domingo, 25 de enero de 2015

EL ALTOMISA DE OCONGATE

En 1974 John M. Hickman publicó en su libro “Los Aymara  de Chinchera, Perú”, cuya vida, costumbres y creencias , investigó durante dos años, que un paqo puede llegar a ser ap’allani, o sea un experto en comunicarse con los espíritus de los cerros o achchilas, que así se llaman en el altiplano. En Bolivia son conocidos con el nombre de chamakani. Harry Tschopik, autor del libro “Magia en Chucuito” menciona al ap’allani como “un espíritu  del cielo que habla con cierta frecuencia en las sesiones. Uno de los informantes de Hickman conocía a un paqo que podía comunicarse en plena luz del día.
El antropólogo Aurelio Carmona decía que el altomisayoq sabre curar, en algunos lugares le llaman ruwalparlachaq, otro nombre que tiene los altomisa.
Carmona conocía a uno muy famoso llamado Mariano Turpo que habitaba al pie del nevado Ausangate. Al llegar a la vejez ya no quería que lo visitasen. Decía que su contacto lo contaminaba. Prefería la meditación y dedicarse a pastar su rebaño de alpakas.
Por estos días se ha llevado a cabo una batalla ritual en el Chiaraqe entre unos veintidós pueblos de Chumbivilcas y Canas para asegurarse que el año será bueno. Los combatientes usan armas prehispánicas, hondas y liwis. Los mayores y las jóvenes cantan bellas canciones para animarle. “Si estás en un río de sangre piensa que es un río de flores” 
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Notas del libro “Hablando con los Apus”


AMOR EN EL ANDE

Las diferencias entre el mundo andino y el occidental se advierten de diferentes formas. Una de ellas son los Carnavales que fueron traídos al Perú. En Europa, un motivo de diversión. En el Perú, el puqllay, la wayllacha o el punpin, entre otros, una alegre manera de encontrar una pareja para compartir la vida y formar una familia. Veamos.   
  
“Madre, en mi corazón crece la soledad como si fuera un árbol y siento miedo. Un día puede ser muy grande, sin pájaros que hagan nido en sus ramas.”
Si pudiera el dios Baco levantaría burlón una ceja al escuchar a la joven. Bajo su reinado se armaban las bacanales romanas. Un incendio de pasiones que enloquecía a hombres y mujeres por igual. Con él otras frondas se agitaban. Los zagales podían ser príncipes. Las pastoras, reinas. Los señores, mozos de servicio. Las princesas, camareras; protegidos todos por el antifaz que encubría su identidad.

América acogió al vuelo la alegría y el desenfreno de estas fiestas en sus capitales. Tenía el mismo chance como Europa de arrepentirse el miércoles de ceniza. En el campo los calendarios sobran. Para leer los movimientos del tiempo se tienen los giros de curso del sol o las señales que envían las estrellas. El nacimiento de las crías, la  fragancia de una flor o las caída de las hojas ebrias de luz.
“Madre, sin nadie las noches se enredan en mis pestañas  y no puedo conciliar el sueño”. Ella le entiende porque también tuvo auroras sobre su frente tersa y color de vida en sus mejillas.
“Mascarita, toma, vamos a bailar el carnaval.” Las abuelas de la ciudad  cuentan historias de maravilla. El juego con agua de olor y polvos de París, chisguetes y serpentinas. Los bailes en las casas de señorío después de los corsos que encandilaban multitudes.
“Madre, en mi corazón cantan las aves de la soledad y su canto es triste!”
En Brasil el Carnaval es una institución. Las escuelas de samba jalan turistas como un panal de miel. En las antiguas haciendas los juegos terminaban en las piscinas o en los ríos. En el cerro de San Cosme, con agua comprada en cilindros a precio de oro para la miseria los jóvenes se divertían por igual haciendo reventar en la cabeza o en el cuerpo de las chicas cascarones de huevos que rellenaban con agua colorada y taponaban con cera. Ellas los perseguían con harina en las manos para dejarles la cara y los cabellos a lo Pierrot.

“Madre, siento pena por el niño que no acunarán mis brazos,”
En algunos barrios y urbanizaciones de Lima se dispara globos incluso a los omnibuses y si el juego es más brusco se pinta la cara de las “víctimas”con betún. En el Perú de adentro que comienza en la puerta de las ciudades el pukllay o la wayllacha es diferente. Un mundo paralelo donde el amor es un viento que empuja a los jóvenes para encontrarse en los pueblos. Los cantos dicen claramente: “Los casados a sus casas, los solteros a las calles.” El carnaval es sinónimo de esas fiestas de la juventud prehispánicas donde los que se pasaban de años, hombres y mujeres, tenían una oportunidad para conseguir pareja.
En esas fiestas los banderines blancos ondean en el  ambiente festivo de las casitas campesinas o comunales, en los wayllares o pampitas verdes, lindas para kaswar.
“Madre…”

Al fin la madre dice que sí y ella sufre su mayoría de edad porque allá en las comunidades de los cerros a los veinticinco años se va haciendo tarde para amar. Se prepara gozosa para ir. Trenza sus cabellos con cintas y flores, se pone sus galas nuevas. Su montera de barboquijo con cinta labrada, el phullu recién tejido, su prendedor de plata. Ambas saben que el destino las alejará. En el pukllay su pareja puede ser de otra comunidad y su hogar florecerá en otra parte. Pero, su sangre lo reclama. En el camino se unirá con otras jóvenes que van con el mismo propósito. No dejará de atarse a la cintura el banderín blanco de solterío. El blanco que grita su libertad, mientras los mozos harán otro tanto. Se pondrán al cuello, en la cabeza o en el sombrero el pañuelo blanco con el que “dicen” con afán  no tener compromiso.

 La música que se escucha a lo lejos despierta su entusiasmo.
“Haykuykamuy, wayqeychallay, pasaykamuy panachallay, pukllaykusun, kaswaykusun….”
“Ven hermanito, pasa hermanita, jugaremos, bailaremos…”
Ellas harán tímidamente sus rondas sin mirar a quienes irán llegando. Pueden ser conocidos pero unos y otras buscarán gente nueva. Las muchachas sonreirán y en sus ojos risueños habrá un brillo de complicidad compartida. (“¿Será bueno el hombre, diligente, cariñoso?) (“¿Será la mujer trabajadora, alegre, amante de su hogar? “). Sabe que allí está su futuro y sea lo que fuere tendrá que ser aceptado. En cierto momento harán su propia ronda haciendo trinar sus charangos o dejando el encargo a sus amigos casados que son testigos de sus sueños.
En la ciudad, los carnavales perdieron su belleza, su poesía, su imaginación. Son sólo una bulliciosa competencia de baldazos de agua. Salvo que se adopte el carnaval como un atractivo turístico, se inventen reinados y se desentierre a Ño Carnavalón con su jocoso testamento. Las yunsas y los cortamontes provinciales son sólo un pretexto para el baile colectivo, para comer, beber y divertirse.

Perú adentro hay fiestas de la juventud que se realizan al pie de la Cruz de Mayo levantadas obre una waka que recobra su viejo poder de propiciar la fertilidad. Las parejas, cuando baje la tarde bailarán juntas. Una mirada, una sonrisa, un gesto decidirá su unión. A medida que se compenetren en la kaswa se irán retirando hasta que a lo lejos se extingan las últimas coplas y comiencen a brillar las primeras estrellas en el cielo.
Alfonsina Barrionuevo

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