domingo, 26 de noviembre de 2017

KUKULI Y SUS SUEÑOS DE COLORES

Si existiera la personificación de las estaciones creo que la primavera podría ser como las pensó Kukuli a los doce años de edad. Me parecían lindas, frágiles, de otra dimensión. Creo que las intuyo porque en la mayoría de nuestras provincias sólo se perciben el verano y el invierno. No me entusiasma ninguna de estas El invierno demasiado frío, el verano demasiado caluroso. Me gusta la primavera cuando llena todo de verdor y los pájaros cantan sus endechas más dulces. También el otoño cuando las hojas de los árboles se ponen amarillas y caen. No sé si Kukuli las ve ahora así en Filadelfia. Se lo preguntaré. Estoy haciendo esta retrospectiva de su arte porque quiero que la conozcan y como fue cambiando a través de los años hasta ahora en que es una artista  total.



CUSCO EN LOS ANILLOS DEL TIEMPO

En dos capítulos más terminaré esta especie de resumen de mi libro para que rememoren cómo se pensaba a mediados del siglo pasado, los que vienen de entonces  o burilen una sonrisa en su rostro  los que abrieron los ojos en sus últimos lustros. Una de las costumbres salvajes que quedan es el maltrato a la mujer que dura miles de años desde el tiempo de las cavernas.
Seguimos con la novela.

Mi primo hermano Américo me esperaba pacientemente, sentado en el vano de la puerta de la casa de Santo Domingo.
-¡Hola, qué alegría me da verte! -lo saludé con entusiasmo.
-¿Cómo estás, Eliza? Mi mamá Victoria te envía esta canastita con capulíes.
-Entra, -le dije sin pensarlo dos veces.
La casa estaba como antes. Había olor a jazmines que venía de una plantita chica que no la dejaban crecer para que no trepara. Al fondo la señora Ruth cerraba la despensa de quesos.
-Pasa, Américo, vamos a tomar té.
La visión que yo esperaba con afán se había producido al fin. Fue por Américo que vino de Andahuaylillas.
Volví los ojos y me sorprendió. Ya no estaba.
-¡Américo! -desesperada corrí a la puerta y miré a ambos lado de la calle. Ni rastro del chiquillo ni de la cesta de capulíes negros y jugosos.
Sólo me aguardaba la gelidez del hostal. Antes de entrar miré hacia el portón del convento de Santo Domingo y vi al padre Miguel. Agité la mano saludándolo y él hizo lo mismo. Confieso que no tuve miedo pero me chocó. Bajaba hacia la avenida Sol y se desvaneció en el aire.
Me dije entonces que aquello debía terminar. Así o de otra manera. Estaba en una encrucijada que me creaba diferentes sentimientos, pena, miedo, ansiedad, una preocupación al sentir que me iba creciendo las ganas de quedarme en nuestro Cusco de antes. Tenía serios compromisos en Lima, pero aquello que pasaba era fascinante. El problema radicaba en tomar una decisión. Dar un salto atrás de muchos años o volver a mi realidad. Cuando se trepa un cerro se llega a su cima. Qué glorioso sería quedarse arriba por mucho tiempo, disfrutando del paisaje, del aire puro, de la libertad. Sin embargo hay que bajar. A medida que volaban las hojas del calendario mi espacio se iba reduciendo, sin una ventana para escapar. ¿Tenía derecho a quedarme?. Las dudas me corroían igualmente. Me puse a meditar en mi cuarto y caí en cuenta que no sólo cambiaría mi futuro sino el de una enorme cantidad de personas relacionadas conmigo. Era cuestión de elegir lo que yo creyera que más me convenía ¿Valía la pena?. ¿Debía importarme la dureza de las calles de Lima?. Para mí Sebastián Salazar Bondy tenía razón cuando escribió "Lima, la Horrible". Una ciudad que con los años era peor, caótica, sin identidad, sin oportunidades. Yo me engañaba. Mi drama no estaba fuera, más bien lo llevaba dentro. Era yo quien quería apartarme de la vida vivida y a pesar de mi tribulación aprovechar la coyuntura que se presentaba. Volver a vivir y cambiar mi futuro sin cometer equivocaciones.
 En la tarde siguiente fui a recoger un blazer azul que me gustaba mucho a la lavandería y las vi.
  -Eliza, ¿tienes tiempo?,¿Por qué no vamos a San Blas? -pidió Adita. Hay un artista, don Antonio de Paucartambo, que hace Niños Dios con ojitos de vidrio, paladar de espejo y dientes blanquísimos de leche  que recorta de la pluma de los cóndores. ¿Es cierto que tienen almita de oro?.
Imagen relacionada-Las antiguas matronas entregaban a los escultores del Niño onzas de oro o algunas joyas para que las incrustaran en su cuerpo de maguey y fueran más valiosos. Si quieres uno así tendría que hacerlo de encargo.
-No es necesario. Vamos ya -le secundó Luisa. -Quiero saber cuánto cuesta un Niño Dios para regalarle a mi mamá en Navidad.
No me quedó más remedio que ir. La calle Choqechaka está casi igual, salvo los arcos del fondo que los han cambiado, pero ni se ven.
 -Eliza, cuánta cosa para vender. Qué extraño, ¿eh?.
-Los turistas han cambiado muchas cosas. La demanda ha creado un mercado nuevo.
-Eliza, esta piedra en media calle, a la salida de Hatun Rumiyoq, no estaba.
-Será para que no entren los carros que no respetan nada. ¿No ves que es muy estrecha?.  A los choferes que bajan con sus autos por la Cuesta de San Blas cuánto les gustaría seguir de frente hasta la Plaza.
Allá en medio veo un muro alto de piedras ciclópeas con un toque verde. Nunca las había visto. Se ven imponentes. ¡Vamos para observarlas mejor!
-¿Si lo hacemos creen que tendremos tiempo para ir donde el maestro Olave?.
-Un momento nada más, Eliza.
-El muro da vuelta al pasaje. ¡Ya sé, era el palacio de un Inka!
-Tienes razón y no me miren de esa manera. A mí me encanta la historia.
-Señorita, si usted mira para el otro lado verá la figura de la ciudad puma, -intervino una señora que  allí tenía su tienda de souvenirs.
-¿Ciudad Puma?, ¿qué es la ciudad puma?
- Cusco tenía la forma de un puma y aquí se ve claramente, señorita. Si quiere le vendo una copia en papel.
-¿Qué te parece, Eliza?
Muy bajito, para que sólo ella me escuchara le dije que esa mujer tenía más o menos la razón, pero otra cosa era comprar su papel mal dibujado.
 -Es cierto -continué en voz alta- Cusco tiene la forma de un puma. La Plaza de Armas es su ombligo de donde partían los caminos como cordones umbilicales  a los cuatro suyos, el río Tullumayo corre acariciando sus vértebras con sus manos de agua. La calle Pumak'urku es su grueso cuello, Saqsaywaman su cabeza con sus murallas en zigzag que representan la fiereza de sus colmillos, Pumaqchupan donde está uno de los  templos de la Pachamama es su cola y sus zarpas se apoyan en el río Saphy. ¿Contenta?
-Sí. No sabía todo eso.
Tampoco que yo lo escribiría más tarde en una entrevista al doctor Manuel Chávez Ballón  quien me habló de Pachakuteq. El inka urbanista le dio al Cusco ese diseño para que fuera por sí misma una ciudad sagrada. Los pueblos prehispánicos respetaban al puma por su poder y su aspecto imponente. Había también la creencia de que era un puma celestial el que enviaba la lluvia.
-Bonita calle, ¿no?  ¿Y esas tiendas del frente?
-Serán del Arzobispo -comenté apurada.
           -No. Estás mal, Eliza. Serán de la Universidad. ¿No te das cuenta que están al costado de una casa que le pertenece?.
-Claro. Ahora tú sabes más que yo.
-Bueno, vamos a subir la Cuesta. Sería atinado comprar otro tamalito por ahí para que no te canses. Estás muy flaca.
-No te preocupes. Así soy yo. Una espina que… ya florecerá.
-Pensé que ibas a decir una espina de pescado.
-No, chica. Tú no entiendes de poesía. ¿Me siento como quien da pasteles a los…
-¡Chanchos! –Luisa se echó a reír.
Antes había bodegas con señoras de faldas largas que vendían pan recién salido del horno, rosquillas, maicillos y caramelos. En la puerta, sobre braseros, tenían pavitas cantoras o sea teteras arrojando vapor en las madrugadas y también al atardecer. El frío muerde  los huesos y los señores se calentaban tomando té y su pan de Huaro con una rebanada de queso o jamón. Si querían sentir fuego corriendo por las arterias pedían a las vendedoras una cabeceadita o dos con una copa de pisco, que era pequeña.
Las vi mirar de un lado a otro. Todas eran tiendas de artesanías, con cientos de Niños Dios echados, sentados, con traje de contradanza, marcos tallados, tapices, bolsas y chalecos de tejidos andinos, en fin una variedad para satisfacer al más exigente. Me preparaba para la consabida llamada de atención cuando Luisa se acordó de la Quinta Eulalia.
-Eliza, ¿has ido alguna vez a la Quinta Eulalia que está allá arriba? Desde aquí se ven sus balcones verdes.
-No. Mi papá viene poco a Cusco y no hay tiempo. Sé que van familias. La comida que sirven, según dicen, es muy buena. Un tamal, un chairito, unos chicharrones, un costillar, una malaya, olluquito con charqui. Se me hace agua la boca.
-Estuvimos en el cumpleaños de mi tía. Su esposo contrató todos los ambientes y vimos jugar sapo. ¿Has visto cómo se juega?
-Nunca.
Era verdad porque el primer juego de sapo lo vi mucho después y recordé a mi amiga.
-En una mesa de madera ponen un sapo de bronce con la boca abierta y arrojan unas fichas de cobre. Pueden caer en unos huecos o en la boca del sapo si el jugador es diestro. Son diez fichas y se cuentan los aciertos que tienen un valor de veinte a cien. Si entra en la boca del sapo vale mil. ¿Te imaginas?
-Nunca he visto un sapo de esos. Pero, ya estamos en San Blas.
-¿Le rezamos a la Virgen?...

Alfonsina Barrionuevo
           

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