domingo, 5 de noviembre de 2017

Hay tanto por contar de Raúl que haría falta muchas páginas. En esta ofrenda que le debemos Hernán Velarde y yo quiero recordar a Helme, tocando la puerta de su casa, con el golpe seco que reproducía volteando la guitarra en un silencio sobrecogedor, y luego tras los primeros acordes el grito angustioso de Rosa, la amada infiel.
Con su hermano Nery, que le traía canciones antiguas y nuevas, formaban un dúo inolvidable. Raúl amaba tanto la música del Ande que renunció a su  puesto en el Ministerio de Trabajo. Su decisión significó días duros que Antonieta le ayudó a sobrellevar. En un viaje a México con Chabuca Granda, Acuarelas Peruanas de Rosa Elvira Figueroa y Perú Negro, sorprendió a las audiencias con su arte. Luego vendrían los recitales en Estados Unidos y en Europa. Conservo la última entrevista en PaxTV en la que hablamos de nuestra música y sus caminos. Espero haber acertado en el prólogo que dediqué a su guitarra en uno de sus longplay. 


LA GUITARRA DE RAÚL

La guitarra de Raúl García Zárate  es una guitarra ‘alumbrada’ en Ayacucho, con aroma a tierra, con olor a pueblo, tal vez en el regazo tibio de una iglesia panzona con sayal de estrellas y palomas, bajo un toldo de azules que cubrió su caja con musicas de vientos, cuerdas que amarraban celajes y horizontes y un puquial de canciones en el seno.
Guitarra nacida por segunda vez bajo una estera de soles apretados en un rincón del cielo, bautizada por el primer caminante andino que le regalo su alma para hacerle olvidar su pasado de olés, palmas y batas de cola y darle en cambio el vagido de la qena, el rumor de la pollera y la ternura de su voz exprimida gota a gota en una gigantesca comunion de ríos y montañas.

En los principios de la Colonia fue un palo trinador en manos blancas, palo de tertulia, palo de serenata, alegre palo de mesón cuya madera olía a vinos generosos. Era la expresión fiel de una tradición conservada por siglos, mantenida en las sonoridades de su caja con celo por España. Hasta que un día la guitarra que fue compañera amante del conquistador suavizando su vida embebida en muertes y violencias, amiga del hidalgo que hacía su Perú a costa de los indios, camarada del minero de ojos azules que descansaba en ella su turbia sed por el oro y la plata de un imperio, cayó en la mano callosa del hombre de pueblo, adentrándose en su sangre, es decir, que se puso poncho para aguantar la amanecida y llorar o protestar amores en la soledad de la panpa.

Dónde estaría en ese momento la técnica del  ‘tocaor’ que la había pulsado por siglos, que sabía sus secretos, que palpaba su alma de mujer aprisionada en el madero. El guitarrista de manos astilladas, pelo hirsuto y pupilas trajinadas por los ocasos y las auroras, tuvo que amansarla y dominar sus acordes, y encontrar nuevas claves para que ella se entregara. Y creó distintas maneras de tocar, lo que se llama ‘el comuncha’ del tocador de Cangallo, ‘el temple diablo’ que parece surgido de cábalas y conjuros por lo estremecedor de su acento, ‘el baulín o temple arpa’ y otras variaciones.

Esta es la guitarra de Raúl García Zárate, un artista cuyos kilates no pueden contarse y cuyas raíces se entroncan con lo más puro y lo más genuino de la amorosa tierra de las iglesias. Guitarra andina de cordajes que vibran bajo su mano embrujada. Guitarra de habla qechwa adaptada esta vez a la dulzura del corazón serrano, al silbo madrugador del pichiusito, pequeño gorrión que satura su caja con su canto; a la voz filtrada en cedazo de cantos rodados del yarka aspiy, canción del agua; a la yaulina, confidente de amores y al piripispischa, plantita de la despedida.

Ayacucho vuelve con estas piezas y otras más a su guitarra para descubrir nuevamente la hondura de su alma, el vigor de su acento tomado de la tierra y la ternura de un pueblo que sabe derramarse en música y canciones.

Alfonsina Barrionuevo

No hay comentarios.:

Publicar un comentario