LLANTO DE LA TIERRA
"La
Madre Tierra está viva y sufre". En las últimas décadas los ecologistas,
sin conocer su padecer íntimo, tratan de salvar las reservas naturales que
quedan. La tierra no sólo se siente herida cuando es agredida, sino que agoniza en muchas partes.
Sus hijos, ensimismados en realizar las más increíbles conquistas tecnológicas,
olvidan que está ahí, testigo penoso de sucesivas depredaciones. En el Perú la
conocemos como Pachamama, madre tierra, y aunque el término ha llegado a los
los medios de comunicación, así como el de Apus o cerros, se ignora su alerta
angustioso.
Se
sabe que es productora universal de alimentos y sin embargo, ingratamente, se
recorta su espacio, se le contamina y se le asfixia. La madre tierra está tan
viva que acusa los golpes, el peso del cemento como una loza mortuoria, la
suciedad como una ofensa, la expansión de las ciudades como un atropello. Los
escasos nexos humanos que tiene la escuchan pedir por las Pachamamas de Europa,
por ejemplo, debilitadas por los maltratos y las mutilaciones que la menguan.
El
observador de milenios que llegó a comunicarse con ella en nuestro territorio
apreciaba su alegría cuando daba a luz un par de hojitas, una flor, un fruto.
Reconocía las notas musicales del agua en coros desde los nevados hasta el mar
o la selva, la danza gentil de la brisa para distraerla, el soplo del viento
convertido en cartero de semillas, las enredaderas de arcoiris para adornar su
melena.
Toda
la naturaleza que vibra en el Perú por excelencia, debido a sus diversos pisos
ecológicos, se agobia ante la destrucción. La selva gritaría si tuviera voz
porque posee el ecosistema más frágil del globo terráqueo. Sólo apenas unos
metros de tierra y debajo grandes depósitos de cuarzo. Si en el futuro quedan
en descubierto el sol multiplicará su calor como un espejo y cuanto haya de
vida en su contorno se quemará.
Las
numerosas naciones nativas que aprendieron a vivir en ella cuidando celosamente
ese sistema, movilizándose de un lado a otro para evitar la purma donde ya nada
crece, dominan el secreto de mantenerla con vida. Para ellos no son tan
significativos los títulos de propiedad de una tierra que es suya y donde se
mueven libremente sin la atadura de una casa de cemento. La mayor ayuda sería
intrusionar lo menos posible en su pulmón verde. Hay otras maneras de
ayudarles, pero la mejor sería cuidando su hábitat. La acción de las
aserradoras que talan preciosos árboles debía controlarse. El espíritu de la
ley es ejemplar, por árbol cortado se debe sembrar otro, pero no se cumple.

La
naturaleza está dejando sentir su protesta en todas partes. Los cambios de
clima son un índice de su espanto. Hay que temer su reacción. Cuando castiga no
se detiene a pensar en los inocentes. Las olas de calor y las olas de frío
aumentan como los ciclones o el deslizamiento de los cerros, como lo dicen las
leyendas y lo anuncian los científicos. Un poco de amor por la tierra y ella
volverá a florecer con ternuras de madre.
Alfonsina Barrionuevo
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