domingo, 28 de diciembre de 2014

ESTRELLAS EN LOS ANDES

En los lugares más altos de la cordillera es un privilegio contemplar su cielo estrellado. Unas veces en sembrío de luces. Otras, mostrando enormes cuerpos celestes. Las constelaciones, que aparecen flotando como brillantes navíos espaciales.
“-Mira, aquella es una llama, “-me dijo la abuelísima mama Candelaria, en un pequeño caserío de Canta, en Lima, –y está con su cría, señal de que el año será bueno.”
“-Es la Urkuchillay.”
“-No sé, pero si está sin su cría no se multiplicarán los cultivos.”

En los Andes la gente suele mirarlas durante toda su vida. Los niños nacen de cara a las estrellas y al final, cuando se despiden, ellas rutilan por última vez en las pupilas de los ancianos. Allá su visión es ultraterrena. A la distancia parece que  que llevaran la esencia del infinito. Las mujeres no deben contarlas porque si lo hacen tendrán muchos hijos. “Las estrellas, afirman, son luciérnagas celestes, pinchinkurus, gusanos de luz, que encienden el farolito de sus vientres.”

Ch’isin ch’aska, “la luz de sus abismos”, estrella del atardecer, es la más bella de todas. La Huch’uy Cruz sale después y se va al amanecer. La que  se oculta de rato en rato es Lluthu, estrella perdiz. Hanp’atu, estrella sapo, salta sobre nuestras cabezas. Llamañawi baja hasta los cerros y se confunde con los rebaños en los meses de mayo y junio. Las Chupayoq Ch’aska son estrellas con cola (cometas).  Si Qolqa, la estrella granero, aparece el 24 de junio, día de San Juan, el año será excelente.

“-Las estrellas son como nosotros, agrega Santusa Wallpari de Ampay, caserío del Valle Sagrado, en Cusco. -Cuando alguna se apaga la noche se oscurece pòrque hay tristeza en el cielo. Qoyllur, es la estrella de las ñust’as o princesas inkas (conocida también como Venus). Es ligeramente rosada (y aparece junto a Sirio, que es brillante). La Cruz del Sur, la Hatun Calvario, se llama también Chakana o Llakana. Los ojos de Urkuchillay, que aparece en medio de un río de estrellas, son grandes y su cuello es largo.  Ella bebe el agua de mar a medianoche  cuando nadie la ve. Dicen que  que si no bebiera esa agua  el mar cubriría el mundo y todos quedaríamos sepultados en sus profundidades.”

El Zodiaco Inka no tiene nada que ver con el zodiaco occidental. Los naskas graficaron en una extensa panpa los signos para el año que valen para todos los peruanos. María Reiche los limpió. No conocía su paralelo con las constelaciones andinas.
¿Algo más?. Mucho se queda en el tintero.
Hasta el próximo domingo.   



MANJARES DE LOS RUNAS
                 
En el siglo XVI, cuando arribaron los españoles, encontraron una cocina multicolor, nutriente y nutrida.
Para ellos, que estaban acostumbrados sólo a las carnes rojas, el trigo, las lentejas, las arvejas, las habas y el arroz, esa diversidad de platos les resultó alucinante. Ignoraban de qué plantas y animales provenían sus manjares,  cómo se preparaban y comían.
Una locura para los estómagos de la tropa acostumbrada a magras raciones. La gente con titulos que llegó después también se asombró,
La conquista española, en el rubro de los alimentos, provocó  otra dura batalla: el arrinconamiento de los nuestros y la imposición de los suyos. Su preocupación se  registra en los premios ofrecidos a quienes lograran que prendieran sus cultivos y obtuvieran la primera cosecha de Occidente en  tierra nueva.
Mientras ponían sambenitos al maíz, como grano maldito que ─supuestamente─ contagiaba la sífilis, el trigo era ─también supuestamente─ bendito, porque en la misa se convertía en “cuerpo de Dios”. La papa  pasó a ser solamente  digna de los cerdos y  los presos de sus cárceles. Ni qué decir de la yuka,  la oka o la  kinua: que conocieron muy tarde. Ni al tomate, que iría  a sazonar sus tallarines.

El primer fruto español en crecer y madurar fue una granada que pasearon en procesión, por la Plaza de Armas de Lima. El dichoso dueño del huerto recibió felicitación desde España y la asignación de una presea valiosa que incentivaría a los demás. La idea no era sólo trasladar lo que tenían y conocían, sino también aprovechar la tierra fértil del territorio conquistado, donde sus cultivos se expandieron poco a poco, hasta asentarse en nuestras ocho regiones y 84 pisos ecológicos.
Cinco siglos después tenemos una cocina no sólo occidental, sino también asiática y de cuanta gente llegó de otras partes para instalarse atraída por la belleza de los diferentes lugares y las oportunidades para formar una familia y crear industrias y otras empresas que generan ingresos y ayudan a tener una economía floreciente.
Hoy este panorama alimentario ha sido muy bien manejado dando lugar a un “boom” gastronómico. Los potajes desplegados en los inmensos comedores de las ferias gastronómicas Mistura evidencian cinco siglos y una década de mezclas y creaciones; las novedades fusionadas de uno y otro lado de dos  océanos que gratifican a los amantes del buen comer.

Hemos incorporado los ingredientes de fuera a los nuestros, para forjar una suculenta mesa, muy peruana en el mejor de los sentidos. Pero siempre hay algo que queda  al margen.
En el recorrido gastronómico se está olvidando los alimentos nativos sobrevivientes y los potajes con milenarias raíces: Por ejemplo, el yaku chupe, el puré de tarwi, el postre de tokosh y así muchos a ojo de buen cubero, teniendo en cuenta que tenemos miles de pueblos y sazones. Se  comienza a buscar y, sin necesidad de lupa, sale a la luz hasta un gusano como el suri amazónico, que es un sibarita autoalimentado por una palmera especial. El Amauta Javier Pulgar Vidal sabía apreciar un rico chicharrón de suri, enviado por sus familiares y amigos desde las junglas de Huánuco. Hasta la grasa rezagada en el plato, como una mantequilla, era un aliño apreciado en galletas para quienes llegaban atrasados a su convite.

Haciendo una ligera memoria sólo en lawas ─así se conocen a las sopas en el Perú profundo, lo más lejos de las ciudades─ las hay de maíz, de zapallo, de calabaza y de qoe o kuye. Es  un pequeño muestrario.
Ahora que se les ha dado por “marquetear” la carne de la alpaka, un animaltan dulce, tan bello y de ojos tiernos─ cabe recordar que los criadores altoandinos de este camélido nativo dan un sinnúmero de usos a la chalona o carne seca, preparada con templanza para hacerla durar el mayor tiempo posible.
En peces está recobrando su categoría la anchoveta, que cierta industria transforma en harina para alimentar chanchos, cuando en Caral era el alimento preferido de la ciudad más antigua de América y, hasta mediados del siglo anterior, disecada y tostada era un excelente fiambre o refrigerio en las grandes faenas del campo.
Arriba, en las lagunas y ríos de los Andes, la  trucha se ha comido a casi todos los peces nativos pequeños. Felizmente, en el lago Titiqaqa el suche ─festín prehispánico que llegó a ser disfrutado hasta el siglo XX, frito, entomatado o al horno─ ha regresado de puro milagro, tras sobrevivir escondido en las nacientes de algunos ríos.

Los antiguos peruanos sabían comer desde que eran bebés. La mazamorra morada, con el toque a santidad que recibe en cada octubre de milagros, es la única que ha saltado la valla en Lima. Pero  hay otras riquísimas, aptas para la “papilla” de las “guaguas”, que “forman” a sus estómagos y hasta resultan vigorizantes para las  “mamalas” o abuelitas, como la “rubia” con chancaca, tan buena.
Las chichas  que se beben en el norte, el centro y el sur son otro portento. Y no sólo de guiñapo, que es  como un licor en las fiestas patronales; sino también la ñoqña para los niños, la blanca de maní, y todas las terminadas en “ada”: frutillada, uvachada y muchas más, que ─incluso les hacen competencia a las cervezas..
Me gustaría que el seviche o cebiche volviera a sus grandes tiempos, cuando la gente de mar y tierra cocían la delicada carne de los peces con tumbo verde. Nunca tuvimos los periodistas más sorpresas en una mesa de sabrosos potajes que aquella ofrecida por el difunto Amauta Fernando Cabieses, cuando tenía el Museo de la Salud y servida por su asistente Melchor, un chef inigualable antes de que Gastón Acurio soñara con entrar a una cocina para lidiar con las ollas.

Aprendimos a medida que salían los platos a la mesa. Quién se hubiera imaginado que los antiguos peruanos tenían un endulzante como la penka, cuya médula  “pelada” cuando la planta lanzaba su flor al cielo, era como una delgada caña dulce. Melchor reveló que se hacía hervir y al cristalizarse dejaba una especie de miel excelente para diferentes platillos.  
Ya se han escrito kilómetros de libros sobre la comida peruana. Pero tenemos uno en espera. Estas y otras comidas y bebidas aliñadas con leyenda aguardando un editor.   

Alfonsina Barrionuevo

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