domingo, 1 de febrero de 2015


LAS PACHAMAMAS DE QOSQO

El primer Apu en llegar a la mesa de Mario Cama, el altomisayoq, fue Panpawayllo. A él le siguieron las Pachamamas de Qosqo.
Sus voces eran un poco roncas, como de señoras mayores, aunque alegres y cariñosas.
Primero vino la Pachamama de Calca Lares.
-¿Cómo estás, hiijita? –me `reguntó.
-Bien. Gracias por venir, mamita de Calca –repuse.
Supongo que no te habrás olvidado de Calca y de Lares.
-Por supuesto que no. – y vino a mí la visión de sus viejos árboles de pisonai, con esas flores rojas que se llaman pavitos y parecen tizones prendidos en sus ramas. También las playas del Vilcanota o Willkamayu donde tornean sus ollitas los mankap’aki, pequeñísimos vientos niños…
La mamita del Waqaypata Qosqo saludó también al llegar. Ignoro por qué la quise desde el principio. Hay química entre las dos. Por ratos suele ser enérgica y se impone a los demás. Por ratos también es engreidora.
-¿Cómo estás hijita, he venido por ti–dijo gentilmente.
-No sé qué decirte. La alegría tiembla en mi pecho como un pájaro.  No pensé que te conocería.
-Gracias, hija. Hemos venido porque queremos que preguntes lo que quieras, estamos para responderte lo que quieras saber, aunque me pareces preocupada. Te siento un poco agitada.
-No es eso. Es la impresión de hablar con Uds. por primera vez. Para mí es emocionante. Cuánto tiempo les he estado esperando.  Para mí ha sido como cientos de años…
-Pregunta lo que quieras, ¿eh?
Así será. Gracias.l….
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Notas del libro “Hablando con los Apus”


PREVISIÓN  PREHISPÁNICA DEL CLIMA

Hace unos días, Rosa Hernández de Salas me dijo que está intentando —con otros hortofruticultores— el regreso de la frutilla  ( Fragaria vesca) al Valle Sagrado de los Inkas.
Ella vive en P’isaq, Calca, Cusco, donde tiene  un “Sara Wasi”  —Museo del Maíz— y trabaja con frutales.
 —Por ahora, —declaró— cosechamos fresas grandes y carnosas, que no se comparan con nuestras  frutillas nativas, tiernas y dulces.
Le comenté que ambas plantas rastreras son un techo acogedor para los hanp’atus  o sapos.
—Los sapos ya no están —acotó de inmediato—. Se han ido.
Tal afirmación me pareció inverosímil. ¿Cómo que se han marchado?  ¿Por qué? ¿Acaso se fueron porque el edredón de fresas comenzó a pesar sobre sus cabezas?
Rosa se sorprendió al conocer que el arqueólogo Kristoff  Makowski  encontró en Lurín, Lima, tumbas de sapos prehispánicos enterrados con ofrendas diminutas.  Un hallazgo de veras original.  Pues los sapos —en el Antiguo Perú (y aún hoy)—  no sólo hacían limpieza biológica, sino también estaban (están) entre los indicadores naturales de los cambios climáticos. Su croar fuerte era signo de buen año.  Y si se tornaba débil o  ronco, mal augurio. Había que prepararse para una temporada seca.
-¿Qué hubieran hecho los inkas si en su época se hubiesen ido los sapos? -me preguntó.
Le respondí que en el antiguo Perú fueron bien tratados no sólo por los inkas, sino en todo nuestro territorio.

La fresa abunda en muchas partes. Sin embargo, pocos han advertido que a lo mejor sus “vecinos” se ausentaron. Personalmente, no me gustan los anuros, salvo los amazónicos que parecen haber recibido un baño de arcoíris. Alguna razón debe haber para su  desaparición. Quizá relacionada con modificaciones del clima o la contaminación.
Los españoles no tuvieron en cuenta las exigencias de la tierra y la necesidad de conservar los recursos hídricos. Trajeron el arroz, por ejemplo, y lo sembraron en la árida costa norte, sin percatarse de que consume agua en exceso. 
Los  “expertos” que quieren cambiar el hábitat de ciertas especies alimenticias se comportan con igual desconocimiento. En La Convención, Cusco, donde crece un cacao nativo espléndido, un ingeniero agrónomo ordenó su reemplazo por piñas. Fue una catástrofe. Arrasaron cacaotales para obtener piñas menudas, inservibles.
Por lo mismo, la presencia  de cabras a 4,000 metros de altura da escalofríos. Se cree que mejorarán la alimentación y la economía altoandinas con la producción de leche y queso. Pero, la cabra es depredadora. Arranca a los pastos de raíz y amenaza con desertificar  la puna.

Las comunidades campesinas conocen los cambios climáticos y saben guardar el agua que siembra la lluvia, para cosecharla durante las sequías. En Puno, se adelantan a ellas recurriendo a los waru-warus, watus o camellones. Los andenes retienen también la humedad. Su gente guarda un  entendimiento ancestral  con la naturaleza que se está perdiendo por diversas causas. Entre ellas la migración de los jóvenes a las ciudades.

Por los años noventa del siglo pasado vi en Lachaqui, cerca de Canta, Lima, el baile de los kivios. Son aves silvestres que “avisan” a los agricultores si los próximos meses serán lluviosos o no. En Huaros, si las ven reunirse en pequeñas panpas para  protagonizar verdaderas rondas rituales, buena señal, habrá nubes gordas. Mejor cuando danzan hasta agotarse, cayendo rendidas, patas  arriba, de pura alegría. Los kivios aman al  agua porque encontrarán lombrices jugosas  y hierba verde.

Entre los indicadores vegetales de cambios climáticos está el qantu,  flor amada de los inkas, cuya floración precisa si el tiempo será seco o lluvioso. Las flores de la quni o totora y la salliwa tienen siempre un mensaje salvador. Ya sea en la apertura temprana o tardía de sus botones, o en el color de sus semillas, sin equívocos.
Asimismo, la apasanka o  araña  teje su tela laboriosamente para proteger a sus huevos y enfrentar a las tormentas más inclementes.
En los animales y en las plantas se encuentra una percepción increíble del clima. Los ñaupas o gentiles aprendieron a conocer sus pronósticos.
El erudito Santiago Erik Antúnez de Mayolo Rynning realizó una investigación exhaustiva sobre la previsión prehispánica del clima e incluyó en ella a los indicadores meteorológicos que siguen funcionando en  pocos sitios.
“Arco en el sol moja al pastor”, dicen en el agro. Pero no se trata  de un arcoiris cualquiera. Si está muy pegado al astro rey  —muy inusual— será lo contrario, mal signo. Si está más o menos distante del disco solar, será de fortuna general. Si la luna tiene un color de plata  o manchas rojizas, la interpretación será diferente. Lo mismo sucede con los celajes o la luminosidad que aparece encima de los cerros, con las neblinas o la masa coloidal que flota sobre el horizonte.

Actualmente, la tecnología en la previsión del clima ha avanzado mucho.  En Aguas Calientes, cerca de Machupiqchu, los campesinos me dijeron que  “los brujos del SENAMHI” habían comunicado anticipadamente que llovería una semana. Así fue. Ya lo sabían, pero con base en la herencia de  los antepasados,  que tuvieron una  universidad de milenios. “Ante ellos habrá siempre que inclinarse”, decía el insigne geógrafo y sabio Javier Pulgar Vidal.
El sistema prehispánico de previsión de los cambios climáticos aún existe. Aunque no sabemos hasta qué punto. Oficialmente los gobiernos se niegan a reconocerlo y menos a asociarlo a la climatología moderna, como sí lo hacen los chinos.
Ahora que hasta las abejas pierden la brújula y no pueden volver a sus colmenas, habría que estudiar cuánto afecta a los indicadores naturales el calentamiento global, la contaminación ambiental y la desglaciación, entre otros fenómenos provocados por los países industrializados y también  por  nosotros.

Alfonsina Barrionuevo

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