A SALVAR EL MEDIO AMBIENTE
Las
heridas de la naturaleza duelen. En muchos lugares del mundo hay seres que se
extinguen sin razón. Hoy son las vaquitas, unos cetáceos muy pequeños, que se
enredan y se ahogan en la redes
enmalladas para otras especies de los pescadores mexicanos. Terrible, sólo
quedan treinta, dice un correo de Avaaz. Ayer fueron las fotografías de focas
que eran masacradas en Canadá. Los ojos de sus crías se veían dulces, de una
ternura que conmovedora, mientras los ojos de los padres demandaban piedad. Los
cazadores sólo contabilizan sus ganancias. La muerte no les interesa y manchan
la nieve con sangre inocente. Aunque parezcan solitarias es importante que se
alcen voces de protesta. Callar es ser cómplice de los verdugos.
En
la primera mitad del siglo XX se secó el último chachakomo de la ciudad de
Qosqo. Hasta allí, durante más de cien años, familias y amigos acompañaban a los
viajeros que se iban, generalmente a Lima, para tramitar papeles o realizar
negocios. A su sombra me cuentan que se daban mil recomendaciones, confundiéndose
en abrazos y entre risas y lágrimas, después del banquete de despedida con
tamales, lechones, kuyes y suches. Seis meses de ida, seis u ocho de gestiones
en la capital y otros seis meses de
regreso. Para ellos el viejo chachakomo, de Chachakomayuq, era un árbol testigo que se fue con más de
cien años a cuestas.
Entre
tanto en el Valle Sagrado de los Inkas, puro verdor hace décadas, hermosos
árboles se convirtieron en bastones para los viajeros que iban en pos de un
sueño. Recorrer el camino inka desde Ollantaytambo hasta Machupiqchu. Los
turistas no sabían cuánta devastación había tras el apoyo que recibían durante
su aventura hacia el santuario grandioso.
Oscar
A. Olazábal me escribió, hace un buen
tiempo, que otros árboles amigos como la qewña, el lanbrán o aliso, la unka y
el waranway, estaban siendo arrasados en
Ollantaytambo. Los turistas que compraban el bastón para ayudarse a vencer los
largos tramos en el camino inka a Machupiqchu ignoraban que aquellos palos habían sido ramas que se cuajaban
de flores rojas, granates, anaranjadas,
lilas y blancas. Nunca se podrían imaginar que sus pétalos perfumaban, alegraban
el ambiente y oxigenaban el día formando parte del aire.
El
ambientalista cusqueño mencionó que entraron a la venta en 1998 cuando unos
extranjeros vieron, al costado de una tienda en Araqama, unos palos sin corteza, fáciles de manejar. Desde entonces el
waranway fue comercializado por muchos pobladores para la actividad turística
sin pensar en el daño que están causando a los pequeños bosques.
Encontrar
en el camino un chachakomo, árbol de la infancia de miles de habitantes del
Valle Sagrado, evoca a sus padres, sus abuelos y así volteando las esquinas del
tiempo hasta hallar a los constructores de los ciudades santuario de P'isaq,
Huch'uy Qosqo y Ollantaytambo. En sus plazas se veía en primavera pisonaies frondosos cargados de capullos rojos
como tizones de fuego. En un viaje encontré uno que fue invadido por una mala
hierba rastrera. Fue espantoso. Lo dejaron ahogarse día tras día, debatiéndose
en un olvido público.
No se trata de confiscar los bastones que
ayudan a los peregrinos a tener apoyo en sus largas caminatas entre los santuarios
inkas. Es hora de que los ingenieros agrónomos de Qosqo inicien una plantación
masiva de nuestros árboles nativos para que vuelvan a integrarse al paisaje.
Habría que crear viveros en cada provincia para repoblar los cerros
circundantes y el mismo valle.
Para
muchos resulta más fácil difundir el eucalipto y otros que son foráneos En el caso del primero es dar carta blanca a
un temible depredador. La bióloga Bertha Balvín me explicó que busca con sus raíces
largas la napa freática y absorben el agua erosionando los lugares donde viven, mientras
el ácido de sus semillas quema la tierra.
Los
niños y los jóvenes de cada lugar del Perú deben aprender a conocer sus
árboles, sus pájaros, los animales silvestres que viven en ellos y en su
entorno, y contribuir desde el colegio a las campañas de forestación. En muchos
lugares se cortan árboles para proveer de leña a las cocinas y se ignora que son
fuente de colorantes, frutos y cortezas medicinales.
La madera del
waranway, agrega Olazabal, es de alta calidad, dura, fina, ornamental, y sus raíces
grandes sujetadoras de suelos. Su tala indiscriminada es grave porque priva a
las generaciones futuras de especies que
durante milenios fueron su característica. Estamos perdiendo junto a la
identidad cultural nuestra identidad ecológica. Hay que luchar por ella que es nuestro
patrimonio.
Alfonsina Barrionuevo