LAS LAGUNAS DEL APU AUSANQATI
Cuando vino el Apu Ausangate recordé cuánto
me impresionó verle años atrás desde la parte alta de Yanakancha cerca de Qoyllur
Ritì, traspasado por los rayos del sol. El también es un Apu grande, pero inspira familiaridad.
-¿Sabes, hijita, cuál es mi verdadero nombre?
-Señor, sempre he escuchado llamarte Ausangate.
-Pues, no. Ese nombre me pusieron los
españoles. Yo me llamo Ukhunqati. ¿Entiendes?
-Sí, Ukhun, el que vive en un corredor de luz,
el que arrea de adentro a los espíritus de los que han tenido mala muerte y se
han quedado a vivir en la tierra.
-Así es, hija.
Años más tarde iba a llegar con mi ahijada
Wayta María Rosales hasta sus faldas para conocer la famosa Otorongoqocha, “la
laguna del jaguar”, donde el rayo guarda los alimentos. Una de las dieciseis
lagunas que se forman con sus deshielos.
-¿Qué quieres, hijita, finalmente? -me dijo con voz suave la Pachamama de Calca Lares, pide no más.
-Yo sólo quería conocerles. Saber dónde
estaban Uds. cuando le tocó a nuestro pueblo vivir una época terriblemente
trágica. De no existir Uds. sería lógico, justificable. Ahora siento el consuelo de
saber que no vieron con indiferencia cómo corrieron ríos de sangre en el Perú
por la muerte de millones de nuestros antepasados. Tú, señor Potosí –me dirigí al célebre cerro, debes haber sentido que se te desgarraban las
entrañas cuando tus hijos sufrían y morían en las galerías de terror construídas por los
encomenderos españoles para arrancar tus vetas de plata.
-Tú lo has dicho. Yo no tenìa cómo impedir
tanta desgracia ni tenía tantas lágrimas para derramarlas. Lo único que hice
fue esconder mis tesoros. Aún tengo mucha plata pero cuando sucedió estaba fuera
de mi voluntad. Como no puedo olvidar tanto dolor es que me he dedicado a curar
y ayudar a todos, pobres y ricos, buenos y malos, yo no discrimino a nadie
porque no puedo. Ya lo sabes. ¡Servida!
-Gracias, señor...
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Notas del libro “Hablando con los Apus”
LA SAGRADA SPONDYLUS
Escudriñando
en el tiempo se puede pensar que por 1533 los Reyes de España fueron los
primeros en conocer primicias de América del Sur. Según una crónica, escrita en
1528 por Xámano-Jerez, Bartolomé Ruiz, piloto de Francisco Pizarro, encontró al
navegar por el Océano Pacífico una balsa chincha grande, “con cavida
de treynta toneles, hecha por el plan e quilla de unas cañas tan gruesas como
postes ligadas con dichas sogas a do venían sus personas y la mercadería en
henxuto (lugar seco) porque lo baxo se bagnaba (abajo se mojaba); traya sus
mástiles y antenas de muy fina madera y velas de algodón del mismo talle
que los nuestros navíos…”
A
través de él llegaron a la Corte
productos diversos y exóticos de esta parte del Pacífico. Entre otros,
mantas y camisas de lana y de algodón, figuras de árboles, pescados, animales y
aves, balanzas chiquitas de pesar oro y otras cosas que transportaban
para cambiarlas por conchas que parecían corales encendidos. Nada menos que
ostras de la famosa especie del Spondylus princeps.
El
curioso documento, descubierto por María Rostworowsky en el siglo XX,
proporciona nuevos datos sobre el reino chincha que contaba desde
el siglo XIV con unos seis mil navegantes, entre ellos mercaderes parecidos a
los fenicios que se hacían a la mar continuamente. Ellos llevaron por múltiples
vías la bellísima ostra que era preciosa ofrenda en los espacios sagrados de
nuestro territorio. Su color naranja unió en esa época a millones de habitantes
del antiguo Perú.
Los
comentarios de arqueólogos y etnohistoriadores acerca de su existencia y su
empleo son numerosos. Su ubicación en aguas cálidas entre el Golfo de Guayaquil
y la parte extrema del norte peruano. Su extracción que
obligaba a un duro esfuerzo a los pescadores para sumergirse alrededor de
veinte metros y arrancarla; la dificultad que sufrían al herirse las
manos por la superficie espinosa de su valva; la extrema demanda
que suscitó como regalo y alimento a los elementos telúricos y cósmicos que
intervenían en la vida de las gentes, sus campos y animales; e igualmente, su
empleo para los collares, pectorales, brazaletes y objetos rituales de
los señores que le tenían mucha estima; hicieron intensa su comercialización en
las localidades costeras y también en el interior de los Andes.
Algunos
investigadores cuestionan la capacidad de los chinchas para el comercio de
diversos productos por vía marítima debido a la fuerza de la Corriente de
Humboldt, que si bien los ayudaba en la ida hacia Puerto Viejo y Mantas no
funcionaba en el regreso.
Sin
embargo, según otros, no era así dado el conocimiento que estos podían tener
sobre diferentes fenómenos, tecnologías y artes, legadas por sus antepasados.
Por ejemplo, determinar el mejor momento para eludir, esquivar o aprovechar la
potencia de los vientos alisios que bajaban de intensidad en el verano austral;
aguardar las posiciones de la luna que eran muy influyentes en el mar y la
lectura de las estrellas en un cielo donde no se les escapaba la existencia de
los huecos oscuros. En sus viajes les ayudaba el uso de unos juegos de tablas
llamados guares que hacían de timón y quilla en la proa y en la popa.
La
existencia de las notas de Sámano-Xerez mencionadas por María
Rostworowsky, es claro. De hecho revelador sobre la balsa y la relación de
productos que llevaban los chinchas. Ellos hacían sus compras en los
centros poblados que visitaban por un sistema que perdura hasta hoy, el
trueque, siendo la Spondylus princeps de alto valor por el carácter de sagrado
que le daban en sus rituales con el nombre de “mullu” y también de exclusividad
para adornar las joyas que lucían los señores de los innumerables señoríos que
había, grandes y pequeños.
Se
argumenta que los yacimientos rojos estaban sobre todo en Guayaquil. Pero, por
1975, un artífice arequipeño, Jorge Tomasio Molfino, que se dedicó a reproducir
y recrear joyas de estilo prehispánico, me relató que muy al norte, entre Piura
y Tumbes encontró un pescador que le ofreció en venta varias conchas de Spondylus.
A mucha insistencia le mostró el lugar donde estaban comprometiéndose él en
comprarlas con exclusividad. Es posible que los pescadores o recogedores de
ostras norteñas hubieran depredado tanto los mantos de la espléndida ostra que
quedaron muy pocas al norte peruano.
Los
chimu, indagó Tomasio, perforaban los discos de Spondylus princeps para
los collares con partículas de arena negra a manera de diminutas puntas de
diamante. Al producirse la conquista del Gran Chimu por Tupaq Yupanki, príncipe
cusqueño, Cieza de León escribe que “muchos de ellos fueron llevados a Cusco y
a las cabeceras de la provincia donde trabajaban el oro, la plata, y por ende
el Spondylus”.
No se
puede saber en qué momento los chincha se atrevieron a penetrar en el interior.
Existen datos de que llegaron por tierra a comarcas lejanas llevando el “mullu”
y su variada mercancía en llamas hasta Chavin de Wantar en los Andes
Centrales y más tarde, cuando aparecen los Inkas, hasta Cusco habiéndolo
hecho ya hasta “el Altiplano del Qollao”. Una ruta del mullu que saliendo
de Chincha se fue ampliando hasta Huancabamba, Ayabaca, Motupe, Mandor,
el Tanpu, Pukara y Cusco por un lado y por el otro Vikus, Batanes, la Matanza,
Santo Tome, Las Animas, Iskulas y Kopis, abarcando una buena parte del
territorio.
Falta una investigación completa de esas y otras vías
donde se trasladó el “mullu” interrelacionando el mar, Mamaqocha con los Apus
andinos que proporcionaban el cobre que casi llegó a ser “una moneda de
intercambio” usada por los comerciantes chincha para hacer sus negocios. Será
interesante indagar mayores datos que arrojen luces sobre la ostra bivalva que
salía de las aguas marinas, muy cerca del zócalo continental donde el
ingeniero Enrique del Solar sacó más tarde unos extraños cangrejos de colores,
para integrar las ofrendas de la inmensa “qocha” de agua salada con las
de origen mineral que pertenecen a la entraña sacra de los Andes.