domingo, 25 de marzo de 2018

KUKULI Y SUS SUEÑOS DE COLORES

Isicha de Kukuli Velarde
Anocheciendo el siglo XX y amaneciendo el XXI Kukuli inauguró otro proyecto: las Isichas. Se inspiró en una historia andina: Isichap’uytu. En ese momento mostró un panorama de personajes femeninos arrancado de las canteras del Ande peruano. La versión que circula en Qosqo y Apurimaq es la de una mujer amada por un cura. A José María Arguedas le contaron la verdadera en Sicuani. La historia tiene una protagonista amada por un kuraka que desafía las fronteras de lo prohibido. La colección en barro de Kukuli es numerosa. Parecen botijas que hubieran sido arrancadas del propio Ande para hacer sentir una impresionante gama de emociones, posturas, expresiones, indumentarias de mujeres. Con esta colección Kukuli volvió al Perú.


SANTOS SEÑORES DE PERU
   
En la puerta de mi iglesia las cruces de palma entretejidas estuvieron hoy esperándonos a los fieles. Temprano se sentía el canto de los pájaros, la frescura  del tiempo impresa en el aire y una cierta nostalgia de Semanas Santas que vi y ahora son de ayer. Cómo no extrañar al Señor de Burgos, de Chachapoyas, que lleva en la diestra racimos de pajuros. A María Magdalena de Cajatambo, chaposa por la altura, retratando su belleza en las pupilas de sus cofrades. Hasta a Judas en traje de sargento en un pueblo norteño porque las termitas se comieron su vestimenta bíblica. Harían falta muchas Semanas Santas para que yo volviera a admirar a los SantoCristos, las Marías dolorosas y a sus fieles seguidores con sus ramos de flores y velas. Hoy prefiero verles en el recuerdo de aquellas que escribí con pasión recorriendo los caminos del Perú. 

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Desde entonces muchas tradiciones se han perdido pero la Semana Santa sobrevive en cientos de ciudades y pueblos.Mientras en Azángaro, Puno, ha desaparecido la lírica estampa de la Ultima Cena; en Catacaos, Piura, y en Lambayeque, las viejísimas imágenes de los Apóstoles que acusan una calvicie de abandono son puestas en una anda larguísima para la procesión de Viernes Santo.  El Jueves Santo por regla tiene sus manjares. En el Qosqo son doce platos que se completan con tamal y empanadas de la condesa. En  Piura, sopa de pan, sarandaja, cachema frita, carne aliñada, seco de cabrito y mala rabia. En Huancavelica el sabroso chupe de calabaza, el guiso de carne y el ponche con aguardiente para las velaciones. En Huaura, Lima, tamales, chorizos, salchicha y camote frito. En Ayacucho, sopa de queso, el aycha kanka, el puka picante, la mazamorra de calabaza y el ponche de maní. En Huanchaco, La Libertad, sopa teóloga, qochayuyo y huevera con papa, causa de caballa, cangrejos reventados y seviche. La lista gastronómica santa es de no acabar.

En Semana Santa el Qosqo huele a compota de durazno. En las casas hierve el dulce con canela y el aire lleva prendido su perfume de domingo de Ramos a Domingo de Gloria.  Lo tengo en el recuerdo de años que los llevo tatuados en la memoria de mis células. Días hermosos de iglesias con las puertas abiertas, campanas que se echan al vuelo con alegría  y cánticos teñidos de fervor. En Lunes Santo el Señor de los Temblores, Patrón Jurado de la ciudad imperial, recorre las calles seguido por una multitud ávida que lo sostiene en sus pupilas. Lunes de lluvia que se seca a sus pies para dejarle pasar. Noches entibiadas por los cirios para la bendición que todos reciben con amor.
Jueves de doce platos en la mesa familiar, entradas con pellejito de chancho y habas verdes (habas k’apchi), sopas despidiendo vapor, segundos con asado y morayas harinosas  y postres de sabor dulzón, regalo al paladar. Jueves de visita a los monumentos del Santísimo con rosarios y velas encendidas, entre padrenuestros y avemarías fugitivos. Viernes Santo con el Señor del Santo Sepulcro en la plaza y la Virgen con un rayo de luz en las manos. Santos días de papá y mamá que se fueron y que no tienen para qué volver. Están en mí.

En Semana Santa Surco se perfumaba con el olor de la uva madura para que  salga el Señor de la Viña. Ya no está el virrey que acompañaba al Cristo vestido de terciopelo y tampoco quedan las parras, sepultadas por el cemento. Pero el Crucificado, mientras tenga sus devotos, seguirá aromando la noche del Viernes de Dolores con los racimos que adornan su cruz. El ochenta por ciento de los limeños ignoran que tienen cerca una Semana de Pasión con las conmovedoras reminiscencias de antaño. En el viejo Surco el Domingo de Ramos se viste de flores lilas y la brisa despeina los cabellos de una bella efigie del Señor, que cabalga gallardo en su burrita blanca, haciendo volar alguna flor artificial de amankay. El Viernes Santo, después del Sermón de las Tres Horas, "los santos varones" bajan de su madero al Cristo de la Agonía y limpian de su cuerpo el sudor de la muerte con algodón de rama que esperan con ansias los fieles. Sus brazos son articulados y se estrechan en la urna del yacente.
El drama del Gólgota ha hecho carne con el Ande a través de sus flores nativas. El ñuqc'hu, que es rojo como una gota de sangre, encierra entre sus pétalos diminutos una cruz; las waqankillas son lágrimas de la Virgen, convertidas en pétalos de terciopelo cristalino; las k'uichit'ika, flores del arco iris que se enredan en sus manos de paloma y muchas otras cuyo significado conservan las comunidades campesinas.
Lo propio sucede con hierbas aromáticas como el arrayán y el toronjil que hierven  en ollas de barro para impregnar con su fragancia los montes o calvarios de las iglesias; las hierbas de Judas, el ahorcado, que se buscan a medianoche entre el Viernes de Agonía y el Sábado de Gloria, para conjurar brujerías; el algodón de rama con que se limpia el torso del Nazareno al reeditar su martirio y es preciosa panacea para toda clase de males; las hojas de palma que se tejen primorosamente en Domingo de Ramos y los mentados cigarrillos de anís que fuman los patriarcas  en Otuzco, La Libertad, para combatir el frío de los años.

En la Semana Santa es lógico pensar que hay miles de Señores. Sólo nombramos los más famosos. En el Cusco, el Taitacha Temblores de cuerpo magro ennegrecido por el humo de las velas y la savia dulce de las flores. En Ica, el Señor de Luren, una efigie de primera que fue pagada con limosnas de segunda, por los pobres, del cura Madrigal. En Ayacucho, el Nazareno de Julkamarka  hecho por los ángeles igual que el Señor de Huamantanga, en Lima. En Arequipa, el Señor del Gran Poder flanqueado por anónimos penitentes de largos cucuruchos. En Chancay, el Señor de la Agonía que cambia el huerto de olivos por una anda con un huerto de frutas; en Huaraz, Ancash, el Señor de la Soledad, que emergió de un árbol en un bosque profundo. En Tacna, el Señor de Locumba de pies quemados y bailarines litúrgicos. En Monsefú, Lambayeque; en Ayabaca, Piura, y en los Barrios altos, Lima, el patético Señor de los trinitarios que fue Cautivo de los moros. En Catacaos el Señor de la Caña, el Señor de la Justicia, el Señor de la Caída, el Señor del Prendimiento. En Tarma, Junín, el Cristo Yacente que pasa sobre floridas "alfombras"  de keyserinas, arrayanes, retamas, geranios, claveles, rosas y wayranpus, que “tejen” con puras flores sus fervorosos devotos. En Lampa, Puno, el Señor de cuero de vaca que es venerada reliquia. Cada uno con más de una historia prodigiosa y llena de fe.

Alfonsina Barrionuevo

domingo, 18 de marzo de 2018


KUKULI Y SUS SUEÑOS DE COLORES

En 1996 Kukuli fue invitada a una reunión en Larapa. Las Pachamamas de Waqaypata Qosqo y de Calca Lares Y los Apus Panpawayllu, Sokllaqasa y Phutukusi serían convocados por el altomisayuq Mario Cama. Una interesante oportunidad para conocer el mundo mágico del Ande.
Normalmente la gente va para pedirles su ayuda espiritual y también la curación de algunas dolencias. Para mí fue entrar en una dimensión espectacular. Los “papitos y mamitas” como también los llaman hablan a través de las cuerdas vocales del altomisayuq.

Aquella fue la primera de una serie de sesiones que publiqué después en mi libro “Hablando con los Apus” que es muy solicitado. Para Kukuli fue muy simpático oírles decir que no tenían imagen porque eran solo fuerzas de energía. Regresó a Nueva York e intentó hacer una imagen de Panpawayllu. Al terminarla me llamó entusiasmada. Iba a quemar el barro, pero se quebró en varios pedazos. En una siguiente sesión les pregunté qué había pasado. Me dijeron que no tenía permiso. Se los pedí, me lo dieron e hizo una segunda pieza. Salió muy bien. Han pasado veintidós años. Vi a Mario Cama una vez más y después falleció. Espero una nueva sesión con su hijo José en cualquier momento. Me gustaría que me siguieran hablando sobre Qosqo y Perú.

  

PRIMER VIAJE A LA MARAVILLA

El día en que viajé por primera vez a Machupiqchu  me tocó beber el sol  de madrugada, tal como hacían los sacerdotes inkas en la Plaza Mayor de Qosqo. Al respirar pude ver mi aliento congelándose en el aire mientras el frío traspasaba mis huesos penetrando hasta los tuétanos.
El tren iba a salir  a las siete en punto, pero antes solía hacer  sus  ejercicios de rutina moviéndose ruidosamente en el patio de la antigua Estación de San Pedro.  Admiré las  nubes de vapor  que envolvían sus ruedas. Densas a tal punto que parecía que lo iban a levantar en peso.
Cuando nos instalamos salió rápidamente, resoplando con fatigas de altura, y comenzó a trepar el cerro de Piqchu en zigzag, anunciando en cada esquina su salida con un largo pitazo de advertencia, como las teteras de las bodegas de la Cuesta de San Blas, cuando avisaban que el agua estaba hirviendo para servir el té piteado. Es decir un té “bautizado “con un chorrito de pisco puro para calentar a los parroquianos.
Por esos pitazos los cusqueños llamaban al tren, “la teterita de Latorre”, el  apellido de un señor que fue contratista de la construcción de la vía férrea de trocha angosta allá por 1926. Una vía doméstica de segunda para un destino de primera.  
Mis entusiasmos desbordaban las expectativas. Visitar el santuario era un sueño que iba a compartir con Manuel Chávez Ballón, arqueólogo y apasionado historiador del Qosqo inka.


En su recorrido el tren se detendría en Huarocondo, en plena panpa de Anta. Allí tomaríamos un café y podríamos comprar unos deliciosos tamales para la hora del hambre. En Machupiqchu había un pequeño albergue,  sólo para turistas.
En nuestro descenso por el Valle Sagrado, mientras los sembríos se filtraban en mis pupilas en procesión de colores luminosos, el doctor Chávez Ballón me fue contando como el joven Kusi Yupanki, hijo del Inka Wiraqocha,  organizó  la defensa de la ciudad sagrada cuando los feroces chankas se acercaban  para arrasarla.

 Al abandonarla su padre se llevó a los únicos defensores que podían haberse quedado. Kusi Yupanki tomó las banderas de guerra sin arredrarse, multiplicándose como si tuviera alas. Su arrojo y don de mando se pusieron a prueba al convocar a los pocos señores que vivían en la región.

Foto Peruska Chambi
Le secundó Wilka Uma, el gran sacerdote, quien con suma sagacidad mandó vestir a unas enormes piedras, existentes en las alturas de Xaquiqawana,  con atavíos de guerra que hizo sacar de los tanpus o tambos donde se guardaban abastecimientos. Mantos, chu’kus o gorros a manera de casquetes reforzados, rodelas de maguey con malla de metal y piel, petos de cuero que se colocaban sobre los unkhus o túnicas y porras. Desde lejos parecía un ejército agazapado, amenazante, espectando las acciones, para levantarse prestamente en el momento preciso y combatir.  Tan reales, tan altivos, que al pasar por allí Kusi Yupanki y les gritó sonriente, pensando en refuerzos inesperados.
“¡Qué hacen allí sentados, hermanitos!  ¡Vamos a pelear!”

A su llamado los “guerreros de piedra” se pusieron de pie avanzando con una fuerza arrolladora, agitando las unanchas sobre sus cabezas y vociferando imprecaciones que hicieron vibrar de valor a las escasas huestes que tenía. Así pudo desarticular a los belicosos chankas que retrocedieron desbandándose ante el empuje de su gente. Al terminar Kusi Yupanki conoció la identidad mítica de sus refuerzos y los llamó purun aukas o pururaukas.  ¡Valerosos guerreros de piedra!

La visión del poderoso Willkamayu,  el río que nace de una lágrima solar, me emocionó. Faltaba poco para llegar a la ciudad inka. Instintivamente bajé la cabeza cuando entramos en un pequeño túnel y en mis labios se prendió una sonrisa.
No creí haber llegado cuando el tren se detuvo en un pequeño villorrio. Aquel era la estación final llamada Aguas Calientes porque tenía un afloramiento de aguas termales. Bajamos sin más en un andén polvoriento. Al frente unos chiquillos de pies descalzos miraron con curiosidad los viajeros que descendieron del tren. Este se quedó estacionado hasta media tarde, para devolvernos al Qosqo.
Nos acomodamos en un microbús que esperaba y nos fuimos cuesta arriba, zigzageando por la ladera del cerro viejo. Hasta que llegamos a un espacio abierto, en medio de la vegetación, donde se recibía a los visitantes.  El administrador del hotel salió premuroso a la puerta y nos abrumó con sus atenciones, invitándonos a tomar un mate de coca.
A unos pasos, oculto por la vegetación, Machupiqchu aguardaba  con sus silencios,  desafiando al tiempo en la eternidad de la piedra. Entonces se  entraba  por un pasadizo estrecho que al terminar mostraba su majestuoso  escenario.  Al fondo me estremeció  la magia del paisaje que ofrecen  los fértiles valles de Kollpani y la cadena de picos con el Kutija y el Phutukusi emergiendo de  frondas azules  como guardianes abuelos. Recuerdo haberme recreado escribiendo sobre las viejas parcelas de hierba en su airosa arquitectura, sus acrobáticos andenes,  sus escalinatas hechas entre vértigos y precipicios.  Tenía que volver y lo hice por el camino inka haciendo ch’allas de flores y dejando k’intus de coca en los templos de paso.

Alfonsina Barrionuevo

domingo, 11 de marzo de 2018

KUKULI Y SUS SUEÑOS DE COLORES

Kukuli siempre me sorprende con sus obras. En 1991 vi en su estudio a Santa Chingada. El comentario de esta pieza en el catálogo de “Patrimonio”, su exposición en Lima el 2012, es conciso y directo. Dice textualmente: “Santa Chingada es una respuesta personal a la hipocresía social de elevar a la mujer a un pedestal si se sacrifica y somete, cualificando sus bondades en la medida que acepta su sufrimiento. Su iconografía comprende un bozal, un cinturón de castidad, clavos en el pecho y el vientre embarazado.”

Cuán atroz ocultar debajo de la máscara plácida, de ojos claros y tez rosada, un rostro congestionado por el dolor y aparecer como la “sacrificada madre, fiel mujer,  devota, serena, obediente, domesticada, venerada,  bendecida con la maldición de ser una santa.”


Kukuli Velarde
Aquella vez lamenté en mi fuero interno la  situación de las “santas arruinadas” o  “fregadas”, que eso quiere decir el vocablo mexicano. Acaba de pasar el “Día Internacional de la Mujer” y si bien el cinturón de castidad evocaba la obligación de fidelidad en tiempo de las Cruzadas en Tierra Santa, tal parece que si las mujeres hemos conquistado casi todo  no nos libramos de la barbarie.
En 1991 Santa Chingada fue un adelanto de la protesta. Ya se puede denunciar y gritar en público, decir ¡no! al atropello, a la burka física y psicológica que cubre ojos morados y otras heridas que no se cierran. Tengo la suerte de ser una periodista que salió a la calle buscando la noticia y que viajó sin temor por todos los confines del Perú, blindada por el cariño de mi padre y el afecto de los pueblos a los cuales llegaba tratando de canalizar sus inquietudes. Los años pasan pero hay que seguir luchando, aunque ahora sea más difícil porque el enemigo puede estar en la misma casa y se han multiplicado los retos, y  las necesidades se enfilan a más abismos y hay vientos de locura que reinan en todas partes.
No sé por qué el miedo tiene que estar como una sombra tras la mujer.

Busquemos el amor y la sonrisa en las niñas y en los niños. ¡Por favor!



UNA CASONA CON HISTORIA
Hay chispitas de oro en la mañana que invitan a recorrer la Casona de la Universidad Nacional Mayor de San Marcos, en el Parque Universitario, que ahora es su Centro Cultural, donde todos los días hay muchas actividades.
En la fuente, el agua gorjea con su eterna voz de soprano mientras el sol pasa los dedos sobre la dócil melena de los árboles.
El silencio crece ahora como una enredadera. 
Se fueron definitivamente los miles de alumnos que poblaban sus aulas y da la impresión de que podrían reaparecer en cualquier momento los novicios de San Ignacio de Loyola. Es que la casona fue convento jesuita, en un silencio santificado por Dios, antes que funcionara allí la primera Real y Pontificia Universidad de Lima, creada por cédula del rey Carlos V y confirmada por bula de Roma.
¡Vamos caminando!
En los patios la vida se desliza perezosamente, sin prisas. En el descansillo de la escalera que lleva al segundo piso se encuentra el retrato al óleo de fray Tomás de San Martín, fundador de la universidad, y también los nombres de los rectores que la gobernaron sufriendo los altibajos de su época. Las juventudes siempre han sido rebeldes y más de una vez la universidad y más tarde las universidades fueron sus focos de protesta. No olviden que San Marcos ha tenido algo que ver con las luchas de la Independencia. Y no es cuestión de que los viejos ya no pueden entender a los jóvenes, sino que la juventud, hermosa etapa, desborda siempre en efervescencia; mientras que la serenidad y la cordura de los años se van adquiriendo con el tiempo.

Resultado de imagen para casona de san marcosPero, volvamos a San Marcos.   
Es  la Universidad más antigua de América.
En 1551, fray Tomás de San Martín logró que el rey autorizara el funcionamiento de un centro de estudios generales, con la misma organización y las mismas prerrogativas de la Universidad de Salamanca. Sus gestiones, que llegaron a feliz término, obedecieron a la solicitud del Cabildo de Lima interesado en tener una entidad de tanta jerarquía.
En 1574 se le buscó un santo patrono lo que dio lugar a que la opinión pública dividiera sus preferencias entre San Bernardo, San Cipriano, Santo Tomás, San Juan, San Lucas, San Marcos y San Agustín. Se dice que se convocó hasta a tres claustros (votaciones) y a la tercera salió ganador San Marcos, quedando dueño del campo. Su proclamación, con asistencia del virrey y autoridades, se llevó a cabo solemnemente el 22 de diciembre de ese año.
La universidad funcionó primero en el convento de Santo Domingo. Posteriormente bajo el gobierno del Virrey Toledo fue trasladada a San Marcelo. Luego pasó a un local propio en la Plazuela del Santo Oficio. Finalmente fue llevada al noviciado de la Compañía de Jesús, construido en 1606 en un lugar rústico conocido como la Chacarilla, donde había grandes huertos y una capilla dedicada a San Antonio Abad.
Hoy es el Parque Universitario.
El conjunto es abierto, luminoso, con amplios corredores y hermosos patios. La Capilla de Nuestra Señora de Loreto que ha sido salón de grados durante muchísimos años conserva la magnificencia de su bóveda deliciosamente decorada con santos, santas y doctores en teología, pintados pulcramente en paneles de madera. Al centro está, dominando todo el conjunto, la Virgen de Loreto entre ángeles y nubes.
Actualmente funcionan allí tres museos que pertenecen a la primera casa de estudios superiores del Perú. El Museo de Arqueología y Etnología, el Museo de Arte e Historia y el Museo de Reproducciones Históricas. Si quieren conocer sus secretos además de su historia hay visitas guiadas de lunes a sábado. La dirección es Avenida Nicolás de Piérola 1222. Parque Universitaria.

Alfonsina Barrionuevo



domingo, 4 de marzo de 2018


KUKULI Y SUS SUEÑOS DE COLORES

En 1993 al cumplirse quinientos años del descubrimiento de nuestro continente Kukuli expuso sus obras de protesta en la Galería Bertha and Karl Leubsdorf de Hunter College, de Nueva York. Sus piezas recordaban a todos aquellos que perdieron la vida por los efectos del genocidio cuando América se llenó de sangre. 

Kukuli Velarde
Antes debió presentar una de ellas con Ana Ferrer, en el mismo tema, en la ventana de exposiciones del Instituto of Technology. El día de la instalación de las obras el instituto las censuró y prohibió su montaje por su excesiva fuerza interpretativa dando lugar a una controversia en la que ellas recibieron el apoyo de la prensa neoyorkina y ganaron.
Vuelvo a colocar la fotografía del bebé que murió sin nacer porque lo mataron. La foto no llegó a salir en el blog.
Tuve la oportunidad de ver estas obras. Kukuli ha guardado ‘el Empalado’, un hombre al que una viga atraviesa entrando por la boca. Como no puede gritar sendas bocas se abren en sus costados. Valdría la pena que los ejecutivos de cultura la trajeran, la exhibieran y la comprasen. El horror no debe ser olvidado.

LA CASA DE PILATOS


En la segunda mitad del siglo XX la Casa de Pilatos recuperó su esplendor. Volvió a lucir sus columnas, la escalera frontal, los arcos abiertos que se abrían al cielo y todos sus ambientes. Es posible que antes del terremoto de 1740 tuviera una gran fachada. Se dice que entonces perdió sus balcones de corte neogótico. Sólo queda la portada bastante huérfana y recortada. Se deja de lado el hecho de que se trata de una de las construcciones más viejas de Lima. La casa de Pilatos fue edificada alrededor de 1590 y quién sabe un poco atrás.
No la salva del lamentable anonimato en que se encuentra ni siquiera el hecho de que al frente, a medio patio, tenga una escalera de piedra que lleva al segundo piso y que ha sido motivo de conjeturas. Se sabe que sólo los conquistadores podían gozar del privilegio de tener escalera frente a la puerta de calle.
Al parecer fue mandada edificar por el rico comerciante español don Diego de Esquivel. ¿Si es así qué relación tuvo éste con alguno de los conquistadores para poner en su casa una escalera frontal? Dice don Ricardo Palma que, “con maderas y ladrillos sobrantes de la fábrica de San Francisco,  Esquivel  la encargó al mismo arquitecto que edificara el Colegio Máximo de San Pablo”.
La construcción de la casa misteriosa, edificio sólido y a prueba de sismos, que  han resistido sin experimentar desperfectos, indica  una excelente fábrica. Su patio que es más o menos amplio y severo tuvo como un detalle interesante columnas de madera que fueron reemplazadas por haberse deteriorado. En el siglo pasado fue sede de la Casa de la Cultura con el escritor José María Arguedas como director.
No se sabe cómo habría sido el patio en 1635 ocupado por las vendedoras de fruta cuando el mercado estaba en la plaza de San Francisco. Qué de bullicio y de aromas, además del trajín de mineros y comerciantes portugueses que vivían en la casa convertida en “posada y lonja” desde que Esquivel, siempre según Palma la arrendó sacando “un interés más que decente del capital empleado”.
Imagen relacionadaDe acuerdo a la tradición fue a causa de estos portugueses que la finca recibió el nombre de “Casa de Pilatos”. A ellos se les atribuye, en esos tiempos, una serie de herejías por las que pagaron muy caro. Unos con su vida en el peor de los casos y en el mejor con el pellejo pudriéndose por muchos años en una cárcel.
“Cuenta el pueblo que un Viernes Santo, a medianoche, entró a ella cierto mozo truhán que llevaba alcoholizados los aposentos de la cabeza. El portero probablemente se olvidó de echar el cerrojo, pues, el postigo de la puerta estaba entornado”. El joven vio luces en los altos, sintió algún ruido o murmullo de gente, y confiando hallar allí jarana y “moscorrofio,” atrevióse a subir la escalera de piedra que es, dicho sea de paso, otras de las curiosidades que ofrece este edificio.
El intruso caminó por los corredores y llegó a una ventana, tras cuyas celosías se colocó, y pudo examinar a sus anchas un espacioso salón. Bajo un dosel vio sentado a uno de los hombres más acaudalados de la ciudad, el portugués Manuel Bautista Pérez y hasta cien compatriotas de éste en escaños, escuchando con reverente silencio el discurso que les dirigía.
Frente al dosel, y entre blandones de cera había un hermoso Crucificado de tamaño natural. Cuando terminó Pérez, todos los circunstantes, se fueron levantando por riguroso turno del asiento, avanzaron hacia la imagen y descargaron sobre él un fuerte ramalazo.
Pérez, como Pilatos, autorizaba con su impasible presencia aquel escarnecedor castigo. El espía no quiso ver más profanaciones, escapó como pudo y fue con el chisme a la Inquisición que pocas horas después les echó la zarpa. El fiscal del Santo Oficio dijo que hubo profanación del Cristo. El juicio duró tres años. Pérez y diez de sus correligionarios fueron quemados en auto de fe en 1639 y se penitenció a cincuenta más de mucho dinero.
El padre Javier Vargas Ugarte dice que la casa perteneció después a doña María de Esquivel y Jaraba y, a su muerte, la Inquisición y otros acreedores, por deudas que tenía, la sacaron a remate. Su sobrino Diego de Esquivel y Jaraba, natural de Qosqo, caballero de Santiago y marqués de Valleumbroso, no quiso que la famosa casa pasara a manos extrañas y después de pagar deudas de 15,000 pesos, la compró en 29,000.
En el segundo piso se encontraba el oratorio,  el gran salón donde  se recibía a las visitas, otro con el nombre de salón Castilla, con retratos del Mariscal y su esposa, luego el salón de la Academia de la Lengua, el Salón de Actos y el Salón  San Martín. Ojalá que la Casa sea destinada a museo u otra actividad cultural de acuerdo con su rango. Se encuentra en el jirón Ancash N° 394, en el mismo centro de Lima.

 Alfonsina Barrionuevo