que al preguntar sobre algún elemento de la tabla de Mendeleyeff Ridberg Sas, respondiéramos bien o mal, terminaba diciendo: Bueno, señorita, asientito nomás.
          -Esa es historia blanca. Cómo gozábamos cuando tuvimos que poner en el examen las equivalencias de los elementos y parte de las compañeras las copiaron en sus piernas. Se volvió loco. Daba la media vuelta y alguna se levantaba la falda para leer lo que había escrito. Se daba cuenta y a zancadas se acercaba y se veía burlado cuando ella se bajaba la falda con una mirada de reproche y a veces con una pregunta desafiante.
          -¿Algo se le ha perdido, profesor? ¿Lo ayudo?
          Y no podía pedirle que se levantara la falda. Todas le hubiéramos silbado. Sólo una vez se atrevió con Giorgia.
          -A ver señorita.
          -¿Qué cosa profesor?- .contestó muy oronda.
          -¿Qué tiene ahí?
          -¿Quiere que le muestre mi pierna?
          -No. Quiero ver lo que tiene escrito.
          Coquetamente la muy sabida levantó la esquina del otro lado que la tenía cruzada y lo miró sacando la lengua para humedecerse los labios. El pobre profesor no vio nada como era lógico y apenas se volvió escuchó las agresivas  risas de su grupo.
          -Las piernas de Giorgia son buenas, profesor. – No son como las mías y le mostró una de las suyas con un arrojo que no hubiéramos tenido nosotras.
Ya era mayorcita.
-¿Quiere ver las nuestras?- preguntó a sus espaldas el salón.
          El pobre nos hubiera querido fulminar con una respuesta fuerte pero éramos señoritas. No se podía quejar a la madre porque sería motivar un embrollo donde hubiera salido perdiendo por no hacerse respetar como debía ser por el alumnado.  Enfurruñado estuvo caminando todo el tiempo por los pasadizos entre nuestras carpetas y con eso impidió más plagios. A Giorgia la jaló y ella tampoco pudo reclamar. 
          Nuestro grupo jamás tuvo un rojo. Ni siquiera con la madre Federica encargada de enseñarnos economía doméstica. ¿En qué consistía? En tejer y bordar. Nunca terminamos un ropón ni un polko de bebé. Tampoco llegamos a bordar sábanas.   
            A la hora del examen estábamos seguras que tendríamos un cero redondo sin solución. Habría que ir al colegio en vacaciones y recibir la protesta de mi mamá porque tendría que pagar media mensualidad por no haber prestado atención al curso de labores.
No llegaba a suceder porque la madre Federica, como un ángel vestido de negro, aparecía con sus colchas tejidas y sus manteles bordados.
- ¡Tomen chicas y para el próximo año trabajen! -recomendaba mientras nos repartía los suyos. Bendita madre, era gruñona y sin embargo nos quería. No podía ser de otro modo.
          De pronto también aparecieron las chicas y el colegio se borró. La puerta estaba cerrada y vestían como yo traje de calle, sin uniforme.
          -Eliza, ¿qué es esto? ¿No estábamos en el colegio? ¿Adónde se fue?-, se alarmó Adita como siempre.
          -Me preguntas y yo tampoco tengo explicación o hicimos alguna travesura y nos sacaron.
          -¿Y esa fuente, Eliza, frente a la iglesia de Santa Catalina?
          -A mí no me pregunten, cuando entramos al colegio no estaba allí.
          -Es bonita, aunque los animales de bronce no corresponden a nuestra realidad, -dijo tranquilamente Luisa. -El puma sí, pero los otros no me gustan. ¿Y esa librería? Vaya que es grande.
Sus exclamaciones al encontrar libros sobre Cusco, Machupiqchu y Puno escritos en inglés y con muchas fotografías en colores. Me hice a un lado para que no me viera el librero que me conocía.
          -¿Eliza, por qué hay tanto libro en inglés?
          -Ustedes no terminan de entender y yo me estoy cansando. Con los turistas que están viniendo tiene que haber libros en su idioma. Es un negocio bueno para la gente que escribe sobre esos temas. ¿Por qué no vamos a ver si las monjas siguen vendiendo los dulces de almendra?, - propuse para pasar el rato.
          -Tienes razón, vamos. Me han gustado esos libros con buenas fotografías, pero no entiendo lo que dicen en sus carátulas. ¿No escriben en qechwa?    
         -Adita, ¿nos estás tomando el pelo o qué pasa? ¿Quién los leería con el desprecio que sienten las personas mayores por el runa simi, el idioma de la gente de los pueblos?.¿Es más, quién los publicaría cuando está prohibido hablarlo por las familias que tienen plata y creen que hay un español colgado aunque sea de la última rama de su árbol genealógico? Es cuestión de mentalidad. Nunca cambiarán y se pierden las simpáticas historias que me contaron cuando yo era niña. ¿Recuerdan a Wayra el viento que sale en agosto y los chicos arman entonces sus cometas para que las haga volar en Saqsaywaman?.
         
          -Y también mankap’aki, el viento niño que hace sus ollitas en las playas de los ríos?
          -¿Y el viento mujer que pasa entre los maizales?
          -¿Y el viento joven que va volteando las piedrecillas a la orilla de los ríos?.
          -Bueno, ¡déjense ya de tanto viento! –reclamó Luisa-. Quiero los dulces de almendra…..

Alfonsina Barrionuevo

domingo, 12 de noviembre de 2017

KUKULI Y SUS SUEÑOS DE COLORES 
Un ave mágica del paraíso. A Kukuli le gustaba sorprenderme. Su cabeza está a la izquierda. Ella oculta su pico debajo del ala. Las caudas de su cola son enormes, como las pudo ver en el zoo de su imaginación. Guardo slides de sus dibujos que fui fotografiando a medida que los hacía. No están todos, pero dan una idea de sus etapas. Al cabo espero poner algunas piezas de cerámica de su próxima exposición del Corpus de Qosqo.   


EL CORPUS EN LOS ANILLOS DE QOSQO

-… les cuento que me gusta escuchar las historias de la gente en la cocina, calientita por el fogón que se alimenta con bosta...
          -¿Qué cosa es la bosta? ¿Una clase de leña?-, preguntó Luisa.
          -La bosta, para que sepas, son los desechos deshidratados de las tripas de las vacas y los caballos. Se usan para cocinar a cuatro mil metros de altura.
          -A ver, repite- preguntó Adita, entre risas.
          -No sé que tienen de raro esos desechos deshidratados…
          -Eliza, di simplemente estiércol y te entenderé. Si quieres puedes agregar estiércol deshidratado y no me voy a sentir incómoda.         
-¿Así que en esos lugares se cocina con bosta? -agregó Luisa.
          -Por supuesto. No hay leña. Sólo algunos qollis y qewñas que nadie se atrevería a cortar.         
-¿Y la comida  huele a bosta?
          -Ya ves, tenías que decirlo. ¡Claro que no! Si quieres comer con gusto tu lengua de suegra  piensa en otra cosa- le respondí.
          -Tienes razón. Vamos por un vaso de leche con ese delicioso pastel.……
Subíamos  hacia la calle Nueva cuando pasó un ómnibus de lujo.
Ambas abrieron los ojos y luego vino la consabida pregunta como si yo fuera una guía del futuro.
-¿De dónde salió ese carro, Eliza?  Es el primero que vemos en nuestra vida. ¿Por qué está aquí?
-Es el ómnibus que lleva a los turistas a la Estación de San Pedro. ¿Pasa y repasa y ustedes están en la panpa?-, repliqué con indiferencia apresurando el paso.
-Es nuevo y  se ve requetebién. Me gustaría subir.
-Tendrías que ir a Machupiqchu. Es sólo para los pasajeros. Me han dicho que tiene asientos de terciopelo y una elegancia que apabulla. Te sientes asorochada.
-¿De dónde sacaste esa palabra? ¿Cómo es sentirse asorochada, te refieres al soroche que afecta a la gente de la costa?
-Más o menos, como mareada de ver tanto lujo. Compara no más entre ese ómnibus y nuestro Tayankani.
 -Yo lo quiero al Tayankani porque no tengo que caminar y aunque entren las señoras del campo con sus gallinas, sus cuyes y sus flores con ruda, estoy acostumbrada. Claro, que no nos sentirnos menos. Algún día iremos a Machupiqchu como pasajeras de primera clase. Por ahora tenemos nuestra limusina de veinticuatro asientos.
-¿Qué limusina?
-En una novela de Delly dicen que había un jeque del Sahara que se mandó hacer un automóvil con doce asientos para llevar a todas sus esposas.
-¡Ja, ja, ja!, ya te comprendemos Eliza. Así que te vas a Andahuaylillas en tu limusina de veinticuatro asientos, el Tayankani. ¿Y el jeque?
-¿Quién quiere un jeque viejo aunque esté bañado de oro?
 -¡Ay Eliza, nos gusta la forma con que tomas la vida! Te diviertes y nos entretienes.
 -Es que esa plata de los turistas patina con los contrastes.
 -¿Cómo es eso?
            -Llegan en el ómnibus moderno a la estación y el tren, en cambio, es un vejete. Alguna vez tendrá coches de lujo. Por ahora  sube despacio las curvas del cerro de Piqchu con sus vagones achacosos. Va de una curva a otra y resopla para entrar a la siguiente. Le llaman la Teterita de Latorre.
-¿Sabes muchas cosas, Eliza? ¿Por qué es la Teterita de Latorre?.
-Porque colocó sus rieles un señor Latorre y Teterita porque va echando vapor como las pavas de te piteado.
-Si este año saco buenas notas pediré un viaje a Machupiqchu como premio -aseguró Luisa.
-Y yo, -le siguió Adita.
Me abstuve de desear lo mismo. Ir a Machupiqchu era un sueño que costaba mucho y era mejor ser realista. Llegaría el día en que también podría conocer el santuario y así fue. Viajé en vagón y también me di el gusto de ir a pie, caminando cuatro días por el Camino Inka, haciendo ch’allas de flores y collares de Apus, es decir saludando a los espíritus tutelares de los cerros circunvecinos, para admirarlo desde el Inti Punku, “la puerta del sol”. ¡Aquello era sentirse remecida hasta los tuétanos! La impresión se completaba con las cumbres circundantes del Putukusi, el Kutija y otros cerros cubiertos de fronda; los árboles como crespitos y abajo el sagrado Willkamayu, el río que nace de una lágrima solar.
-Bueno, nos vamos a la casa. Nos vemos, Eliza, -dijo Adita..
-Yo iré a comprar un pan de Oropesa de cebada, ligeramente amargo, y me compraré una chancaca para no sentir su sabor. Es que se trata de un pan gordito con harta miga  que quita el hambre.
La tarde comenzaba a caer y perdía su color dorado. Estaba nuevamente en el presente y volví al hostal. Muy en el fondo mi preocupación iba en aumento. Viajé a Cusco por unos días y ya no sabía cuántos estaba después de mi encuentro con las chicas. Tenía que volver a mi trabajo en Lima pero no podía desprenderme de ellas. En los intermedios hacía mis tareas normales. Hasta que el sol nimbaba las cortinas del aire. Entonces aparecían y me variaban todos mis planes, como pasar vertiginosamente del presente al pasado y viceversa. En el fondo me gustaba vivir nuevamente los tiempos de colegio. Pero, ¿hasta cuándo? Entonces sentía una ráfaga helada que me atravesaba desde la cabeza, pasando por mi columna vertebral hasta los pies.
¿Y las chicas?
Las vi correr con la capa encima de los hombros. Chicas locas. Era la Entrada del Corpus y corrimos para ver entrar a la Catedral a los últimos santos.
-¡La que llega al último es un quelonio...!
-¿Cómo?
- Una tortuga...
Olvidábamos a las demás, a todo el mundo, y corríamos para ver pasar a la Virgen de Belén. Sus pesadas andas de plata labrada hacían trastabillar a los cargadores, que amarraban bien fuerte su q'epe a la espalda para ayudarse a  sostener sus gruesos  soportes.
            Aunque llegaba desde su iglesia en traje de diario ya se veían algunas joyas entre sus cabellos, las famosas agujetas de perlas. El pueblo amaba a la Mamita. Ella alejó la peste del Cusco por el siglo XVIII y hacía llover cuando amenazaba la sequía. Apareció flotando en el mar, frente al presidio del Piti Piti en el Callao, con una carta encima de su caja  que decía: "Para el Cusco".
El día de la entrada jas monjas ignoraban nuestras súplicas y no nos dejaban salir un poco antes. Jugaban con nuestras ansias.
-Orden señoritas -mandaba la madre Sacro-. No pueden seguir la procesión con el uniforme. Si quieren ir  vayan a cambiarse primero.
Mientras tanto la procesión se acabaría. Ella se las sabía todas, pero veríamos a las últimas señoras celestiales. La gracia estaba en alcanzarlas y por eso cuando se abría la puerta del colegio salíamos en una estampida incontenible hacia la esquina de la calle angosta de Santa Catalina.


Al día siguiente las parroquias se afanaban y ufanaban para sacar lo mejor que podían a sus santas patronas y patrones. A la cabeza marchaba San Antonio Abad, que dió su nombre a la universidad. Los agricultores le llaman con respeto el santo qollana, porque encabeza el desfile como “capitán” de las faenas del campo. San Jerónimo que llega con su tremendo sombrero rojo en carro por la distancia. San Blas, el patrón de los artistas populares con sus guantes rojos, yawar maki "manos de sangre" porque hace siglos apoyó a unos guerrilleros que ayudaron a sus devotos a defender sus minas de sal. Sus monaguillos nos daban siempre risa. San José muy serio, llevando de la manita al Niño Dios que lo mira como pidiendo un dulce, y no sabíamos cómo darle uno de almendra. San Cristóbal, el gigante que hacía pasar el caudaloso río de Lizia a los viajeros de una ribera a otra, lleva al Niño Dios sentado en el brazo. Según una historia éste le rogó que lo hiciera criuzar y de pronto comenzó a pesar mucho. Cuándo le preguntó qué pasaba el Niño le contestó sonriente: “¿No ves que cargo el mundo?  El Patrón Santiago va a caballo, con su espada levantada para contener a un pobre diablo que sostiene con una mano la panza de su caballo. San Sebastián nos conquistaba porque parecía recién salido de la chacra. En su árbol de molle al que estaba amarrado sus devotos colocaban loritos que hacían ¡cheerrr! en cada movida de anda. San Pedro, el santo portero del cielo que sale de una iglesia de piedra, nos conmovía por su evangélica pobreza. Siempre nos llamaba la atención las walkas, collares de papas, que llevaba la chaposita Santa Bárbara Doncella, adornando su anda. Santa Ana que que concibió  a la Virgen cuando tenía  edad para ser su  abuela. La veíamos vieja y un poco  agriada por los años. En cambio queríamos a La Purificada, de un rostro precioso, que mirábamos con arrobo. Cómo no querer a la Virgen de la Almudena, obra del maestro escultor Tuyru Tupa Inka, que parece una ñust’a imperial. Afirmaban que su esposa, también de la nobleza imka, fue su modelo.  

Resultado de imagen para corpus en cusco-¡Eliza, de dónde salió esa Virgen chiquita que es una preciosura! – Susurró alguien a mi lado. Era Adita que estaba con Luisa.
-Chicas, vayan un poco más despacio. Están gastando mi nombre. Esa imagen que tiene unas andas divinas es la Virgen de los Remedios que sale de Santa Catalina. Ya la están rodeándola los conjuntos de bailarines de la diablada que llegan desde Puno para acompañarla porque son sus devotos.
-Te pasas, Eliza, con esas historias.  A lo mejor nos resultas escribiente.
-Escritora.
-Da lo mismo.
 La Inmaculada Concepción, dueña y señora  de la Catedral, es la última en salir y cierra la procesión del Santísimo. Se llama la Linda desde hace siglos. ¿No les parece que es linda?

-Sí, y vamos en busca de nuestro chiri uchu. ¡Nos veremos Eliza!

Alfonsina Barrionuevo

domingo, 5 de noviembre de 2017


KUKULI Y SUS SUEÑOS DE COLORES

Alguna vez les conté a mis hijas Vida y Kukuli que en los primeros días de noviembre las comunidades del altiplano puneño salían a buscar en los chullpares –cuevas de los roquedales- calaveras de sus ancestros. Las doncellas las colocaban en bandejas de junco, adornaban con flores sus cuencos vacíos y bailaban en su recuerdo. La música siempre está presente en fechas  importantes. No he visto esa danza fúnebre pero me parece un tierno homenaje lleno de vida a los abuelísimos. Cuando Kukuli pintó a los jinetes del Apocalipsis puso a esa muerte vestida con flores como uno de ellos. Me impresionó que recordara mi historia. Muchos otros relatos se fueron grabando en las neuronas de ambas como un legado cultural de una hermosa tierra de Perú. Va aquí para las generaciones de hoy, de ayer y de mañana. 


QOSQO EN LOS ANILLOS DEL TIEMPO 

La ciudad se cubrió de oro solar y su magia sutil me impulsó a caminar sobre los hombros encorvados de la tarde, sin rumbo determinado, doblando sus veredas como servilletas de papel. La luminosidad que la cubría invitaba a recorrer sus calles paso a paso, saboreando recuerdos que me hacían sonreir. Su tibieza envolvió mis hombros como un fino chal cuando comencé a pasear buscando mis huellas como si fuera descalza por un puente de arco iris…
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-¿Qué te pareció la declaración de amor que le hizo media clase al profesor Oscar, de inglés? No sé por qué tiene las mejillas un poco rosadas. Es muy empeñoso y algo se aprende. ¿Le pusiste tu papel?
          -Me dio pena.
-Pero si era un juego y nada más. Como se apoyaba en cada carpeta y el bolsillo de su saco quedaba medio abierto le deslizamos los papelitos. Si hubieras leído algunos te hubieras muerto de risa. Algunas chicas se copiaron versos de poetas conocidos, Amado Nervo, Juan de Dios Peza, Rubén Darío. "Pasarás por mi vida sin saber que pasaste,/ pasarás en silencio por mi amor y al pasar/ el lejano perfume de mi amor imposible/ rozará tus cabellos y jamás lo sabrás." Firmado, Catalina, y ese nombre no figuraba en la lista de la clase, así como los demás. Si nos descubría se hubiera quejado tal vez a la madre Sacro y no sé qué hubiera pasado.
-Pienso que al descubrir los papelitos enrollados se debe haber reído mucho.
-Giorgia fue muy audaz.
-¿Qué le puso?
"-Soy virgen. Quisiera que fueras mi primer amor".
-Eso de "soy virgen" está cursi. El salón era virgen por obligación.
-A su novia no debió gustarle.
-Sabía que no había peligro y deben haberse reído los dos. Ya lo veo rompiendo los papelitos y diciendo: -¡Ah, esas chicas! Para ellas la vida no sería completa sin hacer travesuras.
-¿Imaginaste cómo se verá el profesor calato y sólo con medias y zapatos?
-No. Es muy flaco, ha de verse como un adefesio. Creo que frente a él todas preferimos ser vírgenes.
Foto: Martín Chambi
Miré a Adita y me reí. Todas éramos vírgenes o tal vez Ida no, una compañera con un apellido extraño. Se le había crecido mucho el pecho, que no era nada del otro mundo. Hay chicas muy pechugonas. Pero sus nalgas también grandotas se movían como batanes al caminar. Se decía por ahí que se acostaba con el administrador de la hacienda de su padre. A mí me daba pena porque tenía muy pocas amigas. En su boca de labios gruesos había un rictus de desencanto.

-¿Es importante ser virgen? -les pregunté mientras mordía un alfajor con manjar blanco.
-Claro que sí. Me contaron que años atrás Martín, el hermano mayor de Lourdes, repudió a su esposa porque no la encontró virgen. El escándalo que se armó conmovió al Cusco y fue la comidilla de las familias de clase alta. Al día siguiente de la boda la llevó a casa de sus padres y la devolvió. Ella fue recluida en su hacienda y no se le ha vuelto a ver.
-Qué atraso, ¿no? Es un fanatismo.
-No le faltó razón. Nadie quiere ser segundo.
-¿Y quién te dice que no serás la tercera, la cuarta o la quinta en la vida del novio que te toque? Ellos son libres para correr de aquí para allá con esas mujeres a quienes llaman "de la vida".
-A nosotras nos toca ser doncellas hasta el matrimonio y ser desfloradas por el esposo. ¿Qué significa perder la flor? ¿Vale la pena que te la quite alguno de esos que están parados en las esquinas, con sus ojos de rayos "X"?
-Oí decir que montando caballo al estilo de los hombres se puede perder también la virginidad.
-Hay que tener cuidado, no saltar mucho, no caerse sentada y ahora que han aparecido las bicicletas no subir a ellas. El efecto es como trotar en un caballo.
-¿Y qué hago yo que he montado caballo desde que tenía ocho años de edad, en la hacienda de mi tío Feliciano?
-Bueno, no sabemos qué pasará contigo. ¿Por qué montaste caballo?
-Porque era la única manera de ir hasta la casa de la hacienda en Chumbivilcas. Un día entero sobre el caballo subiendo y bajando cerros.  Aunque siendo una yegua de  paso suave a lo mejor no me rompí nada. Si hubiéramos aprendido anatomía tal vez lo sabríamos. Pero, la madre Sacro no nos dejó.
-Esa monja nos arruinó la vida cuando no dejó que el profesor nos hablara claro del sexo. Hasta ahora estamos como las chiquitas.
-No tanto. Sabemos que las cigüeñas no traen a los niños. Primero porque hacen sus nidos en las chimeneas de las casas de Europa. Segundo porque nunca se ha visto por aquí esas aves patilargas que en los cuentos llevan un bebé rosado colgando de un pañal.
-También que los niños no aparecen debajo de los repollos.
-Ya sabemos que se llevan en la barriga, pero ¿cómo se fabrica un bebé? ¿Cómo nacen?
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*Del libro “Qosqo en los Anillos del Tiempo”.


Alfonsina Barrionuevo
Hay tanto por contar de Raúl que haría falta muchas páginas. En esta ofrenda que le debemos Hernán Velarde y yo quiero recordar a Helme, tocando la puerta de su casa, con el golpe seco que reproducía volteando la guitarra en un silencio sobrecogedor, y luego tras los primeros acordes el grito angustioso de Rosa, la amada infiel.
Con su hermano Nery, que le traía canciones antiguas y nuevas, formaban un dúo inolvidable. Raúl amaba tanto la música del Ande que renunció a su  puesto en el Ministerio de Trabajo. Su decisión significó días duros que Antonieta le ayudó a sobrellevar. En un viaje a México con Chabuca Granda, Acuarelas Peruanas de Rosa Elvira Figueroa y Perú Negro, sorprendió a las audiencias con su arte. Luego vendrían los recitales en Estados Unidos y en Europa. Conservo la última entrevista en PaxTV en la que hablamos de nuestra música y sus caminos. Espero haber acertado en el prólogo que dediqué a su guitarra en uno de sus longplay. 


LA GUITARRA DE RAÚL

La guitarra de Raúl García Zárate  es una guitarra ‘alumbrada’ en Ayacucho, con aroma a tierra, con olor a pueblo, tal vez en el regazo tibio de una iglesia panzona con sayal de estrellas y palomas, bajo un toldo de azules que cubrió su caja con musicas de vientos, cuerdas que amarraban celajes y horizontes y un puquial de canciones en el seno.
Guitarra nacida por segunda vez bajo una estera de soles apretados en un rincón del cielo, bautizada por el primer caminante andino que le regalo su alma para hacerle olvidar su pasado de olés, palmas y batas de cola y darle en cambio el vagido de la qena, el rumor de la pollera y la ternura de su voz exprimida gota a gota en una gigantesca comunion de ríos y montañas.

En los principios de la Colonia fue un palo trinador en manos blancas, palo de tertulia, palo de serenata, alegre palo de mesón cuya madera olía a vinos generosos. Era la expresión fiel de una tradición conservada por siglos, mantenida en las sonoridades de su caja con celo por España. Hasta que un día la guitarra que fue compañera amante del conquistador suavizando su vida embebida en muertes y violencias, amiga del hidalgo que hacía su Perú a costa de los indios, camarada del minero de ojos azules que descansaba en ella su turbia sed por el oro y la plata de un imperio, cayó en la mano callosa del hombre de pueblo, adentrándose en su sangre, es decir, que se puso poncho para aguantar la amanecida y llorar o protestar amores en la soledad de la panpa.

Dónde estaría en ese momento la técnica del  ‘tocaor’ que la había pulsado por siglos, que sabía sus secretos, que palpaba su alma de mujer aprisionada en el madero. El guitarrista de manos astilladas, pelo hirsuto y pupilas trajinadas por los ocasos y las auroras, tuvo que amansarla y dominar sus acordes, y encontrar nuevas claves para que ella se entregara. Y creó distintas maneras de tocar, lo que se llama ‘el comuncha’ del tocador de Cangallo, ‘el temple diablo’ que parece surgido de cábalas y conjuros por lo estremecedor de su acento, ‘el baulín o temple arpa’ y otras variaciones.

Esta es la guitarra de Raúl García Zárate, un artista cuyos kilates no pueden contarse y cuyas raíces se entroncan con lo más puro y lo más genuino de la amorosa tierra de las iglesias. Guitarra andina de cordajes que vibran bajo su mano embrujada. Guitarra de habla qechwa adaptada esta vez a la dulzura del corazón serrano, al silbo madrugador del pichiusito, pequeño gorrión que satura su caja con su canto; a la voz filtrada en cedazo de cantos rodados del yarka aspiy, canción del agua; a la yaulina, confidente de amores y al piripispischa, plantita de la despedida.

Ayacucho vuelve con estas piezas y otras más a su guitarra para descubrir nuevamente la hondura de su alma, el vigor de su acento tomado de la tierra y la ternura de un pueblo que sabe derramarse en música y canciones.

Alfonsina Barrionuevo