domingo, 30 de abril de 2017

A SALVAR EL MEDIO AMBIENTE
 
          
Las heridas de la naturaleza duelen. En muchos lugares del mundo hay seres que se extinguen sin razón. Hoy son las vaquitas, unos cetáceos muy pequeños, que se enredan y se ahogan en la redes enmalladas para otras especies de los pescadores mexicanos. Terrible, sólo quedan treinta, dice un correo de Avaaz. Ayer fueron las fotografías de focas que eran masacradas en Canadá. Los ojos de sus crías se veían dulces, de una ternura que conmovedora, mientras los ojos de los padres demandaban piedad. Los cazadores sólo contabilizan sus ganancias. La muerte no les interesa y manchan la nieve con sangre inocente. Aunque parezcan solitarias es importante que se alcen voces de protesta. Callar es ser cómplice de los verdugos.

En la primera mitad del siglo XX se secó el último chachakomo de la ciudad de Qosqo. Hasta allí, durante más de cien años, familias y amigos acompañaban a los viajeros que se iban, generalmente a Lima, para tramitar papeles o realizar negocios. A su sombra me cuentan que se daban mil recomendaciones, confundiéndose en abrazos y entre risas y lágrimas, después del banquete de despedida con tamales, lechones, kuyes y suches. Seis meses de ida, seis u ocho de gestiones en la capital y otros  seis meses de regreso. Para ellos el viejo chachakomo, de Chachakomayuq,  era un árbol testigo que se fue con más de cien años a cuestas.

Resultado de imagen para pisonay flor
Entre tanto en el Valle Sagrado de los Inkas, puro verdor hace décadas, hermosos árboles se convirtieron en bastones para los viajeros que iban en pos de un sueño. Recorrer el camino inka desde Ollantaytambo hasta Machupiqchu. Los turistas no sabían cuánta devastación había tras el apoyo que recibían durante su aventura hacia el santuario grandioso.
Oscar A. Olazábal me escribió, hace un  buen tiempo, que otros árboles amigos como la qewña, el lanbrán o aliso, la unka y el waranway, estaban siendo arrasados en Ollantaytambo. Los turistas que compraban el bastón para ayudarse a vencer los largos tramos en el camino inka a Machupiqchu ignoraban  que aquellos palos habían sido ramas que se cuajaban de flores  rojas, granates, anaranjadas, lilas y blancas. Nunca se podrían imaginar que sus pétalos perfumaban, alegraban el ambiente y oxigenaban el día formando parte del aire.

El ambientalista cusqueño mencionó que entraron a la venta en 1998 cuando unos extranjeros vieron, al costado de una tienda en Araqama, unos palos sin corteza, fáciles de manejar. Desde entonces el waranway fue comercializado por muchos pobladores para la actividad turística sin pensar en el daño que están causando a los pequeños bosques.
Encontrar en el camino un chachakomo, árbol de la infancia de miles de habitantes del Valle Sagrado, evoca a sus padres, sus abuelos y así volteando las esquinas del tiempo hasta hallar a los constructores de los ciudades santuario de P'isaq, Huch'uy Qosqo y Ollantaytambo. En sus plazas se veía en primavera pisonaies frondosos cargados de capullos rojos como tizones de fuego. En un viaje encontré uno que fue invadido por una mala hierba rastrera. Fue espantoso. Lo dejaron ahogarse día tras día, debatiéndose en un olvido público.

No se trata de confiscar los bastones que ayudan a los peregrinos a tener apoyo en sus largas caminatas entre los santuarios inkas. Es hora de que los ingenieros agrónomos de Qosqo inicien una plantación masiva de nuestros árboles nativos para que vuelvan a integrarse al paisaje. Habría que crear viveros en cada provincia para repoblar los cerros circundantes y el mismo valle.
Para muchos resulta más fácil difundir el eucalipto y otros que son foráneos  En el caso del primero es dar carta blanca a un temible depredador. La bióloga Bertha Balvín me explicó que busca con sus raíces largas la napa freática y absorben el agua erosionando los lugares donde viven, mientras el ácido de sus semillas quema la tierra.

Los niños y los jóvenes de cada lugar del Perú deben aprender a conocer sus árboles, sus pájaros, los animales silvestres que viven en ellos y en su entorno, y contribuir desde el colegio a las campañas de forestación. En muchos lugares se cortan árboles para proveer de leña a las cocinas y se ignora que son fuente de colorantes, frutos y cortezas medicinales.
La madera del waranway, agrega Olazabal, es de alta calidad, dura, fina, ornamental, y sus raíces grandes sujetadoras de suelos. Su tala indiscriminada es grave porque priva a las generaciones futuras de  especies que durante milenios fueron su característica. Estamos perdiendo junto a la identidad cultural nuestra identidad ecológica. Hay que luchar por ella que es nuestro patrimonio.

Alfonsina Barrionuevo

lunes, 24 de abril de 2017

UN APU CON CAMPANILLAS 
  
Al Misti le toman las pulsaciones de vez en cuando con una computadora y su imagen entra en el internet con sus hermanos, el Chachani y el Pichu Pichu. Hasta ellos ajustan su existencia a las nuevas conquistas tecnológicas. No le crecen barbas porque siempre fue un volcán lampiño, aunque a veces se ponga un casquete de nieve para recibir piropos de las quinceañeras. Pero sigue siendo el cerro tutelar del valle gentil, aunque sea menos verde y más poblado.
Los españoles llamaron a su valle esmeraldino Arequipa, porque no podían pronunciar su singular nombre aimara, Are Qepau, “el Valle de la Trompeta Sonora”, debido a los ruidos subterráneos que el volcán producía cada vez que lo remecía. Que se sepa Arequipa fue siempre un valle de temblores. Sin embargo, los españoles, que desconocían sus antecedentes tectónicos, se dejaron seducir por sus campos sembrados y sus bosques donde se escondían voces susurrantes.

Resultado de imagen para el misti
Al llegar no vieron un solo muro de piedra o sea que no estaba habitado, pero eso no les llamó la atención. De haber preguntado un poco se habrían enterado que era un valle ruidoso, con un piso que se movía. Ellos lo tomaron y el 15 de agosto de 1540, el Illán Garcí Manuel de Carvajal realizó las ceremonias acostumbradas para fundar la villa de la Asunción de Nuestra Señora del Valle Hermoso de Arequipa.
A sólo cuatro meses de su vida como villa el rey Carlos V, quien recibió las más halagadoras referencias sobre ella, le concedió Escudo de Armas con un río y sobre él un cerro a manera de volcán, entre árboles verdes y encima de ellos dos leones de oro y por orla ocho flores de lis, por timbre un yelmo cerrado y por divisa un grifo con una bandera en las patas que llevaba el nombre del monarca.

Tantas lenguas se hicieron quienes la vieron que Cervantes, el famoso autor de “El Quijote”, alabó su clima primaveral sin conocerla, porque nunca vino. Las canteras de sillar que hay en cantidad les proporcionó un material ideal para construir y reproducir al mismo tiempo los follajes que hallaron. La habilidad de los alarifes peninsulares fue secundada por los naturales de origen aimara y qechwa. Estos tuvieron mucha libertad en el trabajo de las fachadas sacras y de sus casonas, colocando entre sus ángeles, flores de acanto y  águilas imperiales, sus propios símbolos: el sol, la luna, las estrellas y el signo escalonado al lado de las cabezas de sus kurakas, sus mujeres, flora, maíces, flores de qantu y de panti; así como su fauna, pumas, aves, loros y ciempies.

Hasta el siglo pasado sus habitantes hablaban con orgullo de la “república de Arequipa. Siempre se consideraron aparte. En el virreinato la villa funcionaba con regulaciones propias. Nadie podía construir una  casa si no se sujetaba a la licencia de su autoridad edilicia. No se permitía la explotación del comprador, ni aún de mercancías que venían de ultramar, pues estas sólo se vendían después de tasarse y regularse de acuerdo a sus precios. Tampoco, observó el investigador Guillermo Zegarra Meneses, se toleraba que se corrompiese a la juventud dándole entrada a las cantinas: ni que se arrojase a las vías públicas aguas inmundas, escombros y basuras; ni que se abriesen talleres sin comprobar la competencia de los artesanos.

Durante el virreinato la blanca ciudad tuvo una gran población española. Alrededor de 22.000 habitantes, entre hombres y mujeres, superando incluso a Lima, que llegaba sólo a 19,000 siendo la capital. Por esta razón sus costumbres se parecían más a las de Europa según el testimonio de los visitantes. “Los arequipeños tienen, por lo general, mucho espíritu natural, gran facilidad de palabra, memoria feliz, carácter alegre y maneras distinguidas, anotó Flora Tristán en sus “Peregrinaciones de una Paria”.
La gente principal disfrutaba de un buen status económico. Sus minas  producían oro y plata en Palka y Posko; en las lomas de Atikipa, Pongo y Camaná se criaba bastante ganado mayor y menor. El campo generoso proporcionaba para sus mesas maíz, trigo, cebada, legumbres, tubérculos, y los huertos perfumaban el aire con sus frutales. “Como sus partidos o provincias llegaban hasta Tarapacá, agregó Zegarra Meneses,  se beneficiaba con los exquisitos vinos de Moquegua y Locumba y sus afamadas aceitunas y aceite de oliva.”
“Arequipa se proveía a sí misma de cuanto necesitaba por los diversos oficios y artesanías que se practicaban. De sus talleres salían alfombras, frazadas, tocuyos, sombreros, medias, calcetas y toda clase de prendas de vestir, pellones y sillas de montar y se trabajaba con maestría los metales, concluye el estudioso.”
Así entró en el escenario de la Historia Virreinal y Republicana, con una personalidad muy definida, como si su clima telúrico hubiera moldeado a su manera los valores de su gente.

Alfonsina Barrionuevo


sábado, 15 de abril de 2017

PASION EN EL PERU

La Semana Santa tiene una gran fuerza en el Perú. Se vive con unción y con tristeza el sufrimiento y la muerte del Hijo del Hombre, como dice el Nuevo Testamento. Apóstoles, Cristos, Marías enlutadas, Verónicas, salen de las iglesias en procesiones conmovedoras. Si hubiera un mitin de imágenes llenarían plazas y calles con sus rostros dolientes, que a veces ocasionan despeñamientos de lágrimas. Hay mucho amor por el Mártir Universal y se revela a través de tradiciones que generan un enorme movimiento en nuestros pueblos. Desde las alfombras de flores que se tienden a su paso hasta la esencia de toronjil y arrayán que perfuma sus calvarios.
Los rostros que se iluminan con un fuego de esperanza, desmenuzando oraciones, sugieren otra Pasión, la del admirable país en que vivimos. Hace tiempo que el Perú arrastra como el Nazareno por un Vía Crucis inacabable una cruz. No sé de un país tan hostigado, tan maltratado, tan explotado, tan sometido, tan humillado. Tan obligado a vivir de rodillas siendo tan digno de otra suerte.

Muchos quisieran que se levante y que camine. Que se eche a andar. Pero, a otros no les conviene. En el aire, sin magdalenas que enjuguen sus heridas, se siente su padecimiento, su agonía, su miedo a un desmembramiento en ciernes que siempre es más fácil ignorar. Las terribles experiencias pasadas no nos han enseñado a prevenir los desastres y hay una complicidad en darles la espalda, en hacer que las cubra el polvo del olvido.
En el interior, los que pueden abandonan sus campos raídos y se vuelcan a las ciudades. No hay respeto por sus espacios que antaño se manejaban con cariño, por sus aguas que mantenían su prístina blancura, por sus bosques que ahora son invadidos y talados sin misericordia, por su patrimonio arqueológico y monumental que es depredado haciendo caso omiso del compromiso que se debía tener con la historia.

Resultado de imagen para señor de resurreccion en ayacuchoLima nunca dejará de ser centralista a pesar de las buenas intenciones. La independencia política que se ganó sigue siendo una dependencia con una cara diferente y permanente. En la voracidad, en el afán por exprimir sus recursos, en ese flotar a cualquier costo, que está comenzando a generar una indignación, una sorda protesta. El barrabás bíblico se multiplica a un punto que gravita como un peso insoportable sobre un pueblo desvitalizado. Quienes lo copian siguen el mismo diseño. Cerrar los ojos y sintiéndose poderosos ignorar premeditadamente las tormentas que comienzan a empañar el horizonte, justificando los viejos errores.
Un país en permanente pasión, desde varias décadas, conmociona cuando se hace un recuento de su república. Quienes lo aman sienten que su posible resurrección está lejos y no se avizora signo alguno. Sin educación cívica, con el desconocimiento de sus grandiosas culturas, usufructuando lo que queda después de sus caídas, qué se puede hacer. Todo tiene que ser de media tinta y en esa pasividad culpable sentimos que se desangra lentamente. 

Las Semanas Santas son de reflexión. Será posible que piensen en un Perú crucificado miles de veces los que tratan de disfrutar sólo de prebendas en el feriado largo que ocasionan. Vallejo dijo que había muchísimo que hacer, siendo sólo un poeta, un espíritu sensible a quien le dolía mucho el corazón. Lo veía desde París sufriendo como él, soñando y pensando que no estaba solo. Es una larga espera, pero los patriarcas andinos tienen fe en que un día el gigante se levante y logre ponerse de pie. Así lo queremos y lo exigimos.

Alfonsina Barrionuevo


domingo, 9 de abril de 2017

LOS MONJES DE QOTAWASI          

A lo lejos el bosque de lava de Wanka Wanka parecía una mancha gris insertada entre gramadales por un capricho de la naturaleza. Pensé que al caminar por él me hundiría en la ceniza.
-No tenemos buena luz, la temperatura es baja, no podremos  grabarlo, -me dijo a modo de consuelo David Morán, quien solía hacer maravillas con la cámara de televisión. A lo lejos el sol recogía sus últimos sombreritos dorados en los picos de los cerros. Se iba a pasos agigantados.
-Qué lástima, David –exclamé, -Este bosque es extrañísimo. Si hubiéramos llegado una hora antes… Realmente es lamentable.
-¿Qué pasa? –preguntó Fernando Polanco, nuestro guía en las tierras de Qotawasi, Arequipa. Se lo conté y dijo que habíamos llegado tarde pero debíamos apurarnos. Era necesario llegar con luz a la estancia donde pasaríamos la noche. Tenía razón y nos dispusimos a partir cuando volvió y me dijo algo insólito. Heraclio Loayza, el arriero que nos llevaba con sus caballos por los tortuosos caminos de la provincia, haría que el astro rey tornara para nosotros.

Lo miré con curiosidad y después con un asomo de burla, ¿así que el sol volvería?
Resultado de imagen para bosque de piedras huanca huanca la unión arequipaLoayza sacó un cigarrillo y arrojó el humo tres veces hacia el lugar donde el sol ya se iba. Sacó su botellita de licor y asperjó el licor con los dedos enviándolo en rocío hacia los cerros, derramando luego unas gotas para  la madre tierra.
-Quince minutos, -indicó Polanco.
Moví la cabeza en señal de aprobación. Quince minutos era un pequeño plazo. Nos sentamos en el pasto, al filo del horizonte a esperar un milagro imposible. ¿De veras, qué iba a pasar? De pronto las escasas nubes que había levantaron sus barrigas como si estuvieran fajadas y el sol salió por debajo iluminando Wanka wanka.
-A trabajar, -mandó. Tienen media hora.
Me fui rápidamente con David a la mole inmensa, el bosque que atraía con el misterio de sus monjes en actitud de avanzar.

Pensé que iba a hundirme, más debo confesar mi equivocación. La lava se había petrificado hacía millones de años y el piso era sólido. Los frailes y otras figuras que comenzamos a descubrir eran huecos por dentro como los barquichuelos de helado.
¿En qué momento trabajaron esto los escultores de la naturaleza? Veíamos un bosque increíble. Las figuras que adopta son fantasmagóricas. Por un lado ellos con sus sotanas y sus capuchas levantadas. Por otro un grupo de mujeres. No podía imaginar cómo trabajaron el viento y la lluvia. ¿O la autoría la poseía el fuego con sus cinceles al rojo vivo? Sus creaciones en cono, amasadas en estado incandescente eran impresionantes. Un órgano con sus tubos, un hongo con media sombrilla, también animales. Un oso, una tortuga, una viskacha. En una esquina hasta un dinosaurio Rex. ¡Qué locos! En la enmarañada textura del suelo surgían también una especie de pezones o inyas andinas.

En mis viajes no he visto nada semejante. Conozco muchos bosques de piedra en el Perú. Ninguno se parece a Wanka Wanka o Santo Santo como le llama Fernando Polanco. Este bosque de lava volcánica es un fenómeno singular. Toba que supera la fantasía humana. ¿Cómo podía estar allí,  a 4,000 metros de altura?
Sólo la leyenda se atreve a explicar su origen. En el centro, según ella, estaba el palacete de un tiránico kuraka. El señor de la comarca  cometía no sólo abusos y atropellos sino que mandaba aplicar a quien protestara atroces torturas y la muerte. Desesperados, hombres y mujeres, reclamaron la justicia del cielo. Entonces llovió fuego sobre el sitio y luego como si hubieran pensado que podría escapar, cercaron el contorno con una especie de tenedores candentes.

A la media hora de grabar el sol hizo mutis y las nubes se atropellaron para cubrir el horizonte. El bosque es uno de los atractivos naturales de Qotawasi. El punto de partida es el pueblo de Alka.
Nosotros hicimos un recorrido de siete días para hacer varios hallazgos. El bosque de piedra roja de Warmunta; los “ojos del diablo” con  manantes que parecen pupilas sangrientas; los geyser de Sairosa; el nevado y la laguna de Ichma; entre otros.
         La tradición oral se remonta a los antiguos warpa, quienes iniciaron una agricultura aérea; después llegaron en avalancha los tiawanaku; les siguieron los chankas guerreros; y, finalmente, los inkas que lograron la paz.  
Las tierras de la  provincia estuvieron repartidas entre Cusco, Arequipa y Ayacucho, hasta que el presidente José Orbegozo los juntó por decreto supremo bajo el nombre de La Unión, y pasaron a formar parte de Arequipa.

A miles de metros sobre el mar son pocos los oasis de verdes brillantes. El resto es piedra volcánica, abismos y ríos profundos. 


domingo, 2 de abril de 2017

LLANTO DE LA TIERRA

Los astronautas que ven la tierra desde el cosmos tiemblan de alegrìa porque reconocen que es su hogar. Los millones que están abajo piensan en ella de mil maneras. Es el lugar donde nacen, crecen, trabajan, sueñan, aman, gozan, luchan, mueren, y así en una ronda de años infinitos que pasan como luces fugaces. Muy pocos advierten en el camino que la tierra es un ser vivo que reclama cuidado y cariño. "La tierra está viva", decía el padre Jorge Lira, un sacerdote iluminado que llegó a esta conclusión por estar entrañablemente unido a la gente del Ande.

"La Madre Tierra está viva y sufre". En las últimas décadas los ecologistas, sin conocer su padecer íntimo, tratan de salvar las reservas naturales que quedan. La tierra no sólo se siente herida cuando es  agredida, sino que agoniza en muchas partes. Sus hijos, ensimismados en realizar las más increíbles conquistas tecnológicas, olvidan que está ahí, testigo penoso de sucesivas depredaciones. En el Perú la conocemos como Pachamama, madre tierra, y aunque el término ha llegado a los los medios de comunicación, así como el de Apus o cerros, se ignora su alerta angustioso.

Se sabe que es productora universal de alimentos y sin embargo, ingratamente, se recorta su espacio, se le contamina y se le asfixia. La madre tierra está tan viva que acusa los golpes, el peso del cemento como una loza mortuoria, la suciedad como una ofensa, la expansión de las ciudades como un atropello. Los escasos nexos humanos que tiene la escuchan pedir por las Pachamamas de Europa, por ejemplo, debilitadas por los maltratos y las mutilaciones que la menguan.

El observador de milenios que llegó a comunicarse con ella en nuestro territorio apreciaba su alegría cuando daba a luz un par de hojitas, una flor, un fruto. Reconocía las notas musicales del agua en coros desde los nevados hasta el mar o la selva, la danza gentil de la brisa para distraerla, el soplo del viento convertido en cartero de semillas, las enredaderas de arcoiris para adornar su melena.

Toda la naturaleza que vibra en el Perú por excelencia, debido a sus diversos pisos ecológicos, se agobia ante la destrucción. La selva gritaría si tuviera voz porque posee el ecosistema más frágil del globo terráqueo. Sólo apenas unos metros de tierra y debajo grandes depósitos de cuarzo. Si en el futuro quedan en descubierto el sol multiplicará su calor como un espejo y cuanto haya de vida en su contorno se quemará.

Las numerosas naciones nativas que aprendieron a vivir en ella cuidando celosamente ese sistema, movilizándose de un lado a otro para evitar la purma donde ya nada crece, dominan el secreto de mantenerla con vida. Para ellos no son tan significativos los títulos de propiedad de una tierra que es suya y donde se mueven libremente sin la atadura de una casa de cemento. La mayor ayuda sería intrusionar lo menos posible en su pulmón verde. Hay otras maneras de ayudarles, pero la mejor sería cuidando su hábitat. La acción de las aserradoras que talan preciosos árboles debía controlarse. El espíritu de la ley es ejemplar, por árbol cortado se debe sembrar otro, pero no se cumple.

Resultado de imagen para bosques en cuscoLa Pachamama está viva y también la Mamaqocha, el mar. Así mismo nunca están más cerca de verse ante peligros irremediables. Un derrame de petróleo crudo en cualquier parte del planeta significa una hecatombe para millones de criaturas, que también son sus hijos. Hay muchas alternativas para las grandes obras de los gobiernos. Nadie debe exponer a la bahía de Parakas a daños irreparables, ya se ha atentado bastante contra ella. Se han ido para siempre las enormes tortugas marinas, también el pinguino o pájaro niño y las traviesas nutrias dejando una ausencia que duele.


La naturaleza está dejando sentir su protesta en todas partes. Los cambios de clima son un índice de su espanto. Hay que temer su reacción. Cuando castiga no se detiene a pensar en los inocentes. Las olas de calor y las olas de frío aumentan como los ciclones o el deslizamiento de los cerros, como lo dicen las leyendas y lo anuncian los científicos. Un poco de amor por la tierra y ella volverá a florecer con ternuras de madre.

Alfonsina Barrionuevo