LAS PACHAMAMAS DE QOSQO
El
primer Apu en llegar a la mesa de Mario Cama, el altomisayoq, fue Panpawayllo.
A él le siguieron las Pachamamas de Qosqo.
Sus
voces eran un poco roncas, como de señoras mayores, aunque alegres y cariñosas.
Primero
vino la Pachamama de Calca Lares.
-¿Cómo
estás, hiijita? –me `reguntó.
-Bien.
Gracias por venir, mamita de Calca –repuse.
Supongo
que no te habrás olvidado de Calca y de Lares.
-Por
supuesto que no. – y vino a mí la visión de sus viejos árboles de pisonai, con
esas flores rojas que se llaman pavitos y parecen tizones prendidos en sus
ramas. También las playas del Vilcanota o Willkamayu donde tornean sus ollitas
los mankap’aki, pequeñísimos vientos niños…
La
mamita del Waqaypata Qosqo saludó también al llegar. Ignoro por qué la quise
desde el principio. Hay química entre las dos. Por ratos suele ser enérgica y
se impone a los demás. Por ratos también es engreidora.
-¿Cómo
estás hijita, he venido por ti–dijo gentilmente.
-No
sé qué decirte. La alegría tiembla en mi pecho como un pájaro. No pensé que te conocería.
-Gracias,
hija. Hemos venido porque queremos que preguntes lo que quieras, estamos para
responderte lo que quieras saber, aunque me pareces preocupada. Te siento un
poco agitada.
-No
es eso. Es la impresión de hablar con Uds. por primera vez. Para mí es
emocionante. Cuánto tiempo les he estado esperando. Para mí ha sido como cientos de años…
-Pregunta
lo que quieras, ¿eh?
Así
será. Gracias.l….
__________________
Notas
del libro “Hablando con los Apus”
PREVISIÓN PREHISPÁNICA DEL CLIMA
Ella vive en P’isaq, Calca, Cusco,
donde tiene un “Sara Wasi” —Museo del Maíz— y trabaja con frutales.
—Por ahora, —declaró— cosechamos fresas
grandes y carnosas, que no se comparan con nuestras frutillas nativas, tiernas y dulces.
Le comenté que ambas plantas rastreras
son un techo acogedor para los hanp’atus
o sapos.
—Los sapos ya no están —acotó de
inmediato—. Se han ido.
Tal afirmación me pareció inverosímil.
¿Cómo que se han marchado? ¿Por qué?
¿Acaso se fueron porque el edredón de fresas comenzó a pesar sobre sus cabezas?
Rosa se sorprendió al conocer que el
arqueólogo Kristoff Makowski encontró en Lurín, Lima, tumbas de sapos
prehispánicos enterrados con ofrendas diminutas. Un hallazgo de veras original. Pues los sapos —en el Antiguo Perú (y aún
hoy)— no sólo hacían limpieza biológica,
sino también estaban (están) entre los indicadores naturales de los cambios
climáticos. Su croar fuerte era signo de buen año. Y si se tornaba débil o ronco, mal augurio. Había que prepararse para
una temporada seca.
-¿Qué hubieran hecho los inkas
si en su época se hubiesen ido los sapos? -me preguntó.
Le respondí que en el antiguo Perú
fueron bien tratados no sólo por los inkas, sino en todo nuestro territorio.
La fresa abunda en muchas partes. Sin
embargo, pocos han advertido que a lo mejor sus “vecinos” se ausentaron.
Personalmente, no me gustan los anuros, salvo los amazónicos que parecen haber recibido
un baño de arcoíris. Alguna razón debe haber para su desaparición. Quizá relacionada con modificaciones
del clima o la contaminación.
Los españoles no tuvieron en cuenta
las exigencias de la tierra y la necesidad de conservar los recursos hídricos.
Trajeron el arroz, por ejemplo, y lo sembraron en la árida costa norte, sin
percatarse de que consume agua en exceso.
Los “expertos” que quieren cambiar el hábitat de
ciertas especies alimenticias se comportan con igual desconocimiento. En La
Convención, Cusco, donde crece un cacao nativo espléndido, un ingeniero
agrónomo ordenó su reemplazo por piñas. Fue una catástrofe. Arrasaron
cacaotales para obtener piñas menudas, inservibles.
Por lo mismo, la presencia de cabras a 4,000 metros de altura da
escalofríos. Se cree que mejorarán la alimentación y la economía altoandinas
con la producción de leche y queso. Pero, la cabra es depredadora. Arranca a
los pastos de raíz y amenaza con desertificar
la puna.
Las comunidades campesinas conocen los
cambios climáticos y saben guardar el agua que siembra la lluvia, para
cosecharla durante las sequías. En Puno, se adelantan a ellas recurriendo a los
waru-warus, watus o camellones. Los andenes retienen también la humedad. Su
gente guarda un entendimiento
ancestral con la naturaleza que se está
perdiendo por diversas causas. Entre ellas la migración de los jóvenes a las
ciudades.
Por los años noventa del siglo pasado
vi en Lachaqui, cerca de Canta, Lima, el
baile de los kivios. Son aves silvestres que “avisan” a los agricultores si
los próximos meses serán lluviosos o no. En Huaros, si las ven reunirse en
pequeñas panpas para protagonizar
verdaderas rondas rituales, buena señal, habrá nubes gordas. Mejor cuando
danzan hasta agotarse, cayendo rendidas, patas
arriba, de pura alegría. Los
kivios aman al agua porque
encontrarán lombrices jugosas y hierba
verde.

Entre los indicadores vegetales de
cambios climáticos está el qantu, flor amada de los inkas, cuya floración
precisa si el tiempo será seco o lluvioso. Las flores de la quni o totora y la salliwa tienen siempre un mensaje salvador.
Ya sea en la apertura temprana o tardía de sus botones, o en el color de sus
semillas, sin equívocos.
Asimismo, la apasanka o araña teje su tela laboriosamente para proteger a
sus huevos y enfrentar a las tormentas más inclementes.
En los animales y en las plantas se
encuentra una percepción increíble del clima. Los ñaupas o gentiles aprendieron
a conocer sus pronósticos.
El erudito Santiago Erik Antúnez de
Mayolo Rynning realizó una investigación exhaustiva sobre la previsión
prehispánica del clima e incluyó en ella a los indicadores meteorológicos que
siguen funcionando en pocos sitios.
“Arco en el sol moja al pastor”,
dicen en el agro. Pero no se trata de un
arcoiris cualquiera. Si está muy pegado al astro rey —muy inusual— será lo contrario, mal signo.
Si está más o menos distante del disco solar, será de fortuna general. Si la
luna tiene un color de plata o manchas
rojizas, la interpretación será diferente. Lo mismo sucede con los celajes o la
luminosidad que aparece encima de los cerros, con las neblinas o la masa
coloidal que flota sobre el horizonte.
Actualmente, la tecnología en la
previsión del clima ha avanzado mucho.
En Aguas Calientes, cerca de Machupiqchu, los campesinos me dijeron
que “los brujos del SENAMHI” habían
comunicado anticipadamente que llovería una semana. Así fue. Ya lo sabían, pero
con base en la herencia de los
antepasados, que tuvieron una universidad de milenios. “Ante ellos habrá
siempre que inclinarse”, decía el insigne geógrafo y sabio Javier Pulgar Vidal.
El sistema prehispánico de previsión
de los cambios climáticos aún existe. Aunque no sabemos hasta qué punto. Oficialmente
los gobiernos se niegan a reconocerlo y menos a asociarlo a la climatología
moderna, como sí lo hacen los chinos.
Ahora que hasta las abejas pierden la
brújula y no pueden volver a sus colmenas, habría que estudiar cuánto afecta a
los indicadores naturales el calentamiento global, la contaminación ambiental y
la desglaciación, entre otros fenómenos provocados por los países
industrializados y también por nosotros.
Alfonsina Barrionuevo
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