KUKULI Y SUS SUEÑOS DE COLORES
Si existiera la personificación de las estaciones creo que la primavera podría ser como las pensó Kukuli a los doce años de edad. Me parecían lindas, frágiles, de otra dimensión. Creo que las intuyo porque en la mayoría de nuestras provincias sólo se perciben el verano y el invierno. No me entusiasma ninguna de estas El invierno demasiado frío, el verano demasiado caluroso. Me gusta la primavera cuando llena todo de verdor y los pájaros cantan sus endechas más dulces. También el otoño cuando las hojas de los árboles se ponen amarillas y caen. No sé si Kukuli las ve ahora así en Filadelfia. Se lo preguntaré. Estoy haciendo esta retrospectiva de su arte porque quiero que la conozcan y como fue cambiando a través de los años hasta ahora en que es una artista total.
CUSCO EN LOS ANILLOS DEL TIEMPO
En dos capítulos más terminaré esta especie de
resumen de mi libro para que rememoren cómo se pensaba a mediados del siglo
pasado, los que vienen de entonces o burilen una sonrisa en su rostro los que abrieron los ojos en sus últimos lustros. Una de las costumbres salvajes que quedan es el maltrato a la
mujer que dura miles de años desde el tiempo de las
cavernas.
Seguimos con la novela.
Mi primo hermano Américo me esperaba
pacientemente, sentado en el vano de la puerta de la casa de Santo Domingo.
-¡Hola, qué alegría me da verte! -lo
saludé con entusiasmo.
-¿Cómo estás, Eliza? Mi mamá Victoria te
envía esta canastita con capulíes.
-Entra, -le dije sin pensarlo dos veces.
La casa estaba como antes. Había olor a
jazmines que venía de una plantita chica que no la dejaban crecer para que no
trepara. Al fondo la señora Ruth cerraba la despensa de quesos.
-Pasa, Américo, vamos a tomar té.
La visión que yo esperaba con afán se
había producido al fin. Fue por Américo
que vino de Andahuaylillas.
Volví los ojos y me sorprendió. Ya no
estaba.
-¡Américo! -desesperada corrí a la puerta
y miré a ambos lado de la calle. Ni rastro del chiquillo ni de la cesta de
capulíes negros y jugosos.
Sólo me aguardaba la gelidez del hostal.
Antes de entrar miré hacia el portón del convento de Santo Domingo y vi al
padre Miguel. Agité la mano saludándolo y él hizo lo mismo. Confieso que no
tuve miedo pero me chocó. Bajaba hacia la avenida Sol y se desvaneció en el aire.
Me dije entonces que aquello debía
terminar. Así o de otra manera. Estaba en una encrucijada que me creaba diferentes sentimientos, pena,
miedo, ansiedad, una preocupación al sentir que me iba creciendo las ganas de
quedarme en nuestro Cusco de antes. Tenía serios compromisos en Lima, pero
aquello que pasaba era fascinante. El problema radicaba en tomar una decisión.
Dar un salto atrás de muchos años o volver a mi realidad. Cuando se trepa un
cerro se llega a su cima. Qué glorioso sería quedarse arriba por mucho tiempo,
disfrutando del paisaje, del aire puro, de la libertad. Sin embargo hay que
bajar. A medida que volaban las hojas del calendario mi espacio se iba
reduciendo, sin una ventana para escapar. ¿Tenía derecho a quedarme?. Las dudas me corroían igualmente. Me puse a
meditar en mi cuarto y caí en cuenta que
no sólo cambiaría mi futuro sino el de una enorme cantidad de personas
relacionadas conmigo. Era cuestión de elegir lo que yo creyera que más me convenía ¿Valía
la pena?. ¿Debía importarme la dureza de las calles de Lima?. Para mí Sebastián
Salazar Bondy tenía razón cuando escribió "Lima, la Horrible". Una
ciudad que con los años era peor, caótica, sin identidad, sin oportunidades. Yo
me engañaba. Mi drama no estaba fuera, más bien lo llevaba dentro. Era yo quien
quería apartarme de la vida vivida y a pesar de mi tribulación aprovechar la
coyuntura que se presentaba. Volver a vivir y cambiar mi futuro sin cometer
equivocaciones.
En
la tarde siguiente fui a recoger un blazer azul que me gustaba mucho a la
lavandería y las vi.
-Eliza, ¿tienes tiempo?,¿Por qué no vamos a San Blas? -pidió Adita. Hay
un artista, don Antonio de Paucartambo, que hace Niños Dios con ojitos de
vidrio, paladar de espejo y dientes blanquísimos de leche que recorta de la pluma de los cóndores. ¿Es
cierto que tienen almita de oro?.
-Las antiguas matronas entregaban a los
escultores del Niño onzas de oro o algunas joyas para que las incrustaran en su
cuerpo de maguey y fueran más valiosos. Si quieres uno así tendría que hacerlo
de encargo.
-No es necesario. Vamos ya -le secundó
Luisa. -Quiero saber cuánto cuesta un Niño Dios para regalarle a mi mamá en
Navidad.
No me quedó más remedio que ir. La calle
Choqechaka está casi igual, salvo los arcos del fondo que los han cambiado,
pero ni se ven.
-Eliza, cuánta cosa para vender. Qué extraño,
¿eh?.
-Los turistas han cambiado muchas cosas.
La demanda ha creado un mercado nuevo.
-Eliza, esta piedra en media calle, a la
salida de Hatun Rumiyoq, no estaba.
-Será para que no entren los carros que
no respetan nada. ¿No ves que es muy estrecha?.
A los choferes que bajan con sus
autos por la Cuesta de San Blas cuánto les gustaría seguir de frente hasta la
Plaza.
Allá en medio veo un muro alto de piedras
ciclópeas con un toque verde. Nunca las había visto. Se ven imponentes.
¡Vamos para observarlas mejor!
-¿Si lo hacemos creen que tendremos
tiempo para ir donde el maestro Olave?.
-Un momento nada más, Eliza.
-El muro da vuelta al pasaje. ¡Ya sé, era
el palacio de un Inka!
-Tienes razón y no me miren de esa
manera. A mí me encanta la historia.
-Señorita, si usted mira para el otro lado
verá la figura de la ciudad puma, -intervino una señora que allí tenía su tienda de souvenirs.
-¿Ciudad Puma?, ¿qué es la ciudad puma?
- Cusco tenía la forma de un puma y aquí
se ve claramente, señorita. Si quiere le vendo una copia en papel.
-¿Qué te parece, Eliza?
Muy bajito, para que sólo ella me
escuchara le dije que esa mujer tenía más o menos la razón, pero otra cosa era
comprar su papel mal dibujado.
-Es cierto -continué en voz alta- Cusco tiene
la forma de un puma. La Plaza de Armas es su ombligo de donde partían los
caminos como cordones umbilicales a los
cuatro suyos, el río Tullumayo corre acariciando sus vértebras con sus manos de
agua. La calle Pumak'urku es su grueso cuello, Saqsaywaman su cabeza con sus
murallas en zigzag que representan la fiereza de sus colmillos, Pumaqchupan
donde está uno de los templos de la
Pachamama es su cola y sus zarpas se apoyan en el río Saphy. ¿Contenta?
-Sí. No sabía todo eso.
Tampoco que yo lo escribiría más tarde en
una entrevista al doctor Manuel Chávez Ballón
quien me habló de Pachakuteq. El inka urbanista le dio al Cusco ese diseño para que fuera por
sí misma una ciudad sagrada. Los pueblos prehispánicos respetaban al puma por
su poder y su aspecto imponente. Había también la creencia de que era un puma
celestial el que enviaba la lluvia.
-Bonita calle, ¿no? ¿Y esas tiendas del frente?
-Serán del Arzobispo -comenté apurada.
-No.
Estás mal, Eliza. Serán de la Universidad. ¿No te das cuenta que están al
costado de una casa que le pertenece?.
-Claro. Ahora tú sabes más que yo.
-Bueno, vamos a subir la Cuesta. Sería
atinado comprar otro tamalito por ahí para que no te canses. Estás muy flaca.
-No te preocupes. Así soy yo. Una espina
que… ya florecerá.
-Pensé que ibas a decir una espina de
pescado.
-No, chica. Tú no entiendes de poesía.
¿Me siento como quien da pasteles a los…
-¡Chanchos! –Luisa se echó a reír.
Antes había bodegas con señoras de faldas
largas que vendían pan recién salido del horno, rosquillas, maicillos y caramelos. En la puerta, sobre braseros, tenían pavitas cantoras o sea
teteras arrojando vapor en las madrugadas y también al atardecer. El frío
muerde los huesos y los señores se
calentaban tomando té y su pan de Huaro con una rebanada de queso o jamón. Si
querían sentir fuego corriendo por las arterias pedían a las vendedoras una
cabeceadita o dos con una copa de pisco, que era pequeña.
Las vi mirar de un lado a otro. Todas
eran tiendas de artesanías, con cientos de Niños Dios echados, sentados, con
traje de contradanza, marcos tallados, tapices, bolsas y chalecos de tejidos
andinos, en fin una variedad para
satisfacer al más exigente. Me preparaba para la consabida llamada de atención
cuando Luisa se acordó de la Quinta
Eulalia.
-Eliza, ¿has ido alguna vez a la Quinta
Eulalia que está allá arriba? Desde aquí se ven sus balcones verdes.
-No. Mi papá viene poco a Cusco y no hay
tiempo. Sé que van familias. La comida que sirven, según dicen, es muy buena. Un tamal, un chairito, unos
chicharrones, un costillar, una malaya, olluquito con charqui. Se me hace agua
la boca.
-Estuvimos en el cumpleaños de mi tía. Su
esposo contrató todos los ambientes y vimos jugar sapo. ¿Has visto cómo se
juega?
-Nunca.
Era verdad porque el primer juego de sapo
lo vi mucho después y recordé a mi amiga.
-En una mesa de madera ponen un sapo de
bronce con la boca abierta y arrojan unas fichas de cobre. Pueden caer en unos
huecos o en la boca del sapo si el jugador es diestro. Son diez fichas y se
cuentan los aciertos que tienen un valor de veinte a cien. Si entra en la boca
del sapo vale mil. ¿Te imaginas?
-Nunca he visto un sapo de esos. Pero, ya
estamos en San Blas.
-¿Le rezamos a la Virgen?...
Alfonsina Barrionuevo
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