domingo, 31 de diciembre de 2017

AÑO NUEVO LIMPIO 

Quiero para el Perú un cielo azul, sin nubes negras. Quiero brisa gentil sin vendavales. abrumadores. Quiero agua transparente que no permita la ofensa de una brizna. Quiero mujeres que hayan enseñado a sus hijos a ser rectos y hombres que hagan honor a sus pueblos.  Quiero hombres y mujeres honestos y capaces, generosos y valientes porque los hay muchos, pero que sientan la necesidad de luchar y dejar de ser espectadores. Sé que ellos forman parte del Perú emergente que yo miro crecer con alegría, pero es necesario intervenir antes de que sigan imperando los  manejos de quienes pueden vender a la patria o hundirla arrasando nuestros patrimonios por sus intereses, sin respetar los paisajes físicos y humanos que tenemos.
Quiero un Perú limpio y con sueños libre de las pesadillas que lo siguen marcando. Que los niños no pregunten por qué existe la concertación de lo malo con lo peor para seguir medrando, de exigir solo ayuda y no poner el hombro, de precipitar las obras sin antes estudiarlas, de abusar de la credulidad de los menos para mandar.
Quiero que el Perú florezca bien, sin sacrificios ni temores. Hay una herencia que ayuda y hay más de un buen ejemplo que copiar, hay peruanos que honran su trabajo y hay más de una esperanza que ilumina el mañana. Pero, es inminente luchar, ver la realidad y juntar fuerzas. Digo, seguir luchando más que nunca para enseñar a los que vienen. Es hora porque la crisis de valores abre cada día más abismos de los que queremos vencer.  


EN EL MUNDO ANDINO

Al filo del Año Nuevo las comunidades andinas más alejadas habrán elegido un nuevo Varayoq. Los abuelos habrán estado observando con mucho celo los actos de los posibles candidatos. No será un gran número porque bastará con tres o cuatro para que sea elegido el mejor. Jamás permitirían la asunción de alguno que hubiera cometido una falta indigna. Los Varayoq merecen el respeto de sus electores durante toda su vida. Más bien, al correr de los años, aumentará su prestigio y serán reconocidos como Llaqta Varayoq o Llaqta cargo, “alcalde de pueblos” o Segunda,  “alcalde de región”. En otras partes, los de mayor categoría se llaman Auki varayoq y los de menor Sullka Varayoq. 
Su obligación era resolver casos muy comprometidos. Podía ser de compra y venta de tierras, turnos de riego, cruzamiento entre animales de distintos dueños y a quién le corresponde la cría; también de hombres o mujeres que decidieran irse con un pretendiente ajeno a su tradición y que deben renunciar a los suyos, además de otros problemas.
En lo que conozco no he escuchado que un Varayoq haga un pago a la tierra como autoridad. 
Antes, en el mundo qechwa, los que fiscalizaban la conducta de los pobladores del campo eran los Aqorasi, “ancianos venerables”, los Llaqta kamayoq, “ cabeza de pueblos” y tal vez también los Tukuy rikuq, "ojos y oídos” del Inka. Se podría decir que el Varayoq los sustituyó en cierta forma para recibir disposiciones de los españoles, sin que renunciaran a sus valores morales.        
Por eso, en el primer día del año los Varayoq con traje de gala siguen entregando la “vara”, que sigue vigente entre ellos. No interesa que no tengan el poder que les dieron al principio, que les fueron recortando porque no les convenía a los corregidores, encomenderos y más tarde gobernadores.    
El aparato que armaban los españoles de cada pueblo tenía el propósito de impresionar a los asistentes; pues, se hacía previa misa, nombramiento de alcaldes, regidores y un khipukamayoq para las comunidades, por parte de ellos un alguacil, un escribano, un alcaide, un pregonero y un verdugo.

Los nombrados tenían que jurar ante un Cristo, “en nombre de Dios Nuestro Señor, Santa María y con la Señal de la Santa Cruz, cumplir fielmente con autoridad , sin afición ni pasión, los oficios que se les encomendaran.”Al terminar recibían las varas que habían sido bendecidas por el señor cura, surgiendo así el Varayoq, “el hombre que portaba la vara”, cuya acrisolada honradez estuvo siempre contrapuesta a la codicia, la falsedad y el abuso de los mismos que los designaban. El Varayoq nunca puso en tela de juicio el gran prestigio que lo rodeaba, cimentando más bien una sólida reputación.
Su mandato duraba un año y no podían ser elegidos al año siguiente, ni dos años después. No conocían los pleitos de los kurakas ni los litigios de tierras de dos pueblos. Debían oír las reclamaciones de sus gobernados dos o tres veces a la semana en el poyo de la plaza del pueblo, resolver los asuntos civiles hasta por diez pesos y no dar penas de más de un peso, que se podían conmutar por veinte azotes para los que eran pobres.

Administrativamente debía cuidar que los indios hicieran testamento, velar por los huérfanos, visitar hospitales, controlar el funcionamiento de los mercados, vigilar las sementeras y los ganados, hacer arreglar los caminos, tambos y puentes, así como cuidar las chakras de los andenes.  A los españoles y negros sólo podían encarcelarlos, pero no juzgarlos. Durante su mandato debía mantenerse ecuánime para no ser faltado ni faltar a la dignidad del cargo.  No debían usar traje diferente al que tenían, delito que era sancionado con azotes la primera vez, con trasquilamiento la segunda y con cepo la tercera.

Guaman Poma, el más agrio crítico que tuvieron los españoles, se queja en su obra “Nueva Cronica y Buen Gobierno” de los maltratos que éstos inferían a los alcaldes para hacerles sentir su superioridad y su servidumbre.   
 En el siglo pasado el gobierno de Augusto B. Leguía suprimió en 1921 el cargo de los Varayoq y nombró a los tenientes gobernadores. Pero la Ley 470 que promulgó no pudo remover la institución de la vara firmemente arraigada en las comunidades  y demás  pueblos andinos.  Se dice que la función hace al hombre. En este caso fue el hombre el que supo honrarla.   
Resumen de “Año Nuevo en los Andes”


Alfonsina Barrionuevo






domingo, 24 de diciembre de 2017

KUKULI Y SUS SUEÑOS DE COLORES

El Nacimiento de Jesús inspiró a Kukuli para hacer una graciosa estampa. El pollino de orejas muy largas y el buey acompañan a una Virgen de ojazos grandes. Los Reyes Magos aparecen con sus clásicas ofrendas, la mirra, el incienso y oro. No hubo mucho que explicar. A medida que crecía iban cambiando sus temas. Después vendrían los jinetes de la Apocalipsis ocasionando muchos comentarios.


UN REINO DE PALMERAS

El suri, un gusano gordo que se albergaba entre las sábanas de seda de una palmera fue mi primer contacto con ellas. Lo debo al amauta Javier Pulgar Vidal quien me invitó a saborear este singular espécimen en su residencia. El suri o wayt’anpu frito es un chicharrón exquisito. Llegué un poco tarde y sólo quedó su grasa blanquecina que el doctor me ofreció en una tostada para que apreciara su sabor. Me gustó, de veras. Me quedé con las ganas porque a él se lo enviaban de Huánuco para su deleite.      
A la fecha he aprendido algo más de las palmeras que lo cobijan y de otras que regalan sus frutos dulces para la gente en las ciudades de la omagua y la rupa rupa. Palmeras que tienen además de éstos otros usos interesantes entre las naciones que viven en su frágil ecosistema cuidándolas. Una sabiduría que no alcanza a los gobiernos que hacen tabla rasa de esta hermosa región que posee una biodiversidad impresionante.

Betty Millán, magíster en botánica tropical y doctora en ciencias biológicas, señala que la apetitosa larva se arropa en el capullo que teje en el tronco de tres palmeras diferentes, el aguaje, el ungurawi y la shapaja. Su madre, un coleóptero de la selva, deposita sus huevos en sus fisuras. Los seres humanos u otras criaturas de la foresta pueden interrumpir su ciclo cuando lo atrapan. Ya no será un escarabajo pero sí fuente de proteínas para los afortunados comensales.

Imagen relacionadaDesde 1989 y con informes anteriores se han contabilizado hasta 1,500 palmeras que despliegan con orgullo sus hojas ovaladas, alargadas, lanceoladas, con formas irregulares o crestas que se abren como abanicos. En Loreto, Huánuco, San Martín, Madre de Dios y Amazonas, existen muchas que son nuevas para la ciencia.

Teniendo en cuenta la condición fértil de la tierra en Lima Betty Millán espera aclimatar algunas variedades en el vivero del Museo de Historia Natural. Para un primer intento tiene la Astrocaryum o huicungo que puede crecer hasta cuatro o cinco metros, de hojas con agujeros que parecen caladas; la Chamaedorea fragans, sangapilla o shicashica, cuyas flores de color blanco crema desprenden un olor parecido al durazno y la Ceroxylon quindiuence que puede estirarse hasta llegar a veinte metros. En su momento, cuando se multipliquen, pueden brindar un vistoso aspecto ornamental así como perfumar con su aroma las vías de la ciudad.   

Siendo tan alto su número podrían exhibir en vitrina las dotes generosas de la naturaleza en flores de variados colores, caprichosas espigas o racimos, frutos comestibles muy agradables y  de alto valor nutritivo y finalmente su aptitud para la industria de la construcción.              
Desde el 2009, según dice, el Perú participa en un programa sobre palmeras con  Francia, Alemania, España, Dinamarca, Inglaterra, Colombia, Ecuador y Bolivia. El trabajo de campo se realiza en expediciones por vía fluvial y carrozable. Los riesgos no se miden cuando se trata de una gran tarea. Una víbora en la trocha, un margay o pequeño gato montés que pasa por ahí, la picadura constante de nubes de mosquitos, se afrontan.
Los jugosos frutos de varias palmeras como el aguaje, el pijuayo y el ungurawi son aprovechados para elaborar refrescos y helados en ciudades como Iquitos y Pucallpa, además de pueblos circundantes, la Euterpe Catinga es una vieja conocida en los campamentos turísticos con el nombre de chonta.

Sus usos abarcan más rubros, pues, obedecen a las necesidades de esa población desconocida de las naciones amazónicas de selva alta y baja. Sus conocimientos milenarios sobre ellas son patrimonio de la humanidad. La  Oenacarpus bataua,  la Bactris  gasipaes y la Astrocaryum chambira, para citar algunas, tienen condiciones y valores que podrían acceder a diferentes mercados.

Sus frutos son alimento y sirven también para aplicaciones medicinales, su aceite para fabricar cosméticos y su corteza para confeccionar artesanías. La Chamaedorea pauciflora curiosamente tiene propiedades como desodorante. En cuanto al aspecto de la construcción estaría la Socratea exorrhyza para pisos y la Phytelephas tenuicaulis para el techado de las casas. 
Las palmeras forman parte de un universo que se mueve en la espesura, mariposas, arañas, murciélagos frugívoros, monos, ardillas, picaflores y otros. La gente de la inmensa región de los árboles y los ríos sabe cómo manejarlas para no afectar su existencia. Para cosechar sus frutos se deslizan ágilmente por sus troncos y no necesitan cortarlos como hacen los que llegan de otras partes, simplemente los doblan.

En los últimos 25 años se han hecho encuestas entre los amawaka del río Bocapariamanu, Madre de Dios; los nawas del río Serjali, Ucayali; los shipibo conibo, del río Ucayali; los ashaninka de San Pedro de Pichanaz, Junín; los aguaruna del río Marañón, Amazonas; los wanbisa del río Santiago, Loreto; y, los cocama-cocamilla del río Pacaya Samiria, Loreto; con resultados sorprendentes.  
Según explica Betty Millán el enfoque de los trabajos taxonómico o ecológico proveen informaciones etnobotánicas y también de botánica económica, con una posible implicancia dentro de un marco de desarrollo sostenible. El manejo organizado de las poblaciones naturales, el desarrollo de sistemas agroforestales o la recuperación de suelos degradados y espacios deforestados.

En lo que se refiere a su empleo se anotaron unos 268 diferentes en 16 categorías. Los más frecuentes fueron construcción (pisos, puertas, muebles, postes), comestible (frutos, refrescos, helados), artesanal (soguillas para canastas, etc.) y medicinal (sal vegetal), perfumes y tintes.

Hasta ahora la agroindustria trabaja con tres palmeras, el cocotero, la palmera aceitera africana y la palmera datilera, que monopolizan los circuitos comerciales a nivel mundial. Casi no hay espacio para las palmeras nativas que tienen mucho que dar. ¡Oro vegetal que se desperdicia!

Alfonsina Barrionuevo

domingo, 17 de diciembre de 2017

KUKULI Y SUS SUEÑOS DE COLORES
(Retrospectiva)
Los caballos fueran durante mucho tiempo el tema favorito de Kukuli. Los dibujaba y pintaba de muchas maneras. Al escribir su libro descubrí que a veces comenzaba por una pata o por la cola. Por mucho tiempo me pidió un potrillo de verdad, hasta que se dio cuenta que no era posible y comentó:
“Alguna vez albergué la esperanza de criar uno, pero como vivíamos en un octavo piso comprendí que era imposible hacerlo subir por el ascensor. Muchas veces he dibujado caballos con lágrimas en los ojos. Los caballos no lloran. Entonces, era yo.” 


LAS MASCARAS DE PERU
Al declarar con orgullo que era nieto del último kuraka Ara de Tacna Arturo Jiménez Borja se quitó una máscara. Ser nieto de antepasados prehispánicos es un lujo. Sobre el terno negro y la elegante corbata el kuraka puso una sonrisa de triunfo. La gente admiró con cariño el gesto del catedrático emérito. Le encantó el brillo de sus ojos sobre el cobre de su rostro. Máscara viva presentando un bellísimo libro de su autoría: ”Máscaras Peruanas”.

Resultado de imagen para mascaras de arturo jimenez borjaEl amauta aprendió a usar su primera máscara cuando su madre le puso un dedo sobre la boca antes de ir al colegio. No debía cantar el himno chileno y el niño ponía sobre su carita una máscara de silencio. Hasta que Tacna lo envió fuera para librarlo de la tristeza del cautiverio. El amor por el Perú profundo, que hoy se pone máscara de rap, de surf, de rock, lo internó  por los caminos del Ande.
Nunca fueron más auténticos sus encuentros con un arco iris que hervía en las pailas y se derramaba sobre los seres humanos. En sus fiestas el pequeño Arturo se convertía en awki. La máscara sin curtir o de pellejo, con luengas cabellos de crin sobre la piel sonrosada, se ajustaba a su rostro. Era de pronto un respetable espíritu de los cerros. Un apu, hasta una nueva metamorfosis.
Aparecían los diablos de la Candelaria y se metía debajo del yeso avernal, con cuernos, batracios y reptiles. Un viento de música lo llevaba de los socavones a las panpas o lo hacía viajar en una máquina de tiempo a las máscaras de lata de Lucifer que copiaban los dibujantes del obispo Martínez de Compañón y Bujanda. El niño intercalaba la ternura que inspiran los diablos de Cajabamba, de faldas de encajes y ramitos de flores en las manos enguantadas, que se mueven como ingenuos angelotes.
Cuando quería se deslizaba a la prehistoria para bailar después de una cacería con una máscara zoomorfa en las pinturas rupestres de Toquepala o de Sumbay. Puedo afirmar que estuvo al lado del artista que cincelaba la máscara de oro que llevó el señor de Sipán para deslumbrar a la muerte. En su reino, el envés del mundo de los vivos él sabía que las máscaras contribuían a  realzar su grandeza.
No trajo ninguna a su colección para evitar que nadie quedara huérfano de la majestad de la máscara.
Verle a caza de los parlampanes, truhanes o pícaros, fue una delicia. Ña María no puso en sus manos su máscara porque era de papel y descubrió que sus desmayos y sofocos en cada esquina eran pura farsa para hacer reir. Consiguió la de un truhán, calabaza cubierta con tela blanca pintada después de convencerle que saltaría la puerta de Cronos y se la puso. En Corpus Christi, San Juan Bautista y Carnavales estuvo hasta que la danza se suprimió por irreverente.
En Paucartambo se perdió en los talleres encantados de don Isaac Portugal y Santiago Rojas para salir con una jaba de máscaras arrebatadas a los  conjuntos de majeños, awka chilenos, saqras, k’achanpas, sijllas, qhapaq negro, waka waka, chuqchus, qollas y ch’unchos. Luego arrancó con su tesoro de prisa a Lima por el puente de piedra de Carlos III, seguido por las músicas de ofrenda de la Mamacha Carmen que es una niña linda que rescataron hace siglos del río Amaru Mayo.
Danzas de imitación como el “okay”, copiado de los “yunaites”, los “blue jeans” y “american life”,  no fue para su gusto. Le encantó el lucimiento de la chonguinada que imita los movimientos donosos de las cuadrillas europeas. Una demostración de que los wank’as podían bailar con elegancia, convirtiendo las calles en salones. Con máscaras de largas pestañas y ojos azules -las mujeres que eran hombres, pues, no las dejaron bailar hasta la segunda mitad  del siglo-, y barbas en perillas que eran pintadas graciosamente sobre malla en Alemania para estos bailarines de los Andes Centrales.

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Se colocó la máscara de maguey con la epidermis sonrosada y el cabello con hebras doradas de Carlomagno para presidir sin pestañear el trono de los doce Pares de Francia y también, como Papa en el singular Cerco de Roma. Extrañísimos autos sacramentales que fueron traídos sin duda por doctrineros galos e italianos, generando una serie de personajes con máscaras o sin ellas - Untiveros, Fierabrás, Floripes y otros-. Su objetivo se perdió en la sierra limeña. No se representan para el Santísimo sino para pedir a la madre naturaleza que mande la llluvia para fertilizar los surcos.
En la wakonada de Mito esperó el fin del año con una sonrisa muda en la dura madera para juzgar mitad en serio, mitad en broma, la mala gestión de las autoridades o los defectos de las personas principales. Dio una media vuelta por Sapallanga y se convirtió en el inocente chutito con facciones de suave badanas que encontró a la Virgen lavando los pañales de su Niño. En Angasmarka tomó la forma del gavilán con máscara de tela encolada y policromada, agitando alas como en las danzas prehispánicas.
Es imposible contar cuántas veces el nieto del kuraka Ara se ocultó debajo de máscaras negras. Las encontró de arriba a abajo, de Perú del nivel del mar a las nieves eternas  contrastando siempre su epidermis de carbón brillante con el cobre del señor andino. Negrería que nunca fue más libre que detrás de las máscaras con sus facciones adaptadas a trajes vistosos de sedas y terciopelos cuajados de perlas y pedrerías.
Queda la valiosa colección de Arturo Jiménez Borja como un testimonio de maravillas de lo que somos y tenemos¡


Alfonsina Barrionuevo

domingo, 10 de diciembre de 2017

KUKULI Y SUS SUEÑOS DE COLORES

En los pueblos escuché hablar de los buhos agoreros, cuyo canto melancólico es tomado como un anuncio de muerte. El ilustre psiquiátra y escritor Juan Francisco Valega afirmaba que por el contrario estas aves nocturnas y sus parientes eran propiciatorias de vida y muy sabias. Le creí y cuando estuve en un campamento del río Nanay, en plena selva, dejé que me acompañara una lechuza campanario que se instaló en una viga. Creo que Kukuli la vio también y dibujó el ‘rincón del buho’, donde éste habla con un inocente potrillo. Una artista imprimió su dibujo en un hermoso plato que conservo hasta ahora.

CUSCO EN LOS ANILLOS DEL TIEMPO
-Querida Eliza casi sufrimos un shock.
-¿Por lo de ayer?. Yo también me sentí muy mal.
-No se trata de eso. Subimos por la Cuesta del Almirante  y el colegio de San Borja es diferente. En su plaza hay una fuente que se parece a las otras que hemos ido conociendo.  El colegio de María Auxiliadora no se encuentra en su sitio. Ahora le dicen la Casa Cabrera y es un espléndido museo de arte prehispánico. Entramos y es único. Están todas las culturas en las piezas de una colección llamada Larco. Cada una tan bien colocada que aprendimos mucho.
-¿Y eso les dio un shock? Ya, ya, chicas.
-¿Recuerdas la puerta del Seminario que tiene cabezas de chancho como aldaba, el símbolo del santo varón?
-Claro. Aunque es un jabalí. Resulta que el santo varón se fue a un bosque a hacer vida de anacoreta y su compañero fue el jabalí. Pero aquí San Antonio Abad es patrón de los chancheros.
-Pues, su gran puerta  no estaba cerrada. La vimos abierta y con arañas de luces encendidas. Entramos a la recepción y nos explicaron que no podían atendernos porque el hotel sólo  recibía turistas. Preguntamos por la capilla y una señorita muy simpática mencionó que era un auditorio. Al constatar nuestra sorpresa nos llevó como una cortesía y lo vimos. El hotel es precioso. Las arquerías de arriba y de abajo están cubiertas con gruesos vidrios y el ambiente es tibio.
-¿Eso les afecta?
-¡Sí!
-No teníamos que ver la iglesia convertida en una sala de conferencias cuando pertenece al Seminario.
-Esas reformas debieron registrarse hace mucho.
-El fenómeno nos traslada al futuro! -objetó Luisa.
         -Esto tenemos que discutirlo -añadió Adita.
 Luisa que era muy realista propuso tomar un café en su casa. Luego, dijo en cualquier parte. En la calle Almagro encontramos un lugar.
-¿Qué había aquí? -preguntó Adita.
Ya no me acordaba.
-¿Una tienda de ropa? -quise disimular- O era en la otra, más abajo.
-No, Eliza, aquí había una panadería.
-¿Antes de la calle Q'era? No. Era más abajo, en la calle Ayacucho.
         -¡Pero qué importa esa panadería! -se impacientó. -Vale lo que vamos a tratar.
Entramos y nos sentamos junto a la ventana. Sobre las mesas patinaban las moscas. No había un cliente. Vino una chica.
-¿Qué se sirven?
-Tres cafés.
-¿Algo más?
-No.
La camarera trajo los cafés y se fue.
-Bueno, Eliza. Vamos a aclarar las cosas.
-No me miren con esa cara porque yo no tengo nada que ver con este entierro.
-Desde que nos vimos en Panpa del Castillo comenzaron a suceder cosas raras. Muchos carros, tiendas nuevas, restaurantes, hoteles, agencias de viajes. Otro Cusco. No encontrábamos lo que debía estar en cada lugar, como si un genio de "Las Mil y Una Noches"  hubiera cambiado parte de la ciudad mientras otra sigue igual.
 -La Catedral está en su sitio, -murmuré en voz baja, para oírme yo, para convencerme.
-La iglesia de San Blas también, Eliza. ¿Pero, dónde están las bodegas con sus pavitas cantoras que en la mañana y en la tarde se pasaban silbando, anunciando que el agua hervía para el té piteado?
-En su lugar hay tiendas de regalitos para extranjeros, tantas imágenes de Niños Dios como hechos en molde, angelitos, espejos, tapices, cerámica -cuestionó Luisa.
-Es verdad-, afirmé.
-¿Por qué estamos viendo un Cusco diferente?
-En el colegio todo es normal.
-No. Recuerda que entramos y de pronto estábamos en la puerta mirando la fuente.
-Mucha gente no ha cambiado, la señorita Wilma, la madre Sacro, la profesora Nancy, nuestro amigo Pepe.
-Tienes razón, Eliza, y no te sientas alterada. A nosotras nos entretiene este Cusco nuevo. Hemos visto esos ómnibus tan bonitos que llevan a Ollantaytambo para enlazar con el tren de Machupiqchu. ¡Imagínate cuánta gente va!
-Con las justas hemos visto el Inti Raymi escapándonos del colegio y hemos llegado cuando pasaban las últimas andas del Corpus. ¿Cuánto jubileo, no?
-De veras, aunque ha variado el puentecillo de Choqechaka por donde subimos alguna vez a Saqsaywaman.
         -Pero continúan las dulces y enjoyadas Mamachas que salen como reinas el día del Corpus.
         -Siguen siendo adorables. El lujo de sus trajes, sus joyas, sus Niños Dios, sus arcángeles sosteniendo sus parasoles, el killkito sentado en el borde de su capa que representa a los niños moritos, que murieron sin ser bautizados.
         -Bueno, los seguiremos viendo, Eliza. Hemos venido a investigar algo más importante.¿Por qué estamos en este café donde era una panadería?
         -Estoy pensando en el Santurantikuy. ¿Se imaginan lo que encontraremos allí para los pesebres el veinticuatro de diciembre?
         -No dejaremos que nos distraigas, Eliza. Hemos venido a aclarar puntos muy graves.
         -Hay tanto que comprar por la gran cantidad de artistas populares que se preparan casi medio año. Para entonces ya tendremos terminado el nacimiento, portal o pesebre que acostumbramos levantar en nuestras casas.
         -Eliza, no te escapes.
         -¿No me dejarán estar con ustedes en diciembre? 
         -¿No te has dado cuenta de lo que está pasando? -reclamó Luisita.
         -Sí, pero no es mi culpa. Les hablo con la verdad en la boca. ¡No sé qué sucede!
         -Espera, está entrando el doctor Wilbert que mira todo asombrado como lo estábamos nosotras.
         -¡Hola chicas! ¿Qué hacen aquí?
         -Que se te vea lo más natural, Eliza, o te pellizco en la pierna.
         -Tomando café.
         -Ah, bueno. Yo también lo tomaré.
         -Es mejor en el " Milán" -le aconsejó Adita, en realidad para que se fuera.
         -Aquí huele bien.
         -Allá huele y sabe mejor.
         -Seguiré su consejo. Me voy chicas.
         -Adiós, doctor -dijimos las tres.
         -Y ahora, tenemos que pensar en algo para que todo vuelva a ser normal, -expresó con firmeza Luisa.
         -¿Me parece mejor dejarlo para mañana? -propuse.

Cuatemoc mexicano en Cusco
         -No, -volvió Luisa al tema-. Presiento que algo va a pasar. Hemos visto variar el ambiente, moverse el aire denso como si fuera de cristal líquido. Algo se prepara. ¿No te asusta Eliza?
         -Pues, tampoco lo comprendo.
         -¿No te imaginas qué puede ser?
         -He sido muy dichosa al haberlas encontrado. En nuestro Cusco todo es inigualable, grato. ¿No dicen que los tiempos de colegio son los mejores? Me gusta que mi caballito verde de plástico con patas articuladas resbale por la lustrosa contratapa de la guitarra de mi hermano. Que pueda tomar chicha ñoqña. Que vayamos al cine Colón.
         -Eliza, esto es peligroso. Estás comenzando a pasar a este tiempo. Al nuestro. ¿Sabes las complicaciones que pueden ocurrir? Por lo pronto hay otra Eliza que es la verdadera. Tú no eres más que su reflejo en un espejo futuro en el que nos estamos viendo a veces sin desearlo.
             -Es cierto, -intervino Adita. -Cuando no estás Eliza no hay ese movimiento turístico que no podemos seguir porque no estamos preparadas. El piel roja, perdón el jefe mexicano está en la pileta, hay torta mora en la pastelería ""Milán", don Jesús sigue atendiendo en su almacén que siempre está lleno, las pavitas silban en la Cuesta de San Blas y en la calle del Medio doña Maxi vende las cocadas, los alfajores y las melcochas. Hay matineé los domingos y retretas. Tú presencia que es muy simpática, porque nos trae una ráfaga de ese modernismo que conoces profundamente, nos ocasiona una terrible confusión y aunque nos vamos habituando no podemos vivir en dos tiempos paralelos.
         -Confieso que nunca pensé verlas otra vez. Mi vida cambió mucho cuando un día me fui de nuestro Cusco. He pasado de todo, pero antes fui muy feliz. Mi padre y mi madre estaban conmigo y llenaban mis días. ¿No puedo quedarme con ustedes? No he sido afortunada en el futuro. Mi alma está en sombras. Mi corazón hecho pedazos, -rogué.
         -No queremos saber nada porque no nos atañe. Simplemente no puede ser. Sea bueno o malo tienes que volver a  tu tiempo y dejar que nosotras sigamos en el nuestro. Si tú desaparecieras del tuyo quedarían una serie de vacíos. Alterarías una cadena de circunstancias. A lo mejor si te quedas se borraría cuanto has hecho. Si tienes familia la perderías. Cada una de nosotras es el  eslabón de cadenas que continúan en el futuro. A lo mejor también nos cambiarías la vida. Lo peor es, qué pasaría con dos Elizas. La otra está aquí también.
-¿Todavía no la has visto?.
-Sí, la vi.
-¿Y qué sentiste?.
-Amor por esa niña que soy yo...
-¿Crees que podrías unirte a ella?
-Imposible. Somos dos personas distintas.
-Y tú, Eliza, no puedes sacarla de su sitio. Están los años que las separan. Nos alterarías también la existencia. Tú sabes que ocasionarías mil problemas si te quedaras. Hasta tus padres no entenderían este fenómeno que se ha presentado. Vete, es lo mejor.
         -Lo que pasó fue obra del destino.
-Te engañas. Aquí sucedió algo diferente. Un movimiento, un desfase del espacio tiempo que a lo mejor se puede corregir. Tenemos que intentarlo Eliza por el bien de las tres y de todas las gentes que conocemos y que conoces. No sabemos cuántos años tenemos por delante.
         Adita escuchaba en silencio y afirmaba con movimientos de cabeza, pero siendo curiosa intervino.
         -¿No sería posible Eliza que nos enseñaras todo lo nuevo que hay. ¿Cómo es el Cusco donde tu estás?. Podríamos ver lo más importante. Ya que se ha presentado la oportunidad de ver a un nuevo Cusco no la perdamos. Mira Luisita, nosotras vivimos en un Cusco tranquilo, atrasado, donde nada sucede. Cómo nos vamos a perder adelantos increíbles, cambios sorprendentes. ¿No podría Eliza mostrarnos lo más extraño que hay? Lo que hemos visto es poco. ¿No es así Eliza?        
         -Sí, tú tienes razón.
-Eso no puede ser, no vale la pena porque si todo sale bien no habrá ocurrido y se borrará de tu mente. En vano intentas conocer el futuro. No existe para nosotras -reiteró Luisa-. Tú, Adi, te estás dejando ganar por tu curiosidad, y tú Eliza, vacilas entre dos experiencias. Te diré qué vamos a hacer.
         La tarde ha vuelto a llenarse de oros dije para mi interior, como aquella en que salí a caminar y nos vimos. Hay un polvo dorado en la calle y tengo calor como si estuviera afiebrada.
         -¡Esto es delirante! -exclamé.
         -Eliza, atiende por favor, suplicó Luisa. -Volveremos a hacer el mismo recorrido. Anda, regresa a Santo Domingo  y cruza los dedos.
         -¿Para qué?, - repliqué automáticamente.
         -No te quedes con nosotras, por favor. Vuelve a tu antigua casa y camina lentamente hacia la esquina de Panpa del Castillo. Nosotras estaremos viniendo para converger en la esquina. No nos mires y pasa rápidamente. Adita y yo haremos lo mismo. No vayas a detenerte. Vamos a intentar lo imposible. Te queremos, Eliza, es por tu bien.
         -Yo las quiero también. Quizá más que antes. Hemos vivido unos momentos encantadores que siempre recordaré.
         -Te equivocas. Olvidarás todo y a nosotras nos pasará lo mismo. En cada Cusco la vida seguirá su curso.
         -Vamos, Eliza.
         -¿Un abrazo de despedida
         -Eliza, no te confundas. Entiende que estás aquí por casualidad en tus mejores años, en los inolvidables, pero tienes una vida vivida. También el mundo que es el tuyo, el verdadero, es diferente, está en otra parte con todas sus novedades y modernidades. A ese tienes la obligación de regresar y dejarnos en el nuestro…


Alfonsina Barrionuevo

domingo, 3 de diciembre de 2017

KUKULI Y SUS SUEÑOS DE COLORES

La primera vez que hablé a Kukuli del Muki y las minas a sus ocho años de edad no me entendió. Un hombrecito con cuernitos, casco y una lamparita que vivía dentro de los cerros. A los diez ya estaba en autos. Los hombrecitos mágicos que eran los dueños del oro, la plata, el cobre y las piedras preciosas. Veamos sus dos versiones. La última ya fue en este siglo para ilustrar uno de mis cuentos infantiles  “Personajes Mágicos”. Me encantó cómo los fue manejando. Hasta conoció la historia de mi padre, el periodista Leandro Barrionuevo, quien en su juventud y sus andanzas trabajó por unos días en un turno escalofriante de noche en las profundidades de una mina en Cerro de Pasco.




CUSCO EN LOS ANILLOS DEL TIEMPO

Cuando me di vuelta ellas cruzaban con cuidado la avenida Sol. Habían aprendido a sortear  los carros y entraron por la calle Puente del Rosario a San Andrés.
Yo sabía qué pasaría y me dio un terror silencioso. En mi Cusco pequeño podría encontrare con la otra Elisa, yo misma, pero ella era la otra, ¡la del colegio¡ Me hacía una cruz cada vez que salía del hostal. No quería verla. ¿Cómo reaccionaría? Eliza versus Eliza. No estaba preparada para enfrentarla. ¿Qué me diría ella? ¿Qué le diría yo? Sabía que tomando su lugar me usurpaba a mí misma. ¡Me daba miedo! Las dos éramos una sola. ¿Podríamos conocernos sin que ella me juzgara? Yo estaba consciente que no tenía culpa. ¿Lo comprendería?
          Y ocurrió.
-¡Eliza! -llamó alguien a mis espaldas.
Me volví rápidamente. Era una colegiala santaneña y, para mi desdicha, se dirigió con los brazos abiertos hacia delante y abrazó a otra chica que venía tras mío.
Les di paso.
-¡Eliza, vamos!
-Espera, le contestó. -Antes de seguir caminando quiero darte mi cuota. Que no se enteren las demás porque la estoy pagando fuera de tiempo. Vino mi tía de Espinar y me regaló un sol.
Pude observarla a mi sabor con mis latidos paralizados. Se veía muy joven, animosa y sonriente. Casi una niña. Usaba lentes que había olvidado. En sus movimientos mostraba delicadeza, en su expresión una dulzura irresistible. ¿Es posible envidiarse a una misma? Es que ella era yo pero en un tiempo que dejó de ser mío para convertirse en mi enemigo.
-¡Eliza! -la llamé- y su nombre tembló como una pájaro herido en mis labios.
-¿Quiere algo señora?. Tengo que irme -y su voz sonó musical.
-Te pareces a alguien que yo quiero mucho. ¿Me permitirías en su nombre darte un beso en la frente?
-¡Señora, no la conozco!. -y se apartó.
Recordé que mi madre me advertía que nunca hablara con personas extrañas.
Yo le gané en rapidez, besé apenas su tez aterciopelada y la vi irse saltando como una gacela. La paz cayó de mis manos como una paloma agonizante. Un sollozo se arrancó de mis canteras internas. ¿Por quién lloraba? ¿Por esa Eliza que fui o por esta que podría verse como un engaño o un fraude aunque no es así? No sé cómo volví al hostal. Un frío de muerte encogía mis hombros. Levanté mi llave que acababa de dejar y entré a mi cuarto. ¡Eliza, la otra! ¡Y yo también Eliza! ¿Se puede vivir dos veces? ¿Y qué estaría haciendo ella mientras yo estaba en cualquier parte? Seguramente mi papá, nuestro papá, le estaba leyendo el poema de "Nostalgia Imperial" de José Santos Chocano. "Este era un Inka triste de soñadora frente, ojos siempre sombríos y sonrisa de hiel, que recorrió su imperio, buscando inútilmente una doncella hermosa y enamorada de él..." ¡Me había enseñado tantos y tan hermosos! Me vino una palpitación que no me dejó respirar. Me ahogaba por dentro. Sentía un río seco de lágrimas que no llegó a empapar mis mejillas porque no existía. En ese instante mis uñas se engarfiaron en las palmas de mis manos. Qué difícil era ser esta Eliza. Decidí que callaría este episodio a mis amigas. Trataría de eternizar este enredo que se había creado. 
En la tarde siguiente me sorprendieron cuando miraba unos zapatos en el portal donde estuvo el Banco de los Andes.
-¿Qué haces Eliza? -escuché a mis espaldas la voz de Luisita. -¿has olvidado que el lunes tenemos examen? Debías estar estudiando.
-Lo mismo digo yo de ustedes. Mi papá quiere comprarme zapatos y tengo que aprovechar. Por eso estoy aquí.
-¿Este portal de dónde salió? -volvió Adita a la carga.
-¿No te acuerdas? Estaba considerado en el proyecto del Banco de los Andes y se hizo. Ha quedado bien, ¿no? Cuando llueve vamos por los portales y no nos cae una sola gota.
-Eliza, aquí había un sastre, una zapatería. La farmacia Cartagena y la pastelería Venus. Nada de portales.
-Claro que recuerdo la farmacia y también la pastelería y al sastre. Tenía un maniquí donde colocaba los ternos.
-¿O sea que no estamos despistadas?
 -No he dicho que estuvieran soñando.
-¿Y por dónde está La Eléctrica?
-En su sitio. Al otro lado. ¿De dónde la conoces?
-Porque a veces voy a pagar los recibos de luz.
-¿Y la fotografía del chino Nishiama, el único que tenemos?
-¿No la ves? ¡Ahí está!

Comenzamos a bajar por la avenida Sol. Seguramente vieron que no venía al caso hablar de los carros. Tampoco de la verja del medio. Pasamos Maruri cuando cambió el semáforo y Adita se acordó de un inmueble muy especial.
-¿Y esa casa donde le jugamos una broma a Pancho que se quedó alelado? Nos vio entrar y estuvo dos horas esperando y no volvimos a salir. Nunca supo qué pasó. Trató de preguntar por nosotros y como nadie le dio razón se quedó intrigado. El pobre no sabía que se podía salir por la calle Pampa del Castillo. ¡La única casa en el Cusco con dos salidas a dos calles diferentes y en dos niveles!
-Salimos  por el segundo piso, ¿no?
-Te pregunté donde está.
-Bueno, eso está en mis dominios. Claro que está ahí.
-Vamos Eliza, nos daremos el gusto de pasar por las dos casas.
-El dueño no siempre está de buen humor. Ojalá que encontremos a su esposa, la señora María. A ella le divierte y conoce a mi mamá.
Adita y Luisa iban mirando las tiendas, los bancos, las galerías con mucha atención, sin decir palabra. Me moría por saber qué pensaban pero estaban silenciosas y yo no sabía qué comentar. Ellas se estaban dando cuenta más que nunca de cada cambio. En realidad ya habían visto demasiadas cosas extrañas para seguir acosándome. Miraron el semáforo de Maruri y seguimos. En la puerta del Hotel El Dorado las detuve.
-Esta es la casa de dos entradas o dos salidas como quieran.
-¿Es de verdad la casa? No me parece.
-Es un hotel. Para mí me da lo mismo porque se puede pasar por la bodega y se entra a la otra casa y se suben dos escaleras como siempre.
-¿Y dónde está la señora María que nombraste?
-Esperen.
Me adelanté y hablé con Hilda, la administradora. ¿Podría pasar con mis amigas a la otra casa, por el almacén de alimentos envasados. Ella no las vio como era lógico.
-¿Quieres pasar? -me dijo muy amable. -Pues, anda. ¿Es un antojito?, -agregó tratando de hacerme una broma chusca-. ¿Dónde están tus amigas?. No las veo.
-Ya vienen, -repuse con una sonrisa blanca. En el fondo Hilda y yo no  simpatizábamos. Pero, nos llevábamos la corriente si se podía.
-Pues, sigan no más. No hay problema. Muy pocas personas saben que hay una salida o entrada, aunque por arriba no dejan pasar. Pero tú eres conocida.
Volví y les dije que esperásemos un momento. En realidad quería que Hilda hiciera otra cosa y no me viera pasar "sola".
-Este hotel es más bonito que "El Cuadro". Vamos a verlo por fuera mientras se pueda entrar.
En la acera retrocedieron un poco para admirar sus puertas doradas y las banderas de varios países en la parte frontal.
          De pronto sentí un mareo y la sensación de que los cristales del aire ondulaban.
          Ellas  sintieron lo mismo.
          -¿Qué pasa, Eliza?, -gritó Adita.
          -Es un terremoto. ¡Corran! -añadió Luisa con pánico saltando hacia la pista. Afortunadamente estaba libre, sin un solo automóvil. Podía haber sufrido un atropello.
          Todo duró escasos segundos y luego se estabilizó.
-¡Regresa Luisita. No es un terremoto! -la llamé. -¡Ha de ser el viento de octubre, el viento viejo, el machu wayra que nos afecta!
          -No es el viento, Eliza. Hemos sentido como si se moviera y nos fueran a envolver  las paredes del aire.

          -También como si se nublara, -agregó Luisa. -Por unos segundos no estábamos en la calle. No estábamos en ninguna parte. ¿Tienen alguna idea de lo que ha pasado?...

Alfonsina Barrionuevo

domingo, 26 de noviembre de 2017

KUKULI Y SUS SUEÑOS DE COLORES

Si existiera la personificación de las estaciones creo que la primavera podría ser como las pensó Kukuli a los doce años de edad. Me parecían lindas, frágiles, de otra dimensión. Creo que las intuyo porque en la mayoría de nuestras provincias sólo se perciben el verano y el invierno. No me entusiasma ninguna de estas El invierno demasiado frío, el verano demasiado caluroso. Me gusta la primavera cuando llena todo de verdor y los pájaros cantan sus endechas más dulces. También el otoño cuando las hojas de los árboles se ponen amarillas y caen. No sé si Kukuli las ve ahora así en Filadelfia. Se lo preguntaré. Estoy haciendo esta retrospectiva de su arte porque quiero que la conozcan y como fue cambiando a través de los años hasta ahora en que es una artista  total.



CUSCO EN LOS ANILLOS DEL TIEMPO

En dos capítulos más terminaré esta especie de resumen de mi libro para que rememoren cómo se pensaba a mediados del siglo pasado, los que vienen de entonces  o burilen una sonrisa en su rostro  los que abrieron los ojos en sus últimos lustros. Una de las costumbres salvajes que quedan es el maltrato a la mujer que dura miles de años desde el tiempo de las cavernas.
Seguimos con la novela.

Mi primo hermano Américo me esperaba pacientemente, sentado en el vano de la puerta de la casa de Santo Domingo.
-¡Hola, qué alegría me da verte! -lo saludé con entusiasmo.
-¿Cómo estás, Eliza? Mi mamá Victoria te envía esta canastita con capulíes.
-Entra, -le dije sin pensarlo dos veces.
La casa estaba como antes. Había olor a jazmines que venía de una plantita chica que no la dejaban crecer para que no trepara. Al fondo la señora Ruth cerraba la despensa de quesos.
-Pasa, Américo, vamos a tomar té.
La visión que yo esperaba con afán se había producido al fin. Fue por Américo que vino de Andahuaylillas.
Volví los ojos y me sorprendió. Ya no estaba.
-¡Américo! -desesperada corrí a la puerta y miré a ambos lado de la calle. Ni rastro del chiquillo ni de la cesta de capulíes negros y jugosos.
Sólo me aguardaba la gelidez del hostal. Antes de entrar miré hacia el portón del convento de Santo Domingo y vi al padre Miguel. Agité la mano saludándolo y él hizo lo mismo. Confieso que no tuve miedo pero me chocó. Bajaba hacia la avenida Sol y se desvaneció en el aire.
Me dije entonces que aquello debía terminar. Así o de otra manera. Estaba en una encrucijada que me creaba diferentes sentimientos, pena, miedo, ansiedad, una preocupación al sentir que me iba creciendo las ganas de quedarme en nuestro Cusco de antes. Tenía serios compromisos en Lima, pero aquello que pasaba era fascinante. El problema radicaba en tomar una decisión. Dar un salto atrás de muchos años o volver a mi realidad. Cuando se trepa un cerro se llega a su cima. Qué glorioso sería quedarse arriba por mucho tiempo, disfrutando del paisaje, del aire puro, de la libertad. Sin embargo hay que bajar. A medida que volaban las hojas del calendario mi espacio se iba reduciendo, sin una ventana para escapar. ¿Tenía derecho a quedarme?. Las dudas me corroían igualmente. Me puse a meditar en mi cuarto y caí en cuenta que no sólo cambiaría mi futuro sino el de una enorme cantidad de personas relacionadas conmigo. Era cuestión de elegir lo que yo creyera que más me convenía ¿Valía la pena?. ¿Debía importarme la dureza de las calles de Lima?. Para mí Sebastián Salazar Bondy tenía razón cuando escribió "Lima, la Horrible". Una ciudad que con los años era peor, caótica, sin identidad, sin oportunidades. Yo me engañaba. Mi drama no estaba fuera, más bien lo llevaba dentro. Era yo quien quería apartarme de la vida vivida y a pesar de mi tribulación aprovechar la coyuntura que se presentaba. Volver a vivir y cambiar mi futuro sin cometer equivocaciones.
 En la tarde siguiente fui a recoger un blazer azul que me gustaba mucho a la lavandería y las vi.
  -Eliza, ¿tienes tiempo?,¿Por qué no vamos a San Blas? -pidió Adita. Hay un artista, don Antonio de Paucartambo, que hace Niños Dios con ojitos de vidrio, paladar de espejo y dientes blanquísimos de leche  que recorta de la pluma de los cóndores. ¿Es cierto que tienen almita de oro?.
Imagen relacionada-Las antiguas matronas entregaban a los escultores del Niño onzas de oro o algunas joyas para que las incrustaran en su cuerpo de maguey y fueran más valiosos. Si quieres uno así tendría que hacerlo de encargo.
-No es necesario. Vamos ya -le secundó Luisa. -Quiero saber cuánto cuesta un Niño Dios para regalarle a mi mamá en Navidad.
No me quedó más remedio que ir. La calle Choqechaka está casi igual, salvo los arcos del fondo que los han cambiado, pero ni se ven.
 -Eliza, cuánta cosa para vender. Qué extraño, ¿eh?.
-Los turistas han cambiado muchas cosas. La demanda ha creado un mercado nuevo.
-Eliza, esta piedra en media calle, a la salida de Hatun Rumiyoq, no estaba.
-Será para que no entren los carros que no respetan nada. ¿No ves que es muy estrecha?.  A los choferes que bajan con sus autos por la Cuesta de San Blas cuánto les gustaría seguir de frente hasta la Plaza.
Allá en medio veo un muro alto de piedras ciclópeas con un toque verde. Nunca las había visto. Se ven imponentes. ¡Vamos para observarlas mejor!
-¿Si lo hacemos creen que tendremos tiempo para ir donde el maestro Olave?.
-Un momento nada más, Eliza.
-El muro da vuelta al pasaje. ¡Ya sé, era el palacio de un Inka!
-Tienes razón y no me miren de esa manera. A mí me encanta la historia.
-Señorita, si usted mira para el otro lado verá la figura de la ciudad puma, -intervino una señora que  allí tenía su tienda de souvenirs.
-¿Ciudad Puma?, ¿qué es la ciudad puma?
- Cusco tenía la forma de un puma y aquí se ve claramente, señorita. Si quiere le vendo una copia en papel.
-¿Qué te parece, Eliza?
Muy bajito, para que sólo ella me escuchara le dije que esa mujer tenía más o menos la razón, pero otra cosa era comprar su papel mal dibujado.
 -Es cierto -continué en voz alta- Cusco tiene la forma de un puma. La Plaza de Armas es su ombligo de donde partían los caminos como cordones umbilicales  a los cuatro suyos, el río Tullumayo corre acariciando sus vértebras con sus manos de agua. La calle Pumak'urku es su grueso cuello, Saqsaywaman su cabeza con sus murallas en zigzag que representan la fiereza de sus colmillos, Pumaqchupan donde está uno de los  templos de la Pachamama es su cola y sus zarpas se apoyan en el río Saphy. ¿Contenta?
-Sí. No sabía todo eso.
Tampoco que yo lo escribiría más tarde en una entrevista al doctor Manuel Chávez Ballón  quien me habló de Pachakuteq. El inka urbanista le dio al Cusco ese diseño para que fuera por sí misma una ciudad sagrada. Los pueblos prehispánicos respetaban al puma por su poder y su aspecto imponente. Había también la creencia de que era un puma celestial el que enviaba la lluvia.
-Bonita calle, ¿no?  ¿Y esas tiendas del frente?
-Serán del Arzobispo -comenté apurada.
           -No. Estás mal, Eliza. Serán de la Universidad. ¿No te das cuenta que están al costado de una casa que le pertenece?.
-Claro. Ahora tú sabes más que yo.
-Bueno, vamos a subir la Cuesta. Sería atinado comprar otro tamalito por ahí para que no te canses. Estás muy flaca.
-No te preocupes. Así soy yo. Una espina que… ya florecerá.
-Pensé que ibas a decir una espina de pescado.
-No, chica. Tú no entiendes de poesía. ¿Me siento como quien da pasteles a los…
-¡Chanchos! –Luisa se echó a reír.
Antes había bodegas con señoras de faldas largas que vendían pan recién salido del horno, rosquillas, maicillos y caramelos. En la puerta, sobre braseros, tenían pavitas cantoras o sea teteras arrojando vapor en las madrugadas y también al atardecer. El frío muerde  los huesos y los señores se calentaban tomando té y su pan de Huaro con una rebanada de queso o jamón. Si querían sentir fuego corriendo por las arterias pedían a las vendedoras una cabeceadita o dos con una copa de pisco, que era pequeña.
Las vi mirar de un lado a otro. Todas eran tiendas de artesanías, con cientos de Niños Dios echados, sentados, con traje de contradanza, marcos tallados, tapices, bolsas y chalecos de tejidos andinos, en fin una variedad para satisfacer al más exigente. Me preparaba para la consabida llamada de atención cuando Luisa se acordó de la Quinta Eulalia.
-Eliza, ¿has ido alguna vez a la Quinta Eulalia que está allá arriba? Desde aquí se ven sus balcones verdes.
-No. Mi papá viene poco a Cusco y no hay tiempo. Sé que van familias. La comida que sirven, según dicen, es muy buena. Un tamal, un chairito, unos chicharrones, un costillar, una malaya, olluquito con charqui. Se me hace agua la boca.
-Estuvimos en el cumpleaños de mi tía. Su esposo contrató todos los ambientes y vimos jugar sapo. ¿Has visto cómo se juega?
-Nunca.
Era verdad porque el primer juego de sapo lo vi mucho después y recordé a mi amiga.
-En una mesa de madera ponen un sapo de bronce con la boca abierta y arrojan unas fichas de cobre. Pueden caer en unos huecos o en la boca del sapo si el jugador es diestro. Son diez fichas y se cuentan los aciertos que tienen un valor de veinte a cien. Si entra en la boca del sapo vale mil. ¿Te imaginas?
-Nunca he visto un sapo de esos. Pero, ya estamos en San Blas.
-¿Le rezamos a la Virgen?...

Alfonsina Barrionuevo