domingo, 29 de octubre de 2017

KUKULI Y SUS SUEÑOS DE COLORES       

A Kukuli se le dio por un tiempo dibujar caballos primero y pintarlos después en todas las poses posibles, comenzando con frecuencia por la cola. El primer dibujo lo hizo a los ocho años de edad. El siguiente con un arcángel batallando con el dragón a los 11 años más o menos. Después vinieron los caballos y jinetes de la Apocalipsis bien concebidos para una niña de su edad. Un regocijo verla pasar de unos a otros. Me anima reseñar sus logros.



QOSQO EN LOS ANILLOS DEL TIEMPO
Pág, 84

La ciudad se cubrió de oro solar y su magia sutil me impulsó a caminar sobre los hombros encorvados de la tarde, sin rumbo determinado, doblando sus veredas como servilletas de papel. La luminosidad que la cubría invitaba a recorrer sus calles paso a paso, saboreando recuerdos que me hacían sonreír. Su tibieza envolvió mis hombros como un fino chal cuando comencé a pasear buscando mis huellas como si fuera descalza por un puente de arco iris. Salí sin prisa del hostal, mirando con deleite, desde su puerta, la única torre de la iglesia de Santo Domingo, con sus columnas floreadas en espiral.
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-¡Pellízcame, Eliza! -me ordenó en eso Adita, con una premura que me dejó alelada y extrañada. -¡Pellízcame!
-!Ah, no! No estoy acostumbrada a eso. -¡Cómo se te ocurre! ¿Has visto Luisa? Para broma, te pasaste amiga. A ver que te pellizque Luisa.
-Es que Eliza no puedo creer lo que ven mis ojos -replicó asombrada.
-¿Y qué ven tus ojos? -Por dentro yo estaba como una gelatina, con temblores. ¿Qué había visto ya, Adita? El nuevo Cusco de por sí era sorprendente. Había tantas cosas que las pasaban por alto. Sólo con la mitad yo hubiera creído que estaba en medio de la peor de las pesadillas o que algo andaba mal en el reloj del tiempo para estar nadando entre dos aguas, cada cual más movida. Como un mar a veces picado, a veces calmo.
-¡Ese tranvía!, míralo. Dice:”Paseo por la Ciudad y Saqsaywaman”. 
-¿Era eso?  Me han dicho que en Lima la gente puede pasear por la Plaza Mayor en un coche del siglo diecinueve tirado por un caballo. Debe ser bonito, ¿no? Algo que no sucede todos los días.
-Lima no nos importa. Yo me refiero al tranvía ese que tienes en tus narices.
-¡Dale con eso! Don Martín tiene una fotografía de los rieles de un tranvía que entraba a la plaza a principios de siglo. ¿No sabías que en el Cusco hubo tranvías? Claro que fue cuando nuestros padres eran niños o quizá aún no habían nacido-. argüí recordando una foto de antología de don Martín que tengo en mi colección.
-Eliza, no hablo del señor fotógrafo ni de ese tranvía que has visto en foto. Hablo de éste, de hoy, que va hasta Saqsaywaman y regresa a la plaza.

-Debe ser un coche viejo que han remozado por completo. ¿Habrá sido por los años veinte cuando las chicas usaban sacos ajustados de terciopelo con cintas, faldas bajas plisadas y botitas con botones? Se ve muy bien. Me gustaría subir. ¿Cuánto costará el boleto?
En mi interior deseaba fugar de allí, desaparecer. Tampoco yo había visto antes ese tranvía que debe ser un nuevo atractivo para los turistas.
-Eliza, se me hace que te estás burlando de mí.
-No. También lo veo por primera vez y no puedo explicarte de qué taller salió. Es otra novedad con que nos sorprende el Concejo-, y mis palabras pesaban en el aire.
-Bueno, será como tú dices. A lo mejor un día subimos juntas para pasear.
-Claro y creo que ahora podemos seguir a la librería.
"La Estrella" siempre estaba llena de libros, cuadernos, lapiceros y gente. Tuvimos que esperar nuestro turno conversando de naderías. Ellas hicieron sus compras y salimos.
En la esquina nos encontramos con la señorita Eumelia, hermana del profesor Arturo.
Llevaba puesto un abrigo de color habano con hombreras, un pañuelo verde muy bonito anudado al cuello y unas argollas muy delicadas de oro en sus orejas que apenas apuntaban debajo de su cabellera castaña. Adita y yo teníamos la piel color canela y cabellos negros. Ella y Luisa eran blancas como la leche y de cabellos castaños. No nos dejaban usar lociones, aunque siempre alguien conseguía "Tabú", y todas nos rociábamos para estar perfumadas y sorprender a los profesores.

-¿Cómo están chiquillas, qué hacen?-, preguntó con cariño. Tenía una expresión dulce y la queríamos porque nos ayudaba en el colegio con las tareas. Su cargo era de coordinadora pero siempre estaba presente para poner soluciones. Era bastante joven. Unos treinta y dos años que irradiaban confianza. En ese momento Adita volvió a ponerme la piel de gallina. Es que andaba en ascuas sin saber con qué podía salir de pronto.

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Calle Plateros
-Profesora, vamos a comprar un pan con queso de chancho a la vuelta -la invitó.
El queso de chancho es una delicia que ha desaparecido del mercado en el Cusco. Antes se vendía en las salchichonerías de la calle Plateros y era un molde que cortaban como un queso. Por eso se llamaba así. Yo no sabía qué hacer. No quedaba ninguna y la gente de hoy lo ha olvidado. ¡Quién se acuerda del famoso queso de chancho! Por allí estaba también el Salón Azul donde preparaban sabrosos caldo de gallina. Me salvé de un pelo porque hubieran encontrado agencias de viaje y las tiendas de souvenirs que aparecen como por encanto surtidas con todo lo que puede comprar un forastero. Artesanías de aeropuertos.

-Gracias, pero estoy con guantes. Sigan ustedes voy donde una amiga que me invitó a tomar el té. No olviden que el lunes, en la tarde, tienen clase de repostería. Aprenderán a preparar la torta mora.
-Habrá que batir mucho la masa -dije, por comentar.
-En realidad lo que haremos será copiar la receta, los ingredientes, cómo se toman las medidas  y la preparación la harán en sus casas. El siguiente lunes vendrán con sus deliciosos productos-, aseguró riendo mientras me miraba a mí. Adita y Luisa eran muy buenas haciendo galletas de coco, de almendras, de chuño.
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Del libro “Cusco en los Anillos del Tiermpo.” 

Alfonsina Barrionuevo

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