domingo, 4 de enero de 2015

 LA SOBREVIVENCIA DE LAS WAKAS

El choque de dos culturas adquiere un monumental relieve cuando el virrey Francisco Toledo  intentó desalojar a sus manes tutelares de la plaza sagrada de Qosqo. La fastuosa concentración de ciento diecisiete imágenes, que llegaron de los virreinatos y audiencias de América, resultó ineficaz porque no estaban en el mismo nivel.

Cómo desplazar al Apu Inti, el Sol que da vida y calor a la tierra desde su templo del cielo y su réplica en el Qorikancha; a Mama Killa, la Luna que maneja desde el infinito las mareas de esa inmensa pradera líquida que es Mama Qocha, el mar; a las estrellas que solas, en grupos, constelaciones o desbordándose en un río fulgurante -la Vía Láctea-, deciden el tiempo de siembra,  rigen la multiplicación de los animales y marcan la existencia de los seres humanos; a Mama Qaqa, la piedra que blinda su voluntad para enfrentar los desafíos; a Wayra, el Viento que girando en husos gigantescos se lleva las enfermedades a lejanos confines; a Para, la lluvia, que baja presurosa con su cántaro de greda cuando siente en el aire que se raja el labio de los surcos: a Chiqchi, el granizo, que saltando en un solo pie extiende un manto glacial de silencio; a Wankar K’uichi, al arco iris que deja caer su manto inundando el ambiente de colores; a Nina, el fuego que abre sus flores ardientes en la tierra para animarla; a Warasinse, guardiana de los terremotos y a mama Lloklla, la madre de los aluviones que sabía apaciguar su violencia: a Oqe Mishi, el puma celestial relacionado con el agua; a la Qewña con las neblinas, entre otros elementos.

Cómo romper el carácter sagrado de una ciudad  donde tenía su templo algo tan frágil como Puñuy, el Sueño que extendía su levedad de caricia sobre los párpados cansados y se albergaba también sin reparos a Wañuy, la Muerte tan temida, sin discriminar a Kawsay, la Vida, su gemela. Lo único que logró el arrogante virrey fue el sincretismo, integrar los íconos de su mundo con las energías materiales e inmateriales del nuestro.


LOS HORNOS  DE KURANBA

Las auroras siguen pasando sus finas manos de aire sobre la piedra tallada con primor; en los mediodías el sol siembra sus semillas de oro para hacerlas florecer y el arco iris hace flamear como antes sus banderas de colores. Los Inkas se alejaron un día por el camino del tiempo pero quedó el ushnu grandioso como huella de su presencia, comunicándose por escalinatas con una enorme plaza, como en Vilkaswaman, Ayacucho.

Fernando Moscoso Salazar admiró el altar pétreo en un espacio sagrado. El incansable periodista. La minería es su mundo y su pasión. Así encontró Kuranba, en la comunidad de los Kallaspuqyu, distrito de Huancarama, provincia de Andahuaylas, Apurímac.
Quedamos en visitar alguna vez uno de esos centros donde hace unos 10,000 años los antepasados extraían minerales no metálicos como cuarzo, riolita, toba, cuarcita y calcedonia, para fabricar puntas de lanza destinada a la caza, pesca y recolección. En su época demasiado temprana la minería no era ni el atisbo de un sueño. Se dio cuando aprendieron a manejar la flor de fuego unos 6,000 años después.

Los Chankas, que según la leyenda salieron de la laguna de Choklloqocha con Wankas y Wankawillkas, queriendo conquistar a los Inkas cuando tomaron fuerza, destruyeron los asentamientos de la cultura de Kuranba sin entender su avance en tecnología metalúrgica y avanzaron en desatados huracanes de muerte. Ellos jamás renunciaron a su salvaje libertad y cuando fueron sojuzgados prefirieron desaparecer, atravesando el territorio hasta las ignotas cabeceras de la selva.

Moscoso, comunicador y fotógrafo, experto investigador de rastros mineros, encontró una tradición importante en Kuranba, donde quedan todavía cantidad de escorias y otros residuos de metal. Descubrió también como usaron cuernos de animales para extraer los minerales, quimbaletes para la molienda y wayras, hornos, que atizaba el viento con la fuerza de sus pulmones en la altura de los cerros, para la fundición.
Los Inkas que tomaron el lugar, cuenta, lo implementaron con una serie de construcciones. En los alrededores se ubican más de 69 recintos, con calles y escalinatas, además de una fachada principal hacia la plaza central de planta cuadrangular. Así mismo en la pampa adyacente quedan restos de un conjunto de habitaciones, posiblemente para los trabajadores, con piedras calizas de diferentes tamaños -algunas en forma de cuñas- unidas con mortero de barro.

Una densa vegetación cubre en parte el grupo arqueológico que ha sufrido depredación por pobladores actuales que han usado piedras de sus muros para sus viviendas. La escasa enseñanza de nuestra historia, tan rica y vasta, minimiza la urgencia de resguardar estas obras del pasado que se están convirtiendo lentamente en una atracción turística que puede rendir dividendos a los pobladores. La sola vista del ushnu es impresionante.
Los Inkas usaron oro en sus templos y mansiones sin que se conozca hasta dónde llegaron en sus técnicas, pues, los españoles se llevaron todo lo que encontraron. El resto fue ocultado por los cusqueños cuando advirtieron que eran objeto de su codicia. Lo más notorio es el empleo de la piedra como principal material y en eso sus talladores y arquitectos fueron eximios maestros. Sus orfebres dominaron el arte de fundir el oro y la plata, martillar, laminar y  engastar las piezas.

Sin embargo, lugares como Kuranba, indican un quehacer de la minería dedicada a los metales -oro, plata, cobre y otras aleaciones- con una infraestructura de más o menos 500 hornos con fines religiosos y suntuarios de los señores del Tawantinsuyu.
Los hornos metalúrgicos, explica Fernando Moscoso, tienen una ubicación extraordinaria, orientados hacia las fuertes corrientes de vientos procedentes de los valles interandinos. Su vista en las noches debió ser magnífica por el fuego al rojo vivo derritiendo el contenido de los crisoles. Los mineros disponían de un buen abastecimiento de leña en los bosques cercanos donde abunda mucho la chillka, apreciada por su alto contenido de resina, elemento indispensable para atizar los hornos. Agrega que los terrenos de las comunidades de Panpamarka e Iskawaka (Aimaraes) fueron yacimientos mineros donde había vetas de oro, plata, zinc y cobre. Años más tarde, en 1560, durante el mandato del Virrey Andrés Hurtado de Mendoza, se descubrieron minas de azogue en Huancavelica, que pertenecía por entonces a lo que hoy es Apurímac. El interés de los españoles dio lugar a que se establecieran en Andahuaylas 6 Corregimientos y en Abancay un Corregimiento con 23 Repartimientos a fin de proveer mitayos a los explotadores del mercurio. El resto es historia virreinal y los fines completamente diferentes. Una nueva etapa que fue trágica para la minería peruana.


Alfonsina Barrionuevo

1 comentario:

  1. Buenas tardes me encanto leer sus articulos de los apus que hablan mario cama es del cusco ?? Quisiera mas información porfavor nose si me podria brindar su dirección para poder ir a verlo por fabor

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