sábado, 10 de enero de 2015

VOLVIENDO CON LOS APUS

Los nombres de los nevados, los cerros, las lagunas, la tierra, son muy expresivos, mágicos, unidos a historias fabulosas que se conservan en la memoria popular y todavía se transmiten por generaciones. Son miles y varían de acuerdo a las localidades donde se encuentran, pues, tienen identidad y características propias.
Según la región donde están los nevados y los cerros se llaman Apus, Aukis, Achachilas, Wamanis, Hirkas y Orqos. La tierra recibe el nombre de Pachamama y el mar de Mamaqocha.  Ella es madre de los lagos, las lagunas, los ríos y los manantiales.
Se les ofrenda desde épocas sin edad porque son seres vivos, con los cuales millones de peruanos siguen manteniendo una estrecha interrelación, una convivencia espiritual  y material que los compromete a darles “sustento”  porque “tienen sed y hambre”.
Como se trata de formas de energía  sus necesidades no son físicas sino espirituales. Cuando se les invoca están presentes en las ceremonias rituales aunque no tengan que ser visibles.
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Notas del libro “Hablando con los Apus”

FLORES Y HOJAS COMESTIBLE              
Beber la miel de ciertas flores es delicioso. Se encarrujan los pétalos y se va sorbiendo hasta que una gota rueda con su diminuta carga de dulzura hasta la boca. Algo que se puede hacer en algunas huertas y con flores muy especiales. En la huerta de Pachakamaq, Lima, de Alfonso Roda Marrou, miles de flores agitan las cabecitas curiosas. No  se usan como sorbetes sino para engalanar los platos.
Un guiso apetecible, con flores amarillas de chincho que se estiran delicadamente sobre el jugo, es muy tentador. Bellísimas flores azules de arveja o de salvia, sobre la superficie dorada de un enrollado de carne, son una delicadeza. Ni qué decir de flores blancas de papaya, que parecen de cristal, recostadas sobre la pechuga invitadora de un pato. Hay una sensibilidad que se desprende de ellas como adorno y también como aroma o sabor.
Roda Marrou, Don Torcuato para sus amigos, sonríe abiertamente frente a una canastilla de flores que nunca se marchitan. Sería un desperdicio cuando pueden brindar satisfacciones a comensales exigentes. Seda vegetal que se luce en los filamentos verdes de otras plantas que son un ingrediente de lujo de muchos platos que se sirven en restaurantes renombrados.
Nuestro entrevistado, nacido y criado en una huerta de Ñaña en épocas felices, donde aprendió a conocer y disfrutar su valor, muestra con orgullo sus flores y hierbas comestibles que son un artículo de demanda en Lima. Estaba estudiando administración de empresas en la Universidad de Lima cuando comprendió que lo suyo era ser un  agricultor de especies selectas y se pasó a la Universidad Nacional Agraria-La Molina para seguir, en su tiempo libre, veinte cursos técnicos de extensión social.

Durante el tiempo que trabaja mantiene una comunicación interesante con ellas, especialmente las nuestras que son tan diversas. Gracias a la buena tierra del lugar donde se encuentra la Huerta de don Torcuato en la costa o chala, y al invariable cariño que les tiene, logra excelentes cosechas, sin pesticidas ni productos químicos que vayan a alterar su calidad y hacer daño a la salud y al medio ambiente.
Muy pocas veces he visto personas que profesen tanto amor por la naturaleza. Vive y sueña en Lurín y aunque Lima es la ciudad capital del Perú, aprovecha que le queda a la vuelta de la esquina. Asegura que no ha roto con la metrópoli, más bien sus relaciones se han fortalecido con la demanda que tienen sus productos orgánicos en ferias, festivales, supermercados, hoteles y restaurantes.
El orgullo que siente Roda Marrou por su trabajo se refleja en su rostro. Sabe que tiene toda la vida por delante y confía en un futuro que no se desprende de los surcos. La propuesta de sus plantas, unas ochenta variedades a las que mima y engríe, es gourmet.
Entre las aromáticas la muña que es apreciada en infusión y ejerce al mismo tiempo una función repelente de plagas, el toronjil que es un rey de aroma y sabor, y la hierba luisa tan querida para cualquier malestar, un trío que se luce en las infusiones; el chincho, el paiko y el huacatay son los que dan apellido e identidad a la pachamanka; y una variedad de mentas.
La calabaza andina se ha acomodado, en los bordes de la huerta, con honores por sus frutos y también por sus flores, de excelencias gastronómicas. Alfonso Roda explica que se ha hecho una selección, después de que han pasado por un  tamiz probando sus aromas y sabores, para obtener su respectiva calificación. Entre muchas se han llevado palmas las flores de kiwicha, huacatay, culantro, hinojo, anís y romero, alternándose de acuerdo a las estaciones del año.
Las verduras bebé ofrecen ternezas al paladar. Todas son miniaturas de las mayores. Zanahorias, rabanitos, choclitos y  poros. En la lista de vegetales están igualmente los brotes o germinados, tan recomendados por los médicos especialistas. Ver los de cebolla, rabanitos, nabos, beterragas, kiwicha, culantro,  etc, es un jubileo, porque llevan alegría a las mesas con su aspecto delicado y  espectacular.
Roda Marrou incrementa constantemente sus variedades. Del Cusco, donde se trata de recuperar la frutilla, algo parecida a la fresa pero pequeña y más dulce, la fue rastreando con mucha suerte. En el Abra de Málaga, famoso porque allí se reúnen sacerdotes andinos de alto rango, la encontró y se la trajo. En su huerta la cuidó con esmero y ha logrado aclimatarla. No será extraño que vaya aumentando en cantidad. La frutilla se come al natural, en dulce y en las renombradas frutilladas, una chicha que tiene un timbre imperial. 
Su entusiasmo desborda cuando revela que emplea riego tecnificado con agua ozonizada; abono natural que obtiene en parte del reciclaje de las hojas del mismo huerto, y tecnologías que aplicaban a sus cultivos los limeños prehispánicos, como las camas para sembrar y cosechar que se levantan a cierta altura del suelo.
A corta distancia de la ciudad de Pachakamaq se preocupa por su crecimiento apresurado. En cada año que transcurre se van recortando las tierras agrícolas para dar margen a la construcción de viviendas. Lima es la que pierde su último valle verde, de áreas limpias y generosas. Si existiera conciencia acerca de su aporte a la dieta alimentaria de sus habitantes, se incentivaría la existencia de las huertas que quedan, antes de sofocarlas con cemento.
Para completar su oferta la Huerta de don Torcuato ofrece dos servicios semanales. Una Granjita Feliz, diseñada para que los niños conozcan una diversidad de plantas y animales, y un restaurante que funciona sábados y domingos, atendido por  Pilar Gutiérrez.
Nada que hacer, estamos acostumbrados al buen comer y allí se encuentra una carta surtida. Hay pollitos de leche a la leña, conchas acevichadas,  langostinos empanizados, chicharrón de conejo, pato criollo, pachamanka y mucho más. La huerta está a diez minutos del kilómetro 33 de la antigua carretera Panamericana Sur, urbanización Casa Blanca, Pachakamaq, Lima. Un viaje que motivará a la familia o grupos de amigos, entre mar, cielo y arboledas amigables. Los que quieran una canasta de hortalizas pueden llamar al teléfono (01) 2311326. Los precios son económicos y hay reparto a domicilio. ¡Qué más se puede pedir!  
Alfonsina Barrionuevo
               


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